Sí, eres un queso, lo sé. Un camembert francés, añejado con el paso de los días desde que alguien tuvo la osadía de abrirte y no devorarte como corresponde. Ahí estás sobre la mesa, viendo el tiempo pasar, pensando en todos los posibles destinos que podrías haber tenido, pero te dejaron ahí.
Sé que me miras, que me llamas. Sabes que me gustan las manchas que te han ido apareciendo en tu blanca piel y que el sabor maduro, producto de tu desamparo, se me hace irresistible. Qué pena que seas un queso, porque eres realmente todo lo que deseo en este minuto.
Veo como tu contenido suave y cremoso se intenta escurrir de tus solidas paredes por ese mordisco que te alcanzaron a dar. Te preocupa que la sequedad de este ambiente termine por petrificarte y que quizás nunca más alguien pueda sentir tu humedad interior. Cada día es más dura tu coraza, pero más sabrosa la sabia que ruega por fundirse en una lengua salivante.
Me sigues mirando, notas que no he pasado de largo y que de una forma incómoda me estoy dejando cautivar por tu presencia. Veo que notaste la fuerza de mi mandíbula y sabes perfectamente que no me tomaría un segundo en volcar mi hambre sobre ti. Sabes también que soy bueno, que si bien mi naturaleza depredadora es fuerte, no tengo interés alguno en hacerte daño, solo pienso entregarte el hambre que merece tu sabor.
Me acerco, tomo un cuchillo, mientras me miras te comienzas a derretir por dentro. Ves como la hoja brillante de mi herramienta se acerca decidida hacia ti y sin vacilar te penetra la cáscara reseca, para luego de un par de segundos provocar una hemorragia de esos fluidos internos que ya no aguantaban más por salir. Tu solidez externa contrasta con esta incontrolable viscosidad, esto resulta excitante al momento de tomarte con mis manos callosas, similares en apariencia a tu corteza, para luego introducir mi lengua caliente a través de ésta.
Me gustas y tiendo a pensar que yo a ti también. Te tomo con firmeza y te envuelvo con mis labios, luego empiezo a recorrer mi lengua por tu interior, sintiendo ese salado sudor que solo aumenta mi sed. Tanto tiempo tuviste que esperar en el abandono, pero prometo comerte como nadie lo hubiese hecho jamás. Así sigo bebiendo el centro cremoso, mientras de a pequeños mordiscos voy desmembrando la carne de tu cuerpo.
Que dolor abrir los ojos, yo tan hombre y tu tan queso.