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Queriendo olvidar (capítulo dieciocho)
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En el pueblo no me fue difícil dar con William que sorprendido me saludó porque estaría convencido de que me quedaría con Luis. Le conté que lo sabía todo y le pregunté por qué no me lo había contado.

– ¡Mira, cosita rica, tú tienes un problema! Siempre lo has tenido y es que te enamoras. – sentenció – Entre maricones y bugarrones no hay amor, hay solo singueta. No sé, pero no funciona, escúchame, no funciona el querer ser la gente o la pareja o la mujer o el marido de alguien, eso no funciona.

– Pero… – intenté protestar.

– No, no hay peros que valgan. Es muy simple, esto es para gozar, singar y ya.

No compartía la idea de William, él tenía más años que yo, estaba en esto desde hace mucho y tenía, por supuesto, más calle que yo pero no podía aceptar aquel orden.

– Mejor te hubieras quedado con el Caballo, allí tenías pinga a tope. Olvídate de ese Coque por el momento, ya esa pinga volverá a ti… – trató de calmarme – ¿Qué quieres hacer? ¿Para qué has venido?

– ¿Por qué me ha hecho esta mierda?

– Mira, culo, no cojas lucha con eso…, ¿qué vas a hacer? Ya todo está hecho…

– Pero, pinga, ¿por qué no me lo dijo?

– Ja, ja, ja … -rió William – ¿Qué te dije una vez? Te lo repito, tú eres maricón y los maricones están para eso, para que le den por culo, para que lo usen y chuleen, para mamar, para sacar leche a los machos…y ya. ¡Te lo dije y mételo en la cabezota esa! Coque te dio morronga y leche a montón, pues ya ¿lo gozaste? ¿Dime?

– Coque me decía otra cosa…. – protesté yo.

– No, no, maricón, el negro te decía lo que tú querías oír que es diferente. A ver, ven, … vamos…

Me pasó el brazo por el hombre llevándome hacia el baño de La Placita, nos fuimos alejando de la claridad de la única farola de la parada, él me cogió la mano para que le cogiera la pinga. El muy cabrón ya la tenía dura. Entramos al baño que la parecer lo habían limpiado porque no apestaba. Fuimos a la última cabina, William me hizo bajar el pantalón y darme la vuelta. Iba a ir al directo. Escuché como se escupía la mano y sentí ensalivar mi culo, poner su pinga y meterla sin detenerse. Jadeé al sentirla de nuevo, mil veces me había singado pero siempre me provocaba aquella sensación de que me partía en dos. Pero él era el maestro, sabía cómo hacerlo y cómo dar placer. La sentí entrar, sentí como me cogía por la cintura y apretaba, eso quería decir que le gustaba. Yo apoyé los brazos en la pared y él me singó a lo macho, sin parar, apurando para venirse. Se vino, sentí como rugió y sus dedos se clavaron en mis nalgas. Sacó la pinga pero me dijo “quédate así”, alguien se puso detrás y metió su pinga. William me estaba chuleando como acostumbraba. No sabía quién era y aunque me hubiera vuelto, no habría visto nada con la oscuridad. El tipo que me singaba lo hacía con fuerza, al rato sentí que se estaba viniendo, respiré sabiendo que terminaría, lo escuché casi gritar mientras empujaba duro, pero no paró, siguió singándome. Su pinga seguía tan dura como al principio, siendo la segunda vez fue largo. Se pasó un buen tiempo dando pinga a su antojo hasta que se vino y entonces sí la sacó.

Cuando volví la cabeza solo pude ver una silueta que salía por la puerta donde había más claridad, en ese momento sentí que alguien me abrazaba y presionando la nuca me obligaba a ponerme como antes. Era otro, otro más me estaba ya dando pinga a su antojo. Por el entrepierna sentía como chorreaba la leche que salía de mi culo, leche caliente. Escuché a William hablar con alguien, al parecer había allí otro. De pronto se vio la claridad de la llama temblante de un fósforo, olí el humo de un cigarro y otra mano que tocaba mis nalgas. El que me singaba terminó y se fue, me quede en la misma posición que estaba. El que fumaba empezó a acariciar mi ojete ya singado y lechoso, se me escapó un peo y la leche salió, pero la cogió con su mano y me la metió de nuevo. Después metió la pinga que resultó ser gorda y agarrándome por los hombros me singó empujando como tratando de demostrar que era el macho en aquella situación. Cuando terminó se limpió su pinga en mis nalgas y se largó.

Me vestí y salí, afuera en el banco al lado de baño estaba William junto con alguien que por la oscuridad no lo veía, fumaba, al parecer fue el último que me había singado.

– ¡Mira, culo! ¿Sabes quién es? – me dijo William.

– No, como estaba yo, no pude verlo. – bromeé.

– Pues mejor, vamos para su casa…vive aquí cerca…

Salimos del parque oscuro, en la calle pude ver quién era. No lo conocía, llevaba un pantalón ancho y una camiseta blanca muy ajustada, tenía un bigote fino y tendría unos treinta y pico de años. Se le veía machote, fumaba a lo macho, muy varonil. Cuando llegamos a la esquina, William se despidió como acostumbraba y nosotros entramos en una casa que había visto mil veces pero nunca me había imaginado que allí viviera un bugarrón. Nada más entrar y cerrar la puerta de la calle, me atrajo para besarme, abrazarme y meter su mano por mi pantalón para llegar a mi culo, me lo acarició.

-¡Mami, qué rico lo tienes! ¡Y mojadito como me gusta a mí! – me dijo mirándome a los ojos.

– Papo, voy a tener que ir al baño, ya tengo el calzoncillo mojado…

– ¡Bah, déjalo así! Lo tienes lleno de leche…¿te gusta?

– ¿Qué?

– Pues tener el culo lleno de leche…

-¿Te dio la impresión de que no me gustaba?

– ¡No, que va! – de nuevo me besó – al contrario, me di cuenta que lo disfrutas de verdad. ¿Sabes lo que me ha gustado de ti?

– No sé…dímelo tú.

– Pues que no eres como los demás mariquitas que nada más de meterle la pinga empiezan a lloriquear y a quejarse, vi que lo gozas mucho ¿me equivoco?

– No, papo, no te equivocas, a mí me gusta que me den pinga, que me den leche y que me vuelvan a dar pinga…

Se desnudó en nada y yo lo seguí, se sentó en el sofá invitándome a sentarme sobre su pinga. Cuando intenté hacerlo se me escapó otro chorro de semen. Tenía el culo que no podía más. Él cogió la leche y la uso como lubricante, me senté en su pinga mirándole a los ojos. Nos besamos con pasión cuando me senté completamente.

– Mami, no te preocupes si se te sale la leche, yo te voy a llenar de nuevo ese culito.

Yo apoyándome en las rodillas empecé a moverme, mirándolo, besándolo.

– ¡Eso es lo que me vuelve loco! Pero cómo te gusta la pinga, …cojones, …tú eres el maricón que estaba buscando, ¿pero dónde estabas antes?

Nos quedamos allí en el sofá, yo sentado sobre él moviéndome de arriba a abajo, él con los ojos en blanco mordiéndose los labios, jadeando.

– ¿Te gusta? – le pregunté sabiendo su respuesta. – ¿Quieres que te saque la leche así?

– ¿Vas a poder hacerlo? Mira que ya te di leche, ahora me voy a demorar…-me respondió coqueto.

– Déjame que te saque la leche dando culo…

– Pues dale culo a esta pinga, es tuya, mami…

No dejábamos de singar, de acariciarnos, de mirarnos, de besarnos. Me sentía bien con aquel tipo que no había visto antes o que ni recordaba haberlo visto. Me tenía allí, clavado y yo dando cintura sobre él, y él gimiendo de placer. Cuando sentí al rato largo que sus dedos se clavaban en mis nalgas, supuse que era el momento que iba a venirse e intensifiqué mis movimientos. Él se vino rugiendo esta vez, apretándome contra sí y yo me vine también de lo caliente que estaba. Nos besamos con fuerza.

– ¡Uf, qué rico!¡Cojones!, ¿te has venido solo sin pajearte?

– ¡Sí, macho, me has singado tan rico que me vine solo!

– ¡Bueno, yo ni me he movido, has sido tú! Pero eres el mejor, se te puede dar pinga y no hay que hacerte la paja, te vienes solo…, eres como una jeba, le das pinga y se viene.

– Ya te dije que me gustaba… ¿o se te ha olvidado?

– ¡Qué va! Esto no hay quien lo olvide…., vi cuántos te singaron en el baño y tienes aguante…¡Mira que he singado mariconcitos y todos se ponen a quejarse! Mira, ¿ves? La tienes adentro todavía y ni sacártela piensas…

– ¡Papo!- lo besé- Es que siento que se te ha quedado dura después de haberte venido dos veces…

– Yo puedo más…, solo tienes que pedir.

En respuesta me levanté sacando su pinga y me acosté en el sofá con la piernas abiertas y levantando las nalgas en una clara invitación. Él me acarició las nalgas, pasó un dedo por mi culo húmedo y dilatado, se incorporó y empezó a besar mis nalgas, abriéndolas empezó a lamer mi culo. Me giré para verlo, me miraba, alzó la cabeza, tenía el bigote lleno de semen. Se puso sobre mí y metió su pinga, se acostó sobre mí suavemente para besarme. No era solo un beso, me daba la leche que había recogido de mi culo. Nos besamos como locos, como hambrientos animales. Me abrazaba, besaba, mordía, suspiraba a mi oído y me murmuraba muchas cosas, me decía “qué culo más rico”, “te quiero, te quiero”, “puta maricona”, “te voy a reventar de tanta pinga”, …, iba de frases soases a pasionales, y sin dejar de moverse suavemente y yo en el séptimo cielo de tanto goce. Se vino dos veces, yo solo una, repitió cada vez la misma operación que había hecho antes, se venía y sacaba su pinga, me comía el culo con la lengua y en un beso me daba su semen mezclado de saliva. Antes de quedarnos dormidos conversamos, me dijo que se llamaba Benito, que hacía poco que vivía allí, que antes vivía en Marianao pero por cosas del trabajo se había mudado paras el pueblo. Me propuso lo que antes me había propuesto Luis, El caballo, y que antes tantos me lo habían dicho. Le conté lo que había pasado, no tenía intención de ocultar la verdad aunque no quería que me tuviera lastima por lo que me había hecho Coque.

– ¡Mira, no nos conocemos! Desde ayer estamos singando y me gustas, y creo que yo también te gusto. Así que no veo ningún problema en que sigas con el de Güira o con William o con quien desees, … eres tú quien tiene que decidir qué vas a hacer…

– Pero…

– No me digas nada- me besó- a ver, te conocí en ese baño público donde te estaban singando por turno gente que ni viste siquiera, no te juzgo, yo te singué…, lo que pasa es que me has gustado y lo que te propongo es que vengas de vez en cuando o todos los días, ya se verá quién eres y quién es tu macho. Pero antes de que me digas que quieres ser mi jeba, primero me tienes que conocer. ¿Probamos a ver si nos funciona?

Yo lo abracé, después lo besé y me arrodillé para empezar a chuparle la pinga. Le dije que quería mi leche matutina, él sonrió y se dejó mamar, suspiraba, gemía al rato me dijo que quería singarme pero le dije que no, que yo quería mi leche de desayuno, después si quería podría singarme. Le mamé hasta que se vino en mi boca mientras gritaba y me agarraba la cabeza para que no devolviera su pinga de mi boca. Alguna gota cayó al suelo, la lamí. Me levanté, lo besé y me volví ofreciéndole mi culo. Se ensalivó la pinga y me la metió allí de pie en la cocina. Hicimos el amor a lo macho pero con pasión. Después desayunamos y yo me fui antes pues él tenía que prepararse para ir a trabajar. Me dijo mientras me daba un beso “ a las ocho ya estoy en casa”.

Sabía a dónde tenía que ir para saber todos los detalles, encontré a la persona indicada, un viejo bugarrón que vivía cerca de Coque. Lo conocía pero nunca había tenido que pedirle un favor. Yo lo tenía claro que ir a su casa y pedirle que me contara lo que sabía no me saldría gratis. Me mandó a entrar medio sorprendido, pero cuando escuchó lo que quería la cara arrugada se le iluminó, no tardó ni un segundo en proponerme “te lo diré todo cuando te meta la pinga en tu culo”. Me hizo pasar al cuarto, me desnudé y me acosté en la cama boca abajo. Se desnudó y abriendo mis nalgas empezó a lamer mi culo, lo lamía, lo besaba, lo mordía. Después se acostó sobre mientras besaba mi nuca.

-¡Mami, sientes lo que te espera!

– Sabía que tenías buena pinga, eso lo saben todos…

-Te voy a dar por culo mucho, hace un montón que no singo….

– Pues dale, aprovecha…-le dije yo

Sentí como ensalivaba mi ojete y ponía su pinga que a pesar de los años estaba dura. La metió suave, disfrutando lo que hacía. Se dio cuenta de que me habían singado antes, me lo dijo, yo le confirmé para que se sintiera mejor o se desanimara, pero siguió prometiendo que me llenaría de leche el culo. Al rato sentí que se venía, jadeó, gimió, pero no sacó su pinga por el contrario siguió como si nada en busca de una segunda vez. Fue cuando empezó a hablar, me dijo de la boda, de la celebración, de que se habían ido a un hotel en Varadero a pasar la luna de miel. Después cambiamos de pose, yo me senté encima, pero como no me gustaba, terminamos de nuevo en la misma pose de él encima. Cuando se vino por segunda vez, me besó toda la espalda, el culo a la vez que le daba lengüetazos.

– ¿Quieres un consejo?-me dijo, yo asentí.- Mira lo mejor que haces es olvidar al negro…, sé para qué me has dado el culo, para saber dónde está ¿Y eso que resuelve? Él estará allí con su mujer, tú allá no tienes cabida. Ese tipo no sirve.

– Pero, …

– Los jóvenes están alocados, sienta cabeza y no te juntes con gente que no sirve. ¿Quieres hacerle sentir mal? Mira, solo te vale venir aquí y que él piense que te estoy singando, eso le va a doler más que un escándalo. Te lo digo, no comas mierda. Piénsalo bien…, machos que quieran darte pinga vas a tener a montones aquí. Sé que te gusta el negro, sé que tiene una morronga de lujo…pero no está para ti.

Hablamos bastante tiempo, no era tan vulgar como parecía, me daba muchos consejos. Me hizo café, tomamos, hasta nos reímos un poco. Cuando me despedí, me dijo con sinceridad.

– ¡Me gustaría singarte pero queriéndolo tú.

– Algún día.- le dije yo a modo de despedida.

Por la noche después haberme bañado, salí pensando que iría a casa de Benito pero al pasar por la parada de guaguas, coincidió que venía la de Güira y sin pensarlo me subí rumbo a casa de Luis. La guagua me dejó en la entrada de la finca, había tremenda oscuridad, pero se veía algo y sobre todo la casa, el portal alumbrado. Hacía fresco y la brisa era agradable. A mitad del camino los perros comenzaron a ladrar y Luis salió al portal, me alegró verlo, tan robusto y machote, con su tabaco en la mano. Salió del portal para ver mejor, los perros se me acercaron meneando los rabos, me habían reconocido.

Luis me recibió contento, con esa sonrisa franca que tenía. Me tendió la mano, un gesto bien machote y nos fuimos adentro, cerrando la puerta me atrajó hacia sí, me abrazó besándome fuerte. Me gustaba su olor a tabaco, su saliva y hasta su sudor me atraía. Metió su mano por mi pantalón en busca de mi culo, suave, como deleitándose del momento. Nos mirábamos y nos besábamos al mismo tiempo.

– ¡Bueno, lo tienej ahí y rico como siempre!- me murmuró al oído haciendo alusión a que sabía que había singado la noche que había estado fuera.- ¡Ejpero que te haigan trata´o bien ese culito!

Empecé a contarle lo que había pasado pero no pude continuar porque ya se había sacado la pinga y me había presionado los hombros para que me arrodillara delante y empezara a mamar. Volví a sentir el sabor salado de su pinga, el olor de sus cojones. Me gustaba el muy cabrón.

– ¿Qué me estabas diciendo?- me preguntó, pero no dejó que dejara de mamar su pinga- bueno, mamando no podrás contarme mucho.

Yo asentí con un movimiento de la cabeza mirando hacia arriba y con la pinga en la boca. Eso nos gustaba a los dos, él lo disfrutaba y yo igual. Estuvimos así mucho tiempo, me pareció que buscaba venirse en mi boca, que le sacara la leche mamando y al rato me dijo que le sacara hasta la última gota. Lo sabía, su actitud ya lo descubría.

– ¡Traga, uf, traga, maricón!- grito al venirse, y yo tragué algo y escupiendo un poco del semen le lubriqué la pinga.

– ¡Métemela ahora que sigue dura!- le dije mientras abría mis nalgas.

Luis lo hacía bien, el guajiro tenía aguante y fuerza, la pinga seguía como si nada hubiera pasado. Me la metió sin ceremonia alguna, directo, hasta el fondo. Suspiró, me abrazó.

– ¡Cojones, mi vida, qué culito máj caliente! ¡Uf, te habrán da´o mucha caña ayer, pero lo sigues teniendo rico!

Nos fuimos al sofá donde nos dejamos caer abrazados. Me abrazaba con una mano, con la otra sostenía el puro y daba bocanadas enormes.

– ¿Sabes? Nos quedamoj un rato así, no te voy a singa…, dentro de una hora, maj o menoj, vienen unoj amigos a jugá dominó.

– No pasa nada, mi amor…, ya singaremos después.

– …o te singamos los cuatro por turno…, claro, sí tu quiere.

– Tú eres quien manda, yo no te niego nada a ti…

– ¡Mi vi´a, ejte que está aquí sabe lo que le gujta a usté!…pero a vel, cuéntame…

Yo empecé a contarle todo, todo, porque sabía que le interesaba y más teniéndome clavado con su pinga dura. Le fui contando lo de William en el baño público, lo de Benito y después como fui al vecino de Coque al final me puse algo sentimental, casi se me salió un sollozo mientras me preguntaba por qué me hacía aquello. Luis empujó su pinga como diciéndome que pensara en lo que tenía y no en lo que no tenía. Me besó, un beso largo con sabor a tabaco.

– ¡Mi amol, mira cómo te tengo! Deja de pensal en ese mielda….tú valej mucho.

De verdad que me hacía sentir bien, era un tipo rudo y tierno, iba a lo que le gustaba sin miramiento alguno. Me besaba continuamente, me acariciaba y a cada rato me hacía sentir que me tenía cogido, se movía con suavidad o con su mano tocaba el borde de mi ojete lleno de su pinga gorda. Él sabía lo que me hacía sentir, yo me erizaba, gemía.

– ¡Te quiero! Te quiero mucho…- le dije.

-¡Pue pi´e pol esa boca!- me susurró al oído- ¡dale, pide…!

– ¡Quiero la leche de mi marido!

La respuesta la esperaba, me hizo acostarme sobre el sofá y empezó a singarme duro, como si fuera la última vez o como si hiciera un montón de tiempo que no singaba, se agarraba de mi cintura y bombeaba mi ojete provocando mucho gusto. Y así bastante tiempo hasta que sentí sus bufidos y sus manos apretando duro, se venía como un animal. Me dejó contentó, cayó sobre mi espalda, me besó muchas veces. Cuando se venía se volvía más tierno de lo que comúnmente era. Sacó su pinga todavía tiesa, de mi ojete dilatado se escapó el semen.

– ¡Qu´date así, mami!, de´cansa un poco que cuando vengan loj socioj, ya velás! -me dijo mientras se ponía el pantalón y salía al portal a esperar a sus amigos que vendrían a jugar dominó. Al rato escuché el ruido de un tractor que se acercaba y los ladridos de los perros. Escuché las voces, los saludos, como se sentaban a la mesa, intercambiaban chistes, bromas- ¡Oye, Pepe, ve adentro y trae unaj ce´vesas!- dijo Luis.

Pepe entró y se quedó como petrificado, se acercó y pasó su mano por mis nalgas, bajó por la raja hasta llegar al culo. Palpó mi ojete recién singado por Luis, se arrodilló y abrió mis nalgas con sus manos para ver mi ojete lleno de leche.

– ¡Coño, pero si lo tienes chorreando leche!

– ¡Si quieres puedes llenarlo de nuevo con tu leche!- le dije.

Pepe al contrario de lo que pensaba, llamó a grito a los demás que entraron entre risas y bromas. Pepe seguía embobado con mi culo que escupía y lamía mientras murmuraba que le gustaba, pero muy rápido ya estaba metiendo su rabo en mi culo. Alguien ya se había plantado delante de mí blandiendo su pinga negra para que se la mamara. Alcé la vista para mirarlo, no lo conocía, tenía bigote, era negro. Me sonrió y con una mano me acarició la cabeza hasta llegar a la nuca para terminar presionando para que me tragara todo el rabo. A mi lado apareció una tercera pinga, gorda y cabezona. Nos sabía dónde estaría Luis, hasta que aprovechando un respiro pude verlo en un sillón sentado mirando. Estaba desnudo, con la pinga tiesa, las piernas abiertas, fumando su puro. Nos miramos, él se adelantó y me dijo que miraría todo, que ya después me singaría. Volvió a su sillón dejando a sus amigos desahogarse conmigo.

La tanda fue larga, uno de ellos se vino muy rápido pero los otros dos se demoraron una eternidad. Ya había dejado de sentir algo, supuse que por la dilatación de aquellas singadas sin pausa que estaba recibiendo. No iba a protestar, cumplía con lo que le gustaba a Luis, mi macho y con lo que tanto me encantaba a mí. Me sentía agotado, allí quedé en el sofá mirando a mi hombre que me sonreía.

Luis se levantó dejando que los otros se sentaran para mirar, se acercó, me besó mientras me preguntaba si me sentía bien. Con su mano recogió un poco de semen que se había derramado y me la dio para que me la tragara. Aquello provocó exclamaciones en sus amigos. Luis siguió recogiendo la leche que me iba saliendo y me la daba, yo le chupaba los dedos. Sabía que le gustaba mucho. Al rato me abrió las nalgas y empezó a lamer mi culo recién singado, después les dijo “ejto ej lo que vuerve loco a los mariconej” y tenía razón, sentir su lenga, los pelos de su barba y bigote me gustaba mucho, me hacía gemir de placer.

– ¡Métemela, métemela, coño!-grité yo, sabiendo que eso le gustaba.

-¿Qué quiere mi reina?-me preguntó Luis con zalamería pero sin detenerse de lamer mi culo.

– ¡Quiero pinga, pinga!

Me hacía pedir a gritos, suplicar. Sus amigos estaban alegres, decía que era mejor que una película porno. Luis se subió sobre mí diciendo que me iba a singar como nadie y así lo hizo. Cuando me metió su pinga volví a sentir ese placer, ese cosquilleo que me llenaba y me hacía moverme, revolverme. Estuvo dando pinga mucho rato hasta que dijo que quería darme la leche en la boca. Yo me arrodillé delante de mi macho y él me singó la boca hasta venirse. Yo me agarré de sus caderas para tragar todo su rabo, cosa que era casi imposible, pero toda su leche la recibí en mi garganta.

El negro se acercó con la pinga de nuevo tiesa, quería singar de nuevo.

– Oye, ya tengo el ojete rojo- le dije.

– ¡Mi nene! – intervino Luis – Ej nuejtro invitao…¿lo vaj a dejal así? Ademaj tú erej maricóny a loj mariconej les gujta que les den pinga…

No se habló más, el amiguete me metió su pinga sin considerar nada y me singó duro, muy duro. No niego que me gustaba, no lo negaría pero al menos un respiro tendrían que haberme dado, Luis se sentó delante de mí acariciándome la cara, a veces besándome y diciéndome que la estaba pasando bien, que yo me había comportado como lo que era, que desde aquel día mi culo iba a ser un chocho, que lo estaba haciendo bien, que me quería, que era su mujer.

Si veía alguna mueca de disgusto, me besaba y me decía que aguantara, que yo tenía aguante. El negro seguía dando embestidas a su antojo. No paraba, era como una máquina singando, otro de los amigos se puso delante de mí para que se la mamara de nuevo. Yo solo abrí la boca porque lo que hizo fue singarme la boca. El que me singaba se vino dando gruñidos, cuando sacó su pinga sentí alivio pero por poco tiempo, el tercero me la metió de golpe. Quise librarme de él y del que tenía delante pero se confabularon para inmovilizarme dejando que el otro me singara. Grité y uno de ellos me dijo al oído que gritara, que gritara todo lo que pudiera porque nadie me iba a oír.

– ¡Mira, mi nene! – intervino Luis cogiendo mi cara – Estáj aquí polque te gujta la pinga, te gujta que te singuen, así que goza ahora…aquí no hay problema, a nosotroj noj gusta dar pol culo y a ti que te den pol culo…

Fue abusivo lo que me pasó, no esperaba que Luis me hiciera aquello. Me metieron un calzoncillo en la boca para que no gritara más, me ataron las manos y me singaron bastante tiempo, se turnaban, hacían chistes, me hicieron sentir despreciable porque lo que podía haber sido una orgía se había convertido en una violación. Aquella tortura terminó finalmente, me dejaron allí, me sentía molido pero más que eso era la rabia de todo. Traté de ponerme de pie pero las piernas no me resistían, olía a semen, mis nalgas, mis muslos estaban mojados y sentía como adormecido el culo.

Luis después de despedirse de sus amigos vino, se sentó a mi lado y quiso besarme, volví la cara. No me hizo caso y me abrazó.

– Nene, no te pongaj bravo…¿no me digaj que no te gutó?

– No, cuando digo que no, es que no.

– ¡A ver, mi vida!-me dijo mientras me besaba y sus dedos rozaban mi culo- Este culito está pa´eso, pa´singarlo. Pero si tú lo sabej bien…, a ti te guta la pinga, la leche y que te den pinga…- lo miré con recelo, él cogió mi mano y la llevó a su pinga-¿no me va a decil que no te guta esto?

Me quedé con su pinga en la mano, él mirando a mis ojos, lo besé. Él sonrió satisfecho. Nos abrazamos, nos besamos.

– Sabej, entre nosotros to va bien porque tenemos claro lo que nos guta.

– Pero…

– Na, de pero…a mí me gusta singar, dar pinga, dar leche…gozar y a ti te gusta dar el culo, mamar, tragar leche ¿Dónde eta el problema? Mira, nene, hoy haj tenido lo que muchoj maricones sueñan…y ahora tienes a tu macho aquí…

Me besaba, me acariciaba, me iban tocando cada punto herógeno de mi cuerpo y cuando vio que se me ponía dura mi pinga, me hizo ponerme frente al espejo y comenzó a singarme. Luis sabía cómo tenerme, cómo sacar de mí lo que más me gustaba y lo que él deseaba.

– ¡Mira, mira…! -me dijo mientras nos poníamos de lado para ver en el espejo como me clavaba su pinga.- Mami, tienej metío en tu culo tremendo pingón y yo, yo tengo este culito, el mejol del mundo.

Era cierto, tenía el sexo de Luis dentro, gordo y largo, por eso le decía “El caballo” y además era un loco singando, le gustaba singar y singar, no se cansaba nunca. Era cariñoso y bruto a la vez, muy dado a las orgías. Allí frente al espejo me pidió que fuera su gente, que me quedara con él a vivir, que fuera su “jeba”. Me ofreció a que me quedara, que él me mantendría en todo y que no me iba a faltar lo que tanto me gustaba.

Fue así como senté cabeza con aquel guajiro tosco y cariñoso, dulce y cañero. Nuestra relación duraría bastante.

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