Al día siguiente, y sin más demora, fui a ver a las personas interesadas en rentar mi casa. Era un matrimonio que yo conocía de toda la vida, y cuya hija se acababa de mudar con su marido al pueblo y necesitaban un espacio más grande para su familia. Para mi suerte, me dijeron que podían mudarse cuanto antes, así que empecé a empacar mis cosas y el resto lo dejaría para los inquilinos.
Llamé a mi hijo para decirle que los nuevos inquilinos se mudarían en una semana y que yo llegaría al día siguiente. Mi hijo se alegró y me dijo que le avisara cuando llegara para ir a recogerme a la estación.
Así, después de una larga semana, llegué a la ciudad y Betito fue por mí. ¡Me sentía tan entusiasmada y no cabía de la emoción! Había ido muchas veces a ver a mi hijo, pero esta vez se sentía diferente, pues se sentía como el inicio de una nueva vida, donde estaría cerca de la persona que más amaba y me haría compañía.
Al llegar a su departamento, Alberto me dijo:
-Mamá, lleva tus cosas a mi habitación. Vas a dormir ahí y yo dormiré en la cama plegable.
-No, mi amor. De ninguna manera. Yo ya he dormido ahí y estoy acostumbrada, no quiero sacarte de tu recámara.
-No es ninguna molestia, mami. Yo ya acondicioné mi habitación estos días para que pudieras meter tus cosas y puedas dormir en mi cama, es mucho más cómoda.
-Pero Alberto…
-Insisto, ma. Voy a preparar la cama para instalarme ahí.
Alberto fue muy tajante y no insistí más, aunque no me sentía cómoda con la idea de invadir su espacio y que me viera como una carga. Instalé mis pocas pertenencias en su habitación y más tarde cenamos en casa.
Durante la cena, Alberto me volvió a insistir que no me preocupara por él.
-En serio ma, no hay problema. Lo último que quiero es que duermas incómoda en la cama plegable. Yo puedo aguantar. Para mí no es problema. Quiero que te sientas lo más cómodamente posible aquí.
-Gracias mi niño, me da mucho gusto estar aquí y de nuevo contigo. No sabes lo sola que me sentía en el pueblo.
-Lo sé mami, a mí también me da gusto que estés aquí.
Terminando de cenar, Alberto me dio un beso y se fue a dormir, y poco después hice lo mismo.
Al día siguiente, cuando desperté, Alberto ya se había ido a trabajar. Como no quería ser una carga ni verme como una inútil, me puse a hacer el quehacer. Primero lavé los trastes de la cena de anoche y posteriormente me dirigí al cuarto de lavado. Ahí encontré un montón de ropa sucia de mi hijo, que decidí lavar para que la tuviera limpia cuando llegara.
Entre su ropa sucia había varios calzoncillos con manchas blancas, que al acercar a mi nariz, confirmé que eran de semen. Me sentía tan sucia y llena de vergüenza haciendo eso que me puse colorada. Entendía que los hombres pudieran tener erecciones y secreciones, pero al mismo tiempo me sentí cachonda al volver a tener contacto con esos aromas tras muchos años de no tener contacto con un hombre. Era un sentimiento muy extraño que rápidamente traté de minimizar y de bloquear.
Al terminar de lavar, me dispuse a preparar la comida preferida de Alberto para sorprenderlo al llegar del trabajo.
-¡Hola, mi amor! ¿Cómo te fue en el trabajo?
-Hola, mami. Muy bien, algo cansado.
-No te preocupes, ya te preparé tu comida favorita, así que cámbiate y ven a cenar. Oh, y también lavé tu ropa y aquí está, limpia y seca.
-¡Pero mami, no te hubieras molestado! No era necesario que hicieras todo eso. No te mudaste aquí para trabajar.
-No es ninguna molestia Betito, no voy a estar aquí todo el día como inútil haciendo nada, mejor siéntate que ahorita te sirvo.
Comimos placenteramente mientras Alberto me comentaba lo que hizo en su trabajo. Más tarde nos fuimos a acostar, cada quien en su cama.
En la noche, antes de dormir, no pude evitar volver a recordar lo que había sucedido en la mañana. Me sentía tan culpable y confundida, pero al mismo tiempo tan curiosa de explorar ese lado de mi sexualidad que había estado escondido por muchos años desde la muerte de mi marido.
Pasaron varios días y yo traté de reprimir esos pensamientos, al ver que mi hijo estaba de mejor humor al tenerme ahí con él. Asimismo estaba determinada en levantar sus ánimos, y en una visita al mercado, vi un anuncio en la calle sobre unas clases de baile. Pensé que esa era una buena forma de que saliera, conociera más personas y se distrajera de su rutina, y de igual manera me serviría a mí también.
En la cena le comenté lo que había visto.
-¿Clases de baile? Dijo mi hijo con un tono de sorpresa. ¡Pero soy malísimo! Sabes que no tengo ritmo.
-Pero para eso son las clases, mi amor. Nos van a enseñar cómo bailar.
-No estoy seguro, sé que tengo dos pies izquierdos y no quiero hacer el ridículo.
-Vamos Betito. Me haría mucha ilusión volver a bailar. Tu papá era buen bailador y seguido me llevaba a bailar. Lo hacía muy bien porque yo le enseñé.
-¿En serio?
-¡Claro! Lo más seguro es que tú también seas un buen bailador, sólo que no lo sabes porque no lo has hecho, pero déjame enseñarte.
-Está bien, pero sólo porque papá lo hacía también. Vamos la próxima semana.
-Gracias, hijo. Ya verás qué bien la pasaremos.
La próxima semana llegamos al salón de baile, el cual, para mi sorpresa, estaba llena de personas mayores, y todos eran pareja. Mi hijo era el hombre más joven y guapo del grupo, así que llamó la atención de las demás mujeres. Nos presentamos con el instructor y él nos presentó al grupo.
Como mi hijo dijo que era principiante, el instructor nos dio unos pasos sencillos de danzón para empezar. Primero tomé a Alberto de las manos y él me acercó a su cuerpo, y poco a poco empezamos a movernos.
-Este paso es fácil, dijo mi hijo.
-Te lo dije, pero no me creías. Tienes que empezar por lo más sencillo.
-Esto sí lo puedo hacer jeje.
Después de un rato haciendo el mismo paso, tomé la iniciativa de cambiar. Puse mis brazos sobre sus hombros y le dije que pusiera las suyas sobre mis caderas. Después apoyé mi cabeza sobre su pecho y él me acercó a su cuerpo.
-Justo así lo hacía tu padre. Me haces recordarlo mucho.
-¿Sí, mami? Pues ahora yo estoy aquí y puedo bailar contigo tanto como quieras.
-Gracias Betito, eres muy dulce, le dije, dándole un beso rápido en la mejilla.
El instructor, al ver que aprendíamos rápido, nos puso una rutina de salsa más difícil, con la que Alberto no pudo seguir el paso. Al intentar hacer un giro pisé a mi hijo en el pie y con eso dejamos de practicar.
-¡Hijo, lo siento mucho!
Alberto, con gesto de dolor, respondió:
-No te preocupes ma, fue mi culpa. Sabía que no podía ir más rápido en la primera clase.
Después de ese incidente nos fuimos a casa. Yo me seguía sintiendo culpable por presionar a Alberto a bailar, así que al llegar le propuse algo.
-Hijo, déjame ver tu pie. No vayas a estar muy lastimado.
-Estoy bien, mamá. Sólo duele un poco.
-Insisto, cariño. Fue mi culpa. Siéntate en el sillón. Te voy a revisar.
Alberto se sentó y apoyó su pie en un taburete. Le quité sus zapatos y calcetines y vi su pie. Estaba rojo e inflamado.
-¡Mira nada más cómo te puse el pie! Es todo mi culpa.
-No es para tanto, mami. Luego se baja la inflamación.
Tomé un poco de aceite y empecé a darle un rico masaje en el pie. Alberto cerró sus ojos y apoyó su cabeza en el sillón. Dio un gran suspiro y no dijo nada más.
-¿Se siente mejor?
-Sí, ma. Lo haces bien.
-Ahora para estar parejos lo haré en tu otro pie. Vamos, súbelo.
Alberto apoyó su segundo pie en el taburete y le quité sus zapatos y calcetines, y procedí a darle un largo masaje en sus grandes pies. Al finalizar el masaje les di un gran beso.
-Esto es para que alivie más rápido, le dije.
Alberto dijo:
-Vaya mamá, no sabía que dieras buenos masajes, mis pies se sienten mucho más descansados ahora. El baile sí que cansa.
-Bueno Betito, fue mi culpa, así que es lo menos que podía hacer.
-Gracias mamita. Dijo Alberto, dándome un beso en la mejilla y un abrazo. Volveremos a esa academia a seguir practicando. Buenas noches. Me dijo al oído.
-Buenas noches, mi amor. Gracias por aceptar ir conmigo.
Esa noche me fui a dormir contenta. Me sentía cada vez más cerca de mi hijo y poco a poco iba descubriendo todo lo que sería capaz de hacer por él. Después de ese masaje me sentí más convencida y determinada a hacer lo que fuera por tenerlo a gusto, y al mismo tiempo, por explorar mi propia sexualidad y dejarme llevar.
Me muero por contarles cómo fueron dándose las cosas después.
Estén pendientes…
Continuará.