Hola a todos. Me llamo Yolanda. Tengo 54 años, y vivo en un pequeño pueblo en el centro de mi país. Soy viuda, pues mi marido murió hace más de 10 años, y a pesar de haber intentado rehacer mi vida en un par de ocasiones, nunca he podido encontrar un hombre que pueda remplazar a mi difunto marido. Vivo sola, y actualmente no trabajo, pues vivo de la pensión de mi marido y de las rentas de propiedades que me heredó. Vivo muy bien económicamente, pero llevo una vida solitaria y muchas veces eso es un pesar. Mis hermanos viven en otras ciudades con sus familias, y a veces me hago acompañar de mis amigas de la infancia de mi pueblo.
Tengo un único hijo, el hombre del que se trata esta historia y que es el motivo de mi vivir. Se llama Alberto, tiene 29 años y vive en la capital de nuestro estado desde que se graduó de la universidad y donde encontró un trabajo como ingeniero. Tiene años que no vive conmigo, pero lo visito de vez en cuando pues la ciudad está a tan solo 45 minutos de nuestro pueblo. Alberto siempre ha sido un excelente hijo. Es muy tranquilo, nunca se ha metido en problemas, no consume drogas y ha tenido un desempeño muy sobresaliente en sus estudios. Además, no es nada feo… mide 1.78, con una complexión media sin tener cuerpo de gym, y muy parecido a su padre. Sin embargo, siempre le ha costado hacer y mantener amigos, a veces se aísla de todos y nunca he sabido que tuviera alguna novia. Yo esperaba que eso mejorara una vez que se fuera del pueblo y viviera en la ciudad, pero sólo empeoró, y eso lo descubrí la última vez que fui a visitarlo.
Cuando lo visitaba, siempre me recibía con entusiasmo, o al menos eso aparentaba, y salíamos a dar la vuelta y distraernos, pero esta última vez lo noté todavía más ermitaño. No salió mucho de su cuarto, donde se la pasó la mayor parte del tiempo trabajando en su computadora, y ni hablar de salir de la casa. Ni siquiera me prestó mucha atención a mí, hasta el punto de que me sentí ignorada. Me preocupaba su situación, ya que llevaba mucho tiempo así, y a medida que se hiciera mayor, sabría que empeoraría. Así que al llegar el tercer día, el penúltimo de mi estadía, decidí confrontarlo en la hora de la comida.
-Hijo, casi nunca saliste de tu habitación, ¿te sientes mal?
-No, sólo he tenido mucho trabajo… hay dos proyectos en puerta y tengo que entregarlos.
-¡Esas son buenas noticias!
-Sí, supongo. Contestó indiferente.
-Pues deberías estar contento. Eso significa que tendrás un buen salario asegurado.
-¡Sí, pero me la vivo estresado! ¡No tengo tiempo para nada más que para hacer esto! No tengo vida, no hago más que trabajar en la oficina y en mi casa también. Siento que no estoy viviendo como me lo esperaba…
-Hijo, sí me he dado cuenta de eso. Casi no sales, te ves muy apagado, tampoco sé si tengas amigos…
-No tengo muchos, solo los compañeros de trabajo, pero son sólo eso, compañeros.
-Alberto, me preocupa tu situación, llevas mucho tiempo así. Aislarte y no salir no es bueno para alguien de tu edad. No puedes seguir así, pues en el futuro será peor.
-Desde que papá se fue ya nada ha sido igual. He estado muy deprimido, casi no tengo ganas de hacer nada. Lo extraño mucho, mamá. A veces cuando pienso en él y cómo era la vida antes no puedo evitar llorar.
Escuchar esto hizo que se me rompiera el corazón. Yo también extrañaba a su padre y llevaba el duelo a mi manera, pero al fin descubrir cómo se sentía Alberto al respecto me hizo ver lo vulnerable que se encontraba.
-Hijo, yo también extraño a tu padre, y mucho, pero si pudiera vernos y hablarnos nos diría que no nos sintiéramos así por él, quisiera que siguiéramos con nuestras vidas pues no querría vernos sufrir…
Alberto se quedó callado, y después de unos minutos se fue a acostar. Yo hice lo mismo, pues mañana debía salir temprano al pueblo.
Sin embargo, en la noche no pude dormir. Me sentía tan triste por cómo se sentía mi hijo, pero lo entendía completamente. Yo también me sentía muy sola y deprimida en casa. Mis dos hombres habían partido, y la vida de viuda era muy deprimente.
Me la pasé toda la noche pensando en qué hacer al respecto, cómo ayudar a mi hijo, mientras de paso, me ayudaba a mí misma. Así que, después de tanto pensar, se me ocurrió una maravillosa idea que le comuniqué a Alberto la mañana siguiente.
-Buenos días, mamá. ¿Ya estás lista para que te lleve?
-Si, hijo. Pero antes de irte, me gustaría proponerte algo.
-¿De qué se trata? Preguntó Alberto con desconfianza.
-La verdad me preocupó mucho lo que me dijiste ayer y no puedo dejar que sigas sintiéndote así, y para animarte quiero proponerte que me mude aquí contigo.
-¡¿Qué?! ¿Estás segura, mamá? ¿Qué pasará con la casa en el pueblo? ¿La dejará sola?
-La puedo rentar, y más la pensión y las otras rentas puedo ayudarte con los gastos de tu departamento.
-No lo sé, ma… ya estoy acostumbrado aquí a mi espacio, pero…
-Hijo, yo también me identifiqué con lo que me contaste… En el pueblo me siento muy sola y me gustaría volver a tener compañía y qué mejor tú que eres mi único hijo.
-Sí, me imagino que la vida allá debe ser muy aburrida…
-Sí, mucho.
-Bueno, déjame pensarlo, ma. Dijo dudoso. Tengo que coordinar mis tiempos en la oficina y también acondicionar el espacio aquí en el depa.
-Ok, hijo. Tómate tu tiempo, y me avisas. Respetaré tu decisión.
Alberto fue a dejarme a la estación y regresé a casa temprano. Pasé el resto de la tarde limpiando el polvo que se acumuló durante el fin de semana.
Al caer la noche y cuando estaba a punto de acostarme, escucho mi teléfono sonar. Era mi hijo. Entusiasmada, no demoré en contestarle.
-¿Bueno?
-Hola ma, buenas noches. ¿Cómo llegaste?
-Muy bien, mi amor. Pasé toda la tarde limpiando. ¿Qué tal tú?
-Yo alistándome para el trabajo mañana…. Mamá, por cierto, pensé en la propuesta que me dijiste por la mañana, y antes de decirte mi respuesta, quiero confirmar que estés segura de tu decisión.
-Sí, Betito, estoy segura de lo que te dije. Estoy dispuesta a hacer lo que sea para que te sientas mejor. Quiero ayudarte, en serio.
-Y yo a ti mami. Nada me daría más gusto que volver a estar contigo como antes, como cuando estaba papá con nosotros. Cuando estés lista y tengas todo arreglado, puedo ayudarte a traer tus cosas.
-¡Me da mucho escuchar eso Betito! Mañana voy a buscar a las personas interesadas en la casa para ofrecérselas. Te llamo para ponerte al tanto, ¿ok?
-Claro, ma. Estamos en contacto… y nuevamente muchas gracias por este sacrificio que harás por mí.
-No es nada, mijo. Descansa. Te mando un beso.
-Y yo otro, mami. Hasta mañana.
Colgué el teléfono y no cabía de la emoción. ¡Por fin iba a estar de nuevo con mi bebé! No me sentiría más sola y sobre todo, estaba contenta de poder ayudar a mi hijo a salir de ese estado de depresión en el que estaba. Sin embargo, en ese entonces no sabía hasta qué estaría dispuesta a hacer por Alberto, hasta que lo fui descubriendo una vez que me mudé con él.
Continuará…