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Profesora particular (5: Primera parte)
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Este lunes me disgusté cuando leí el mensaje de Manuel en el que me decía que el martes no fuera antes a “darle clases” a él sino hasta la hora del repaso a Fernando. Y que ya me diría cuándo reanudaríamos nuestras “clases”. Dudaba de si es que no podía recibirme por tener demasiado trabajo y no poder ir antes a casa o es que ya no me deseaba ni quería verme. Quizá después de saciar su capricho tan especial el jueves conmigo, ya no querría que fuera más a “enseñarle”. Quizá piensa que soy una puerca por haberme dejado hacer “eso” y darse cuenta de que me gustó tanto o más que a él.

Me conoce desde muy pequeña y seguro que siempre ha pensado que soy una chica educada y fina, pero ahora a lo peor se avergüenza de mí y cree que soy una guarra. Incluso temo que pronto me diga que tampoco quiere que vaya a dar clases a su hijo porque no quiere para él a una cerda como profesora particular. O es que a lo mejor su esposa sospecha algo y no quiere que nos descubra. Ay, no sé, en fin. Lo cierto es que el viernes quedé muy sorprendida cuando recibí su transferencia con una buena cantidad de dinero. En el concepto escribió: “Tu c… bien lo merece. Fue genial. ¡Gracias!”. No sé si la “c” significaba “cariño” o “culo” o qué. ¿Tú qué crees, lector?

En fin, el martes fui a dar la clase a Fernando. Vestí muy elegante, pero esta vez nada provocativa. Voy probando maneras de vestir para ver si el chico se fija más en mí. Al terminar, me dijo:

– Ah, Esther, ahora recuerdo que mamá me dijo que antes de que te fueras, pasaras a hablar con ella.

– Con tu madre? Y con tu padre, ¿no?

– Él trabaja hasta tarde, Esther.

– ¡Ah, ya! Pues vale. Después voy.

Temí lo peor. Me supo mal que Manuel no se apresurara a llegar a casa para al menos verme, como había estado haciendo desde el principio. Y me preocupaba que Lole quisiera hablar conmigo. ¿De qué? ¡A ver si es que se había enterado de mis encuentros con su marido! ¡O el que había tenido antes con su hijo mayor!

– ¡Hola, tita! – le doy un besito algo nerviosa.

– ¡Hola, Esther! ¿Te ha dicho algo Fernando?

– No, bueno, sí… que querías verme.

– ¿Y nada más?

– No, o sea…

– ¡Ay, este chico! ¡Mira que es tímido!

– Sí, mucho, je, je – aun asustada.

– Bueno, me lo imaginaba, ya quedamos que te lo diría yo.

– ¿Qué, Lole? – intrigada.

– Mira, el viernes damos una fiestecita para el cumpleaños de Fernando, en el jardín, con la piscina y eso. Y a él le gustaría mucho que vinieras. Pero no se atreve a invitarte.

– Ah! ¡Es eso! – me quedé muy aliviada. – Bueno, no sé. Quizá yo… o sea… pero… creo que él estará más cómodo con sus amigos y eso, de su edad. Y seguro que vendrá alguna chica que le guste.

– No, no, ya te digo. Es una pequeña fiesta, familiar. Estaremos nosotros cuatro, la novia de Leo, mi hermana y su esposo y sus hijos. Y tú. Él lo celebra con sus amigos otro día, en un bar y eso. Y que sepamos, a Fernando no le gusta ninguna muchacha en especial ni tiene novia ni nada que se le parezca.

– Ah, bueno… no sé… ¿Qué le parecería al tito que yo viniera? – temía que a él le disgustara verme allí. O que le violentara.

– A Manuel? ¡Pues seguro que estará contento si vienes! Está muy satisfecho contigo, habla maravillas de ti, desde que eras una cría. ¡Y ahora, más! Bueno, a todos nos encantas. Y ya te digo, preguntamos a Fernando y nos dijo que le gustaría que asistieras. Te ha cogido mucho cariño. Para él eres como de la familia. ¡Para todos! Pero bueno, si no te va bien…

– No, no, o sea… ¡me encantará venir, tita!

– Pues todos contentos! ¡Tráete el bañador para la piscina!

– ¡Oh, pero el agua estará muy fría!

– Para tomar el sol! Y no te preocupes, la piscina está climatizada. ¡Si hace buen día, seguro que todos nos bañamos!

– ¡Pues vale, tita! – me despido con dos besitos.

Ansiaba que Manuel me dijera que fuera antes el jueves o al menos mandarme algunas palabras, pero nada. Fui a dar la clase a Fernando y cuando le dije que ya nos veríamos el viernes, el chico se puso colorado de vergüenza:

– ¡Me dijo tu mamá que había sido idea tuya invitarme!

– ¿Ah, eso te dijo? Bueno… quizá sí. ¡A todos les pareció bien! – avergonzado.

– Ya, ya. Y yo, encantada, ¡Fernando! ¡Nos vemos mañana, guapo!

– ¡Adiós, Esther! -colorado como un tomate y con ilusión en la cara.

Al salir de la habitación, me disgustó que Manuel no estuviera allí tampoco, al menos para despedirme. Parecía evidente que se había cansado de mí. O que le defraudé al dejarme hacer aquello, que seguramente pensó que soy demasiado fácil. ¡Y demasiado puerca! Pero fue él quien insistió e insistió. Aunque es cierto que me encantó, eso sí. En fin.

He pensado qué ropa y qué bañador llevar a la fiesta. Por un lado, querría ponerme un vestidito para gustar a Fernando y a Manuel, pero no debía ser demasiado atrevido, que allí iba a estar Lole y más miembros de su familia. ¿Y qué sería mejor? ¿Un traje de baño o un bikini? He estado mirando en mi armario. He decidido ponerme el vestido verde claro, con falda corta pero no micro y bastante escotado, pero no mucho. Vaya, que sea sugerente y sexy, aunque no enseñe demasiado. Pero me doy cuenta de que la mayoría de los bikinis son demasiado provocativos. Para la playa ya están bien, pero para la piscina y una fiesta familiar, no son adecuados, no.

Y con los bañadores me pasa igual. Enseñan más que tapan. Tengo también los de natación, pero tampoco son indicados para el caso, claro. Al final escojo el bikini rosa eléctrico, el único que no tiene las braguitas tipo tanga, aunque la parte de arriba es minúscula. Cuando me lo pruebo, me sorprende ver cuánto me ha crecido el pecho desde el verano pasado porque me salen algo las tetas por los lados y apenas me cubre los pezones y aureolas. ¡Uy, y también se me ven algo los pechos por debajo! Podría ponerme la parte de arriba de otro bikini, pero no me gusta combinar. Bueno, a quien no le guste, ¡que no mire!

– ¡Ya conoces a mi hermana Juani y a su marido Lucas, Esther!

– ¿Te acuerdas de nosotros, hija? – Juani me da dos besos.

– Sí, sí, ¡Juani! ¡Hola!

– Cómo has crecido, Esther! – dice el esposo.

– Pues sí, claro, ¡Lucas! ¡Es que ya no soy una niña!

– No, no, ¡eso salta a la vista!- diría que me mira el pecho?- Ja, ja, ¡ja! Estás muy guapa!

– Sí, toda una mujercita, ¡y muy bonita! – afirma su mujer.

– Gracias, Juani.

– Sí, sí, ¡guapísima! – corrobora su marido mientras me mira los muslos y seguro el culo al darme la vuelta para saludar a sus hijos. ¡Vaya con el tío Lucas!

– Y tu debes ser… Jorgito!

– ¡No, Esther! ¡Yo soy Ángel!

– ¡Ah, Angelito! ¡Pero si ya estás hecho todo un hombrecito!

– Ya tengo los dieciocho!

– Jorge soy yo, Esther!

– ¡Ah, hola, Jorgito! Así tú ya tendrás…

– Veinte recién cumplidos!

– Ah, así más o menos como Fernando. – nos damos besitos i él se acerca muy descarado.

– A que están hermosos mis sobrinos!

– ¡Sí, Lole, muy guapos!

– Mira quien llega! – exclama Lole al ver que entran Leo y su novia- ¡Oh, Bea! ¡Tu tan guapa como siempre!

– ¡Gracias, Lole! ¡Tu también estás guapa!

– ¡Je, je! ¡Leo, presenta tu novia a Esther!

¡Lo cierto es que Bea es todo un pivonazo! ¡Vaya con Leo! ¡Hacen muy buena pareja, la verdad! Él me quiña un ojo y me hace un gesto juntando las manos que interpreto como que por favor no diga nada de lo que tuvimos ese día.

– Y Fernando? -pregunto.

– Está con su padre, los dos al mando de la barbacoa. Ve a saludarle, si quieres.

– ¡Sí, sí! – salgo al jardín y me encuentro a Manuel solo.

– ¡Hola, Esther! ¿Ya llegaste?

– ¡Hola, tito! – voy a darle un beso en los labios, pero aparta su boca y se lo doy en la mejilla.

– Esto pronto ya estará a punto! Ve a tomar algo con los demás, hija.

– ¿Me echas, tito?

– No, no, pero aquí hace calor.

– Ya. Bueno. ¿Y Fernando?

– Ha entrado a buscar más salchichas.

– Ah! ¿Estás bien, tito?

– ¡Sí, claro! ¿Por qué lo preguntas?

– Bueno, como… o sea… esta semana no…

– ¡Ah, mira, aquí está el pequeñín de la casa!

– ¡Hola, Esther!

– ¡Hola, Fernando! – le doy un par de besos en la mejilla y él se ruboriza – ¡Felicidades, hombretón!

La comida transcurre sin mucha historia. Luego sacan el pastel y le cantamos la canción y eso. Antes de soplar las veintiuna velas, él pide un deseo. Aunque es secreto, me mira por un instante y me ilusiona pensar que el deseo tiene que ver conmigo (algún tiempo después supe que así fue). Le damos los regalos y se le ve muy feliz. Parece que le gusta el videojuego que le regalo para su consola de ultimísima generación. Nos damos dos besitos. Diría que me mira el pecho y me huele. ¡Qué bien!

– ¡Anda, niños! ¡Es hora de ir a la piscina! – anuncia Lole. – ¡Venga, a ver quien es el primero en inaugurar la temporada!

– ¿No estará muy fría, Lole? – pregunta Juani.

– Que va! ¡Y con este sol!

– ¡Yo, si no os importa, antes iré a echar una siestecita!

– Manuel, tú y tus siestas!

– ¡Déjale, Lole, pobre! ¡Trabaja toda la semana! Es normal que hoy que puede… -le defiende Juani.

– Sí, la verdad es que últimamente está muy cansado – exclama Lole.

– Agotado! -diría que lo dice por mí porque me mira – Luego vengo y me baño.

– Yo me tengo que poner el bikini. – digo a Lole.

– ¿Ah, no lo llevas puesto? Fernando, acompaña a tu maestrita particular a que se ponga el bikini.

– Sí, mamá. ¡Ven, Esther!

Fernando me conduce a una habitación.

– ¡Vale, gracias, Fernandito!

– ¡Hasta luego, Esther!

– Hasta ahora. No te quedes por aquí a espiar como me cambio, ¿eh? ¡Je, je, je!

– Eh? ¡No, yo nunca haría eso! – se sonroja.

– Es una broma! ¡Pero si quieres… ja, ja, ja! Por mí… o sea…

– ¡No, no… me voy! – rojo como un tomate.

Dejo la puerta entreabierta por si el chico quiere ver cómo me desnudo, pero nada, oigo que se aleja. ¡Vaya! ¡Yo que quería ofrecerle un buen striptease! Seguro que la habría encantado!

Cuando ya llevo puesto el bikini y salgo de la habitación, veo que él está en la cocina.

– ¡Hola, guapo!

– ¿Ah, ya terminaste? – se sorprende al ver casi todas mis tetas. El bikini apenas cubre mis pezones.

– Qué haces? – me acerco tanto a él para que sienta mis pechos pegados a su espalda.

– Estoy… preparando … esto… unos mojitos y unos gin-tonics. – titubea nervioso y seguro que excitado. Pero se aparta.

– Ah! ¡Buena idea! – hago para que disfrute de la vista de mi escote y él abre mucho los ojos y creo que me vuelve a oler. ¡Qué rico! Estoy a punto de ofrecerle mis pechos para que me los mame. ¡Esto sí que sería un buen regalo de cumpleaños!

– Yo… esto… ve, Esther, vengo enseguida.

– Espera, si quieres yo…

– No, no, ve con los demás.

– Vale, vale, ya veo que molesto.

– No, no es eso, no. Ya casi termino.

– ¡Ya, vale, vale! – él se lo pierde, pero el caso es que yo, también.

Me alejo de él caminando muy sensualmente porque estoy segura de que mira el culo. Paso por delante de una habitación y veo a Manuel tendido en la cama. ¡Esta es la mía!

– Hola, tito. ¿Estás dormido?

– Eh? ¡Ah, hola, Esther! No, todavía no.

– Te gusta mi bikini? – me exhibo ante él.

– Sí, estás muy guapa. ¡Bueno, tú siempre estás guapa!

– Gracias!

– ¡Y con tan poca ropa, aún mejor!

– ¡Oh, je, je! – Me acerco para darle un beso y para que admire mi pecho.

– No, no, Esther, ve con los demás.

– Es que no te gusta verme en bikini?

– ¡Pues claro que sí, hija! ¡Este bikini es muy bonito! ¡Pero me gusta más la parte de arriba, la verdad!

– Es minúscula!

– ¡Sí, je, je, precisamente por eso, ja, ja!

– Quizá crees que no es adecuada!

– No, no, al contrario. Un pecho tan bonito no debe esconderse.

– Qué amable!

– Es la verdad. En cambio, las braguitas, no sé, me parecen demasiado…

– Ya, sí, pero es que los otros bikinis que tengo… o sea… los llevo en la playa… pero es que son tipo tanga… micro… me gusta que me de el sol en todo el cuerpo. Por detrás son poco más que un hilo dental.

– ¡Pues seguro que la parte de abajo me habría gustado más que la de este, je, je! – me guiña un ojo. – ¡A ver, acércate, venga! ¡Vamos a arreglar la cuestión de tu bikini! – me acerca a él y me baja las bragas y me las quita.

-Tito! ¡Pero…!

– ¡Vale, ahora estás más sexy, ya puedes ir a la piscina, ja, ja, ja!

– Pero… cómo quieres que…? O sea… ¡No puedo presentarme ante todos sin bragas!

– Pues yo no te las pienso devolver! – se las acerca a su cara y las huele con cara de satisfacción. – Te las acabas de poner y ya huelen a hembra en celo! ¡Hala, ve, ve a la piscina, cerdita!

– Pero ¿cómo quieres que…? ¡Pensaran que soy una fresca!

– Pues toma esta toallita y te cubres con ella.

– ¡No, tito! ¡Pero si es poco más que un palmo de tela! ¡Ay, de verdad! ¿Tito, y esto? – me doy cuenta de que la sabana que le cubre forma una tienda de campaña.

– ¡Sí, mira! – aparta la sabana y muestra su pene totalmente empinado – Siempre me desnudo para dormir, aunque sea para una siesta. I al verte así… casi sin ropa y viendo que estás en celo…

– ¡Tito, ay, por favor! ¡Venga, si me devuelves las braguitas, te la chupo, va!

– Seguro que te mueres de ganas, pero no. ¿Qué iban a pensar si tardas tanto en salir?

– Será un momento… o sea… verás como… – me relamo y me acerco a él y me inclino para…

– No, no, ve…

– ¡Ay, tito, es que mira como estoy! – aparto unos milímetros la parte de arriba del bikini para que me vea los pechos con los pezones tiesos y levanto la pelvis para que me vea el sexo chorreando.

– ¡Oh, hija! ¡Es que eres una calentorra! ¡Te resbala el flujo por los muslos!

– ¡Ay, sí tito! – me acerco a él y le tomo una mano y se la acerco a mi sexo y se la empapo con mis jugos mientras hago que la otra acaricie y agarre mis tetas! ¡Le tomo la verga y la empiezo a masturbar! – ¡Hazme correr, tito! ¡Corrámonos juntos!

– Pero Esther! ¡Que nos descubrirán!

– ¡Tito, méteme los dedos, así, así, ah, va, oh… yo ya estoy a punto… ah, me muero, así, más, más! ¡Ya, ya! ¡Oh! – tengo un orgasmo bestial y le lanzo chorros y mojo la cama mientras le masajeo con las dos manos su miembro que sigue creciendo, aunque parezca imposible.

– Va, Esther, déjalo, va…

– ¡Oh, pero tito!

– ¡Ya está, ya te has corrido, va guarrita, deja mi polla tranquila!

– Pero… o sea… si estás… será un instante… deja que te la…

– ¡No, no, venga, cúbrete con la toallita y vete, que verán que tardas mucho! – me pone bien la parte de arriba del bikini.

– ¡Pero esta toalla… o sea, es muy pequeña, si casi no me tapa nada!

– Es lo que hay! ¡Anda, ve!

Salgo a la piscina y veo que aún nadie se baña. Leo está muy acaramelado con su novia que lleva un bañador verde pistacho muy atrevido. Por detrás se le ve todo el culo. La verdad es que es muy atractiva. Se están dando besitos y caricias, sonriendo, acariciándose. Los tres chicos, Fernando y sus dos primos, están al lado de la piscina con los pies en el agua. Diría que me están mirando. Es más, tienen la mirada fija en mi pecho. Y en la toalla que es poco más que una microfaldita y sin nada debajo. Por poco que me mueva me lo verán todo. La verdad es que me gustaría. Y a ellos les encantaría. ¡Seguro que se correrían solo con ver mis tetas y mi coño! ¡Y mi culito! Ante todos los chicos tan guapos, estoy tentada en apartar la toallita y… pero no, claro, aquí no puede ser. Lole exclama:

– Esther, sí que has tardado, hija!

– Sí, bueno, o sea…

– Qué, te atreves a ser la primera en bañarte?

– Eh? Yo… bueno… no, de momento… – ¡no puedo ir al agua sin bragas, aunque me iría bien para refrescarme, que estoy ardiendo como una mona caliente!

– ¡Pero deja la toalla, hija! ¡Sí que eres tímida!

– No, no es eso… o sea… después… si acaso… luego.

Me doy cuenta de que Fernando y sus primos miran fijamente mis pechos y me estoy excitando todavía más. Diría que de tan cachonda se me están hinchando y de un momento a otro mis tetas saldrán disparadas del minúsculo sostén. Incluso Leo deja de besar a Bea y abre los ojos como platos y me mira descaradamente. De alguna manera, me gusta porque, la verdad, sentía algo de celos al verle tan cariñoso con su novia. No me sorprende descubrir incluso que el tío Lucas también me mira medio disimulando. Seguro que todos desean que aparte la toallita. Se deben imaginar que llevo unas braguitas tan minúsculas como el sostén. Pero ni eso. ¡Qué sorpresa se llevarían! ¡Les iba a enloquecer!

– ¡Venga, Fernando, a ver si animas a Esther a bañarse! – dice Lole.

– Esther, quieres meterte en la piscina? – pregunta obediente el muchacho. – Sí?

– ¡No, no, Fernando, ahora no! – la verdad es que me muero de ganas de meterme en el agua, a ver si se me pasa la calentura. Y más cuando me sorprende al ver que a los tres chicos no para de crecerles el paquete, aunque intentan esconder su erección.

– Pues nosotros sí nos bañamos! – dice Jorge y se meten los tres en el agua de golpe – ¡Oh, está buenísima! ¡Venga, Esther, ven con nosotros! ¡Y tú, Bea, va!

– ¡No, yo no, quizá después! – me gustaría estar con ellos tres en la piscina, tres chicos tan guapos y a los que compruebo que les excito; seguro que serían la mar de cariñosos y juguetones conmigo. ¡Vaya jugarreta me ha hecho Manuel guardándose mis braguitas!

– ¡Va, Leo! ¿No? ¡Pues yo sí me meto en el agua con los chicos! – muy coqueta, Bea va a la piscina. Su novio se queda en la tumbona. – ¡Ay, qué fresquita! ¡Oh! ¡Ay! ¡Ah!

– Que va! ¡Está muy buena! – contesta Ángel y no sé si se refieren al agua, a Bea o a mí.

Yo también me estiro en la tumbona intentando que la toalla no permita que nadie se de cuenta que no llevo nada debajo. Decido que me voy a ir enseguida porque estoy en una situación incómoda. Y más cuando oigo que Leo dice a su tío Lucas.

– ¡Sí, está muy buena! Y ya te digo, me extraña que no se aparte la toalla porque a ella le gusta mucho exhibirse.

– ¡Ya, me sorprende ver que casi enseña todas las tetas!

– ¡Ya te digo, tío! ¡Y mira que están para comérselas!

– Yo, porque estoy casado con tu tía, porque si no…

– ¡Ja, ja! Es muy atractiva y sexy, ¿verdad?

– Me parece que tu… si no tuvieras novia…

– ¡Pues la verdad es que… aunque tenga novia, no le haría ascos, ja, ja, ja!

– Qué más quisieras! ¡Seguro que es de esas calientabraguetas, de las que le gusta que todos la miren y luego, nada de nada!

– ¡No creas, tío, es verdad que le gusta exhibirse, pero ella es muy fresca y creo que se lo monta con más de uno! ¡Y sin ningún reparo!

– A sí? ¡Vaya con la profesora! Así, aún me sorprende más que no se quite la toallita.

– Será para hacerse la interesante! Miraré de descubrir qué misterio oculta.

– ¡Bueno, yo me voy a bañar que este pivón me ha puesto a cien! – dice Lucas a su sobrino mayor.

– Está muy buena y lo sabe. ¡A todos nos ha excitado! ¡Es muy exhibicionista, tío!

– ¡Pues sí nos ha salido guarrita la chica, sí!

– ¡Sí, ja, ja!

Oír esta conversación me duele. ¡Será cabrón este Leo! Aunque debo reconocer que ver que les gusto tanto me ha calentado como si estuviera en un horno. Pero bueno, pierdo un poco el mundo de vista porque me duermo en la tumbona.

– ¡Eh! ¡Leo! ¡Qué haces? – me despierto sobresaltada al notar que agarra la toalla y me la aparta unos centímetros.

– ¿Cómo? Esther! ¡Pero…! Si… tú… no… vas sin…

– ¡Calla, calla, por favor! ¡Nadie se ha dado cuenta! – me tapo enseguida.

– Pero… ¿cómo vienes aquí sin…? ¡Esther!

– No digas más! ¡Tiene una explicación! Ya te lo contaré… o sea… otro día.

– ¡Ahora… estoy intrigado! – y levanta la voz para que todos le oigan– ¡Esther, ven, ya que no te bañas, entra conmigo a preparar algunas bebidas más, venga!

– Vale, Leo, sí, te ayudo. -digo en voz alta, ruborizada, y le sigo procurando que no se me vea nada.

En la cocina, intento inventar alguna cosa que convenza a Leo. No puedo decir la verdad.

– ¡Mira, Leo, el caso es que… oh, ¡Leo! ¡No! – el muy cabrón me aparta la toalla de golpe y quedo desnuda ante él. Se la queda.

– ¡Así estás más guapa, Esther!

– ¡Pero Leo! – me tapo como puedo con las manos. Él me las toma y las aparta. – ¡No! ¡Devuélveme la toallita por lo menos!

Bueno, hasta aquí la primera parte de “Profesora particular (5)”. ¿Te ha gustado? ¿Deseas ver cómo continúan mis aventuras en el día del cumpleaños de Fernando? ¡Verás que la cosa se pone mucho más caliente todavía!

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