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Mi edad más cercana a los cuarenta que a los treinta. Físico el normal de un casi cuarentón. Imaginen, con presbicia, con pronunciadas entradas y por si fuera poco, el esfuerzo por dejar el tabaco terminó en un aumento de peso. En cuanto al sexo siempre mantuve la teoría que estaba sobrevalorado a su importancia en la vida real. Soy alto sin exagerar, acostumbró a llevar barba de una semana. Por la naturaleza fui bien correspondido en cuanto a medidas de lo que viene siendo la chorra. Soltero, burlón, socarrón, de tomar vinos diariamente, como homenaje a la vida, y con amplio sentido del humor ácido e irónico.

Tengo una inmobiliaria con una chica en nómina, me ayuda media jornada para poder desplazarme a enseñar los pisos o lonjas. Ella es guapa, resultona, casada y con dos hijos. Se cuida, hace deporte, me aguanta desde hace mas de diez años.

Tengo delante de mi mesa de trabajo un amplio ventanal que da a la calle porticada, una de las principales de la ciudad. Es como inmenso escaparate y por mi sentido de la observación dedico muchas horas a observar, escudriñar gente, dejar volar mi imaginación que es fluida, muy propensa al ensueño de situaciones eróticas y calientes.

Todas las mañanas veía pasar a una chica sobre los veinticinco años. Pelo rizado en melena suelta; siempre que el tiempo permite, con camisetas de vivos colores sin llegar a ser estridente. Pantalones ceñidos que le sientan perfectamente bien, es de pierna larga, culo respingón bien puesto, divinamente proporcionado. Morena de ojos oscuros de misterio, dientes perfectos con una sonrisa cautivadora con cierto mohín pícaro que enamora. Camina con paso largo y decidido, haciendo sonar sus tacones ruidosamente contra el pavimento. La veo venir todas las mañanas de frente a mi observatorio, bamboleándose con un movimiento de contoneo rabiosamente erótico y sensual, la cadencia que marca el suave vaivén de sus pechos, me hace pensar que sus sostenes son delicados, con lisura, sin demasiadas costuras ni alambres, llamándome poderosamente la atención como le marca en el pantalón graciosamente la braga.

Cierto día abrió la puerta entrando a la oficina, pidiéndome por favor, poder utilizar el servicio.

– Hola, buenos días, ¿me dejas utilizar el servicio? es que están todas las cafeterías a estas horas cerradas y no me aguanto.

– Naturalmente, le respondí, pasa por aquí.

Acompañándola hasta el servicio, entrando con ella para comprobar si estaba todo en orden, verificando que había toallas y papel, una inspección que se dice. Allí la dejé volviendo a mi despacho.

Trascurrido cierto tiempo y sin tener noticias de ella volví a recorrer el pasillo llegando hasta la puerta y golpeando con los nudillos pregunté:

-¿Estas bien?, ¿Te pasa algo?…

No obtuve contestación, volví a golpear la puerta de madera, todo fue silencio y me inquiete. Moví el picaporte entrando con cierta preocupación.

Estaba allí delante con los vaqueros por las rodillas, destacando el color blanco de sus impolutas bragas y su blanca camiseta. Mis ojos fueron rápidamente a su entrepierna, era un perfecto triangulo. Tenía el pubis poblado, negro zaino, vello corto y rizado, diría que elegante, destacando en el contraste con la blancura de su vestimenta, dando en el sobresalto como una especie de hipido que me sonó a disculpa celestial.

– He perdido la lentilla al intentar subirme los pantalones, no la encuentro, no veo bien con una, ayúdame por favor, tengo una reunión muy importante.

Si la situación me ocurre hace unos años me hubiera puesto rojo exagerado, provocándome una erección gloriosa para el eterno recuerdo y sufrimiento de la cremallera.

– No te muevas, no sea que la pises o se pierda entre los pliegues de la ropa. Estate quieta tal estatua.

Me puse de rodillas y mi vista no es precisamente de águila, pero la vi encima de una doblez del pantalón bajado. Casualidad.

– Hay suerte, aquí está, por cierto, ¿Como te llamas? No ha habido presentación formal -comenzando a reírme con cierta guasa.

– Me llamo Ruth -contesto con cierta sonrisa pícara, al mismo tiempo las manos sujetaban sus pantalones.

– Me llamo Arturo, respondí

Con delicadeza y sumo cuidado pude hacerme con la lentilla, mientras ella se acomodaba la ropa con decisión y rapidez.

-¿Qué hago con ella?

-Espera un momento, me dijo, tengo que coger del bolso el líquido para limpiarla.

Terminó de recomponerse empezando el rito de la limpieza de su traviesa lentilla, mientras volví a mi mesa de trabajo. Al rato apareció en el despacho con una sonrisa cautivadora, y un cierto arrebol en el rostro.

-Menudo espectáculo he dado, estoy avergonzada. Bueno… ¡no es cierto!, estoy divertida por como ha ocurrido todo.

Siguió con su mirada alegre transmitiendo picardía. Dando una vuelta gloriosa por todo el despacho, mirando por todos los lados, se acercó agachándose y dándome un beso cariñoso en la mejilla.

– Juro que volveré -una risotada inundó la estancia.

Desde la puerta, girando, me lanzó un beso y desapareció tras pronunciar la frase que sonaba como amenaza.

– Volveremos a vernos pronto.

Era viernes, noche cerrada cubierta de negros nubarrones que presagiaban tormenta. No tenía todas las luces encendidas, pero tampoco era una penumbra. En un momento apareció ella, Ruth, perfectamente maquillada, una blusa vaporosa en negro de tenue transparencia que fijándose era fácil adivinar sus pezones. Pantalón amplio de seda blanco ligero y sutil, dando la sensación de ir flotando en el ambiente. Estaba desconcertado, miró a izquierda y derecha acercándose con decisión al cuadro de luces, bajó con decisión el interruptor general y todo oscureció.

– Cierra la puerta me dijo – obedecí al instante caminando con prudencia para no darme con algún cajón abierto en la espinilla.

Ruth situándose detrás de la mesa, sin decir ni una palabra se bajó los pantalones y a continuación el culote blanco de delicados encajes. Apartó bruscamente papeles y carpetas cayendo al suelo. Apoyó los codos encima de la mesa, dejando expuestos y libres sus rincones íntimos. Enfrente de sus ojos, el inmenso ventanal a la calle con el transito habitual a esas horas.

– He quedado a cenar, tengo algo de prisa, empecemos.

Me puse detrás, me quité los pantalones, calzoncillos y calcetines. No hay nada más antiestético y cutre que follar con los calcetines puestos. Entre sus manos tenía el bolso, que abrió y del mismo sacó un condón dándomelo por encima de su hombro.

– Toma ponte esto, he pensado que en la oficina no dispondrías de algo básico y elemental para la seguridad laboral. Por la oscuridad y postura no pude fijarme en su rostro, imaginé su gesto desenfadado y la vez lleno de lujuria.

Acercó sus dedos a sus sugerentes y provocativos labios pringándolos de saliva que llevó directamente a su coño, recuperando nuevamente la postura segura sobre sus codos. Con una gran risotada dijo de forma resuelta y decidida.

– ¡Proceda usted!

Poniendo mi pecho sobre su espalda, apoyé mi peso sobre una mano, mientras con la otra guiaba mi polla hasta su hendidura que emanaba un perfume agradable de hembra excitada. La cosa fue rápida. Agarre fuerte sus mullidas tetas comenzando un baile frenético de mete y saca, ella murmuraba alientos y jadeos contenidos hasta que estalló de placer chorreando sobre mi pubis, al poco tiempo grité un viva España, y terminamos. En la misma postura rebuscó en el bolso sacando con elegancia un clínex para su raja.

Subiéndose la ropa interior y el pantalón, recompuso la ropa y el pelo, acercándose hasta mi persona. Continuaba desnudo de cintura para abajo, agarrándome con fuerza el desvaído y morcillón cipote, mientras acercaba sugerentemente su boca a mi oído dijo:

– La próxima vez te lo voy a comer.

Dando media vuelta marchó marcando campaneo que interprete como mensaje que había ganado el primer combate.

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