Se cerraron las puertas y todo se volvió oscuro, cuando la vista se adaptó a esa falta de luz empecé a vislumbrar sombras que se movían al son de la llama de las velas.
Mi sensación de ahogó se transformó en una sensación de ser observada, desde lo lejos, desde algún rincón de aquel lugar que parecía no tener fin. Pero no podía ver nada, no podía ver a nadie…
A medida que pasaban las horas, el calor empezaba a hacer acto de presencia, me pesaba la ropa, las gotas de sudor se dejaban dibujar sobre mi frente, mi cuello, mi escote. Tuve que empezar a desabrocharme la chaqueta y pasé a quitármela después, la camiseta se me quedaba pegada al cuerpo marcando mis pechos y mis pantalones ceñidos me apretaban tanto que tuve que quitármelos también, necesitaba respirar aire fresco…
De repente una de las velas se apagó con una corriente de aire venida de no sé dónde y se dejaron escuchar unos pasos que acabaron a mis espaldas.
No podía moverme, el miedo me había paralizado a la vez que el calor me seguía subiendo por todo el cuerpo.
Una respiración aterrizó a la altura de mi cuello, haciéndose cada vez más y más profunda, más intensa, y cerré los ojos como si eso fuese a evitar que aquello siguiese pasando… pero seguía estando ahí, acompañándose de una mano que inició un recorrido a través de mi espalda, desde abajo, metiéndose por dentro de la camiseta hasta alcanzar el cuello y volver a bajar para seguir su recorrido hasta alcanzar mis pechos; primero uno y después el otro, apretándolos con fuerza, pero sin hacer daño.
Sus dos manos habían aterrizado completamente sobre mi cuerpo sin yo poder hacer nada para esquivarlas. Me giró despacio hasta acabar frente a él, en ese momento abrí los ojos y a pesar de la ausencia de luz comencé a ver su cara dibujada entre sombras, entre lo poco que podía distinguir era su mirada intensa, capaz de dar órdenes sin emitir una sola palabra, sin hacer un solo gesto.
Empezó a rasgar mi camiseta, el sonido me pareció hasta rítmico, acompasado al tempo del latido de mi corazón que cada vez se aceleraba más.
En el fondo, me había provocado tal sensación de deseo que el sonido pausado y profundo de esa respiración me estaba volviendo loca, tanto, que me dejé llevar como una corriente que te empuja, o unas olas que te envuelven… y así me fui acercando con mis labios en busca de los suyos y los rocé y tímidamente los besé.
En ese momento, me levantó por los aires, me cogió en brazos y se dirigió con paso firme hacia algún rincón de ese lugar: tres, cuatro, una docena de pasos, no sé, se me hizo eterno. Cuando paró, me dejó sobre una superficie rígida y fría provocándome tal escalofrío que recorrió todo mi ser.
Me puso allí tumbada, boca arriba, sujetándome las manos a algún punto por encima de mi cabeza dejando mis brazos ligeramente extendidos e incapaces de soltarse.
Yo, allí tumbada, sin poder hacer nada, perdí el habla, no era capaz de emitir una sola palabra, tan fácil me podría haber sido decir por qué, el porqué estaba privándome de mi libertad de movimientos. ¿Por qué me había atado de pies y manos si en realidad tan sólo le hubiese hecho falta decir una palabra y me habría entregado a él?
Desde esa posición, le pude observar, él me miraba, de arriba a abajo como si no supiera por donde atacar, hasta que lo hizo. La única pieza de ropa que me quedaba puesta la rasgó de un tirón lanzando el tanga hacia algún lugar de ese cuarto. Sus manos, de nuevo aterrizaron sobre mi, empezaron a recorrer la cara interna de mis piernas extendidas, abiertas. Sus dedos acariciaban cada centímetro de mi piel, subiendo lentamente hasta llegar a la parte que hacía poco se había sentido protegida por un pedazo de tela ya inexistente, jugaron un rato, se asomaron por mi interior a modo de presentación pero siguieron su recorrido por cada uno de mis costados, los dedos, que hacia un momento habían traspasado las puertas de una intimidad que creía protegida, se cambiaron por unos labios una lengua, una lengua que compartió su humedad con la mía, una su lengua que me estaba quemando, por dentro hacia fuera… con impotencia trataba de arquearme como si eso fuera a alejar aquella llama.
Por un momento paró y esos labios y esa lengua, aterrizaron sobre mi boca, ardiente, deseosa de más. Sus besos, su saliva, me refrescaban en cierta manera sin sofocar en absoluto mi deseo despertado.
Se echó sobre mi, cargó parte de su peso sobre mi cuerpo desnudo y percibí el suyo, también desnudo, su pecho rozaba el mío, y su aliento me tenía tan aturdida que me hacía tener la sensación de estar flotando bajo sus besos… hasta noté como entró con fuerza y se acopló dentro de mí. Inmóvil y mirándome a los ojos inició de nuevo otra embestida y volvió a quedarse quieto, para dar paso a pequeños movimientos de su cadera, continuos, pero lentos, con una cadencia pasmosa que me hacía gozar a cada instante. Esa cadencia se acompañó con una mayor fuerza y siguió, cada vez más, hasta conseguir sacarme en ese momento todos los gemidos que a lo largo de una vida no había sido capaz de exteriorizar resonando como un eco en ese cuarto que emanaba placer.
Toda esa intensidad, que tan pronto apareció, empezó a alejarse dejándome flotar, y abriendo cada poro de mi piel para dejar salir todo un mar de fragancias y sensaciones que me aturdieron hasta perder mi consciencia.
Cuando desperté, estaba acostada en mi cama, con mi pijama, en mi cuarto y pensé:.. -"a veces los sueños parecen tan reales que la vida misma, a su lado, se queda en una ilusión".