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Primer encuentro con mi cuñada
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Desde hacía varios meses deseaba que se produjese aquel encuentro. Ansiaba con todas mis ganas que se diera la ocasión para estar a solas con ella.

Mi cuñada era una mujer de cuarenta y pocos, de estatura media y complexión fuerte pero sin sobrepeso. Con unas formas muy agradables y un cabello moreno que destacaba.

Además, la caracterizaban unos preciosos rasgos raciales que llaman la atención. Sus atributos más especiales sin duda eran sus enormes pechos.

A mí me gustaba todo de ella y desde siempre le había mostrado mi más sincero afecto. Últimamente, cada vez que la ocasión lo permitía, ambos nos acercábamos algo más de la cuenta y nos rozábamos de forma casi casual pero muy buscada.

Yo solía hablar con ella largos ratos y rodear con mi brazo su cintura. En ocasiones incluso introducía mi mano bajo su blusa dándole suaves caricias en la espalda. Nunca me rechazó, sonreía y dejaba que hiciera.

Aquella tarde ella iba fuera por trabajo con dos compañeros y yo traería de regreso su vehículo desde el aeropuerto. Íbamos cuatro personas en el coche. Por azar yo ocupé una posición en el asiento de atrás y allí vino a parar ella. Llevaba pantalones vaqueros ajustados y camiseta por fuera de la ropa. Delante dos amigos que nos daban conversación y que servían de excusa para no despertar sospechas.

Iniciamos el viaje conversando sin más. Se hizo la noche y llegó la intimidad. En un determinado momento cogí su mano para acaparar su atención mientras le hablaba.

El contacto de nuestras manos sabía a gloria. Normalmente esto habría durado apenas dos segundos, pero ella se mantuvo cercana, recibiendo con agrado mis suaves caricias que iban recorriendo su mano de principio a fin.

Mantuvimos esa postura mientras acercábamos nuestros cuerpos para hablar más de cerca y con voz más baja. Apenas llegaba a rozarla pero la química hacía que todo fluyera.

Nuestras manos cayeron sobre su pierna, apoyé mi mano y al instante siguiente proseguí mis caricias casuales sobre su pierna más cercana.

Ella no decía nada, seguía la conversación sin distraerse. Yo me mantuve tranquilo, con delicadas caricias que viajaban lento de una parte a otra, invadiendo poco a poco la cara interior de su muslo y llegando de forma sugerente a su parte más reservada. Sin duda, estaba atravesando fronteras que delataban deseo mutuo.

Dudé, tragué saliva, respiré y la observé tranquila, complaciente y con una leve sonrisa provocativa. Supe que ambos deseábamos lo mismo. Me resultó imposible contenerme. Dejé que toda la extensión de mi mano la recorriese cálidamente subiendo pierna arriba hasta llegar a zona íntima.

Ella mordió su labio inferior cuando notó como mis dedos sobre su ropa recorrían la zona de su entrepierna. El calor emanaba de forma intensa. Mis dedos leían su anatomía. Se notaban bajo la ropa sus braguitas y su coño, abultado y carnoso, derritiéndose por momentos. Apoyé mi brazo en su torso. Me rozaban sus pechos y mi mano quedó atrapada por ese coño tan jugoso.

Ella se dejó caer sobre el respaldo del sillón. Abrió sus piernas de forma complaciente. Mis dedos viajaron sobre su rajita y fui explorándola sobre el pantalón. Sin demora, desabroché el botón superior y bajé la cremallera. Por fin sentí el contacto de la fina tela de sus braguitas de encaje, introduje mis dedos más adentro y sentí plenamente la humedad de su coño empapado en jugos vaginales.

Rocé durante largo tiempo su coño peludito sin apartar sus bragas. Su respiración se agitaba. Su mano apretaba mi brazo contra sus pechos, su movimiento demandaba más y se lo di.

Subí con mis dedos hasta el borde de su ropa íntima, penetré bajo ellas desde arriba hacia abajo y noté con agrado la tupida selva de pelo que cubría su coño. Tal y como lo había imaginado infinidad de ocasiones cuando le dedicaba una paja. Un delicioso chochito negro y peludo.

Su frondoso coño estaba mojado. Tenía cremoso flujo repartido por la zona de sus labios externos y allí me centré, buscando con mis caricias esparcir aquel néctar para que se llenase todo de su cremoso producto de deseo. Adelantó sus caderas asiento alante, se acomodó y abrió un poco más sus piernas.

Sin reparo alguno froté con mayor intensidad su deliciosa concha. Sus jadeos silenciados me excitaban de forma sublime. Su chocho estaba más y más jugoso por momentos. Mis dedos comenzaron a penetrar en su interior y sentí la suavidad ardiente de su cavidad. Primero uno y luego dos dedos fueron regalando mil delicias a mi querida cuñada. Su coño era carnoso, agradable, generosamente lubricado. El sonido de sus jugos al mezclarse con el movimiento de mis dedos nos puso más cachondos aun.

Creí estallar cuando ella alargó su mano en busca de mi sexo. Algo tan deseado como impensable para mí estaba a punto de suceder. Noté como la introdujo con experiencia bajo mi ropa. Notó mi erección y sonrió maliciosamente. Ella sabía perfectamente lo que deseaba hacer. Estaba dejándome llevar las riendas pero ella dirigía la secuencia.

Comenzó a masturbarme de forma intensa, sin reparo, con fuerza asía mi verga y la frotaba. Y Al mismo compás la frotaba yo. Notando como su húmeda rajita se empapaba cada vez más. Ella me pajeaba con maestría y firmeza. Sabiendo que me haría estallar cuando quisiera.

Añadió más morbo aun y con su otra mano se subió la camiseta y se apartó el sujetador para mostrarme sus tetas. Ella era plenamente consciente de que yo deseaba verlas y mamárselas. Me observaba con cara de ser muy puta y dominar mis pensamientos.

Me dejó admirarla, se exhibió para mí y acto seguido se las empezó a tocar. Me dejó ver como apretaba sus pezones y como amasaba sus impresionantes senos. En esos momentos era una auténtica zorra en celo.

Aquella tórrida imagen aumentó mi deseo y, arqueando los dedos, la froté internamente hasta abusar de su punto G y llevarla a un abundante orgasmo que culminó en un chorro que mojó sus bragas y su pantalón. Sus movimientos espasmódicos delataron su placentera corrida.

Era mi turno. Ella cogió mi mano masturbadora, la llevó hasta su boca y comenzó a chupar sus propios flujos. Esa cara depravada y presa del deseo remataron mi excitación para que mi poya estallase de placer y empezaran a salir chorros de semen de mi verga.

Ella me siguió meneando hasta que salió todo. Sus dedos habían quedado impregnados de mi semen caliente. Los llevó a su boca y los lamió como una loba, regalándome otra inolvidable estampa que anticipaban lo caliente que podía llegar a ser mi cuñada en los meses posteriores.

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Jaime

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