Mi nombre es Jaime y actualmente tengo 47 años. Este es mi primer relato. He optado por dividirlo en varias partes.
El relato que vengo a narrar se origina hace unos quince años, recuerdo que era un soleado sábado de octubre cuando la conocí. Nos presentó una amiga común que consideró que yo era la persona adecuada para asesorarla en ante unas dudas relativas a su futuro profesional. Quedamos para tomar un café y hablar del asunto.
En aquel momento Cristina tenía 18 años y encaraba con ilusión sus pasos hacia una profesión vocacional que yo conocía bien. Ella era una joven muy viva y atractiva, su mirada era tan penetrante, incisiva y despierta que acaparó toda mi atención desde el primer instante.
Conectamos emocionalmente de forma total, solo bastaron unos minutos para que el tono de la conversación y el clima de nuestro encuentro pasasen a ser amigables, embriagadores y cálidos.
Tras aquel encuentro inicial transcurrieron meses colmados de mensajes, llamadas y conversaciones. Debido a mi trabajo, cambié de ciudad, pero no por ello dejamos de mantener contacto Cristina y yo. A lo largo del año nos felicitábamos las fiestas, cumples, nos preguntábamos por las vacaciones, proyectos, amores…
Ocasionalmente conseguimos quedar en alguna cafetería de carretera a mi paso, aunque solo fuese para hablar, mirarnos cara a cara y eso si… despedirnos con el absoluto convencimiento de que lo que mantenía viva nuestra vinculación era una atracción de grado máximo que crecía junto a nuestros meses de amistad.
Cristina cumplía años y fue transformándose en una preciosa mujer, delgada, de melena larga y rubia, ojos verdes brillantes y un maravilloso cuerpo trabajado a través del deporte. Sus pechos eran sugerentes, firmes y recogidos. Su culo impresionante, redondito, duro y bien formado. Su personalidad alegre, desenfadada, valiente, atrevida…
Cuando ella contaba 25 años yo regresé de nuevo a la ciudad, pero lo hacía en circunstancias diferentes a cuando marché ya que venía acompañado de familia. Este nuevo panorama cambiaba de forma notable mi anterior disponibilidad y facilidad para transformar cualquier encuentro en una cita sin límite de horario. Aun así, las complicaciones no impedían que el tráfico de mensajes siguiera siendo fluido, tanto como las consecuencias de nuestras intensas conversaciones a deshoras…
Tras varios intentos, una mañana de primavera nos organizamos para quedar. Cristina salía del médico a media mañana y yo me dirigía a un asunto de trabajo cerca de su residencia.
Como buena cita clandestina, quedamos en el aparcamiento de un área de servicio. Ella me esperaba junto a su vehículo, vestía un ajustado pantalón vaquero que definía su vertiginosa cintura y caderas, destacando un espectacular culo de campeonato. Arriba una camisa de color azul dibujaba sutilmente la forma de sus pechos perfectos.
Tras un rico beso de saludo y unas primeras palabras, ocupé el asiento de acompañante y nos dirigimos en su coche hasta una zona de recreo ubicada en una reserva natural cercana y poco concurrida entre semana. Durante el trayecto ella dejó que mis manos ejerciesen de embajadoras de nuestros deseos y se transformasen en vanguardia exploradora improvisada. Aproveché para deslizar mi mano izquierda sobre sus piernas, nunca antes las había tocado con esa connotación lujuriosa, ella conducía el vehículo y sonreía cómplice. Subí lenta pero intencionadamente a lo largo de sus muslos para detenerme en su entrepierna. Nada la paraba. Mientras conducía sonreía aprobando la expedición y abrió complaciente sus piernas para facilitar mi maniobra, permitiéndome deslizar mis dedos sobre su sexo oculto bajo aquellos vaqueros ajustados. Mis dedos me transmitían la información necesaria para que mi imaginación calenturienta dibujase en mi mente el resto. Yo ya había visto en foto la rajita de Cristina, sabía que le gustaba llevarla despejada de vello púbico, y así la noté perfectamente, también lo abultado de sus labios genitales y el calor que emanaba de su coño.
Llegamos a destino y nos dirigimos a una esquina de los merenderos, entre jarales, y allí pudimos dar rienda suelta a los deseos acumulados tras años de conversaciones, pensamientos pecaminosos y deseos cada vez menos ocultos.
Nos besamos ardientemente. Su juventud plena y acelerada se multiplicaba por la indecencia de mis deseos adultos. Sin cambiar de asiento nos enroscamos, besamos y manoseamos a placer. Desabroché su blusa y pude divisar su precioso sujetador juvenil que apretaba esos pechos duros y aterciopelados que deseaba chupar. Sin parar un segundo aproximé mi lengua hasta el borde del sostén e, invadiendo esa intimidad, proseguí lamiendo lascivamente esas tetitas deliciosas de piel de melocotón. Mi querida amiga se ofrecía al juego de la perversión cachonda perdida. Nuestras lenguas se rozaban con vicio salvaje. Nuestros besos daban cuenta del descaro acumulado y del que éramos presos.
Pasamos a ocupar el asiento trasero del vehículo y seguimos besándonos de forma intensa. Cristina ya sin camisa ni sujetador se dejaba hacer y permitía que mi boca se apoderase plenamente de sus deliciosas tetitas. Las devoré durante minutos saboreando aquellos perfectos pezones de pequeño tamaño. Los mamé, los lamí y los mordí, llegando a disfrutarlos de sobremanera, y mas aun cuando noté por su grosor y dureza el grado de excitación de mi acompañante.
Volvimos al cuerpo a cuerpo de besos cargados de deseo, pasión y lascivia. Ella me desprendió de la camisa, yo desabroché y bajé su pantalón vaquero. La dejé solo con las braguitas puestas. Quedó casi desnuda sobre el asiento trasero del coche, bañada por un espléndido sol de mediodía que le daba un toque angelical.
Me arrodillé para que mi boca pudiese aterrizar cómodamente sobre su vientre, coronar su ombligo y navegar hacia su zona más íntima. Bajé de forma incendiaria sobre la tela de sus bragas. El olor de su excitación volaba desde su interior y penetraba en mis sentidos calentando aun más mi deseo de saborearla toda.
Aparté sus braguitas y mi lengua deslizó lentamente sobre su rajita impregnada de abundante crema blanquisalada cuyo sabor penetró hasta mis entrañas. Abrí sus labios genitales e introduje mi afilada lengua en su interior, rozando intensamente esas delicadas porciones carnosas que generosamente regalaban su jugo a mi boca.
Así fui lamiendo su delicioso chochito hasta iniciar mi ascenso hacia su clítoris. Con mis dedos abrí su capuchón, era pequeñito y coqueto, brillaba ante mis primeros roces linguales acompasados por sus gemidos. Cristina, sin dudar abrió más sus piernas y posó sus manos sobre mi nuca, arqueaba su espalda. Me decidí a llevarla con mi boca a su primer orgasmo y así se lo anuncié: – Quiero que te corras en mi boca cariño.
Sus jadeos subieron de intensidad al son de la potencia succionadora de mi boca. Deseaba sentir su corrida caliente, ansiaba ese regalo. Mi lengua se afanaba en esa empresa y se deslizaba fuerte sobre su coño empapado y depilado. Ella se movía de forma espasmódica, se retorcía de gusto y finalmente se vació sobre mi boca con todas sus ganas. Me entregó una generosa dosis de jugos vaginales, un delicioso chorro que me llenó de sensaciones y anuló mi voluntad.
Solo deseaba lamerlo todo, comerle todo su coño empapado. Chupé cada gota y limpié por completo su entrepierna. Noté como su aceleración llegó al punto máximo hasta quedar fuera de control, sus músculos se tensaron, encogió sus dedos y sus gemidos dieron paso a frases de agradecimiento y placer…
Finalmente la busqué con mi mirada mas dulce para relajarla, y ella me respondió con una sonrisa calmada llena de complicidad y satisfacción antes de continuar.