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Por favor: que manera de interrumpir
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Vamos con un nuevo relato. Como ya les dije, soy Carla de 51 años, de Arequipa, Perú, y esta vez les contaré lo que me sucedió casi de manera increíble. Es que cuando se te juntan pues se te juntan.

Mi relación con mi ahora ex esposo, era tranquila. El, es una buena persona, nos llevamos bien. Su único defecto es no complacerme en la cama. Y bueno, una que necesita estar bien atendida, tiene que buscar fuera lo que no encuentra en casa. Ah, me olvidaba, también es renegón y un poco amarrete.

Yo, soy muy amiguera y no hago mucho distingo entre mis amistades. A pesar de la posición solvente que tiene mi esposo, igual cuento con amigas digamos de toda posición.

El marido de una de ellas, se dedica a la carpintería. Normalmente él hace los trabajos pequeños y cuenta con unos ayudantes cuando los trabajos son mayores.

Roberto, así se llama el maestro carpintero, ya nos ha hecho varios trabajos en casa, y yo estaba fastidia que fastidia a mi esposo para arreglar uno de los escalones de las gradas (rechinaba mucho) y de paso la baranda. Pero Richard (mi cachudito esposo) me contestaba, más adelante, todavía no.

Igual me armé de valor y llamé a mi amiga Claudia y logré que me enviara a su esposo el miércoles. Obviamente a Richard no le dije nada. Una vez que estuviese todo arreglado ya no había marcha atrás y tendría que asumir los gastos.

-Ya entonces amiguita, me envías a tu esposito para que me arregle las gradas…

-Claro, cuenta con él, a las 9 am el miércoles

-Gracias, ya nos vemos.

El miércoles, como todos los días, mis hijos ya se habían ido a la universidad y Richard se levantó algo más temprano, se duchó, mientras yo le preparaba su rico desayuno, que el literalmente devoraba mientras veía las noticias en la tele.

Aquí debo comentarles que normalmente él iba al trabajo en su vehículo (un Peugeot color verde olivo precioso), pero se le malogró no sé qué pieza y el bendito repuesto lo tenían que traer del extranjero, de allí a Lima y recién al concesionario de Arequipa. La cosa es que demoraría un mes y medio en que lo dejaran operativo, así que no le quedó otra alternativa que irse en taxi.

Como es obvio, yo le recomendé a pepelucho para que le haga el servicio de taxi todos los días, así, además, podía continuar haciendo algunas travesuras de vez en cuando.

A la hora de siempre, sonó la bocina del tico. Richard me dio un beso (siempre se despedía así) y no sé por qué pero lo acompañé hasta la puerta.

-Buenos días señora Carla, me dijo pepelucho

-Hola, que tal, como está. Le contesté toda formal. Sin embargo, logré ver, mientras mi esposo subía, que este sinvergüenza me mandaba besitos volados. No le di pelota, me hice la loca.

Entré, tomé un café, recogí los trastes, los lavé y subí a mi habitación.

-Carajo, me olvidé que hoy viene Roberto a ver lo de las gradas… dije en voz alta.

Me dio pereza bañarme, así que me quité el pijama y me puse un top rosa y un jean ligeramente suelto, y mientras me acomodaba el cabello, sonó el timbre. Abriendo la ventana del segundo piso, pregunté:

-Si, quién es?

-Hola Carla, como está, vengo a arreglar las gradas… quedaste con mi señora para hoy…

-Si, si, claro, dame un minuto, ya te abro.

Bajé de mi habitación, abrí la puerta y allí estaba Roberto. Bien plantado, con su maletín de herramientas. Ya antes le había echado un ojo y el tipo no estaba del todo mal. Es que casi nunca lo había visto arreglado, siempre vestido para el trabajo y así con su overol o sus ropas de servicio pues como que no daba una buena impresión. Pero hoy, había venido con ropa normal, se veía atractivo, limpio, y con su mirada siempre coqueta.

Alguna vez, cuando fui a su taller a cotizarle un trabajo, no dejaba de mirarme fijamente y yo desviaba la vista, pero en esa mirada estaba segura me quería decir algo. Nunca le hice caso, por que como les decía, no me resultaba atractivo en sus ropas de trabajo y porque además era el esposo de mi amiga.

-Pasa Roberto

-Gracias

-Mira, esta es la grada que quiero que cambies o la arregles, no sé… mira suena mucho, hace demasiada bulla… traté de pisar fuerte para que se diera cuenta y nada.

-Es que estás delgada pues Carlita, por eso no suena nada. Sonrió.

-Ay gracias, se hace lo que se puede, le dije y me sonreí también.

-Y lo otro que quiero que me veas es esta parte de la baranda, como que está medio salida.

Mientras me esforzaba para enseñarle la parte que quería que arreglara lo atrapé viéndome las tetas, pero a pesar de ello no se inmutó. Es más se me apegó para verificar por el mismo el estado de la baranda apretándome un poco contra ella.

-Me puedo cambiar de ropa, preguntó.

-Claro, claro. Yo, entonces, bueno como ya te enseñé…

No terminaba de hablar cuando se había ya quitado el polo azul que llevaba puesto. Tenía un buen físico. Es más se marcaban los abdominales. Me quedé contemplándolo unos segundos, y balbuceando le dije:

-Vas al gym Roberto. Estas durito.

-No, no, para nada, solo me ejercito un poco en casa. Tú más bien, estás dando la hora aquí en el barrio. Te acuerdas de los vecinos que entraron al taller el otro día que fuiste para ver lo de las puertas?

-Sí, por…

-Apenas te fuiste, se despacharon diciendo lo buena que estabas y todo lo que te harían…

-Ayy hombres cuando no… pero me habrás defendido, los habrás puesto en su sitio no?

-Pero solo decían la verdad. Estás bien buena Carlita. Y si no fuera por tu amistad con mi esposa yo también estaría fantaseando como ellos.

Lo tenía al frente diciéndome que estaba buena. Lo tenía al frente y estaba semidesnudo. Lo tenía al frente y me miraba con esa mirada coqueta que tenía. Empezó a humedecérseme la conchita, la respiración se hacía más agitada, el deseo de coger se apoderaba de mí. Y ya poseída por el bichito de la lujuria le dije:

-Pero a veces las fantasías pueden hacerse realidad Me gustaría saber que les dijiste a los vecinos que me harías.

-Para que contártelo, si te lo puedo demostrar.

Se acercó y me tomó por el talle. Esas manos gruesas, ásperas, fuertes, hicieron que me dé un espasmo medio raro. Resollé por lo imprevisto de su maniobra.

-Me gustas Carla. Desde hace tiempo que te tengo ganas. Eres una diosa.

-Yo también había pensado en ti, pero… es que no sé… no sabía como hacértelo saber…

-Ya que importa, hoy voy a hacer realidad mi fantasía.

-Y la mía también señalé.

Me mordió suavemente el cuello, el pabellón de mi orejita, y yo ya estaba mojadita, sabía lo bueno que se venía.

-Por favor, con cuidado, no me dejes marcas, ya vez que Richard se puede dar cuenta.

-No te preocupes amor… tendré cuidado.

Dicho eso, me besó, sentí su aliento por primera vez. Yo le respondí metiéndole la lengua. El hizo lo mismo y nuestras lenguas juguetearon un poco. Seguíamos chapando, mientras el me manoseaba las tetas a su antojo.

Vamos, le dije. Quiero que me caches en mi cama.

Mi cama, distendida, conservaba de seguro aún la tibieza del cuerpo de mi esposo.

-Hazme tuya Roberto, quiero sentir un hombre de verdad.

-Carla, amor, todo esto es para ti.

Y sin más reparo, se bajó los pantalones dejando al aire su verga medio erecta, oscura, casi negra, venosa y llena de pendejos.

No dudé. Me arrodille delante de él y me introduje ese bocado delicioso hasta donde pude. Tenía un sabor diferente, no el salado común de una verga, sino otro saborcito que aún lo he logrado descubrir.

Se la remangaba, la escupía, me la metía a la boca, se la chupaba. Estaba haciendo todo lo que quería con su herramienta. Lo miré. Vi su rostro de felicidad. Estaba disfrutando de la amiga de su esposa, de su vecina, de su clienta.

Te gusta mi amor. Eres una experta Carlita… sigue por favor, sigue.

Estuve como unos cinco minutos dándole duro a esa rica verga, hasta que me tomó del cuello levantándome hasta su cara. Me besó, me mordió rico los labios, con cuidado de no maltratarlos. Me quitó el top que llevaba puesto, mientras yo ayudaba con los botones del jean para que también pudiera quitármelos.

-Tienes unas lindas tetitas

-No son grandes, pero al menos están algo firmes, a pesar de mis dos embarazos

-Deliciosas, y esos pezoncitos rosaditos

Jugueteaba torpemente con su lengua sobre mis pezones… me los mordía ligeramente haciéndome gemir de rato en rato, mientras sus dedos toscos, rugosos se introducían cada vez con más frecuencia en mi conchita.

Yo aprovechaba cuando me los metía para jadear cerca de su oído y para morderlo en el cuello como señal de la arrechura que me estaba provocando.

Se detuvo, me tomó de un hombro haciéndome girar poniéndome de espaldas contra él. Entendí la maniobra, así que yo misma me subí a la cama y me puse de rodillas dejando mi generoso culito al aire para que me pueda dar desde atrás.

-No tengo condón Carla No hay problema verdad?

-No, no te preocupes, yo sé que eres un chico sano. Además yo me pongo una inyección que me protege por un mes. Tranquilo.

Se echó un poco de saliva en la verga y empezó a adivinar el lugar exacto de mi orificio vaginal. Se ayudó con los dedos y me la empezó a meter despacito. Sentí la cabecita de su verga abriéndose paso por mi vello púbico y mis húmedos labios.

Empezó a penetrarme poco a poco, ya había entrado toda y la sacaba y la metía nuevamente pero lentamente, como para ir agarrando ritmo. A cada entrada, solo soltaba unos ligeros gemidos de placer.

De pronto, escucho el ruido de las rejas de la casa. Me hice hacia atrás, justo cuando me la estaba sacando (por suerte no lo lastimé) y me asomé a la ventana.

Mierda, era Richard que estaba entrando.

Mi marido, le dije, mi marido webón.

Ahora hasta risa me da, pero en ese momento hubiera sido delicioso tomarle una foto a la carita de sorprendido y de “ahora que hago” que puso Roberto.

-Escóndete debajo de la cama, aquí en el cuarto de mi hijo. Apúrate carajo…

Cogió su pantalón y el polo y se metió como pudo en el cuarto de mi hijo menor. Yo sentía ya el ruido de la puerta principal abriéndose. Me metí al baño y mientras me ponía una bata que siempre dejo en el cuarto de baño, jalé la bomba, me lavé las manos, bueno hice correr un poco de agua en las manos para disimular y abrí la puerta justo cuando Richard entraba a la habitación.

-Y eso. Que pasó amorcito.

-Me olvidé unos informes que tenía que llevar. La “conchasumadre” he tenido que volver desde la oficina por esa cagada de informe.

-Pero ya pues, tómalos y regresas con calma.

Mientras todo ofuscado buscaba en su escritorio el bendito informe, ni siquiera se dio cuenta de mi pantalón en el suelo, así que lo recogí y lo puse en el cesto de ropa.

-Y se puede saber que mierda es esto?, preguntó

-Gordito, son las herramientas del carpintero. Va a arreglar la baranda, te acuerdas que te comenté.

-Que carpintero? El Roberto ese, el esposo de tu amiguita.

-Si mi amor.

-Y donde está, a qué hora va a arreglar? Sabes bien que no me gusta que entre gente a la casa cuando estás sola. Cuantas veces te lo he dicho y nada mierda. Nunca me haces caso.

-Pero gordo, no hay problema. Iba a empezar a trabajar pero lo llamaron para ver otro tema en su taller. Seguro regresará más tarde.

-No hay problema, no hay problema. Toda la vida es igual contigo carajo. Ya sabes como son los vecinos, yo no quiero que vayan a estar comentando que eres una movida o una tramposa y que yo soy un cachudo. Por favor Carla, no quiero pelear por tonterías. Llámalo y dile que venga el sábado que yo estoy en casa.

-Pero gordito, no te pongas así, quien va a pensar eso amor. Además recuerda que Roberto es el esposo de mi amiga Claudia y no pasa nada. Ya pues amor, no vas a desconfiar de tu mujercita, como si alguna vez te hubiese dado motivos. Pero igual, lo llamo en este momento y le digo que venga a recoger sus cosas porque voy a salir y que venga el sábado. Yo no quiero que te molestes conmigo por favor.

Hice como que buscaba mi celular, mientras por fin encontró el informe.

-Aquí está. Me voy. Estoy a las justas y hay un tráfico de mierda.

-Tranquilo gordo, tranquilo. Ya está marcando. Le digo para el sábado en la tarde si?

-Si, en la tarde está bien. Regreso a las 6 pm.

-Chau amorcito. Con calma por fa.

Me acerqué a la ventana, abrí ligeramente la cortina y vi como subía raudo al taxi que lo estaba esperando.

¡Roberto, ya puedes salir!

-Se había olvidado un informe que tenía que presentar en una junta creo. Puta mare casi me chapa. ¡Mierda! no sé qué hubiera pasado.

-Pero no pasó. Así eres de suertuda Carlita.

-Ven. Lo abracé con fuerza como buscando refugio ante el ampay que me iban a dar.

-Ahora tranqui y relájate que vamos a continuar con lo nuestro.

Me acostó sobre la cama, me alzo las piernas en la posición de piernas al hombro y se echó sobre mí. Me besaba tiernamente y teniéndolo así tan cerca, quedé en cuenta que el carpintero era más atractivo de lo que siempre lo vi. Me dejé llevar. Lo besaba con pasión, mientras él, ya había encontrado la ruta hacia mi conchita y me penetraba con empeño.

Mi desconcierto, la angustia de verme al descubierto, se convertía ahora en placer. Rendida ante Roberto, mi carpintero, dejaba que me hiciera suya en la forma en que él quisiera.

No fue un sexo pasional o duro. Fue más como cuando estás enamorada y lo haces con delicadeza. Algo soft, light.

No sé qué tiempo me lo estuvo metiendo. Pero no podía dejarlo ir sin darme una buena recompensa por hacerme sentir tan bien.

-Roberto mi amor, te gustaría metérmelo por el culo?

-Carlita, lo bueno siempre se deja para el final. Por supuesto que quiero hacértelo por ahí.

Detrás de ti, en el segundo cajón de la cómoda hay un lubricante. Ya tú sabes, para que no me duela mucho. Me acomodé en cuatro patas, para que pueda echarme un poco de lubricante en el ano. Jugueteaba dándome palmaditas en las nalgas, mientras se sobajeaba la verga con el love lub.

Me tomó de la cintura, y con los pulgares me abrió un poco las nalgas. Yo la sentía venir. De pronto, una húmeda sensación en el ano. Ya estaba en la misma puerta del ano.

-Despacio por favor. Poco a poco Roberto.

-Claro, mi amor. Si te duele me avisas para ir más despacio.

Sentía la presión de la cabecita tratando de entrar y mi ano haciendo resistencia. Cada vez era más fuerte la presión. Mis pliegues anales cedían ante la fuerza de su glande. Ya estaba entrando.

Y empieza a sonar su celular.

-Mierda, y ahora quien chucha te está llamando?

-No sé, déjame ver. Retiró su verga de mi culito. Y vio su celular.

-Es el Tito, mi ayudante, le voy a contestar.

-Aló? Si… No, no, todavía no… recién estoy viendo como hacerlo. En una media hora ven… Qué? estás afuera?

Me asomé a la ventana, y en efecto, su ayudante estaba en la puerta esperando para entrar.

-No, no… date una vuelta, en media hora vienes y me ayudas y ya de ahí nos vamos a comprar la madera para el trabajo del señor Fernández… Si, ya… le digo entonces a la señora para que te abra en media hora… ya, ya, chau.

-Puta mare, ya no se puede cachar tranquila.

-Me había olvidado que le dije al Tito para que venga a ayudarme. Y tengo que ir a comprar madera. Pero igual voy a terminar lo que he empezado.

-No pensarás dejarme así no?

-Ni loco, a ver, ese culito está esperando a su amiguito.

-Me colocó en la pose de perrito y ya sin más ni más me la clavó.

-Ya mi anito estaba dilatado. Entró sin mayor dificultad que la de su grosor.

-Así Roberto… hummm que rico amor… Ay, ay, que rico

-Así te gusta, que rico culito Carla, Dios mío que sabroso culito que tienes

Se recostaba de placer sobre mi espalda, me mordía el cuello con sus dientes rasgándome un poco con ellos… No importaba, estaba sintiéndome tan bien, que algo se me ocurriría si mi esposo me preguntaba. Roberto hacia unos sonidos raros, como guturales, como que no dejaba salir los gritos de pasión contenida al cacharse a la amiga de su esposa.

-Quiero hacerte una pose que te va a encantar y terminar dentro de ti me dijo.

-Hazme lo que quieras amor, soy toda tuya. Soy tu fantasía hecha realidad.

Me la sacó del culito y mientras yo me levantaba para que me dijera que me iba a hacer, sonó el teléfono de la casa. Pensé en no contestar, pero luego imaginé que podía ser mi esposo, así que tomó el auricular y contesté.

-Aló?… Hola Coquis, amorcito, cómo estás?… hummm no puedo ahora, estoy algo ocupada… ajá, no, no, él está en el trabajo… si Jorgito, está bien… Oye te mando mensajito en la noche, ten cuidado sí?… Un besito. Bye.

Roberto me preguntaba con la mirada: quien era? Solo atiné a decir, “un amigo”.

-Mejor subes sobre la cama.

-Subí como pude y me acerqué hacia él.

-Abrázame fuerte del cuello y rodéame con tus piernas.

-Así lo hice, y me pelvis estaba a la altura de su abdomen.

Me empezó a chupar las tetas una vez más, casi lograba meterla íntegramente en su boca. Con sus manos me acariciaba las nalgas, y me abría el culito.

-Ve dejándote caer poco a poco Carlita. Yo te sostengo, no te preocupes.

-Ok amor.

Empecé a deslizarme como cuando hemos jugado al palo encebado, dejándome caer lentamente sobre su abdomen, su pelvis. El seguía chupándome las tetas y poco a poco empezó a mordisquear mi cuello. Yo sentía su pene entre mi conchita y mi anito.

Con una habilidad maestra, con una mano me acariciaba una nalga y con la otra acomodaba su verga cerca de mi culito. Una vez que lo ubicó justo me ordenó.

-Suéltate más, te la vas a comer todita.

Ya sentía mi culito abriéndose y como su verga dura y tiesa entraba sin problemas.

-Roberto, cariño, me duelen las piernas, creo que me voy a resbalar.

-Eso ya depende de ti, que te entre de golpe o poco a poco.

-No puedo más…

Me dejé caer de golpe, sintiendo como se introducía su verga en mi ano. Que delicia. De verdad la tenía toda adentro. Me empezó a levantar de las nalgas y a embestir hacia arriba y yo dejándome caer indefensa, ante la atropellada dura y agradable de su verga.

Empecé a gemir, más de la cuenta. Siempre he sido medio gritona cuando me lo saben hacer. Si al principio fue sexo suave, ahora si era durísimo.

-No grites Carla, los vecinos te van a escuchar.

-Que se vayan a la mierda. Me gusta, Roberto, así, dame… dame amor… que rico, que riiico.

Siguió bombeándome y ya era inevitable que terminara. Sentí un gemido de explosión y una mordida en el hombro.

Se sentía el semen calentito en mi culito. Descansé mi cabeza en su hombro, mientras respiraba agitadamente y le susurraba… que rico, que buen polvo me has metido… gracias.

Movió sus caderas hacia atrás, dejando salir su verga atrapada en mi culito. Bajé las piernas hacia el suelo y quedé en pie. De pronto la cara interna del muslo veía como iba chorreando el gomoso semen que me había dejado adentro.

Tomó un poco de papel higiénico para limpiarme y le dije, “no mi amor… a bañarnos, a la ducha señor” y prácticamente lo empujé hacia el baño.

Fue un baño rápido solo para asearnos el sudor y en mi caso el semen de mi cuerpo.

-No te mojes la cabeza, sino tu ayudante puede sospechar.

-Carla, y quien es ese amigo que te llamó?

-Celoso?

-Un poco, pero sobretodo curiosidad…

-Un buen amigo, así de sencillo.

Salí del baño, me puse el camisón que estaba sobre la cama, mientras Roberto ya se estaba subiendo el pantalón.

-Ya, ya, apúrese, póngase a trabajar. Que Richard no le paga por cacharse a su mujer, sino para que arregles la baranda.

Se sonrió. Mientras iba saliendo de la habitación.

Cerré la puerta. Me dejé caer en la cama y una idea empezó a aparecer en mis pensamientos; mientras los ruidos del martilleo sobre la madera se volvían cada vez más fuertes.

No sólo tenía que pensar en qué decirle a mi esposo sobre la compostura de la baranda, sino sobre todo, y era lo que más me preocupaba, que excusa le tendría que inventar a Jorge por haberlo choteado.

Que complicado es tratar de buscar la felicidad, pensé. Vi la foto de mi matrimonio en la mesa de noche. Cerré los ojos. Me puse a pensar sobre qué cosas necesitaba comprar para la cena.

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Autor
Astrid Carolina
Astrid Carolina
Una mujer que disfruta de lo que la vida le ofrece.

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