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Poliamor con mi esposo y su hermano (1)
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Cuando conocí a Caleb, no era más que un niño. Yo tenía 19 años y él 9. Mi novio y ahora esposo, Adal, me llevó a casa. Fui tratada con amor por mis suegra y por mi pequeño cuñado con quien desarrollé un profundo y maternal amor. Cuando cumplimos 21 años, tuvimos que irnos del estado por una buena beca que la universidad me ofrecía y no quería irme sin Adal, verlo hacer el sacrificio de ir conmigo con tal de que no perdiera la oportunidad de estudiar en el mejor campus posible me hizo darme cuenta que no quería a ningún otro hombre. Nos casamos a los 22, y ahí fue la última vez que vi a Caleb en más de una década. Un dulce niño de 12 años, muy inocente y feliz de verme casada con su hermano. Pasaron diez años, nos quedamos a vivir en el estado en el que estudié porque conseguí un buen puesto y pude posicionarme a la perfección en mi sector laboral.

Adal entonces empezó a sentirse muy culpable. En nuestro octavo año de matrimonio, su madre empezó a tener complicaciones en las articulaciones y era Caleb el único que la cuidaba. La verdad es que me dolía mucho saberlo. Como mencioné, amaba a ese niño (para aquel entonces ya un joven) con todo mi ser y saber que tenía que estudiar la universidad y cuidar de su madre solo era duro. Obviamente mandábamos dinero, pero no quitaba el hecho de que mi cuñado tuviera que estudiar y trabajar encima de cuidar de su madre. Para cuando cumplimos diez años de matrimonio, mi esposo y yo con 32 años y Caleb con 22, la cosa ya no era sostenible para alguien tan joven. Mi suegra estaba postrada y había empezado a perder la memoria. La que propuso mudarnos de vuelta a nuestra ciudad natal fui yo. Logré transferirme a una empresa hermana de la mía sin mucho problema tras explicar la situación y Adal consiguió un puesto incluso mejor pagado del que tenía en el momento. Había pasado poco menos de un año desde que decidimos mudarnos y cuando por fin conseguimos un pequeño departamento en renta, nos movimos rápidamente.

La verdad es que admiraba profundamente a mi esposo por haberme apoyado tanto, pero admito que esa admiración había empezado a desvanecerse junto con la novedad. Soy una pésima mujer por decir esto, pero cuando un hombre te trata tan bien se vuelve lo que uno espera. El otro hombre que captaba mi atención en ese entonces era Caleb, ya con 23 años de edad. Recién graduado de la universidad, cuidando a su madre y trabajando… todo sin pedirnos ayuda ni una vez desde que la mujer había empezado a tener problemas de salud. Literalmente confiamos en un adolescente y le encargamos la vida de una mujer mayor todo para poder seguir nuestras ambiciones. Ahora le tocaba descansar.

Compramos una casa tras buscar durante un mes y por fin movimos toda nuestra vida a nuestro nuevo hogar. No tardamos en llevarnos a mi suegra y tuve que abandonar mi puesto para poder trabajar desde casa. No tenía problema alguno con ello, para ser sincera. Se sentía bien poder estar en mi hogar sabiendo que mi salario sobraba para pagar lo que sea que necesitara y que encima no tenía que lidiar con la presión de gestionar equipos y campañas.

Ya estaba en mis 33 cuando llegó aquel día.

Antes de explicar los eventos que terminarían conmigo en la cama con mi cuñado, procederé a describirnos.

Mido 1.57, soy de piel blanca y cabello pelirrojo oscuro (obviamente teñido), uso bra 36e (naturales), 66 de cintura y 92 de caderas. Me considero guapa desde que era pequeña. Tengo ojos verdes, labios relativamente gruesos y la nariz respingada naturalmente. Me rasuraba el pubis regularmente en aquel entonces porque lo cierto es que soy de vello abundante.

Caleb mide 1.70, al igual que su hermano es de piel morena y cabello negro. Lo considero más guapo que mi esposo y es también mucho más atlético en comparación. Sus ojos son café claro y sus labios son gruesos. Sus hombros anchos (aunque más pequeños que los de mi marido), su cuerpo tonificado y su apariencia jovial.

Adal mide 1,85 de altura, su piel es más oscura que la de Caleb y realmente es el hombre más masculino con el que he estado. Como mencioné tiene una complexión ancha y tosca y su cuerpo entero está cubierto de pelo a diferencia del de Caleb. Tiene bastante fuerza a pesar de estar algo subido de peso y su hermosa barriga de verdad le queda perfecta. Él usa barba y no se rasura los genitales.

Habiéndonos descrito, aquí va:

Era sábado. Yo descansaba, Caleb descansaba, mi esposo no. Me desperté a cambiar a mi suegra y me llevé la grata sorpresa de encontrarme a mi cuñado haciéndolo. Juntos terminamos de vestir a mi suegra y preparé desayuno para tres. Cuando terminamos de comer, me dediqué a lavar los trastes y limpiar la casa. Caleb había salido a hacer pagos y yo, acostumbrada ya a no mantener relaciones sexuales con regularidad, aproveché para subir a mi cuarto y dedicarme a satisfacerme. Había pasado quizá una hora cuando decidí empezar a masturbarme y apenas duré unos diez minutos en el acto cuando la música de fondo que había puesto se detuvo por fallo del internet… y escuché la regadera de la planta baja abierta.

Mi suegra tenía la mala costumbre de intentar meterse a bañar sola a la regadera. Me puse una toalla del baño de arriba y corrí escaleras abajo. En mi cabeza, iba a ser mi suegra. Caleb debía estar fuera y en cuanto abrí la puerta de mi cuarto, la regadera se había cerrado, cosa que la viejita hacía cuando escuchaba que me acercaba para regañarla.

Abrí la puerta del baño y lo que me encontré fue a mi cuñado completamente desnudo saliendo de la regadera. Su abdomen marcado, sus brazos anchos, su enorme y erecto pene descubierto. Dios, su pene. De verdad que la impresión me pudo y dije en voz alta "puta madre" cuando vi esa verga de 21 centímetros erecta. Del ancho de una lata, con un glande rojo como fresa y una uretra tan abierta que seguro mi dedo meñique entraba. Caleb se apresuró a agarrar su pantalón que estaba hecho bola en el suelo y yo corrí escaleras arriba en cuanto pude reaccionar.

Apenas recuperaba el aliento cuando la puerta de mi cuarto se abrió. Desnudo y con su pene palpitante, Caleb entró al cuarto y cerró la puerta tras de sí.

"Se pusieron duros", me dijo acercándose.

Le pedí que saliera en susurros, intentando que mi suegra no escuchara nada, pero él me ignoró y me arrancó la toalla del cuerpo, exponiéndome. En efecto, mis pezones se habían endurecido cuando vi su pene y se notaban por debajo de mi toalla.

Caleb se acercó a mí y sin delicadeza o pudor alguno me metió la mano entre las piernas y acarició mi labia. Cuando lo empujé y me alejé, caí en la cama sin querer y él empezó a untarse los dedos.

"Estás mojada, Natalia", me dijo a la que se llevaba la mano a su vergota.

"Me estaba masturbando, no sabía que estabas aquí", dije mientras me cubría el cuerpo con una almohada.

"Entonces traes ganas, ¿no?", me preguntó caminando hacia la cama y subiendo sus rodillas, empezó a gatear hacía mí.

"No… por favor, vete. No diré nada, pero vete ya".

Él me arrancó la almohada y me forzó a descubrirme los pechos. Qué fuerte era. Se puso encima de mí y no pude resistirme mientras me besaba el cuello.

Me iba a forzar, lo supe al instante. Empecé a llorar pensando en que iba a ser abusada. Y entonces empezó a susurrarme.

"Te odio, Naty. Te odio a ti y odio a mi puto hermano. Me dejaron con la pinche vieja a que la cuidara. Tengo pocos amigos, y nunca he podido mantener una puta novia por su puta culpa". Me soltó una mano y me tomó de la cara, obligándome a verlo. "Y mientras mi hermano te tenía a ti… y tú disfrutabas de todo sin pensar en mí". Me besó a la fuerza, por más que quise impedirlo simplemente su brazo fue más fuerte que mi cuello. "Yo también quiero, también quiero disfrutar".

Sin decir más, empezó a besar mi cuello y con el puro peso de su cuerpo me inmovilizó. Una mano jugaba con mi seno izquierdo y la otra con mi clítoris.

Dios, qué horrible fue sentirme tan excitada. Era cierto, habíamos abusado de Caleb. Era cierto que mientras él cuidaba a mi suegra Adal y yo cogíamos y vivíamos sin preocuparnos… era cierto que él merecía disfrutar también. Lloré al pensar lo siguiente, porque por algún motivo en el momento me hizo lógica y sentí que estaba en lo correcto de su parte el pensar así: él merecía poseerme. Lo admiraba mucho por aguantar tanto tiempo solo, lo admiraba por su sacrificio, más de lo que admiraba en aquel momento a Adal. Dejé de resistirme y le acaricié la cabeza con suavidad…

Y entonces se detuvo y empezó a llorar. A llorar como niño pequeño y disculparse. Se me quitó de encima y se sentó en la cama a llorar dándome la espalda. Yo entendí al instante que no iba a hacerme nada más, dejé de sentirme insegura y en peligro y la culpa de lo que habíamos hecho mi esposo y yo me llevó a llorar y abracé a Caleb por detrás.

Los dos lloramos juntos y, tras hablarlo un rato, me di cuenta de lo solo que estaba. Me dijo que había amado a una muchacha llamada Ámbar y que ella lo dejó porque no le podía dedicar tiempo. Yo me disculpé mil veces y para cuando acabamos de llorar ambos, él se volteó y me abrazó. Su pene había perdido toda erección, pero seguía siendo notable a pesar de su flacidez.

"De verdad lo siento", me dijo y empezó a llorar otra vez y se alejó de mi, caminando lejos de la cama.

Sabía a lo que se refería. Se sentía mal por haber estado tan cerca de abusar de mí. Sabía que si se iba así, su percepción de sí mismo sería esa. No podía dejar que Caleb, la persona con la que con diferencia más desconsiderada había sido, ese niño que tan dulce era cuando mi esposo y yo lo abandonamos, pensara en sí mismo de esa manera.

Le tomé la mano y le fui sincera.

"Caleb… si alguien lo merece eres tú", le llevé hasta la cama y abrí mis piernas. Él se negó y empezó a caminar en dirección a la puerta y le grité. "¡En serio, ven aquí y házmelo!". Quería que se sintiera amado.

No tuve que insistir más. Volteó con su pene erecto y supe al instante que esta sería nuestra primera vez de muchas. Me besó y le correspondí, estuvo encima de mí, su pene sobre mi pubis. Fue un beso tan intenso y apasionado. Un beso como Adal no me había dado en años. Nuestras lenguas enredadas, nuestros labios fusionados, su saliva en mi boca, el sudor de ambos humedeciendo nuestros cuerpos. Tomé su pene y lo coloqué en mi agujero tras unos minutos y él rápidamente empezó a hundirlo en mi vagina. Grueso. Muy grueso. Doloroso. Su pene en verdad era impresionante y estiraba mi labia y mis interiores como ningún otro miembro había hecho antes.

"Te amo, Natalia". Dijo a la que dejaba ir toda su vergota a mi interior y yo no pude sino gemir de dolor y clavar mis uñas en su espalda.

No respondí, sólo me quedé así con mi cabeza hundida en su hombro, reposando la metida de pene más dolorosa de mi vida.

"Sigue", le dije, sabiendo que ese pene iba a ser estragos en mis interiores, pero pensando en su placer más que en el mío.

Él lo hizo delicadamente al principio y el dolor se convirtió en un ansia extraña… luego en un punzante placer cada vez que se movía y un estirón nuevo se producía. Era como si mis paredes vaginales se pegaran a su pene y les fuera difícil dejarlo ir causando un estiramiento de mis interiores. Literalmente habían pasado diez minutos de metidas de pene, besos y caricias a mis caderas cuando, por primera vez en mi vida, tuve un orgasmo completamente ocasionado por penetración. Mi eyaculación empezó a colarse entre el diminuto espacio entre mis labios y su pene y tuve que empujar a Caleb cuando la acumulación de corrida era tal que sentí dolor. Cuando su pene destapó mi vagina, un chorro, más bien una gruesa cascada salió con fuerza para el volumen de líquido que era y cree un charco de corrida a unos poco centímetros de mis nalgas. El edredón, las sábanas y el colchón absorbieron mi corrida y Caleb sonrió.

"¿Te gusto?"

No quise responder y le abrí mi boca para que me diera otro beso. Se acercó y empezamos un apasionado beso. Estábamos acostados el uno frente al otro y yo tomé su pene y empecé a masturbarlo. Noté que cuando hacía presión sobre su frenillo él echaba las caderas para atrás, así que lo hice así durante un minuto o poco más y me dijo "me voy a venir". Le tomé de los testículos y se los retorcí, ocasionando así que su pene empezara a tener los espasmos típicos del orgasmo, pero evitando que la corrida saliera.

Él me preguntó por qué y yo respondí montándolo.

"Hazlo dentro… te lo mereces".

Sabía lo que hacía. Estaba abusando de mi cuñado, de un hombre diez años menor, de un muchacho al que conocí cuando era un niño, para conseguir ese bebé que Adal no me quería dar. Lo culpaba a él en ese momento. No a mí, que había sido la que lo había alejado de su familia. Él había elegido abandonar a Caleb, dejarlo solo, Caleb era el verdadero hombre, el que me había dado el mejor orgasmo de mi vida, el que me podía dar el bebé. Caleb era mejor en todo que Adal en mi cabeza en ese momento, y quería que este hombre fuera el padre de mi hijo. Quería que experimentara el placer de que una mujer le pida que la llene de su semen y que le deje saber que está feliz de recibirlo… Por supuesto, Adal no es mejor ni peor que Caleb, pero este culposo acto de compensación me hizo sentir que yo tenía la superioridad moral y que Caleb era la víctima a la que yo estaba ayudando mientras mi esposo fingía que no pasaba nada. Claro que él se sentía igual de culpable o incluso más, pero no me importaba.

Caleb hizo lo que dije y me llenó de su espeso esperma. Tanto que empezó a salirse. Sin tomar siquiera un descanso, seguimos con el acto. Mi cuerpo se había acostumbrado al suyo y pude moverme encima de él sin problema. Dolía y satisfacía en la misma medida y para cuando dos horas habían pasado, mi cuñado me había follado en la cama, la ventana, el suelo, el tocador y la ducha.

No exagero cuando digo que yo estaba rebosante de semen. Su deliciosa semilla se escurría de mi vagina y tuve que tomarme un momento en la ducha para hacer fuerza y sacar una cantidad tal que pude escuchar claro el "splat" que hizo al tocar el suelo.

Nos cambiamos y acordamos mantener absoluto secreto.

Y entonces, me preguntó si sería la última vez.

"Si consigues novia, dejamos de hacerlo".

Y sin decir más, nos despedimos con un beso. Un tierno beso. Un beso de amor. No de amantes, no sexoso, de amor puro. Lloré cuando Caleb se fue, porque mi perfecto esposo era ahora un cornudo. Porque le fui infiel… y porque me daba risa. Me sentía tan bien, tan realizada después de lo que hice, que aun sabiendo lo pésima que era como persona, me sentía feliz. La risa pronto le ganó a las lágrimas y me dediqué a hacer la comida pensando en la siguiente vez. En chupar su pene, en sus caídos y grandes testículos, en su calor, en su amor.

No lo sabía, pero desde ese primer día mi esposo se daría cuenta de lo nuestro. Bastó una mancha blanca en la alfombra para levantar sospecha. Todo el cuarto olía a aromatizante, claro, y las sábanas y edredón eran nuevos… pero no lavé el colchón. Mi esposo olió el colchón y supo entonces que otro hombre había estado conmigo. No me confrontó en ese momento, lo hizo en mi cuarto encuentro con su hermano… y entonces empezó el verdadero paraíso de mi relación poliamorosa.

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