Yo salía de la adolescencia y mis ímpetus seguían madurando. Por aquellos años, explorar mi sexualidad me brindaba cada vez más grandes satisfacciones.
Una de esas noches, después de un trajinado día, me di el acostumbrado baño caliente antes de acostarme. Debo decir que cada baño es para mí un ritual placentero, me jabono acariciándome todo el cuerpo y me toco cada parte hasta el último rincón… especialmente allí donde vibro al máximo.
Yo siempre tengo un calzoncito sexy por allí para ocasiones especiales y, esa noche, me lo puse antes de acostarme. Confieso que me encanta sentir esa sensación especial de tener puesto una prenda femenina tan íntima, suave y delicada sobre mis partes, es algo enervante.
Mas no sabía lo que esa noche estaba por suceder fortuitamente.
Tocaron a la puerta, y como no había nadie en casa, me envolví con una toalla y salí a ver. Era mi amigo Gabriel quien tenía varios años más que yo y venía a comunicarme algo que ya no recuerdo. Lo hice pasar a la salita y como era de confianza yo seguía con mi toalla a la cintura y un polo blanco y suelto que me hacía sentir muy fresco en esas noches de verano.
Conversamos así un rato, cuando en algún momento noté que disimuladamente me miraba el trasero. Y mientras seguíamos hablando de algunas cosillas picantes puse algo de música relajante. El seguía mirándome con más interés, lo noté y, como eso me excitaba decidí presionar la situación. Saqué unas revistas porno que tenía por allí, las hojeamos y sucedió lo inevitable: se hizo un bulto en su entrepierna que me atraía. Me acerqué más a él así como estaba con mi polito, la toalla y suavemente perfumadito como siempre. Al sentirme tan cerca él me miró con cierta picardía, las fotos de las revistas ya habían causado el efecto deseado, delicadamente me tomó del brazo y me dijo que estaba muy “sexy” así. Y, sin querer, esa fue la señal que estaba esperando.
Apagué la luz del lugar en que estábamos y solo nos alumbraba una tenue luz de la calle que entraba por una de las ventanas. Nos abrazamos más efusivamente, nos besamos y, para dar rienda suelta a nuestros deseos desatados, nos fuimos a mi cuarto. Allí lo ayudé a desvestirse y sentí su cuerpo más caliente de lo normal por las ansias que tenía, nos tumbamos a la cama y nos revolvimos un rato disfrutando de esas ganas contenidas acariciándonos como solo las parejas en celo lo hacen, hasta que poco a poco me quitó el polo y me desenvolví la toalla que todavía me cubría dejando ver el calzoncito que llevaba puesto lo cual le gustó. “Eres una bandida”, me dijo al verme así. “Esta noche soy tu bandida… tu amante… tu mujer y… todo lo que quieras” le susurré maliciosamente. Sus caricias se hicieron más arrebatadoras y nuestra excitación más intensa.
Me recorrió todo el cuerpo con sus caricias mientras yo seguía con el calzón puesto. Eso parecía enervarlo más pues ya tenía su erección al máximo ante lo cual no pude resistirme y lo agarré, lo acaricié, lo besé en la punta de su glande jugoso antes de metérmelo todo a la boca tragándomelo todo lo que podía. Él se tiró boca arriba para dejarme mamarle con más libertad encima de él mientras mis labios recorrían rítmica y golosamente su miembro duro que parecía a punto de estallar. Y cuando ya estábamos un buen rato así, desbocados y desesperados de placer, cambiamos a una posición distinta y definitiva… yo boca arriba y él encima de mí, me alzó las piernas a sus hombros y con sus manos buscó mis pechos desarrolladitos como de mujercita –siempre los he tenido así- para deleitarse un buen rato apretándolos y succionándolos con su boca de uno en uno lo cual me terminaba de alocar.
Luego, me tomó de la cintura , bajó y se prendió de mis caderas que tanto deseó desde el inicio, y buscó mi orificio con sus dedos arrimando el calzón sin quitármelos… me los introdujo tratando de prepararme para lo que ya sabíamos que tenía que hacer y, colocándome su miembro fue que en ese momento sentí su cosa entrándome, empujándolo suavemente al principio y al lograr penetrarme lo hacía más fuerte cada vez mientras yo sentía que me desgarraba pero igualmente lo disfrutaba al sentir su virilidad rozando el calzón y entrando en mi tanto así que me aguantaba las ganas de gritar de placer.
El seguía poseyéndome y ambos gozábamos tanto de ese momento que no decíamos nada, solo jadeábamos agitadamente y disfrutábamos de eso que parecía una violación consentida, por el calzón puesto… hasta que lo sentí venirse abundantemente dentro de mí… lanzó un alarido de satisfacción y se tumbó sobre mi para besarme mientras sus fluidos me invadían y se derramaban mojando el calzón. Es indescriptible sentir esa humedad entre las piernas con sus fluidos que siento todavía mucho tiempo después, cada vez que me los pongo.
Finalmente nos quedamos abrazados muy calientes y agotados de la emoción, del gusto… de ese placer infinito, que hace poco, al encontrarnos después de tantos años, pudimos repetir y esa historia se las contaré otro día.