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Pija ajena en concha, culo y boca trae problemas
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Tiempo de lectura: 16 minutos

Mi señora me aventaja en todo, es preciosa, tiene un cargo jerárquico en una empresa importante del ramo modelaje y proveniente de una familia acomodada. En la otra punta yo, Federico, con aspecto como el común de los mortales, empleado de un estudio jurídico, y de clase media. Nos llevamos bien y las diferencias no han significado problemas pues ambos nos respetamos y queremos tal cual somos. El hecho de no haber pretendido cambiar la natural forma de ser del otro ha sido la clave de una sana convivencia.

En el estudio soy uno más de los varios abogados que trabajan dirigidos por los tres socios, personas mayores, serias, muy experimentadas, que protegen su buen corazón siendo parcos. Estoy dedicado a la parte laboral e impositiva y casi exclusivamente enfocado a un grupo de empresas propiedad de un cliente de muchos años.

Con Elsa llevamos una década casados y, por lo que fuera, no tenemos hijos; sus padres son jóvenes aún, están llegando a los sesenta y cinco. Su única hermana, Sofía, al parecer producto de una distracción paterna, tiene 28 años. Los tres familiares me dispensan un trato muy afectuoso, que trato de corresponder adecuadamente, pues completa mi felicidad matrimonial.

La actividad laboral de mi esposa es intensa, acorde a la alta remuneración que percibe, dos veces la mía, y ello implica que el tiempo dedicado a su trabajo sea extenso. Y esa magnitud se debe no solo a la organización de los eventos que encargan los clientes sino a su participación en la escuela de modelaje que es parte de la empresa.

La casa en que vivimos es de Elsa, fue regalo de sus padres a las dos hermanas, que acordaron ser usada por la que estaba casada, pues Sofía vivía en la casa paterna en un sector remodelado para tener razonable independencia e intimidad. En compensación mi esposa, mediante un crédito hipotecario que sus abultados ingresos le permitían pagar, compró un confortable y amplio departamento para su hermana que, en este momento, estaba alquilado. Cuando nos casamos yo tenía un modesto departamento que desde aquel momento siempre estuvo en alquiler.

Unos seis meses atrás, regresando de una cena con amigas, mi mujer me dijo que habían acordado instituir un fin de semana al mes como «Tiempo de descanso del marido»; naturalmente con la anuencia de los que iban a quedar solos pues nadie pretendía lastimar alguna relación. Mi opinión totalmente sincera fue.

– “Me parece muy bien, esos ligeros cambios en la rutina los veo como un sano intervalo que permite, entre otras cosas, reflexionar sobre la fortaleza del vínculo. Y esto lo digo sumergido en la esperanza de que el resultado no sea una conclusión como «Estoy mejor sin él, o, a éste lo tengo que cambiar»”.

– “Tonto, eso no va a suceder porque te amo”.

Dos semanas después del anuncio me avisó que el próximo fin de semana era el seleccionado para iniciar el ciclo «Descanso del marido», pero que, dada mi incapacidad culinaria había acordado con Sofía que me acompañara durante ese lapso.

Para mí era una hermosa solución pues con mi cuñada nos llevábamos muy bien y compartíamos algunos gustos que favorecerían la convivencia. Llegado el viernes al anochecer hizo su aparición la responsable de cuidar al abandonado.

– “Hermana, te lo encargo, que coma sano y no aceptés invitación a consumir comida chatarra que le encanta, pues casi seguro tratará de aprovechar mi ausencia”.

– “Andá tranquila que lo mantendré a raya”.

– “Y que no se te escape, es capaz de salir a buscar mujeres”.

– “Sólo un desequilibrado total saldría a buscar algo fuera de casa sin haber tratado de seducir, aquí, a la preciosa dama que me cuidará”.

– “Porquería, intentá eso y juro que te los corto”.

– “No hay peligro, porque no te vas a enterar”.

– “Eso crees vos, Sofía no tiene secretos para mí”.

– “Entonces reconozco mi derrota”.

Y así pasó el tiempo, en el que una o dos veces al mes, Elsa descansaba de mí y yo de ella acompañado estupendamente. La relación con mi cuñada era de agradable cercanía, pero cuidándome de mantener una distancia que me permitiera evitar la tentación, representada por su belleza, preservando así la armonía familiar.

Esos días eran oportunidad de cambiar la rutina, salíamos a comer, pasear, ver algún espectáculo o comprar algo y cenar en casa frente al televisor hasta que nos dieran ganas de dormir. La apariencia de ambos, yo cuarenta y tres bien llevados pero no disimulados, contra los veintiocho de ella que aparentaba menos, daban para imaginar un amplio repertorio acerca de la relación que nos unía y cuya elaboración estaba a cargo de quien nos veía.

Eso se hacía patente cuando nos atendían en alguna casa de comida o negocio que visitáramos. Sea cual fuere la interpretación, nosotros, a modo de diversión nos sumábamos, y así pasábamos de paternidad-filiación, a matrimonio desparejo o noviazgo de conveniencia. Por supuesto que en éste último caso me miraban como a un viejo verde que, mediante plata, había conseguido los favores de semejante bombón.

Fue en uno de estos casos cuando nuestra actuación avanzó más allá de lo usual; íbamos paseando y, en una vidriera, mi compañera vio un conjunto de ropa interior que le gustó por lo cual entramos. El dependiente, muy diligente, le entregó a Sofía lo requerido indicándole dónde podía probarse; yo me había quedado a unos metros cuando el empleado, a través de la cortina, le preguntó si no quería la opinión de su esposo sobre cómo le quedaba, recibiendo un sí por respuesta. Ante eso me hizo señas para que me acercara y corrió un poco la cortina.

El maravilloso espectáculo de mi cuñada, burlándose de mi turbación con una sonrisa, pero mostrándose abiertamente en corpiño y bombacha me paralizó unos segundos, pero pude reaccionar teniendo conciencia del maravilloso espectáculo que se ofrecía a mis ojos. Un cuerpo joven, delgado pero con curvas suaves en el lugar debido, tetitas paradas bajo el sostén, areolas asomando dada la pequeñez de la copa; la parte inferior tampoco lograba cubrir al completo, pues en el borde de la cintura asomaban algunos vellos del pubis, amén de la tela semitransparente que realzaba esa parte tan atrayente. Al volver de esa ensoñación continué con la actuación.

– “Es precioso el conjunto querida, seguramente esta noche tendré el placentero trabajo de quitártelo”.

Cerrando la cortina con manos temblorosas fui a la caja y aboné como hacen los esposos complacidos. El reclamo por pagar lo hizo apenas salimos del local pero tuvo que aceptar mi argumento.

– “Querida esposa del viejo verde, el juego de actuación había que terminarlo bien, además debo reconocer, aunque suene mal, que el espectáculo valió mucho más que el importe de la compra”.

En ese clima distendido continuamos hasta el regreso de mi señora y el consecuente término del acompañamiento terapéutico hecho por mi cuñada, que se reanudaría veinte días después.

– “Querido, este fin de semana tengo la reunión de descanso de maridos. Lo haremos en una casa de campo, pero no te dejaré abandonado, mi hermana se hará cargo de vos aunque estoy empezado a desconfiar, pues se muestra demasiado bien dispuesta para la tarea. Ojo con lo que hacen porque te arriesgás a transformarte en eunuco”.

– “Creo que voy a intentarlo ya que tu hermanita no solo está bien sino que es una dulzura”.

– “Ni se te ocurra pues en seguida me enteraré, con ella nos contamos todo”.

– “Gracias por el dato. Cuando quiera saber algo tuyo solo tengo que preguntarle a ella”.

En ese lapso, sin proponérnoslo, la cercanía aumentó y nos dedicamos con más empeño a la actuación del papel viejoverde-jovencita.

El domingo al anochecer regresó Elsa de su programado descanso; la noté algo demacrada y, pensando que podría ser consecuencia de una buena trasnochada con abundante bebida, después del cariñoso saludo, le sugerí darse un buen baño y descansar, pues mañana tocaba trabajo. Iba a buscar mis anteojos de leer al dormitorio cuando escucho a Sofía tocando la puerta del baño.

– “Elsa, entro a buscar una crema”.

– “Pasá”.

La puerta entornada me permitió escuchar un corto diálogo

– “¡Por Dios!, volvés al lado de tu marido con esa colección de moretones?”

– “Y a vos qué mierda te importa, no te debo ninguna explicación”.

– “Tenés razón, ahora entiendo tu interés en que lo tenga entretenido, no dándole oportunidad de pensar o extrañarte, sos una basura”.

Salí justo antes de que sonara el portazo yendo a buscar sus cosas para irse. Minutos después, cuando vino para despedirse, la note algo alterada.

– “Hoy ha sido un día precioso, he disfrutado desayuno, paseo, almuerzo y nuevo paseo, y todo eso en inmejorable compañía. Si ocurriera la desgracia de que el divorcio tocara la puerta de esta casa ya sé dónde buscar para rehacer mi vida”.

De manera inmediata la sonrisa en la cara de mi cuñada se transformó en seriedad mirándome fijamente sin emitir sonido alguno. Evidentemente el sentido de mis palabras, en consonancia con la causa del reciente altercado, le hizo temer que yo pudiera haber escuchado algo, lo que me obligó a seguir.

– “La expresión de tu cara me está inquietando, si lo que dije te ha incomodado, te ruego me perdones y lo des por no dicho”.

– “No le hagás caso a mi cara, no estoy incómoda ni molesta, al contrario, tus palabras son un halago”.

– “Que descanses maravillosa compañera”.

Y le di el acostumbrado beso en la frente que ella me devolvió con un ligerísimo toque de sus labios en los míos.

– “Igualmente para vos amoroso compañero”.

El próximo encuentro de «Descanso de maridos» coincidió con un fin de semana largo y Elsa me pidió que la llamara a Sofía pues habían tenido un cambio de palabras y no se hablaban. Sin darme por enterado de eso que ya sabía, la llamé pidiéndole auxilio para mi forzada soledad.

– “Querido viejito verde, encantada de acompañarte, espero que no estés maquinando sacarme de compras para aprovecharte y, de nuevo, recrear la vista cuando estoy con mínima vestimenta”.

– “Bruja, me leíste el pensamiento y se fueron al piso mis perversas esperanzas. Igual te espero mientras busco la manera de engañarte y darme con el gusto”.

El sábado a la mañana recibí la llamada de uno de los dueños del estudio.

– “Buen día doctor”.

– “Hola Federico, necesito de vos un favor grande; Jorge Balmaceda me ha invitado para un almuerzo, el día domingo, en su residencia de veraneo. La verdad es que no ando bien como para concurrir, pero no debemos despreciar a uno de nuestros mejores clientes; como vos llevás la cuenta de él y lo conocés, te agradecería que me reemplaces”.

– “Ningún problema don Leopoldo, mañana voy”.

– “Gracias hijo, y te pido disculpas por arruinar tu descanso”.

De inmediato le conté a Sofía del compromiso laboral que me llevaría algún tiempo a caballo del mediodía.

– “Andá tranquilo, yo descansaré de la laboriosa tarea que significa impedir que hagás alguna macana estando solo”.

El domingo, un poco antes del mediodía partí para cumplir el compromiso asumido.

Don Jorge es un mujeriego compulsivo pero en algo hay que aplaudirlo; siendo consciente de su debilidad y al no querer que la felicidad propia sea motivo de angustia, tristeza o desengaño en una mujer, nunca se casó. Sus circunstanciales compañeras lo saben, y la finalización del precario vínculo se da cuando aparece otra que predomina sobre la actual, o cuando la dama de turno muestra síntomas de pretender exclusividad.

Reunidos algunos, que recién nos conocíamos, se nos acerca el dueño de casa a saludar.

– “Cómo andan muchachos, están servidos?”

Contestó uno que parecía viejo conocido.

– “Sí, gracias don Jorge, estamos bien atendidos”.

– “Imagino que habrán venido con las esposas”.

Del grupo el único que estaba solo era yo.

– “Yo no señor, mi mujer tenía una reunión ya pactada”.

El que había hablado primero, haciendo gala de confianza con el anfitrión, acotó.

– “Don Jorge, cómo anda el tema faldas?”

Evidentemente el que preguntaba sabía de esa afición, y el interrogado no iba a desaprovechar la ocasión para hablar de su pasión y de sus logros en el asunto.

– “Bien, ahora tengo una hembra de primera, seguramente en seguida baja y entonces la presento”.

Instalado el tema, profundizarlo era muy sencillo

– “Imagino que será una joven despampanante”.

– “Esta vez no, es más grande que las anteriores pero rinde el doble, con decirte que en estos fines de semana largos me hago ayudar por dos y, a los tres, nos deja secos”.

– “Debe ser una fiera”.

– “Ahí está lo raro y atractivo. Es muy delicada, al punto que sus besos son inigualables; en realidad no son propiamente besos sino una caricia delicada, una especie de vals de labios y lengua que te inunda el cuerpo entero, y como me encanta besarla les tengo prohibido a quienes me ayudan ponerle el miembro en la boca. No quiero saborear semen ajeno”.

– “Don Jorge, no nos deje con la intriga, usted suele guardar alguna imagen sugerente de los trofeos que va agregando a su colección”.

El que llevaba la voz cantante me asombró por el dominio de la oportuna alabanza que toca el punto débil de cualquiera.

– “Sí, algo tengo; a ustedes que son gente de confianza, incapaces de perjudicarnos a ella o a mí les voy a mostrar nada más que dos fotos; el resto corre por cuenta de la imaginación personal”.

En la primera aparece una mujer en cuatro; el enfoque desde el oblicuo trasero izquierdo muestra la cabeza girada a la derecha dejando ver el pelo largo que cae sobre el antebrazo, cuya mano luce alianza y otro anillo con una piedra pequeña. Encima de la hembra hay un hombre que, apoyando los pies a los costados de las rodillas femeninas permanece en cuclillas; la toma está hecha en el momento justo, pues la unión entre ambos cuerpos es una gruesa poronga venosa, introducida casi hasta el mango en el ano de la dama.

La segunda, tomada desde arriba, muestra la zona pelviana de un varón con el miembro erguido, cuyo tronco tomado por dos delicadas manos es acunado por la lengua de una mujer arrodillada; esta foto también refleja la maestría del que maneja la cámara, pues ha logrado captar el vuelo de la descarga seminal a mitad de camino entre el glande y el fondo de la garganta.

El hombre de la felación es otro, más delgado y con miembro de menor tamaño, pero la mujer es la misma pues los anillos iguales la identifican. Sin embargo toda esta excelente muestra tiene un lado negativo y triste, la cara de la puta de turno corresponde a mi esposa. El resto de la conversación la escuché desde algún lugar perdido en la estratósfera.

– “Lo que es la experiencia”.

– “Tal cual, a ésta le llevo nada más que veinte años, casualmente el mes que viene cumple cuarenta”.

– “Entonces está llegando al límite”.

– “Qué bien me conocés. Ya está organizado el festejo de cumpleaños y despedida”.

– “Si es tan buena podría hacer la excepción”.

– “No conviene. Hace seis meses que la tengo y sería raro si en poco tiempo más no comenzara a ponerse posesiva. Es algo muy natural por lo que es aconsejable cortar en muy buenos términos”.

– “Y ella lo sabe?”

– “No, pues el corte consiste en espaciar las llamadas hasta que resulte natural su cese definitivo. Miren, justo ahí viene”.

La mujer que se aproximaba era un monumento a la sensualidad. Su andar era propio de la persona elegante, sin afectación ni exageraciones. Estimo que el valor de su vestimenta y accesorios superaba un sueldo mío.

– “Elsa, mi amor, te voy a presentar estos invitados”.

Exprofeso me había ubicado último, tapado por uno que debe haber sido mellizo de Goliat. Cuando me tocó el turno la dama perdió toda su solvencia, y el elegante aplomo se vino abajo. La súbita palidez, inmovilidad e incontrolable temblor en las manos hicieron que el amante la sostuviera al tiempo que yo saludaba.

– “¡Querida!, qué gusto encontrarte, veo que hubo cambio de programación, en lugar de reunión con amigas es reunión con amigos”.

– “Se conocen?”

– “Sí don Jorge, es mi señora. Tesoro, el dueño de casa nos acaba de contar tus excelentes aptitudes para dar y recibir placer, de uno, de varios, en la cama o donde sea. Espero que esta promoción aumente tu clientela y recibas muchos requerimientos en el futuro”.

– “No sé qué decir”.

– “No se preocupe señor, yo le agradezco que me haya permitido conocer una faceta de mi esposa que ignoraba. Agradeciendo la gentileza de su invitación me voy a retirar para que mi señora pueda, con total tranquilidad, satisfacer los deseos propios y ajenos de aquellos que quieran participar. Hasta otro momento”.

Llegado a casa después de hacer un regreso extremadamente doloroso, Sofía me recibió mirándome espantada.

– “¡Qué pasó!, tu cara hace suponer una desgracia”.

Le conté paso por paso lo sucedido, y le pedí ayuda para empacar mis cosas pues me iba.

– “A dónde vamos?”

– “Vas a venir conmigo?”

– “Por supuesto, solo no te voy a dejar, mi hermana se puede ir a la mierda”.

Quedamos en que ella se encargaría más delante de mandarme el resto de mis pertenencias y, tomando lo necesario para pasar algunos días, nos fuimos a un hotel. Ahí tomé conciencia de que mi problema personal podría traer consecuencias perjudiciales para el estudio y, por eso, de inmediato lo llamé al socio que me pidiera reemplazarlo y con quien generalmente me entendía.

– “Hola don Leopoldo, disculpe día y hora pero necesito hablar con usted ¿tendrá algunos minutos?”

– “Hola Federico, el tiempo que necesites; si querés que hablemos personalmente podemos aprovechar que estoy en la casa de un amigo, cerca del estudio”.

– “Sería mejor, si me da la dirección en unos minutos estoy ahí”.

Así lo hizo y nos encontramos, primero le conté todo y luego le expresé mi temor de que el señor Balmaceda pudiera creer que, en un arranque de furia, pudiera usar mi conocimiento de temas sensibles de sus empresas para vengarme.

– “Don Leopoldo, le aseguro que eso no va a suceder y además le pido que para despejar cualquier duda me releve de llevar esa cuenta. Me apenaría sobremanera perjudicar al estudio de manera totalmente involuntaria”.

– “No esperaba menos de vos hijo, despreocupate yo me encargo del asunto, hiciste muy bien en avisarme. Nos vemos el martes”.

Regresé al hotel más aliviado en el aspecto laboral, no así en el personal. Sobre la cama había una nota de mi cuñada «Voy a la casa de mi hermana, vuelvo en un rato, esperame».

Después acordé con mi madre para residir en su casa hasta que se cumpliera el tiempo de ocupación de mi departamento

Dos horas habrían pasado desde la reunión con mi jefe cuando recibí su llamada.

– “Hola don Leopoldo”.

– “Federico, acabo de cortar con el señor Balmaceda que me llamó preocupado por lo sucedido. Cuando le conté que nos habíamos reunido y lo que me dijiste se tranquilizó, además me dijo que quiere hablar con vos para lo cual te espera en su casa mañana alrededor de las once. Por favor, no dejes de ir”.

– “Sin problemas doctor, le informo cuando termino o prefiere el martes?”

– “Si todo anda bien te espero en el estudio el martes a primera hora”.

Unos minutos después llegó Sofía luego de haber estado con Elsa.

– “Lógicamente dice estar arrepentida y pretende recuperarte”.

– “Una lástima que su arrepentimiento haya comenzado justo después de haber sido descubierta y tan es así que, entre la cara de hembra satisfecha cuando se aproximaba, y el rostro de pálida desesperación cuando me vio, hay un abismo”.

– “Me contó llorando cómo fue la despedida definitiva apenas te fuiste”.

– “Generalmente es una separación bien gratificada”.

– “En este caso tal era su molestia que no hubo gratificación, simplemente le dijo que tomara sus cosas pues el chofer la esperaba afuera”.

– “Entonces estaba molesto en serio”.

– “Y tanto que cuando Elsa le dijo que esto había sido un accidente, le contestó que era verdad, pero que ese accidente le podía costar mucho, empezando por perder al mejor abogado que había tenido en los últimos tiempos, en cambio putas como ella conseguía una docena en media hora. Y ahí perdió el equilibrio porque le respondió de mala manera, «viejo impotente, que necesitás ayuda para conformarme, andate a la puta que te parió»”.

– “Conociéndolo a don Jorge me parece una mala forma de despedirse”.

Esa noche mi sueño fue una alternancia de momentos de conciencia y pesadillas, algunas de las cuales fueron calmadas por caricias de mi compañera de pieza, aunque no de cama.

En la oportunidad pactada me reuní con don Jorge, quien me recibió cordialmente pero serio; me ofreció algo de tomar y acepté café si lo podía acompañar con un cigarrillo, por lo cual fuimos a la galería.

– “Federico, me siento mal por lo sucedido pues en algo he participado aunque sea involuntariamente”.

– “No se preocupe señor, es evidente que usted ignoraba mi relación con ella. Lo considero incapaz de invitarme para hacerme pasar un mal rato”.

– “Quiero hacerte saber en particular tres cosas. Empiezo por la menos importante, he terminado con Elsa. La siguiente es un pedido, me encantaría que sigas a cargo de mi cuenta; te tengo total confianza, más aun después de saber lo que le dijiste al doctor Leopoldo. La última también es un pedido, por favor, si alguna vez necesitás algo que esté a mi alcance no dudes en pedírmelo, será un placer ayudarte”.

Después de un rato más de charla nos despedimos y regresé al hotel. Al día siguiente, habiendo regresado del trabajo, Sofía me contó las novedades.

– “Parece que las desgracias la siguen a tu ex, primero te perdió a vos y ahora el trabajo, la despidieron”.

– “Quién lo hubiera dicho, pensé que su posición era muy sólida”.

– “Creía lo mismo pero el diablo metió la cola. El señor Balmaceda, que es uno de los mejores clientes de la agencia, los presionó de manera muy efectiva”.

– “Esto sí que es novedad, ignoraba esa relación al no haber dependencia directa sino simple prestación de servicios”

– “Los convenció diciendo que iba a divulgar su infidelidad, que se iba a retirar como cliente y que haría circular el rumor de que Elsa le había ofrecido alumnas para participar de sus reuniones”.

– “Ya me parecía que ese hombre no iba a aceptar mansamente el insulto de despedida”.

– “Y cuando mi hermana se quejó de la medida le respondieron que el primer punto era un tema personal, el segundo los perjudicaba un poco y el tercero era algo serio, pero los tres juntos constituían una bomba que ocasionaría enorme perjuicio a la empresa, que por supuesto no pensaban asumir”.

La cercanía con Sofía después de mi separación fue paulatinamente incrementándose, física y emocionalmente, al punto que en las frecuentes salidas a veces íbamos abrazados, yo tomándola por los hombros y ella agarrada a mi cintura. Así fue como un día me dijo.

– “El viernes quisiera ir a bailar, me acompañás?”

– “Encantado pero no sé si te conviene, soy mal bailarín”.

– “Esa parte no me interesa, sos buena compañía”.

-“Entonces, con inmenso placer actuaré de viejo verde”.

El día acordado fuimos a una discoteca conocida por mi cuñada. En un ambiente agradable, música que permitía hablar y ser escuchado, yo era uno de los pocos veteranos, por supuesto que todos acompañando damas jóvenes. Cosa rara, pues casi siempre evitaba el tema, se refirió a su hermana.

– “La extrañás?”

– “No, simplemente de a ratos aparece algún recuerdo; no tengo la nostalgia de quien añora algo que antes poseía y ahora no, sino como una cosa que quisiera borrar de la memoria”.

– “Te puedo ayudar?”

– “Hace tiempo que me estás ayudando, lo que podría haber sido un infierno, con tu apoyo, quedó reducido a molestia”.

– “Y antes, no sospechaste algo?”

– “Alguna vez se me ocurrió pero lo di por una normal sensación de celos, hasta la tarde que ustedes discutieron y, de casualidad, las escuché.

– “Pero no reaccionaste”.

– “En realidad mi reacción fue leve, suspendí toda muestra de afecto especialmente la intimidad, en la esperanza que recapacitara pero evidentemente fue inútil. Y desde ese momento tu compañía fue mitigando mi dolor”.

– “Federico, hace tiempo tengo un interrogante girando en mi cabeza y la respuesta la tenés vos ¿me ayudarías?”

– “Ya estoy en un brete, la introducción anuncia peligro pero no te puedo negar mi ayuda, podés disparar los cañones”.

– “Hace más de un año que compartimos hermosos momentos y nunca tuviste para conmigo alguna insinuación tan común entre los hombres, ¿no te atraigo?”

– “Sabía que esto venía difícil, pero te di mi palabra. Sí, me atraés y mucho, pero le tengo pánico al rechazo, si tuviera un avance y me frenaras me moriría de vergüenza, sería incapaz de mirarte nuevamente a la cara, y me aterra perder tu compañía”.

– “O sea que sos un cagón de marca mayor con complejo de inferioridad”.

– “Sí, pero no es ilógico; en esta relación la que pierde sos vos, juventud, belleza y largo futuro por delante, contra un maduro, mañoso y golpeado”.

– “Eso es cosa mía, sigamos la danza mariquita”.

Siendo un negado total para bailar suelto aprovechábamos las lentas, donde el correr de los minutos, la belleza y sensualidad de la mujercita que tenía entre los brazos, el roce natural del baile y la forzada abstinencia, hicieron que se produjera la espontánea reacción

– “Eso duro que me punza entre las piernas es lo que creo?”

– “Si crees que es mi miembro pugnando por hacerse espacio en ese lugar, estás en lo cierto”.

– “Y lo decís como si estuvieras satisfecho”.

– “Dos cosas me ponen contentísimo, por un lado la sensación deliciosa de que esa parte blanda, aunque cede a mi empuje no se retira, y por otro a que todavía no tengo cuatro dedos marcados en la mejilla”.

– “La diferencia de edad hace que esto sea casi la corrupción de una menor”.

– “Aunque lo estoy disfrutando te aseguro que no fue mi intención”.

– “Eso lo sé, tus intenciones para conmigo nunca han sido malas; aceptarías un pedido?”

– “Con los ojos cerrados”.

El pedido lo hizo en un susurro con la boca pegada a mi oído.

– “Corrompeme del todo papito, quiero sentirla entre mis nalgas mientras metés la mano por la cintura de la falda que es elástica, el faldón largo de la camisa va a tapar. Acariciame tesoro, no hay otro obstáculo a vencer porque me saqué la bombacha cuando fui al baño”.

Y giró dándome la espalda; si hubiéramos ensayado la coordinación el resultado no habría sido tan bueno, el bulto que sobresalía a la altura de mi bragueta quedó en el canal que divide los glúteos y ella con dos movimientos laterales hizo que ambas esferas lo acunaran dando comienzo a una deliciosa tortura; los pasos del baile hacían que el tronco, descansando entre los dos globos, fuera mecido a derecha e izquierda según el pie que se movía, elevando mi excitación a pasos agigantados. En eso ella giró la cabeza.

– “Besame amor, mientras tu mano traviesa adelante y tu palo atrevido atrás me llevan al cielo”.

– “No aguanto más preciosa me voy a correr”.

– “Dejate ir mi vida y acompañame que también estoy al borde; en el departamento me ocuparé de tu ropa”.

Seguramente quienes estaban cerca se dieron cuenta del tremendo orgasmo casi simultáneo, aunque para nosotros el resto del mundo había desaparecido. Cuando volvimos a la conciencia Sofía me tomó de la mano encaminándose a la salida.

– “Vamos a mi departamento”.

Ella manejaba todo, incluido yo que iba atónito pero encantado. En el taxi mantuvimos la compostura, pero fue cruzar la puerta y toda mi ecuanimidad se fue al carajo.

La apoyé contra la pared, me arrodillé buscando la altura justa y levantándole la pollera pegué mi boca abierta a su conchita tratando de abarcar lo máximo de esa vulva jugosa. Sus manos, tomándome de la nuca solo acariciaban dejando que me moviera a gusto. En seguida levantó el pie derecho apoyándolo en una silla cercana para abrirse más, cosa que aproveché para extender el recorrido de la lengua desde el ano hasta el clítoris.

El lapso entre los orgasmos en la pista de baile y la llegada al departamento fue suficiente para renovar el deseo, así que cuando sus dedos pasaron a ser garras en mi nuca me levanté, bajé el cierre del pantalón y, en un rápido tanteo ubiqué la entrada, para ocupar el conducto con un solo golpe de cadera. Nuestras bocas se saboreaban en silencio hasta que al mutismo lo corté yo.

– “Te estás cuidando ante un posible embarazo?”

– “Sí, voy a tratar de que me preñez cuando antes, mi amor”

Terminado el diálogo comenzó la corrida, ahora sí, acompañada de quejidos y gritos al por mayor. Calmada la urgencia instintiva volví a mis cabales y caí en cuenta dónde estaba.

– “Cuándo te cambiaste aquí?”

– “Hace una semana, inmediatamente que se fue el inquilino y después de cancelar la hipoteca, y dos cosas me movieron a esto. Lo que vos dijiste que harías si sucedía el divorcio, y que yo, sabiendo que era inevitable esa separación estaba decidida a tenerte conmigo, y eso como dice el escudo chileno «Por la razón o por la fuerza»”.

– “Sos de temer preciosa, pero te amo”.

– “Consciente de lo que quería necesitaba casa propia, distinta de la que ocupabas estando casado, así que le hice conocer el tema a mis padres y a Elsa. Papá y mamá acordaron con tu ex pagar la hipoteca y se alquilara la casa para darle algún alivio a mi hermana hasta que consiguiera trabajo mientras vivía con ellos”.

Esa noche fue maratónica aprovechando que al día siguiente no había compromiso laboral para ninguno. Mi organismo pidió una semana de descanso pues testículos, vesícula seminal, y próstata habían trabajado a destajo.

Días después, por pedido de Sofía acepté reunirme con Elsa; sería el primer contacto tras aquel doloroso almuerzo, pues sus mensajes y llamadas los pasé por alto. Acordamos hacerlo en un café, llegando yo antes; cuando ella apareció mi saludo fue ponerme de pie e indicarle la silla.

– “Te escucho”.

– “Cómo estás?”

– “Eso no te interesa. Algo más?”

– “Sí, quería pedirte perdón”.

– “Perfecto, ya lo hiciste”.

– “Me vas a perdonar?”

– “Respecto de vos, lo único que quiero es olvidarte”.

– “Evidentemente mi mala suerte no termina”.

– “Sin ánimo de discutir, lo que te ha sucedido no es producto de la suerte, todo es simple consecuencia de tu proceder. Conseguiste un amante y arruinaste el matrimonio, insultaste al transitorio compañero y perdiste el trabajo, la ofendiste a tu hermana y casi terminás sin casa; lo único que te falta es enojarte con tus padres para perder techo y comida. Pero como en esta vida, lo malo también tiene algo de bueno, gracias a vos conocí a Sofía. Espero no volver a verte”.

Me levanté, pagué la consumición y regresé a mi nueva casa, que es la de mi amada compañera.

Ha pasado un año de aquel fatídico descubrimiento y en ese lapso pude comprobar que la influencia de don Leopoldo llegaba a lugares inimaginados. En este país, donde los trámites judiciales demoran una eternidad, mi juicio de divorcio fue la excepción, hace unos días me entregaron la sentencia. Con ese papel en la mano, ya en casa, esperé a Sofía y después del beso, habitual saludo, la sostuve en mis brazos mientras al oído le decía.

– “Querés casarte conmigo”.

– “Hijo de puta”.

– “No entiendo la respuesta, repito, querés casarte conmigo”.

– “Hijo de puta, y lo repito porque tu propuesta no es fruto del amor, no es producto de una atracción insalvable sino que proviene de tu maldad, lo que pretendés es matarme de alegría, viejito de mi alma, anciano de mi corazón, ¡te amo mi cielo!”

En cuanto conseguimos turno en el Registro Civil nos casamos, sellando legalmente el amor que nos tenemos y, por si fuera poco, la unión fue reforzada maravillosamente con el fruto que desde hace tres meses late en las entrañas de mi esposa.

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