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Peli y manta
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Era domingo por la tarde de un día de invierno, hacía un frío difícil de soportar y Laura y yo andábamos por la calle por el camino más corto y directo hacia su casa. Era complicado mantener una conversación mientras nuestros dientes castañeaban por aquella temperatura tan baja, mientras nos desplazábamos encogidos y deprisa, deseando llegar nuestro destino. Así, cuando estuvimos frente a la puerta, a mi amiga le costó meter la llave en la cerradura por como tiritaba y cuando lo consiguió, entramos sin demora hacia el salón en busca de algo de calor.

Aquella chica, que entonces tenía 25 años, seguramente sería calificada por la sociedad en general como “normalita”, pero solo si se mira desde un punto de vista superficial, ya que si alguien molestase en verla, conocerla y analizar todos los detalles como yo hice, se daría cuenta de su seductora mirada con unos preciosos ojos color aceituna, las interesantes formas afiladas de su rostro que le daban un aura de madurez muy interesante, ese pelo castaño oscuro con un corte que era más largo en la zona de su cara pero se iba subiendo diagonalmente para dejar su nuca al descubierto, con cabellos sueltos que a veces se empeñaban en deslizarse hacia sus labios, gruesos y visiblemente destacados si la mirabas de perfil, por no hablar de su personalidad, que aunque tímida, parecía mantener contenida siempre a una mujer alocada y desinhibida que escaparía cuando menos se le esperaba.

Mientras yo encendía la televisión y buscaba en el catálogo de películas de la plataforma que tenía contratada, ella se quitó el abrigo y puso en marcha la calefacción, aunque como aun tardaría en calentar la casa, fue también en busca de una manta que la ayudara a entrar en calor. No sé por qué en ese momento me fijé en un curioso reloj de estilo antiguo que había en la pared y comenté en voz alta que me gustaba. Desde su cuarto mientras regresaba, la joven Laura me contestó que era bastante antiguo y que era sorprendente que aun funcionara bien. Su mecanismo era bastante ruidoso, pero era siempre preciso en su tarea de marcar las horas.

Nos sentamos y me puse a toquetear los botones del mando de la tele, al que ya parecía quedarle pocas pilas. Laura se arropó con la manta y pudo por fin relajarse tranquila y olvidarse del frio del exterior. Sin embargo, en mi caso, no sé si por vergüenza, me dejé la chaqueta puesta para calentarme.

Para mí era suficiente, así que me quede sentado a su lado mientras veía empezar la película, que no parecía ser muy buena: Apareció Ben Affleck caminando por la ciudad mientras salían los créditos de inicio y pronto la escena cambió a una oficinista que trabajaba contestando el teléfono, con un montón de papeles en la mano y estresada, y que acabó derramando un vaso de plástico que contenía algo parecido a un café sobre unos documentos de su escritorio. Era fácil deducir que esos dos acabarían liados en algún momento de la peli, y de todas formas, por muy bueno que hubiese sido el guion, todo mi interés lo atraía la persona que se sentaba a mi izquierda en el sofá.

Miré nuevamente el reloj de pared y vi que eran las doce y media de la noche, luego la miré a ella y me maldije por haberme sentado tan lejos y no haber aprovechado el frío y la manta para acercarme. Justo ahí, llego uno de esos terribles momentos en los que me da por pensar: “¿Y Si le pido que me deje un poco de manta ahora, se me notaran las intenciones?”, “¿Y si empiezo a decir que tengo frío?”, “¿me mandara a por otra manta o me dejara la suya?”. Pensaba y pensaba… Y cuando volví a mirar el dichoso reloj ya eran la una menos cuarto. Quince minutos dándole vueltas a la cabeza solo para decirle que quería sentarme más cerca…

Si, así soy yo a veces.

Me quité el abrigo y me froté las manos para calentarlas un poco.

Laura lo vio.

–¿Tienes las manos heladas como yo? –me dijo.

–Pues la verdad que un poco. –respondí pensando que a lo mejor se apiadaba de mí y me cedía amablemente un hueco junto a ella.

–Lo mío es que es exagerado. Mira. –dijo Laura mientras se incorporaba en el sofá y me cogía la muñeca con su mano derecha.

Ciertamente tenía la mano muy fría, pero me gustó notarla.

Al final, como no sabía de qué forma decirlo, simplemente actué y, un poco nervioso me descalcé, subí los pies al sofá y cogí un pico de la cobija con la que mi amiga se tapaba tirando de ella para cubrirme. Ella se quejó, se levantó y se sentó, descalzándose y colocando los pies en alto como yo.

–Perdona, es que tenía un poco de frío –disimulé.

–Ja, ja, te estaba dejando a ver cuanto aguantabas. –Contestó mientras se reía.

Aquel momento me gustaba y me frustraba en partes iguales. Por fin podía sentirla a mi lado, refugiados bajo el mismo tejido calentito, pero con la necesidad de tenerla un poco más cerca. Así que mientras Ben Affleck repartía justicia entre un grupo de tipos malos, me aproximé un poco más a Laura fingiendo que me colocaba en el asiento, y en el momento en que el antagonista de la peli entraba en escena, yo en la vida real, me aproximaba aun un poco más a mi amiga y empezaba a sentir un cosquilleo que parecía salir de mi estómago y recorrer mi cuerpo proporcionándome una increíble sensación de serenidad.

–No te ves quieto, ¿eh? –dijo Laura

Solo supe pedir perdón y torturarme quince minutos más, sabiendo que el paso del tiempo me restaba oportunidad de provocar que algo pasara entre los dos, y es que, aunque sabía que eso de quedar para ver una película a solas, suele significar otras cosas, creía que tenía que buscar el instante indicado, no ser torpe y evidente, no dejar que se escapen las oportunidades, analizando cada detalle…

O rindiéndose para probar suerte y ya está, pensando en si sería buena idea rodearla con el brazo para que se echara un poco sobre mí, hasta que al final me dije a mi mismo que el único modo de actuar era no pensar tanto, y termine por pasar mi brazo por detrás de su cuello, esperando no quedar demasiado mal. Por suerte ella me miro y se acurrucó sobre mi pecho. Tenía ahora su cabeza a escasos centímetros de mi nariz y podía respirar el aroma a menta y frambuesas que salía de sus cabellos castaños oscuros, suaves, brillantes y lisos.

Por supuesto ya no tenía frío y para que mi acompañante tampoco lo tuviera me ocupe de cubrirla lo suficiente con la manta y mi propio cuerpo.

Seguimos viendo la película, abrazados, sin decir nada de nada salvo algún comentario ingenioso para hacer humor con lo que estaba pasando, y después de un rato empecé a acariciar el pelo de mi amiga, con la duda de si sería algo que le gustara u odiaría. Por suerte me sonrió y me dijo que estaba muy a gusto, incluso tanto que podía quedarse dormida fácilmente. La verdad que, aunque no era precisamente mi plan, no me importaba si se dormía sobre mí, por lo que continué acariciándola un poco más, buscando su mirada cada cierto tiempo y luego quise coger su mano y rozar la palma con mi pulgar. Finalmente se giró para mirarme y fue ahí cuando empecé a sentirme caprichoso de besarla.

Acaricie sus labios, sus mejillas… y luego, aunque empezaba a resultarme una postura algo incomoda me agache como pude para alcanzar su boca entreabierta. Fue increíble sentirla durante ese momento tan breve, cerrando los ojos en el momento en el que se encontraron nuestros labios, apurando hasta el máximo el contacto entre nosotros. Por otra parte, cuando Laura vio que tenía que doblarme mucho se levantó y se sentó en el sofá de forma que pudiéramos besarnos más cómodamente.

Esta nueva postura nos permitió mantenernos unidos mucho más tiempo, olvidando la película, el frio, la manta, el reloj… Y así, el leve contacto inicial se fue trasformando en una serie de profundas caricias labiales gracias a las cuales pude también tocar su cintura, sus costados, o sus mejillas mientras literalmente tomaba uno de sus labios y lo dejaba deslizar entre los míos, volviendo luego a por el otro para repetir el proceso e ir poco a poco añadiendo un poco de lengua.

Evidentemente todo esto nos acaloraba.

Recuerdo que la boca de Laura excitaba al primer contacto y la forma en que besaba y respirada acelerada me hacía pensar que ella había estado deseando que pasara aquello casi tanto como yo, y probablemente también luchando contra el paso de los minutos que podían hacer que se acabara nuestro momento sin que nada hubiera ocurrido.

Me di cuenta después de que la que no tenía ahora una buena postura era ella que tenía que girarse e inclinarse un poco echándose hacia delante y lo hizo tanto que acabo acorralándome en el respaldo del sofá, así que le propuse que se sentara sin miedo sobre mí, y sin pensárselo, pasó una pierna por encima de mis muslos y se sentó sobre ellos, quedando así por fin, cómodamente cara a cara, el uno contra el otro.

Y la cosa se empezó a calentar aún más… Al tenerla sentada sobre mí no podía esconder lo obvio, que aquella pasión que compartíamos empezaba a conseguir que Laura notara la excitación y como empezaba a crecer un bulto en mis vaqueros, mientras jugábamos dándonos mordiscos juguetones y pasionales, chupándonos o lamiéndonos sin control alguno, lo que demostraba que no era el único que empezaba a sentirse agitado por el deseo. Las pausas entre besos dejaban que se escuchara como nuestra respiración se había convertido ya casi en jadeos y suspiros, y mis manos se iban solas recorriendo cada milímetro de su cuerpo.

Primero por su espalda, bajo su ropa, subiendo desde su cintura, metí después una mano hacia su pecho para cubrirlo, masajeándolo con cuidado y disfrutando de su tacto, dándome cuenta que cuando mis dedos rozaban en puntos sensibles, ella empezaba a moverse, frotando su entrepierna contra mí ya evidente erección, cabalgándome con un sugerente movimiento de cadera, aunque aún por encima de la ropa, solo insinuando, mientras prácticamente me comía de forma más apasionada y buscaba las caricias de mi lengua en el interior de mi boca o incluso me cogía la otra mano para llevarla hasta su pecho y que no dejara de apretárselo.

Estaba claro que aquella parte de su cuerpo era sensible, y además, ella estaba bastante orgullosa de su delantera, suave, de buen tamaño, con una asimetría muy sexy, así que me permitía masajearla por debajo de su camiseta, gozándolo y a la vez sabiendo que cuanto más notara aquel estímulo en mi piel, más iba a desearla.

Tuvimos que parar un momento para darle al botón de stop y detener la película. Nos pareció lo mejor para olvidarnos de distracciones y disfrutar de hablarnos entre susurros o escuchar los siseos de nuestra ropa caer al suelo cuando nos deshiciéramos de ella y, por suerte para mí, de mi parte, encontré un inesperado aliado en esta situación: la pantalla apagada del televisor que actuaba como espejo. Laura y yo nos veíamos reflejados mientras continuábamos en nuestro eterno placer de compartir fluidos y explorarnos sin prisa, pero sin pausa, hasta que se me ocurrió una pequeña idea que sabía que a ella podía gustarle y que yo sin duda iba a disfrutar.

La incité a que se diera la vuelta para atacar desde atrás y así poder recorrer su cuello y su nuca con mis labios mientras levantaba su camiseta y apartaba su sujetador para cubrir completamente sus pechos con mis palmas. Contemplaba así su boca entreabierta y su cara de morbo reflejada mientras frotaba sus pezones con mis dedos, haciéndolos vibrar un poco, intentando que se endurecieran con mimos y roces… Recuerdo perfectamente como arqueaba su cintura y se revolvía, poniendo sus manos sobre las mías para invitarme a seguir, y después de un rato decidí ir trasladando mis caricias cada vez más abajo, mientras me fijaba otra vez en la pantalla y leía en el movimiento de su cuerpo sus deseos.

Fui deslizándome por su escote y su vientre, tratando más tarde de colar mi mano dentro de su pantalón. Parecía que iba a dejarme y, de hecho, pude llegar a sentir la humedad de su sexo en mis dedos, tapado por un tanga oscuro que apenas le tapaba y cuyo tejido tenía un tacto que me provocó un delicioso cosquilleo en el cerebro. Sin embargo, pronto cerró sus piernas y apretó sus muslos, apartándome luego de aquel placer y pidiéndome que parara un momento.

Me pregunté si había ido demasiado rápido.

Mi amiga se sentó de nuevo a mi lado en el sofá. Como ya no hacía frio donde estábamos no nos preocupaba demasiado que la manta acabara en el suelo o que nuestra vestimenta se descolocara, pero cuando pensaba que aquello, por algún motivo que no acababa de entender se iba a acabar allí, Laura se acercó a mi oído y empezó a explicarme en voz muy baja y erótica a que venía aquella improvisada pausa.

Ella sabía que me encantaban sus pechos, porque a veces habíamos hablado en confianza y había salido el tema. Me dijo que estaba sorprendida de que aun sabiendo lo sensible que lo tenía y conociendo lo caprichoso que era, a veces no le hubiera pedido cosas como que me dejara comérmelo durante un largo rato, o algo tan morboso como que me dejara sentir mi dureza siendo aprisionada por la esponjosidad de escote.

Obviamente, había pensado en esas situaciones una y mil veces, pero Laura es tímida y casi siempre intento ir despacio y ver cómo reacciona antes de pasar a otra fase.

Así empezó casi a regañarme por llevar siempre la iniciativa y no haber dejado nunca que ella mandara, y para reivindicar su posición me empujó hasta que estuve tumbado en el sofá, con ella encima terminando de quitarse la camiseta y el sujetador, mientras se mordía el labio y me miraba de forma pícara desde sus profundos ojos, sin darme tiempo a reaccionar, y se inclinó sobre mí para empezar a provocarme acercando sus tetas a mis labios pero sin dejar que alcanzara a probar sus endurecidos pezones, sujetándome a la vez las manos para que no pudiera moverme.

Yo solo podía contemplar sus voluptuosidad mecerse delante de mí y, como aquella persona que yo consideré siempre tan introvertida me levantaba la camiseta para dejarme sentir ahora su pechos apretarse y rozarse sobre mi piel. Luego, me los acercó a la boca de nuevo y me pidió que los comiera con calma.

Mentiría si dijera que no disfrutaba de aquello a pesar de que me dominara de esa forma. Me acariciaba el pelo y jadeaba mientras me miraba pasar mi lengua por su aureola en círculos y darle también lametones húmedos y largos. Su escote me atraía y era todo un placer perderme en él para después seguir posando mis labios prácticamente en cada milímetro de toda la parte superior de su cuerpo.

Ya no quedaba en nosotros ningún el recuerdo del frio de la calle, cuando mi amiga se había incorporado para desabrochar mi pantalón y desnudarme parcialmente de cintura hacia abajo. Después, sostuvo toda la dureza que ella misma me había provocado entre sus dedos, mientras me miraba y rozaba mi frenillo contra uno de sus pezones dejándome paralizado de placer.

Creo que Laura disfrutaba de controlar la situación y, a la vez, el contacto en la zona de su cuerpo que usaba para estimularme era también deliciosamente placentera para ella.

De repente, dejó caer un poco de saliva desde la punta de su lengua sobre su escote en medio de una mirada lasciva y sensual, y lo extendió dejándome ver así, que estaba decidida a dejarme sin ganas de resistirme a lo que venía a continuación. Y no tardé en, de esta forma, sentir como sus pechos apretaban lo justo para permitir deslizarse entre ellos a mi miembro, que notaba más caliente y sensible que nunca. Mientras mi generosa amante no dejaba elevar y bajar su cuerpo para que pudiera disfrutar aquel excitante roce sin parar de mirarme, ni de sonreír en ningún momento.

–¿Te gusta? –me dijo con la respiración entrecortada.

–Ufff, ¿tú qué crees? –acerté a contestar casi sin saber que decir.

–No lo sé… te pregunto ahora porque después no podré hablar.

–¿Por qué? –pregunte extrañado.

–Por esto…

Y por sorpresa dejó esperando su lengua húmeda para que mi glande la encontrara cuando saliera desde su escote. Sus labios y su boca estaban ahí cada vez subía y bajaba sus pechos, frotando desde la punta hasta la base de mi sexo, y yo que me sentía a punto de estallar de placer quise pelear un poco por tener algo de iniciativa y alargar un poco más el placer. Así, fingí que estaba incomodo con la ropa que aún no me había quitado para que parara un momento, y ya de paso poder desnudarla a ella por completo, así que hubo de nuevo una pequeña pausa que pude usar para respirar tranquilamente y recuperarme.

Me desnudé entero y luego deseé prácticamente arrancar la ropa que aun vestía mi compañera, entre caricias y más besos, tomando ventaja de que como solo le quedaba la parte de abajo y podía aprovechar para tomar la iniciativa.

Desabroché su pantalón y se lo quité acercándome luego a su boca para empezar a saborearla más, mientras trataba de rozar su entrepierna por encima de su ropa interior…, pero de nuevo cerró las piernas mientras sonreía. Recorrí entonces su cuello con mis labios, lentamente, mientras acariciaba su cintura y sus muslos, provocándola, con paciencia, viendo como poquito a poco se retorcía en el sofá e iba aflojando la presión de sus muslos y dejándome por fin acceso a su zona íntima, hasta que al final conseguí llegar a deslizar un dedo sobre su tanga notando esa humedad que tanto me ponía y moviéndolo un poco entre labios de su sexo, consiguiendo así que se fuera rindiendo.

Poco a poco, perdiendo su capacidad de resistencia, sometiéndose al placer, hasta que por fin me dejaba acariciarla con la mano, presionando lo justo y moviéndola arriba y abajo, centrando después unas caricias circulares con mis yemas en la zona que sentía más mojada

–Eres malo –me dijo entre jadeos y suspiros.

Y le sonreí de forma malévola después de volver a recuperar el control por completo y mientras empujaba su tanga hacia abajo, aunque sin poderlo quitar del todo, escuchando el sutil sonido del tejido rozarse con la piel de sus muslos. Podía por fin sentir su humedad de forma directa en mis falanges y tratar de excitarla cada vez más con los mimos que daba con solo dos de ellas a su clítoris.

–Veo que quieres convertir esto en una competición… Espero que no pienses que el primero que se corra pierde, porque entonces vas a perder. –me susurro al oído antes de proceder a su contraataque.

Laura se acomodó mejor quitó la ropa interior, quedándosela en la mano y empujándome después para volver a obligarme a que me tumbara. De nuevo sostenía el tronco de mi miembro entre sus dedos, solo que esta vez acercaba peligrosamente su boca y jugaba a sacar la lengua y mirarme para que volviera a quedarme paralizado. No sé si en algún momento notó que su ropa interior me excitaba o fue un truco que pensó que iba a gustarme, pero de pronto usó aquel minúsculo tanga para rodear con el la base de mi sexo y así, tirando del tejido, acercarse mi glande a la boca sin tocarlo.

Aquella imagen me dejó inmóvil, sometido a dejarme sentir las caricias de sus labios rodeando esa parte tan sensible de mi anatomía.

Está claro que iba a perder nuestra pequeña competición porque ya podía notar que no tardaría mucho en correrme. Intentaba aguantar un poco, pero mirar hacia abajo y ver su lengua cargada de saliva y trepando por la zona del frenillo me ponía hasta el extremo. Desvié la mirada hacia la pantalla del televisor y vi a otra vez a Laura reflejada, moviendo su cabeza abajo y arriba, absorbiéndome, llenando su boca con mi sexo y acompañando ahora el gesto con las caricias de sus manos… No podía más. Empezaba a sentir espasmos tan fuertes que no podía ocultárselo.

–¿A qué voy a ganar? Venga, no te resistas y córrete. –decía con una sonrisa pícara.

Usó de nuevo su ropa interior para hacer que el masaje final con sus mano fuera más estimulante, recorriendo con sus dedos todo el tronco de forma rítmica y sin pausas, hasta hacerme tener un orgasmo que goteó sobre aquella su prenda íntima y sus falanges en varias oleadas, hasta dejarme completamente extasiado y medio mareado.

Definitivamente perdí.

–Uff, ahora podías dejarte ganar un poquito. –le dije después de recuperarme.

–Ya veremos. –contestó

Y caminó desnuda hasta su habitación para esperarme en su cama.

Fui tras ella y los dos disfrutamos de un buen rato de caricias, de besos, de reírnos… Aunque me temo que volví a perder. Y es que mi amiga sabía cómo moverse cuando se colocaba encima, sabía contenerse y sobre todo sabía explotar la sensualidad de su cuerpo, sus gestos, sus caras…, el poder del morbo visual con el que era capaz de dominarme.

No fue hasta la tercera vez cuando por fin me dejó ganar y ser yo quien la ayudara a ella oralmente a protagonizar un orgasmo. Pero ya me tomaría la revancha cuando descubriera alguna fantasía de Laura que pudiera darme ventaja y no sucumbir a sus poderes.

Eso sí, fue un encuentro fantástico en la que el reloj que había visto al llegar a la casa no hacía más que restarme con su ruidoso tic tac, segundo tras segundo del tiempo que iba a disfrutar de la compañía de Laura y recordarme que, si no me hubiera lanzado en el momento oportuno, nada hubiera pasado, cuando era evidente, que los dos deseábamos pasar toda la noche en vela.

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