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Patricia, cuando follaba, era de pocas palabras
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Miércoles 7 de agosto de 1999.

Era el día de mi cumpleaños. Había discutido con mi esposa por haberme tomado unos vinos de más y por ese motivo al llegar la noche no quiso ir a cenar conmigo. Al haber reservado en un restaurante, fuera o no fuera tenía que pagar, no solo la cena sino también la habitación. Me fui solo y cabreado. Eran las diez de la noche, estaba en la barra del bar del restaurante y recuerdo que se oía la canción "Despacito" cuando llegó ella y pidió un whisky doble. Era una morena, muy linda, de entre 20 y 24 años, rellenita, su larga melena negra la llevaba recogida en una trenza, sus ojos rasgados eran negros cómo la noche y los llevaba pintados de color rosa, sus labios eran gruesos y los llevaba pintados de color de los ojos, lo mismo que sus largas y cuidadas uñas, de los lóbulos de sus orejas colgaban dos grandes aros de oro, el vestido negro que llevaba era ceñido, le daba por encima de las rodillas y resaltaba sus grandes tetas y su impresionante culo. Sus zapatos negros casi no tenían tacón y aun así era unos centímetros más alta que yo. Sacó del pequeño bolso negro un paquete de Winston, cogió un cigarrillo, y con él en la mano, me preguntó:

-¿Tienes fuego?

Le di fuego, el barman le puso el whisky, doble, se echó un trago, y me dijo:

-¿Esperas a alguien?

Mi respuesta fue seca. Sin mirarla, le dije:

-No.

-Parece que estás enfadado con el mundo.

-Solo con mi esposa.

-¿Te metió los cuernos?

La miré. Había cruzado las piernas, y las tenía preciosas, le respondí:

-No, no es por eso.

-Suerte la tuya. Yo me acabo de enterar de que mi novio me los mete con la que creía mi mejor amiga.

– ¿Por eso lo del whisky doble?

-Por eso.

Le miré para las piernas, y luego fui subiendo la vista hasta sus ojos.

-El hombre es un animal irracional que no evolucionó con el paso del tiempo.

Sonrió. Sus dientes eran blancos y su sonrisa cautivadora.

-¿No era racional?

-Si fuera racional no se follaría todo lo que se mueve para presumir delante de sus amigos.

-¿Cree que me los metió por eso?

-Seguro, bonita. Sin conocerlo lo veo caminar a tu lado cómo un pavo real. Orgulloso de llevar a su lado a un monumento de mujer…

La chica me puso el freno.

-No estoy de humor para que me seduzcan.

-No era esa mi intención, si te lo digo es porque así caminaba yo al lado de la que es ahora mi mujer cuando éramos novios, y después, para hacerme el importante delante de mis amigos, le metía los cuernos.

La joven me miró con cara de asco, y dijo:

-Putos hombres, estáis todos hechos con el mismo patrón.

-Más o menos.

Se mandó el whisky doble de un trago. Se le estremeció el cuerpo, luego dijo:

-¡Arggg! Esto anima a una muerta. Pon otro, chaval.

El barman le puso otro, sencillo, y le dijo:

-Ya pueden ocupar la mesa cuando les plazca.

La chica, me miró, y me preguntó:

-¿Qué dice el loco este?

-Piensa que eras mi acompañante. Desgraciadamente estoy solo, ya te dije que mi esposa está enfadada conmigo.

-¡Cómo para no estarlo! -se rio.

-No es por lo que piensas. Hace años que no la engaño. Hoy cumplo 44 años. En la comida me pasé con el vino y se enfadó.

El Whisky la desinhibió y empezó a ser ella misma.

-Ya veo, ya, y ahora el señor me va a pedir que cene con él.

Era mi oportunidad para comenzar a seducirla. Desempolvé mi viejo yo, y fui a por ella.

-Pediría, pediría, pero un monumento cómo tú no aceptaría cenar conmigo.

-Conmigo no funciona la adulación. No soy un monumento. Lo que quieres es mojar conmigo, admítelo.

-Lo eres, y sí, si no estuvieras tan buena intentaría llevarte al huerto.

Se bebió la copa de un trago, puso una cara de asco, y me preguntó:

-¿Tu esposa sabe que cenas aquí?

-No, no sabe en que restaurante estoy.

-¿Seguro? No quiero problemas.

-Seguro.

-Me llamo Patricia.

Di por sentado que iba a cenar conmigo. Me levante, le extendí la mano, nos las estrechamos, y le dije:

-Yo me llamo José. ¿Vamos?

-Vamos.

Tiempo después, sentados a la mesa, con música clásica de fondo y comiendo dos lubinas, comenzó a hacerme preguntas que me decían que esa noche iba a mojar el churro.

-¿Con cuántas mujeres te acostaste?

Limpié la boca con una servilleta, eché un trago de albariño, y le dije:

-No sabría decirte… Entre cuarenta y cincuenta.

-¿Cuánto tiempo te llevó descubrir que todas tenemos lo mismo entre las piernas?

Estábamos comiendo y no era precisamente el tema de conversación más adecuado, pero de sexo quería hablar y de sexo íbamos a hablar.

-No tenéis lo mismo entre las piernas. Hay coños vírgenes, estrechos, normales y coños de vaca. Hay labios vaginales finos y gruesos, y hay clítoris, pequeños, medianos, grandes y gigantes. Hay flujos vaginales que son cómo el agua, cómo el aceite de densos y los hay lechosos, unos coños son peludos y otros están rasurados, unos están perfumados y otros… Los coños son de mil maneras, cada coño de mujer es diferente.

-Me gusta la palabra coño. ¿Cuáles te gustan más?

-Los que se mojan mucho.

-¿Eres bueno haciendo sexo oral?

-Sí, tengo práctica.

-Los orgasmos orales son brutales

-Los anales También son brutales.

Se puso exquisita.

-¡Qué estamos comiendo, guarro!

-Perdona.

Sonrió, echó otro trago de vino, y me dijo:

-Bromeaba. No hay nada que perdonar. Cómo haces esa comida de culo.

-Tengo una habitación pagada, si después de cenar te apetece…

-Ya veremos, animada estoy.

-¿Tú con cuántos hombres te acostaste?

-Con tres.

-¿Y mujeres?

-Con una.

-¿Con quién te corriste mejor?

-Más y mejor con ella. Es lesbiana y sabe lo que le gusta a las mujeres.

-¿Le metiste los cuernos a tu novio con ella?

-Unas cuantas veces.

-¿Y con algún hombre?

-Soy algo puta, sabes

-¿Con cuántos?

-Con seis.

-Si me acabas de decir que te acostase con tres hombres.

-Es que también soy una mentirosa.

Lo dijo y se quedó tan ancha.

-No hace falta que lo jures.

Retiraron los platos del pescado y nos pusieron el faisán. La música clásica seguía mezclándose con toda clase de aromas, el del faisán, el de los calamares, el de las natillas, el de las centollas… Con el faisán sobre la mesa, me dijo:

-Dime cómo comes un culo.

Ahora quise ser yo el exquisito.

-No creo que sea el momento más adecuado.

-Cualquier momento es bueno.

Tenía que satisfacer su curiosidad.

-Después de comer boca, tetas, y coño, se trata básicamente de lamer el periné y de follar el ojete con la punta de la lengua y para que la mujer se corra…

Me cortó.

-Déjalo ahí. Lo descubriré más tarde.

Más tarde.

Patricia después de ducharse vino hacia la cama cómo su madre la trajo al mundo, solo que más crecidita. Se había quitado la pintura y el maquillaje. Aún estaba más bella. Su cuerpo era perfecto, para mi gusto, tetas grandes, redondas, con areolas marrones y pezones gordos, sus caderas eran anchas, sus piernas largas y llenitas y su coño lo tenía depilado. Me dijo:

-¿Aún estás así? -dijo al verme vestido y sentado en el borde de la cama con una copa de vino blanco en la mano-. Habrá que desvestirte.

Vino a mi lado, me levanté y estando en cuclillas, cuando pensé que me la iba a manar, se levantó, se echó sobre la cama y me dijo:

-A ver qué sabes hacer.

Estaba visto que no era de mamadas. Me eché a su lado y la besé en la boca. Nuestras lenguas estuvieron jugando unos minutos mientras su mano derecha masturbaba mi polla y dos dedos de mi mano derecha acariciaban sus labios vaginales, que poco a poco se fueron humedeciendo. Sin dejar de masturbarla, saboreé sus bellas tetas, de tacto sedoso, lamiendo chupando y mamando, le arranqué los primeros gemidos. Cuando metí mi cabeza entre sus piernas ya tenía el coño chorreando. Le separé los labios con dos dedos y lamí su humedad. Sabía entre ácido y salado. Le metí parte de mi lengua en la vagina y después lamí su clítoris, un clítoris que ya tenía el glande erecto, eso hizo que al lamer se estremeciera, que se pusiera perra, que levantara la pelvis, que se diera la vuelta, que se pusiera en la posición del perrito, y que me dijera:

-Hazme correr comiéndome el culo.

Tenía unas cachas gordas y el ojete virgen. Allí no había entrado nada, era tan pequeñito que creo que ni ella misma se lo había tocado al masturbarse. Lamí varias veces desde el periné hasta el ojete. Después metí y saqué la punta de la lengua en el ojete. Sus gemidos y las contracciones del agujerito me decían que le estaba gustando. Le cogí las tetas y magreándolas lamí desde su coño a su ojete… Al llegar a él metía la lengua y la sacaba. No sé si sería veinte o treinta veces las que mi lengua hizo ese recorrido, pero en la última, que mi lengua entró en su culo, sus gemidos se hicieron escandalosos. Sin avisar comenzó a correrse. Le metí la polla en el coño y sentí sus contracciones y la calidez de sus jugos. Cuando cesó el placer y los gemidos, le tiré de los pelos, su cabeza se echó hacia atrás y le comí la boca mientras la follé con fuertes embestidas. No tardó en volver a gemir. Al follar no hablaba, era cómo si todos sus sentidos estuvieran puestos en alcanzar el orgasmo. Una de las pocas veces que lo hizo, fue para decir:

-Azota mi culo.

Cambié el ritmo de la follada. Le daba una palmada en una cacha: ¡Plas!" y se la clavaba con fuerza hasta el fondo: Luego en la otra: "¡Plas!", y se la clavaba de nuevo. Le daba en las dos cachas: "¡Plas, plas!", y doble clavada hasta el fondo.

De nuevo, a los siete o ocho minutos, su respiración se aceleró, sus gemidos subieron de tono, su coño apretó mi polla y se corrió cómo un río cuando desemboca en la mar, a lo grande.

Mi idea era seguir con sexo anal, pero cuando acabó, me dijo:

-Quiero que te vengas dentro de mí.

Sus palabras me excitaron aún más de lo que ya estaba, la follé de nuevo a romper, y en un minuto, o dos, le llené el coño de leche.

Al acabar de correrme quité la polla y le lamí el coño. Patricia giró la cabeza y me miró cómo si fuera un bicho raro.

-¡¿Qué haces?!

-Te como el coño.

-Pero, pero tu leche…

-¿Quieres que lo deje?

-Para nada, sigue, sigue.

Al rato comenzó a gemir de nuevo. Paré de lamer y le acaricié el coño, el periné y el ojete con el glande. Me vio venir, pero no dijo nada, como ya dije, al follar era de pocas palabras. Al meterle la puntita mordió el canto de una mano. Se la quité, le di un par de azotes sin fuerza y volví a frotar la polla desde el coño al ojete… Le volvía a meter la puntita, la sacaba, azotes y de nuevo el recorrido. Así estuve jugando con mi polla, metiendo el glande cada vez un poquito más hasta que Patricia metió el glande con un golpe de riñón. Ya no lo volví a quitar… Apretada a más no poder y sin dejar de darle palmaditas en el culo, la fui metiendo milímetro a milímetro hasta que llegó al fondo. Tiempo después, cuando ya le follaba el culo cómo si fuera el coño, volvieron los gemidos. Era el momento de agarrarle las tetas y parar de follar su culo. Paré y ocurrió lo que esperaba, Patricia ya estaba cachonda y me folló la polla con su culo. Aquella visión de mi polla entrando y saliendo de su culo, junto a sus gemidos, hicieron que en un par de minutos se lo llenara el de leche. Fue sentir mi leche dentro de su culo y comenzar a correrse. Sus manos se aferraron a las sábanas, su ano apretó mi polla y los jugos de su coño la anegaron.

Esta vez se sacudió y tembló, pero no dijo ni: "Esta boca es mía", Patricia, cuando follaba, era de pocas palabras.

Quique.

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