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Pasiva como nunca
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Siempre he sido dominante con todas mis parejas sexuales hasta ese día.

Yo lo conocía a él por trabajo y nunca hubo señal alguna que hiciera pensar que sucedería lo que sucedió. O más bien, que me hiciera lo que me hizo.

Me ofreció llevarme cuando falló mi auto. No había razón para negarme. No se desvió del camino pero en la ruta hacia mi casa hay un motel que frecuento a menudo. Habíamos conversado de forma muy casual durante el trayecto previo y teníamos callados menos de un minuto así que momentáneamente no supe como reaccionar cuando viró para meterse al motel. Las intenciones eran obvias. Nunca vi en el a alguien con quien tendría sexo pero cuando esa posibilidad se hizo inminente, simplemente decidí dejar el agua correr así que me quedé callada.

Pagó la habitación a la entrada mientras yo empecé a imaginar lo que se avecinaba. ¿Qué pensaba? Pensaba que iba a coger y nada más. Físicamente, casi en forma automática, me sentí dispuesta. Pude sentir que me mojaba. Mi vestido no era muy corto pero tampoco largo y me sentí un poco descubierta. Mientras sentía crecer mi humedad repasé mentalmente mi ropa interior. Me había puesto un sostén apropiado para el escote de mi vestido. La tanga, como siempre, me la puse porque me gusta sentirme sexy aunque nadie pueda ver que la traigo. Nuevamente pensando en el vestido, imaginé por un momento que era lo suficientemente holgado y corto como para hacer accesible mi entrepierna. Todo eso lo pensé mientras avanzábamos de la caseta al cuarto 27.

Él es un hombre alto, robusto, muy varonil y venir totalmente callado lo hacía más masculino. Como si fuese muy habitual para él lo que estaba a punto de hacerme. Lo imaginé desnudo encima de mí penetrándome y definitivamente sentí ganas de que lo hiciera.

Llegamos a la cochera de la habitación y él se bajó inmediatamente sin decir nada para activar el portón eléctrico. En ese momento me di cuenta de que me sentía vulnerable. No en un mal sentido. Era una sensación rica como de desear dejarse llevar. Sentía que sí me sacaba cargando del carro me sentiría ligera como una pluma. Casi sintiéndome débil abrí la portezuela y descendí del auto. Él ya había entrado a la habitación así que lo seguí. Al entrar miré alrededor estudiando el entorno como si no fuera ese lugar un sitio muy habitual para mí. Él estaba sentado en un sofá junto al sillón Kama Sutra. Me miraba de arriba a abajo. Yo seguía de pie y aunque disfruté su mirada lasciva no acertaba a reaccionar más allá de seguir mirando alrededor. Estaba nerviosa porque cada vez me sentía más mojada. Traía un vestido azul de una pieza hasta un poco arriba de las rodillas y casi sentía que iba a empezar a escurrir mi humedad por mis piernas. El no dejaba de mirarme. Él callado y yo callada. Dejó escapar una leve sonrisa y eso me puso aún más nerviosa. La lógica dice que alguno de los dos podría haber iniciado una conversación rompehielos, algo incidental para relajarnos pero no, no parecía ser su estilo.

– Quítate la ropa por favor – se limitó a decirme sin dejar de mirarme.

Casi en automático me despojé del vestido y los zapatos quedando en sostén y tanga. En realidad no había razones para objetar. Si al entrar al motel, no le pedí no hacerlo, no venía al caso ahora hacerme la mojigata cuando estaba lista para coger. Imaginé que se levantaría a besarme o a quitarme la ropa interior. Movía mis brazos erráticamente en una extraña combinación entre cubrirme y acariciarme yo misma. Realmente no sabía que hacer. A pesar de estar tan orgullosa de mi cuerpo me seguía sintiendo vulnerable. El seguía sentado en sillón admirándome de arriba a abajo.

– Por favor, todo. Quítate todo. – agregó con el mismo tono neutral que no era ni siquiera un poco autoritario.

Nerviosamente me saqué el sostén por arriba sin perder tiempo en desabrocharlo. Pude sentir en mis pezones la brisa del aire acondicionado y aun así los sentía arder. Nunca me ha dado pena mostrar mis pechos ya que son pequeños pero muy cónicos y erguidos. En realidad uso el sostén por convencionalismo social. Tiré hacia abajo mi tanga. Era evidente la humedad en el triángulo y estaba tan sensible que pude sentir intensamente cuando saltó el hilo entre mis nalgas. Seguí ahí de pie con mis brazos inútiles sin saber donde ponerlos. Suelo ser muy activa y casi un poco descarada y exhibicionista. Mi cuerpo me permite esa licencia pero esta vez fue diferente. Yo sabía que él estaba admirando mi anatomía. El hombre, con toda su estatura se puso de pie y caminó hacia mí sin dejar de estudiarme. Sentí que mis rodillas se doblaban de los nervios. Se acercó poco a poco y caminó a mi alrededor. Acarició suavemente mi espalda y yo no pude disimular un estremecimiento.

Tenerlo ahí a mi espalda me hizo imaginar que me obligaba a inclinarme para penetrarme desde atrás. Al quedar frente a mí, deslizó el dorso de sus dedos sobre mis pechos, uno después del otro. Desde el hombro hasts rozar mis pezones. Otro estremecimiento. Mi rodillas estaban cada vez más débiles. Sin apresurarse, acercó su mano y me tocó entre las piernas. Su expresión facial no cambió mientras mojó sus dedos y se los llevó primero a oler y después para chuparlos y saborearlos impasible. Sin decirme nada, me miró a los ojos y luego miró hacia la cama que en ese momento estaba detrás de mí. Yo seguía pasiva, vulnerable. Suave pero firmemente me puso las manos en los hombros para hacerme posar acostada sobre la cama. Mis piernas quedaron colgando con los pies tocando el suelo. El siguió ahí de pie mirando mi cuerpo pero deliberadamente se detuvo a mirar entre mis piernas. Yo tengo depilado permanente y mi humedad escurría visiblemente.

Los labios me pulsaban de las ganas que sentía pero él siguió ahí impasible, callado y mirando. Yo ni siquiera acercaba a mirar si él tenía una erección. Hasta ese momento no había visto su miembro pero lo imaginaba, grande, oscuro, firme, avanzando entre mis piernas. En vez de eso y sin quitarse nada, se arrodilló frente a mí. Sin prisa, sin decir nada. Una calma impresionante.

Con ambas manos separó mis piernas y yo no pude evitar empezar a respirar agitadamente. Ahí estaba, desnuda, mojada, mis piernas abiertas. Podía pasar cualquier cosa y estaba lista. Él deslizó sus manos hacia mí sexo y por un instante pensé que me haría algo con sus dedos. En vez de eso, me di cuenta de que acercó su cara. Parecía olerme. Seguía callado igual que yo. De pronto sentí su cara casi tocándome. Su nariz rozó mis labios y se me escapó un pequeño gemido. Estaba rendida. Deseaba una salida a mis ganas y el silencio a la expectativa no hacía sino aumentarlas. Finalmente pasó su lengua sobre mis labios mojados y mi gemido se convirtió en un quejido de placer.

Volvió a posar su lengua sobre mis labios pero se quedó quieto, multiplicando mi ansiedad. Ante su inmovilidad, casi por reflejo empecé a mover mis caderas para frotar mis labios contra su lengua. Empecé a gemir descaradamente. El ayudó activamente presionando con más fuerza contra mis labios primero y luego contra mi clítoris. El seguía separando mis muslos con sus manos pero ni falta hacía porque el ansia de placer me hizo abrirlas más y doblar mis rodillas. Con mis manos me agarraba de las sábanas mientras él seguía atacando mis labios y clítoris con su lengua. No tardé en correrme escandalosamente mientras él siguió comiendo de mí todo lo que pudo.

Seguí disfrutando de su fuerte lengua de mi orgasmo prolongado y de algún modo perdí la noción del entorno. Me encanta coger en moteles y poder gritar sin limitaciones porque todos estamos ahí para los mismo. Apenas salí de mi trance de placer cuando de pronto me di cuenta que él ya estaba completamente desnudo. Era enorme. Fácilmente medía 190 de estatura. No era musculoso pero tampoco gordo y sin embargo era evidentemente un hombre fuerte. Vello generalizado. Yo seguía bocarriba sobre la cama y desde ahí mire su miembro, grande y recto que casi podía verlo pulsar.

Yo ya tenía las piernas abiertas y sentí un deseo enorme de que me dejara ir su verga pero no se lo dije. Seguíamos comunicándonos con los gestos de nuestro cuerpo. Lo miré a los ojos y abrí un poco más las piernas. Creo que hasta levanté un poco las caderas. Empecé a sentir espasmos en mi vagina desde que lo vi inclinarse sobre mí. Con una mano sobre el pene afinó su puntería. Topó con su glande sobre mis labios mojados y manipulando con su mano me los frotó con la punta de su miembro. Me abrí más para ayudar a que empezara a penetrarme y se me escapó un intenso gemido de placer. Más bien varios. Uno detrás de otro.

Empecé a sentir como su verga empezaba a separar mis labios para quedar envuelto en mi vagina. Casi era doloroso pero lo deseaba. Resbaló despacio y en su cara vi una expresión de triunfo que me hizo sentir deseada. Llegó hasta el fondo cuando sentí que su vientre estaba completamente sobre el mío y se quedó quieto por un momento. Estaba por empezar a moverme cuando él empezó una serie de empujones fuertes pero lentos, muy lentos. El placer comenzó a inundarme. Su miembro era grande y yo sentía que en sus empujones casi me rozaba el clítoris. Me mojaba más y más y su verga resbalaba delicioso dentro de mi vagina. Yo sentía que había tocado fondo y sin embargo en cada empujón parecía llegar cada vez más dentro de mí y yo sentía cada vez más rico.

Él se movía con fuerza dentro de mí. La expresión de lujuria y placer en su cara parecía ignorar mí presencia y al mismo tiempo me satisfacía y me hacía sentir libre de gozar por mi cuenta. A momentos imaginaba la escena como si fuese un espectadora, desnudos, sobre la cama, él entre mis piernas abiertas y los gemidos de ambos. Empecé a venirme de nuevo y ya no supe de mí. Los calambres de placer empezaron a brotar de ahí de donde sentía como su verga resbalaba en mi humedad. Sentí que escurría muchísimo líquido tibio entre mis piernas. Perdí el control de mi cuerpo y por un larguísimo instante me sentí totalmente sin fuerzas.

Todos mis movimientos eran producto de los empujones de él, que no paraba de usarme para sus propios fines y yo gozaba con eso. No supe cuánto tiempo estuvimos así hasta que me sacó la verga solo por un instante. Como si pesara menos que una pluma me tomó por las caderas y me hizo poner boca abajo sobre la cama aún con las piernas abiertas. Yo no están en condiciones de ayudar y mucho menos de negarme. Con la misma fuerza fenomenal me tomó por las caderas y me levantó para casi de inmediato perforar de nuevo. No fue doloroso sino muy rico. Sus empujones llegaban más hondo o al menos así lo sentía yo. Levantó lo suficiente mis caderas para dejarme apoyar las rodillas y entonces, mientras me cogia, empezó a pellizcar mi trasero. Suave, no fuerte.

A veces con dos dedos a veces apretaba mis nalgas con toda la mano. Era como si toda su vida hubiese deseado tener mi trasero para él sólo. En ese punto me pregunté cuantas veces habrá imaginado él este momento sin que yo lo supiera. Siempre serios en nuestros trabajos y él pensando en cogerme. Fue rico pensar en eso. Tuve una sucesión de orgasmos, cada uno más fuerte y largo que el anterior mientras él parecía no cansarse hasta que de pronto se le escapó un fuerte y largo grito y pude sentir como se vaciaba dentro de mí. Su chorros chocaron dentro de mi vagina, calientes y fuertes. Sentí como salía más líquido y corría por mis muslos. Casi simultáneo tuve un gran orgasmo y sentí que más líquido salía a chorros.

Habiéndonos venido él se quedó ahí con su verga aún dentro de mi vagina hasta que solita se salió y entonces se echó a mi lado. Caí en ese momento en la cuenta de que la habitación olía a sexo. Su aroma y mi aroma. Seguí ahí acostada boca abajo. Ambos callados. Seguíamos sin hablar nada, todo era sexo puro. Momentos después me levanté y entré a la ducha. Cuando salí estaba terminando de vestirse y yo sin hablar hice lo propio. Ya de camino a dejarme en mi casa, me miró y comentó:

– Me gustaría mucho que esta no fuera la última vez y que la siguiente sea propuesta tuya.

Yo me sentí mojar de imaginarlo pero esa es otra historia.

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