Hola, mi nombre es Federico, jubilado, 65 años, con una solvencia económica suficiente para vivir bien y disfrutar de la vida. Siempre me dediqué al deporte y aún hoy hago mínimo tres salidas a la semana a dar “la vuelta al perro” en bote de canotaje (Lujan, Carapachay, Espera, Sarmiento). Unos 10 km que se hacen en hora cuarenta de remada. Eso me mantiene en buen estado, saludable y en línea.
Tengo dos hijos grandes que viven en el interior y los veo bastante seguido (no tanto como quisiera). Estoy viudo hace ya 15 años y tuve, desde el año siguiente de enviudar y hasta hace poco, una hermosa relación con una mujer de 55 que se cortó, pero quedamos en buena onda y con una lazo de amistad con su hermano (Aldo), con el cual voy a veces a jugar tenis a su casa de campo y varias veces me quedo allí un finde. Para sus hijos (Gerardo y Paola) durante 13 años fui un tío piola con el cual armaban travesuras y que los cubría siempre, amén de tratarnos como familia. Los conocí cuando tenían 9 y 7 años. Hoy Gerardo ya cumple 22 y sigue con el mismo cariño. Paola, a los 13 años, se fue a estudiar a Europa y no la volví a ver. Intercambiamos saludos por redes, pero ya en el viejo continente, en consonancia con su costumbre de cerrarse en sí misma, se mantuvo bastante alejada incluso de la familia.
Un fin de semana, hace ya un año, Aldo me invitó a ir a la casa y sacarle lustre a la cancha de polvo de ladrillo. No tenía otro proyecto y acepté. Cuando ya estábamos dándole a la raqueta con entusiasmo junto a Helena (su mujer) y una amiga, surgió el comentario que Paola vendría el domingo con la idea de quedarse, no sabían si para siempre, pero al menos un largo tiempo en el país. Yo, pese a las fotos, ni sabía si la iba a conocer después de 13 años. Llegaba a Ezeiza a las 6:30 de la mañana y, como sé que Helena odia despertarse temprano, me ofrecí a acompañar a Aldo a buscarla.
Estábamos en el hall mirando entre la marea que bajaba del vuelo para divisar a Paola (aunque yo no creía ser de mucha ayuda), cuando vi venir a lo lejos una pelirroja enfundada en un sencillo vestido de hilo que le marcaba todo el cuerpo (que era para aplaudir), esbelta, espigada y con un sensual contoneo de caderas. No le distinguía la cara, tapada con unos grandes anteojos oscuros, pero me impacto y no pude quitarle la vista.
– “¿Viste que grande que está?, me dijo Aldo mientras se adelantaba para saludar a la pelirroja mientras yo salía de mi ensimismamiento y, al sacarse los anteojos y pese al pelo (yo la conocía de castaña), pude ver que era nada menos que Paola.
– “¿Que hacés tío?”, me dijo con una sonrisa y se arrojó en mis brazos para saludarme tal como lo hacía hasta los 13 (pero ya no tenía 13).
– “Dios mío, Paola, ni te reconocía. ¡¡Que grande que estás!!”
– “Vos estás igual Fede ¡¡Te mantenés en forma!!”, contestó y me dio un beso en la mejilla.
Durante el viaje la charla fue animada y, después de ponerse al día con los asuntos de la familia y sus anécdotas de Europa, me dijo que tenía la intención de robarme a la tarde para que le cuente mi vida y (su expresión fue así) “todas las mujeres que deben estar alrededor tuyo”. Cuando llegamos se repartió entre toda la familia y yo me ubiqué en un segundo plano mientras la madre la acaparaba casi por completo. Como era mi costumbre, después de almorzar me fui al bosque, a sentarme en la pérgola a tomar mate, acompañado de un libro y estaba sumido en la lectura cuando siento que unas manos me tapan los ojos y una suave voz me susurra al oído.
– “No te vas a salvar de mí, tío. Contame como estás y que es de tu vida”.
– “Primero, decirte que me sorprendió la hermosa mujer en la que te convertiste. Te felicito”.
– “¿Me estás coqueteando? Porque siempre fuiste un pirata vos”.
– “¡¡Noo!! ¿Cómo se te ocurre?”.
– “Te estoy jodiendo Fede. Dale, contame tu vida”
Y nos pasamos una hora larga, mate por medio, yo contándole mi vida sin demasiada acción (lo cual insistió en no creerme) y ella contandome sus estudios, sus paseos y sus aventuras en Europa, con un novio formal por un año y, como ella los describió: otros cuantos “pasatiempos para matar el rato”.
– “Ves, yo te cuento con franqueza mi vida y vos te haces el santo. Dale tío, yo sé que muchas te andan atrás. Ni te imaginás la cantidad de milf en buen estado que me preguntaban por vos”.
– “Ojalá pudiera contarte historias de romance, pero no es así”, le dije, “mi último romance fue con tu tía”.
– “No romance no, tío, apps de citas, aventuras, touch & go”.
– “¿Qué te dio por averiguar eso? Igual, lo siento, no tengo anécdotas para entretenerte”.
– “Está bien. Pero no te creo nada. Sos muy buen mozo para que no tengas las mujeres que quieras”.
– “Te agradezco el piropo Paola, pero en realidad después de tu tía no estuve con ganas de salir a buscar nada. Además estoy viejo y tampoco creo tener tanta pinta para ganar así de fácil”.-
– “Ay tío, te voy a comprar un espejo y mandarte al oculista. Sos un potro divino y estás como para comerte de un bocado”, dijo mientras se levantaba y se iba para la casa. Yo me quedé viéndola y me pareció que su contoneo era más pronunciado y sensual… o eso creí.
No tuve mucha ocasión para volver a estar solo con Paola porque fue una romería de parientes, amigas y amigos que pasaron a saludarla y verla después de tantos años. El domingo a la tarde, todos estábamos haciendo los bolsos para irnos, cuando Paola decidió que quería quedarse dos o tres días más para disfrutar de la soledad de la casa
– “¿Te vas a quedar sola? ¿Estás loca?”, le dijo la madre.
– “No. Es lo que quiero. Sabés que soy de meterme en el caparazón y aislarme. Y voy a ver si lo convenzo al tío que me acompañe”.
Las protestas, los ruego que vaya con todos después de tanto tiempo sin la familia, la lista de gente que la esperaba en la Capital para verla. Nada cambió su decisión. Aldo vino a verme y me pidió (sabiendo que todos los días eran feriado para mi) si no podía acompañarla y Helena me llenó de consejos y de ruegos para que la llame al menor inconveniente.
– “Helena, es grande, se arregló por su cuenta en Europa. ¿qué problema puede pasarle acá? Ni yo tendría que quedarme”, les dije.
– “No, si te quedás estoy más tranquila”
Y así fue como terminamos solos en la casa. Al principio creí que la idea que yo me quede era para garantizarse buena comida. Me encanta cocinar y ella lo sabía. El domingo a la noche me pidió fideos al huevo caseros con salsa parissien y me robó las llaves del coche para ir al pueblo a buscar unos vinos. Cenamos, charlamos de lo humano y lo divino. Me pidió (y le hice) un panqueque de manzana quemado al rhum y terminamos tomando café en la terraza al lado de la piscina, tumbados cada uno en una reposera de madera.
– “Siempre me sentí bien con vos, Fede”, dijo después de un largo tiempo de silencio entre los dos contemplando el cielo.
– “Me alegro. Disfrutaba tu compañía de piba y la disfruto ahora. Sos una mujer muy inteligente y sensata”
– “¿Y linda?”
– “Si tonta, ya te dije que está hermosa”.-
Se levantó y se paró frente a mi dándome la espalda y no pude menos que apreciar lo linda que era. Creo que esa fue la primera vez que la ví como una mujer deseable. Es más, creo que hizo todo lo posible para hacerme pensar así. Levantaba los brazos y arqueaba el cuerpo para mostrarme toda su belleza. “Son ideas tuyas, viejo baboso”, pensé, pero me sentía inquieto.
– “Vamos a dormir Paola, es tarde y se me cierran los párpados”, dije más por el miedo a mis ganas y a los pensamientos que esa nena empezaba a hacerme surgir.-
– “¿Ya?”, preguntó con un mohín.
Me levanté y fui con la taza para la cocina intentando evitar mirarla porque estaba para devorarla.
– “Si sobri. Mañana nos vemos. Que descanses”, dije y me fui, o mejor dicho, escapé antes de hacer nada inapropiado.
A la mañana siguiente la esperé con el desayuno (seguía con su costumbre de levantarse temprano) y mientras yo tomaba mate y ella devoraba tostadas con queso crema, le avisé que tenía que irme porque había un problema en una de las casas que alquilaba.
– “Lo siento Paola, el deber me llama”.
– “¡¡Uffa!! Me dejás sola”, dijo con un gesto de enfado. ¿No podes volver después de arreglar lo que sea que tenes que arreglar?”.
– “Veo si puedo”, prometí.
Una hora después estaba camino a mi casa, aliviado de evitar una situación espinosa, inquieto por lo que había sucedido y, por que no admitirlo, aún caliente por Paola, que me había despedido con un abrazo largo, cálido, sensual y un beso en la mejilla que duró más que un saludo de parientes. Ocho horas después recibo un llamado de ella que me dice, totalmente borracha que me extrañaba y que me necesitaba, que no quería llamar a la familia en ese estado y que solo podía confiar en mí. Lo lógico hubiera sido pasarle el fardo a Gerardo y que él se arregle con su hermana o a la amiga de Helena, que era piola y no la iba a deschavar. Pero, para ser honesto, no pude contener las ganas de volver a verla … y fui.
Continúa.