Recuerdo cada instante de esa noche. Me bañé en la bañadera, con una deliciosa agua caliente, un jabón muy cremoso, que me pasaba lentamente por el cuerpo, deteniéndome en mis senos, sintiendo mis pezones duros frente a la imagen de lo que estaba por suceder. Me depilé cuidadosamente la vagina, una vagina con poca experiencia y con muchos deseos de entregarse a esa locura. Me humedecía con gran facilidad al fantasear con mi cuerpo desnudo, dispuesta a todo. Estaba perpleja, ansiosa, asustada, excitada por la decisión que había tomado. Estaba dándole forma al gran secreto de mi vida.
Yo tenía 19 años. Estatura media, cabello largo, ondulado, negro, ojos marrones, piel blanca, pechos medianos, sedientos, cola redonda, parada. Dejé el pueblo, para venir a estudiar y a trabajar a la ciudad. Vivía en una linda y cómoda casa, con mis primos. En ese momento, Gastón tenía 32 años y su hermano, Felipe, 28. Yo soy la prima más chica, ellos son de los más grandes. Todos crecimos en el mismo pueblo.
Comencé la facu, con gran entusiasmo, pero no encontraba trabajo. Cada vez, más flaca mi billetera y mi esperanza de encontrar algo. Mis padres me mandaban dinero, que apenas me alcanzaba para la comida. Mis primos habían abandonado sus estudios y se dedicaban a trabajar y a divertirse con amigos. Los meses sin pagar mi parte de los impuestos, de los servicios y del alquiler, se iban amontonando en mi almanaque. Los primeros meses, mis primos se mostraron solidarios y tolerantes, pero eso se fue desgastando. La relación entre nosotros era cercana, familiar, relajada, hasta que la actitud de ellos hacia mí, se fue modificando. Me empezaron a mirar de otra manera, se acercaban más de lo normal, sin disimulo se me quedaban mirando la boca, los pechos y la cola, me preguntaban por mi vida sentimental y sexual y comenzaron a andar en boxers por la casa. Estas conductas me inquietaban, me confundían, me desconcertaban. Pero, eran mis primos, eran familia…
Gastón, alto, espaldas anchas, fornido, macizo, morocho, ojos negros, mirada desafiante y burlona, cabello marrón, manos particularmente grandes y fuertes. Felipe, casi tan alto cómo Gastón, espaldas anchas, con un par de kilos de más, cabello y ojos marrones, trigueño. Dos hombres interesantes, llamativos. Dos hombres que en realidad no conocía y que cambiaron mi vida.
Una tarde de mucho calor, yo estaba con un pequeño y liviano vestidito, mis primos andaban por la casa en boxers. En un momento, se pararon en frente de mí y me miraron con evidente deseo, me desnudaron con la mirada. Me sentí incómoda, nerviosa y excitada. Gastón se acercó a mí, tanto que terminé contra la pared, sus brazos de cada lado de mi cara.
– ¿Sabes cómo nos podes pagar toda la plata que nos debes?
– No- contesté asustada y desconcertada.
– ¿No se te ocurre nada? – me miro los senos.
Felipe comenzó a acercarse. Crecía el miedo en mí. Pensé que eran capaces de todo. Y no me equivocaba.
– ¿Qué quieren? – casi no me salía la voz.
Se miraron entre ellos. De golpe, eran dos desconocidos, mostrando un lado muy oscuro.
– Te queremos coger entre los dos. Paganos con tu cuerpo lo que nos debes. Prostituirte para nosotros.
Gastón comenzó a desabrochar los botones de mi vestido, Felipe me acariciaba el brazo. De golpe, fue cómo si me despertara, los empujé y me alejé.
– ¿Qué les pasa? ¿Están locos? ¡Somos primos! – les grité indignada.
– Mira primita, no te vamos a violar, no ahora. Vos vas a venir a buscarnos y ahí te vamos a convertir en nuestra perra. Nuestra primita más chiquita, nuestra putita rica y sumisa- dijo Gastón, mientras Felipe se acercaba a un pantalón suyo que tenía sobre una silla y le sacaba el cinturón.
– Este cinturón tiene tu nombre perrita. Digo, primita- afirmó Felipe.
Esas palabras me horrorizaron y fueron violenta y excitantemente proféticas.
No me fui de la casa, me quedé. ¿Para qué me quedé? Hoy me doy cuenta, para que se cumplieran esas palabras.
Mis primos comenzaron a llevar mujeres a la casa. Supongo que, a veces, hasta hacían tríos. Yo trataba de estar lo menos posible en la casa, iba mucho a la facu y a lo de amigos. Cuando estaba, me encerraba en mi habitación, hasta comía allí. La convivencia estaba atravesada por una graaan tensión sexual. Tenía un tsunami de emociones, sensaciones, fantasías y deseos. Se iba desdibujando la percepción que tenía de ellos cómo primos, iba creciendo la imagen de ellos cómo machos y de mí, cómo hembra.
Una noche, no podía dormir por los gemidos de la mujer que estaba con Gastón. Eso me súper excitaba, deseaba estar en el lugar de ella. Fui a la cocina a buscar agua, cuándo me estaba volviendo a mi habitación, ella entró. Me miró sorprendida y curiosa.
– ¿Vos sos “la primita”?
– Soy Lili, la prima. ¿Por?
– Gastón no deja de hablar de vos, te tiene muchas ganas. Te aviso, vas a terminar en la cama de esos dos. Te van a mal tratar, mucho y la vas a pasar muuuy bien.
– Somos primos, imposible.
– Mejor, nadie va a sospechar, nadie va a molestar. Te pueden usar todo lo que quieran- miré para otro lado, ya húmeda de deseos.
– Me voy a mi habitación. Qué estés bien.
– Primita, sos muy linda y carnosa, aprovéchalo. Vos querés que te usen, liberate, nadie se va a enterar. Además, les debés mucha plata.
– No soy una prostituta.
– ¿Por qué no? En un tiempo, vas a ser la prostituta de ellos, sé lo que te digo.
A partir de ese encuentro, ya no pude defenderme de mis deseos. Dejé que las fantasías me acompañaran todo el día. Los deseaba. Adentro mío los deseaba. Me tocaba y terminaba, sintiendo la lujuria de ellos arrasándome el cuerpo y la vida. La imagen de ellos cogiéndome, me robaba la voluntad y la capacidad de discernimiento.
Y llegó la noche de la decisión y del baño cómplice. Me bañé para ellos, me depilé para ellos. Ya no me importaba nada. Me puse una linda lencería, blanca, barata. Me sigue excitando la lencería ordinaria. Y un camisón de seda, rojo, chiquito. Sentí que estaban en la cocina. Abrí la puerta de mi habitación, los llamé. Me latía muy fuerte el corazón. Estaba muy nerviosa, no sabía ni qué les iba a decir. Tenía una mezcla de mucha vergüenza, timidez y un gran deseo de entregarme a sus instintos perversos. No sólo es que eran mis primos, nunca había estado con dos chicos al mismo tiempo. Yo estaba parada al lado de mi cama, descalza, con el pelo suelto, largo, ondulado. Sentí sus pasos acercarse y me maree un poco. Entraron. Gastón, en boxers. Felipe, en cuero y con pantalón de yin. Me miraron, se miraron, sonrieron triunfantes. Habían ganado.
– ¿Y esto? – preguntó Felipe.
– Les voy a pagar lo que les debo, con mi cuerpo- dije, mirando el piso, sintiendo que me iba a desmayar.
– O sea, una prostituta. Y eso es lo que queremos. No queremos una virgencita miedosa y sosa- Gastón me observaba sobradoramente.
– ¿Te parezco una virgencita? – repentinamente recuperé las fuerzas y la decisión. Dejé caer mi camisón, dejando que contemplaran mi cuerpo de mujer, sediento por ellos. Los senos me explotaban de deseo. Los miré a los ojos a los dos, muy segura de lo que estaba haciendo.
Gastón, en dos pasos, quedó frente a mí, muy cerca. De adelante, agarró mi corpiño, dónde se juntan los pechos, y de un tirón, lo rompió y lo tiró al piso. Gemí de placer. Hizo lo mismo con mi tanga.
– Ahora te empezas a parecer a una puta. A las putas se les rompe la ropa interior, a las virgencitas, se las saca – me miró los pezones erectos, pensé que me los iba a chupar, cosa que yo deseaba mucho – Acostate primita y abrí las piernas. Lo primero que voy a tocar de tu cuerpo, va a ser tu clítoris, con mi lengua. Cuándo esto termine, ya no vas a ser más la primita, vas a ser una hembra muy usada. Nos vamos a sacar todas las ganas que nos hiciste acumular estos meses. Vas a quedar llenita de leche y de marcas- tuvo el gesto de acariciarme una mejilla, pero se detuvo. Realmente, lo primero que quería tocar de mí, era el clítoris. Yo era puro deseo, estaba dispuesta a ser la esclava sexual de esos dos hombres.
Me acosté, abrí las piernas, mostrando mi vagina suave, depilada, húmeda. Sin esperarlo, me acordé di mis padres, de mis hermanos, de mis tíos, de mis otros primos y me vi allí, desnuda para Gastón y para Felipe, me sobresaltó la vergüenza, el miedo de que se enteraran, el arrepentimiento… Hasta que sentí la lengua experimentada y perversa de Gastón en mi clítoris. Me empezó a lamer, a chupar, con suavidad, despacio, con sed. Me bebía la vagina. Gemíamos de placer.
– Pagame cada peso con tu conchita de putita barata. A ver putita, ¿te gusta que te lama cómo a una perra?
– Cobrate todo, haceme lo que quieras… – quería todo de ese hombre, me retorcía de placer, me abría más de piernas y le entregaba mi vagina multi orgásmica gracias a su boca y a su deseo de prostituirme.
El respaldar de mi cama daba contra la pared. De golpe, tuve el cuerpo fornido y desnudo de Felipe encima de mi cara, las manos apoyadas en la pared, su pene erecto, grande, buscando mi boca. Me sorprendió, no tuve tiempo de reaccionar. Me empezó a coger la boca, hasta el fondo de la garganta. Se lo chupé, se lo lamí, lo succioné. Gastón me cogía con la lengua. Tenía un primo en la vagina y otro, en la boca. ¿Primos?, no, dos hombres cobrándole una deuda a una puta. Los tres gemíamos, mientras me insultaban y me prometían golpearme y violarme toda la noche. Era lo que yo quería.
En un instante, con gran rapidez y sincronización, me acomodaron, se acomodaron y terminé arriba de Gastón, cogiéndome con su pene enorme, de manera violenta, mientras me chupaba los senos y Felipe, haciéndome la cola. El primer hombre en culearme. Felipe me penetraba, queriendo llegar al límite de mi culo, de mi dolor, de mi excitación, pegándome cada tanto, con fuerza, en las nalgas. Mi culo se iba abriendo, virgen, frente al ímpetu de esa pija hambrienta. Yo gritaba de dolor, sorpresa, excitación. Me estaban haciendo entre dos, y yo había buscado esa situación… Sentía la boca de Gastón en mis pezones, sus dientes que me marcaban, haciéndome sufrir. Su pene me violaba, mientras me decía: “¡Pagame puta barata!”. Y yo les quería pagar, toda la noche, todos los días. Quería ese momento para el resto de mi vida. Felipe descargó, con un rugido de placer, su leche en mi culo. Podía sentir cómo latía su pene dentro de mí. Se desplomó en la cama, mientras Gastón me seguía violando. Y terminó, abundante, espeso, rico, en las profundidades de mi vagina llena de fluidos. Gemimos al mismo tiempo, en éxtasis de placer.
Quedamos los tres agotados en la cama. Por momentos, me mareaba, era demasiada excitación, demasiado placer y estaba haciendo algo que nunca imaginé que podía llegar a hacer, y menos, que me podía gustar tanto. Me adormecí. Sentí, entre dormida y despierta, que ellos iban al baño, a la cocina, que charlaban, que se reían. Yo no tenía energías para prestarles atención, estaba agotada por tantos meses de reprimir lo que estaba haciendo, lo que quería seguir haciendo. Además, me dolían las nalgas por los golpes de Felipe, me dolían los pechos, mordidos y marcados por Gastón, me dolían la vagina y el culo, cogidos con violencia. No sé si pasaron 20 minutos, o dos horas, me desperté con sed. Mi cama era de dos plazas, yo estaba del lado de la puerta, y ellos, del otro lado. Los miré y Felipe me susurró un suave: “Hola bebé”, a lo que le respondí con una sonrisa. Me levanté, ya estando casi en la puerta de la habitación, Gastón me agarró fuerte de un brazo y me hizo darme vuelta hacia él.
– ¿A dónde vas perra? – estaba enojado.
– A buscar agua a la cocina. Tengo mucha sed- respondí desconcertada.
– ¿Nos pediste permiso para ir? ¿Qué te hace pensar que podés hacer lo que quieras? Sos nuestra esclava, tenés que pedir permiso. ¿Tenés sed?, tomá lechita. Dejá de hacerte la virgencita. Las putas no toman agua, toman lechita.
Sin decir más, me pegó una bofetada que me tiró al piso. Sentí el ardor en la mejilla, y el deseo volviendo a mis pechos y a mi vagina, ya húmeda. Quedé arrodillada en el piso, contra la pared.
– La virgencita quiere agua. La vamos a hacer bien putita a la primita virgencita. Tomá leche, tomala toda.
Me puso el pene erecto en la boca y me empezó a apretar contra la pared. Me cogía la boca, cómo hizo Felipe. Le agarré las nalgas con fuerza. Estaba muy excitada. Estos machos sabían cómo sacar la hembra en celo que había en mí. Se lo agarré con las manos, lo masturbé, lo lamí con la lengua y con los labios, desesperada por darle placer. Gastón gemía y temblaba. Me la metió hasta el fondo de la garganta, me apretó más contra la pared y con un fuerte gemido, acompañado por un espasmo, terminó en mi boca. Me tomé la lechita que pude de ese hombre que me estaba transformando, con su cuerpo, con su lujuria, con su crueldad, en una prostituta sumisa. Gastón se alejó de mí, jadeando, me miró satisfecho de su obra y se tiró en la cama, con las piernas abiertas. Me corría su leche por el cuello. Me sentía muy usada y con la necesidad de más. Felipe se acercó a mí, me ayudó a ponerme de pie, levantó mi camisón del piso y me limpió la leche.
– ¡Qué tetas tan violables que tenés! ¡Te voy a golpear mucho por no habérmelas entregado antes!
Me apoyó contra la pared, hizo que levantara los brazos y los mantuviera contra la pared y comenzó a besarme con mucha ternura los pezones, los pechos, las axilas. El corazón me latía apresurado de excitación, respiraba gozando de cada contacto. El deseo de mis senos me recorría todo el cuerpo y llegaba a mi vagina estallada en jugos.
– Castigame, castígame, por favor… – le suplicaba a Felipe, mientras su suavidad se iba transformando en pasión, me comenzó a lamer, a chupar, a morder los pechos.
– ¿Querés ser muy castigada perrita?, mirá que puedo ser muy malo, me gusta azotar – no pude evitar un profundo gemido de placer. Me lamía el cuello, mientras sus manos recorrían y apretaban mi cuerpo.
– Azotame, soy tu esclava y me porté muy mal con vos- lo miré a los ojos, profundamente, con la boca entre abierta de pasión.
Levantó una ceja y me mamó las tetas, metiéndoselas en la boca todo lo que podía. Luego se alejó, sacó el cinturón de su pantalón y me lo mostró desafiante. Me corrió un escalofrío por todo el cuerpo, pero la pulsión de ser su esclava era más fuerte que cualquier temor.
– Perrita, te voy a poner este collar alrededor del cuello y vas a caminar en cuatro patas hasta mi habitación. Te quiero azotar y ultrajar en mi cama- gemí de placer.
Me colocó el cinturón y me puse en cuatro patas. Comencé a andar por la casa, así, desnuda, con la leche de mis primos en todos mis agujeros, en cuatro patas, arrastrando el cinturón con el que iba a ser azotada. Movía la cola, para excitarlo más. Mi andar era lento, cómo el de una gata que no tiene prisa. Felipe buscó su celular y me sacó fotos y me filmó. Yo quería llegar a su cama, y, a la vez, quería disfrutar de verme a mí misma así, tan puta entregada al morbo de mis primos.
– Mirala a la virgencita, en cuatro patas, desnuda, por la casa. A una puta se la culea por el camino – dijo Gastón.
Hizo que me parar y que me agarrara a la mesa del comedor, sacando cola. Se arrodilló detrás de mí y empezó a lamerme las nalgas, mientras sus enormes manos me acariciaban los pechos y la vagina. Me metió la lengua en el culo, moviéndola con suavidad y con mucha saliva. Le rogué que me culeara y lo hizo. Me violó. No paraba de meterme y de casi sacarme su pija con mucha violencia. Yo gritaba cada vez más y él lo disfrutaba. Mientras me sacudía por la envestida de Gastón, sentía el cinturón alrededor de mi cuello, qué me prometía más violencia. Estaba excitada y muy agotada. Me estaban abandonando las fuerzas. Gastón terminó con un grito de placer y se quedó un rato más en mi culo, mientras me tocaba el clítoris y me hacía terminar a mí. Terminé y Gastón me tiró al piso.
– Seguí tu camino, en cuatro patas. Ya tenés mi leche por todos lados. Desde que apareciste en esta casa, es que sueño con este momento. Lo logramos hermano, aquí la tenemos, desnuda, en cuatro, prostituyéndola. Nos hiciste esperar mucho prostituta barata… – me pegó en la cola para que siguiera andando.
Llegué hasta la habitación de Felipe, me acosté en su cama, boca abajo, luego de que me quitara el cinturón. Felipe se puso detrás de mí y me empezó a azotar. No lo hizo muy fuerte, pero, igual me dolía. Estaba cansada, fue demasiada excitación, demasiada adrenalina. Felipe me azotaba, y yo lo quería adentro mío. Se lo pedí. Me dio vuelta y me cogió, mientras me chupaba violentamente las tetas. También me violó y terminó adentro mío. Ya estaba, acababa de pagar mis deudas, con mi cuerpo, con mi mente. Estaba en la cama de Felipe, con él encima de mí todavía, yo con las piernas muy abiertas, sintiendo cómo se escapaba su leche de mi vagina. “Esta noche dejaste de ser nuestra primita, ahora sos la puta que más nos culeamos, sos la esclava que estábamos necesitando”. “Yo los estaba necesitando a ustedes” y me dormí.