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Paco, Paco (capítulo veintiuno)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

No hizo falta que llegará el sábado, el jueves me encontré “casualmente” a Paco en el parque, digo casualmente porque no me lo creo, estaba allí haciéndome esquina.

-¡Coño, qué casualidad! – me soltó mientras me daba un apretón de manos. Estaba en la guarapera con otro tipo. – Mira, este es Paco también.

-¡Vaya! ¡Paco y Paco! – solté yo a modo de broma mientras les daba la mano a ambos. – ¿Y cómo diferenciarlos?

– Bueno yo soy Paco solo y él, Paco El Cachas. Estamos aquí con una carga – me dijo señalando al camión – y decidimos tomarnos unos guarapos. ¿Te tomas uno con nosotros?

El otro ya se acercaba con los vasos en la mano, era un tipo alto medio achinado y de espaldas anchas, con unos bíceps que dejaba ver con descaro porque llevaba una camiseta sin mangas apropósito.

– Dicen que esto da mucha leche. – bromeó Paco.

-Bueno, yo siempre tengo. – dijo Cachas. – Creo que ya leche condensada.

– ¿Dulce y espesa? – le pregunté con malicia.

Paco me miró con una sonrisa cómplice, cuando el otro se fue a devolver los vasos me dijo.

– ¿Quieres dar una vueltecita con nosotros en el camión? Llevamos la carga a La Ceiba y regresamos.

-¿Y.…?

– Si te lo estoy proponiendo es porque se puede. Anda vamos, no te hagas de rogar.

Cuando llegó Cachas, Paco le dijo que yo me iría con ellos a dar “una vueltecita”, recargó la palabra con lascivia. Nos dirigimos al camión y nos metimos en la cabina, Paco al timón y yo entre los dos. Tomamos rumbo a la salida del pueblo hablando tonterías. Hasta que Paco se desabrochó la portañuela y cogió mi mano para que le tocara la pinga que ya la tenía bien dura. El Cachas no esperó mucho, al mismo tiempo que yo amasaba la pinga dura de Paco, él metió su mano por mi pantalón para ir directo al culo y meterme un dedo.

– ¡Uf, qué culo! – suspiró.

– ¡Pásate para la cama de atrás y encuérate! – me dijo Paco.- Ahora cuando salgamos del pueblo te vamos a dar lo que te gusta.

Yo lo hice, me desnudé. El Cachas me acariciaba las nalgas, me miraba. Paco le pasó un tubo de crema y el Cachas se metió también en la parte atrás sobre mí, untó mi culo y me metió la pinga. No se la había visto, solo por encima del pantalón, pero me hizo jadear y más porque la metió de un tirón.

– ¿Cómo te la sientes? – preguntó Paco que por el retrovisor miraba de vez en cuando. – Se me olvidó decirte que Paco tiene tremendo morrongón.

Claro que lo estaba sintiendo, porque lo tenía encima y me singaba despacio, me besaba la nuca, las orejas. El espacio reducido no daba para más ni para moverse, una sensación rara pero placentera.

– Tienes un culazo para estar singándolo día y noche. – me susurró al oído.- ¿Quieres que te dé mi leche?

– Sí, préñame.

– ¿Eres un maricón traga pinga?

– Sí, lo soy, por eso me estás singado.

– ¿Te gusta la leche de macho?

– Sí, me vuelve loco.

– ¡Pídemela, pídemela!

– Dame leche, lléname el culo…, dame leche…

Él se apuró y se vino, pero se quedó con la pinga dura dentro.

– ¡Cojones, me lo singaría de nuevo! – le dijo a Paco.

– ¿Qué dices tú? – me preguntó.

– ¿Y tú cuándo me singas? – le pregunté.

– Bueno, que te singue hasta que lleguemos y de vuelta yo.

Así seguimos singando con suavidad, me acariciaba, me besaba, a veces se alzaba sobre mí y tocaba mi culo lleno de su pinga. Ya cuando estábamos llegando apuró para volver a venirse. Cuando me sacó la pinga se me escapó un chorro de leche. Paco me dijo que me quedara quieto detrás, que descargaban y ya. Corrió una cortina para que no se viera nada. Los escuché hablar con gente, el ruido al volcar la carga de graba. No pasaron ni veinte minutos cuando entraron de nuevo en la cabina y nos pusimos en marcha. Paco descorrió la cortina y palpó mi ojete húmedo.

– ¡Oye!, ¡cómo se lo has dejado!

– ¡Bien lleno! – dijo Cachas. – Ahora te toca a ti…, dale.

Paco entró y me penetró, fue fácil porque ya estaba dilatado y húmedo. Me singó bien, con muchas caricias y besos, diciéndome lo que me gustaba, que me quería, que era lo mejor. Se vino bastante rápido. Después salió y se sentó en el asiento.

– ¡Abre las piernas! – me pidió mientras ponía un trapo en mi culo. – Echa aquí toda esa leche.

Hice lo que me pedía, era lo mejor porque si me vestía se me saldría todo. Después me vestí y me senté en la cabina con ellos.

– ¡Oye, tocayo! ¿Por qué no nos vamos para mi casa? De todas formas, es hora de comida. – propuso el Cachas. – Me gustaría estar en la cama encueros los tres y gozar bien.

No se dijo nada más, fuimos para la casa del Cachas que vivía a las afueras del pueblo en uno de esos edificios prefabricados que la gente llamaba “palomares”. Entrando fuimos quitándonos la ropa y directo a la cama. Por suerte tenía aire acondicionado en el cuarto. Nos metimos en la cama besándonos, acariciándonos, lamiéndonos. Paco me puso su pinga en la boca mientras el Cachas me abría las nalgas y empezaba a lamer, a escupir, a meter la lengua. Hablaba mucho, decía que me comería, que le gustaba. No esperó mucho para meterme la pinga de un solo golpe. Solo pude jadear algo porque delante tenía a Paco llenándome la garganta con su pinga. Al rato empezaron a turnarse para singarme, yo seguía arrodillado en el borde de la cama y ellos dos gozando. El Cachas me hizo girar y quedar con las piernas al aire, en ese momento me fijé que en el techo tenía un espejo donde se veía muy bien lo que pasaba en la cama, le gustó ver mi asombro e intensificó sus empujones a lo macho para venirse mugiendo. Enseguida Paco lo sustituyó y se apuró lo que pudo para darme toda su leche. Quedamos abrazados un rato, acariciándonos en silencio.

– ¡Oye, compa, hay que llevar el camión al garaje! – le dijo Paco al otro – Mira, voy yo y ustedes dos se quedan un rato más, después vengo.

– Bueno, no sé…, mira tú…- le respondió Cachas – Si quieres voy yo.

– Papo, ¿no te vas a poner bravo porque vaya yo? – me preguntó Paco.

– No, no pasa nada. – le dije – De todas maneras, el sábado iré ¿no?

– Sí, claro que sí.

-Nos besamos y se fue, el Cachas lo acompañó hasta la puerta, después vino y se acostó a mi lado pegándose bien y pasando una de sus piernas sobre las mías. Nos quedamos dormidos un rato. Me desperté cuando me llamó para comer algo. Había preparado una tortilla, ensalada de aguacate y limonada. Nos sentamos a comer, miré el reloj, eran más de las siete de la tarde.

– Bueno, ya sé que no va a venir – le dije.

– ¿Te molesta?

– No, para nada, pero podía habérmelo dicho.

– Bueno, te lo digo yo…, le pedí que nos dejara solos porque quería pasar la noche contigo. – Me dijo mientras acariciaba mi mano. – Me gustas un montón, ni te imaginas.

– Tú también a mí.

– Sé lo tuyo con Paco y su grupo…, me lo contó y lastima no haber estado allí el día que fuiste.

– ¿Has ido alguna vez?

– Una sola, ellos viven casi en la misma cuadra, ya sabes cómo está el transporte.

– Sí, cuesta mucho a veces ir a algún sitio.

Seguimos hablando de cosas diferentes, él lavó los platos, no me dejó hacerlo diciéndome que yo era el invitado. Puso el televisor y nos sentamos en el sofá. Al rato sonó el teléfono, por la forma en que hablaba supuse que era Paco. No me había dado cuenta de que había teléfono en la casa, bueno, como entramos tan acalorados que ni me fijé en nada.

– Mi amor. – escuché la voz de Paco cuando me pasó el teléfono. – ¿No te pongas bravo conmigo?

– ¿Quién te dijo eso? – Bromeé.

– Nadie, pero por dejarte allí con mi compa.

– Podías habérmelo dicho y no …

– Pues salió así. – Me interrumpió – De verdad, tenía que habértelo dicho pero el camión tenía que llevarlo, eso no es mentira. No te digo más para que no pienses que quiero quitarte de encima dejándote allí. Sabes que ahora me arrepiento, lo envidio.

– ¿Sí?

– ¡Sí y mucho! Porque sé que te va a singar ese culo toda la noche y yo ahora quiero.

– Has perdido tu chance. – Le dije riéndome.

– ¡No me tortures! – suplicó – ¡Cojo un taxi y estoy allí!

– ¡Y no te abrimos la puerta! – le dijo Cachas que estaba oyendo. Reímos un rato.

El resto de la conversación fueron bromas, al final muy serio me dijo que me quería, que lo que me había propuesto era en serio. Nos despedimos con besos y prometiendo vernos pronto. Cachas cuando colgó el teléfono se me quedó mirando fijamente, me atrajo hacia sí en un abrazo para besarme.

– ¡Quiero que esta noche no se acabe!

Fue una noche pasional, un arrebato de sexo y pasión. Una noche larga y agotadora.

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