Entre la venta de mi antigua vivienda, la compra de mi nueva casa y los arreglos que le hice se me fue el verano y nos metimos casi a finales de octubre, la sentencia de divorció era ya firme y yo andaba caliente como una perra porque desde el estreno del chalet con el camionero portugués no me había comido una rosca.
Ramón y Jorge habían emprendido una nueva aventura, sus dos cervecerías estaban consolidadas, eran un éxito de ventas y ahora iban a abrir un restaurante especializado en productos del mar, necesitaba hablar con ellos y fui al nuevo local.
– Hombre Einar, tiempo sin verte.
– Hola Ramón, venía a verte – Jorge, su marido, andaba trajinando entre los trabajadores que hacían la reforma.
– ¿Qué te pasa guapo?
– Necesito contratar a una asistenta y como tú conoces a mucha gente pensé que podrías ayudarme.
– ¿Tiene que ser una asistenta?
– ¿Qué quieres decir? – mi mirada se posó en un obrero, un maduro con mono azul, un verdadero macho, grande, con una mata de pelo negro, bigote y barba de varios días.
– Que conozco a alguien… ¿Se puede saber que coño miras? – su mirada siguió la mía – ¡Vaya! te gusta Paco.
– Está buenísimo, ¿quién es?
– El herrero, ha traído unos apliques de forja, luego te paso su tarjeta.
– ¿Crees que tengo posibilidades?
– Claro, yo me lo pasé muy bien con él.
– ¿En serio? ¿estuviste con él?
– Sí coño, pero a lo que íbamos, te decía que conozco a alguien pero es un hombre, ha estado los últimos veinte años en una relación con un viejo amigo mío, le tenía dado de alta como asistente, ahora mi amigo ha fallecido y sus hijos, que no han querido saber nada de su padre en muchos años le echan de casa, necesita un trabajo y un sitio para vivir o tendrá que dormir en el coche.
– ¿Quieres decir de interno?
– Te lo puedes permitir.
– No es eso, sabes que me gusta ir por casa con el kimono o tomar el sol desnudo.
– Salvador es un tío muy discreto, además es un magnífico cocinero, le llamo y te lo mando.
Al día siguiente entrevisté al hombre que me recomendó Ramón, quedé prendado con él, una persona encantadora y muy atractivo, cuarenta y dos años, sobre uno setenta de estatura, algo entradito en carnes, barba recortada y bien cuidada, cabeza rapada, me gustaba, llegamos a un acuerdo rápidamente.
– Pues creo que está todo hablado Salvador, solo una cosa, suelo andar por casa con un kimono por toda indumentaria y muchas veces lo llevo abierto, además me gusta tomar el sol o bañarme en la piscina desnudo, ¿eso te supone algún problema?
– Ningún problema señor.
– No me llames señor, Einar y tutéame.
– Sí Einar.
– Ahora me voy, vete instalando y mañana empiezas.
Quedó encantado con sus habitaciones, un dormitorio en el que cabía una cama de matrimonio, no los cuchitriles que se ven por ahí, un cuarto de baño completo y una sala de estar con un sofá, dos sillones, una mesa y un televisor. Le dejé solo, Ramón me lo había recomendado y me fiaba completamente de él.
Había quedado con Paco, el herrero que había visto la víspera en el nuevo restaurante de mis amigos, me dejó impactado, le llamé con la excusa de poner unos faroles de forja en la galería bajo la terraza.
– Buenas tardes – estaba solo en el taller, trabajando una pieza sobre el yunque.
– Buenas, llega tarde.
– Sí, lo siento, me ha surgido un imprevisto.
Remató la pieza y se quitó el mandil de cuero, era un hombre imponente, tenía la cremallera del mono subida a medias y se veía una mata de vello negro en su pecho, las mangas arremangadas dejaban ver unos antebrazos fuertes y sus manos eran enormes y poderosas, me llevó a una pequeña exposición donde tenía su trabajo para que eligiera, me enseñó diferentes modelos hasta que elegí varios que me gustaron, incluso encargué una mesa y cuatro sillas.
– Vamos a mi despacho.
Era un cuarto pequeño en el que cabían los muebles justos, estuvimos hablando del precio y de los plazos de entrega y no se como ocurrió o en qué momento la conversación derivó tanto pero cuando quise darme cuenta estaba chupándole la polla a aquel tío, tenía su culo apoyado en la mesa, la cremallera del mono bajada, desde el cuello hasta los huevos era todo vello negro como la noche, yo mamaba de aquella polla como si me fuera la vida en ello, agarraba sus testículos gordos como bolas de billar y me tragaba aquel pene no muy largo pero grueso y cabezón que amenazaba desencajarme la mandíbula mientras el herrero ponía sus manos en mi cabeza como si fuera a darme su bendición.
– Ohhh dios.
– Slurp slurp slurp. – chupaba y me ayudaba con la mano, me la metía hasta la garganta y se me saltaban las lágrimas.
– Sí zorra siii, Ramón tenía razón puta, eres buena con la boca.
Ramón facilitándome el trabajo, el herrero olía a grasa y a sudor, a metal, me ponía muy cachondo aquel olor, comenzó a mover las caderas follándome la boca, la sacaba y yo lamía el frenillo con mi lengua, recorría con ella el tronco venoso hasta llegar a los huevos, volvía a subir y nuevamente me la metía en la boca para que continuará follandomela.
– Oh siii puta, siiiiii.
– Arghhh – su polla me llegaba a la garganta.
– Siii guarra, vas a probar mi queso zorra.
– Arghhh.
– Te dan arcadas zorra, me gusta, chupa puta.
Su miembro entraba y salía de mi boca, me daban arcadas y se me saltaban las lágrimas, sus hermosos huevos chocaban con mi barbilla, me agarraba del pelo sujetándome.
– Ohhh si, me corro puto maricón, me corrrooo.
Apretó y metió su polla hasta mi garganta, mis labios tocaban los vellos de su pubis, comenzó a descargar su semen espeso, salado, abundante en mi boca, tenía razón, me iba a dar su “queso”, nunca me había tragado una lefa tan espesa, la saboree y me la tragué sin desperdiciar una gota.
– Ven aquí maricón.
Me ayudó a levantarme del sillón, le eché los brazos al cuello, el me abrazaba y llevaba sus enormes manos a mis nalgas y las agarraba y apretaba mientras nuestras bocas se encontraban, mordía mis labios y metía su lengua, que yo chupaba con fruición.
– Te voy a partir el culo zorra.
Me empujó con violencia, mi pecho quedó sobre la mesa, mi culo en pompa.
– Tranquilo Paco.
– Cállate zorra.
Intenté levantarme pero puso una de sus manos en mi nuca impidiéndomelo, desabrochó mi cinturón y el botón del pantalón y me lo quitó tirándolo a un lado, quedé desnudo de cintura para abajo.
– Abre las piernas puta.
Abrió mi culo con sus manazas dejando al aire mi esfínter, lamió haciendo círculos, se metió mi ojete en la boca chupándolo y follándomelo con su lengua, se separó y escupió, volvió a meter su cara entre mis nalgas, sabía lo que hacía, me tenía entregado, estaba deseando que me follara, que me partiera el culo como había dicho pero continuaba chupando y lamiendo, alternaba metiendo uno de sus dedos con la lengua, me iba dilatando provocándome un placer intenso.
– Dios que gusto.
– Prepárate puta.
Se puso de pie, colocó su polla contra mí ano que ya estaba dilatado por sus dedos y lubricado por su saliva, dio un golpe de cadera y el cabezón de su polla venció la resistencia de mi esfínter.
– Ayyy.
– Calla maricón.
– Mi culo, mi culooo.
– Shhh.
El dolor hizo flaquear mis piernas, aquella polla gruesa y cabezona me abrió en canal, de otro golpe de cadera la metió hasta los huevos.
– Diosss.
– Te dije que te iba a partir el culo puta.
Sus manos me agarraban la cintura, comenzó a moverse, sacaba su miembro y lo volvía a meter de un golpe.
– Aahh
– Zorra.
– Ay si, aahh.
– Te gusta puta.
– Dame fuerte cabrón.
Comenzó a moverse más rápido y con fuerza, cada vez que metía su polla sus huevos golpeaban mi perineo, mis piernas temblaban.
– Siii cabrón, follame.
– Plaf plaf plaf plaf.
– Si si si siiiiii.
– Puta puta puta.
Sacó su polla, me hizo levantarme, me quitó la cazadora y la camiseta dejándome desnudo por completo y me hizo tenerme sobre la mesa, de espaldas, se quitó el mono.
– Dios que hermoso eres.
Aquel hombre era un portento físico, fuerte pero no como un culturista de gimnasio, fuerte por el trabajo continuo, con unos brazos imponentes, unos hombros anchos, un pecho de toro, un vientre plano, con una espesa mata de vello negro cubriéndole, tomó mis piernas por las corvas de las rodillas y las llevó a mi pecho dejando al descubierto mi ano dilatado.
– Follame cabrón, párteme el culo.
Me penetró despacio, haciéndome sentir cada centímetro de su gruesa polla mientras iba entrando en mi culo llenándolo por completo.
– Siiii.
Comenzó a moverse, metía y sacaba su miembro de mi culo, su cuerpo brillaba de sudor, olía a macho y a sexo, me follaba con pasión, con fuerza, haciéndome gozar y sacándome gemidos de placer.
– Ay Paco, ay.
– Eres una maricona tragapollas.
– Follame como un tío, maricón.
Aquello lo espoleó, la fuerza dio paso a la violencia, cada vez que me embestía mis entrañas vibraban, el placer me inundaba, la cabeza me daba vueltas, agarró mi polla con esas manos enormes y comenzó a pajearme.
– Ay, ayyy que me corro.
No podía aguantar mucho, me corrí, mi lefa salpicó su vientre, mi pecho, manchó su mano…
– Cabrón, cabron.
Continuaba enculándome, me follaba como trabajaba la fragua, golpeando incansable, bufaba y resoplaba, metía y sacaba su polla con fuerza.
– Me corro maricón.
– Sí cabrón, préñame, lléname de leche.
Dio una última embestida, clavó su miembro en lo más hondo de mi culo, se puso rígido, soltó un rugido y vació sus huevos en mi interior.
– Me has matado cabrón.
Sacó su polla y se sentó en el sillón, estaba hermoso, respiraba exhausto, brillaba por el sudor, mi lefa blanca contrastaba con el vello negro que cubría su vientre, me vestí y salí de allí, iba como flotando, mis piernas flojeaban y el esfínter me escocia, su leche manchaba mi slip.