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Ofreciendo mi agujero a mi hermano
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Estaba allí, recostada boca abajo en una cómoda cama. Mi desnudez a medias le permitía a mi piel sentir la suavidad de las sábanas en el pecho, cintura y mi pequeño miembro. Únicamente las medias blancas y las sandalias negras de alto tacón me vestían. El peso del cuerpo de mi hermano sobre mí debería sofocarme, pero no era así, quizá porque la lengua húmeda con que acompañaba sus besos en mi espalda, cuello y los lóbulos de mis orejas me volvían loca y me hacían centrar toda mi atención en el placer que estaba sintiendo.

Notaba los vellos de su miembro hacerme cosquillas sobre mi redondo trasero, mientras con ambas manos me acariciaba desde la cintura hasta los hombros. Sus muslos se posaban sobre la parte de atrás de los míos. Su aliento a menta combinaba eróticamente con mi perfume de mujer. Sobaba su pene erecto sobre mi raya entre las dos nalgas, mientras hacía movimientos pélvicos y yo daba me daba cuenta de cómo se hinchaba cada vez más y movía en ese restregar de pieles.

Supe que había llegado el momento cuando estiró los brazos y separó su pecho de mi espalda, apoyándose fuerte y únicamente por mi cintura contra la suya. Aún sin estar en contacto, el vapor del calor de su monumental verga hacia sudar mi agujero.

Comencé a levantar mi trasero apoyándome cada vez menos de los muslos. Mi vientre se levantó de la cama de modo que solo mis hombros y mis rodillas estaban en contacto con la cama.

Él se distanció totalmente de mí y estaba de rodillas en el colchón cerca de mis pies. Abrí un poco las piernas, puse mis manos sobre mis nalgas y las separé, ofreciéndoselas voluntariamente. Sentí el viento en la humedad de mi ano virgen que ansiaba conocer hombre al fin.

-Se lo ruego, amo -me animé a decirle.- Se lo imploro, hágame mujer.

En ese momento supe que no había retorno. Todo aquello que había guardado por muchos años. Vistiéndome de mujer a escondidas. Masturbándome a solas. Por fin ya no era una simple travesti de closet. Ya hoy mi hermano por fin se había dado cuenta de mis deseos escondidos por años. Sería suya, cada vez que quisiera, cada vez que me lo ordenara.

Con la cabeza en la almohada vi cómo se masturbó su miembro, haciéndolo más duro para penetrarme. Se acercó. Mi corazón latió fuerte. Respiré agitado. Posó su verga mi raya y la jugó de arriba de la espalda, hasta mis testículos, subió nuevamente y encontró mi ano.

Comenzó a penetrarme. El dolor era muy fuerte. No era como sentir mis dedos que tantas veces había metido. Tampoco como una zanahoria, que también había introducido alguna vez en mi desesperación. Era caliente, dura, pero suave, gruesa, firme. Mi agujero cedía con dificultad, como una cuchara que trata de meterse en una gelatina dura. La puerta de mi culo por fin se venció. La mitad de la cabeza de su verga estaba ya dentro.

-Al fin soy mujer -le dije, mientras suspiré y me relajé, dando pie a que entrara al fin todo aquel miembro de hombre en mi virginidad femenina del culo.

Sentí su miembro vencer los músculos de mi tímido ano, rompiéndolos, haciéndome suya. Llegó hasta adentro.

-Qué rica y apretada estás.

Me recompensó. Comenzó a salir de mí. Mi recto intentó cerrarse cuando me volvió a poseer, metiéndomela hasta adentro, una vez más y otra y otra. A cada embestida yo me sentía más femenina. Mi pequeño pene se balanceaba a medias sin molestarse en pararse, tenía la batalla perdida.

Sus movimientos fueron cada vez más fuertes. Respiraba cada vez más agitado. Mi ano y recto se acostumbraban a aquel delicioso va y viene. Así súbitamente, en un movimiento cada vez más rápido, sentí un chorro caliente dentro de mí.

Mi hermano gritó, me embistió otra vez con otro grito. Su semen dentro de mi culo lubricó su verga y la metió y sacó 10 veces más hasta que el apretar y convulsionar de mi agujero terminaron de ordeñar su miembro. Se tumbó sobre mí. Me acosté del todo en la cama. Su miembro aún estaba caliente y comenzó a aguadarse. Me abrazó fuerte.

-Mi esclava -me dijo.

-Su esclava, amo -le dije a mi hermano y supe que mi virginidad siempre sería suya.

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