Después de haber tenido nuestro primer orgasmo, mi príncipe y yo nos besamos apasionadamente y descansamos un poco. Lo que acabábamos de vivir era algo que no olvidaría. Este hombre 15 años menor que yo me había sacado hasta las lágrimas a causa de estas sensaciones hermosas que jamás había experimentado en la vida. Ni siquiera mi esposo me había llevado a este clímax o cumbre de magia y ensueño.
Después de charlar un poco y comernos a besos, mi príncipe estaba listo me avisaba que quería seguir internando su falo en mí, yo no lo dudé ni siquiera un poco, deseaba ansiosa que me volviera a hacer suya, que me diera otra dosis de su miembro viril, quería volver a sentir su vara de carne.
Y fue entonces que ambos empezamos a besarnos, luego él comenzó a penetrarme de lado, se postró atrasito de mí, de ladito, como en posición de cuchara, la verdad es que sentía muy rico. Mi príncipe me lo metía y con sus manos no dejaba de tocar mis senos, estuvimos en ese punto como unos seis minutos. Luego, me recostó sobre el colchón y me puso boca abajo, penetró mi vagina desde atrás y comenzaba a cabalgarme, cada una de sus embestidas hacia que mis nalgas rozarán con él, que placentero, estaba añadiendo más leña a mi fogata, sentirlo arriba de mí, montándome, me hacía vibrar.
Sí, mi piel blanca de señora casada se entregaba sin tregua a este hombre joven, le estaba entregando más de lo que pensé, mi príncipe había logrado despertar a mi interior de una manera muy especial, me cabalgaba en cada una de sus embestidas, yo recibía su pene con todas las ganas del mundo, lo quería en mí, en ese momento nada más importaba, estaba entregando la mercancía de mi esposo a este hombre joven, y no tenía remordimiento alguno de darle mi cuerpo a mi príncipe, no dejaba de recibir su tranca en mí, sus macanazos de carne en mi ser, no suelo decir esta palabra pero seré literal: "me estaba cogiendo de lo más lindo", me la metía una y otra vez, hasta que por segunda ocasión los dos volvimos a estallar, nos mojamos casi al mismo tiempo, una vez más se vino en mí, que rico, sentir su esperma, su semen, sentía caliente cuando recibía su leche en mi interior, él se quedó encima de mí y yo dejé que se descargará por completo, no le impuso trabas para que eyaculara en mi interior. Nos besamos nuevamente, y nos quedamos por segunda vez descansando después de aquella faena hermosa.
Era el segundo orgasmo que me hacía sentir aquel hombre 15 años menor que yo. Yo estaba enamorada, no había marcha atrás, quería complacerlo en todo,
Las mariposas revoloteaban en mi estómago, y solo quería ponerme a su disposición. Se llegó el tercer round (como dicen en ese deporte llamado box), sí, mi hombre joven quería seguir haciéndome suya, quería penetrarme, esta vez en otra posición, y yo no le opuse resistencia, al contrario, me vi como una presa que se ofrece a su depredador, estaba endiosada con él, con mi príncipe, quería sentirlo nuevamente en mí, quería que su pene se paseará en mi intimidad, lo añoraba.
Ahora, el me pidió que me hincara, se puso atrás de mí, e hizo que mis rodillas y manos tocarán el piso, quería hacerme suya en la posición que muchos llaman "de perrito", y yo, loca por él, lo consentí, y rápidamente seguí sus instrucciones, cuando menos acordé ya me estaba ensartando su pene, sí, mi vagina recibía por tercera ocasión su macana, su leño de carne. Él comenzaba a bombearme sus embestidas, que hermoso sentía, "que rico" llegué hasta pronunciarle, me encontraba sumisa completamente, solo recibiendo su falo, en un mete saca intenso mientras sus manos sujetaban mi cintura, por tercera ocasión me la estaba metiendo, "me cogia" como dicen por ahí, "me estaba cogiendo como nunca", no me importaba nada más, solo quería sentirlo, sentir como su pene se atarragaba en mi interior una y otra vez. Nunca imaginé entregarme a un hombre que no fuera mi esposo, de darle mi parte más sagrada a un hombre menor que yo, y hoy lo hacía con gran convicción.
Pienso quizás, que en ese momento mi esposo acababa de terminar su práctica de tennis, mientras yo, su mujer, daba lo que a él le pertenecía a otro hombre, que me estaban "cogiendo" a kilómetros de distancia, que mi piel se exhibía sin recato a este príncipe.
Se llegó el momento, un tercer orgasmo a la puerta, ambos estábamos a punto de explotar, y así fue, otra vez, al mismo tiempo ambos estallamos, "que rico", "que hermoso" me decía a mí misma, mientras mi príncipe volvía a vaciarse en mí, por tercera ocasión mi príncipe me mojaba, llovía en mí, que delicia, era un placer absoluto sentir como su carne derramaba su semen y lo vertí en mi ser, prácticamente nos vaciamos en ese tercer acto.
Terminamos exhaustos, el tiempo empezaba a carcomer nuestros planes, fue entonces que llegó el momento de irnos de aquel hotel, después de besarnos un poco, comenzamos a vestirnos, juro que mi vagina me dolía de tanta embestida, pero era un dolor que me gustaba, me excitaba, siento que me había rozado un poco de mi parte más íntima, pero me encantaba, al mismo tiempo veía el pene de mi príncipe, todo rojo, colorado, de tanto usarlo en mí, y fue entonces que él me dijo: "ya hasta me duele mi pene", eso me excitó mucho, pues al saber que me lo había atarragado sentía mucha éxtasis, me gustó verle su falo rojo rojo, muy colorado de tanto metérmela, definitivamente vacié sus testículos, pues las tres veces mi príncipe se vino en mí como nunca, juro que ni siquiera mi marido lo había hecho de tal manera.
Ahora, nos preparábamos para regresar a nuestro pueblo, veníamos los dos algo cansados en un autobús, ya la noche acariciaba nuestro viaje, que por cierto casi sin pasajeros, veníamos felices, en el camino mi príncipe me dedicaba una canción y yo suspiraba. Si, reconozco, me acababa de entregar a este hombre menor que yo como nunca lo hice con mi esposo, le había entregado más que mi aliento, mi cuerpo entero, y ahora regresábamos a nuestros destinos.
Había entregado mi mayor tesoro sin remordimientos, sin pausas, ni quejas, porque así me nació, este hombre joven despertó mi intensidad, avivo las llamas de mi sentir, y yo le correspondí dándole mi cuerpo sin reservas, dejé que peregrinara en mis caminos sin obstáculo alguno.
Llegamos a nuestro destino, fue cuando yo subí a mi coche y le lancé un beso de despedida en el camino a mi casa, recuerdo que sentí palpitar mi vagina, una especie de aire vibrante en mi estómago, recreaba mientras iba a casa con mi esposo e hijos lo acontecido en aquella ciudad con mi príncipe, sentí mojarme un poco, con mi mano derecha me toqué mi parte sagrada, y pensé, quiero que mi príncipe me la vuelve a meter ojalá sea pronto, lo más pronto posible, lo necesito.
Cuando llegué a casa, mi esposo abrió la puerta, me dio un beso en mis labios y la bienvenida, y junto con mi hija más grande, inmediatamente fueron a recoger la cena que habían encargado, no vi en él alguna sospecha o reclamo, fue estupendo. Yo saludé a mis otros hijos y rápidamente fui al baño a cambiarme y quitarme la tanga, pude oler el semen de mi príncipe en ella, que rico olerlo.
Sí, yo, una señora casada, acababa de regresar de una aventura en una ciudad cercana, venía bien "cogida" por un hombre más joven, acababa de entregarle a mi príncipe mi cuerpo, mi ser, en toda la extensión, había sido completamente suya y mi esposo no se había dado cuenta.