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Nuevas experiencias (Parte 1)
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Un jueves de principio de junio.

1

¿Qué cómo habíamos llegado hasta esto? La respuesta no es fácil. Sí, a los dos nos gustaba. Y que también mi novio hizo lo que nunca pensé que haría para lograrlo. Puede que todo empezara con una broma para excitarnos. Pero sin querer o sin ser conscientes, llegó un punto en que alcanzamos el de no retorno, y nuestra vida cambió por completo. Por eso, si nos detenemos a reflexionar en el porqué de ese giro tan radical que nuestras existencias tomaron, la respuesta, como antes he dicho, no es nada fácil. Lo sencillo es jugar y cruzar esa línea imaginaria de lo indebido y experimentar con esas nuevas sensaciones encontradas. Vivir y disfrutar esas nuevas experiencias es bonito, y si el adjetivo no es bonito, al menos, sí lo es tentador. El peligro de acercarse al umbral de lo tolerado, sin traspasar el límite de lo por ambos aceptado, se va haciendo difícil. Son líneas difusas, sin contornos fijos, mutantes y diferentes para cada uno.

Pero aún queda lo más arriesgado, lo verdaderamente complicado es la continuación. Si has conseguido llegar hasta aquí lo peligroso viene después, a la hora de establecer una serie de reglas para los dos y para la relación que surja después de jugar con ese fuego tan tentador.

Desde que fuimos novios, nos habíamos dado cuenta de que a ambos nos iba el rollo de fantasear con hacerlo con alguien diferente. Nos excitaba, la verdad. A mí, imaginarme con otro mientras mi novio sabía que lo estaba engañando de forma consentida. A él, según me decía, esa mezcla de celos y de excitación le atraía enormemente. Pero la verdad, nunca nos lo habíamos planteado dar el paso para hacerlo realidad en serio.

Hay que reconocer que a ambos nos gusta el sexo. A mí, particularmente, me encanta tener un punto perverso y malvado. Soy morbosa y me complace utilizar el principio de la excitación de mi novio para conseguir un mejor disfrute en la cama.

Nico, mi chico, es un hombre excelente. Es cierto que siempre había provocado esa duda, esa incitación a mantener una especie de relación abierta, pero nunca me dio la sensación de que fuese en serio. No sé, si quizás lo hubiésemos planteado como una experiencia puntual, es posible. Bueno, no. Yo sí soy algo celosa y no sé si podría saber que mi novio está con otra, pero él sí se construía fantasías de verme a mí con un tercero.

Tras seis meses de salir y algo más de uno viviendo juntos, nada hacía suponer que aquello trastocara nuestras vidas de esa forma, ni que diéramos ningún paso más allá de fantasear con algo morboso, pero únicamente imaginado.

Hasta que ese jueves, dejaron de ser meras fantasías y dimos el primer paso…

Justo una semana antes, también jueves, estábamos cenando en casa. Vivimos en un dúplex de la zona de Pozuelo. Es más bien un piso pequeño, pero que al ser ático, tiene un dormitorio más en la terraza que se abre solo para nosotros. Mi novio es arquitecto y los honorarios de aquella dirección de obra fueron esa vivienda. Al principio pensamos en venderla, pero como le iba bien y no le faltaban obras, terminamos por vivir en ella y sacar unas rentas de otros dos pisos más pequeños, por la misma zona, que negoció como parte de sus emolumentos. Era una forma de asegurarnos unas rentas por los alquileres en vista de las crisis que se nos avecinaban cada dos por tres.

Yo trabajaba en una agencia de publicidad como responsable de cuentas. Me iba bien, con un sueldo del que no me quejaba y aunque a veces las horas echadas en la oficina eran excesivas, me compensaba con una cierta libertad en el trabajo.

—Ayer en la agencia nos entró una cuenta nueva —dije como comentario al final de la cena.

—Pues bien, ¿no?

—De escorts —añadí con una risita.

—¿Se anuncian esas chicas? ¿Es legal?

—En teoría con acompañantes… No es prostitución —le aclaré.

—Y dónde sacáis los anuncios, ¿en el Marca? —rio con cierta sorna Nico.

—En internet. Nos han encargado una campaña digital. Yo no la llevo, pero como te puedes imaginar hay ya alguna foto que corre entre la agencia.

—¿Están buenas?

—Son escorts masculinos —le dije con un guiño de ojo.

—¿Son tíos? Joder… —Mi novio puso cara de sorpresa.

—Sí… actores, modelos, gente de gimnasios…

—¿Y tienen que ir con tías que los paguen?

—Supongo que ni el gimnasio, ni el arte dramático ni ser modelo del Alcampo o del Carrefour, da para mucho… —me encogí de hombros.

—¿Y están buenos?

—La verdad es que alguno sí lo está —contesté como la cosa más normal del mundo—. Muy de gimnasio… Al menos eso parece en las fotos que han enviado para colocarlas en la web.

—Ah, que puedes elegir…

—Hombre, no va a ser una lotería… Claro que puedes elegir. De hecho, la web se basa en comentarios de gente, calificaciones, te puedes registrar y todo eso… La verdad es que está muy bien.

—¿Y dejas tus datos reales?

—No lo sé. Eso es cosa de los informáticos. Pero como en todo, supongo que te puedes inscribir con un mail cualquiera y una contraseña. Sale hasta la tarifa de cada uno por hora.

—No me lo creo…

—A ver… son horas en teoría de acompañamiento. Viajes, congresos, fines de semana…

—¿Polvo aparte?

—Qué tonto eres, de verdad —sonreí—. Las tarifas son de acompañamiento. Las de… lo otro, ni idea.

—¿Cuánto valen?

—Yo no llevo la cuenta… —protesté ante la insistencia de Nico—. No sé mucho más de lo que estoy diciendo. Lo que pasa es que es la comidilla de la agencia… Ya sabes. Las tres o cuatro secretarias divorciadas y con ganas de marcha que lo han ido comentando por ahí.

—¿Pero cuánto? Eso seguro que lo habéis mirado… Menudas sois cuando estáis en grupo.

Yo me reí. Sí, en efecto, era de lo primero que habíamos ido a cotillear. La directora creativa, una chalada muy simpática con el pelo de color rojo, gafas de pasta de diferentes colores chillones y habladora por los codos, había sido la primera.

—Entre 70 y 140 euros. Depende de cada uno.

—¿Ves cómo lo sabías? Te pillé…

—Pues igual que hubierais hecho vosotros. ¿O no?

Pero, recapacitando sobre el tema, creo que hay que descartar que fuera ese momento donde empezó todo. Sería mucho más apropiado decir que en esa conversación, mientras cenábamos una ensalada, hablábamos de escorts masculinos buenorros y de las secretarias calenturientas de mi agencia, se complicó todo.

Llevábamos juntos algo más de dos años, en total. Yo tenía treinta y uno y Nico, tres más. Buena posición social, amistades y educación del tipo convencional, o lo que se entiende por ello. También disfrutábamos de una buena relación sexual. Ambos somos activos y no rehuimos la cama cuando al otro le apetecía. Vamos, que a mí nunca me duele la cabeza ni tengo jaquecas estúpidas. Y mi novio, menos aún.

Y como he dicho antes, nos encanta el morbo y excitarnos mutuamente.

—¿Te imaginas que me acostara con uno de ellos…? —le dije sonriendo mientras nos servíamos el té de después de la cena. La conversación me había despertado las ganas, estaba cachondilla, y además sabía que a Nico le ponía muy a tono aquello. Casi siempre utilizábamos esa fantasía de imaginarnos esos cuernos consentidos. Él más que yo, pero a mí también me iba.

—¿Quieres juerga esta noche? —me dijo cogiéndome de la cintura y tocándome el culo, mientras me susurraba al oído.

—Sí… —le dije con un tono casi distraído, apurando el té, pero con intención de calentarlo. A él, no al té—. Lo malo es que tendré que conformarme contigo…

No tardamos mucho en subir al dormitorio y empezar a besarnos y tocarnos. Como ya he dicho, los dos somos calientes y nos gustaba el sexo. Éramos jóvenes, no teníamos hijos ni por el momento esperábamos tenerlos, así que disponíamos de todo el tiempo y la libertad del mundo para follar. En diez minutos estábamos en ello. Los dos somos atrevidos, como antes he dicho pero, ahora me doy cuenta de que nos faltaba mucho por saber. Y hacer.

Yo estoy bastante bien. Modestia aparte. De estudiante, y para ganarme algún dinero extra, trabajé como azafata de congresos y exposiciones e incluso hice un par de pinitos en la tele, en un programa concurso de esos fáciles para marujas y jubilados del mediodía. Pero, finalmente, me dediqué a mi carrera y terminé ADE. Eso sí, me operé las tetas, porque se me quedó grabada la frase de uno de aquellos productores que no me escogieron para la televisión, cuando dijo que «estaba más plana que un parking». Y sí, nunca tuve demasiado pecho, más bien poco, por lo que en cuanto gané algo de dinero, me puse prótesis de 300cc, que me quedan divinas, no voy a negarlo. A Nico le encantó la idea y disfruta con ellas como un niño pequeño con un juguete nuevo.

Ya habíamos terminado de follar, yo dejando que su imaginación volara mientras Nico me recreaba en su mente en brazos de uno de esos escorts masculinos, follando como una verdadera golfa de primera. Pero al terminar, y a diferencia de otras ocasiones, se me quedó mirando más fijo que de costumbre y con un rictus de verdadero y curioso interés.

—¿Serías capaz?

—¿Capaz de qué? —No entendí a qué se refería al principio.

—De acostarte con uno de esos escorts… —me dijo Nico con el gesto algo serio pero aparentemente, con verdadera intriga.

Arrugué el entrecejo intentando adivinar qué se proponía. No recordaba ninguna conversación después de que folláramos, en donde insistiera de nuevo con esa idea. Siempre se esfumaba cuando dábamos por terminada la sesión amatoria.

—¿Cómo me voy a tirar a uno de esos? ¿Estás loco? —le dije riéndome y asombrada por el gesto casi apremiante de mi chico.

—¿Dime, serías capaz? —insistió sin que me pareciera que esta vez iba como en otras ocasiones, en broma para despertar nuestros instintos sexuales.

Me quedé mirándole sorprendida y con dudas durante un instante. Me parecía algo extraño, pero Nico era muy bueno fingiendo y poniendo cara de póker. De hecho, me decía que a sus amigos solía ganarles en las timbas que organizaban porque disimulaba muy bien los faroles. Al principio dudé si lo que quería era continuar con una segunda follada. A mí no me costaba casi nada estar a punto de nuevo, tengo esa suerte, pero él, generalmente, necesita una hora o así para reponerse. Descarga mucho semen además, y siempre he pensado que eso hace que le sea más complicado estar dispuesto de nuevo. Sonreí con picardía y le toqué la entrepierna. La tenía morcillona, con lo que deduje que sí, que seguía jugando.

—Follar con un tipo de esos —hice como si pensara—… Hum… si está bueno, claro que sí.

—¿Te acostarías de verdad con uno de ellos? —insistió otra vez elevando esta vez un poco las cejas y apretando ligeramente las mandíbulas.

—Sí —dije algo más seria para parecer convincente—, ¿por qué no? —Yo seguía tocándolo y notaba como se iba empalmando poco a poco—. Sería solo sexo… —añadí como si aquello no tuviera la más mínima importancia.

Se quedó pensativo mientras se dejaba hacer. Yo me acerqué a él, saqué su polla del pantalón y se la lamí lenta y suavemente. Nos habíamos puesto ya el pijama después del polvo anterior, pero yo estaba de nuevo dispuesta a desnudarme otra vez.

—¿A ti te gustaría? —le pregunté mientras continuaba con el leve lameteo de su pene.

No me contestó, por lo que me volví hacia él esperando la respuesta. Estaba pensativo, un poco absorto, pero cuando mi cara se quedó a escasos centímetros de la suya, esperando que empezara a besarme y continuar con sexo aquella noche, volvió a insistir.

—¿Lo dices en serio?

—Sí, me lo tiraría —asentí con la cabeza. Luego le besé con un ligero piquito e hice nuevamente como si mi respuesta fuera la más lógica y normal del mundo.

—Buff… —exclamó, mientras se despojaba ya por completo de los pantalones del pijama y yo sentía su pene totalmente erecto en mi mano derecha.

Nos besamos, y de inmediato me agaché a chupársela.

—Te estoy imaginando con uno de esos… —me dijo en mitad de la mamada.

—Uhu… —asentí con mi boca llena y redoblando el trabajo de mi lengua en su glande.

Él, mientras —me había despojado a su vez de mi pantalón del pijama—, me estimulaba el clítoris con lentitud, pero conociendo a la perfección mis reacciones. Empecé a gemir y a vislumbrar que en no mucho tiempo, me correría con sus dedos.

—¿Te gustaría que fuera guapo? ¿Alto? ¿Atlético? ¿Musculado?

—Uhu… —afirmé mientras seguía chupándosela.

—Y con una polla enorme…

—Uhu… —volví a asentir, aunque esta vez lo miré a los ojos mientras continuaba con más de la mitad de su pene introducido en mi boca. Estaba excitado con la idea, no me cabía ninguna duda. Y yo, la verdad es que también me estaba animando solo con imaginarme con un chulazo de esos encima de mí metiéndomela.

—Voy a correrme… —me avisó.

Me saqué la polla de la boca, retiré la cara y un segundo después surgió un pequeño misil de semen que aterrizó en su estómago y mi mano derecha.

—Me has puesto a cien… —me dijo—. Joder, cómo me gusta la idea de que te folles a otro.

—A mí también —le dije como si nada, mientras me colocaba para que siguiera estimulándome el clítoris y me despojaba de la parte de arriba del pijama, que tiré con cierta fuerza fuera de la cama—. Haz que me corra, cari —le susurré en ese momento bastante cachonda

—Solo si me dices que quieres follar con uno de ellos.

—Quiero follar con uno de esos… —respondí inmediatamente, cerrando los ojos y sintiendo sus dedos en mi vulva, acariciando y presionando el botón de mi clítoris.

—¿De verdad? —Nico insistía mientras aceleraba el movimiento—. Mírame al decirlo

—Sí… quiero follarme a uno de esos —contesté de nuevo con mis ojos clavados en él, mientras sentía que la oleada de placer se acercaba sin remedio.

—¿Bien follada?

—Muy bien follada… —mi voz se roncaba cuando se acercaba el orgasmo.

—¿Me lo dices en serio?

—¡Sí! —exclamé— ¡Me quiero follar a uno de esos! —dije ya en un tono de voz algo más elevado y totalmente entregada a las pequeñas convulsiones del orgasmo que mi chico me había procurado con sus dedos.

Nos quedamos ambos exhaustos y tumbados en la cama desnudos. Ya no indagó nada más sobre aquellos escorts, y tan solo, al cabo de unos minutos me miró, me dio un beso, me atrajo hacia él, y preguntó:

—¿Cómo se llama esa empresa?

Le dije el nombre.

—¿Y cuándo empieza a funcionar?

—Ya está funcionando. Quieren que les mejoremos el tráfico de visitas y se consiga más fidelidad —le dije sin la más mínima intención.

—Te quiero mucho —comentó, besándome de nuevo en la mejilla. Luego se volvió y empezó a dormirse a los pocos minutos.

No le di mayor importancia y también me dormí poco después.

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