Aunque ya tengo 57 años, desde 2015 sigo en este foro a algunos autores de relatos eróticos y gracias a ello decidí ser más abierta en mis relaciones, a entender algunos de los entresijos de mi mente y disfrutar su exploración. En este caso, la autora Mar, originalmente en una situación como la mía: me gusta el sexo oral, pero a mi esposo no, incluso se niega a que le mame la verga “porque es antihigiénico”, y ni se diga que él me chupe la panocha.
Afortunadamente, en todas mis relaciones anteriores sí tuve ese placer completo, incluso a uno de mis “amigos” –José, de quien ya escribí en el relato “¡Rico!”– sólo eso le permití durante casi 30 años, a los otros sí los dejé hacer mucho más. Sucede que al amante de Mar le gusta mucho chuparla cuando está cogida, incluso le pide que llegue a verlo, sin bañarse, después de que su marido la tuvo en cama todo el fin de semana y, más aún, también le lame la piel cuando ella se dispersó el semen de su marido en ella.
En algún comentario de los relatos de ella, yo escribí “Me parece que José me chupa más rico cuando mi marido me ha tomado. Voy a explorar el asunto preguntándole si le gusta más chuparme cuando llego cogida.” Mar, aseguró que era por eso y me hizo una sugerencia “Si te la chupa más rico cuando estás cogida, seguramente es porque le gusta la leche en la panocha. Cuando llegues cogida con José, y te la chupe, pregúntale ‘inocentemente’ si le gustó así, ‘porque olvidaste limpiarte’.”
Efectivamente, planeé tirarme a mi marido las dos noches anteriores a una de mis visitas con José y pasó lo que viene después.
Al llegar a su departamento, José me besó mientras me desvestía, él también lo hacía consigo. Cada pieza de ropa que me quitaba dejaba libre una porción de piel que él me acariciaba y me besaba. Cuando me quitó las sandalias mis pies recibieron, además de caricias y besos unas ricas chupadas. Después de que estuve en ropa interior, al quitarme el brasier, talló mis tetas en su pecho, me dio media vuelta y con sus mejillas acarició mi espalda, mientras sus manos amasaban con regocijo el frente y, eventualmente, me retorcían los pezones. ¡Yo estaba con la piel “chinita” por lo caliente! y pasé mis manos para atrás y atrapé su falo, le estiré el pellejo y con el pulgar distribuí el presemen en su glande.
Me volteó otra vez y chupó con enjundia mis senos, yo gemía y seguí jalándole la verga. Poco a poco, en cada bocanada que él me daba para cambiar de chiche, me iba acercando hacia la orilla de la piecera de la cama. De pronto, me empujó hacia el colchón y caí hacia el lecho; se escuchó el chasquido de su boca al soltarme violentamente el pezón. Me abrió las piernas y comenzó a chuparme la vagina. Se notaba que le gustaba mucho el sabor. incluso, lamió con deleite las ingles y espetó en un grito “¡Qué rica estás hoy, putita cogedora!”, era claro que se refería a mi estado de mujer que había satisfecho a su esposo con el saludo mañanero. El pene estaba muy erecto, “¿Tomaste Viagra?”, pregunté al ver duro tronco y el babeante glande coronado por una gota de presemen. “No es necesario, estás deliciosa y tu sabor estimula mucho”, dijo al penetrarme de un solo envión. Se movió y sentí un chorro caliente dentro de mí, el cual me hizo moverme hasta lograr el orgasmo y, simultáneo a mis contracciones, vinieron dos chorros más de semen que me obligaron, involuntariamente, a tener contracciones en la vagina y soltar más jugos. Aunque la acción se había completado plenamente, el pene continuó tieso por un momento más, chacualeando en el mar de excreciones que aún soltábamos… ¡Delicioso!
Con José encima de mí, empecé a sentir una somnolencia abrumadora y quedé dormida, ¿o me habré desmayado? Sentí que José se quitó de encima. Cuando desperté, José me dijo “Por lo visto no habías dormido bien por coger tanto”.
–Sí, cogí mucho. No sé cómo se despertó mi marido, pero a mí se me hizo tarde porque yo me quedé en la cama cuando él se fue. Me vestí rápido para no llegar tarde contigo. Perdóname por venir sin bañarme, y sin limpiarme –expresé ante su atento y sonriente rostro.
–Pocas veces me ha tocado chuparte así, muy cogida y siempre me has sabido muy rico, pero hoy fue lo máximo, ¡aún estabas con escurrimientos del amor, tus piernas sabían a Gloria! –dijo esto último entornando los ojos.
–¿Te gustó chuparme así, con semen? –le pregunté asombrada.
–No es el semen de tu esposo, que no ha de saber mal, sino su mezcla con los jugos que sueltas cuando te vienes –confesó.
–¿Ya has probado a otras así? –pregunté conteniendo los celos, pero sabedora que José se ha cogido a muchas.
–¡Claro! por eso me gusta más chuparme a las casadas… –externó sin prejuicios.
–¿Prefieres que venga a ver así, cuando nos veamos? –pregunté recordando que el amante de Mar le pide que llegue muy cogida a verlo.
–¡Sí, bien cogida y salpicada de amor! –suplicó.
–El día de tu santo no voy a poder, porque empieza fin de semana largo, pero lo ocuparé para coger con mi marido todo lo que pueda. Ya verás el martes como quedo. Pero si traigo algo de leche en el cuerpo, me la limpias con la lengua, ¿eh…? –le advierto con descaro y sólo recibo una sonrisa y un movimiento de asentimiento con la cabeza.
Me quedo pensando que raras veces me queda semen en otra parte, pero sí voy a traer lo que me quede de una cubana que haré antes de dormir el lunes, más lo que ordeñe en la mañana del día de “San Benito Juárez”, como decimos para hacer repelar a las tías santurronas.
Ahora soy yo quien se pone a chupar paleta y José me acomoda en 69 para saborear el atole de amor que hemos hecho. Otra cogida y nos metemos a la regadera antes de despedirnos.
En casa, repaso los relatos de Mar para saber qué hacer cuando tenga que ordeñar a mi marido. Llega el sábado y desde temprano, mi marido y yo nos encamamos. El domingo, mientras mi marido se baña, yo hago el desayuno sólo con la bata puesta, y desayunamos después que él se viste. Me meto a bañar, cuidando de no enjabonarme la panocha. Vamos a misa y a comer con los parientes. Regresamos a casa y después de merendar nos metemos a la cama. “Este lunes quiero pasarla aquí”, le digo acostada y desnuda, extendiendo los brazos para que me cubra. “A ver si me aguantas el paso”, dice presuntuosamente, pero sabedor de que me saca muchos orgasmos antes de que él se descargue en mí.
Al despertar, después de darme los buenos días y cabalgarlo hasta el desmayo, volvemos a dormir. Me levanto a mediodía para hacer unos bocadillos y llevarlos a la recámara, acompañados de una botella de vino francés. Prendo la pantalla y coloco un DVD pornográfico “Lo pedí prestado para ver qué aprendemos”, le digo y, en cuanto comienza la acción, se le para la verga.
–¡Esto se está poniendo bueno! –exclamo moviéndole el palote a Gerardo –. A ver cuántas posturas no hemos hecho.
–Seguramente todas ya las hemos recorrido, me contesta poniéndose a chupar mi pecho y acariciar mi cuca. ¡También ya estás caliente, como la de la película! –me dice moviendo los dedos en mi raja mojada.
–¡Esa quiero! –le digo cuando el galán se pone a chuparle la vagina a la señora– ¡Mira cómo hace gozar a su amada! –le indico para llamar la atención a la doña con cara de puta calentísima, quien se mueve tratando de alcanzar el pene erecto del caballero, quien, sin soltar la boca de los cuatro labios de ella, concede acomodándose en un “69” –Sí, así, mi amor, quiero así. Gerardo se queda atento, pero sólo me besa la panza y baja a darme otro beso en el pelambre.
Me penetra en tanto que mis ojos no se apartan de la pantalla y entiendo lo que menciona Mar: “Me caliento pensando en lo que la lengua de mi amante hará con esta ordeña” y en la pantalla me parece ver a José y a mí degustándonos. Mi venida es apabulladora.
–¿Ves que no es necesario, mi amor? Te vienes muy bien así, con esta verga adentro… –dice mi marido, y yo tiemblo disfrutando cómo navega su mástil dentro de mi ser…
–Sí –le respondo quedándome quieta por el sopor.
Los mimos continúan después de que vimos la película y descansamos acariciándonos mutuamente. Vuelvo a levantarme para hacer unos emparedados y llevar otra botella de vino.
Más tarde, después de otra cogida, me pongo de rodillas sobre la cama y le escurro el pene con la mano, lamo mis dedos. “Sabe rico, pruébalo aquí abajo” le digo acercándole mi panocha a la cara.
–¡Qué cochina! –exclama y yo me río, pero me abstengo de mamarle la verga flácida y húmeda.
Me sirvo lo que queda de vino y me lo tomo. “Ya mi limpié la boca”, le digo y le doy un beso que corresponde después de titubear un poco. En la noche, cuando ya vamos a dormir, me vuelve a besar el triángulo, que tiene pegados varios de los pelos con la mixtura de nuestro amor.
–De veras, ¿ya lo has hecho así? –me pregunta algo compungido.
–No me vayas a salir celoso, ya sabes que no fuiste el primero, ni yo la primera para ti –le digo seriamente y lo invito a ponerse de pie sobre la cama.
Cuando está parado, él me advierte “¡No me la vayas a chupar!”, haciendo el tronco del pene hacia arriba, ocultando su glande en la palma de la mano. “No, pero te haré algo que no te han hecho” Me hinco y le envuelvo la verga con mis tetas (claro que me acuerdo de otros afortunados) para comenzar a hacerle una cubana. Pronto eyacula, dejándome una gruesa salpicadura de semen que escurre por mi pecho mientras Gerardo trata de sostenerse de la cabecera de la cama en tanto que su respiración se tranquiliza.
No me cabe duda que éste ha sido uno de los mejores trabajos de ese tipo que he realizado. Me pongo de pie y le ofrezco el pecho preguntándole “¿Así si quieres probar…?” Me mira al pecho y niega con la cabeza. “Lástima”, digo y, mientras Gerardo se recuesta, me empiezo a distribuir el semen con la mano, principalmente en los pezones. Al poner la crema de mi marido en las aureolas pienso en la boca de José, y ya quiero ver la cara que pone cuando le diga, como Mar le dice a Bernabé: “Te traje tetas con crema”. Voy al baño a orinar esperando que se seque el semen que se ve como espuma.
Regreso a la cama y Gerardo ya duerme. Me pongo a escribir esto. Mañana, al despertar, le haré la última ordeña. Le prepararé el desayuno para que parta a la escuela, donde debe estar temprano para los “Honores a la Bandera” y conmemore el natalicio de Juárez. Guardo la máquina y sé que al regresar de retozar con José terminaré de escribir esta aventura.
Todo salió como debía ser. Al irse mi marido, le hablé a José para decirle que iba a verlo y, aunque fuera día de San Benito, yo iría a festejar a San José. Advirtiéndole que estaba como me había pedido.
Al llegar con José, me recibió en bata y después de besarme me llevó a la recámara para desvestirme. Se deshizo de la bata y quedó, deslumbrante una vergota enorme “¡Ay, papasito!” dije tomando ese tolete maravilloso que me recordó al de mi padre, ¡cómo me hubiera gustado haberlo hecho con papá!, no lo niego, pero nunca me atreví a dar el paso…
–No me vas a engañar, esto es porque tomaste tus pastillitas azules –dije.
–Claro, te las mereces, Estrellita –me contestó José, llamándome “Estrellita”, como me llamaba mi padre, y creo que ninguna vez se lo había mencionado a José.
–De regalo, te traje a mí, llena de amor que recogí para tu gusto –y José me bajó la pantaleta olfateando profundamente mi cuca–. Además, te traje “tetas con crema” –le dije ofreciéndole mi pecho, que aún conservaba varias escamas de la leche que me unté.
José se puso a mamar, metiéndome los dedos entre mi mojada entrepierna; subió el aroma del perfume de mi sexo. Me limpió una teta y siguió con la otra, ¡obviamente, además de mi olor a jaiba, olía a semen al contacto de la saliva! Yo envidiaba a José, pues pocas veces, y muy furtivamente, puedo saborear la eyaculación de mi consorte. “Bésame”, le pedí cuando terminó de mamar, y saboreé en la boca de José el amor de mi marido.
Nos acostamos formando el “69”. ¡Me vine dos veces, mientras José me chupaba con frenesí!, me lamió tanto la panocha como las verijas. “¡Qué rico río de amor sueltas, nenita!” me decía cada vez que yo me chirreaba con las caricias de su lengua y… me llenó la boca con su primera venida. “¡Así, papi, vente en mi boca!”, grité imaginando que era mi padre quien estaba conmigo. Quedamos rendidos y descansamos. lentamente, el falo de José disminuyó de tamaño, pero no quedó exangüe. me pregunté si no habría tomado dos pastillas en lugar de una.
–¡Gracias por el regalo! –me dijo José acariciándome la barriga.
–Fue un gusto, y lo haré cuantas veces pueda –contesté al subirme en él para cabalgarlo, su pito se irguió rápidamente al contacto con mis labios interiores.
Cabalgué, apachurrando sus huevos con mis nalgas y él se extasiaba con las sacudidas de mis chiches al compás de mis sentones. Me vine dos veces más antes de caer sobre su cuerpo que me recibió en un abrazo. Su verga permanecía dura y la paseó en círculos por mi oquedad, yo lo disfrutaba y temía que me fuese a desmayar con tanto placer. Al rato se salió de mí y me dejó dormir un rato.
Al despertar, me puso de perrito y me penetró con tal maestría que grité sin recato, como nunca lo había hecho “Cógeme mucho papacito, vente en tu nena, toma la Luz de tu Estrellita”, le gritaba a mi padre y no a José. Esta vez, después de sentir en mi útero dos tremendos trallazos de calor, sentí cómo se deshinchaba el pene y en el espejo, al caer José hacia la cama, vi que su semen me escurría formando hilos largos por la viscosidad de mis flujos con su semen. También vi escurrir mis lágrimas, feliz de haber sentido cómo hubiese sido el amor con mi padre.
Mientras José dormitaba, reponiéndose, yo recogía con mis dedos lo que podía de ese amor y lo saboreaba como el mejor postre de mi vida. Ahora entiendo porque les gusta chuparnos ya cogidas…
Después de bañarnos, y aunque sentía debilidad por tanto orgasmo, me despedí de José: “¡Felicidades y muchas gracias por este día! Ha sido… Un día completo” y solté unas lágrimas al cerrar los ojos e imaginarme besando yo a mi papá.