Yo desperté a las 9 de la mañana y Ana a las 10. Durante la hora que tardó en despertar me dediqué a admirarla, absorto. Dormía como un ángel, tan tranquila y apacible como nunca la había visto dormir. Cuando por fin despertó fue por la urgencia de ir al sanitario, hecho que me provocó una carcajada. Siempre hemos sido así: calenturientos y felices.
– Buenos días, precioso – me dijo al regresar – no mames ayer me dejaron en coma.
– Buenos días, princesa – le di un beso en los labios – entonces, ¿te gustó?
– Ay Marco, si yo te contara lo que sentí… una experiencia de otro mundo – sonrió satisfecha – ¿tú cómo te sentiste?, ¿te gustó?
– Yo estoy que no me lo creo. Para mí fue lo más morboso y sexy que hemos hecho, quisiera que esto se repita siempre.
– ¿Me veía bonita y traviesa? – me abrazó.
– Te veías como una putita divina, mi amor – mi pene se levantó de recordar lo que pasó en la noche anterior – y si no me crees, mira.
Tomé mi celular y le mostré mi galería, llena de videos y de fotos que atestiguaban que mi esposa era una guarra.
– La verdad se ve muy rico – acarició mi pene – espero que a Fernando le haya gustado. ¿Le mostraste los videos y fotos?
– Yo creo que ayer fue el día más feliz en la vida de nuestro amigo – reí- y si, de hecho, hablé con él y le pasé todo.
– ¿Por qué? – su tono era de cierta preocupación.
– Pues a decir verdad ayer la pasamos muy bien. Tú y yo queríamos un trío desde hace tiempo y parece que la vida nos puso a Fernando en el camino. Seamos honestos, yo tengo ganas de repetir el trío, ¿tu?
– Bueno sí, me gustaría repetir…
– ¿Y planeas ir a conocer a otro hombre para hacerlo?
– Mmm bueno, no lo sé…
– No nos engañemos, Fernando será nuestro “corneador” de confianza hasta que nos animemos a conocer a alguien más. La neta este chico se la rifó: es limpio, un caballero, obediente y respetuoso de lo nuestro. Quise darle algo como recompensa, al menos un recuerdo de lo que pasó.
– ¿Por qué?
– Pues recuerda lo que en muchos sitios ponen: muchas veces la primera experiencia “swinger” sale mal. La nuestra salió perfecta y, en lo personal, estoy agradecido con él por tratarte tan bien. No te lastimó, no se sobrepasó, hizo lo que le dijimos, se portó bien el muchacho, creo que se lo ganó. Además, ya te mamó el culo, literalmente, ya es de confianza jajaja.
– Creo que tienes razón – dijo Ana entre risas – por cierto, ¿ayer qué hicieron cuando caí en coma? – preguntó con una sonrisa.
– Pues bajamos a cenar, le pasé el material y platiqué con él, recalcándole que confiamos mucho en él. Luego subimos a dormir y ya. Antes de que despertaras, escuché que salió de su cuarto y bajó a la cocina.
– Con razón tengo hambre – dijo con una ligera mueca – yo ni cené, ¿vamos a desayunar?
– Vamos, mi amor – le di un beso y bajamos.
La mañana era perfecta, hacía sol y el viento era fresco. En el comedor estaba Fernando, con una playera holgada de algodón y en bóxer a modo de pijama, sirviéndose café.
– Buenos días, Ana – le dedicó una sonrisa a mi mujer – y Marco, ¿cómo amanecieron?
– Yo bien adolorida – Ana caminaba, de hecho, despacio – me duelen sobre todo las piernas y mi concha.
– Ah, ¿en serio? – pregunté mientras chocaba puños con mi amigo y Ana lo saludaba de beso en la boca.
– Si, miren – y se bajó el short de su pijama, revelando una vagina aún hinchada y algo irritada – literalmente, se pasaron de reata, ¿eh?
– Si – Fernando se echó a reír – yo la tengo un poco cansada y me duele la vejiga, ¿tú, Marco?
– También me duele un poco la vejiga, eso pasa cuando coges muy duro, es consecuencia de los golpes de estas nalgas – le di un pellizco a mi mujer en su trasero – sobre tu pelvis.
– Otra cosa aprendida – observó Fernando – ¿quieren café?
Desayunamos y platicamos de lo ocurrido. Los tres estábamos satisfechos, contando nuestras partes favoritas. Concluimos que queríamos otra ronda, pero debíamos dejar descansar a nuestros órganos. Así que, para matar el tiempo, tomar fotos que mostrar a la familia y guardar las apariencias, decidimos ir a pasear a una zona arqueológica, ir a comer a la plaza y regresar para un nuevo round.
Cuando Fernando se levantó y subió las escaleras para tomar un baño, Ana se dirigió a mí.
– Mi vida quisiera hacer un par de cosas que no prevenimos ni acordamos.
– ¿Cuáles, mi cielo?
– La primera es bañarme con Fernando y rasurarlo, para eso eran las tijeras y el rastrillo. Ya te he rasurado a ti en el pasado y después de tantos años de hacerlo sin vello púbico, el de Fernando me irritó un poco, ¿estás de acuerdo?
– Solo con la condición de que pueda ver, tomar fotos y videos y, de ser posible, unirme a la cogedera que seguro se va a desatar – la idea me entusiasmaba – si quieres le prestó mi crema de afeitar.
– Muchas gracias – me dio un beso – la otra es similar. Quisiera hacerlo sin condón. Ya sabes que los preservativos con o sin látex me irritan, mi rajita es sensible.
– Pero y ¿los espermas? Yo como quiera tengo la vasectomía, pero él no. No me preocupa una ETS, está claro que no tiene, me preocupa un embarazo no deseado.
– Pues hoy es sábado y los espermas tardan tres días en fecundar. Si Fernando no se viene dentro, y así se le escape y se venga, me tomó una pastilla del día siguiente el domingo y no pasa nada.
Tardé un momento reflexionando.
– De acuerdo. Pero tengo una duda. Si él va a ser nuestro corneador oficial, en el futuro, ¿qué? Sabes que esas pastillas provocan un caos en tu ciclo menstrual y no las puedes tomar como si fueran aspirinas.
– Pues me tendré que poner un DIU, que él se haga la vasectomía como tú o tendremos que buscar condones que no me irriten.
– Bueno, eso lo discutiremos después. Corre a alcanzarlo.
Cuando Ana le explicó a Fernando lo que quería hacerle a sus bolas y pene, al principio se puso nervioso. Ella y yo lo calmamos, explicando las razones y nuestra experiencia en eso. Aceptó y entramos al baño desnudos los tres. Sobra decir que ver a Ana en cueros nos volvió a excitar.
Yo me senté sobre el inodoro pues la primera parte siempre se hace en seco, con tijeras y sin necesidad de agua. Subí un banco para que Ana pudiera sentarse y hacer su labor sin necesidad de cansarse estando de rodillas.
– Pon atención, querido – le dijo mientras sujetaba su pene con la mano izquierda – esta es otra habilidad que vas a aprender: mantener tus partes presentables.
Y con las tijeras comenzó a recortar los pequeños mechones de su vello púbico, que caían por montones. Cuando acabó de usar las tijeras, la polla de Fernando se veía más presentable.
– ¿Notas el cambio? – le dio un beso en su glande – ahora vamos a la parte más laboriosa. Por esta vez usaremos un rastrillo nuevo, pero si quieres la próxima que Marco y yo vayamos a una sesión de depilación láser te podemos llevar.
Sacó un rastrillo de su empaque y mi crema de afeitar.
– Abre un chorro de agua de la regadera, no mucho apenas y que salga – Fernando obedeció – bien, ahora voy a llenarte de crema de afeitar – cosa que hizo – y ahí voy. No espera, no te pongas nervioso, necesito que para la primera fase estés un poco erecto – pasó su lengua por su glande de nuevo y su pene reaccionó – eso es, ahora sí, ahí voy.
Ana tenía una habilidad impresionante. Rasuró la vejiga primero, seguida del pene y su base, entre cada pasada con el rastrillo ella metía las cuchillas al chorro de agua para quitar el exceso de vellos. Luego les llegaron el turno a sus bolas. Estiró con delicadeza el escroto y daba pasadas suaves y delicadas. Poco a poco el vello iba cediendo y al cabo de unos minutos la vejiga, pene y testículos de nuestro amigo estaban como los míos, pero faltaba enjuagar.
– ¿Viste? Es muy fácil y no te lastimas. Vamos a ver ahora cómo quedaste, abre el agua, que sea tibia.
Fernando abrió ambas perillas y salió el chorro de agua tibia que los mojó a ambos. Ana enjuagó bien, pasó un par de veces el rastrillo en lugares que se le habían escapado y terminó.
– Listo, te quedaron perfectas – y le dio un par de mamadas.
En ese momento yo me paré y acerqué mi polla a su cara. Ella lo notó y con su mano libre la sujetó para darme un par de mamadas también a mí.
– Me gustaría chupárselas a ambos, guapos, pero en verdad que la boca me quedó adolorida de ayer, aún no me acostumbro a dos vergas – sonrió – si gustan, los puedo masturbar hasta que se vengan, mis brazos no están tan cansados como el resto de mi cuerpo.
– Por mí, genial – le dije.
– A mí me gustan mucho de esas – dijo Fernando, sacándonos una risa – entonces cierro el agua para que no se desperdicie.
– Trataré de darles mamadas cada que mi boca se relaje, pero no esperen mucho. Si mis brazos se cansan, me deben ayudar. Pero antes, del maletín saca un poco de aceite, Marco – obedecí – para que si piel no se irrite.
Nos aceitó las vergas y comenzó a masturbarnos a ambos, una mano en cada polla. Para hacerlo más emocionante, lamía nuestros glandes con su lengua y cada que podía se llevaba una polla a la boca, procurando ser equitativa en ello.
Yo grababa la escena, de nuevo, pues además de mi mujer y mi puta, era mi estrella porno. Ambos acariciábamos sus senos y su carita. Ella no decía nada, solo sonreía y preguntaba ocasionalmente “¿Te gusta?”, “¿No te lastimo?”. Fernando y yo jadeábamos y gemíamos. Ana, en respuesta, aumentó la velocidad.
Sus tetas bailaban por el movimiento de sus brazos y en su cara se veía su sed de leche.
– ¿Dónde vas a querer la lechita, mi amor? – pregunté yo. Sabía que mi eyaculación estaba cerca.
– Pues ayer me bañaron las tetas, échenmelos en la cara – contestó ella con su carita perversa.
Unos minutos después su ritmo comenzó a bajar.
– Los brazos se me cansan, guapos, ¿tardan mucho en venirse?
– Yo ya casi – suspiró Fernando.
– Yo igual – contesté yo.
– Entonces terminen ustedes – soltó nuestras pollas y levantó sus senos con las manos – si no le atinan a mi cara, que caigan aquí – se inclinó hacia atrás, abrió muy grande su boca y sacó la lengua.
Ambos continuamos la tarea manual de manera frenética.
– ahhh siii
– ufff
– ¡Ah! – gritó ella, quien no esperaba semejante descarga.
Nuestros penes bombearon chorros de semen sobre la cara de mi esposa, quien apenas alcanzó a cerrar los ojos. Algunos llegaron hasta la pared, pero la mayoría cayeron sobre ella. Cabello, frente, uno de sus ojos, nariz, mejillas, lengua y el mentón estaban cubiertos por semen de ambos. Unas pocas gotitas, las últimas, cayeron sobre su pecho. Ella reía.
– Ahora sí me bañaron, miren como me dejaron – dijo entre risas – ¿qué tal me veo? – me preguntó.
– Como un sueño, mi amor – le contesté – ¿nos podemos tomar fotos antes de que te limpies?
– Claro que sí, solo permíteme – bebió las gotitas que habían quedado en nuestras vergas – el colágeno no debe desperdiciarse.
Nos tomamos muchas fotos. Una selfie de los tres con Ana en medio; Fernando nos tomó una foto a Ana y a mí, así como yo a ellos; selfies de cada uno con Ana y su cara llena de semen; fotos de Ana con cada polla, haciendo cara de sorpresa, llevándosela a la boca y fotos de Ana con ambas pollas sobre su cara. Sobra decir que compartí ese material con Fernando.
Y nos metimos a bañar. La tensión sexual ya se había liberado por completo y volvíamos a ser el trío de amigos que se llevan fenomenal, ahora con más confianza. Fernando era un chico que no me incomodaba en absoluto, aún en algo tan personal como bañarse y, además de eso, era un caballero, pues respetó nuestro espacio apresurándose y siendo el primero en salir del baño, dejándonos solos.
Como nos tomaríamos fotos que la familia pudiera ver, fuimos con ropa cómoda. Fernando y yo con short y playeras de algodón y Ana con una falda que apenas y llegaba arriba de la rodilla, una blusa con escote moderado, tenis y el cabello recogido. Los tres usábamos gorras, para evitar el calor y con esa ropa nadie sospecharía de lo que ocurría entre los tres.
El sitio arqueológico se encontraba a una hora de camino, tiempo que aprovechamos para detenernos y comer antojitos en la carretera a modo de almuerzo. Durante todo el trayecto de ida y vuelta la plática se hizo muy amena, pues la confianza entre los tres era total y después de lo que había pasado ya no quedaban temas tabúes.
La mayoría de los temas de conversación giraban en torno al sexo: nuestra primera vez, anécdotas, preferencias, fantasías, fetiches, consejos, reglas básicas, etc., Fernando quería saber todo. Ana y yo respondíamos las preguntas de Fernando con total naturalidad: cómo perdimos nuestra virginidad, la vez que casi nos cachan, lo que nos gustaba hacer y que nos hicieran y cómo nos gustaba, lo que queríamos hacer en un futuro, consejos para iniciar, sitios donde informarse, nuestros métodos anticonceptivos, cuidados e higiene y un largo etcétera.
Llegamos a las ruinas arqueológicas y dimos un paseo por el lugar, aprovechando que es un sitio agradable, más allá del valor histórico. Dado que esas ruinas son famosas en el Estado y de renombre a nivel nacional, había un número nutrido de familias, turistas extranjeros y excursionistas, de modo que Fernando tuvo que aguantarse sus ganas. El chico disimuló muy bien, sabía estar en su papel.
Tomamos varias fotografías al paisaje y a nosotros, para poder enseñar a la familia sin levantar sospechas de nuestras travesuras. El calor arreciaba y al cabo de hora y media decidimos regresar.
Fuimos a comer a la misma fondita, que se había convertido en nuestro lugar favorito y dimos un paseo por el lugar para digerir bien los alimentos. Fernando parecía sobrellevar bien sus ganas de ponerle las manos encima a Ana.
Regresamos a la casa y notamos que el estacionamiento de nuestra unidad (hay 6 unidades de casas con 6 piscinas cada una) estaba vacío. Le preguntamos al guardia de seguridad que nos dio acceso si éramos los únicos vecinos y nos informó que sí, todos los vecinos se habían ido ya.
Nada más entrar nos dimos Ana y yo un largo y profundo beso. Fernando se nos unió besando su cuello por atrás y acariciando sus piernas. Antes de que las cosas se salieran de control, ella nos interrumpió.
– Estoy sudada, no me siento cómoda – poniendo una mano en el pecho de cada uno – ¿les parece si entramos a nadar de nuevo? Jugamos un rato, aprovechando que no hay vecinos – nos dirigió una mirada de complicidad – nos bañamos y nos divertimos.
Corrimos a cambiarnos y ponernos nuestros trajes. Esta vez, con las puertas abiertas, de modo que Fernando nos podía ver y nosotros a él. Estando Ana desnuda le pedí a Fernando que nos trajera el bloqueador solar del baño. En segundos estaba en nuestra habitación, bloqueador en mano, desnudo y con su falo apuntando a mi mujer.
– Ayúdame, por favor, a ponerle bloqueador a este cuerpazo – y le di una nalgada a Ana.
En instantes el cuerpo de mi novia se vio recorrido por nuestras manos que untaban bloqueador por todos lados. Ella, de pie, cerraba los ojos y se dejaba consentir por sus hombres. Sus pechos, nalgas, culo y el resto de su cuerpo quedaron cubiertos de crema protectora, su piel estaba erizada.
– Faltan ustedes – Ana tomó la crema y comenzó a untarme a mí. Fernando aguardaba impaciente su turno.
Cuando terminó con mi torso y brazos se arrodilló ante mí y, aunque no había necesidad, masajeó con la crema mi pene que se había levantado ya. Le dio un beso con ternura en la punta, se puso de pie y giró hacia Fernando.
– Y te toca a ti – repitió el acto con él, así como el beso tierno sobre su glande – bien, ya estamos listos.
Ninguno se había puesto el traje aún, no le importó. Nos tomó a ambos de nuestros falos, como si fueran una tercera mano, y nos condujo por las escaleras. Yo llevaba sus prendas y la mía en la mano, Fernando llevaba la suya.
Al bajar abrió la puerta y se dispuso a entrar a las áreas comunes donde estaba la piscina. La detuve.
– No, espera. Si nos llegan a ver se hará un desmadre.
– Pero no hay vecinos, ¿quién nos vería? – puso su cara de traviesa.
– Puede vernos alguien de vigilancia al hacer rondín o un vecino puede llegar de improviso.
– Ah, está bien – su carita fingida de decepción solo me calentaba más – entonces hay que ponernos nuestros trajes.
En la sala nos colocamos nuestras respectivas prendas y nada más salir Ana dijo.
– ¿Qué les parece si damos una vuelta por las casas?, para asegurarnos que no haya nadie.
– Si, vamos – la apoyó Fernando. Ambos querían portarse mal en la piscina.
Recorrimos la veintena de casas y los guardias tenían razón, no había nadie y todas tenían sus candados puestos, cosa que lo confirmaba. Aun así, el riesgo del guardia persistía, así que se me ocurrió una idea. Caminamos a la puerta de mantenimiento, por donde el personal de vigilancia entraba a hacer rondines. Era una puerta de metal, pesada, que solo se abría si tenías la llave. No podía atascar la cerradura porque, al ser los únicos vecinos, sería demasiado obvio, pero podía dificultar su movimiento y hacerla ruidosa para avisarnos a tiempo.
Entre los tres buscamos una piedra que pudiese colocarse debajo de la puerta y que, al abrirla, opusiera mucha resistencia e hiciera bastante ruido. Colocada la piedra, a Fernando se le ocurrió una excelente idea: colocar una moneda a modo de seguro improvisado junto a la cerradura, de modo que se requiriera mucha fuerza para abrirla y al lograrlo provocaría un fuerte ruido y haría volar la moneda por los aires, que con toda seguridad caería en el pasto. Caída debajo de la puerta, una moneda en el suelo no levantaría sospechas.
– Quien te viera tan mañoso, Fernando – Ana estaba asombrada.
– Así le hago la vida imposible a un profesor que me cae mal – dijo algo ruborizado.
Colocado nuestro sistema de seguridad, caminamos hacia la piscina. La tarde era increíble: el implacable sol por fin había sido contenido por nubes blancas. Entramos al agua de un brinco, pero Ana permaneció afuera.
– ¿Por qué no entras? – preguntó Fernando.
– Antes de mojarme el cabello, quiero algunas fotografías – se acercó al sitio donde pusimos nuestros celulares y toallas, tomó la suya y mi celular y me lo dio – tómame una así.
Restiró su toalla al borde de la piscina y se recostó sobre ella, de costado apoyada en su brazo cual modelo con las casas detrás de ella.
– Listo – las fotos salieron perfectas – a ver, cambia de pose.
Se puso de pie y luego de rodillas con los brazos sobre su cintura, ¡qué hermosa se veía! Cambió de pose y cruzó sus brazos debajo de sus pechos, los cuales enfoqué y salieron perfectos.
– A ver, siéntate al borde y sumerge tus pies en el agua – dijo Fernando.
Ana se sentó con sus piernas juntas sobre el borde, sumergiendo sus tobillos en el agua y apoyando sus brazos en el borde y sobre sus piernas.
– Ahora abre más las piernas, mi amor – le dije. Las abrió y su linda tanga salió en las fotografías.
– Una pose más sexy, por favor – pidió Fernando. Ella abrió aún más sus piernas y se veían sus bellas ingles.
– Algo más atrevido, anda – insistió nuestro amigo. Ella sacó los tobillos del agua, se apoyó con sus brazos atrás y colocó sus pies sobre el borde. Su cara de actriz porno y su tanga no se le escaparon a mi lente.
– Eso, a ver algo más atrevido – le pedí yo. Ana hizo a un lado la tanga – qué rico, mami – mi celular no paraba de fotografiarla.
– Danos más – Fernando ya estaba ardiendo de deseo y creo que se estaba masturbando bajo el agua, porque su mano derecha estaba sumergida frente a él.
Ana volteó hacia la puerta y al ver que no venía nadie, sumergió sus pies de nuevo en el agua, pero esta vez, se sacó las tetas del sujetador. Las poses se hacían cada vez más eróticas: ella sosteniendo sus pechos, con los brazos extendidos, recogiendo su cabello. Finalmente se atrevió y se despojó del sujetador. Sus poses eran increíbles: recostada de lado, dejando caer sus pechos o sosteniéndolos; cubriendo sus pezones o solo uno de ellos; llevándoselos a su boca. Era una maravilla.
De repente escuchamos un ruido muy fuerte. Era la puerta de mantenimiento, un vigilante quería entrar.
El pánico se apoderó de Ana y se arrojó al agua, cubriendo su cuerpo y dejando fuera la cabeza. Yo puse mi celular en la toalla y tomé su sujetador. El forcejeo con la puerta era más intenso, no había tiempo que perder. Le hice señas a Fernando para que disimulara, llevé a Ana a una esquina y de prisa le ayudé a colocarse el sujetador. Antes de que termináramos se escuchó un fuerte golpe, la puerta cedió y el guardia logró entrar.
Fernando nadaba de un lado a otro, Ana dejó su cuerpo sumergido y yo me dispuse a flotar boca arriba, pues el susto mortal había terminado con mi erección.
El vigilante entró y nos saludó cortésmente con un “Buenas tardes”. Fernando y yo simulamos continuar una conversación sobre una serie de televisión. En la esquina Ana estaba pálida y sin moverse, tratando de simular que se relajaba.
El guardia terminó su rondín y salió, al parecer no sospechaba nada.
– Mi amor, ¿estás bien? – me acerqué a ella una vez que el peligro terminó.
– ¡Qué pinche susto, Marco! – parecía que la misma muerte se le había aparecido – y mira cómo me pusiste el traje, por eso ni me atreví a salir – sacó su pecho del agua.
Su sujetador estaba al revés: la tela negra había quedado mirando hacia dentro y la tela interior hacia el exterior. Fernando y yo no pudimos contener las risas, Ana también reía, pero con menos intensidad.
– Yo creo que aquí ya no haremos nada atrevido – aseveró ella.
– Ahhh no, por favor – Fernando suplicó.
– Calma, mi amor – le acaricié el hombro – vino el guardia a dar su rondín porque estamos nosotros, para justificar su trabajo, pero no volverá en al menos un par de horas – giré hacia Fernando – un favor, ve a atascar de nuevo la puerta, para que Ana se sienta segura.
Fernando corrió y en unos segundos estaba de regreso.
– Listo – dijo al entrar al agua – si vuelve, que lo dudo, le costará más trabajo.
– ¿Estás más segura, mi vida? – el tono de Ana mejoraba y se había calmado un poco.
– Algo, pero ¿y los vecinos? Podría llegar alguno y no vamos a atascar todas sus puertas.
– En eso tienes razón – le dije – creo que si jugamos no hay que ser descarados ni hacer tanto ruido, ¿qué les parece?
– Yo estoy de acuerdo – me apoyó Fernando. Ana dudó un instante.
– Está bien, hay que ser disimulados. Entonces cúbranme en lo que me pongo correctamente el sujetador.
Ana se puso de pie, el agua le llegaba por debajo de sus senos. Se quitó el sujetador y nos maravilló con esa preciosa vista, que duró unos instantes cuando se lo puso de nuevo.
– Bueno, estoy lista, ¿qué proponen hacer?
Ya se había relajado, así que tomé la iniciativa. La tomé entre mis brazos y la besé. Nuestras lenguas jugaban y se masajeaban, nuestras manos recorrían el cuerpo del otro. Sentí como se tranquilizaba, al mismo tiempo que encendía su deseo sexual. Después de unos minutos, se separó de mis labios y se unió a los de Fernando.
Yo vigilaba mientras ellos se acariciaban bajo el agua. Unos instantes después el beso terminó.
– Tengo una idea – dijo Fernando – vamos a quitarnos nuestros shorts y que Ana se quite su tanga.
– ¿Y luego? – preguntó Ana, su miedo se había ido y las ganas de putear la controlaban.
– Hay que hacerlo y después les explico. Sujeten sus prendas con su pie, si llega alguien nos las ponemos en chinga y nadie se da cuenta.
Los tres nos despojamos de nuestras prendas. A decir verdad, solo que alguien entrara al agua vería que no llevábamos nada, ya que nubes un poco más oscuras habían cubierto el sol y el agua se había tornado azul oscuro, opaco.
– Listo, ¿luego qué? – insistió Ana.
– Luego esto – y Fernando la volvió a besar, ya tenía más confianza, pero no por ello dejaba de ser un caballero. Me hizo una seña para que me acercara, cuando Ana me sintió, comenzó a masturbarme. Era evidente que también se lo estaba haciendo a él.
Ana cambiaba de uno a otro, siempre masturbando a ambos de manera muy discreta.
– Contrólense y no se vayan a venir, ¿eh? – dijo al tomarse una pausa, sus manos seguían moviéndose – me deben durar mucho hoy. Además, no creo que el semen se diluya con esta agua – los tres reímos.
– Ya sabes que yo aguanto, mi cielo – le acaricié una bubi.
– Yo haré lo que pueda – Fernando acariciaba el trasero de Ana.
Los besos se reanudaron. Ana llevaba el ritmo y no estaba precipitando nada. Cada beso, caricia y movimiento de su muñeca eran lentos, si sentía que uno se emocionaba demasiado apretaba su glande para bajar un poco la erección y continuar.
El cielo se oscurecía.
– ¡Para, para! – imploró Fernando – no mames deja camino, que casi me vengo.
– Yo también que comienzo a sentir que mis huevos hormiguean – le dije a Ana, que detuvo sus manos y nos liberó.
– Deben aguantar más, mis amores – Ana estaba satisfecha con nuestras reacciones.
– Es que la jalas bien rico, mi cielo – le contesté.
– Si, además como a ti no te están masturbando, te es fácil decirlo – le reclamó Fernando – eso me da una idea. Ana, ponte tu tanga, vas a nadar.
– ¿Voy a nadar o me vas a hacer algo? – Ana obedeció y se puso su prenda.
– Ambas.
Fernando tomó a mi mujer y la cargó en sus brazos, luego la giró boca abajo, con su brazo izquierdo sujetándola de los pechos, evitando que se sumergiera demasiado y su brazo derecho sujetando su cintura.
– Marco, el primer turno te corresponde, ven.
– No entiendo – decía Ana mientras simulaba nadar. Yo me acerqué a ellos.
– Ahora entenderás. Marco tómala de su bubi derecha, yo de la izquierda – lo hicimos – ahora, mientras yo la tomo de la cintura tu mete la mano entre sus piernas y hazle lo que nos hizo. A ver cuánto dura y ahorita cambiamos de turno.
Jamás se me habría ocurrido algo así. Parecía que le enseñábamos a nadar, pero en realidad le dábamos placer. Cada vuelta a la piscina cambiábamos y al otro le tocaba masturbarla. Ana gemía y reía, sus pezones duros en nuestras manos confirmaban que lo estaba gozando.
A la cuarta vuelta las nubes por fin dejaron caer la lluvia. No era una simple llovizna, sino una lluvia en forma pero que tampoco llegaba a tormenta.
– ¡Nuestras cosas! – Fernando terminó el juego, salió del agua completamente desnudo y corrió a las toallas y celulares, las tomó y colocó dentro de la casa, justo a la entrada. Regresó y dio un salto al agua.
– ¿No deberíamos salir? – dijo mi mujer una vez que Fernando emergió.
– No creo que nos podamos mojar más – le contesté entre risas – además eso garantiza algo: no más rondines del vigilante.
– Si, pero el aire frío nos puede hacer daño.
– Si la lluvia empeora, salimos, mientras sigamos jugando – propuso Fernando.
Decidimos cambiar de juego, pero ya no sabíamos qué más hacer, así que a mí se me ocurrió lo más simple, aprovechando que el tiempo era limitado. Volví a besar a Ana y, mientras lo hacía, deshice el nudo en su espalda que mantenía su sujetador.
– ¿Qué haces? – dijo mientras su bikini quedaba flotando en el agua.
– Este es un nuevo juego – le quité la tanga, que también flotó. Me recargué en una pared de la piscina y giré a mi mujer media vuelta – que se llama trío en la piscina – abrí sus piernas e introduje mi pene.
– mmmh – Ana gimió. Fernando, entusiasmado, se acercó a ella y la besó largo y tendido. Las manos de Ana se perdieron dentro del agua, una lo masturbaba y otra se sujetaba de él.
Ya nos valía madres si nos veían o no, era un sexo increíble. Lamentablemente, duró escasos 5 minutos, pues lo que era una tranquila lluvia se convirtió en tormenta, cuyos relámpagos y fuertes vientos interrumpieron nuestra pasión.
– ¡Ah!, ¡corran! – Ana sacó mi pene de su interior y corrió a buscar los restos de su bikini – ¡nuestros trajes!
Fernando y yo también los habíamos perdido. Después de una rápida búsqueda entre los tres, encontramos todas las piezas. La tormenta aumentaba así que corrimos para dentro de la casa desnudos, por fortuna no había vecinos que hubieran visto nuestra travesura. Ya dentro estábamos risueños, calientes y escurriendo.
– Vamos a bañarnos, guapo – Ana detuvo a Fernando que estaba a punto de continuar el trío – que no me gusta el sabor de la verga con agua de alberca.
Subimos al baño y, como en la mañana, decidimos ducharnos los tres al mismo tiempo con agua caliente. Bajo la regadera nuestros juegos se mezclaron con la ducha: caricias, besos, un par de mamadas, nalgadas ocurrían al mismo tiempo que lavábamos nuestros cuerpos.
Casi al terminar el baño, Ana salió de la regadera, abrió nuestro maletín de productos personales y sacó de nuevo el enema. Yo sabía qué pretendía, pero no lo podía creer. Desde las primeras veces que acordamos esto, planeamos la doble penetración, pero jamás pensé que ocurriera tan rápido, todo iba muy rápido. Cuando Fernando lo vio no aparto la vista de él.
– Eso, ¿qué es? – preguntó nuestro inocente amigo.
– Ah, es algo que nos servirá más tarde, una sorpresa – respondió Ana al tiempo que lo llenaba de agua caliente y lo introducía en su ano.
– Pero… ¿qué haces con él?, ¿para qué sirve? – Fernando seguía intrigado.
– Paciencia, querido – dijo Ana cuando acabó – luego te explico.
Fernando seguía desconcertado, pero continuó en lo suyo.
– Quisiera que lo hagamos en la sala – dijo Ana una vez terminamos de lavarnos – ya bautizamos el baño, la recámara y hasta la alberca, pero no lo hemos hecho en la sala.
– Si, nos parece bien – Fernando y yo coincidimos.
– Bueno pues vamos a ponernos crema corporal y loción – añadió ella – no tiene caso vestirnos. Fernando, si quieres arréglate con nosotros.
Ana le tenía cada vez más y más confianza, era obvio que también para ella, nuestro amigo era el corneador oficial.
Nuestro invitado y yo quedamos listos en un par de minutos, pero las mujeres hacen más cosas para arreglarse. En lo que Ana se cepillaba el cabello, se maquillaba y aplicaba mil y un productos de higiene, Fernando y yo nos sentamos junto a ella en la cama y aproveché el momento para pasarle el resto de las fotos, enseñarle a crearse una nube y subir todo el material. Por cada fotografía o video que subía a su nube, nos la mostraba a ambos y la comentábamos: “Esa no me gustó”, “esa quedó bonita”, “¿así me veo mamándola?”, “me gusta como salgo ahí”, “esa salió borrosa”, “si esa no fuera tan guarra la pondría de foto de perfil”. Afuera la tormenta había amainado un poco, pero la lluvia copiosa seguía.
– Ya voy, guapos – Ana había notado ambas erecciones.
– Si, tu con calma, tenemos toda la noche – contestamos ambos. La verdad estábamos ansiosos, sin quitarle los ojos de encima como gatos parados frente a una pescadería.
– Terminé, ¿qué tal me veo? – posó para nosotros. Estaba divina: su cabello bien cepillado caía sobre su espalda; su maquillaje resaltaba sus facciones, labios rojos, ojos delineados, pestañas rizadas y sombras tenues la hacían ver más bella; su perfume olía a mujer y a flores; y su piel canela desnuda era un sueño.
– Te ves divina, eres un encanto – Fernando y yo nos pusimos de pie.
– Quisiera un ligero cambio de planes – nos tomó de las manos – creo que la noche se pondrá fresca y abajo nos dará frío, quiero hacerlo aquí. ¿Pueden ir por una jarra de agua y los celulares? Mientras yo escombro aquí.
– A tus órdenes, chichona – la piropeó Fernando y corrimos por lo necesario.
Al regresar, la cama estaba tendida y libre de obstáculos. Ana se había sentado en un borde. Pusimos las cosas en el tocador y nos pusimos de pie frente a ella, nuestro segundo trío estaba por comenzar.
– Antes que nada, quisiera pedirles otro favor – dijo mientras ponía sus manos sobre nuestros penes. No los masturbaba, los acariciaba con delicadeza y cariño.
– El que sea – respondí.
– Pues… ustedes ya tienen mucho material para recordar este fin de semana. Muchas de esas fotos y videos me gustaron… pero quisiera algo para mí. Me gustaría poder fotografiarlos y así tener algo para, ya saben, masturbarme cuando no tenga a ninguno de los dos.
Era un hecho, ella deseaba a Fernando como corneador.
– Claro que sí, princesa, ¿cómo quieres las fotos? – le pregunté.
Sus peticiones eran un tanto extrañas para nosotros, pero nada que nos hiciera sentir incómodos.
Inició pidiendo que posáramos juntos, de pie, abrazados de los hombros como buenos amigos y sonriendo frente a ella. Luego fotos de cuerpo entero de Ana y yo, Ana y Fernando y los tres juntos, las primeras tomándonos de los brazos o cintura, la segundas más atrevidas, tomando nuestros penes con sus manos y nosotros sosteniendo sus pechos.
Sus peticiones se hacían cada vez más interesantes y, para mantener nuestros miembros erectos, les daba caricias y besos ocasionales que no hacían más que encendernos. Las siguientes fueron tiernas, de cierto modo. Se arrodillaba frente a nosotros y, primero Fernando, luego yo y al final con ambos, se tomaba selfies sosteniendo con ternura y una sonrisa encantadora nuestras vergas contra su cara y mejillas, como si cargara y estrujara contra sí algún animal recién nacido. Fotos dándoles besos, sonriendo con entusiasmo, sujetando nuestros penes de las bolas. De esas la que más me gustó fue una donde sacó la lengua y Fernando y yo la tocamos con las puntas de nuestras pollas.
Nos sentó en el borde de la cama, frente al gran espejo del tocador y se sentó en medio de nosotros para tomar fotografías frente al espejo. Después se hincaba frente a Fernando o frente a mí y capturaba imágenes de nuestras vergas que ocupaban toda la pantalla, desde su base hasta la punta, con nuestros cuerpos y piernas de fondo, donde podían apreciarse a la perfección las venas e irregularidades de los falos.
– Ahora me gustarían algunas desde mi perspectiva – seguía arrodillada – levántense.
Se hincó ante mí y tomó una foto desde su perspectiva de mis piernas, de mis testículos y de mi pene, lo mismo hizo con Fernando y después con ambos. Fotos con el celular en el suelo, de frente, de perfil y a ¾ llenaban su galería.
Sin avisar dejó el celular en el tocador y se puso de pie.
– Bueno – posó ambas manos en nuestros miembros y se dispuso a masturbarlos – quisiera, ahora sí, empezar el trío con lo que estábamos haciendo en la alberca.
Me besó y nuestras lenguas bailaron. Su boca tenía un ligero sabor a pene y aun así era una delicia. De inmediato, mis manos y las de Fernando comenzaron a acariciarla, paseándose por sus pechos, sus muslos y glúteos, su abdomen, espalda. Abrió ligeramente sus piernas para que pudieran entrar a su vagina y dentro de sus nalgas.
Cambió de labios hacia los de Fernando, que detuvo las caricias y la tomó del cuello y la cintura, nuestro muchacho ya era un experto besando. Quien no se detenía era Ana, que nos masturbaba un poco más rápido. La lluvia se había detenido y la noche había refrescado, pero no en la habitación, cuyas ventanas ahora estaban empañadas con el calor que los tres emanábamos.
Mientras, yo la acariciaba y besaba su cuello.
– Mi amor – dijo sin despegar por completo sus labios de los labios de Fernando – tómanos una foto así.
Tomé mi celular y capturé el momento, la escena era increíble, mi amada Ana se veía como una verdadera hotwife siendo atendida por dos hombres.
Ana, de improviso, volvió a besarme y, después de unos segundos, volvía a besarlo a él y así comenzó a intercalar mis labios por los de Fernando de manera frenética. Fue entonces cuando se puso de cuclillas y el sexo oral comenzó. Fernando y yo teníamos dos enormes erecciones que Ana no era capaz de meter en su boca del todo. Mamaba a uno y a otro y cada vez que dejaba de succionar alguna verga para atender a la otra, un hilo de baba unía, por unos instantes, sus labios con el pene recién atendido. Era una delicia.
– ¿Les está gustando? – Ana se tomó una pausa, pero sus manos seguían acariciándonos – ¿soy su puta?
– Nos encanta – respondimos ambos – ¿a ti te gusta, putita? – le pregunté.
– Yo estoy en la gloria – pasaba nuestros penes por toda su cara – hay algo que quiero hacer, siéntense.
Nos sentó y se puso de rodillas frente a mí.
– Esto es algo que te encanta, mi amor – volvió a comerse mi miembro y entre cada chupada le escupía – y ahorita te toca a ti, querido – miró a Fernando sin dejar de masturbarlo.
Se acercó más y colocó mi pene entre sus pechos, apretó con sus manos y comenzó a subir y bajar.
– Tómame una foto, mi vida – tomé mi celular y obedecí.
– Yo también quiero de eso – dijo Fernando y nos provocó otra risa.
– Paciencia, querido – la rusa continuaba. Cuando Ana sintió mi pene palpitar, cambió a nuestro amigo. Le di el celular a Fernando para que tomara una bella postal de la vista que tenía.
– ahhh qué delicia – se llevaba las manos a la cabeza, era una nueva sensación para él.
Unos minutos después, Ana se detuvo.
– Hoy es tu día de suerte, Fernando.
Se levantó, le dio la espalda, tomó su pene con la mano derecha y lo hizo desaparecer entre sus nalgas.
– mmmh – Ana gimió – que delicia.
– ahhh ¡espera!… ¿el condón? – Fernando estaba impactado.
– Te dije que hoy era tu día de suerte – mi mujer comenzó a bailar sobre la polla de Fernando – ahhh está riquísima, su pellejo la hace más gordita.
Su polla entraba y salía del cuerpo de mi mujer. Cada que salía, lo hacía cubierta de baba blanca, Ana estaba bien lubricada y no había necesitado sexo oral. Fernando estaba extasiado, su cuerpo se tensaba y acariciaba el rico culito moreno de mi novia, que había aumentado el ritmo y ahora brincaba sobre su pene. Sus pechos también daban brincos y su cabello le caía por la espalda. Esa escena también fue captada en toda su gloria por mi celular.
– ¡Para, por favor! – imploró Fernando – me vas a hacer venir.
Ana se detuvo, aún con el miembro viril de Fernando en sus entrañas.
– Está bien. Fernando, esto seguro lo querrás grabar. Marco, préstale el celular – Fernando tomó el teléfono y enfocó de cerca el trasero de mi mujer. El video que tomó fue fenomenal, en él se podía apreciar el trasero de Ana liberando lentamente el mástil de Fernando, que ahora estaba pegajoso y cubierto de baba.
Mi mujer no perdió el tiempo y procedió a ensartarse en mi miembro, pero para entonces ya estaba más que prendida y evitó los sentones lentos, se puso a brincar nada más sentir mi pene en su interior.
– Ahh, ahh, ahh –gemía.
Al principio Fernando descansaba un poco, trataba de recuperarse y durar más. Una vez que recobró la compostura se puso de pie frente a ella.
– Mira cómo me la dejaste – le dio un beso – ahora límpiala – y tomó a Ana del cabello, empujando su cara contra su entre pierna. Ana le hizo una deliciosa mamada.
– Ay, ya me cansé un poco – Ana de tuvo la mamada y los sentones – cambiemos de posición, les toca darme.
Se levantó y se recostó en el medio de la cama, con las piernas ligeramente abiertas, los brazos extendidos sobre su cabeza. Estaba despeinada, sudando y su raja húmeda y escurriendo lubricante natural.
– Y bien, ¿quién será el primero en darme?
– Creo que, por educación, Marco debe ser el primero – propuso Fernando.
Me acerqué a ella y al tenerme en frente, Ana tomó mi cara y me besó. Atrajo mi pelvis con sus piernas, enroscándolas en mi cintura. Mi polla, que conocía el camino, se deslizó con suavidad dentro de su cuerpo.
– ¡Qué rico, mi vida! – dijo Ana al tiempo que acariciaba mi espalda y mis embestidas comenzaban lentamente.
– ¿Te gusta? – pregunté.
– Bien sabes que si – dijo Ana – Fernando, querido, pon atención a lo que Marco hace, porque ahorita será tu turno – Fernando nos observaba de cerca.
Con ternura y mucha pasión, le hice el amor a mi mujer. Mis manos paseaban por todo su cuerpo con delicadas caricias y las arremetidas eran cada vez más intensas. Ana no apartaba sus ojos de los míos, gemía y jadeaba, se dejaba llevar por el placer. Fernando estaba sentado junto a nosotros, se masturbaba despacio y observaba atentamente todos los movimientos. Al cabo de varios minutos, cuando sentía mis piernas un tanto cansadas y que mi pene comenzaba a alegrarse más de lo permitido, me levanté.
– Es tu turno, mi amigo – le indiqué a Fernando – esta posición es muy rica tanto para ella como para ti. Debes concentrarte, piensa en el placer de ella y todo saldrá con naturalidad. Ten cuidado en no venirte.
Fernando se colocó sobre mi esposa y con una mano condujo su pene al interior de Ana. Ambos gimieron cuando la penetró.
– ¡Madre mía esto es la gloria! – dijo Fernando.
– ¡Qué rica y gordita la tienes, querido! – Ana lo acarició.
La faena continuó. Fernando la penetraba y luchaba para no emocionarse demasiado, Ana se dejaba llevar por el placer: caricias, besos, ligeros rasguños. Ahora tenía sus ojos clavados en los de él. Yo disfrutaba la escena, mi esposa era mi actriz porno favorita.
Sin embargo, la pose del misionero es demasiado para quien está entre las piernas de mi mujer y tras unos minutos, Fernando se salió.
– Tengo que parar o me voy a venir – dijo y se sentó al borde de la cama.
– No pasa nada, guapo. Yo ya me repuse un poco y tengo ganas de cambiar de pose. Marco, mi amor, acuéstate.
Ana se levantó y me recosté en medio de la cama. Al momento de montarme y ensartarse en mi pene, sentí cuan mojada estaba, su vagina escurría lubricante, que también empapaba sus labios exteriores y llegaba a sus muslos. Para ese momento estaba tan excitada que no comenzó despacio, tan pronto sintió mi miembro en su interior me cabalgó de manera frenética.
– Cómeme las tetas, mi amor – hundió mi cara en sus pechos. Mis manos recorrían su cuerpo, que bailaba sobre mi verga y mi boca succionaba esos manjares, mis dientes mordisqueaban sus pezones y mis manos jugaban con ellos, haciéndolos aplaudir.
Después de unos segundos volví a reparar en la presencia de Fernando, quien se reincorporó a la acción poniéndose de pie sobre la cama, acercando su pene a la cara de Ana.
– Veo que ya estás listo de nuevo – Ana sonrió y desapareció el rabo de Fernando entre sus labios. Con una mano lo sujetaba y con la otra se apoyaba en la cabecera de la cama.
Era una visión totalmente nueva para mí. Frente a mi cara tenía los pechos de mi esposa brincando, la mayoría de su cabello caía sobre su espalda salvo algunos mechones que adornaban su pecho. A mi lado tenía las piernas de Fernando y solo alcanzaba a ver sus bolas, que eran masajeadas por la mano de Ana quien tenía su pene dentro de su boca, el cual entraba y salía de sus labios sin parar. Los tres producíamos una música perfecta: los chup chup que mi esposa hacía mientras le daba sexo oral a nuestro amigo se mezclaban con los clap clap de sus nalgas rebotando en mi pelvis, los eventuales plap de las nalgadas que le propinaba a mi mujer y nuestros gemidos y obscenidades que decíamos.
– No quiero que se vengan – dijo Ana, interrumpiendo la mamada que le estaba dando a Fernando – ya casi llego.
Ana continuó la mamada y yo las embestidas. Los gemidos ahora eran casi gritos y las obscenidades pasaron a ser insultos.
– aahhh – Ana gritó y se desplomó sobre mí. Su cuerpo estaba bañado en sudor, hervía y temblaba y su vagina apretaba mi pene con una fuerza que no conocía. Su respiración era fuerte y me abrazaba con mucha fuerza.
Noté que Fernando, quien estaba de pie frente a nosotros, no se había venido aún. Nuestro muchacho estaba aprendiendo. El intenso orgasmo de mi esposa aún no acababa cuando le dije.
– Muy bien, mi vida, vamos a ver ahora hasta dónde podemos llegar.
– Mmmhhh… ¿qué? – respondió ella.
– Que te muevas tantito – la empujé ligeramente y me moví, poniendo mi verga frente a su cara – y que pares la colita – con la mano le indiqué a Fernando que procediera.
Él se bajó de la cama y se colocó en el borde, frente a las piernas de Ana, quien seguía anestesiada por el orgasmo. Con delicadeza levantó el culito de mi esposa, escupió un poco de saliva en su entrada y la penetró.
– ahh… no se pasen de cabrones – Ana reaccionó al sentir el pene de Fernando en su interior. Se acomodó, paró bien el culo, bajó el resto de la espalda y tomó mi verga en sus manos.
Fernando se follaba a mi mujer con movimientos rápidos y muy profundos. Sus nalgas brincaban y eran golpeadas, apretadas y acariciadas por nuestro amigo.
Ana, sin apartar sus ojos de los míos, devoraba mi polla, que entraba y salía de sus labios.
Fernando aumentó el ritmo, el placer de mi esposa le impidió continuar la mamada.
– ahhh… ay si, ¡qué rico! – mi esposa gemía y gemía. Para evitar desatenderme, se comía mis bolas mientras me hacía una deliciosa paja.
– ahhhh ya casi me vengo – vociferó Fernando. Estaba rojo y sudando por completo – ¿dónde los quieres, Ana?
– ¡Para, para! – le indiqué – salte, tengo una idea.
Fernando detuvo las embestidas y sacó su pene de la vagina de mi esposa.
– Espero que tu idea sea buena, porque acaban de interrumpir mi segundo orgasmo – dijo ella.
– Te va a encantar – le respondí al tiempo que me levantaba.
Le indiqué a Fernando que se recostara en medio de la cama y que Ana lo cabalgara. Ana, obediente, se ensartó en su polla e inició sus movimientos. La cara de nuestro amigo se perdió en la inmensidad de las tetas de mi esposa. Yo me acerqué al tocador, tomé el lubricante del bolso de mi mujer y unté una generosa cantidad en mi falo. Me acerqué a mi esposa y, sin avisar, lubriqué su ano con una cantidad aún más generosa.
– ahhh… ya sé cuál es tu idea – gimió Ana y bajó el ritmo de sus caderas.
Me puse atrás de sus nalgas y, con mucho cuidado, le metí la verga en su ano.
– mmmhhh – gimió mi esposa, al sentir su primera doble penetración – ¡dios, que delicia!
– Ahora sí, Fernando. Vamos a darle hasta acabar dentro de ella – dije al tiempo que mis embestidas comenzaban. Ana tenía los ojos cerrados y se mordía el labio de placer.
– ¿En serio?… ¿puedo venirme dentro? – Fernando no lo creía.
– Con confianza, guapo – Ana lo besó – quiero que mis machos me dejen bien rellenita y escurriendo semen.
La locura se apoderó de los tres. Fernando mamaba como niño hambriento de las tetas de mi mujer y la penetraba con fuerza. Ana se sostenía de la cabecera de la cama y gemía y gritaba sin recato. Yo la tenía sujetada del cabello y penetraba su ano de manera frenética.
Sentí como el ano de mi esposa empezaba a tener contracciones y su piel se volvía a erizar, su orgasmo se acercaba.
– ahhh… ¡ahí viene! – jadeó Fernando. Unos segundos después, su pene explotó en la vagina de mi amada y bombeó todo el semen que pudo.
– ay ay ay – Ana no pudo más y fue alcanzada por su orgasmo. El mío llegó casi simultáneamente y vacié todo mi líquido en su interior.
Pero quien más lo gozaba era Ana. Sentía como su cuerpo se tensaba, su ano apretaba y exprimía hasta la última gota de semen de mi verga y las contracciones la recorrían por completa. Con las fuerzas que le quedaban se arrastró hacia un lado y quedó boca abajo, presa del orgasmo que no le dio tregua durante un par de minutos.
Fernando y yo estábamos embriagados de placer. Ambos bañados en sudor, con respiración acelerada y nuestros miembros completamente exprimidos, llenos de baba habían regresado a sus tamaños originales.
Cuando el placer de Ana terminó, se dio vuelta y abrió sus bonitas piernas.
– Miren cómo me dejaron – su vagina y ano estaban rojos, hinchados y chorreaban semen, manchando el cobertor de la cama. Ella estaba bañada en sudor, su maquillaje se había corrido por completo, su cabello revuelto. Era una diosa, Venus recién follada.
– Te ves divina – comentó Fernando, orgulloso de su obra.
– Si, tanto que quiero captar este momento – corrí al tocador por mi celular y grabé y tomé fotografías de su cuerpo expulsando nuestra lechita. Hice varios acercamientos y Ana posó para un par de fotografías, orgullosa de cómo la habíamos dejado.
– ¿Te gustó, mi vida? – le pregunté una vez las fotografías terminaron, su cuerpo seguía expulsando semen.
– Ay Marco, si supieras lo que siento y lo que sentí – nos tomó a ambos de las manos – fue increíble, no pensé que algo así se pudiera sentir – unas lagrimas bajaron por sus mejillas, estaba llorando de felicidad – muchas gracias, chicos.
– Gracias a ti, mi vida, por permitirnos hacer esta locura contigo – la abracé, era un momento extraño y emotivo.
– Yo soy quien debería estar agradecido – Fernando acariciaba su espalda – estas son las mejores vacaciones de mi vida, no quiero que acaben.
Ana rio un poco, se secó las lágrimas y me dio un beso, sabía a verga. Se giró hacia Fernando.
– Se acaban de ganar muchos premios de mi parte – lo besó – pero ahora, me urge ir al baño.
Ana se levantó de un salto y corrió al sanitario. Era algo que no esperábamos, de modo que nos provocó risas a Fernando y a mí. Cuando regresó, estaba de un humor excelente.
– Felicidades chicos, me provocaron un squirt – buscó en su maleta y se colocó su pijama sexy: short miniatura que apenas y le cubría el trasero, playera de tirantes que permitía que ambas tetas se salieran al más leve movimiento – y parece que no habían eyaculado en días, escurrí un chingo de semen y aún quedó algo dentro de mí.
– Felicidades a ti, mi amor – le dije – pocas mujeres pueden presumir que han sentido lo que tú.
– ¿Lograste sacar todo mi semen? No quisiera embarazarte… – Fernando había caído en cuenta que se había venido dentro de mi esposa sin usar protección. A ambos nos provocó risas.
– Tranquilo, querido – Ana se sentó en un extremo de la cama, frente a nosotros – esto ya lo teníamos platicado Marco y yo. Mañana tomaré una pastilla de emergencia y no habrá embarazo.
– Y… ¿para futuras ocasiones, también te tomarás esa pastilla? – Fernando estaba algo aliviado, aunque visiblemente preocupado. Se notaba que, antes que nada, éramos (y somos) buenos amigos.
– No, en un futuro tendremos que buscar otros métodos – comentó Ana – pero antes de pensar en eso, dime Fernando, esto que acaba de pasar, ¿te gustaría repetirlo?
– Me encantaría – nuestro amigo sonreía.
– Bien, pero me refiero a que si te gustaría volver a hacerlo sin condón. Ya probaste de las dos maneras y estoy segura de que venirte dentro te encantó.
– Fue lo más delicioso y hermoso que he vivido – Fernando estaba feliz y algo sonrojado.
– Entonces necesitaré ponerme un implante o el DIU, mi vida – me dijo Ana – ya que la vasectomía es una decisión personal que Fernando debe tomar con su futura pareja.
– Eso es cierto, en ese tema no debemos influir – respondí – en ese caso, preferiría el DIU, ya que las hormonas siempre provocan un desmadre en tu interior.
– Es verdad – continuó Ana – solo entonces una cosa, Fernando, tenemos que hacer ciertos acuerdos. Si de verdad quieres que experiencias así se repitan con nosotros, cuidarnos de los embarazos nos corresponderá a nosotros, pero tú tienes que cuidar a ambos de cualquier ETS. Debes prometernos que no tendrás relaciones sexuales con nadie más que conmigo, además de mantener la vida sana que has tenido. A cambio podrás coger conmigo, solos o en trío con mi esposo, como ahora, las veces que queramos y podamos. Si alguna chica te llama la atención y quieres tener algo con ella podemos platicarlo. Si es solo sexo, puedes hacerlo con protección. Si es sentimental, nuestro acuerdo llegará a su fin en el mejor de los términos y te llevarás la más bonita de las amistades y los mejores recuerdos.
– Y los mejores videos y fotos – apunté, todos rieron.
– Pero siempre debes decirnos – continuó Ana – ¿Estás de acuerdo?
– Si, prometo que les diré todo – Fernando se veía entusiasmado con el acuerdo.
– Piensa, mi amigo – apunté yo – que serás el “corneador oficial” y que estas condiciones son para cuidarla y cuidarme. Antes que nada, eres nuestro amigo y confiamos mucho en ti. Por nuestra parte, no habrá otro que ocupe tu lugar y Ana no podrá hacerlo con nadie más si no es con nosotros dos, a menos que hablemos y acordemos otra cosa entre los tres, ¿te parece?
– Perfecto. Si alguien me llama en lo más mínimo la atención se los diré, no porque no quiero perder esto sino porque, de corazón, los quiero. Han cambiado mi vida como no lo pueden imaginar.
– Muy bien – Ana lo besó – ahora vamos a cenar algo, miren la hora, ya es media noche.
Los tres bajamos a cenar pan y café. Ana en su pijama sexy, Fernando y yo en bóxer. La noche había refrescado como consecuencia de la torrencial lluvia. La plática era amena y giraba en torno a lo que habíamos vivido minutos antes. Se notaba que todos habíamos ganado mucho. Ana tenía una verga extra y un amante oficial, Fernando sexo seguro con una gran mujer y un gran amigo. Yo había cumplido mi mayor fantasía y tenía un socio que me daba mucha seguridad.
Terminamos de cenar, le pasé a Fernando los videos y fotos que había sacado y subimos a dormir. Fernando y Ana se despidieron con un beso y él se retiró a su habitación.
Ana y yo estábamos exhaustos y dormimos abrazados. Ella olía a sexo, su aliento sabía a café y verga y su cuerpo olía a semen y sudor, era el paraíso.
– Buenos días, mi vida – Ana me despertó con un beso – arriba, que ya es de día.
La luz entraba por la ventana, se veía que la mañana era preciosa.
– ¿Qué hora es? – le devolví el beso.
– Son las 8:30 de la mañana y la cansada debería ser yo – Ana estaba radiante y llena de energía – anda, vamos a desayunar. Creo que Fernando sigue dormido.
Nos levantamos, fuimos al sanitario y al salir al pasillo notamos que Fernando aún dormía, pero esa mañana, Ana estaba un poco más traviesa.
– Lo voy a despertar – Ana abrió la puerta de su habitación y entró en ella. Fernando dormía boca arriba, en bóxer. Yo me quedé parado en la entrada. Sin hacer ruido, mi esposa se despojó de su short, subió a su cama y con mucho cuidado descubrió el pene de nuestro amigo, que dormía al igual que él.
Ana levantó el trasero y abrió las piernas, invitándome a la acción. Me acerqué a ella y saqué mi polla del bóxer, que ya se había levantado ante la vista magnífica de su culo. Mi mujer tomó el pene de nuestro amigo y lo hizo desaparecer entre sus labios.
– ¿Qué?… – Fernando había despertado y no creía lo que veía: mi esposa le estaba dando una mamada matutina.
– Buenos días dormilón – Ana gimió cuando la penetré, estaba mojada de nuevo – ya es hora de despertar – y volvió a succionar su polla, que ya se había levantado.
– Veo que también es hora de coger – respondió él, que seguía medio dormido.
– No, esto solo son los buenos días – Ana lamía su pene, desde la base hasta la punta – hay que desayunar, bañarnos y hacerlo como locos – le costaba hablar, mis embestidas aumentaban – hoy es nuestro último día y debemos aprovecharlo.
– Quisiera que esto no acabara – Fernando acarició su cara.
– Yo lo sé, querido, pero debemos regresar – Ana paseaba su polla por toda su cara – además, no es la última vez que lo haremos. Anda, levántate, que hay que desayunar – besó su glande y se levantó.
El breve trío terminó y Ana se puso su prenda de nuevo. Tomó mi erección en su mano y me condujo por las escaleras a la cocina.
Juntos preparamos de desayunar mientras Fernando limpiaba la mesa y lavaba los trastes. Ambos estábamos erectos y Ana nos complacía con caricias. Desayunamos y acordamos la agenda del día. Nos iríamos a las 6 de la tarde, con las últimas luces del día. Debíamos asear a las 4 para dejar la casa limpia a las 5, bañarnos y preparar nuestras maletas para salir a la carretera a la hora acordada. Así que teníamos varias horas para follar y hacer locuras. Para evitar salir, pediríamos pizza a domicilio.
Antes de cualquier cosa, debíamos tomar un baño, para hacerlo con higiene y que la tarde fuese memorable.
A esas alturas los tres podíamos tomar un baño sin que las cosas se salieran de control. Como es natural, Fernando y yo teníamos nuestras herramientas duras, así como Ana tenía sus pezones duros, pero las caricias y besos no pasaban de eso. Este chico había entrado en su papel a la perfección.
Durante el baño, Ana volvió a sacar el enema de nuestro maletín y comenzó a usarlo. Fernando seguía con la duda y no aguantó más.
– ¿Eso qué es, Ana? – preguntó.
– Es un enema, querido. Con esto lavo el interior de mi ano para prepararme para el sexo anal. Funciona así – y Ana lo utilizó explicando cada paso y cada función – es para que cuando Marco use mi “chiquitín” no salga con algo indeseado, por cuestiones de higiene.
– Cada día se aprende algo nuevo – Fernando estaba impresionado y no menos excitado.
Terminado el baño, al igual que el día anterior, esperamos a que Ana se arreglara. Para matar el tiempo y que mi esposa no se sintiera presionada, la dejamos en la habitación y ambos bajamos a la sala a preparar el lugar. Prendimos los ventiladores del techo, pusimos música suave y sacamos una colchoneta que encontramos en uno de los armarios y la extendimos en medio de la sala, entre los sillones. Acercamos agua, hielos, vasos de vidrio, el whisky que había quedado, preparamos lubricante, el spray para su mandíbula, un par de toallas para el sudor y demás fluidos y alistamos nuestros celulares para grabar. Apenas eran las 10:30 de la mañana, la cosa se iba a descontrolar.
En cuestión de media hora, Ana bajó. Llevaba puesto su último juego limpio de lencería, color negro y con encajes, el cabello recogido en una cola de caballo, aretes y collar de oro, zapatos de plataforma descubiertos y estaba bellamente maquillada y su perfume llenaba la sala con olor a flores. Llevaba consigo su bolso de mano, en ese momento ignoraba qué podía contener.
– Espero estén listos, guapos – dijo al bajar, era una diosa – veo que ya prepararon todo.
– Más que listos, mi amor – ambos nos pusimos de pie – ¿con qué te gustaría iniciar?
– Brindando – dejó su bolso en un rincón, tomó los vasos, les puso hielo y llenó las copas de todos – por nosotros. Hasta el fondo, salud.
– Salud – los tres levantamos las copas y terminamos su contenido de un trago.
En ese momento, Ana me dio uno de los besos más ricos que me ha dado en mi vida. Pegó su cuerpo con el mío y, mientras nuestras lenguas y labios se masajeaban, nuestras manos recorrían el cuerpo del otro. Ella acariciaba mis hombros, mis brazos, mi espalda y el bulto que se había formado bajo mi bóxer. Yo pasaba mis manos por su espalda, su cintura, sus bien formados senos y su delicioso culo. Después pasó a Fernando, con quien se repitió la fórmula. Alternaba entre uno y otro, cada beso era más encendido, cada caricia más intensa.
Estando pegada a mis labios se detuvo y me dijo:
– Mi amor, quisiera hacer cositas más memorables para la ocasión y darle a nuestro muchacho uno de los premios que ayer se ganó, ¿no tienes problema con ello?
– Claro que no, mi vida – yo desconocía por completo el premio del que hablaba, pero ya no había nada vedado para Fernando en ese momento – adelante.
En ese momento volvió a los labios de Fernando. Mientras lo besaba lo empujó, con suavidad, hacia uno de los sillones, la respiración de ambos se aceleraba. Ana separó sus labios de los de él y comenzó a bajar. Besó su cuello, su pecho, su abdomen y por fin llegó al bóxer. Abrió las piernas de él y de un movimiento lo despojó de su prenda, dejando a la vista la polla de Fernando, que estaba erecta, de su glande escurría un poco de líquido preseminal. Me serví otra copa y me senté en una silla cercana para poder disfrutar del espectáculo.
Sin perder más tiempo Ana se llevó el miembro de nuestro amigo a la boca, que desapareció entre sus labios.
– uff ¡qué rico! – Fernando lo disfrutaba. Acariciaba el rostro de mi mujer y sostenía su cola de caballo mientras Ana subía y bajaba por su falo con suavidad. Mi esposa, sin dejar de darle sexo oral, con un movimiento, se despojó de su brasier, dejando libres sus tetas – ¿me prestas tu celular, Marco? Quisiera grabar esto.
– Desde luego – le acerqué mi celular y la película porno comenzó. Ana bajaba y subía, bajaba y subía. Si se sacaba la polla de la boca era para lamer y succionar las bolas de Fernando, lamer su herramienta o jugar con su cabeza.
Unas chupadas más y Ana levantó su pecho y colocó la verga mojada de Fernando entre sus magníficas tetas, la aprisionó y comenzó a subir y bajar. Las rusas eran una de tantas especialidades de mi mujer.
– ¡Este es el mejor regalo del mundo, Ana! – Fernando seguía grabando.
– Este no es tu regalo, guapo. Es solo el calentamiento – Ana se levantó, se quitó la tanga, lo tomó de sus tobillos y lo recostó por completo en el sillón.
– ¿Qué vas a?… – la pregunta de Fernando fue silenciada cuando, sin avisar, Ana se sentó sobre su cara.
– mmmh – Ana comenzó a gemir – cómetela toda, cariño.
Mi esposa movía su trasero en la cara de nuestro amigo, pasando su vagina y su ano por su boca. Ella no dejaba de gemir. Yo grababa la escena, mi esposita era una puta en regla y mi actriz porno favorita.
– Este es uno de tus regalos, espero te guste. Sé que a muchos hombres les encanta que se sienten en su cara – en ese momento Ana acercó su boca al pene de Fernando – y este es tu otro regalo – e introdujo su falo de nuevo en sus labios. Le estaba haciendo un “69”.
La verga de Fernando entraba y salía de la boca de mi esposa, así como su lengua entraba y salía de su vagina. Yo grababa todo y tenía una erección gigantesca.
– ahhh ¡Con calma, por favor! – imploró Fernando – harás que me venga.
– Esa es la idea, guapo – Ana continuó con la mamada, cada vez más frenética.
– ahhh ahí viene – Fernando se tensó por completo y hundió su cara entre el culo de Ana, quien ordeñó su polla hasta la última gota.
– ¡Qué rica está tu lechita, tesoro! – Ana tragó y se puso de pie, dejando a Fernando agotado, con la cara empapada de sus fluidos y su polla flácida – pero yo quiero más. A ver, mi amor, es tu turno.
Yo estaba de pie frente a ellos. Ana tomó un cojín del sillón, lo puso frente a mí, se arrodilló y comenzó a jugar con mi polla.
– Pásame el spray, por favor – dijo después de unos minutos – que me duele un poco la mandíbula, pero yo quiero leche.
Ana se dio un disparo de spray dentro de su boca y reanudó la mamada. El ritmo era frenético.
Yo la sujetaba del cabello y jugaba con sus tetas. Con cada movimiento mi polla desaparecía por completo y emergía de nuevo llena de saliva.
– Ahí te va tu segunda dosis, putita – mi orgasmo estaba cerca. Tomé a Ana con fuerza del cabello y mantuve mi pene en su boca. Ana comenzó a succionar – oohhh – exploté en su boca con un intenso orgasmo. Ignoro cuánto semen expulsó mi pene, pero Ana sustrajo hasta la última gota y tragó.
– ¡Qué delicia de lechitas, mis amores! – Ana estaba satisfecha. Llenó de nuevo las copas y nos entregó las nuestras – se han portado bien, pero esto aún no acaba – se sentó entre ambos, Fernando había recobrado un poco la compostura y logrado sentarse – les daré unos minutos para que se repongan.
– Pensé que esto era todo – dijo Fernando.
– Claro que no, querido – Ana se echó a reír – un hombre puede eyacular cantidades decentes hasta 3 veces en un día. Quiero que ambos me llenen 3 veces hoy. Beban, relajémonos un rato, que aún les falta batalla.
Los tres nos relajamos un rato. La música seguía, apenas era medio día y nuestras bebidas nos relajaban sin llegar a embriagarnos. La plática giraba aún en torno al sexo.
– Bueno, mi amor – le pregunté – ya en confianza, ¿qué lechita te gustó más?
– Pues es como las pollas, mi vida. Ahora que puedo decir que soy una “hotwife” – dejó escapar una risa – puedo decir que ambos penes tienen sabores muy particulares, me gustan ambos, y que cada semen tiene su propio sabor, ambos son muy ricos.
– Entonces ¿serías capaz de diferenciar quien se está viniendo en tu boca por el puro sabor de su semen? – preguntó Fernando.
– Claro, así como podría identificarlos por cómo se sienten sus pollas dentro de mí – respondió Ana, orgullosa.
– No te creo – Fernando seguía incrédulo.
– De verdad. Mira, te lo voy a demostrar – Ana se agachó y volvió a despertar nuestros penes con un sexo oral magnífico.
No le costó mucho hacerlo, pues gracias a la estimulante plática y a la increíble vista de su desnudez ya estábamos a medio camino. Cuando logró que nuestras herramientas estuvieran de nuevo bastante duras, se hincó sobre el sillón y reclinó su cuerpo sobre el respaldo, dándonos la espalda y parando lo más que podía su delicioso culo.
– Voy a cerrar los ojos – cosa que hizo y abrió ligeramente sus piernas – ustedes, sin hacer ruidos van a penetrarme y yo trataré de adivinar quién es.
Entusiasmados, Fernando y yo jugamos “piedra, papel o tijera” para ver quién tenía el primer turno. Gané yo, así que con mucho cuidado tomé a mi esposa de la cintura y la penetré. Seguía mojada y mi pene se deslizó con suavidad en su interior.
– Mmhhh cómo no voy a reconocer esa verga, si es la de mi marido.
Los tres reímos y volvimos a jugar para ver quién tenía el próximo turno. Gané de nuevo yo y, para poner las cosas difíciles, penetré a mi esposa sin usar mis manos, por si eso me delataba.
– ¿Otra vez tú, mi amor? – Ana volvía a adivinar.
Siguiente ronda, ganó Fernando. Para que no sospechara nada se untó un poco de lubricante sobre su verga, para que entrara mejor y no alcanzara a sentir los relieves.
– Esa es inconfundible, eres tú, Fernando – Ana se echó a reír – se los dije.
– Para mí que estás haciendo trampa – Fernando seguía dentro de ella.
– No, te juro que no – Ana giró la cabeza y abrió los ojos – es pura habilidad. Tu polla es algo más corta pero más gruesa, gracias a tu pellejo. Marco, en cambio, la tiene más larga y está más cabezón, pero al mismo tiempo más delgada por estar circuncidado, por no mencionar que eso se siente a la primera – Ana movió sus nalgas y se ensartó un par de veces en nuestro amigo – pero dejemos de jugar y vamos a retomar, ya que andamos en estas.
Ana giró a un lado y Fernando con ella. Seguían en la pose de “perrito” pero la cara de Ana ahora miraba al sillón, lugar donde me senté yo con mis piernas extendidas hacia ellos. Mi esposa tomó mi polla con su mano mientras volvía a ser penetrada por Fernando. Antes de llevársela a la boca dijo:
– Ahora me deben durar un poco más – nos miró a ambos – si sienten que se van a venir y no pueden más, me dicen, para indicarles dónde quiero que acaben. Bien, continuemos.
Fernando la penetraba despacio, pero con intensidad, procurando introducir todo su pene en mi mujer, tratando de llenarla hasta donde podía. Con ese ritmo, los labios de Ana bajaban y subían lentamente por mi polla. Yo estaba decidido a recordar para siempre este momento, así que volví a grabar la escena, prestando ocasionalmente mi celular a Fernando para que capturara la espectacular vista que el culo de mi Ana le brindaba.
No teníamos prisas, los tres nos tomábamos nuestro tiempo. Fernando controlaba su ritmo, que detenía solo para comerse el culito de mi mujer; Ana disfrutaba tener a Fernando penetrándola y comiéndosela por detrás y mi polla en su boca; y yo gozaba el sexo oral que mi esposa me daba y, obvio, la espectacular vista. Ignoro cuánto tiempo estuvimos así, los minutos se sentían horas.
Después de un rato, Ana pidió que cambiáramos de lugar. Fernando entonces recibió el magnífico sexo oral de mi mujer y yo pude hacer uso de su culo. Estaba sudado y por dentro se sentía sumamente mojado y tibio. Los gemidos de Ana ya no eran frenéticos, eran suaves y profundos, lo estaba disfrutando y su vagina daba fe de ello: sus contracciones apretaban mi polla con firmeza.
– Fernando, mi amor, pásame mi bolso, por favor – dijo Ana, interrumpiendo momentáneamente la mamada.
Fernando alcanzó el bolso y de él Ana extrajo su vibrador. Sin decir nada lo encendió y con una mano lo colocó junto a su clítoris.
– mmmh… – comenzó a masturbarse y reanudar la mamada – mi amor, dame un poquito más fuerte, por favor.
Gustoso obedecí. Mis embestidas dejaron de ser suaves y aumentaron de intensidad y profundidad.
El cuerpo de Ana rebotaba al ritmo que yo la penetraba. Podía ver sus tetas bailar y su ano contraerse una y otra vez. La velocidad a la que sus labios subían y bajaban por la polla de nuestro amigo también aumentó.
– ¡Dame más! – dijo y aumentó la velocidad del vibrador, cuyas vibraciones llegaban con fuerza a mi pene. En ese momento hice uso de toda mi capacidad de concentración para no venirme y complacer a mi mujer. Ana estaba llegando al clímax.
Aumenté todo lo que pude la velocidad, aquí en México usamos la expresión “como cajón que no cierra” o “como máquina de coser”. Comencé a darle nalgadas, apretujar su culo, pellizcar sus tetas y estimular con mis dedos su ano. Fernando, que había entendido lo que se venía, también me ayudaba obligándola a mamar más fuerte y rápido sujetándola del cabello, dándole bofetadas y diciéndole obscenidades: “¿Te gusta, putita?”, “Eres nuestra zorra”, “¿Te gusta tener dos vergas para ti?”, “¡Cómetela toda, perrita!”, etc.
Ana intentó gritar su orgasmo, pero al tener semejante polla metida en la boca su grito se ahogó. Escurría sudor, tenía la espalda erizada y su vagina apretaba con la fuerza de una mano mi polla. Después de los primeros intentos de gritos, por fin se liberó del mástil de Fernando y se recostó completamente boca abajo, liberando mi polla. Por fin pudo tomar aire, estaba jadeando. Fernando se levantó para darle espacio.
– Te felicito, mi hermano – le dije – ya aguantas más y lograste hacerle un orgasmo a una mujer sin venirte.
– Gracias, pero fue un trabajo en equipo. Pensé que me vendría antes que ella – respondió Fernando.
– La primera eyaculación siempre es la más difícil de controlar. De ahí en fuera, uno dura más y puede hacer cosas como estas – señalé a Ana – se ve hermosa, ¿no?
– Maravillosa – confirmó él – ¿siempre tiene orgasmos así?
– Ah, no, estos son nuevos, gracias a ti – le tomé una foto a Ana – hay que dejarla descansar un poco. Mientras vamos a tomar agua y prende tu internet para pasarte las nuevas fotos y videos.
Fernando y yo pudimos platicar por escasos 3 minutos, momento en el cual Ana volvió en sí.
– Ustedes me van a matar en una de esas – dijo mientras giraba boca arriba. Su maquillaje se había corrido por completo y su cola de caballo estaba casi deshecha.
– ¿Te gustó, mi vida? – le pregunté.
– No mamen, ¡necesitarían tener vagina para saber lo que yo sentí! – se sentó – ya ni me fijé, ¿se vinieron también?
– No, ahora si aguanté – presumió Fernando – y creo que Marco tampoco se vino.
– ¿En serio? Por favor, perdónenme – Ana se apenó – yo disfrutando sin pensar en mis hombres.
– No pasa nada, mi vida – la calmé – la consentida eres tú.
– Pero ustedes también tienen derecho al orgasmo. Vengan aquí – tomó el spray, se dio un disparo en la boca y se arrodilló – anden, quiero otro orgasmo con lechita.
Fernando y yo nos acercamos. La idea de tener a Ana de rodillas frente a nosotros dándonos sexo oral nos volvió a excitar y nuestras vergas ya se habían puesto firmes de nuevo.
– ¡Ay! – suspiró Ana al tenernos en frente – esto es el paraíso – y se metió mi polla a la boca mientras, con su mano derecha, masturbaba a Fernando.
Alternaba entre uno y otro. No era una mamada suave o tierna, era una mamada guarra, como si nos la diera una puta profesional: nuestras pollas desaparecían por completo en sus labios; las masajeaba con lengua, labios y manos, les escupía, las lamía y besaba; las paseaba por su cara y golpeaba con ellas su lengua; lamía, se metía a la boca y succionaba nuestras bolas.
Fernando y yo disfrutábamos de su boca. Acariciábamos su cabello, su cara y sus tetas. Yo grababa de nuevo la escena y Ana sonreía y posaba para la cámara.
– Marco, mi vida, tú que estás más cerca, ¿podrías pasarme mi bolso? – dijo Ana con una voz de seductora a la que no se le podía decir que no.
De él sacó su segundo juguete, el ya conocido dildo de silicón morado. Entonces Ana cambió de pose y se puso en cuclillas frente a nosotros, adhirió la base al suelo y se ensartó en él. Comenzó a bajar y subir, sin dejar de mamar nuestras vergas. Para ese momento, sus gemidos retornaron: mmm.
– Eres una perrita insaciable, mi amor – le dije mientras tenía mi falo en su boca – tú lo que quieres son tres pollas, ¿verdad? – Ana solo asintió con la cabeza.
Los gemidos, su movimiento de caderas y de su cuello se hacían cada vez más frenéticos.
– ahhh ¡Ya casi me vengo! – gruñó Fernando.
– ¡Yo también! – vociferé.
– Entonces – Ana interrumpió las mamadas y comenzó a masturbarnos. Seguía brincando sobre su juguete – quiero que me bañen, échenmelos en la cara y en las niñas – dejó de jalárnosla, abrió la boca y levantó sus senos con las manos.
– ahhh – Fernando comenzó a eyacular primero.
– ufff – mi orgasmo vino después.
– ay si, ¡qué rico! – Ana detuvo sus brincos y, con el dildo dentro de ella, disfrutaba el baño de semen.
Quedó completamente bañada en nuestros fluidos. Nuestra lechita había caído sobre su cabello, uno de sus párpados, mejillas, dentro de su boca y barbilla, cuello, hombros, sus tetas y sus pezones. Estaba empapada de sus tetas hacia arriba. Las últimas gotas las succionó de cada polla. Todo quedó grabado en mi celular.
– Con su permiso – sin limpiarse una gota, Ana se levantó, despegó su juguete del suelo y tomó el vibrador – ahora va el mío.
Se sentó sobre el sillón, de frente a nosotros, con las piernas abiertas y los pies apoyados en la orilla. Introdujo en su vagina el dildo de nuevo y lo dejó ahí, entonces tomó el vibrador con su mano derecha, lo encendió y lo paseó lentamente por su clítoris. Con su mano izquierda acercaba sus tetas a su boca y lamía todo el semen que podía, sin quitar la vista de nosotros y nuestros cuerpos desnudos frente a ella. Sus gemidos comenzaron de nuevo, se estaba masturbando frente a nosotros sin ningún recato.
– Graba eso, por favor – me pidió Fernando. Tomé mi celular de nuevo y grabé todo.
Los gemidos de Ana se hacían más intensos, su pecho y vagina palpitaban. Cuando terminó de limpiarse la mayoría del semen, con su mano izquierda tomó el dildo y comenzó a moverlo, afuera y adentro, afuera y adentro.
Era una visión casi onírica: sus piernas abiertas, su mano izquierda manipulando el dildo y su mano derecha el vibrador. Sus antebrazos empujaban sus magníficas tetas hacia el centro de su pecho, que palpitaba. Pechos, hombros, cuello y cara seguían empapados de semen, pues no había logrado retirar todo. Tenía sus ojos cerrados y se mordía los labios.
Comenzó a mover sus juguetes más rápido, el dildo entraba y salía, entraba y salía, entraba y salía; el vibrador estaba a su máxima potencia; sus antebrazos hacían brincar sus tetas, cuyos pezones eran dos ciruelas duras; su respiración se aceleraba y de su frente y cuello escurría el sudor, que se mezclaba con el semen que había quedado sobre su piel. Abrió sus labios para comenzar a gemir con mayor fuerza: ah, ahhh.
De no haber sido ordeñados hasta la última gota, habríamos ayudado a Ana en la búsqueda de su placer, pero nuestros penes habían entrado a su periodo refractario y no tenían la suficiente fuerza. Sin embargo, Fernando y yo mirábamos absortos. En el pasado, Ana ya se había masturbado frente a mí, pero nunca de esa manera.
– ¡aaah! – Ana dio un último gemido, que se acercó más a un grito.
Dejó caer el vibrador al suelo, bajó sus piernas y se recostó a un costado, quedando boca arriba. El dildo seguía dentro de ella. Había llegado al orgasmo y, por lo visto, quedó casi noqueada por su intensidad. Yo detuve la grabación, sin duda la más hermosa de nuestro fin de semana de aventura.
Era la 1:30 de la tarde y Fernando y yo decidimos ponernos nuestros respectivos bóxeres y dejar a nuestra dama descansar. Platicamos, le pasé todo el material de mi celular, terminamos nuestros tragos y jugamos dominó. Ana dormía plácidamente sobre el sillón y las 2 de la tarde decidimos que era buena hora para comer.
Pedimos pizza a domicilio y en 25 minutos había llegado. Fernando, con una toalla sobre la cintura, salió a recibirla. Sin embargo, el timbre despertó a Ana.
– ¡¿Quién es?! – se asustó y despertó de golpe. Yo estaba sentado cerca de ella.
– Tranquila, mi vida, es la pizza que ordenamos – me hinqué junto a ella y le di un beso, sabía de nuevo a verga y a semen, pero no me incomodaba – ¿quieres comer?
– ¿Cuánto dormí? – seguía adormilada. Dos orgasmos seguidos a cualquiera lo ponen a dormir.
– Unos 45 minutos – la besé de nuevo – anda, vamos a comer – la ayudé a levantarse.
– Buenos días, dormilona – la saludó Fernando, quien venía con las pizzas en mano – ¿ya despertó nuestra bella durmiente?
Ana respondió con una sonrisa, pues seguía adormilada. Nos sentamos y atacamos las pizzas, que por fin hizo reaccionar a mi esposa.
– Tengo recuerdos un poco vagos – dijo después de dar su primera mordida y su primer trago de refresco (o soda) – díganme, ¿qué pasó después de que se vinieron? – ambos reímos.
– Pasó esto, mi amor – tomé mi celular y le mostré la última grabación.
– No lo puedo creer… ¿yo hice eso?… ¿qué se apoderó de mí?
– La lujuria – Fernando rio.
– Si, mi amor, hiciste eso – le di un nuevo beso – por eso caíste noqueada.
– Increíble… ¿les gustó? – Ana seguía impactada, pero ya no había nada de pena.
– Nos encantó – respondimos ambos – de haber podido, te dábamos duro de nuevo, nada más que nos dejaste vacíos – agregué.
– Pero después de esta comida, verás que estaremos repuestos – Fernando tenía ganas de más, juventud divino tesoro.
– Esa voz me agrada – Ana sonrió y continuamos la comida.
De las dos pizzas no quedó nada y gracias a que nuestro desayuno había sido muy simple y nuestras actividades muy demandantes, no quedamos demasiado llenos como para continuar. Sin embargo, antes de volver a comenzar, decidimos reposar un poco la comida en el sillón.
Fernando y yo nos sentamos, dejando un espacio para Ana, quien se estaba arreglando un poco en el baño. Cuando regresó, había cepillado y dejado suelto su cabello, con unas toallas húmedas se había quitado el semen seco de la piel, así como el sudor, los restos del maquillaje y se había enjuagado la boca. Cuando regresó, desnuda, se veía deslumbrante. Tenía una pastilla de menta en la boca y nos dio a cada uno una.
Se sentó entre ambos. La tarde era maravillosa, el ventilador refrescaba la sala y en el estéreo sonaba música suave. Ana no tardó en recostarse entre ambos, colocando su cabeza en mi regazo, convenientemente cerca de mi polla (que volvía a ponerse firme) y las piernas sobre el regazo de Fernando, poniendo su vagina al alcance de su mano.
La plática continuó durante 10 minutos, en los cuales la acariciamos a ella y ella a ambos: yo acariciaba sus senos y su cabello y Fernando sus piernas y la entrada de su conchita. Ana abría convenientemente las piernas y jugaba con mi pene y mis testículos. Al cabo de ese tiempo se giró y volvió a comerse mi polla, levantó una de sus piernas y permitió a Fernando jugar con su cuca con mayor libertad.
– Esta posición me incomoda un poco, quiero cambiar – dijo después de unos instantes.
Ana se levantó y volvió a arrodillarse frente a mí.
– Se las voy a chupar tantito, para que se levanten – mientras me la mamaba, masturbaba a Fernando.
Después de un minuto de tener mi polla apresada en su boca, cambió de lugar y se arrodilló frente a Fernando, dándole una suculenta mamada. Un minuto después, se sacó el miembro de nuestro amigo con un sonoro “chup”.
– Bien, ya están listos – dijo ella.
Se levantó, volvió a acercarse a mí y se inclinó frente a mí, manteniéndose de pie. Dio un beso sobre mi glande y un par de escupitajos, bien sabe cómo me prenden esas guarradas. Se dio media vuelta, dándome la espalda y se sentó sobre mis piernas. Con su mano guio mi pene a su interior, aún no había mojado del todo, de modo que su saliva sirvió como lubricante. Aun así, a mi verga le costó un poco de trabajo entrar, pues su rajita había quedado algo adormecida por los orgasmos que había gozado.
– Ahh si… ¡qué rico! – dijo una vez que mi pene entró de lleno en ella. Movió sus nalgas en círculos – vamos a jugar un juego, chicos – volteó a ver a Fernando.
– ¿Cuál? – preguntó Fernando, que se masturbaba despacio ante la vista magnífica de mi mujer dándome sentones.
– Yo voy a cogérmelos a los dos, en trío o por separado y ustedes me deben durar ahora sí, nada de venirse. Si logran llegar hasta mi último orgasmo, les daré un premio – dijo Ana con voz traviesa.
– Vale, yo haré lo que pueda – dijo Fernando.
– Yo también, pero tampoco abuses – le di una nalgada – sabes cómo me gustan los sentones y Fernando sigue aprendiendo.
– No abusaré, mis amores, lo prometo – comenzaron los sentones, su culito subía y bajaba sobre mi polla – pero les aviso, esto se pondrá rico.
Los sentones de mi mujer siempre me han encantado. Ella aprendió a hacerlos viendo los antiguos videos de Abella Anderson y me costaba mucho trabajo concentrarme y no venirme. Después de unos minutos sentí un hormigueo dentro de mí y pedí tregua, no quería perderme del premio.
– Está bien – Ana se levantó, dejando mi polla babosa palpitando – entonces es tu turno, guapo – y se sentó en la verga de Fernando, que desapareció entre sus nalgas.
El pobre de Fernando luchaba por no venirse, pero tampoco podía evitar disfrutar algo así. Masajeaba el culo de mi esposa, lo nalgueaba, la tomaba de la cintura y jugaba con su ano. Ella, que sabía complacer a un hombre, brincaba sobre él, bailaba, movía en círculos sus caderas, gemía y giraba su torso lo más que podía, de modo que sus tetas bailando fuesen visibles para quien se la cogía.
Con ese ritmo, Fernando duró poco más de la mitad del tiempo que yo duré antes de pedir que parara.
– No, no, no, muchachos – se levantó ante las súplicas de Fernando – deben durarme más, no se pueden venir tan rápido.
Fernando se contenía y logró evitar el orgasmo. Su polla, llena del lubricante natural de Ana, parecía que iba a explotar.
– Es que también, sabes que das los mejores sentones del mundo – le dije, la tomé de la mano y la acerqué a mí – mejor hay que cambiar de posición. ¿Qué te parece esta?
Acerqué a Ana y la senté sobre mi regazo, de frente, con sus piernas apoyadas junto a las mías. Era una posición peligrosa, porque tenía a mi mujer frente a mí, sus tetas (que me encantan desde que la conocí) frente a mi cara, su cara demasiado cercana a la mía y todo su cuerpo al alcance de mis manos, aun así me arriesgué y la penetré, pues es de las poses que más le gustan y donde hemos alcanzado el orgasmo juntos, entonces el riesgo era igual.
– ¿Te gusta así? – pregunté.
– Ah… sabes que me encanta – gimió y comenzó a subir y a bajar. Yo me llevé sus tetas a la boca y comencé a morder y succionar sus pezones. Sus gemidos no se hicieron esperar, le encantaba que lo hiciera y yo lo sabía.
– ¿Y qué pasa si tu pierdes? – le pregunté, hundido en sus tetas y con mis manos acariciando su culo.
– mmh… ¿qué? – Ana comenzaba a gozarlo más y perder noción de la realidad.
– ¿Qué pasa si llegas al orgasmo antes que nosotros? – mi boca seguía entretenida en el manjar de sus pechos.
– Ay, eso no se vale – dijo Ana entre gemidos – pues… supongo que tendré que darles doble premio, pero no creo que pase.
– Esa voz me agrada – y comencé a jugar con sus pechos más intenso. De mordisquitos a mordidas que apenas y le dejaban marca, lamidas y succiones suaves a devorar sus tetas, justo como yo se que a ella le encanta. Mis manos pellizcaban con firmeza su culo, que brincaba sobre mi verga a un ritmo más intenso. Con mi mano izquierda invité a nuestro amigo a que se uniera. Ignoro qué estaba haciendo, pero se levantó, se paró sobre el sillón y puso su polla a la altura de la cara de mi mujer.
– Veo que ya estás mejor – le dijo Ana. Pude ver cómo se llevaba su pinga a la boca y comenzaba a succionársela. Por la sonrisa que Fernando tenía y porque Ana no bajaba la mirada, asumo que ambos se miraban a los ojos.
Sentía como Ana volvía a mojarse tanto que sus muslos y mis piernas escurrían de nuevo. La escena era una delicia y no quise esperar, así que con mi mano izquierda tomé y encendí el vibrador y lo llevé a su ano. Con la yema de mi pulgar derecho masajeé con intensidad su clítoris, que ya estaba duro.
– ¡No!, ¡Espera, no hagas eso! – suplicó Ana entre gemidos, su cuerpo se estremecía de nuevo – no se vale…
– ¡Gózalo, putita! – continué dándole placer.
– ¡No!… en serio… me harás llegar – imploró. Su cuerpo volvía a hervir – Fernando para por favor…
– ¡Tú dale! – le ordené a Fernando. Obedientemente tomó el cabello de mi esposa y la obligó a reanudar la mamada.
Cuando sentí la vagina de Ana apretar con fuerza mi pene se escuchó un sonoro “CHUP” y la boca de mi mujer se liberó.
– ahhhhh… – sus gemidos delataron su orgasmo. Soltó la polla de Fernando y se reclinó hacia un costado y hacia delante. Podía sentir su vagina escurriendo, así como su cuerpo escurrir de sudor; sus latidos y respiración acelerados y su cuerpo emanando calor como si estuviera al rojo vivo. Ella apretaba sus piernas y se sujetaba del sillón con fuerza, sus ojos cerrados y sus labios apretados la hacían verse encantadora. Toda ella teniendo orgasmos intensos era una obra de arte.
Fernando y yo estábamos orgullosos, él se sentó junto a nosotros y acariciaba el cabello de Ana mientras yo acariciaba su espalda.
– Eso estuvo riquísimo – dijo él – con razón te gusta darle placer, mira qué bella es teniendo un orgasmo.
– Es divina – confirmé. Ana seguía fuera de sí – no hay nada más excitante ni bello que ver y sentir como una mujer tiene un orgasmo.
– Par de cabrones – dijo Ana. Había reaccionado por fin, se sentó derecha, aún con mi polla dentro de ella y nos miró con cierta indignación – estoy segura de que esto lo planearon.
– Te juro que no fue así – dije sin evitar reírme – fue todo espontáneo.
– Pero me arruinaron el final, yo quería llegar al orgasmo en otra pose – mi esposa fingió tristeza.
– Pero por lo visto eres multiorgásmica – dijo Fernando – puedes llegar de nuevo.
– Pero eso me obliga a buscar otro premio – Ana echó su cabello de nuevo hacia atrás y se llevó las manos a la cintura – y no sé si tenga capacidad, después de este día voy a quedar bien adolorida.
– En ese caso, quiero que quedes como venadito recién parido – tomé a Ana del torso y me levanté cargándola, la dejé ponerse de pie y la tomé de la mano – vamos arriba que yo aún tengo ganas y Fernando también – señalé su miembro.
– Espera, deja recuperarme – la cara de Ana reflejaba nerviosismo, excitación y un poco de miedo inocente – no quiero que me duela mientras lo hacemos.
– Eso se soluciona fácil. Fernando ayúdame a llevar las cosas.
Entre los dos tomamos una botella de agua, el spray, lubricante, los juguetes y el resto de las cosas. Subimos por las escaleras de la mano de Ana, a quien apenas y le respondían las piernas. Al llegar al cuarto ella se recostó boca arriba en medio de la cama, con las piernas abiertas. Su vagina seguía mojada y ya estaba algo roja y ligeramente hinchada.
– Entonces denme ustedes, yo estoy cansada – se untó lubricante sobre la vagina y se dio un disparo de spray en la boca – ven, Fernando, es tu turno, papi.
De un salto Fernando quedó sobre de ella y Ana lo recibió enroscando sus piernas en torno a su cintura, empujando su pelvis hacia el de ella y gimiendo de placer al ser penetrada. Con una seña me indicó que acercara mi polla a su cara, que comenzó a chupar con un hambre inusual.
Fernando, quien tenía las piernas de Ana contra su pecho, hacía bailar sus tetas con sus embestidas. Con su mano derecha estimulaba el clítoris de mi mujer, con su mano izquierda masajeaba sus tetas. Yo participaba en esas caricias con mi mano libre, pues la otra la tenía ocupada grabando y fotografiando toda la escena.
Alcanzamos buen ritmo entre los tres, uno lo suficientemente intenso como para que Ana gimiera, pero sin que nos provocara orgasmos aún no deseados.
Cuando Fernando sintió que la pose lo cansaba, cambiamos de lugar y de posición. Ana se puso en cuatro patas, Fernando frente a ella y yo detrás y el baile reanudó. Mi esposa le daba una espléndida mamada a nuestro amigo, que la tenía sujetada del cabello. El ritmo era el mismo, ni tan lento ni tan rápido, algo que nos permitiera darle placer sin venirnos en el intento.
– Baja un poco la intensidad, Ana – suplicó Fernando – la chupas muy rico, harás que me venga.
– Aún no puedes venirte – Ana recorrió la polla de Fernando con la lengua – recuerda que tienes un premio que cobrar, bueno son dos.
Mientras hablaban, aumenté el ritmo con el que la penetraba, ahora sus nalgas rebotaban y hacían un delicioso plap, plap.
– Entonces quisiera ir cobrando uno, porque con esas mamadas no creo resistir – dijo Fernando mientras acariciaba la cara de mi mujer, a la que le escurría el sudor.
– Solo si me prometes aguantar – Ana succionó sus bolas – Marco, mi cielo, ¿puedes cambiarle el lugar a Fernando?
Cambiamos de lugar y cuando Fernando se disponía a penetrarla, pensando que venirse dentro de ella otra vez sería su premio, Ana lo detuvo y se acercó a mi oído.
– Yo sé que no era parte de nuestro acuerdo – susurró sin que Fernando escuchara – pero en este punto, me gustaría darle mi “chiquito” a Fernando, ¿estás de acuerdo?
– Me encantaría – le respondí con un largo beso. Su boca sabía a pene.
– Gracias, te amo – me devolvió el beso.
Ana se alejó de mí y tomó el lubricante y su dildo, introduciéndolo en su vagina.
– Este es uno de tus premios, guapo – Ana aplicó abundante lubricante en la polla de Fernando – espero lo disfrutes y no te vengas tan rápido – se giró y volvió a ponerse en cuatro patas – ahora unta lubricante en mi ano.
– Esto… ¿es en serio? – la polla de Fernando se puso gigante, del mismo tamaño que la mía. Su cara era de un asombro y felicidad indescriptibles.
– En serio, te lo ganaste – le respondí.
Fernando aplicó bastante lubricante sobre el ano moreno y sonrojado de mi mujer, metiendo sus dedos en el proceso.
– mmhhh… eso es – Ana abrió sus nalgas con ambas manos – ahora métela, pero despacio.
Fernando obedeció y su verga fue tragada lentamente por el ano de Ana, hasta que desapareció por completo.
– ahhh siiii… la tienes bien gruesa… – Ana gimió de placer, Fernando llenaba sus entrañas de carne.
– ufff… esto es lo más delicioso del mundo – Fernando estaba rojo de placer. Sujetaba el culo de mi mujer con fuerza.
– Ahora dame despacito – Ana me miraba directamente a los ojos – eso es… despacio. Gózalo, pero no te vayas a venir, ¿eh?
Tomé a Ana del cabello y la obligué a mamármela. Ella, feliz, gimiendo, reanudó el sexo oral. Sus labios subían y bajaban por mi polla, Fernando la penetraba con firmeza, pero lentamente. En su cara delataba su asombro ante un placer nunca imaginado.
– Ten – le acerqué mi celular – graba tu primer anal, muchacho.
Él comenzó a grabar lo que sin dudas era el mejor día de su vida. Acercaba la cámara para captar cómo su polla entraba y salía de la cavidad más sagrada de Ana. Filmaba sus pechos, su cara y el oral que me daba. Apagó el celular, tomó a mi esposa de la cintura con ambas manos, y aumentó el ritmo de sus penetraciones.
– Deja descansar un poco mi anito, tesoro – pidió Ana a Fernando después de un rato – no está tan acostumbrado a una polla tan gorda como la tuya y será parte de tu segundo premio.
Fernando, obediente, sacó su verga del culo de mi mujer, así como el dildo de su vagina y la penetró por ahí.
– Mhhh, vas aprendiendo como tratar a una dama – gimió feliz mi esposa en cuento Fernando la llenó de nuevo.
– ¿Cuál dama? – pregunté y me puse de rodillas frente a la cara de Ana – yo lo que aquí veo es a una pinche putita. Fernando, vamos a follarla duro.
Lo que era un tercer round tranquilo se tornó en una salvajada. Tomé a mi mujer del cabello y metí mi verga en su boca de nuevo, metiéndola y sacándola con intensidad. Fernando, obediente, comenzó a darle a mi esposa con una mayor intensidad, dándole nalgadas que le dejaban el culo enrojecido, metiendo sus dedos en su ano aún lubricado. Ambos le decíamos obscenidades.
Yo sabía lo que un trío tan rudo provocaría en mi esposa, quien no esperaba algo así. Su piel se erizó de nuevo, sus gemidos se volvían casi chillidos, sus manos se sujetaban con fuerza de la cama y su cuerpo volvía a exhalar calor. Un par de minutos así bastaron para que Ana se sacara mi verga de su boca.
– Ya casi llega mi orgasmo – estaba jadeando – vamos a cambiar de posición, que quiero que ambos me llenen de leche por dentro.
Detuvimos la faena y seguimos sus indicaciones, emocionados por hacerle de nuevo una doble penetración. Primero ambos nos colocamos lubricante en nuestras pollas y en sus hoyos. Su vagina estaba roja e hinchada, su ano igual. Ana gimió cuando sintió nuestros dedos lubricarla.
Luego Fernando se acostó en la cama boca arriba y Ana se subió sobre él, reclinada, dándole la espalda, con las piernas abiertas y flexionadas y apoyando sus manos en la cama.
– Mi amor – me dijo Ana – en esta pose no puedo usar mis manos. ¿Puedes abrir mis nalgas, por favor? – la voz de Ana era de puta y su cara lo confirmaba.
Tomé sus nalgas y las abrí lo más que pude.
– Ahora méteme esa deliciosa verga por mi ano, Fernando – él obedeció – mhhh… qué rico – mi esposa gimió de placer cuando su culo hizo desaparecer la verga de nuestro amigo.
La escena era preciosa. Mi esposa, abierta de piernas y con su deliciosa vagina en todo su esplendor, escurriendo lubricante natural y artificial. Tenía metida la verga de Fernando y sólo se veían sus bolas, a las que el vello les comenzaba a crecer de nuevo. Las tetas de Ana, abiertas, estaban empapadas de sudor y con los pezones erectos, su cabello cubría la cara de Fernando, quien sostenía a mi mujer con sus manos en la cintura de ella.
– Sonríe, mi amor – tomé varias fotos de la escena – eso es, zorrita.
Ana posó para la cámara. Sonreía, se mordía el labio, abría la boca y sacaba la lengua. Con la ayuda de Fernando, pudo sostener sus tetas para una última foto.
– Ahora métemela, mi amor – me dijo ella – quiero sentir esa verga dentro de mí.
Me acerqué de rodillas frente a ellos e introduje mi polla en su vagina. Estaba cálida y tan húmeda que resbaló hacia dentro de un movimiento, apenas y la sentía.
– mmmh… qué rico – gimió ella – ahora sí, mis machos, denme tan duro como puedan.
Fernando, quien la sostenía del torso, comenzó a subir y bajar su pelvis con una intensidad asombrosa. Su polla entraba y salía de las entrañas de mi esposa. Yo hice lo propio y mis embestidas eran rápidas e intensas, mientras mis manos acariciaban sus enormes pechos y jugaban con sus pezones morenos, que estaban duros y sus pezones del tamaño de uvas.
– ahhh, así, más, más, más – los gemidos de Ana se convertían en gritos. Por lo visto, ser penetrada por dos vergas la volvía loca.
El ritmo aumentó y, como consecuencia, cada cierto tiempo, alguna polla se salía de su lugar e iba a chocar con los muslos de Ana o con la verga del otro, las más de las veces, era Fernando. Cada que eso sucedía, antes de penetrarla, cada uno se ponía más lubricante en sus respectivas vergas.
Extrañamente no me incomodaba y, por lo visto, a él tampoco, pues desde que esa posición comenzó, nuestras bolas chocaban de vez en cuando al estar tan juntas. Cualquier incomodidad era borrada por el placer de darle pinga a la zorrita de mi mujer.
– Ahhh ay, ¡así qué rico! – los gemidos de Ana se mezclaban con los nuestros, con el rechinar de la cama y con los insultos que tanto prendían a mi esposa: “Eres una zorrita sucia”, “¿te gusta, putita?”, “¿quieres más?”, “eres nuestra puta”, etc.
Le dábamos más y más duro, pese a la pose el chocar de las pelvis producía el delicioso “clap, clap”.
– Ahhh… esperen – pidió ella, no hicimos caso – no, esperen… tengo unas extrañas ganas de orinar.
– ¡Cállate, perrita! – le di una ligera bofetada, de esas que le gusta que le de en ciertas ocasiones y la ahorqué ligeramente con mi mano izquierda – no pares, Fernando. Vamos a ver hasta dónde llega – llevé mi mano derecha a su clítoris, que estaba tan duro como una moneda y con las yemas de mis dedos comencé a masturbarla frenéticamente.
– No… en serio, tengo ganas de orinar… – dijo Ana entre gemidos – ay, ay… ahhh.
De su vagina brotó un chorro de líquido transparente. No fue tan abundante, el equivalente a un vaso pequeño de agua, pero bastó para mojarnos a los tres. Era el segundo squirt de mi esposa, el primero que tenía en plena acción
Los tres sabíamos lo que era, pero no esperábamos que algo así pasara, eso solo sucede en el porno. Tan pronto como Ana terminó nos volvimos a encender y las embestidas eran con tanta fuerza que rayaba el odio. Sentía cómo su vagina palpitaba y se contraía. Su piel se erizaba y la recorrían escalofríos.
– Mhh,– Ana trataba de contener el orgasmo. Sus manos se agarraban con fuerza de las sábanas.
– Ah… ¿me puedo venir dentro? – preguntó Fernando.
– Esa es la idea, vamos a dejarla bien llenita de leche – le contesté yo.
Unas cogidas más y ambos nos detuvimos para bombear dentro de mi esposa todo el semen que nos quedaba. En ese momento, Ana no pudo contener más su clímax.
– Ahh, – ese alarido de placer bien se podría haber escuchado hasta la CDMX.
Antes de que Ana se desplomara, la tomé de la espalda para evitar algún golpe no deseado. Fernando sacó su polla, ahora flácida y yo hice lo mismo. Con cuidado la recostamos en la cama boca arriba. Si Venus cogía, estoy seguro de que se veía como ella. Su respiración acelerada, sus ojos cerrados, bañada en sudor, despeinada, empapada de sus muslos.
Abrí y levanté sus piernas para apreciar nuestra obra. De su vagina, roja e hinchada, escurría mi leche. De su ano, tan abierto que podían entrar dos de mis dedos, escurría el semen de Fernando. Tomé fotos y videos de tan magnífica vista.
Ambos, de pie frente a ella, estábamos también exhaustos. Yo no imaginaba que Ana pudiese alcanzar un placer así.
– No pensé que se pudiera sentir algo así – Fernando se limpiaba el sudor de su cara sin quitarle la vista a mi mujer – neta, no saben cuánto agradezco esto, esta oportunidad.
– Yo no sabía que Ana pudiera tener un orgasmo tan fuerte – le respondí – el agradecido soy yo y desde luego ella. Serás el corneador de base, te lo has ganado. Y te has ganado esto – tomé mi celular y le pasé todo el material.
– Muchas gracias – la idea lo hacía feliz – ¿hay algo que pueda hacer para que Ana lo goce más?
– Pues, en ocasiones le doy un masaje de cuerpo entero, para que quede bien atendida. Vamos.
Ana estaba semi consciente, adormilada por el efecto del orgasmo. Con toallas húmedas limpiamos el sudor y nuestros fluidos de su cuerpo y con crema atendimos su cansado y magullado cuerpo. También le enseñé a Fernando cómo darle masaje corporal a una mujer, cómo tratar su piel y sus músculos. Masajeamos su pecho, abdomen, piernas y cara, le dimos la vuelta y atendimos su espalda, hombros, nalgas y piernas. Al terminar, Ana dormía plácidamente.
Para no interrumpirla, Fernando y yo acordamos ponernos nuestros respectivos bóxeres y limpiar la casa, para que no quedara huella de nuestras travesuras. Al finalizar eran las 6 de la tarde y Ana seguía dormida. Se veía tan bella que no queríamos despertarla, pero era necesario.
Ambos nos sentamos junto a ella. Yo acariciaba su piel y uno de sus senos. Fernando besaba con delicadeza el otro pecho.
Olía a sexo, a sudor y a semen, su respiración era profunda, dormía como un ángel.
– Arriba, dormilona – la desperté con un beso en los labios – hay que prepararnos para salir.
Ana despertó con una sonrisa.
– Ay – bostezó – ¿cómo están mis hombres? – acarició el cabello de Fernando, que ya mamaba de una de sus tetas.
– Muy bien, muy felices – acaricié su rostro – ¿cómo se siente mi princesa cogelona?
– Como si me hubiera pasado un camión encima – sonrió, Fernando seguía pegado a su teta – me duele bien rico la concha y el ano y entre cansancio y relajación, no siento mi cuerpo.
– Esa era la idea – le di un beso – ¿lo disfrutaste?
– Fue una DELICIA.
– Bueno pues, hay que bañarnos, mi amor – le recordé – Fernando y yo ya hicimos el aseo, pero hay que bañarnos y alistarnos para la carretera.
Ayudamos a Ana a ponerse de pie. Las piernas le temblaban y aún no había despertado del todo, así que la guiamos hasta la regadera. Nos metimos a bañar los tres, pero por la debilidad de Ana, Fernando y yo nos encargamos de bañarla.
Aunque lo más probable era que ya no nos quedara semen que darle, nuestras pollas se habían puesto algo duras. Al ver esto y sentir el agua caliente bajando por su cuerpo, Ana despertó un poco más, lo suficiente para acariciarnos.
– Cómo me gustaría hacerlo de nuevo, mis vidas – nos dijo mientras acariciaba nuestros penes – pero no creo poder hacerlo más.
– Tampoco creo que tengamos más semen que ofrecerte – bromeé – nos ordeñaste por completo.
– A mí lo que me gustaría es que estas vacaciones no acabasen nunca – Fernando se puso algo melancólico – no saben cómo han cambiado mi vida.
– Querido – Ana lo abrazó – esto es solo el comienzo. Eres el único que podrá tocarme, además de mi Marco. Y estas pingas – se agachó y dio un beso tierno a cada glande – son las únicas que podrán entrar y venirse dentro de mí sin condón.
– Sobre eso, ¿qué método usaremos? – preguntó él.
– Pues Marco tiene la vasectomía hecha. Tu estás muy joven para eso, así que me pondré el DIU. Mientras, tomaré la pastilla del día siguiente porque tus niños siguen en mí.
– Podría decirse que es la mayor cantidad de lechita que has recibido en tu vida, mi amor – le di un beso, la sola idea de Ana bañada en semen me prendía de nuevo, pero su cuerpo estaba fuera de combate.
– En mi vida hasta hoy – me dedicó una mirada de complicidad que no había visto nunca.
Terminamos de bañarnos y de arreglarnos. Para no levantar sospechas de lo zorra que había sido, Ana se puso la misma ropa que uso cuando partimos de la ciudad. Cargamos las maletas, cerramos la casa y salimos a la carretera, no sin antes pasar a la farmacia por pastillas del día siguiente. Ya había oscurecido.
El ambiente ahora era distinto. Los tres veníamos platicando, bromeando, cantando y comiendo botanas, los temas eran de todo, sexuales también. De ser un chico callado, tímido y triste, Fernando era una persona distinta: alegre, bromista, desinhibido, sin dejar de ser educado y un caballero.
Su educación y caballerosidad no apagaban el deseo que sentía por Ana, que revelaba en su plática cuando volvíamos a tratar un tema sexual. Proponía nuevas poses, el uso de disfraces, juguetes, juegos, lugares, etc. Sin embargo, hubo un punto en que no se contuvo más y posó sus manos sobre los pechos de Ana.
– Ya sé que las volveré a ver, pero las voy a extrañar – dijo mientras las acariciaba.
– Bueno, velas por última vez – y la zorrita de mi esposa se sacó las tetas de su escote, estaban preciosas.
Fernando las acariciaba y jugaba con sus pezones. En un punto iluminado de la carretera, antes de llegar a una caseta, Ana me pidió parar. Con la iluminación, sacó su celular y tomó un par de selfies. En una los tres salimos sonrientes y sus tetas al aire, en la otra cada uno agarraba una de sus tetas y ella hacía una cara de asombro deliciosa.
– Esta es la última foto de esta aventura – dijo – pero no es nuestra última aventura.
Al pasar la caseta, la cosa ya se había puesto más caliente de lo esperado. Fernando acariciaba sus pechos y yo metía mano bajo su falda. Ana no pudo contener más el morbo y excitación que produce hacer travesuras en lugares públicos.
– Párate – era increíble, quería más verga.
Me detuve en un punto en que la carretera me lo permitía. Ana bajó del coche, hizo su asiento hasta adelante y se pasó atrás, con Fernando.
– Continúa – dijo ella mientras le desabrochaba el pantalón a Fernando.
Yo continué el camino. Desde el espejo retrovisor veía como Ana, pese a su mandíbula cansada, le daba un increíble sexo oral. Tenía los senos de fuera y a Fernando metiendo la mano bajo su falda.
Ana escupió a la polla de Fernando, se despojó de su ropa interior, se volteó, levantó su pierna izquierda, se escupió sobre la mano y humectó su concha.
– Dale – dijo.
Fernando la tomó de la pierna y comenzó a follarla. Los gemidos de mi esposa decían que lo disfrutaba, pero no del todo. Al cabo de un par de minutos volvió a moverse
– No me acomodo así, a ver – se sentó sobre Fernando y comenzaron los sentones – Mmhhh mucho mejor.
Fernando, quien pensaba que no follaría más ese día, disfrutaba cada sentón nalgueando el delicioso culo de mi mujer. Ella gemía y se agarraba con fuerza el asiento delantero.
– Marco busca un lugar donde podamos detenernos y hacerlo – dijo Ana entre jadeos – donde no nos vean.
De inmediato comencé a buscar tal lugar, la zorrita de mi esposa me lo pedía y mi polla, que ya no cabía en mi pantalón, me lo imploraba a gritos.
A los cinco minutos encontré un camino de tierra que salía de la carretera. No sabía a dónde llevaba, pero lo tomé porque había unos árboles bastante frondosos que nos ocultarían de la carretera. Lo tomé, apagué las luces y detuve el auto en la arbolada.
Al fin pude voltear a verlos, gracias a la iluminación interna del coche pude apreciar la escena. Mi esposa tenía sus senos de fuera y le daba sentones a Fernando, que tenía los pantalones abajo.
– Pásate de este lado – me dijo ella, indicando su lado derecho, donde estaba la puerta.
Salí del coche, abrí la puerta y desenfundé. Ella tomó mi polla con su mano derecha y trató de llevársela a la boca, pero la posición lo hacía difícil.
– Fernando, dame de a perrito, para que pueda mamársela a mi esposo – dijo Ana entre jadeos.
Ambos cambiaron de pose. Fernando se puso de rodillas, como pudo, en el asiento trasero y volvió a penetrarla. Ana, en cuatro patas, acercó su cabeza a mí y devoró mi verga entre sus labios. Yo estaba de pie, vigilando que nadie viniera, pero era muy difícil con el delicioso sexo oral que mi mujer me daba.
Succionaba mi polla con fuerza y masajeaba mis bolas, si yo pensaba que mi mujer estaba cansada, me había equivocado. La ninfómana que lleva dentro volvió a aflorar y sus gemidos lo demostraban.
– ¿Podemos cambiar? – dijo Fernando después de unos minutos – me gusta mucho pero aquí no me acomodo.
– Ya sé, hagamos esto – Ana nos indicó la nueva pose. Los coches y camiones pasaban muy cerca de nosotros, pero no nos veían y lograban ver algo, era el coche de lado en medio de los árboles.
Fernando se sentó en medio del asiento trasero, Ana se giró, poniendo sus rodillas al borde del asiento, dándome la oportunidad de jugar con su culo y dándole ese fenomenal sexo oral a Fernando, que la tenía sujeta del cabello y jugaba con sus tetas.
Levanté la falda de Ana y ahí estaba su redondo culo. Escupí sobre él y me ensalivé la verga, no era necesario, pero a ella y a mí nos prenden ese tipo de guarradas.
– Mmhhh… cómo me encanta esa verga – gimió cuando la penetré – dale, mi amor.
Sin dejar de vigilar, comencé a follarme a mi mujer. Sus gemidos eran ahogados por la verga de nuestro amigo. Los plap, plap, plap, hacían juego con los glup, glup, glup, de sus mamadas.
– Ahhh que rico es esto – gemí.
– La mama como una diosa, mi hermano – dijo Fernando.
– Esta es mi manera de agradecerles por darme la mejor cogida de mi vida, mis machos – gimió Ana – avísenme dónde quieren venirse.
– Pues mi lechita ahí te va, ¡trágatela! – Fernando obligó a mi esposa a comerse su verga de nuevo, tampoco le costó trabajo, a ella le encantaba mamársela – uufff.
Fernando se vino dentro de su boca y la obligó a sacarle y tragarse hasta la última gota. Saber que mi mujer era la puta a las órdenes de dos hombres me hizo explotar de placer dentro de ella.
– Aaayyyy… qué rico – dijo ella entre gemidos. Su vagina apretaba, pero no estaba seguro de si era un orgasmo o simple excitación.
Saqué mi polla de sus entrañas, estaba llena de baba y flácida. Ignoro cuánto semen deposité dentro de ella, de cualquier forma, no pudo ser mucho. Ella se puso de pie junto a mí fuera del auto. Sus senos seguían de fuera y estaba algo sudada, aunque, afortunadamente, su maquillaje no se había corrido.
– Tenía ganas de esto – me dio un beso, sabía a verga y a semen – espero les haya gustado. Sé que no es lo mismo que ustedes me provocaron, espero lo hayan disfrutado.
– A mí me encantó – jadeó Fernando – es que la mamas bien delicioso.
– A mí igual – tomé sus senos y los estrujé y llevé a mi boca – eso que sentí, ¿fue un orgasmo?
– Si, aunque no uno tan intenso como los que estos días me sacaron – se metió las tetas dentro del escote – bueno, vístanse que debemos irnos de aquí.
– Ten tu ropa interior, Ana – Fernando le extendió su calzón cachetero, con encaje y blanco.
– Quédatelo, papi, es un regalo – jamás acordamos eso, aunque no me molestaba en lo absoluto – úsalo cuando te la jales pensando en mí con tantos videos y fotos. Trata de que mi olor dure.
– ¿En serio? – Fernando se llevó el calzón a la cara y lo olió – huele a ti.
– En serio – Ana volteó a ver mi expresión y vio que era de aprobación y excitación – con una condición.
– ¿Cuál? – Fernando sostenía el calzón como una reliquia.
– Cada que acordemos vernos para portarnos mal, me lo debes entregar lleno de tus chamacos. Yo me lo pondré y te daré el calzón que ese día use a cambio, ¿qué dices? – eso tampoco lo habíamos acordado, pero pensar que de vez en cuando Ana usaría ropa interior llena de semen, me encantaba.
– ¡Qué rico, si! – dijo Fernando con mucho entusiasmo.
– Mejor que sea el juego completo – propuse – dale también el brasier e inclúyelo en el acuerdo.
– Me gusta esa idea – totalmente desinhibida, Ana se quitó la blusa, el brasier y volvió a vestirse.
Entregó el sostén a Fernando, quien los guardó en un compartimiento aparte dentro de su maleta, como si guardara el tesoro más preciado de la humanidad.
– Bueno, continuemos el camino que aquí da un poco de miedo – abrió su puerta, acomodó su asiento y entró al auto.
Entré y di marcha atrás, volviendo a la carretera después de nuestra deliciosa parada. El resto del camino, la plática, bromas y canciones continuaron con una excepción: Ana no usaba ropa interior y eso se notaba.
Cuando entramos a la ciudad, Ana bajó a una tienda de auto servicio por unas bebidas. Noté que en su asiento había una mancha blanca, húmeda, probablemente mi semen que le escurría de la vagina. Cuando volvió, la ausencia de ropa interior era evidente, pues sus pezones resaltaban en su blusa. Fernando y yo lo notamos y seguro en la tienda también, ahora mi Ana era una zorra que tanteaba con el exhibicionismo.
Llegamos a la casa de Fernando a las 10 de la noche. Su mamá salió a recibirnos y Ana cubrió sus pezones con su cabello. La despedida tuvo que ser “normal”. Ambos bajamos del auto para abrazarlo, nos agradeció por las bonitas vacaciones y su madre por distraer a su hijo.
Gracias a mi suegra nos enteramos de que Fernando tenía una nueva actitud en la vida. Un grupo de amigas lo había adoptado en la facultad, volvía a ser alegre, carismático y seguro de sí mismo. Su madre y mi suegra estaban agradecidas por haberle levantado los ánimos y preguntaban cómo nos la habíamos pasado en las vacaciones, qué habíamos hecho con Fernando.
La versión oficial fue que jugamos baloncesto con él, que le enseñamos a bailar, paseamos por ruinas arqueológicas y que platicamos largo y tendido con él, a modo de “terapia”. Nadie sabía que Fernando se había convertido en nuestro corneador oficial, que al menos una vez cada 10 días sosteníamos encuentros con él.
A partir de esas vacaciones nuestra vida sexual cambió por completo. Tríos y más tríos con Fernando eran lo habitual, para Fernando ya no existían barreras o zonas prohibidas. También cambiamos los tres: Fernando nos acompañó a la depilación láser y mantuvo su vida saludable; Ana y yo nos metimos al gimnasio, nos arreglamos los dientes y cuidamos más nuestra figura. Ana comenzó a pensar en la posibilidad de operarse los senos, ya fuesen implantes o lipotransferencia, quería senos más grandes.
Pero no era solo lo sexual, la vida era distinta. Entre Ana y yo había una nueva confianza, una complicidad distinta. Fernando, además de ser nuestro corneador de confianza, se convirtió en un amigo más que cercano. Era nuestro compañero de eventos (como partidos de futbol, conciertos), nuestro amigo de confianza. Para él, nosotros nos convertimos en fuente de consejos, ayuda escolar, confidentes y grandes amigos. Cuando no estábamos en la cama, cualquiera hubiese pensado que crecimos juntos.
Además, comenzamos a explorar el exhibicionismo y a platicar sobre otras prácticas de la vida swinger, había muchas propuestas: yo le propuse a Ana un gangbang con bukkake, en el que participaran al menos 4 o 5 hombres, la idea le encantó; ella propuso un intercambio de parejas y un trío con otra mujer y aunque no teníamos idea de con quien, no negaré que me gustó mucho la idea; participar en una orgía, ir a un club swinger fue idea de ambos y comenzamos a buscar clubes que nos agradaran. Muchas ideas estaban sobre la mesa, pero antes de llevarlas a cabo, decidimos hacer más tríos y demás encuentros con Fernando más atrevidos y con distintas dinámicas, pero eso ya lo dejo para otro relato.