Este relato tiene mucho de realidad, aderezado con detalles ficticios que ojalá hubieran ocurrido. Pasó antes de la pandemia y, como es de esperarse, los nombres y lugares se cambian para para proteger identidades.
Cuando por fin nos fue posible a mi novia (ahora mi esposa) y a mí, vivir juntos, nuestra vida sexual, ya de por sí emocionante, mejoró increíblemente. Pero antes, haré la necesaria presentación: yo soy Marco, tengo 26 años, mido 1.87, moreno claro, cabello negro, ojos cafés oscuro y con un cuerpo que no es atlético pero que no llega al sobrepeso, para deleite de mi novia desde niño tengo el miembro circuncidado, algo poco usual en nuestro país. Ella es Ana, tiene 28 años, es bajita (1.55m), piel canela, ojos cafés oscuro, cabello castaño ondulado, caderas generosas y pechos aún más generosos. Ella tampoco es atlética, bien dicen que el amor engorda y al ser novios desde hace muchos años el amor nos ha hecho subir un poquito de peso. Gracias al cielo ella es una gordibuena. Somos de la CDMX. Somos una pareja muy sólida, nos conocimos antes de la universidad y perdimos la virginidad juntos, nunca habíamos estado con otra persona.
Desde que éramos simples novios, explorando su sexualidad, tuve cada vez fantasías más y más alocadas que jamás me atreví a confesar. Ella es de una familia tradicional y nunca le faltaría el respeto a su pareja, pero en los momentos más intensos del sexo, cuando el orgasmo se acercaba y ella perdía toda noción del tiempo o del espacio hacía un movimiento inconsciente que alimentaba mi principal fantasía (el trío) y me daba a entender que ella, muy en sus adentros, también lo deseaba: estando sobre mí, cabalgándome, su cabello sobre su espalda y sus hermosos pechos brincando libres, ya totalmente fuera de sí, tomaba mi mano y metía mi dedo medio a su boca, simulando otro pene, chupándolo hasta llegar ambos al orgasmo.
Además, si el tema salía levemente a flote (sea porque lo trataran en la televisión, porque saliera en el porno que nos gustaba ver juntos, porque nos enterábamos de que algún conocido había hecho o fantaseaba con un trío) o sin necesidad de eso, siempre me insistía que en nuestra relación “los tríos no, eh”. Pero ella era la única que mencionaba esas prácticas, algo raro.
En aquel entonces ese tipo de experiencias las consultaba con mi grupo de amigas y ellas, que casualmente tenían la misma fantasía que yo, compartían mi opinión: ella también lo fantaseaba, pero jamás se atrevería a decirlo. Siendo así, mi misión estaba clara: sacarla de su capullo y explorar sin miedos nuestras fantasías.
Pero para ello era necesaria cierta seguridad. Si yo le confesaba a Ana mi fantasía, de verla jugar con dos miembros, uno de ellos el mío, había altas probabilidades de que los miedos y prejuicios ganaran y yo la perdiera. Eso no podía pasar, así que era necesario un mejor plan y mucha, mucha paciencia.
De modo que, el primer paso era darle a ella una certeza: ella era y es el amor de mi vida, no un mero juguete. Esa certeza no se logra de otra manera que viviendo juntos y casándonos (fue una boda sencilla).
El segundo paso es inducirla a que ella lo proponga o, de no ser así, que la fantasía sea tan fuerte en ella que, al momento de yo proponerlo, acepte.
Eso era lo difícil y debía hacerse poco a poco, no importa, soy un hombre paciente. Lo primero que hice fue regalarle para San Valentín su primer juguete sexual: un vibrador, con el pretexto de que se masturbe cuando yo no me encontrara en casa. Lógicamente el vibrador le encantó y a los quince días era ya nuestro compañero en la cama. Que yo pasara el vibrador por su cuerpo mientras la penetraba era algo que la volvía loca, pero pasarlo por el clítoris, pezones o ano la hacía estallar en orgasmos que no podía contener. Lo bueno es que los departamentos vecinos están casi vacíos y podíamos divertirnos sin miedo a ser escuchados.
Después vino el vibrador a control remoto, que la ayudó a desinhibirse y perder el miedo al placer sexual fuera del departamento. Nuestros juegos cada vez se diversificaban: primero salíamos a comer o beber algo usando el vibrador en su ropa interior controlado remotamente por una aplicación en mi celular, lo que siempre nos llevaba a coger en los estacionamientos, cines, parques, en los atascos viales y baños de bares y restaurantes. Después, ella llevaba el vibrador a su trabajo y yo lo controlaba desde la distancia en el mío. Esos juegos sexuales eran una locura que aún nos encanta repetir.
El siguiente paso fue el dildo con base adherible, que le regalé para nuestro aniversario en abril. Al principio lo usaba estando sola, pero una noche de intenso sexo sacó al amigo de silicón con forma de pene y comenzó a jugar con él sobre su cuerpo mientras yo la tenía recostada sobre la cama con sus piernas en mis hombros. Lo que inició con poner el dildo en sus pechos, evolucionó a introducirlo en su boca y simular sexo oral a otro pene.
Yo no lo podía creer, estaba extasiado de verla recibiendo mi miembro, sus hermosos pechos bailar al ritmo de mis envestidas y su boca succionar un pene con la maestría que siempre la ha caracterizado, pues tengo que mencionar que el sexo oral que ella da es increíble. Después de un rato así se levantó, tomó el dildo y fijó su base a la pared junto a la cama y se puso en cuatro, dándome la mejor vista de su sexo humedecido, su ano palpitante y sus caderas anchas y bien formadas.
– Dame duro, mi vida -me dijo, casi jadeando.
Las embestidas fueron firmes y profundas. No podía escuchar sus gemidos, ahogados en el pene de plástico que ahora ocupaba toda su boca y que entraba y salía a su voluntad. Yo luchaba por contener mi orgasmo, hasta el momento en que se detuvo, se sacó ambos penes de su cuerpo y giró, poniendo mi pene en su boca y haciendo desaparecer al dildo entre sus piernas.
– Quiero comérmelos – su cara lo decía todo, su orgasmo estaba tan cerca como el mío. Las embestidas fueron al revés y no tarde mucho en explotar en su boca, que no pudo gritar por su orgasmo gracias a que mi falo continuaba en ella.
Fue asombroso y caímos los dos exhaustos, bañados en sudor y sonrientes. Sabía que era mi momento, era jugarme el todo por el todo así que comencé a besarla, darle caricias y jugueteos que nos volvieron a poner a la acción en unos minutos. La posición ahora era distinta, ella tumbada de lado, nuestras piernas entrelazadas mientras yo, atrás de ella, penetrándola suavemente y con las manos libres para acariciarla. A los pocos minutos de esa posición ella retiró al dildo de la pared, lugar en el que había permanecido, para llevárselo a la boca, ese era mi momento:
– ¿Te gusta mi amor? – le pregunté.
– Mmmh sii – me respondió sin sacarse mucho su juguete de la boca
– ¿Te gusta tener dos penes dentro de ti? – pregunté mientras mis embestidas eran más intensas y sentía como mi erección aumentaba.
– Ahhh es delicioso – respondió ella, el tiempo que lamía las bolas de silicón
– ¿Y te gustaría que ese pene fuera real?
– Ay que rico, ojalá – y volvió a las chupadas sobre nuestro amigo de silicón morado.
No pude aguantar más, me levanté, la puse en cuatro y di las embestidas más fuertes que había dado en mi vida. Por su parte ella no se sacó el dildo de la boca. Ambos terminamos en fuertes orgasmos y su vagina escurría semen y sus propios fluidos mientras nos abrazábamos. Sabía que no había tiempo que perder, así que proseguí una vez que nuestros ritmos cardiacos se estabilizaron:
– Oye mi vida, ya hablando en serio, ¿te gustaría reemplazar ese pene de plástico por uno real?
– ¿A qué te refieres? – dijo entre jadeos, en su tono se notaba nerviosismo, había caído en la trampa.
– Ya sabes, invitar a otro chico y hacer un trío. Veo que tener dos penes para ti te vuelve loca.
– No mi amor yo solo te amo a ti, nunca haría eso – respondió tratando de salir de la trampa, era tarde.
– No pongo en duda tu amor mi vida, pero ve cuánto te excitó la idea y también a mí.
– O sea sí, es un pequeño fetiche o fantasía que tengo, pero nunca lo trataría de hacer realidad, eso sería engañarte y hacerte daño.
– No sería un engaño si es conmigo y no me haría daño porque esa también es mi fantasía
– ¿Qué?… ¿verme con otro hombre?… ¿no te dan celos? – estaba perpleja
– Para nada, sabes que nunca he sido celoso y siempre ha sido mi principal fantasía
– ¿Por qué?
– Porque quiero explorar, ver hasta dónde podemos llegar. Verte tener un orgasmo es lo más excitante del mundo, quiero ver qué puede pasar por tu cuerpo si recibes placer de otro hombre, uno que te agrade y atraiga.
– ¿Y cómo sería?… en caso de aceptar.
El resto de la tarde platicamos al respecto y durante algunos días era un tema habitual de conversación. La idea le encantó y llegamos a algunos acuerdos: el chico en cuestión debía ser de confianza, alguien íntegro, pero no tan cercano (nadie podía enterarse); alguien con higiene impecable, lampiño (como yo); alto, en forma aceptable; joven, pero sin ser un niñato y que demostrara no tener una ETS. Le debía atraer, obvio, pero a mí me debía agradar, tanto en su forma de ser como por no ser un tipo desagradable a la vista. Podía estar trabajado su cuerpo, pero sin ser un chico fitness. Debía haber química sexual entre ambos y entre él y yo nos debíamos caer bien.
También acordamos qué podía pasar en el trío. Debía ser con protección, los besos para el otro participante estaban permitidos. Para él, el ano estaba prohibido y podía darle sexo oral sí y solo sí demostraba que era muy bueno besando y no tenía barba. No podía acabar dentro de ella sin usar condón y no podía contradecirnos en nada ni insistir en nada. Estaría para cumplir una fantasía en nuestros términos.
Durante semanas nuestra vida sexual mejoró, considerando que ya era excelente. A veces fantaseábamos con ese encuentro, veíamos porno de tríos, leíamos relatos, entramos a foros en Reddit, escuchamos podcast sobre el tema y estábamos seguros de hacerlo, la cuestión era con quién, pues ambos somos algo tímidos y la opción de ir a un club swinger quedaba, de momento, descartada. No importaba, no teníamos prisa alguna.
Llegó el verano, ambos teníamos vacaciones y apartamos 4 días de estas para ir a la casa de verano que mis padres tienen a las afueras de la ciudad. Por obvias razones no especificaré dónde, pero basta con decir que está ubicada en un pueblito pintoresco y tranquilo, no muy conocido, con un par de haciendas y sitios arqueológicos a visitar, con 2 niveles, 3 recámaras (1 matrimonial y 2 individuales), cuenta con vigilancia privada y una piscina de modesto tamaño, compartida con una veintena de casas iguales, la mayoría del año desocupadas, pues también son usadas como casas de verano por sus dueños.
Después de aprovechar los primeros días de vacaciones para visitar a familia y amigos, nos iríamos un jueves para regresar un domingo. La idea era emocionante, pues por trabajo no habíamos podido salir en mucho tiempo e ir a vacacionar a solas con tu pareja a un lugar como ese solo significa descanso, buena comida, lugares interesantes por visitar y mucho, mucho sexo.
Pero pasó algo que cambiaría nuestros planes y gracias al cielo que así fue.
La mejor amiga de mi suegra es una madre soltera, cuyo único hijo, Fernando, tiene 20 años y va en los primeros semestres de la universidad. Desde siempre ha sido un buen chico, tranquilo, tímido y centrado en sus estudios, con cierto atractivo, pero no muy bien explotado: de cabello castaño y ondulado, piel blanca y algo pecoso, cuerpo delgado y alto gracias al baloncesto que practicaba desde la preparatoria.
Desde que Ana y yo éramos simples novios, el entonces adolescente, al no tener hermanos o primos con quien sentirse identificado, nos tomó cierto aprecio y era cercano a nosotros en las reuniones familiares, más si se considera que cuando Ana y yo nos mudamos juntos, quedamos más cercanos a él que el resto de la familia, por lo que la convivencia con él aumentó.
Ese chico no tenía mucha suerte en el amor. Solo había tenido dos novias en su vida, la primera “de manita sudada” en la secundaria y la segunda a inicios de la universidad lo había terminado al iniciar las vacaciones escolares, de modo que se encontraba triste y su madre, que trabajaba todo el día, no sabía qué hacer para animarlo. Dada la confianza de ella y mi suegra para con nosotros, un día antes de salir a la carretera nos pidieron que hiciéramos algo por él. Pensé que nuestras vacaciones se habían estropeado pero la solución de Ana fue del todo inesperada para mí: llevarlo con nosotros.
Aún más sorpresivo fue ver cómo Ana reemplazaba todo el contenido de su maleta por ropa más cómoda y reveladora: pantalones por shorts y faldas cortas, blusas coloridas por las escotadas y ombligueras, traje de baño de una pieza por el bikini revelador que usa en los hoteles con jacuzzi a los que nos gusta ir de vez en cuando y pijama normal por la sexy. No pude contener la pregunta:
– Mi amor, ¿planeas volver loco al pobre de Fernando?
– Jajaja lo más seguro es que eso llegue a pasar.
– Y… ¿pretendes que pase algo más?
– ¿Cómo qué?
– Pues no sé… ¿planeas que te vea desnuda o te lo quieres coger?
– No, no creo que llegue a tanto, es muy tímido y está en estos momentos dolido de amor. Si te das cuenta, no llevamos preservativos así que no – no usamos gracias a que tengo la vasectomía hecha.
– Entonces, ¿para qué tanta ropa tan sexy?
– Pues… quiero ver cómo me siento siendo observada por otro hombre con algo de deseo. Si me siento incómoda sabré que el trío es mala idea, si me gusta podremos ir pensando en candidatos. Además, estoy segura de que le levantará el ánimo a Fernando echarse un taco de ojo con mayor libertad y viendo más carne de la que normalmente ve.
– ¿Por qué lo dices?
– Pues desde que tiene 16 años lo he visto dirigir su mirada al culo y tetas de mi hermana y las mías en las fiestas y reuniones. Trata de ser discreto, pero le cuesta mucho evitarlo, es normal, así son los hombres a esa edad. Quiero darle el gusto de que vea un poco más, así olvidará a su novia que seguro lo lastimó.
– Y… ¿para el sexo? No vamos a dejar de hacerlo porque esté él ¿o sí?
– Claro que no, si llega a escuchar algo también le servirá para motivarse y conseguir otra novia para saciar su apetito sexual el siguiente semestre. Acuérdate que soy psicóloga, son pequeños trucos de mi profesión jajaja.
Llegó el jueves y a las 8 de la mañana pasamos en nuestro auto a la casa de Fernando y su madre. El camino no era largo, pero queríamos evitar los atascos viales tan típicos de la CDMX, así como aprovechar al máximo las vacaciones.
Salió Fernando con su maleta y su madre para agradecernos. Nos dio algo de dinero por las molestias y para los gastos, el cual tratamos de rechazar, pero ante la insistencia aceptamos y nos deseó buen viaje.
Y salimos a la carretera. Ana, que se veía radiante con su cabello castaño suelto sobre sus hombros, su blusa holgada con un bello escote sin ser demasiado revelador y su falda que llegaba arriba de la rodilla, se encargaba de la música, yo manejaba y Fernando iba atrás viendo el camino con cierta melancolía.
Tratábamos de platicar con él y nos respondía de la manera más alegre que le era posible. Nos contaba sobre su universidad, sobre las series, películas, música y videojuegos que había descubierto este semestre y que lo tenían enganchado, pero no engañaba a nadie, se notaba triste, aunque no incómodo, siempre hubo muy buena amistad con él.
A medio camino se encuentra un mirador en el que los automovilistas se detienen a admirar el paisaje y a comer y beber algo. Ana y yo siempre nos detenemos para tomarnos una foto, saciar el hambre y sed que la carretera provoca y estirar las piernas un momento, así que se nos hizo buena idea que Fernando lo conociera.
Mientras observábamos el paisaje, Ana a mi derecha, tomados de la cintura, y Fernando a mi izquierda, se soltó a llorar. Lo abrazamos, era obvio que desde que lo habían terminado no había desahogado sus sentimientos con nadie. Después de unos minutos de abrazo, algunos clínex y palmadas en la espalda se compuso y nos aceptó un pequeño refrigerio. No dijo nada, pero el resto del camino cambió por completo su semblante y estado de ánimo, se le veía más alegre, hacía bromas inocentes como antes y tomaba fotos al camino, a sí mismo y a nosotros.
Por fin llegamos a la casa, después de 2 horas y media de camino y después de descargar maletas, darle un recorrido para ver su estado y que Fernando conociera la casa, fuimos a comer al centro del pueblo. La comida era siempre una delicia, platillos típicos mexicanos, agua de sabor y tortillas hechas a mano. Para bajar la comida caminamos en la plaza y comimos un helado.
Regresamos a la casa a medio día, no sin antes pasar por unas cervezas y artículos de primera necesidad que no había, como papel de baño y esas cosas, y nos metimos a la piscina, que tenía poca profundidad (1.50 en su parte más honda) y que se encontraba sin gente, así como la mayoría de las casas restantes, salvo un par de parejas de ancianos que acudían para pasar el verano y que no se metían en los asuntos de los demás.
Ana me sorprendió y se puso su traje de baño de una sola pieza (pensé que lo había dejado en casa) al parecer era muy pronto para ella revelar sus deliciosas curvas con el bikini negro que deja poco a la imaginación. Sin embargo, el traje de baño le quedaba perfecto, pues aun así lucía su cuerpo natural de diosa mexicana.
Para evitar quemaduras, Ana me untó bloqueador solar en espalda, cara y brazos, así como yo a ella en hombros, cara, brazos y piernas. Fernando trataba de mirar a otro lado, pero mis manos esparciendo bloqueador sobre las bellas y delicadas piernas de Ana eran una visión casi hipnótica.
Pero faltaba Fernando, así que ella se ofreció a untarle bloqueador solar en la espalda
– Ah… si muchas gracias – dijo él en un tono nervioso. Lo hizo con delicadeza, era más una caricia que el acto mecánico de poner bloqueador.
– Listo, ya quedaste. Espera unos minutos antes de meterte.
Ya en el agua, a Fernando le costaba apartar o disimular su mirada sobre el cuerpo de Ana, pero a ella no le importaba, nadaba, se sumergía y flotaba con naturalidad. Pasados unos minutos, comenzamos a jugar. Primero el clásico “marco-polo”. Las cosas comenzaban a salirse del juego convencional. Cuando era mi turno siempre la buscaba a ella, tengo buen oído así que no me era difícil encontrarla, atrapándola siempre y terminando la partida con un largo y profundo beso y un pellizco en su trasero, no importaba que él nos mirara. Cuando era turno de ella, nos cazaba a ambos, si me atrapaba a mí se me trepaba de un brinco para darme un beso y, de manera discreta, apretujar sus senos contra mi cara y cuello. Si lo atrapaba a él, se le trepaba a su espalda y apretujaba su cuerpo contra él, exclamando: ¡Te atrapé!
Cuando era su turno, trataba de disimular y me buscaba, las pocas veces que me lograba atrapar me sujetaba del brazo y cantaba victoria, pero la mayoría de las veces iba en busca de ella, que no ponía mucha resistencia y, cuando la lograba apresar, la abrazaba de lado, poniendo uno de sus brazos sobre su espalda y el otro sobre su cuello al principio, sobre sus pechos después, y después de un apretón la dejaba ir.
Después de una hora de jugar así yo ya estaba erecto y podía ver que Ana también estaba un poco excitada, pues sus pezones se habían puesto duros y se notaba en su traje de baño. Entonces cambiamos de juego y las cosas se pusieron más interesantes.
Comenzamos a jugar luchitas acuáticas, pero como éramos 3 solamente, las reglas tuvieron que cambiar. Ana se subiría en los hombros de alguno de los dos y juntos debían llegar de un extremo de la piscina al otro mientras el tercero trataba de derribarlos.
En el primer turno Ana se subió en mis hombros y Fernando luchaba como podía por derribarla. Entre risas, salpicadas de agua, cosquillas y ligeros forcejeos Ana cayó al agua. Para el segundo turno, ahora ella en los hombros de Fernando, no me fue difícil derribarlos, considerando mi tamaño. Quizá abusé un poco de mi fuerza porque, al emerger Ana del agua, parte de su traje de baño se había roto, cosa de 2 centímetros de costura rota sobre su costado, debajo de la axila y a la altura de su seno derecho.
Seguramente eso provocó que, en el siguiente turno, al ser derribados ambos por la rapidez de Fernando, Ana saliera del agua y, al dirigirse a mi para besarnos y abrazarnos por haber perdido el turno, fuera evidente que la rotura sobre su traje se había ampliado, dejando ver su seno derecho, que ahora estaba libre y bellamente excitado. Ambos estallamos en risas y en un beso apasionado y muy profundo. Ana se giró hacia Fernando:
– Mira lo que has provocado, torpe – dijo en tono alegre y que aparentaba indignación, mientras trataba de cubrir con su mano su teta derecha, que la desbordaba.
– Lo lamento mucho, no fue mi intención – Fernando se llevó una mano a la boca de vergüenza, estaba rojo como una manzana.
– Jajajaja no pasa nada, voy a enmendarlo adentro, ahora vuelvo.
Ana salió de la piscina, tomó su toalla y se cubrió con ella, esperó un par de minutos que se escurriera el agua y entró a la casa. Mientras, Fernando y yo conversábamos sobre qué juego podíamos practicar que no pusiera en riesgo nuestra integridad o la de nuestros trajes. Se nos ocurrieron un par de buenas ideas.
Cuando Ana volvió, no pensé que arreglara su traje de esa forma. En lugar de repararlo o cambiarse por el otro, optó por ponerse una playera blanca de algodón encima. Al regresar al agua, lo que antes era un pezón duro que resaltaba a través del traje ahora era una transparencia de su seno derecho. La imagen era cómica y excitante y mi pene fue el primero en resentirlo, se había puesto duro nada más verla. Fernando hacía como si no viera nada, pero era obvio que disfrutaba la vista.
– Bueno, a jugar de nuevo – dijo sonriente.
El primer juego que se nos ocurrió era un clásico, el gato. Dos personas se ponen en cada extremo de la piscina y se lanzan una pelota entre ellos, de modo que el tercero, el gato, que está en medio, trate de atraparla o desviarla, si lo logra toma el lugar del que no pudo concretar el pase.
Cada que a Ana le tocaba ser el gato y brincaba sobre el agua, ver sus tetas rebotar era un deleite y yo no apartaba la vista de ellas sin tapujos, hasta lanzaba la pelota más arriba para verlas brincar lo más fuerte posible.
Dado que soy muy alto, cuando me tocaba ser el gato medio cuerpo salía del agua y si brincaba mi erección salía también del agua, a lo que Ana solo se reía y señalaba con la mirada mi miembro que no podía ignorar.
– Jajaja ¿y eso? – decía dirigiendo una mirada pícara sobre mi falo.
– Qué quieres, no lo puedo evitar con lo que veo.
Cuando era turno de Fernando, trataba de evitarlo, pero su erección también era evidente y cada que Ana le devolvía la mirada se ponía rojo de nuevo. Al cabo de unas horas todos estábamos algo cansados, ya eran las 4 de la tarde y decidimos salir y ducharnos. El problema era que sólo había un baño con regadera, así que le cedimos el primer turno a nuestro invitado. Al momento de salir del agua, la erección de Fernando era evidente y corrió a su toalla y luego a la regadera, momento en que Ana y no nos quedamos a solas.
– Pobre chico – le dije – mira como lo tienes, anda bien paraguas.
– Jajaja si, lo noté, aunque trata de evitarlo.
– ¿Cómo te sientes al respecto?
– Pues como si nada, sus miradas no son morbosas, se me hacen tiernas.
Para ese momento yo ya estaba muy excitado por la idea de que Ana viera otro pene, aunque fuera con ropa, y no se sintiera incómoda.
– Y mira cómo me tienes a mí – la jalé hacia mí, haciendo que sus piernas rodearan mi cintura y mi pene chocara con su vagina cubierta por el traje de baño.
– Ya me di cuenta – dijo antes de darme un beso largo y profundo. Nos besamos y acariciamos durante un buen rato, cada vez con mayor intensidad y mi miembro golpeaba más y más su entrada.
– Aquí no, que un vecino nos puede ver y se haría un desmadre si lo hacemos en la piscina, acuérdate lo que les pasó a unos vecinos hace años – me dijo, conteniendo su deseo.
– Está bien, vamos saliendo entonces en lo que Fernando termina.
Verla fuera del agua era un deleite, su pezón erecto era evidente al igual que mi miembro que sobresalía como carpa de circo. A los dos minutos, Fernando se asomó por la ventana de uno de los cuartos para avisarnos que ya podíamos hacer uso de la regadera.
Si de por sí el sexo en la regadera es una delicia, hacerlo después de lo que había pasado lo volvió una experiencia de otro nivel.
Nos despojamos de nuestros trajes de baño y entibiamos el agua. Mientras yo me lavaba el cabello para quitar todo el cloro de él y tenía los ojos cerrados, sentí como Ana se arrodillaba y llevaba mi pene a su boca, metiéndolo y sacándolo con suavidad mientras jugaba con mis bolas. Me apresuré a enjuagarme para poder abrir los ojos y apreciar la vista. Era espectacular pero no duró mucho, ya que ella también debía lavar su cabello y su cuerpo.
Mientras se aplicaba shampoo y cerraba los ojos, aproveché para hacer lo propio y arrodillarme. Le comí la vagina que estaba completamente depilada (bendita sea la depilación láser que ambos usamos) y después de un rato le di media vuelta, la incliné y pasé mi lengua lentamente por su ano, alternando después uno y otro orificio. Sus gemidos solo eran opacados por el sonido del agua cayendo. Terminé hasta que la incómoda posición me provocó un dolor de mandíbula. Salí de la regadera y me dirigí a nuestro maletín de productos de higiene
– Antes de que acabemos, ¿crees que podrías?… – saqué del maletín el enema con el que se lava su ano por dentro, cada que hacemos sexo anal.
Me miró con su cara de excitada, sonrió, lo tomó, lo llenó de agua caliente y procedió a usarlo. Nos terminamos de bañar y salimos en toalla a nuestro cuarto, el que cuenta con cama matrimonial.
Fernando había acabado ya y estaba en el cuarto que había tomado, con la puerta abierta, viendo su celular.
– En un rato bajamos, Fernando – dijo Ana
– Si, allá los espero.
Y cerramos la puerta con seguro. Nos deseábamos tanto que solo alcanzamos a ponernos crema corporal antes de hacer el amor. Lo hacíamos despacio y con mucha intensidad, ni siquiera fue necesario besarnos o juegos previos, cuando recosté a Ana sobre la cama y abrí sus piernas, seguía mojada.
Al inicio no se oía nada más que el rechinar de la cama y el colchón, pero la adrenalina de ser escuchados por nuestro invitado nos hizo alocarnos. De la pose del misionero cambiamos y ella me montó, bailando sobre mí mientras yo jugaba con sus nalgas, masajeaba sus senos y la besaba. Después cambiamos de posición y la puse en cuatro. Primero saludé su vagina y ano con un largo y profundo beso, mi lengua jugueteaba por todos lados.
La penetré lo más suave que pude, pero el ritmo fue aumentando más y más. Después de un buen rato el sonido de su culo rebotar contra mi pelvis ya era más que evidente, nos podían oír, no importaba nada.
Unos buenos minutos en esa posición la hicieron llegar al orgasmo, que le provocaron gemidos incontrolables que tuvo que ahogar en una almohada. Fue hasta ese momento que escuchamos como Fernando bajaba por las escaleras a la sala. Nos había oído todo este tiempo, el sinvergüenza. Imposible saber si todo ese tiempo había estado en su cuarto o pegado a nuestra puerta.
El orgasmo de ella seguía palpitando y su ano se dilataba y contraía al mismo ritmo, llamándome a la acción. Tomé nuestro lubricante del maletín, lo unté en su ano con suavidad y en mi pene y comencé a penetrarla. Para ese momento sus gemidos ya casi eran gritos, así que le di suave e intensamente para no lastimarla. Tomé mi celular y me puse a grabar y sacar fotos, otro de mis fetiches.
En unos minutos me vine dentro de ella y me salí. Su vagina estaba hinchada y chorreaba el lubricante natural que ella produce; su ano, ahora también rojo y ligeramente hinchado, chorreaba un hilo de semen. Todo había sido captado por mi celular. Por lo regular ese material lo subo a mi nube personal para después borrarlo y evitar que caiga en manos equivocadas, pero estando solos y tranquilos, omití esa parte, ya lo haría llegando a la ciudad el domingo.
Ana estaba a punto de caer dormida como es su costumbre, pero evité que lo hiciera, pues no podíamos dejar a nuestro invitado solo. Después de unos minutos nos repusimos, nos terminamos de arreglar y bajamos a la sala.
Ana se puso un vestido muy bonito de una sola pieza con flores. Le llegaba a media pierna, resaltaba su bien formado trasero que se acentuaba gracias a la plataforma que tenían sus bonitos zapatos, que dejaban a ver sus bellos pies. Pero tenía un defecto que en esas circunstancias ya no lo era tanto: le era difícil contener los pechos de Ana, pues dejaba hombros descubiertos y se sostenía por dos tirantes delgados, por lo que debía moverse con cuidado si no quería que se escapara una teta ya que no se podía usar con brasier. Se dejó el cabello suelto y se puso un collar que hacía juego con los aretes cuyo dije, de corazón, quedaba justo en el nacimiento de su busto. Yo me puse una camisa de manga larga y un pantalón, con zapato cómodo.
En la sala encontramos a Fernando un tanto aburrido, pero su manera de mirar a Ana era distinta: la devoraba con la mirada, con menos pena que en la piscina le veía todo, pero sin llegar al morbo mal educado.
– Ay lo sentimos mucho Fer, espero no te hayan incomodado nuestros ruidos – le dijo ella con voz dulce.
– No pasa nada, quería darles privacidad y por eso bajé – respondió él, tratando de mirar al suelo, perdiéndose en sus piernas.
– Ajá y por eso bajaste casi hasta el final jajaja – le dije.
– ¡Marco! – me interrumpió Ana, mientras me daba un codazo en las costillas – ¡Mira como lo pusiste, lo sonrojaste! – Fernando se había puesto rojo hasta las orejas.
– Mmmm no… en verdad que yo no…
– No pasa nada guapo, es natural escuchar, además hacemos tanto ruido que hasta nuestros padres nos han llegado a escuchar – lo tranquilizó ella, mientras ponía su mano sobre su brazo para que entrara de nuevo en confianza – en fin, ¿no tienen hambre? Ya son las 6 y comimos a medio día, ¿quieren ir a cenar algo?
Fuimos al centro del pueblo, pero por ser jueves no había gran cosa para cenar, así que optamos por unos tacos en un concurrido local. No eran los mejores del mundo, pero eran decentes y saciaron nuestro apetito.
Al regresar a la casa aún era temprano (7.30) así que, para que nuestro invitado entrara en confianza, destapamos las primeras cervezas y nos pusimos a platicar en la sala. La conversación, que se centraba en chismes familiares, la historia de la casa, anécdotas y demás se hacía cada vez más amena. Tampoco nos poníamos ebrios, pero con un par de cervezas encima no hay conversación que no fluya. A mí la curiosidad me estaba matando así que solté la pregunta.
– Bueno Fernando, ya entrados en confianza, ¿cómo estuvo lo de tu novia?
– ¡Marco Antonio! – Ana me llamó la atención, pero ya era tarde.
– No, está bien, ya me siento mejor para hablar de eso – contestó Fernando.
En resumen, Fernando había comenzado a salir con esta chica, que pertenecía a su pequeño grupo de amigos, desde el semestre anterior y se habían hecho novios en enero. Ella era de una secta cristiana así que tenía que ocultar su noviazgo, de modo que su relación había sido sin sabor ni pasión, se veían en la escuela, si acaso un par de fajes y ya. Todo se deterioró cuando, en las últimas semanas, habían ido juntos a una fiesta y ella se molestó con él por ser tan mal bailarín que casi la derriba y, según sus palabras, estar cansada de que Fernando no supiera besar. A los pocos días lo terminó y con ello, fue excluido de facto por todos los que se decían sus amigos.
Yo estaba perplejo, pero Ana indignada.
– ¡Que poca madre de esta chava! – exclamó ella.
– Si, así fue y creo que tenía razón, no soy buen novio, no sé bailar, besar, sacar tema de conversación y soy muy tímido, creo que ahora anda con alguien más – dijo Fernando con tono de resignación.
– Eso tiene solución – contestó Ana – primero que nada, vamos a enseñarte a bailar – se puso de pie – Marco, pon música por favor en lo que yo muevo la mesita y hago espacio, ya verá esa mujer, cuando regreses verá el partidazo que se le fue.
Conecté mi celular al sistema de sonido y puse mi lista de reproducción de música para bailar, en esencia, salsas, merengues, cumbias y algo de rock. Ana me tomó del hombro y la cintura, yo hice lo propio y sonó la primera canción: “Procura seducirme muy despacio, y no reparo de todo lo que en el acto te haré…”
– Ahora pon atención Fernando – dijo ella al momento que comenzábamos a bailar.
No somos bailarines de primera, pero nos defendemos con lo básico. El baile no era del todo fluido porque antes de cada movimiento Ana le indicaba a Fernando lo que hacíamos paso por paso. Pero era obvio, él estaba más atento al movimiento de su falda y sus piernas, que eran hipnotizantes, que a los pasos de baile. Terminó la canción y dijo:
– ¿Pusiste atención? Porque ahora es tu turno, levántate.
Me senté y ella bailó con él. Ana se movía bastante fluida, pero Fernando tenía dos pies izquierdos. “No, así no, a ver” y lo volvían a intentar. “Eso, ahora dame vuelta”, “bien, ahora así” esa y muchas frases usaba Ana cuando bailaban juntos. “Mira, pon atención, ve cómo lo hace Marco”, “este paso es así”, “y después haces lo que Marco hace”, era lo que se oía cuando ella y yo bailábamos.
Las canciones, cervezas y turnos de baile fluyeron y al cabo de una hora ya estábamos un poco mareados, el sudor recorría el pecho de Ana y hacía brillar la tersa piel canela de sus piernas. Yo tengo mejor aguante para tomar, el más mareado era Fernando, que se veía que fueron sus primeras cervezas y Ana, más que estar mareada, ya estaba excitada de nuevo, pues desde que la conozco el alcohol la pone caliente. Fernando se sentó en el sofá, cerró los ojos y parecía dormitar, pobre. Ana y yo también nos sentamos y me dijo al oído:
– Ya estoy algo caliente, ven aquí y bésame
– Pero está Fernando, ¿no preferirías subir a nuestro cuarto? – susurré en su oído
– No, leí que muchas parejas lo hacen frente a un tercero para saber si se sienten cómodos con la idea del trío – me dijo al oído
– ¿Qué?, ¿quieres hacerlo frente a él? – volví a susurrar, asombrado
– No, quiero que fajemos. Ya después nos subimos – dijo en mi oído con un tono tan sensual que no me contuve más y la besé.
Después de los primeros besos ella se subió a mi regazo y la cosa se puso más cachonda.
Nuestras lenguas y labios jugaban y danzaban a un ritmo frenético, las respiraciones se aceleraban y nuestras manos paseaban por nuestros cuerpos. Las mías recorrían su cuello, bajaban por sus senos a la cintura, de ahí llegaban a las piernas para volver a subir a su espalda pasando por su culo y repetían el ciclo. Las de ella me acariciaban el cabello, se detenían en los brazos y me sobaban el pene por sobre la ropa, que estaba tan erecto que dolía tenerlo encerrado.
Estábamos en ese frenesí cuando nos sorprendió el ruido que produjo Fernando al levantarse del sillón y caminar a las escaleras. Ana y yo interrumpimos el beso y las caricias para mirarlo de golpe.
– Ay Fernando perdónanos, pensábamos que te habías dormido – dijo Ana, despeinada y con los labios húmedos y enrojecidos.
– No pasa nada, los dejo – contestó un poco somnoliento.
– Espera, te ofrezco una disculpa por hacer esto frente a ti, es comer frente al hambriento, ¡que descortesía! – le dije – ven, vamos a jugar baraja o algo.
– No, creo que están muy encendidos y no quiero ser mal tercio. Mejor continúen – dijo al momento que ponía su pie en el primer escalón.
– Espera, espera – lo detuvo Ana – tengo una idea, ven.
Ana dirigió su boca a mi oído y dijo:
– También leí que una manera de saber qué tan cómoda está una pareja con el trío es que alguno bese a alguien más en frente del otro. Supongo que no te importará que le enseñe a besar a nuestro invitado.
– Pues no, a ver qué tal – le contesté igualmente al oído – además Fernando es de confianza, le vendrá bien.
Ana se levantó de mi regazo, se acomodó el vestido y se acomodó el cabello. No había nada fuera de su lugar, pero era evidente que yo lo había removido todo. Ana no lo notó, yo no dije nada, pero la erección en el pantalón de Fernando era más que obvia.
– Yo no te puedo dejar ir por la vida, así como así, Fernando – dijo Ana mientras lo tomaba del brazo y lo hacía sentarse en el sillón – las lecciones de baile no son lo único que vas a aprender aquí.
– ¿De qué hablas?
– Con tu permiso mi vida – dijo ella mirándome a mí, por puro protocolo.
– Adelante, mi amor – le contesté, yo ya sabía lo que se venía.
– Pues que para conquistar y mantener a una chica necesitas muchas cosas. Tema de conversación ya los tienes y los comprobé en el camino. Bailar ya sabes – en ese momento se puso sobre su regazo, abriendo las piernas y colocando las manos de él sobre su cintura – pero besar aún no.
Y unió sus labios con los de él, que se puso nervioso y trató de apartarla de sí.
– No pasa nada, relájate – le dijo Ana mientras lo tomaba del cabello y lo acercaba de nuevo a ella – Marco no tiene problema con esto – y volvió a besarlo.
Lejos de incomodarme o darme celos, la escena me encendió más de lo que ya estaba. Desde mi posición sólo podía ver a mi mujer de espaldas montada sobre las piernas de Fernando, quien tenía sus manos en la cintura de ella y en seguida las bajó y apretó con firmeza su trasero. Sus respiraciones se hacían cada vez más fuertes.
– Ey, despacio, siempre debes ir poco a poco – Ana interrumpió el beso para colocar las manos de él sobre su espalda – y besa suavemente, juega con mis labios y masajea lentamente mi lengua con la tuya – el beso se reanudó.
Él acariciaba su espalda y sus brazos, ella el cabello y brazos de él. Los movimientos eran lentos y cargados de deseo.
– Así, muy bien – dijo ella después de unos segundos – ya puedes bajar una mano. Con delicadeza, disfrútalo, eso es.
Ella volvió a besarlo, pero ahora ella frotaba su pelvis con la de él, muy despacio, mientras Fernando masajeaba sus nalgas, primero con una sola mano, después con ambas; primero sobre la falda, luego bajo ella, alternando con sus piernas.
Yo luchaba por no morir de deseo. Mi pene estaba a punto de romper mi pantalón, mi corazón estaba desbocado, me sudaban las manos y literalmente estaba babeando de ver tan deliciosa escena. Ya no podía contenerme, metí mi mano por debajo de mi pantalón y comencé a masturbarme frente a esa vista.
– Ay que rico, eso es – ella lo tomó de los cabellos e hizo que su boca se bajara al cuello de ella, esa zona la vuelve loca – ahora bésame el cuello, despacio… si, justo así.
Ana hizo su cabeza hacia atrás, de modo que el cabello le caía por los hombros y espalda. Tomó las manos de él y las puso sobre sus costillas. Tenía los ojos cerrados de placer, ya no estaba en sí.
– Ahora puedes tocar, despacio y no saques nada – las manos de Fernando subieron a la base de sus pechos y se quedaron ahí un buen tiempo.
– ¡Ay dios mío, así! – ella frotaba su pelvis con más fuerza con lo que seguramente era el pene erecto de Fernando luchando por salir de su pantalón – baja un poco si quieres, querido. Si quieres dales un besito, pero no saques nada.
Eso ni era necesario, casi la mitad de sus tetas sobresalían del escote. Fernando las devoró como quien nunca ha posado sus labios sobre un manjar así.
De improvisto un espasmo recorrió el cuerpo de Fernando que lo obligó a doblarse sobre sí. Ana, para evitar ser arrojada por ese movimiento involuntario, brincó hacia un lado, cayendo al sillón con las piernas abiertas.
La escena era cómica y excitante. La cara de Fernando estaba tan roja como nunca lo había estado, doblado sobre sus piernas y con la boca abierta, tratando de asimilar el orgasmo que le habían producido sin tocarlo directamente. Ana estaba jadeando, sus piernas abiertas y la falda recorrida revelaban lo mojada que estaba su ropa interior, un bello calzón cachetero color rosa. Su cabello estaba revuelto y sus tetas a punto de desbordarse del vestido, que cubría los pezones, pero no el inicio de la aureola, que eran visibles. Su cara de satisfacción era la misma que hace cuando logra hacerme eyacular después de un intenso sexo oral. Mi querida mujer se estaba adentrando en los misteriosos caminos de la putería.
– Sácatelo – me dijo, mordiéndose su labio inferior.
– ¿Qué? – le pregunté.
No dijo nada, se arrodilló frente a mí, sacó mi polla del pantalón que ahora babeaba líquido preseminal y estaba con una erección incontrolable que la ponía de color morado. Ahora ella tenía esa cara que pone cuando está hambrienta de verga.
Se llevó mi pene a su cara y sin dejar de mirarme a los ojos lo lamió desde las bolas hasta el glande y de un movimiento lo introdujo por completo a su boca. Yo no pude contener mi gemido.
– Ahhh que rico, eres una pinche putita ¿verdad mi amor? – le dije mientras ella asentía con una sonrisa sin dejar de bajar y subir sobre mi pene – ve nada más, cómetela toda, mi amor.
En ese momento ambos reparamos en Fernando, que se había recuperado parcialmente de su orgasmo. Estaba viéndonos extasiado (la verdad es que ver a Ana mamando verga siempre es una imagen preciosa, no en vano trato de grabarla cuando lo hace) y se masturbaba por debajo del pantalón.
Ella y yo nos volvimos a mirar. Creo que ambos pensamos lo mismo: sería bueno incluirlo, pero él no estaba listo, si con unos arrimones se había venido no nos duraría un suspiro, así que interrumpimos la mamada.
– Ay Fernando, por favor discúlpanos – dijo Ana mientras ella y yo nos poníamos de pie – mañana hablamos de lo que aquí pasó.
– No… no sé qué decir – decía sonriente y algo apenado por estarse masturbando. Se sacó la mano de debajo del pantalón y se lo acomodó.
– No digas nada – le dedicó una sonrisa seductora – Marco y yo vamos a nuestra habitación.
Me tomó de la mano y subimos las escaleras. Se notaba que Ana tenía hambre de polla. Entramos a la habitación, le puse seguro y ni tiempo me dio de desabotonarme la camisa cuando me obligó a tumbarme sobre la cama.
– Veo que aún tienes hambre de pene, ¿verdad? – le dije, mientras me arrancaba los pantalones y volvía a sacar mi pende del bóxer.
– Si, te la quiero comer todita – respondió al momento que reanudaba lo que había dejado a medias.
– Me encanta saber que eres una putita, mi amor.
– Soy tu puta mi cielo – me dijo después de succionar mis bolas. No podía ser, mi pene había alcanzado casi el mismo largo que su cara – ¿Te gustó lo que viste? – ahora jugaba con mi glande y su lengua.
– ¿No se nota? Mira cómo me tienes.
– También a mí me encantó – dijo al momento que terminaba la mamada, ahora quería más – la verdad es que besa muy rico – se sacó el calzón y me montó – y acaricia muy bien – en ese momento se ensartó en mi pene. Estaba muy mojada.
– ¿Nada más? – le pregunté mientras le sacaba las tetas que al fin se desbordaban. Sus pezones estaban bien duros. Me llevé sus tetas a la boca, nunca me he cansado de ellas.
– Ah y también tiene un pito bien rico – sus cabalgadas aumentaron de velocidad – la verdad se me antojó, está grandecito.
Las nalgadas que le daba a su bien formado trasero, el rechinar del colchón y nuestras voces se escuchaban fuerte y claro, ya nos valía madre, Fernando nos escucharía coger.
Después de un rato de estar en esa posición, estimular sus pezones con manos y lengua y masajear su ano con las yemas de mis dedos, Ana llegó al orgasmo, pero ni se molestó en ocultarlo y sus gemidos y gritos estallaron.
– Ah ahhh ahhh si.
Se quedó un momento sobre mi pecho, estaba empapada en sudor.
– Dime que no has acabado – me dijo cuando volvió en sí.
– Ya sabes que yo tengo aguante – le contesté.
Cambiamos de posición y la puse en cuatro. Antes de penetrarla, tenía hambre, así que le comí la vagina y el ano que tenían un sabor delicioso a sexo y sudor. Ambos estaban dilatados y pedían pene a gritos. Después de saciarme le quité el vestido, quería ver esa espalda bailar a nuestro ritmo, le dejé los zapatos puestos. Pero faltaba algo.
Tomé el cinturón de mi pantalón, que ahora estaba en el suelo e hice lo que a ella la vuelve loca: se lo ajusté ligeramente sobre el cuello, de modo que pudiera ahorcarla sin hacerle daño y, con el resto del cinturón, darle nalgadas en su culo.
Mis primeras embestidas la hicieron gemir de nuevo: “Ay no mames que rico Marco” y continuaron. Sus nalgas brincaban al tiempo que las golpeaba con el cinturón y con la mano libre acariciaba y jugaba con su ano, sus caderas, su cintura, sus tetas y su cabello.
De improvisto Ana se levantó y se acercó a su maleta abierta.
– ¿Qué pasa? – le pregunté. A decir verdad, rompió un poco mi concentración. De la maleta sacó su dildo, la traviesa había traído sus juguetes de contrabando. Me sonrió con cara de chiquilla a la que le van a dar doble pastel en una fiesta. Volvió a ponerse en cuatro.
– Síguele, cógeme duro – y volvió a hacerle sexo oral a su juguete.
Volví a penetrarla, golpearla con el cinturón y jugar con su ano. Hacíamos un escándalo enorme, sus gemidos, estoy seguro, se escuchaban en toda la casa.
A los pocos minutos sentí cómo su vagina comenzaba a apretar de nuevo, su piel volvía a erizarse y el sexo oral que a su juguete le daba no hacía más que aumentar su velocidad, su segundo orgasmo se acercaba.
Ana se sacó el juguete de la boca y me dijo:
– Quiero darme a Fernando – dijo entre gemidos mientras simulaba masturbar su juguete – ¿estás de acuerdo?
– ¿Cómo? – dejé de golpearla, de decirle obscenidades y aflojé el cinturón de su cuello para escuchar mejor, sin dejar de meterla y sacarla.
– Que quiero coger con Fernando – su expresión era más gemido que frase – quiero que hagamos el trío con él.
– Concedido – mi ritmo se aceleró, mi orgasmo también comenzaba – mámasela, cógetelo, dale sentones, móntalo, lo que quieras, zorrita.
– Aaah ahhh – su orgasmo llegó y su vagina apretaba mi pene con fuerza. Ana se aferraba con fuerza de las sábanas.
– Ahhhh no mames que rico – estallé dentro de ella y no me salí hasta haber vaciado todo mi semen en su interior.
Caímos exhaustos, bañados en sudor y nos quedamos dormidos. No nos importó el destino de nuestro invitado y si había escuchado o no.
Ana y yo despertamos a las 9 de la mañana con los rayos de sol que se filtraban por la cortina de nuestra ventana. No teníamos idea de la hora a la que caímos dormidos.
– Buenos días princesa cogelona – le dije con una sonrisa. La verdad es que estaba encantadora: desnuda, despeinada, no se había desmaquillado, adormilada y desorientada. Cuando uno ama a su mujer, siempre se enamora de ella sin importar cuán arreglada esté.
– Buenos días mi vida – me besó – ay ahora sí te la volaste, me dejaste en coma.
– ¿Me la volé? – reí – si la que me excitó y lo provocó todo fuiste tu.
– Ya ni me digas, anoche fue una locura – bostezó – tengo hambre, ¿y Fernando?
– Yo también tengo hambre, hay que arreglarnos y bajar. Sobre Fernando no tengo idea, ayer también me quedé dormido.
– ¿Cómo te sientes respecto a ayer, no tienes celos?
– Para nada, verte fajártelo me puso bien caliente. Creo que hay suficiente confianza con él y eso me deja tranquilo hasta para que te lo folles, como dices.
– Pensé que eso lo había dicho soñando – hizo una pausa – ¿si te gustaría que el trío fuera con él?
– Pues creo que sí. Es de mucha confianza, bien parecido y no me provoca asco. Se ha comportado como un caballero y he visto sus erecciones queriendo salir de su pantalón, creo que está bien dotado el muchacho.
– La verdad sí, además ya sabe besar y acariciar y creo que es virgen, así que será bueno que aprenda con nosotros jajaja.
– Jajaja si, ha de ser virgen el pobre. Solo unos detalles: ¿qué le decimos sobre lo de ayer?, ¿le quieres proponer el trío directamente o seducirlo como ayer? y ¿no te va a incomodar su pene? Probablemente no lo tenga circuncidado como yo y nunca has estado con nadie más que conmigo.
– Pues sobre qué le decimos hay que explicarle que somos una pareja un poco liberal, que no tiene problema con besar y fajar con otras personas siempre que el otro esté presente, que es parte de nuestros juegos sexuales.
– Ajá.
– Sobre contarle preferiría que no. Ayer fue muy rico y todo salió improvisado, preferiría guiarlo como un corderito al matadero jajajaja – mi mujer era más perversa de lo que imaginaba – Y sobre su pene con pellejo creo que no tendré problema. Prefiero los penes circuncidados pero en el porno hay algunos que no lo son y se ven lindos, en todo caso, si no me gusta no haremos nada y esto nos servirá como experiencia.
– Me parece perfecto mi amor, entonces hay que vestirnos al menos y bajar a desayunar.
Ambos nos pusimos pijama, pues arreglarnos bien implicaba más tiempo y ya teníamos hambre. Yo usaba un pants muy cómodo y una playera holgada. Ana se puso la puti-pijama que había traído: un short que apenas y le cubría el culo y una blusa blanca con tirantes que dejaba sus hombros descubiertos y que apenas y le cubría las tetas, que luchaban por salir. No usó brasier de modo que sus pezones quedaban, de nuevo, marcados a través de la ropa. Era evidente que quería provocar al pobre chico.
Cuando bajamos las escaleras descubrimos que Fernando ya estaba desayunando cereal con leche que compramos el día anterior, pero muy amablemente había preparado café para nosotros. Ana bajó primero.
– Buenos días, guapo – lo saludó con entusiasmo y una sonrisa adorable.
– Buenos días – la cara de Fernando era hilarante. Tenía los ojos muy abiertos y su expresión era mitad asombro mitad miedo, como quien no está seguro de si va a ser liquidado por una pareja de locos o solo están jugando con él.
– Qué cara tienes, Fernando – le dije – tranquilo, no mordemos.
– Amor, no lo molestes – me corrigió Ana – seguro no sabe cómo procesar lo de ayer.
Nos sentamos junto a él, Ana a su izquierda y yo a su derecha.
– Ya, perdón Fernando – puse mi mano sobre su hombro – no tienes nada que temer.
– No es eso, lo que pasa es que…
– Tranquilo – Ana lo interrumpió y puso su mano sobre la de Fernando – déjanos explicarte lo que ayer pasó. Cada pareja, después de algunos años, desarrolla sus propias dinámicas y juegos sexuales, que varían de pareja en pareja y en ocasiones no son muy convencionales. A Marco y a mí nos gusta, ¿cómo definirlo amor?
– Podría decirse que nos gusta un poco el ser observados – continué – y escuchados. También podríamos definirnos como una pareja un poco liberal que encuentra placer sexual en besar y tocar a otras personas, siempre que estemos juntos, sea espontáneo y sea consentido.
– Lo que ayer pasó fue eso. A mí se me sube muy rápido el alcohol y me pongo un poco cachonda. No fue planeado, pero fue consentido y parte de nuestras prácticas sexuales – continuó Ana.
– Entonces… ¿no estás enojado conmigo, Marco? – preguntó Fernando al tiempo que me miraba con cierto asombro y temor.
– ¡No hombre! – le di una palmada en el hombro – eres un gran chico, muy atractivo y confiamos mucho en ti. Piensa que, si antes tenías dos amigos, ahora tienes dos amigos especiales que te incluyen en ciertos jugueteos sexuales y de los que aprenderás algunas cosas.
– Entonces… ¿lo que pasó ayer se puede repetir? – se dibujó una sonrisa tímida en el rostro de Fernando, mientras volteaba a ver a Ana y sus gloriosas tetas que había evitado mirar.
– Siempre que te portes bien – Ana le devolvió la sonrisa con aire seductor – y hay ciertas condiciones que debes aceptar.
– ¿Cuáles?
– En primera debe ser sí y solo sí Ana te incluye o te da entrada, si ella dice no, es no – le respondí – la segunda, no se lo puedes contar a nadie, por no mencionar a tu madre o a la familia y mucho menos a tus amigos.
– No, eso no será un problema, en verdad me quedé sin amigos después de que mi exnovia rompiera conmigo. Nadie sabrá de esto – Fernando iba entendiendo.
– La tercera es que debes tomar el rol – continuó Ana – que te estamos otorgando. No eres ni mi novio ni mi pareja, ese lugar solo lo ocupa Marco, así que, si yo inicio con toqueteos y tú los respondes, que sean en la misma intensidad y frecuencia que los míos. No seas avorazado, no me busques si no lo hago yo, no trates de hacer cosas si Marco no está ni me hagas sentir incómoda, espero entiendas este punto.
– Si, lo entiendo, no me propasaré – respondió él.
– Y la última y más importante – continué yo – la discreción. Si estamos jugando en un lugar público debes hacerlo cuando nadie nos vea. Si estamos en una reunión familiar ni una mirada puedes hacer. No puedes grabar ni tomar fotos. Debes mantener esto en absoluto secreto y nadie puede darse cuenta de lo que pasa.
– Recuerda que, quien come callado, come dos veces – Ana puso su mano en el pecho de él, para suavizar el tono que use que podía sonar algo severo, pero fue necesario.
– Si, está bien – respondió Fernando mientras trataba de asimilar todo.
– Buen chico – Ana le dio un beso en los labios que duró dos segundos – ahora vamos a desayunar.
Durante el desayuno Fernando, de manera disimulada pero constante, no le quitaba los ojos al cuerpo de Ana, que no llevaba ropa interior. Se notaba que estaba feliz por lo que se le había concedido.
Decidimos que sería buena idea ir a almorzar a la plaza y conocer las haciendas que se encontraban en el pueblo, así que subimos a bañarnos y a arreglarnos. Nuestro invitado fue el primero en ocupar el baño y después nosotros. A decir verdad, no hicimos el amor en la regadera, queríamos reservarnos para lo que vendría después. Al cabo de una hora, salimos.
La mañana se había puesto calurosa y el conjunto de Ana era para la ocasión: llevaba un short de mezclilla corto y apretado que hacía lucir sus bonitas piernas y resaltaba su esponjoso culito; una blusa blanca, holgada, de mangas cortas, cuyo escote, que ya resaltaba sus bien formados senos, terminaba en cordón entretejido en medio de su pecho, a modo de agujetas, que revelaba el centro de su pecho y su brasier rojo. Su cabello amarrado en una coleta levantada hacía lucir su fino cuello y sus tenis blancos le daban un aire juvenil.
Parecía que Fernando y yo nos habíamos puesto de acuerdo: ambos usamos short de mezclilla y camisetas tipo polo con tenis cómodos para caminar. Sólo discrepábamos en los colores.
Llegamos a la misma fondita, que el día anterior nos cautivó con un manjar de comida mexicana. Durante el almuerzo se notaba que la confianza de Fernando aumentaba, ya que no simulaba sus miradas al escote de mi mujer. Tampoco eran irrespetuosas o lascivas, su cara era la de un niño viendo una tienda de juguetes en un centro comercial. Ana tampoco mostraba incomodidad, todo lo contrario, en ocasiones bromeaba con él:
– ¿Disfrutas la vista, Fernando? – le decía cuando las miradas eran más que evidentes.
– Eh… a decir verdad, sí – respondía sonriendo sin evitar ponerse rojo de nuevo.
Terminamos de almorzar y fuimos a la hacienda que databa de la época colonial y que ahora se usaba como centro para eventos privados pero que permitía el ingreso al público, al ser patrimonio histórico del lugar. Afortunadamente, apenas y había gente recorriéndola, salvo un par de familias de turistas.
Recorrimos el sitio, disfrutando de la caminata. Fernando y yo disfrutábamos de la vista que Ana nos daba y ella gozaba de nuestras miradas, así como de los besos y arrimones que yo le daba. Cuando eso ocurría, Fernando se quedaba mirándonos cual perrito que ve comer jamón a su dueño y espera un pedazo. Ana no le negaba los besos, cuando no había gente que los pudiera ver, y un par de arrimones. De tanto erotismo ambos sufríamos de una fuerte erección que Ana mantenía viva con roces, toqueteos y besos apasionados.
Al cabo de una hora recorrimos todo el lugar y, como aún era temprano, fuimos a la otra hacienda del lugar que, más que hacienda era en épocas virreinales un ingenio azucarero y ahora era propiedad de una cadena hotelera.
En este segundo recorrido las cosas fueron más atrevidas. Ahora le dábamos nalgadas a Ana en cada oportunidad. Si el sitio se prestaba, ya no eran besos apasionados sino fajes y manoseos descarados y todo lo estábamos documentando con mi celular: fotos y videos de nuestros encuentros y los de Ana con Fernando se acumularon en mi galería, además de selfies inocentes y fotos que podíamos subir a redes sociales. Para ese punto, creo que ninguno de los tres aguantaba más las ganas así que decidimos regresar a la casa y ver qué pasaba.
Era la 1 de la tarde y, previniendo que nos daría hambre en unas horas pero que probablemente no tendríamos ganas de salir, compramos en el mercado local algunas cosas para cocinar, además de una botella de whisky, la bebida favorita de Ana. En el camino de regreso Ana me pidió parar en una farmacia grande.
– ¿Qué vas a comprar, mi amor? – le pregunté.
– Unas cosas, ahorita vengo.
Al regresar, traía consigo una bolsa negra, de modo que la duda continuó.
Llegando a la casa, la tarde seguía siendo bastante disfrutable, pues algunas nubes espontáneas daban tregua a los rayos del sol. Nos sentamos en la sala los tres y Ana preguntó:
– ¿Quieren entrar al agua?
– Qué buena idea – contestó Fernando. Parecía que ver a Ana en poca ropa lo entusiasmaba mucho.
– Pues vamos a cambiarnos entonces – finalicé yo.
Ana y yo subimos a cambiarnos y ponernos nuestros trajes de baño. Mientras nos cambiábamos le comenté a Ana lo siguiente:
– Recuerda que no podemos hacer gran cosa en la piscina. Si nos ven, además del escándalo que se arma, estos vecinos mandan a vaciar el agua, lavar y volver a llenar y el costo nos lo pasan a nosotros, como a aquellos vecinos les pasó hace algunos años.
– Ya lo sé, soy muy cuidadosa – dijo mientras terminaba de colocarse su bikini negro.
– Por cierto, ¿qué compraste en la farmacia?
– Ah – se echó a reír – esto.
Y sacó un paquete de condones, unas tijeras pequeñas y unos rastrillos para hombre. Era evidente lo que pasaría.
– Supongo que el trío se hará hoy, traviesa – no pude contener mi erección que Ana notó en seguida.
– Hoy o mañana, no hay prisa – ella se arrodilló frente a mí, sacó mi miembro y comenzó a succionarlo – veremos qué pasa.
La mamada fue interrumpida por Fernando, quien bajó las escaleras avisándonos que ya se metería.
– ¡Espera! – le gritó Ana – tu bloqueador solar, torpe.
Se notaba que se lo quería coger, pero también lo quería cautivar.
Lo alcanzamos en la sala y el pobre chico quedó deslumbrado por la vista que Ana daba. Mi short de nadar seguía levantado y el de nuestro invitado no tardó en hacer lo mismo. Ella tomó el bloqueador y me lo aplicó primero sin dejarme intervenir en el proceso.
– Ahora vas tú, Fernando – se giró hacia él cuando terminó conmigo – ven.
Y le untó el bloqueador por todo su torso, brazos, cuello y cara. No lo hacía de manera mecánica, cada movimiento sobre su piel era una caricia que era respondida por la piel de ambos erizándose, cada mirada podía ser interpretada como “Hoy te toca”. El traje de Fernando era ya una carpa de circo y Ana lo notó:
– Tranquilo, muchacho, solo te estoy poniendo crema, no quiero que te vayas a venir ahora como ayer – le dijo y pasó su mano por sobre su short a la altura de su abultado miembro. Fernando se estremeció, cerró los ojos y se llevó la mano a la boca, sin embargo, se repuso en seguida.
– Lo mismo puedo decir de ti – y llevó sus pulgares al sujetador de Ana, sobre sus pezones que, para entonces, estaban duros y se marcaban debajo de la tela.
Los tres nos echamos a reír para matar un poco la tensión, que no hizo más que aumentar después.
– Bueno, ahora te toca ponerte bloqueador, mi vida – le dije a Ana una vez que las risas cesaron – pásame la botella. Coloqué un poco de crema sobre mi mano – Fernando, extiende tu mano – lo hizo y puse la misma cantidad en la suya – ayúdame a ponerle crema, tu abajo y yo arriba.
Fernando se puso de rodillas frente a ella y comenzó a untar de abajo hacia arriba con movimientos suaves, el muchacho estaba aprendiendo bien el arte de la seducción. Yo me coloqué atrás de Ana y comencé a untarle sobre su espalda y hombros. Mi mujer contenía la respiración con los ojos cerrados, pero era evidente que la excitación la hacía temblar y tener escalofríos y no era para menos: había cuatro manos acariciándola con mucha suavidad y cada par se acercaba más y más a sus zonas erógenas
Fernando subía sobre sus piernas. Su vista debía ser espectacular porque frente a su cara tenía la tanga de Ana que dejaba ver sus bien depiladas ingles. Cuando llegó a su cadera yo ya había colocado crema sobre su espalda, hombros y brazos, se notaba que se tomaba su tiempo para disfrutarlo. Al terminar, Fernando preguntó:
– Ana, ¿podrías girarte?
La mirada de Ana lo decía todo: moría de placer. Sin decir nada dio la media vuelta y ahora yo la tenía de frente y Fernando había cambiado de vista a una mejor: su delicioso y enorme culo, apenas cubierto por un pequeño hilo de la tanga, estaba frente a su cara.
Mientras él frotaba crema en sus nalgas yo lo hacía sobre su cara, abdomen y sus pechos. La respiración de Ana se hacía cada vez más irregular por el placer. De reojo, podía ver que Fernando había dejado de untar crema y ahora masajeaba y jugaba tan suculento manjar, le daba pellizcos y posaba su cara sobre el culo de mi mujer mientras sostenía su cadera con sus manos. Ana tenía una mano metida en el cabello de Fernando, obligándolo a no despegar su cara de sus nalgas, y la otra mano la tenía sobre mi pene, que acariciaba a través de la tela. Metí las manos en su sujetador y jugué con sus pezones mientras le daba un profundo y largo beso.
Tras unos minutos así, de súbito, Ana se apartó de ambos, gemía y trataba de controlar su respiración. De no ser porque se sostenía de la esquina de un sillón se habría desvanecido. Estaba sudando por completo, tenía los ojos cerrados, sus piernas temblaban al igual que todo su cuerpo. Después de unos segundos, sin voltear a vernos, dijo con mucha dificultad:
– Fernando entra al agua por favor, en unos minutos te alcanzamos.
– Mi vida, ¿estás bien? – le pregunté conteniendo mi risa.
– Si, mi amor, estoy bien. Ve Fernando, danos unos minutos.
Fernando se levantó y me miró preocupado. Pobre chico, se nota que nunca había visto el más leve orgasmo femenino. Le hice una seña de que todo estaba bien y se fue.
Después de unos segundos, Ana se sentó en uno de los sillones y yo junto a ella, sosteniendo sus manos, que sudaban.
– ¿Te gustó? – le pregunté cuando volvió a abrir los ojos – ese chico está mejorando mucho.
– No mames me acaban de provocar un orgasmo. Ese Fernando ni si quiera alcanzó a tocar mi ano o vagina y mira lo que pasó.
– Cuando por fin te demos los dos juntos te vas a volver loca – le dije entre risas – si ahorita ve cómo te pones, no imagino cuando hagamos el trío.
– Yo tampoco quiero imaginarlo, quiero hacer el trío hoy – ya no lo quería, lo necesitaba. Su hambre de verga la consumía, pobre de mi mujer.
– Bueno, hoy lo hacemos entonces. ¿Quieres que le diga a Fernando?
– No, quiero seducirlo.
Cuando Ana se repuso nos dimos un beso, nos levantamos y caminamos a la piscina. En ella estaba Fernando nadando de extremo a extremo, cuando nos vio acercarnos detuvo su nado con una sonrisa ya cada vez más pícara preguntó:
– ¿A mano?
– ¿Cómo? – respondió Ana, desconcertada.
– Si, que si estamos a mano. Tu ayer me provocaste un orgasmo sin avisarme y ahora Marco y yo hicimos lo mismo. ¿Estamos a mano?, ¿no? – Fernando no paraba de verle el cuerpo, se la estaba comiendo con la mirada.
– ¡Ah, tramposo! – dijo Ana indignada – bueno, el que se lleva se aguanta, ¿eh?
Y nos metimos al agua. Tratamos de controlarnos para evitar un escándalo vecinal pero los juegos eran cada vez más y más atrevidos.
En el típico Marco Polo, si Ana nos atrapaba, nos trataba de sujetar por la cadera y buscaba nuestras pollas sin recato, aunque fuese sobre el traje de baño. Al poder llegar a ellas decía entre risas “¡Qué tengo aquí!”, “¿Y este tiburón?” y cosas como esas. Quien la atrapara a ella aprovechaba para manosear su culo o sus tetas y decía a su vez “¡Qué buenos flotadores!”, “¡Con razón no te hundes!”, etc.
Jugamos luchitas acuáticas y sus tetas y culo eran el blanco preferido del que tratara de derribarla. Una vez sumergida, ella se abalanzaba sobre nuestros miembros y los apretaba en represalia por haberla hecho caer al agua. Sobra decir que nadie lograba completar el trayecto.
En uno de tantos derribos Ana perdió el sujetador de su bikini. Al parecer se dio cuenta de inmediato porque emergió cubriendo sus pezones con las yemas de dos de sus dedos, pero dejaba la aureola al descubierto.
– Creo que mi sujetador se desamarró. Fernando, querido, ¿lo puedes buscar? – dijo mientras hacía su carita y voz de puta.
– Por mí quédate así, pero bueno – y nadó en su búsqueda. Tardó no más de 15 segundos en hallarlo.
– Gracias, ahora voltéate, anda.
Fernando se giró y Ana se colocó de nuevo el sujetador. Yo estaba mirando a todas las casas para ver si alguien observaba, pero, al parecer, no había nadie en toda la unidad habitacional.
– Listo, ya puedes voltear – Fernando se giró y Ana se acercó a él – otro favor, guapo. Danos un momento a solas, así que ve a bañarte y a ponerte guapo, nosotros en un momento haremos lo mismo porque quiero que salgamos por la noche – y en ese momento le rodeó el cuello con sus brazos y le dio un profundo beso.
– Está bien, me apuro – y de un brinco salió del agua, se puso su toalla y se dirigió hacia adentro.
– No sabía que querías salir por la noche – le dije.
– No quiero salir, muero de ganas, quiero hacer el trío ya – me dio el mismo beso, con la diferencia que metió su mano en mi traje y acarició a mi miembro – tu sígueme la corriente. Vamos a ponernos guapos y cuando nos espere en la sala sacaré la baraja, los hielos, la botella y entraremos en calor y en confianza de nuevo.
Mi mujer, que antes era admirada por todos por la rectitud de su actuar, ahora era una zorra hecha y derecha y yo estaba sumamente orgulloso de ello.
Cuando el baño estuvo por fin libre, entramos a bañarnos. Yo no podía con la emoción, había fantaseado con esto muchos años. Bajo el agua caliente que nos quitaba el cloro de la piscina, tomé a mi mujer varias veces por la espalda y le hacía el amor. Ella me detenía, diciéndome que tuviera paciencia.
Ya en nuestra recámara, mientras nos vestíamos y peinábamos, me surgió la curiosidad:
– Mi amor, ¿dónde te gustaría que te acabáramos? – le pregunté.
– Pues, fíjate que no había pensado en eso. Siempre en el porno a la mujer le terminan en la boca, en la cara, alguna parte de su cuerpo o dentro de él. Todas me gustarían.
– Entonces, ¿dónde caiga?
– Si.
Fernando acabó de arreglarse antes que nosotros y bajó a la sala. Unos minutos después, nosotros estábamos listos. Yo me había puesto una camisa azul de algodón que traje, pensando usarla en la foto oficial de nuestras vacaciones; pantalón de mezclilla negro y zapatos y Ana estaba, de nuevo, espectacular. Se había puesto de nuevo esos zapatos abiertos con plataforma; una falda blanca que apenas y le cubría las nalgas y que, si se movía mucho, dejaba ver el calzón cachetero rojo; una blusa de malla negra bastante transparente y que la hacía lucir su bello brasier rojo que realzaba su busto; un collar que rodeaba su cuello con una cinta negra y el cabello cepillado y suelto sobre su espalda. En su bolso metió los condones, lubricante, un spray que le relajaba la mandíbula, el juego de cartas, un paquete de toallas húmedas y uno de clínex. Estaba más que decidida a jugar con dos penes esa noche.
Al bajar vimos a Fernando impaciente en la sala, viendo su celular y la verdad se había arreglado muy bien el muchacho. No tenía camisa de manga larga como yo, pero si su playera polo gris que hacía juego con su pantalón de mezclilla y calzado limpio. Vio a Ana y, sin recato, la chuleó:
– Estás increíblemente sexy, Ana.
– Muchas gracias, querido. Veo que también tú te has esmerado – le dijo mientras yo iba a la cocina a buscar hielos, vasos y licor.
– Bien pues, ¿a dónde vamos? – preguntó impaciente.
– Tendremos que ir al comedor – escuché que le respondió – Marco acaba de buscar y lugar al que siempre vamos a bailar cerró hace un año.
– Ah… entonces, ¿bailaremos aquí? – su tono delataba su entusiasmo.
– No, querido. Vamos a hacer otra cosa: jugar baraja y echarnos unos tragos, ¿qué dices? – vi que lo llevaba del brazo a la mesa. Yo tenía todo listo ya.
– Le entro y en eso no me van a ganar, si algo sé es jugar cartas en todos sus estilos.
Pusimos música y comenzamos. A decir verdad, soy mejor jugador que Ana, pero ella siempre tiene más suerte que yo al obtener cartas y ni así éramos rivales para Fernando. Al principio apostábamos monedas: 5 pesos, 10 pesos y, cuando el poco cambio que llevábamos encima se agotó, cambiamos a retos.
Los primeros fueron algo inocentes: besos, arrimones y manoseos. Sin embargo, conforme tomábamos comenzaron a ser más fuertes hasta llegar al inevitable: quien pierda se quita una prenda.
El primero en sufrir fui yo, que tuve que despojarme de mi camisa. La segunda fue Ana, que de manera tramposa solo se quitó los zapatos y el tercero (sospecho que perdió a propósito) fue nuestro invitado, que se despojó de la camisa también.
Siguiente ronda, Ana se quitó su falda, deleitándonos con un baile sexy al ritmo de la música mientras la falda caía al suelo. No pude contener y cuando el baile terminó y ella se encontraba de espaldas le di una nalgada con la fuerza justa para hacer brincar su glorioso trasero. Los tres estábamos ansiosos de seguir jugando y apostando.
En la ronda siguiente Fernando volvió a perder y tuvo que ceder su calzado. Yo perdí las dos siguientes rondas y me quedé sin calzado y sin pantalón. Fernando me siguió, perdiendo también su pantalón. Parecía que él era quien llevaba el ritmo del juego, pues a la siguiente ronda Ana quedó al último y se despojó de su blusa, quedando en ropa interior.
La última ronda estaba sumamente reñida, pero al final Fernando y yo prevalecimos, pues el alcohol mermaba la capacidad de Ana y tuvo que perder una prenda. Sin pena se levantó y se desabrochó el brasier, dejándolo caer al suelo. Sus tetas estaban por fin libres.
Fernando y yo estábamos babeando, hipnotizados ante el panorama que mi mujer nos daba: sus tetas de excelente tamaño y pezones grandes y morenos estaban bañadas por un ligero rocío de sudor que el alcohol le producía.
– Ahora sí – dijo ella mientras se sentaba – con estas – las tomó y apretujó entre sus manos – haré que pierdan. No se van a concentrar.
Siguiente ronda y yo, que por mi tamaño resisto mejor las bebidas alcohólicas, les gané a ambos y Ana quedó peor posicionada. Se disponía a quitarse su calzón cuando la detuve:
– No, tu castigo es otro.
– ¿Ah sí?, ¿cuál? – preguntó en tono desafiante.
– Lo llevas torturando ya mucho tiempo y veo su cara – señalé a Fernando – deja que las pruebe. Tu castigo es ponerle a nuestro amigo las chichis en la cara y dejar que las coma.
– En…. ¿en serio? – Fernando no esperaba eso y su cara lo decía todo.
– Pues no se diga más – Ana terminó su trago – Fernando gira tu silla.
Ana se acercó a él y nuestro amigo hundió su cara en esas magníficas tetas. Yo ya sabía lo que se venía y no tuve ningún recato en sacarme el pene y comenzar a entretenerlo.
Fernando estaba disfrutando el manjar de mi mujer. Las besaba, lamía y estrujaba. Jugaba con los pezones, los succionaba, trataba de meterse lo más que podía a la boca y mordisqueaba. Cada que salía de ese mar para tomar aire exclamaba “¡Ay no mames que rico!”, “¡qué pinche delicia!”, “están deliciosas” y etc.
Ana suspiraba de la excitación y me volteaba a ver con su cara de complicidad. Me vio gozando el espectáculo así que elevó las cosas de nivel. Bajó su mano derecha, que tenía ocupada acariciando la espalda de Fernando, la introdujo en el bóxer de nuestro amigo y comenzó a masturbarlo.
– ¡Ay que rico! – gritó Fernando.
– Ey, tranquilo guapo no quiero que te vengas tan rápido, apenas estamos iniciando.
– Es que no mames – dijo Fernando al tiempo que juntaba las tetas de Ana para tener ambos pezones al alcance de la boca – nunca me habían masturbado.
– ¿Tu exnovia nunca te acarició? – Ana detuvo la mano, pero no la quitó del lugar.
– No, nunca.
– ¡Qué barbaridad! – me volteó a ver de nuevo – todo eso lo vamos a solucionar. A ver, ponte de pie. – y metió su pene en su bóxer de nuevo.
Fernando obedeció, aunque no quitó las manos de sus tetas. Ana estiró la mano y tomó uno de los cojines del sillón y lo puso frente a él. Le dio un largo y profundo beso y acto seguido se hincó frente a él. Sacó su polla del bóxer y la tomó con su mano. Era de un buen tamaño, algo más pequeña que la mía, pero no le faltaba nada. Lo que le faltaba en longitud lo compensaba en grosor, gracias a que no estaba circuncidada como la mía. Estaba durísima, algo peluda y chorreaba líquido preseminal, pero a Ana le agradaba, a pesar de su prepucio.
– Esto que te voy a hacer, querido – comenzó a masturbarlo lentamente – es una mamada. Debes ser fuerte y no venirte – acercó su boca a él, descubrió su cabeza y lo miró a los ojos – no se vale cerrar los ojos o mirar a otro lugar, ¿eh?
Ana introdujo el pene de Fernando, que estaba a punto de explotar, en su boca.
– Ahhh – suspiró – no es posible, ¡qué rico! – el pobre estaba completamente rojo y sudando de la emoción.
Comenzó a masajearlo con los labios, lo metía y lo sacaba, lo metía y lo sacaba. Con su mano derecha la sujetaba y con la izquierda acariciaba sus bolas.
– ¿Te gusta? – se lo sacó de la boca por un momento sin dejar de jalársela.
– Me encanta no mames, ¡síguele! – dijo Fernando eufórico.
– Pero no estás poniendo de tu parte, tesoro. Mira – me hizo seña con su dedo para que me acercara – se la voy a chupar a Marco y mira lo que él hace, pon atención porque ahorita lo harás tú.
Me acerqué a donde ellos estaban, completamente desnudo. Ahora Ana estaba hincada frente a ambos, con dos penes frente a su cara para ella solita. Con sus tetas al aire, su cabello suelto y ese collar de listón negro se veía como una auténtica puta, cinta negra en sexo oral.
Mi pene circuncidado y bolas perfectamente rasuradas estaban relucientes. Apenas y le cabía y aun así Ana se la metió a la boca y comenzó a hacerme sexo oral. Yo le acariciaba el cabello, quitaba de su rostro el que le incomodara, le tocaba y jugueteaba con sus tetas y acariciaba sus hombros. Cuando lo lamía, tomaba mi pene y golpeaba con él su lengua. Después de succionar mis testículos y sacarme un gemido se volteó de nuevo hacia él.
– ¿Pusiste atención? – tomó ambos penes con las manos y comenzó a masturbarlos lentamente.
– Si, sí.
– A ver si es cierto – y la mamada se reanudó, con una diferencia. Ana no quitaba su mano de mi pene.
Ahora Fernando hacía exactamente lo que yo había hecho. Después de un rato, dejó de atenderlo a él y regresó a mí.
– ¿Esto te gusta, mi amor? – me preguntó con su voz de puta – ¿es lo que querías?
– No mames me encanta, mi vida – le respondí – eres una putita consumada.
Ana soltó una risa y, después de atenderme como es debido, regresó a Fernando. Se metió sus bolas en la boca y el pobre no podía mantener la compostura. Ana al notarlo aumentó el ritmo. Ya no eran mamadas suaves, ahora eran fuertes y sonoras. Mientras yo golpeaba la frente y ojos de mi amada con mi pene.
– ¡Con calma por favor, ahhh! – dijo Fernando, quien parecía querer quitarse a mi mujer de su pene – es mi primera vez, esto es mucho para mí.
– Pues tienes que resistir, guapo – Ana regresó a mi pene – esto no es solo un trío, te estamos enseñando a coger – y volvió a jugar con su lengua en mi glande, sin dejar de masturbarlo. Para variar un poco y que el pobre no se viniera, traté de iniciar un poco de conversación.
– Ahora que las has probado ambas, ¿qué tipo de polla prefieres, circuncidada o con cuerito?
– Pues ambas están deliciosas, aunque – se tomó una pausa para escupir sobre mi pene y meterlo hasta donde le fue posible, casi lo hace desaparecer. Al sacarlo hizo un sonoro chup – no he jugado con su pellejo, déjame probar.
Dejó mi pene y regresó al de él. Hizo su prepucio hacia atrás y jugó con su cabeza. Lo hizo hacia adelante y jugó con su prepucio: mordiscos y pasaba su lengua por la parte interior y exterior.
– Ahhh no hagas eso, ¡no puedo! – dijo Fernando al tiempo que trataba de sacársela de encima. Fatal error, eso solo la provocó más.
Los movimientos de mi mujer aumentaron, al tiempo que se metía su palpitante polla hasta hacerla desaparecer. Ahora la succionaba con fuerza.
– ¡Para, para! – suplicó él – siento que me voy a venir, no sigas.
– No te puedes venir aún – Ana escupió sobre su polla y la volvió a meter en su boca.
– ¡No, en serio!, ¡Ahhh ahí viene! – gimió Fernando y Ana se hizo para atrás.
– ¡Cómetelo, bebé! – tomé del cabello a mi mujer y la empujé hacia el pene de nuevo – que no se desperdicie su primera chupada.
– Ah ahhhh – obediente mi Ana mantuvo el glande de Fernando dentro de sus labios sin parar de succionarlo y sin apartar sus ojos de los míos. Él explotó. Ni una gota se desperdició, todo quedó dentro de la boquita de mi esposa. Fernando apenas y logró llegar al sillón para sentarse y yo corrí por mi celular.
– Espera, espera. No te los tragues – le dije mientras lo desbloqueaba – quiero tener un recuerdo de la primera vez que mi mujer me hizo cornudo. A ver, abre la boquita mi cielo.
Ella, aún hincada, abrió la boca y el semen, mezclado a su saliva, seguía en su lengua. Era un chingo, parecía que Fernando nunca se había venido y esta era su primera vez. Las fotos fueron maravillosas, después Ana tragó.
– ¿Te gustó su lechita? – le pregunté.
– Si – se relamió los labios – tiene un sabor dulce.
– Esa es mi zorrita – le di un golpecito en la frente con mi pene. Ambos nos dedicamos una sonrisa de complicidad.
– ¿Qué pasó, amigo? – dijo Ana al tiempo que se puso de pie. Su piel brillaba de sudor y sus labios estaban hinchados. Verla era una maravilla.
– Ahora sí se la volaron – dijo Fernando mientras trataba de controlar su respiración.
– La mama bien pinche rico, ¿verdad? – le pregunté orgulloso a nuestro, ahora, íntimo amigo.
– Es una experta – Fernando se pasaba las manos por la cara, no creía lo que había pasado.
Su imagen resultaba cómica. Estaba sudado y desnudo sobre el sillón. Su pene, flácido y empapado chorreaba gotitas de semen que llegaban al sillón.
– Bien, pero yo aún tengo ganas de verga – Ana tomó una botella de agua de la cocina y bebió un trago para enjuagarse el semen de la boca.
– Pues vamos arriba – le di una nalgada – Fernando, ¿nos acompañas?
– ¿Cómo? – estaba perplejo.
– Si, que si nos acompañas. La clase no ha acabado – Ana comenzaba a masturbarme – si se te vuelve a parar, te nos unes y enseñamos a coger. Si no, la clase será solo teórica y no práctica.
– Pero yo nunca he…
– Eso ya lo sé – Ana se le acercó y volvió a arrodillarse frente a él. Tomó su pene entre sus manos y con cariño y delicadeza, volvió a darle una chupada. Fernando se estremeció – no pasa nada si no duras lo que quisieras, es tu primera vez. Ojalá alguien nos hubiera enseñado a Marco y a mí cuando lo hicimos la primera vez como a ti te vamos a enseñar.
– Está bien, pero no venía preparado para esto y…
– Tranquilo – Ana le dio otra chupada – nosotros si venimos preparados. Nos vamos adelantando mientras tu subes mi bolso, los celulares y la botella de agua, ¿sale?
– Ok.
Ana se levantó y me dio un beso. Su boca sabía a pene y a semen.
– Vamos, mi vida – tomó mi pene y me guio por las escaleras, como si fuera una tercera mano. Mi corazón estaba latiendo muy fuerte de la emoción. Fernando nos seguía a unos pasos.
Entramos a la recámara y me volvió a besar, muy suave y apasionadamente. Tras nosotros llegó Fernando y puso las cosas en el tocador que había junto a la gran cama matrimonial y se quedó sentado en el borde, mirándonos. Ana y yo seguíamos unidos en un largo y delicioso beso y, para que se animara, con mi mano le hice señas de que se nos uniera.
Se puso atrás de ella y le besó el cuello, los brazos, la espalda. Sentí como con cada beso, un escalofrío recorría el cuerpo de Ana. Después de unos minutos ella se volteó, lo beso y yo hice lo propio: besar su cuello y espalda. Hasta el momento Ana sólo había besado a una persona a la vez, no a dos y su piel erizada era prueba de que lo estaba disfrutando.
Pero esto, además de nuestro primer trío, era una clase para nuestro amigo, así que tomé la iniciativa: con delicadeza tomé a mi mujer por la cintura, la separé de los labios de Fernando y la recosté sobre la cama.
– Ahora pon atención, Fernando – le dije – siempre hay que comerse a una mujer antes que cualquier cosa. Acércate, ponte del otro lado – yo estaba a la izquierda de Ana y él a su derecha – hay que comernos sus tetas, los pezones tienen muchas terminaciones nerviosas, cómete esa y yo la de este lado.
Y mamamos ambos de sus tetas. Ana se retorcía de placer y gemía. Nos acariciaba a ambos. Después de unos minutos, bajé a su abdomen para dar paso a su vagina que aún era cubierta por su calzón rojo. Mientras mi compañero disfrutaba del manjar de sus senos, le quité la última prenda a mi mujer. Me arrodillé al borde de la cama, puse sus piernas sobre mis hombros y acerqué mi boca a sus labios. La vista era espectacular. Frente a mí tenía la vagina de mi mujer, sin un solo vello, que chorreaba su lubricante de excitación y podía ver sus senos siendo agasajados por nuestro amigo.
Comencé con besos sobre sus labios exteriores, pero no pude resistir más y usé mi lengua para masajear su clítoris, que estaba increíblemente duro. Sobre él ejercía presión, hacía círculos y lo succionaba. Cuando introduje mi lengua dentro de su vagina, Ana comenzó a gemir.
– Aaayyy si, mi amor así, ¡que rico! – se retorcía – Fernando cómeme las tetas, justo así, no pares…
Yo no me cansaba de beber de su néctar ni Fernando de mamar de sus tetas. Al cabo de unos minutos, interrumpí mi labor, pues esto también era una clase.
– Ven Fernando – hice a un lado mi cabeza y mantuve sus piernas abiertas – acércate – se arrodilló junto a mí – estoy seguro de que solo las has visto en el porno, así que te presento una vagina real, ¿no es magnífica?
– Está preciosa, ¿puedo tocar?
– Desde luego, pero antes una breve instrucción. Estos son los labios exteriores, que son muy sensibles – abrí la vagina de mi mujer – estos son los interiores, que son aún más sensibles – los acaricié con las yemas de mis dedos, Ana soltó un gemido – esta es la vagina – metí dos de mis dedos – y este es el clítoris – le levanté la capucha y puse mi dedo índice son suavidad sobre él, Ana volvió a gemir.
– Que rico – Fernando metió mano y acarició todo – ¿cómo se estimula todo esto?
– Ah pues depende la situación y la mujer. Hoy es tu día de suerte, te vas a bajar al pozo por primera vez.
– Espero no hacerlo mal jeje.
– Tranquilo. Dale besos, succiona con suavidad, pasea tu lengua por todos lados y estimula más donde sientas que Ana lo disfruta más y presta especial atención al clítoris. Algo que siempre me funciona es tratar de hacer las letras del abecedario con la punta de mi lengua sobre él. Inténtalo y diviértete.
Fernando no tardó en unir su boca a la entrepierna de mi mujer, haciéndola gemir y soltar una risita después.
– Que juguetón, me hace cosquillas – gimió de nuevo – cómetela toda, guapo.
Bien atendida mi mujer subí de nuevo a besarla y jugar con sus tetas otra vez. No tardé en ponerme de rodillas frente a ella y ponerle mi pene en su boca.
– ¿Te gusta esto, mi vida? – ella asintió con la cabeza sin sacar mi verga de su boca – ¿puedo sacar fotos y vídeos? Quisiera tener un recuerdo de esto.
Ella volvió a asentir. Me bajé de la cama y tomé mi celular. Comencé a grabar y tomar fotografías. La escena era la gloria. Fernando no dejaba de comerse a mi esposa y ella me hacía una mamada increíble. Esas fotos y videos me ayudaron a recordar paso a paso lo que pasó y escribir esto, por cierto.
Unos minutos después nuestro amigo levantó por fin la cara, empapada con los fluidos de mi mujer.
– Ya me cansé – dijo con una sonrisa de satisfacción – me duele la mandíbula.
– Es normal las primeras veces – le dije – ¿te gustó?
– Me encantó. Tiene un sabor particular – se subía de nuevo a la cama y se ponía de rodillas, ofreciendo su miembro a mi mujer, que no tardó en jugar de nuevo con ambos. Ponía ambas pollas en su lengua a la vez, se golpeaba la cara con ambas y repartía chupadas entre ambos. Era una niña con dos helados.
Mientras tanto, Fernando y yo masajeábamos sus pechos. Yo no dejaba de grabar y pedirle que posara para las fotos.
Pero mis ganas de penetrarla eran ya muy intensas como para controlarlas. Dejé a mi mujer mamarle a nuestro amigo la polla y cambié de posición. Abrí sus piernas y de pie, al borde de la cama, entré a ella lentamente.
Ella estaba vuelta loca, al fin tenía dos pollas dentro de su cuerpo. El ritmo de las chupadas sobre Fernando y de mis embestidas fue aumentando. Estaba bañada en sudor, sus tetas bailaban y ella gemía y lo gozaba más y más.
– Ah ahhh ¡Qué rico! – dijo con fuerza – no quiero que se vayan a venir aún, ¿eh?
– A mí ya me sacaste toda la leche, Ana – le contestó Fernando. Los tres reímos.
– Cambio – dijo Ana después de unos minutos – ponte el condón, Fernando. Están en mi bolsa.
En chinga Fernando bajó de la cama y sacó los condones de su bolsa. Extrajo uno, pero se quedó petrificado, el pobre no sabía ponerse un condón y Ana lo notó.
– Trae el condón y tu polla acá, yo te lo pongo – dijo con dificultad, mis embestidas no la dejaban hablar claro.
Fernando obedeció.
– Mira, pon atención, así se ponen – y le colocó el preservativo – ahora sí estás listo. Marco, mi vida, ¿le das permiso? – el espíritu de la putería la había poseído por completo.
– Claro que sí, chula – me salí – A ver, mi amigo, métesela, pero antes, toma mi celular y graba, es tu primera vez.
El chico le abrió las piernas e introdujo su miembro cubierto de látex dentro de ella. Si la cara de Fernando cuando mi mujer se la mamaba era de satisfacción, dentro de ella estaba en la gloria, acababa de perder la virginidad.
– Muy bien. Ahora pon atención – le dije mientras me acostaba de lado junto a mi mujer, colocando mi miembro a la altura de su cara – el ritmo lo llevas tu. Ve tranquilo y no te avoraces, para que dures. Si sientes otra vez ese cosquilleó que precede a tu orgasmo, te detienes y me avisas.
Y el baile comenzó de nuevo. Fernando lo disfrutaba, acariciaba sus piernas y sus senos. Ana no dejaba de jugar con mi polla en su boca y yo lo documentaba todo con mi celular y le acariciaba la cara. Fernando aumentó el ritmo cada vez más y llegó a un punto que se detuvo.
– No me quiero venir, ¿puedo tomar una pausa?
– Te voy a enseñar un truco – le dije – pero para eso es necesario que te des la vuelta, mi vida – me dirigí ahora a mi mujer – ponte en cuatro, bebé.
Fernando se salió y Ana se giró sobre sí misma, colocándose en cuatro patas. Yo me bajé de la cama, fui a su bolso, tomé una toallita húmeda del paquete que siempre llevaba consigo y un clínex seco.
– Para bien la colita, mi amor – le indiqué a mi mujer dándole una nalgadita. Ella obedeció y levantó las caderas, al tiempo que pegaba el resto de su espalda a la cama.
Pasé la toallita húmeda por su ano, para quitar todo rastro de sabor extraño y el clínex seco, para que no supiera a toalla húmeda y me dirigí a Fernando.
– Y bien, mi amigo, te presento al ano femenino – el cual estaba teniendo contracciones, se dilataba y se contraía – esta zona también es muy sensible a la estimulación con la lengua. El consejo que te doy es que, cuando sientas que no tardas en venirte, hagas sexo oral o, en este caso, le mames el culo a la mujer. Así podrás tomar un descanso sin parar el sexo. Antes de que hagas lo propio, permíteme.
Y le di un beso y jugué con mi lengua sobre él. Ana gimió. Sabía a sexo y a culo sudado, era una delicia.
– ¡Ah que rico! – retiré mi boca – es tu turno, Fernando – y se comió el ano de mi mujer con entusiasmo. Acababa de romper una regla que habíamos acordado, lo sabía, pero a Ana no pareció importarle. Yo no dejaba de grabar todo.
Al cabo de un minuto, Fernando sacó su boca de ahí.
– ¡Qué puta delicia! – el chico no lo podía creer.
– Bien, puedes darte, socio – me subí de nuevo a la cama y me recosté frente a mi mujer, con mi pene frente a su cara – métesela y recuerda, si sientes que estás por venirte, para y mámale el culo.
Fernando penetró a mi mujer y ella soltó un gemido que.
– Aaah que rico
La tomé del cabello y la obligué a comerse mi polla. Fernando daba embestidas profundas y suaves mientras la tenía sujeta de la cadera y acariciaba sus glúteos. Cuando nuestro amigo aumentó la velocidad nos preguntó.
– ¿Puedo darle nalgadas y cosas así?
– Claro que puedes – le dije – nalguéala, masajea su ano y, si quieres, dile cosas sucias, eso la excita mucho.
Ana me dirigió una mirada de indignación ycomplicidad, dándome a entender que no quería que revelara cosas íntimas, pero siendo consciente de que Fernando ya le había conocido y saboreado todo, hasta las anginas.
La faena aumentó su intensidad.
Ana se comía mi pene como una actriz porno profesional sin quitarme la mirada de encima. Sus labios subían y bajaban, con una mano se sostenía y con la otra jugaba con mis bolas. Su maquillaje se había corrido del sudor y sus gemidos eran más y más sonoros. Los chup, chup, chup, de sus chupadas se mezclaban con los ay, ahhh, mmhhh.
Fernando le daba más y más fuerte, chorreando sudor de la frente. Le daba nalgadas, la sujetaba de la cadera y paseaba sus manos por sus glúteos, piernas, ano, espalda y sus senos, tomando solo pausas para hundir su cara en su trasero y comerle el ano y la vagina sin distinción. Cuando retomaba, el golpeteo de pelvis contra culo se entremezclaba con las cosas sucias que le decía. Los clap, clap, clap, se oían por toda la habitación, junto con las obscenidades que le decía a mi mujer: “Eres una puta culona”, “Eres nuestra zorra”, “¿Te gusta, perrita?”.
Yo tenía a mi mujer sometida del cabello y con la otra mano grababa y fotografiaba el espectáculo que tenía en frente. Mi pene estaba a reventar y apenas y entraba en la boca de Ana. El morbo me ganó y me uní a Fernando en las obscenidades hacia Ana: “¿Te gusta tu primer trío, putita?”, “¿Te gusta tener dos vergas para ti solita, mi amor?”, “Eres nuestra golfita”.
Sin avisar, Ana se sacó de un golpe mi pene de su boca y gritó: “ah ahhh”. Se podía escuchar en toda la casa. Se desplomó sobre su pecho, liberando el pene de nuestro amigo. Apretó sus piernas y su cuerpo entero se tensó, tomó con fuerza mi pierna derecha y comenzó a temblar. Estaba muy caliente. Su orgasmo por fin había llegado.
– Felicidades – le dije a Fernando, quien no lo podía creer – le provocaste un orgasmo a tu primera mujer. Oficialmente, ya sabes coger, amigo mío, aunque aún te faltan cosas.
– No pensé que le gustara tanto – Fernando, asombrado, se masturbaba despacio, viendo a Ana – ¿ahora qué?
– Pues – acaricié el cabello de mi novia – hay que dejar que su orgasmo termine. Si no se queda dormida, podremos continuar, de lo contrario, habrá que esperar hasta mañana.
– ¿Y qué hacemos mientras?
– Primero quítate el condón, lo más probable es que tarde unos minutos. Tomemos agua y vamos abajo por la ropa que dejamos allá y regresamos.
Fernando obedeció mis instrucciones y me siguió. Ambos nos pusimos nuestros bóxeres y subimos las pertenencias de los tres a las recámaras, tardamos menos de un minuto en ello. Cuando entramos al cuarto con Ana, estaba boca arriba, tratándose de retirar el sudor de la cara con las manos.
– Ahora sí, los dos se pasaron de verga, literal.
– ¿Nos perdonas? – le dijo Fernando con picardía.
– ¿Te gustó, mi amor? – me recosté a la izquierda de mi mujer y nuestro amigo a su derecha.
– No mamen, me encantó. Este tipo de orgasmo no lo había sentido nunca.
– Jajaja si, se nota – le respondí mientras le acariciaba el cuerpo. Fernando hacía lo mismo, ambos estábamos erectos aún.
– Ya ni supe, ¿se vinieron? – nos volteó a ver a ambos.
– No, aún aguantamos otra ronda – Fernando reía – por si gustas.
– Por favor discúlpenme, pensé que sí se habían venido. Les diría que se las chupo, pero me duele bien cabrón la mandíbula y ya no siento mi vagina, no me responde.
– Pues hay otras maneras – estiré mi mano al tocador y alcancé su bolsa, de la cual extraje el lubricante – la pregunta aquí es, ¿dónde se te antoja la leche? Si la quieres dentro usamos esto, si la quieres fuera nos masturbamos y ya.
– Ay es que ambas opciones me gustan…quiero ambas. Quiero que tú, Marco, te vengas dentro de mí y tú, Fernando – lo volteó a ver – quiero tu leche en mis tetas.
– Tus deseos son órdenes – añadió Fernando.
Me levanté y giré a Ana hacia su derecha, mirando hacia Fernando. Me arrodillé frente a su culo, perpendicular hacia ella y entrelacé mis piernas con las suyas. Fernando movió su cuerpo, de modo que su pene volvió a quedar a la altura de la cara de mi mujer.
Coloqué una buena cantidad de lubricante en mi pene y su vagina. Cuando la penetré la escena era gloriosa: mis arremetidas eran lentas y mi pene penetraba profundo dentro de Ana. Ella, incapaz de comerse el miembro de nuestro amigo, lo masturbaba, lamía y apretaba contra su cara. Ana y yo aceleramos más y más y sus gemidos volvieron a sonar en la habitación.
La posición era una delicia, aunque algo incómoda, así que, para evitar un molesto calambre, cambiamos de pose.
– A ver, mi amor, gírate – la tomé de la cadera y la coloqué de nuevo en cuatro. Fernando se reacomodó, extendió sus piernas ante ella y colocó su verga en su boca.
El frenesí continuó. Sus nalgas y mi pelvis hacían música de nuevo, acompañada por nalgadas sobre su culo sudado y enrojecido y sus gemidos constantes. Cada vez más rápido, más fuerte. Ella masturbaba a Fernando, besaba y lamía la cabeza de su pene con mayor intensidad.
– Ya casi me vengo – dijo él con una mueca.
– Yo también – y giré a mi esposa de un movimiento hacia arriba.
En segundos volví a penetrarla y Fernando se puso de rodillas frente a sus tetas y comenzó a masturbarse. La follada continuó uno segundos más, hasta que ambos eyaculamos sobre y dentro de ella.
El semen de Fernando bañaba sus sudados pechos e hinchados pezones. Si creíamos que el chico no podía bombear más, los tres nos habíamos equivocado. Todo su pecho y abdomen estaban rociados con gotas de semen de todos los tamaños, brillando como un vestido de perlas.
Yo, que en todo el día no había eyaculado, exploté en su interior durante largos segundos. Cuando saqué mi pene, la vagina de mi mujer, hinchada y algo roja, escurría semen a caudales. Ana se mordía el labio de placer para evitar gritar.
– Mira que belleza – Fernando admiraba su obra. Ana se retorcía entre gemidos con los ojos cerrados. Estaba tensa, bañada en sudor y temblando de nuevo: era su segundo orgasmo de la noche, el tercero en lo que iba del día.
– Bañada en lechita es un encanto – confirmé – Fernando, pásame mi celular, quiero capturar este momento.
Me dio mi teléfono y tomé las mejores fotos que pude. Fotos de sus pechos, de su vagina usada y escurriendo, de su cara de satisfacción y, para firmar nuestra obra de arte, ambas vergas que escurrían aún un hilillo de semen, sobre sus pezones y sobre sus ojos. A Ana no le importaba, el orgasmo la había noqueado.
Ambos nos limpiamos y nos pusimos nuestra ropa interior. Después de semejante jornada, nos dimos cuenta de que eran las 10.30 de la noche y teníamos hambre, por lo que decidimos dejar a nuestra puta durmiente y bajar a prepararnos las hamburguesas que habíamos comprado por la tarde y que bien merecidas teníamos. Por aquello de que mi amada despertara, dejamos su ropa interior junto a ella.
En el comedor comentamos lo sucedido con la mayor naturalidad. Fernando estaba sumamente feliz y declaraba que era el mejor día de su vida. Escuchándolo, me di cuenta de que nos veía como lo mejor que había llegado a su vida: en mí veía una especie de hermano que comparte todo con él y en ella una amiga especial con la que la confianza es total, con la que podía soltarse a llorar y desahogar sus apetitos sexuales.
Una vez comimos le hice un último favor.
– Mi buen Fernando, lo que te acaba de pasar no creo que le pase a nadie más. Debes valorarlo mucho y no traicionar nuestra confianza.
– Nunca lo haré, fuera de la cogedera que acaba de pasar, acaban de quitarme muchas inseguridades. Los quiero y no quisiera perder esto.
– Así se habla. Ahora, una vez que acaben estas vacaciones, probablemente te volvamos a invitar a hacer más tríos…
– Si, por favor – me interrumpió.
– Pero por nuestras actividades y la discreción que debemos mantener los tres, no será siempre. Así que para que no nos extrañes quiero darte algo.
Tomé mi celular, activé mi internet y le pasé todas las fotos y videos que había tomado desde la carretera. En los que estábamos vestidos y en los que no. Fotos inocentes y las más guarras. Fernando estaba feliz con su regalo.
– Ah no mames, muchas gracias – sonreía.
– Cuida eso con tu vida. Súbelo a una nube personal y bórralo de tu celular, por si te lo llegaran a quitar en un asalto. Confío en ti.
Apagamos todo y subimos a dormir. Me dio las buenas noches y entró a su recámara. Cuando yo entré a la mía, Ana estaba profundamente dormida. El semen en su pecho y abdomen se había secado y eran manchas blancas sobre su piel. Tomé una toalla húmeda y se las limpié, así como limpié su cara del sudor que se había secado sobre ella y que, de no hacerlo, la irritaría por la mañana.
Me puse mi pijama y traté de ponerle la suya. Parecía estar bajo el efecto de alguna droga, pues logré hacerlo sin que despertara. La tapé con el cobertor, pues la noche era agradable pero siempre refresca por la madrugada y dormí abrazado a ella.