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Nuestro cumpleaños BDSM (segunda parte)
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Tiempo de lectura: 22 minutos

La noche fue larga. Creo que nos fuimos a la cama pasadas las 6, porque se vislumbraba la salida de los primeros rayos de sol del sábado, casi como una forma de darle los buenos días a la mayoría de la gente… pero recordándonos a nosotros dos que el día estaba empezando cuando apenas acabábamos de despedir un intenso viernes.

Al acostarnos me dejaste claro que querías que te despertara a las 11 de la mañana. Sabía lo que significaba esa sencilla orden, así que cuando unas horas después sentí mi reloj vibrar en la muñeca, llevé a cabo mi rutina-despertador. Fui al baño a lavarme los dientes y las manos, me desnudé y volví a la habitación para retirar la parte de abajo de las sábanas. Me puse de rodillas a los pies de la cama para adorar tus bonitos pies.

Después de dedicar un buen rato a tus pies, fui subiendo poco a poco a tu entrepierna. Fue entonces cuando te colocaste boca arriba y pusiste un dedo sobre el culote, apuntando a tu coño. No tardé ni un segundo en lamer ávidamente tu culote y en menos de 5 minutos, sentí como tu humedad lo estaba empapando, así que procedí a echarlo a un lado y a esmerarme en comerte el coño como a ti te gusta, hasta que te corriste de una forma suave y pausada. Te di las gracias por tu orgasmo, e inmediatamente después me puse a limpiar con la lengua tus piernas, las sábanas, tu coño y tu culo… hasta que me dijiste:

“Me ha encantado, bonita. Ven aquí y dame un beso”.

Me subí a la cama desnudo como estaba, goteando por mi colita y no pudiste evitar sonreír mirándome, mientras me recordabas lo puta que soy. Nos besamos un buen rato, lo que me encendió más de la cuenta y, cuando buscaba con mis manos tu cuerpo, te separaste de mí y me dijiste:

“Vete a la cocina, preciosa. Tenemos cosas que hacer hoy, y no quiero entretenerme. Prepara el desayuno y avísame cuando esté listo. Voy a ducharme”.

Con un halo de decepción en la mirada, y excitado como estaba, me dirigí a la cocina y -completamente desnudo- preparé el desayuno y te avisé cuando estuvo todo listo.

Era una soleada mañana de sábado. Las ventanas abiertas dejaban entrar el aire fresco del final del invierno y, cuando estaba pensando el día tan bonito que hacía para salir a tomar unas cañas, te acercaste sonriendo, con el pelo mojado y brillo en tu mirada. Eres una mujer increíble. Divertida, sexy, positiva y risueña… pero ese día identifiqué algo diferente en tu forma de mirarme y de darme un beso subiéndote encima de mí.

“Gracias por prepararlo todo, princesa. Tengo muchísima hambre… la paliza de sexo de ayer y el orgasmo de esta mañana no me dejan pensar hasta que coma algo”.

Feliz de verte sonreír, me senté a tu lado para desayunar, sin tener la certeza de si aquel sería uno de los días que desayunaríamos juntos charlando o si, por el contrario, arrojarías el desayuno a mi bol de perro para hacerme comer de rodillas a tus pies. No dijiste nada, así que empezamos a desayunar y a charlar animadamente mientras dábamos buena cuenta del café y tostadas con aceite y tomate que había preparado.

Te comenté que hacía una temperatura perfecta para irnos a La Latina a tomar cañas de terraza en terraza, pero me convenciste para subir a la sierra a dar un paseo y comer algo. Incluso comentaste que si nos liábamos después tomando cañas, podríamos alquilar esa casa rural tan chula que hay justo antes de entrar en Guadarrama y a la que habíamos ido varias veces.

Me pareció buen plan, aunque pensaba que íbamos realmente tarde para caminar por la montaña, así que terminamos decidiendo que el paseo lo podríamos dar el domingo por la mañana, para lo que tendríamos que madrugar algo (no mucho, porque odias madrugar), y cambiaríamos las cañas en La Latina por unas cerves por Guadarrama y una noche en la casa rural.

Me dijiste que fuera a ducharme y vestirme. Tú te encargarías de las maletas. No me pareció raro, ya que desde que vivimos juntos, te encargas de elegir mi ropa con mucha frecuencia. Después de ducharme, encontré sobre la cama unos boxer azules, unos vaqueros negros y mi camiseta de los Rolling Stones.

Me sorprendió ver el tamaño de la maleta que habías preparado, pero no le di demasiada importancia, así que cargamos todo en el coche y, con buena música y sin parar de cantar, nos dirigimos a la sierra. De camino, llamaste a la casa rural y la reservaste para todo el fin de semana. Metiste las coordenadas GPS en el navegador y continuamos hablando y cantando como si fuéramos dos adolescentes.

Al llegar a la casa, dejamos el coche en el jardín y al bajarme y abrir el maletero encontré tu maleta del terror. Así llamamos a la maleta donde guardas gran parte de tu arsenal de juguetes. Al verla te miré y sonreíste con mirada traviesa y me dijiste:

“¿No pensarías que hemos venido hasta aquí para tomar cañas y dar un paseo por la montaña, verdad?”.

Te miré desconcertado. Sé que eso te encanta. Hacerme creer una cosa y luego que ocurra cualquier otra… pero seguía intuyendo algo distinto en tu forma de hablarme y en la manera en que te mordías los labios que me tenía completamente loco. ¿Qué tenías en mente? No me dejaste pensar demasiado, ya que enseguida me dijiste que sacara todo del maletero, deshiciera nuestra maleta, la colocara en el dormitorio principal y que dejara la maleta del terror en el salón de la casa.

Después de cumplir tus órdenes, bajé al salón y te encontré en el sofá, vestida con un tanga negro de encaje y el sujetador push up a juego. Te miré sorprendido y bromeando te dije:

“¿Tienes calor, cariño?”.

Te reíste y me ordenaste encender la chimenea, y cuando estaba a punto de hacerlo, comentaste:

“¿Vas a encender la chimenea con tanta ropa? ¿No crees que te sobra todo y que te falta el collar, bonita?

Identifiqué perfectamente tu tono de voz y la intensidad de tu mirada, así que inmediatamente me desnudé para ti, doblando la ropa y dejándola ordenada, mientras me mirabas con ojos de deseo. Después abrí la maleta del terror, saqué mi collar rojo y, con los dientes y a cuatro patas, me acerqué a tus pies para entregártelo.

Ese momento es maravilloso. Mi cuerpo es sacudido por un escalofrío, y noto que me cambia el semblante, que una especie de capa de superhéroe me cubre. Y es que cuando estoy a tus pies, siento que soy capaz de cualquier cosa que desees, porque mi entrega es verdadera y absoluta. Noto que mi pequeña polla reacciona excitándose por lo que estamos simbolizando en ese preciso instante. Mi pertenencia y sumisión a ti, a la mujer más maravillosa que conozco.

Cuando colocas el collar sobre mi cuello, me das una patadita alejándome de tus pies para que me dirija a la chimenea y termine con lo que había empezado. Mientras voy colocando los troncos, escucho tu bonita voz que, entre sonrisas, me dice que a ese culo de perra le falta un rabito, y que cuando deje el fuego encendido, te acerque el plug con cola de zorra que tanto te gusta.

Termino con mis labores pirotécnicas, encuentro el plug y te lo acerco a cuatro patas. Me haces escupir sobre él, pero inmediatamente te das cuenta de que por mi colita se descuelga un hilo de líquido preseminal y decides aprovechar hasta la última gota para mojar el plug y utilizarlo como lubricante.

Enseguida el plug se pierde en mi culo y me haces pasear a cuatro patas por el salón, orgullosa del resultado, y excitándote al verme dar círculos con el collar y la cola de zorra asomando por mi culo. Incluso me haces ladrar un buen rato.

Me ordenas que me acerque y que bese tus pies, cosa que hago inmediatamente. Adoro sentir como se pasan los minutos besándolos y lamiéndolos ávidamente. Estaría horas haciéndolo, pero al rato me dices que estás muy excitada y que me siente en el sofá, que vas a follarte conmigo.

Me siento en el sofá y noto la cola de zorra entrar en mí. Estoy duro para ti, y comenzamos a besarnos hasta que, casi de un salto, te sientas sobre mi pollita y comienzas a presionar tu coño haciéndome sentir que podrías devorarme simplemente con presionarlo sobre mí.

Los besos cada vez son más apasionados. Más violentos. Mordiscos, gemidos, manos aquí y allí… Siento que tu bonito cuerpo sube y baja sobre mi polla de forma pausada… rítmica. Estás manteniendo el control. Te encanta hacerlo. Decidir cuándo hacemos el amor y cuando follamos como animales. Y de pronto, te acercas a mi oreja y, mordiéndola, me dices susurrando:

“Hazme disfrutar, mi amor. Quiero correrme contigo dentro. ¿Lo harás, bonita?”.

“Sí Ama, haré lo que desees”, contesté.

A lo que tú, sonriendo y entre gemidos, contestaste:

“Más te vale que lo disfrutes y que me hagas disfrutar, preciosa… porque esta será la única vez que follemos hoy. De camino le mandé las coordenadas GPS a mi amigo Rubén, que vendrá con su sumisa nueva. ¿Te apetece, preciosa?”.

Te contesto con un breve “Sí, Ama”.

Pero es que has aumentado el ritmo, tus gemidos son más intensos y tu respiración más agitada. Te excita follarme y descolocar los planes que tenía en mi cabeza. Te excita saber que en ese momento, en mitad del polvo, te diría que sí a cualquier cosa que quisieras. Eres muy consciente de tu poder sobre mi cuerpo y sobre mi voluntad… y cuando quiero darme cuenta, me escupes en la cara y me dices:

“Ahora, zorra… córrete conmigo. 3, 2, 1… yaaa”

Y tu cuerpo se tensa como un arco antes de disparar su flecha. Te agarras a mi cuello apretándolo, para cortarme la respiración y mueves tus caderas sobre mi pollita, que está descargando dentro de ti, mientras gimo como la puta que soy.

Cuando dejo de convulsionar, fruto de un orgasmo increíble y después de darte las gracias por correrme para ti y por regalarme tu orgasmo, me das una bofetada tras otra y después un beso increíble.

“Te quiero muchísimo Pedro, eres increíble. Pero ahora tienes que limpiarme bien. Tenemos que prepararnos para la cena que tendremos con Rubén y su sumisa… y no tenemos tiempo que perder. Quiero que se vayan mañana muy contentos y satisfechos. No me vas a fallar, ¿verdad preciosa?”.

Te contesto que no, que voy a hacer todo lo que desees para que disfrutes de mi sumisión y obediencia, y que me esforzaré al máximo para que Rubén y su sumisa disfruten también. Que vas a estar orgullosa de mi comportamiento y de mi actitud. Voy diciéndote todo esto mientras, con mi lengua, limpio tu coño, tus piernas… todo lo que se ha visto afectado por tu increíble corrida.

Al terminar, miras el reloj y te das cuenta de que son casi las dos de la tarde.

“Tengo hambre, mi amor. Vamos a vestirnos y nos bajamos al pueblo a comer en una terraza, ¿vale? Quiero dormir algo y luego tenemos que comprar los ingredientes de la cena, poner la mesa y preparar algunas cosas “.

Me parece un planazo así que entre besos y abrazos subimos a la habitación como dos adolescentes. Me ordenas quitarme el plug y limpiarlo. Cuando termino de limpiar el plug estás en el baño sentada haciendo pis y sin decir una palabra, te miras la entrepierna. Sé perfectamente lo que debo hacer, y sin que pase un segundo me pongo a cuatro patas y meto mi cabeza entre tus piernas para limpiar tu coño con mi lengua hasta que creo que está perfecto.

Cuando termino, acaricias mi pelo y me quitas el collar. Volvemos a la habitación y te veo revolotear en el armario para elegir tu ropa. Estás desnuda y, dándote cuenta de que me he quedado mirándote, te giras y me dices:

“Bueno, ¿qué? ¿Te pones la ropa y me vistes o nos quedamos así todo el día”?

Suelto una carcajada. Me había quedado embobado observando tu cuerpo y tu cara. Eres lo mejor que me ha pasado en mi vida, y siento que me parece estar atrapado en un sueño del que no quiero despertarme jamás. Con un gesto, levanto los hombros, subo las palmas de las manos como diciendo que es imposible no quedarse paralizado observando esa cara y ese cuerpo, y comienzo a vestirme.

Cuando termino de vestirme me indicas la ropa que quieres ponerte. Eliges unos vaqueros negros, una camiseta amarilla y las zapatillas Nike blancas, pero antes… te pongo unas bragas de encaje negras con sujetador a juego. Te visto y te calzo. Es otro de los momentos que me regala la vida desde que estamos juntos y que disfruto siempre como si fuera la primera vez.

Recogemos un poco la habitación y nos vamos al centro del pueblo. Nos sentamos en una terraza, pedimos un par de cañas y algo de picar, y nos pasamos un par de horas deliciosas. Risas, charla y complicidad. Es el resumen de nuestra vida. Una comunicación sin fisuras y confianza ciega entre los dos, risas y un deseo increíble desde el primer día. Nos sentimos invencibles y bromeamos con ello durante la comida.

Después compramos las cosas para la cena, un par de botellas de vino, y nos fuimos para la casa rural. Al llegar nos tumbamos en el sofá con algo de música y dormimos una siesta. Yo dormí algo más de 30 minutos, pero tú estuviste durmiendo hasta las 7 de la tarde.

Te preparé un baño de espuma con velas y música relajante, y cuando lo tuve todo listo, bajé al salón a despertarte, pero ya estabas despierta. De hecho estabas delante de la maleta del terror eligiendo algunas cosas. A tu lado había tres dildos, dos straps, cuerdas, dos mordazas diferentes, pinzas para los pezones y alguna cosa más que no me dio tiempo a ver, porque al darte cuenta de que estaba detrás de ti, me dijiste que me diera la vuelta.

Te comenté que te había preparado un baño y me diste un beso.

“Eres mi puta perfecta, Pedro. Me encanta que te anticipes a mis necesidades”

Subimos las escaleras y al entrar en la habitación me pides que me dé la vuelta y al rato siento un pañuelo que tapa mis ojos.

“Me apetece que me bañes sin poder mirarme. Tienes que memorizar cada centímetro de mi cuerpo. Tienes suerte que soy pequeñita, pero quiero que tus manos aprendan memorizar mi piel”

Te apoyaste en mi mano para entrar en la bañera, y poniéndome de rodillas, te pedí que me dijeras dónde estaba el jabón y la esponja, para cuando quisieras que te enjabonara. Me dijiste en qué lugar estaba todo y me diste la instrucción de comenzar a bañarte, pues apenas quedaba una hora para que llegaran nuestros invitados. Sin poder verte, comienzo a enjabonarte los pies, las piernas, el estómago, el pecho… imagino ese cuerpo que he visto tantas veces, y no puedo evitar empalmarme. Imagino que te has dado cuenta, porque me pides que te acerque el mango de la ducha y poco después escucho perfectamente cómo tu respiración es cada vez más agitada. Además me hablas con la voz rasgada que se te pone siempre que estás excitada, para decirme:

“Tengo ganas de follarme a Rubén. Folla muy bien, ¿sabes cariño? Lo único malo es que con ese rol dominante que tiene, se viene un poco arriba a veces. ¿Cuidarás de que no se venga muy arriba, verdad mi amor?”.

Te contesto que por supuesto. Que estaré pendiente de todo, y de que te trate como es debido, pero casi entre gemidos, me dices:

“No te alarmes si ves que me da la vuelta agresivamente y me pone en cuatro para follarme el culo, cariño. Como buen dominante es algo que le encanta, y hoy tengo ganas de disfrutar a tope, así que no vayas a cortarme el rollo, princesa”.

Te digo que no te preocupes, que estaré pendiente, pero que en todo caso, buscaré tu aprobación antes de nada… y siento que ni siquiera contestas, concentrada en tu placer. Un instante después, y con la voz entrecortada, me dices:

“Pedro, recuerda que tu polla es mía y nadie más puede tocarla jamás. Rubén es bisexual y tiende a hacer lo que le sale de los cojones, así que es tu responsabilidad que no te toque esa colita que tienes. Si quiere tocártela, si ordena a su sumisa que te coma la polla o cualquier cosa, has de retirarte… y si tienes problemas, hacérmelo saber”

No me da tiempo a decir “Sí, Ama”, cuando siento tu orgasmo llegar. Noto que el agua se mueve como si estuviéramos en la playa, pero no tiene nada que ver con la marea y las olas… son tus piernas y tus manos moviéndose de forma descontrolada en un orgasmo largo e intenso, que me excita todavía más no poder ver.

Me ordenas que termine de bañarte y te alcanzo la toalla. Te seco con mimo mientras intento besarte por todo el cuerpo. Al secar tus pies, me pongo de rodillas y no puedo evitar lamerlos, dándote las gracias por correrte para mí.

“Venga cariño. Vamos a espabilar, que van a llegar y estamos aún a medio preparar. Me excitas tanto que no he podido evitar masturbarme. Quítate el pañuelo de los ojos y ayúdame a vestirme”

Me lo quito y me quedo paralizado al verte desnuda y con el pelo mojado. Eres preciosa y hueles genial. Pero me das un azote en el culo y me dices que baje al salón a por la ropa que has dejado al lado de la maleta del terror. Te subo unos leggins de latex que te sientan increíbles y un top negro. Te ayudo a ponerte un tanga negro, pero no quieres ponerte el sujetador. Cuando tienes los leggins puestos me dan ganas de lamerlos, y al darte cuenta de la forma en que te estoy mirando, me dices:

“Ponme los zapatos negros de tacón de aguja, mi amor. Los que tanto te gustan”

Estoy duro y desnudo… y llevo un buen rato goteando. Calzarte no ayuda a calmar mi excitación. Me encanta hacerlo, y cuando estás subida en esos tacones de 12 cm, te ayudo con el top, te acerco la colonia y me quedo a tu lado comprobando como te maquillas.

Es increíble lo bonita que eres. Cualquier hombre mataría por estar a tu lado… pero yo tengo ese privilegio. Aspiro tanto aire que creo que mis pulmones van a explotar o que voy a salir volando como un globo de feria. Soy feliz de pertenecerte.

Debes darte cuenta del momento que estoy viviendo, porque me dices:

“Cariño. Recuerda que todos mis orgasmos son para ti. Todo mi placer es tuyo. Te quiero a ti y a nadie más que a ti. Por mucho que folle con otros hombres o mujeres, tú eres mi prioridad. Por mucho que te humille, es a ti a quien deseo. Por muy bajo que te haga caer y por mucho que te haga llorar… eres tú quien se quedará a mi lado toda la vida. No vayas a olvidarlo por mucho que aprietes la mandíbula, ¿vale?”

Te contesto que sí, pero un escalofrío recorre mi espalda y una nube pasajera cruza por encima de mí. Te das cuenta y te giras. Me das un beso muy tierno, y luego te quedas un minuto abrazada a mí.

“No lo olvides nunca, mi amor. Veas lo que veas. Sientas lo que sientas. Y ahora, quiero que te pongas tu vestidito verde suelto, con el tanga negro, las medias de encaje negras, el sujetador negro y tus zapatos de tacón negros. Cuando estés vestida vuelve al baño, que quiero echarte mi perfume y pintarte los labios”.

Obedezco inmediatamente y al rato vuelvo a tu lado. Me pintas los labios de “rojo putón” y te ríes. Nos reímos juntos, y parece que la tensión de hace unos minutos se ha disipado por completo. Estás preciosa. Espectacular. Impresionante. Qué mujer… madre mía!

Bajamos al salón y apenas pasados 5 minutos, llaman a la puerta y me dices que vaya a abrir. Te miro con ojos que suplican que me acompañes, pero me dices que estarás a unos metros de mí, y que obedezca, cosa que hago inmediatamente.

Me acerco a la puerta y veo a Rubén, que me presenta a su sumisa:

“Hola Pedro, esta zorra se llama María. Laila te ha vestido muy elegante hoy, ¿no? Estás muy guapa… jajaja. Me va a gustar follarte el culo subiéndote ese vestidito verde tan mono”

Me has hablado alguna vez de Rubén, pero he de confesar que le imaginaba diferente. Tendrá poco más de 40 años, no es muy alto, y tiene un cuerpo poco trabajado, pero me has dicho varias veces que es un “auténtico hijo de puta” con sus sumisas. Un sádico de manual. Un adicto al sexo y un tipo muy divertido.

Para empezar, una auténtica declaración de intenciones. Agacho la mirada en señal de asentimiento, pero no me sale ninguna palabra. En ese momento apareces ocupando toda la escena. Te acercas pisando fuerte sobre tus tacones y con una sonrisa en la mirada le dices a modo de saludo:

“¡Oye tú! Tranquilo, ¿no? Por lo que veo, tenías ganas de conocer a mi sumiso. ¿Ya no te gusto?”.

A lo que Rubén responde mientras te da un abrazo y un par de sonoros besos:

“Me has hablado tan bien de él que… pero ahora que te veo, creo que prefiero follarte a ti… si me das permiso, claro. Estás preciosa, Laila”.

Los dos rompéis a reír. Me habías contado varias veces que cuando os juntáis Rubén y tú en una habitación, hay un choque de trenes garantizado. Dos personas muy dominantes que no quieren ceder su posición. Una lucha de poder que -hasta ahora- siempre ganaste, porque una mujer como tú siempre tiene ventaja en términos sexuales… pero efectivamente se masca la tensión sexual entre los dos, y -aunque sea en broma- el inmovilismo por ver quién se folla a quién.

Me pides que acompañe a María a la cocina y que preparemos la cena, pero antes quieres que descorchemos la botella de vino y os sirvamos unas copas, así que es lo que hacemos. Os dejo charlando en el sofá y me llevo a María a la cocina.

Lo primero que me pregunta es si mi Ama suele vestirme de mujer. Le respondo que no siempre, pero que a veces lo hace, y que casi siempre que tenemos invitados lo hace para humillarme un poco más.

Me dice que estoy muy guapo incluso vestido de mujer, y me sorprende el halago. Le devuelvo el piropo y le digo que ella también está muy guapa, y es cierto. Es alta, rubia, con poco pecho y un buen culo, y viene vestida con una falda de rayas rojas y negras, una camisa blanca y unas botas de tacón hasta las rodillas.

Preparamos la cena mientras charlamos a ratos. Pero no hay química. Es normal. Yo no tengo ninguna intención de conectar con nadie que no sea mi Dueña, y a ella se la nota incómoda, pero igualmente confiesa que es la primera vez que su Amo va a compartirla con más gente, que está nerviosa y que no sabe si lo hará bien… si estará a la altura. Intento tranquilizarla y le digo que seguro que todo va bien, y que en todo caso, lo que tenemos que hacer es procurar complacer a nuestros Amos y disfrutar del placer que nos provoca entregarnos a ellos.

Preparamos todo, ponemos la mesa y con tono de mayordomo, me acerco al salón para anunciar que la cena está lista, y que los señores pueden pasar al comedor. Nada más acercaros a la mesa, os percatáis que hemos puesto dos platos en la mesa y dos en el suelo. Inmediatamente me miras y me dices:

“¿Y esto, bonita? ¿Acaso te he pedido que prepares una mesa para dos?”.

Respondo que no, pero que a María y a mí nos gustaría comer en el suelo, a vuestros pies, y cuando ibas a hablar, Rubén se adelanta y dice:

“Muy bien, pero os vais a cambiar de platos. Pedro comerá a mis pies y María a los tuyos. ¿Te parece, Lai?”.

Te ríes y contestas que te parece muy buena idea, pero que quieres que lo hagamos con el culo lleno. “Una buena puta ha de estar siempre lista para cualquier imprevisto”, dices. Y volvéis a reír a carcajadas.

Me acerco a por varios plugs de tu maleta del terror, y María hace lo mismo con una especie de baúl pequeño que trajo el propio Rubén. Entre risas, decidís que -ya puestos- Rubén elegirá y me pondrá el plug que quiera, y que tú harás lo mismo entre los juguetes de tu amigo, para colocárselo a María.

Rubén me pregunta qué plug quiero. En tu maleta hay cuatro o cinco, y elijo el anteúltimo en tamaño. Se ríe y mirándote, dice:

“Pensaba que esta putita era más valiente… se deja un tamaño para después… pero vale, como tú quieras. Ponte a cuatro patas y ofréceme tu culo”

Sin dudar me pongo a cuatro patas, me subo el vestido y bajo el tanga para ofrecerle a Rubén mi culo. Cuando me bajo el tanga… un chorretón de líquido preseminal cae al suelo e inmediatamente se ríe y dice:

“Joooder… Tenías razón, tía. Menuda guarra. Jajaja… está chorreando y aún no hemos empezado. Pero mira, tenías razón con eso de que con un sumiso así, nunca te falta lubricante”.

Después de embadurnar el plug con mi propio líquido preseminal, lo introduce en mi culo sin ningún miramiento. Pego un grito ahogado y le doy las gracias. Me dice que vuelva a colocar el tanga y a ponerme bien el vestido. Lo hago y me levanto justo para ver cómo estás haciendo que María se coma el plug y -entre arcadas- terminas pasándolo de su boca a su coño, de nuevo a su boca, otra vez a su coño, y cuando la notas excitada… se lo metes en el culo poco a poco hasta que, igual que tu amigo, le dices que se ponga de pie y se vista adecuadamente.

Nos ordenáis que sirvamos la cena, y es lo que hacemos. Es todo comida de picoteo, así que se simplifica mucho el hecho de andar yendo y viniendo del salón a la cocina y viceversa. Una vez hemos dejado todo en la mesa, y os hemos servido el vino, nos indicáis que nos pongamos en el suelo a cuatro patas. Yo a los pies de Rubén y María a tus pies.

Te levantas pausadamente y te acercas a la maleta del terror para coger dos bridas. Sé perfectamente lo que viene ahora. Le das una a Rubén y te acercas a María para atar sus manos a su espalda mientras tu amigo hace lo mismo conmigo.

“Mucho mejor, ¿no crees? No he visto muchas perras que coman con las manos, la verdad”.

Volvéis a reír y empezáis a cenar. De vez en cuando Rubén me tira algo de comida al suelo. Unas veces cae dentro del bol y otras directamente al suelo, pero apenas me mira. Estáis charlando y pasando un buen rato, mientras nosotros nos afanamos en comer y beber algo metiendo nuestras caras en sendos bols y luchando para mantener el equilibrio y no caer de bruces al suelo.

Una de las veces que estoy tratando de comer una croqueta que Rubén tiró al suelo, veo que te has quitado los zapatos de tacón y que tu pie está en la entrepierna de tu amigo, al que escucho claramente decirte:

“Laila, como sigas así te voy a follar encima de la mesa sin llegar al postre. Me estás poniendo muy cachondo”.

Te ríes y me dices:

“Pedro, parece que mi amigo se está poniendo cachondo porque he apoyado inocentemente los pies en su entrepierna. Te importaría acercarte y lamer sus pies para ver si sigue excitándose un poco más?”

Contesto un breve, “Sí, Ama”, y como puedo, con las manos a la espalda, me arrastro por el suelo hasta llegar a los pies de Rubén. Tiene puestas unas botas militares que, al ver que no hace ademán de quitarse, y ante la imposibilidad de quitárselas por tener mis manos atadas a la espalda, comienzo a lamer con la lengua.

Rubén le da la misma orden a su sumisa, pero tú estás descalza y le ofreces un pie sin quitar el otro de la polla de tu amigo. Entonces te escucho decir:

“Mmmm… qué delicia. Adoro cenar mientras me lamen los pies. Está muy bien enseñada, por cierto. Enhorabuena”

Os reís y al rato siento que Rubén me aparta la cabeza y se descalza. Se quita los calcetines y me dice que abra la boca. Lo hago y mete uno de ellos en mi boca. Al acercarme para ello, veo perfectamente una potente erección bajo sus pantalones y recuerdo que me dijiste que tenía una buena polla, pero que sobre todo era un gran follador… así que aprieto la mandíbula anticipando lo que vendrá poco después.

Eres tú quien rompe las hostilidades. Le dices a María que te quite los leggins mientras sigues comiendo, y veo que tiene grandes dificultades para quitártelos con la boca. Después de un rato consigue colocártelos por los muslos, y tú misma terminas el trabajo, quitándotelos por completo y quedándote tan solo con el tanga negro que te regalé hace poco.

Deslizas tu cuerpo al extremo de la silla para dejar tu precioso coño expuesto para María y, cogiéndola del pelo, acercas su cabeza a tu entrepierna. Escucho tus gemidos suaves mientras María se afana en darte placer con su lengua y mantener el equilibrio. Cuando estoy mirando cómo tu tanga empieza a mojarse, Rubén me agarra del collar y me acerca a él. No me he dado cuenta de en qué momento se ha quitado el pantalón, pero veo una polla mojada y dura apuntando hacia el techo, y sé qué es lo que quiere.

Dudo, porque siempre me has dicho que no me comeré pollas ajenas sin condón, y cuando Rubén se da cuenta de mi duda, saca un condón del bolsillo de su pantalón, se lo coloca y me dice:

“Perdona Pedro, olvidé que me dijo Laila que una puta refinada como tú no comía pollas sin condón… así que ahora te vas a poner fino. Venga, empieza”

Me acerco de rodillas hasta estar enfrente de su silla, mojo mis labios con la lengua y comienzo a comerle la polla. Es muy ancha y me cuesta bastante, pero lo hago lo mejor posible. Recuerdo las veces que me has dicho que no te sienta bien que te deje mal ante tus amigos, así que me espero para dedicarle una buena mamada. Rubén no es delicado precisamente, y constantemente empuja mi cabeza hasta hacer llegar su polla al fondo de mi garganta. Varias veces me agarra fuerte cuando está bien dentro y hace pequeños movimientos con las caderas, follándose mi boca y provocándome grandes arcadas que casi me hacen vomitar.

Una de esas veces me dice:

“No te conviene vomitar, ni tampoco hacer que me corra. Conozco a tu Ama, y puedes creerme que no te gustará si ocurre cualquiera de las dos cosas, así que come bien… pero no seas ansioso”.

Sigo comiéndole la polla y haciendo verdaderos esfuerzos para no vomitar, y entonces escucho como te corres en la boca de María. Tanto Rubén y yo te conocemos bien, y ambos sabemos que ese primer orgasmo no significa nada más que el primero de muchos, pero se ve que no quiere dejar pasar mucho tiempo y te dice:

“Laila, ¿y si vienes y te sientas encima de mí? Mira cómo me ha puesto tu sumiso, y creo recordar que te gustaba follarte encima de mí, ¿no es así?

No dices nada. Te quedas quieta, y entonces me doy cuenta de que te has corrido. Estaba tan concentrado en no vomitar y en comerle la polla a Rubén que acabo de darme cuenta de tu orgasmo… así que, procurando no caerme, me acerco a tu coño y comienzo a limpiarte. Me lo has dicho cientos de veces. Cuando estamos con más gente, limpiar es limpiar. Sin adornos, sin buscar otra cosa que dejarte limpia… ya te excita el mero hecho de verme hacerlo”

“Muy bien, mi amor… te has dado cuenta tú solita. Estoy muy orgullosa de ti, y muy contenta de la mamada que le has hecho a mi amigo. Ahora que me has dejado muy limpia, voy a follármelo para ti, ¿vale, preciosa?”.

Te contesto con un “Vale mi amor. Gracias por correrte y dejar que te limpie”, y tras hacerme una caricia en el pelo, te levantas para subirte encima de Rubén y follártelo. Él quiere que te sientes encima mirándole, pero a ti te encanta que sea al revés para poder mirarme a mí mientras subes y bajas en esa buena polla, humillándome y a la vez permitiendo que disfrute de tu placer.

Y efectivamente, ganas la batalla de la postura y, con las manos en sus rodillas, comienzas a follártelo. El te sujeta a ratos por las caderas y otras veces poniendo las manos en tu culo. Enseguida noto que estás muy cerca del orgasmo y me acerco a tu coño abriendo la boca.

“Mmmmm… joder Rubén… ¡Cómo me gusta! Aprende, puta… así es como me gusta que me follen”.

Viendo que estoy con la boca abierta, metes tu dedo índice por debajo del collar y tiras hacia ti. Me escupes varias veces y, cuando estoy dándote las gracias, me sueltas un sonoro bofetón. Te doy las gracias e inmediatamente después, me contestas con otro más fuerte que el anterior.

Tus gemidos son ya gritos de placer, y escucho que Rubén te pide bajar el ritmo… pero sucede justo al contrario. Subes y bajas cada vez más fuerte, cada vez más rápido… hasta que te corres. Es un orgasmo súper intenso. Completamente despeinada y con fuego en tus ojos, me miras y me sonríes. Me tiras un beso y me dices que me quieres.

Rubén te retira suavemente y quitándose el condón, le dice a su sumisa que termine lo que tú empezaste. Ella sigue con las bridas a la espalda, y es manejada como si de una muñeca se tratara. Rubén la agarra de las caderas y la folla a su antojo. Cada vez más fuerte. Cada vez más rápido, hasta que se corre. Siento su frustración. Quería correrse contigo, pero no le has dejado hacerlo, en una clara demostración de quién manda sobre el otro.

Después de correrse, me dices que te da pena María. Me liberas las bridas y me dices que le enseñe a Rubén cómo se come un coño. María está en el suelo. Rubén la apartó de un empujón nada más correrse, y yo estoy acercándome a su coño con calma, buscando algún signo de aprobación por su parte. Pero tengo una orden, y te debo obediencia a ti, así que agarrándola por las caderas, meto mi cabeza en su entrepierna y comienzo a lamer.

Te escucho darme otra orden. No quieres que se corra todavía. Tengo que hacer que se corra a tu orden, así que me concentro en darle placer, pero sin provocar su orgasmo, aunque pienso que no soy el único responsable de dicha coordinación. Cuando estoy pensando en eso, que también dependo de que María me ayude y aguante sin correrse, noto que me quitas el plug. Pego un ligero respingo cuando lo noto salir de mí, pero enseguida noto tu fusta sobre mi culo. Primero fustazos puntuales, pero poco a poco aumentas la intensidad de los mismos.

A la vez, Rubén juega con los pezones de María. Le coloca dos pinzas que parecen bastante potentes a juzgar por sus gritos, y le pone una mordaza en la boca. También juega con un flogger en su vientre y en sus tetas. María emite gemidos ahogados por la mordaza a la vez que siento que su respiración se agita cada vez más. Tengo miedo de que se corra, y bajo un poco el ritmo, pero te das cuenta y me dices que siga comiéndolo sin parar un segundo.

Lo hago, y cuando estoy concentrado en su clítoris, siento que tu strap está colándose dentro de mí. Noto tu primera embestida y casi me caigo encima de María. Es increíble cómo una mujer de 1,60 puede tener tanta fuerza con las caderas. Comienzas a cabalgarme sin ningún tipo de miramiento. Me estás follando duro. Sé que te encanta, y a mí también me gusta demostrarte que puedes hacer conmigo lo que quieras, así que, en un momento dado, empujo mi culo contra tu strap, a la vez que sigo comiéndole el coño a María.

“Eres una puta increíble. Tienes diez segundos para hacer que se corra, Pedro. Por cada segundo que pase de ese tiempo, recibirás un latigazo de Rubén. Y puedo asegurarte que con el látigo es mucho más duro de lo que lo soy yo”.

Me esmero en hacer que se corra, pero pasan los diez segundos y no lo hace. Rubén está apretando las pinzas, e imagino que le costará concentrarse en su placer con esas dosis de dolor. Aumento el ritmo de mi lengua y tres dedos entran y salen de María a toda velocidad. Finalmente, cuando escucho el número dieciocho, siento su orgasmo en mi boca, y escucho sus gemidos de placer.

Pero apenas puedo disfrutar del orgasmo de María, porque noto que tus embestidas no hacen sino aumentar… en una de ellas pierdo el equilibrio y me caigo al suelo boca abajo. Pero no estás contenta por no haber conseguido que María se corra en el número diez de tu cuenta atrás, y sin dejar que me levante ni que vuelva a ponerme a cuatro patas, siento tu strap haciendo fuerza en mi culo. Abro las piernas, levanto un poco las caderas y vuelvo a ofrecerte mi culo, abriéndolo con mis manos. Vuelves a entrar violentamente en mí. Siento que no me quedan fuerzas y relajo mi cuerpo contra el suelo. Mientras, con tu mano empujas mi cabeza contra el suelo mientras dices:

“¿Es tan difícil obedecer una orden, zorra? ¿Tanto te cuesta hacer que una sumisa se corra cuando yo quiero? Muy bien… voy a follarte hasta que me aburra o hasta que escuche la palabra de seguridad. Estoy cabreada contigo. Me has dejado mal ante mi amigo”.

Emito un imperceptible “lo siento, Ama”, pero no me escuchas. Sigues follándome sin parar. Sigues empujando más y más dentro… y entonces, ocurre lo peor. Sin poder controlar mi cuerpo, y quizás por el hecho de rozarme contra el suelo o tal vez por la intensidad de tus embestidas, me corro sin poder controlarlo, y sin pedirte permiso. Lo único que pude decir, y demasiado tarde, fue:

“Ama, por favor… me corrooo”.

Y cuando me estabas diciendo un claro “No se te ocurrirá”, me corrí sobre el suelo. Pero tú seguías follándome. Sentía tu enfado perfectamente con cada embestida, pero no podía más, así que, tragándome mi orgullo, levanté mi mano izquierda cruzando los dedos. Es nuestro gesto de seguridad.

Al verlo, emitiste un suspiro (incluso un bufido), pero paraste. Yo me quedé en el suelo. Frustrado, agotado, dolorido… y casi sin darme cuenta… comencé a sollozar. Eran unas lágrimas que brotaban desde lo más profundo de mi alma. Sabía que te había decepcionado, y no hay nada peor que sentir esa decepción.

La tensión se mascaba en el ambiente. Te levantaste y te serviste una copa de vino y me dijiste que fuera al baño a lavarme bien. Me levanté sin poder mirarte a los ojos y me dirigí al baño. De pronto sentía como si me hubiera pasado un camión por encima. Estaba física y psicológicamente agotado. Pero sobre todo, estaba frustrado por haberte fallado.

Me senté en el suelo y dejé que el agua cayera sobre mí a la vez que pensaba en lo que acababa de ocurrir. Estaba enfadado conmigo mismo, y molesto por haberte dejado mal ante Rubén.

Después de ducharme, volví al salón. Estabais los tres desnudos. María lamiendo tus pies, y Rubén masturbándote. Me quedé en mitad del salón observando la escena y buscando algún gesto por tu parte. Entonces, me dijiste entre gemidos de placer:

“Ven aquí, mi amor. Dame un beso”.

Y lo volviste a hacer. De un plumazo, toda mi frustración y todo mi agobio desaparecieron. Me quedé a tu lado besándote mientras me decías que había estado muy bien. Que no querías que me agobiara… y que te había hecho disfrutar mucho a pesar de haberme corrido sin permiso.

Mientras nos besamos, siento que tu respiración vuelve a estar “comprometida” y enseguida me percato de que María está comiéndote el coño mientras Rubén te está masturbando con dos dedos, entrando y saliendo a toda velocidad. Mordiendo mis labios, vuelves a correrte. Un orgasmo larguísimo, que me demuestra que efectivamente estabas muy excitada a pesar de mi error.

Nada más terminar, le pido a María que se aparte y vuelvo a limpiarte con mi lengua. Mientras lo hago escucho tu pregunta:

“Pedro. mi amor. ¿Qué prefieres, ocho latigazos de Rubén o que te folle con esa herramienta que tiene entre las piernas?”.

Sabes que no soy masoquista. Que no me gusta el dolor, y que te lo entrego a ti como muestra de sumisión… pero a Rubén no le debo dicha sumisión (si bien sé que sería por ti por quién lo haría). Pero también sé que tú disfrutarás mucho más viendo cómo me folla, así que contesto que prefiero que Rubén me folle el culo.

Sin hacerse esperar y mientras seguía lamiendo tu coño y tus piernas para limpiarlos de la corrida que te habían proporcionado Rubén y María, siento la polla de Rubén entrar en mí. Inmediatamente, colocas tus pies sobre mi cabeza, y la empujas contra el suelo, mientras te escucho decir:

“Eres una puta increíble. Siempre tan dispuesta a complacerme”.

Rubén me estaba abriendo al medio. Sentía su polla abrirse dentro de mí, y sus huevos chocar contra mi culo, cada vez más intensamente. Nada que ver con tus embestidas, pero a un ritmo considerable. Entonces noto que liberas la presión de mi cabeza, pero me ordenas que deje la frente pegada al suelo. Noto perfectamente como colocas un pie a cada lado de mi cabeza e inmediatamente después siento que algo está mojando mi cabeza. Reconozco el olor de tu pis, y me doy cuenta de que me estás meando encima. Rubén está gimiendo de placer y, con la respiración agitada le escucho decir:

“María haz lo mismo que ha hecho Laila. Colócate en la cabeza de Pedro. Quiero que también te mees sobre su cuello y cabeza. Una puta así no merece otra cosa”.

Sin tiempo para nada, siento que otra meada cae sobre mí. El suelo de loseta está completamente encharcado, y mi frente sigue pegada al suelo y ahora empapada. Me dices que saque la lengua y que, sin levantar la frente, empiece a limpiar el suelo, cosa que hago sin dudar un instante.

Cuando estoy haciéndolo siento que un calor inunda mi culo. Siento que Rubén se está corriendo y que el condón que lleva puesto está dejando toda su leche en el extremo. Después de descargar, me da un par de azotes y le oigo exclamar:

“Menuda puta que te has buscado esta vez, Laila. Vaya culo que tiene el cabrón. Cómo traga”.

Os reís mientras yo no puedo ni moverme. Entonces, me agarras del collar y me obligas a levantarme. Mirándome a los ojos me dices que me vaya a la ducha, mientras Rubén le indica a María dónde está la fregona con la que ha de limpiar el suelo.

Me ducho. Una ducha larga y reparadora. El agua caliente cae sobre mi cabeza y me froto concienzudamente por todo el cuerpo. Me siento sucio. Me siento lo que soy. Tu puta. Y de pronto, siento un orgullo que me hace sonreír. Y en ese momento te veo entrar en la ducha. Me acerco a ti y te doy un abrazo. El agua cae sobre los dos. Me abrazo fuerte y te digo que te quiero. Te doy las gracias por humillarme y cuidarme de esa forma, y te digo lo que ambos sabemos desde hace mucho.

“Gracias. Soy tuyo, mi amor. Te quiero y te voy a querer toda mi vida. Haz conmigo lo que quieras”

Sonríes y me abrazas más fuerte. Nos besamos sin separar nuestros cuerpos ni un centímetro. Te enjabono, te aclaro y te seco… y cuando he terminado y te pregunto dónde está tu ropa, me dices que por hoy ya está bien. Que dormirás con mi camiseta azul de dormir y unos culotes, y que yo dormiré desnudo a tu lado.

“No hace falta que bajes a darles las buenas noches, cariño. María ha recogido el salón y se han ido a la habitación que hay en la planta baja a dormir. Túmbate a mi lado y no dejes de abrazarme hasta que me quede dormida. Te quiero, bonita. Has estado increíble”.

(Continuará)

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