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Noches de póker (Parte 3)
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Mi matrimonio estaba bien, luego de muchos años de casados, la llama todavía estaba viva. Mi esposa todavía tenía algunas reglas, por ejemplo sexo anal solo para los cumpleaños, oral una vez al mes, con suerte. Pero de todas formas, mi vida sexual estaba bien. Nos queríamos mucho y juntos habíamos logrado surgir y formar una familia.

Por otro lado, Marcelo estaba en problemas. Antes de empezar a jugar póker ya tenían problemas. Él intuía que ella le era infiel, pero no estaba seguro. No fue sorprendente cuando un día martes me llamó para juntarnos a almorzar. Marcelo ya estaba sentado cuando llegué. Había ordenado el plato del día para ambos y una cerveza. Lo veía complicado, así que le dije sin preámbulos: Cuéntame, cómo estás?

No estoy bien, Ricardo. No me siento tan bien. Estoy confundido. Por un lado está mi esposa que no para de reclamarme por todo, nada la satisface y desde hace meses que no tenemos relaciones. Mi trabajo se está resintiendo y juntarnos a jugar póker es lo único bueno en mi semana. Quizás debimos tener hijos, pero queríamos esperar. Yo creo que ya no los vamos a tener y también creo que nos vamos a separar.

¿Qué te detiene de separarte? Se nota que no eres feliz.

Pues, por un lado no tengo donde quedarme y por otro no quiero tener un matrimonio fracasado, no sé qué dirán nuestras familias, además hay otra cosa

Pero Marcelo, las familias, tu familia te va a querer feliz y ahora no lo estás, quizás en un primer momento te traten de convencer, pero cuando vean que estás mejor te van a apoyar. Por donde quedarte, que tal en el departamento de Marco por ahora? Estoy seguro de que no se va a molestar, yo le pregunto. ¿Qué otra cosa hay?

Bueno, nosotros. Quiero que entiendas que yo no soy gay. Pero cuando estamos juntos es como si no fuera yo. Pero que sepas que no tengo sentimientos románticos, solo es sexo y fantasías.

Pero hombre, eso está súper claro. Mira, tú eres mi amigo, llevamos cuántos años de amigos, 20? Aquí, quiero decirte que si tú quieres ser gay o no, es tu tema, yo te apoyo. Pero yo tengo mi esposa, mi familia y no he pensado en dejarlos por lo que tenemos los jueves jugando póker. Conocerás a una pareja que te trate mejor que lo que hace tu esposa y serás feliz, no pierdas las esperanzas.

Entonces, ¿estás bien?

¿Yo? Voy a estar preocupado por ti y tu separación o lo que decidas hacer, pero si, estaré bien, por mi no te preocupes.

¿Y los jueves?

Se hará lo que quieras, si solo jugar cartas, hacemos eso, si quieres otra cosa, pues me dices y ya.

El resto del almuerzo fue más tranquilo, comimos y volvimos a nuestros trabajos.

El jueves de póker fue divertido, nos reímos mucho, como siempre. Yo fui en Uber, así que pude tomar un poco más de lo normal. Marcelo se veía bien, aunque yo sabía que había un dolor debajo de sus risas.

Yo perdí. Pensé que iba a tener que tomar otro trabajo o algo de freelance si seguía perdiendo así, aunque nunca apostábamos mucho. Nos quedamos con Marcelo a limpiar y recibí un mensaje de Ana.

Ana es la ex esposa de Marco, el dueño del departamento. Se divorciaron en buenos términos, sin las inútiles peleas interminables. Ana ya había estado con nosotros, cuando nos sorprendió teniendo sexo a Marcelo y a mi, pero en vez de hacer un escándalo, se unió a nosotros. Nos había dicho que volvería, que podía acompañarnos una vez al mes, pero la esperábamos la semana siguiente. En el mensaje preguntaba que si estábamos en el departamento y que si podía ir a tomar algo con una amiga. Le pregunté a Marcelo y me dijo que sí. Media hora después llegaron Ana y su amiga Paula.

Ana estaba vestida con unos jeans apretados y una blusa escotada que dejaba ver un sostén de encajes rosados. A sus 35 años, estaba un poquito pasada de peso, pero su personalidad alegre hacía subir su atractivo en varios niveles. Su pelo castaño, ondulado, le llegaba a los hombros y sus pechos grandes luchaban por salir de su prisión.

Paula tenía ascendencia asiática. No quise preguntarle si china o japonesa, pero sus ojos rasgados la delataban. Vestía un pantalón de lycra muy apretado, con un trasero muy bien formado. De alrededor de 33 años, parecía de 25. Llevaba puesto una polera morada, de espalda abierta cruzada por hilos. Su pelo negro, liso y largo, le llegaba por lo menos a la cintura.

Nos sentamos y serví unos tragos. Comenzamos a hacernos preguntas para irnos conociendo cuando Paula preguntó por la mesa de póker. Le contamos que nos juntamos a jugar los jueves y ella nos contó que le encantaba jugar.

Ana también jugaba con Marco, así que nos sentamos los cuatro y comencé a revolver las cartas. Jugaríamos Texas Holdem.

¿Cuánto apostamos? Preguntó Marcelo.

Unas 10 lucas? (10 mil pesos chilenos que son como 12 dólares), dijo Ana

¿Qué tal si jugamos strip póker? Les dije yo.

Casi al unísono todos se rieron pero luego, dijeron que sí.

Ok, estás son las reglas. Cada uno parte con 6 prendas. Los hombres 2 zapatos, calcetines cuentan como una sola prenda, pantalones, polera y ropa interior. Las mujeres con 2 zapatos, pantalones, polera y ropa interior que en su caso son 2 prendas.

En cada ronda, todos deben apostar una prenda, propia o ganada. Apostar la prenda deben dejarla en la mesa y si se sacan una prenda no se la pueden volver a poner. Pierde el que no pueda poner una prenda en la siguiente ronda.

Y así empezamos a jugar. Todos pusimos un zapato en la mesa, y esa ronda la ganó Paula. Por lo que en la siguiente ronda, todos pusimos el otro zapato, excepto ella, que puso uno de los zapatos que había ganado. La siguiente ronda la gané yo. Para jugar, Marcelo se tuvo que sacar los calcetines y Ana nos miró con enojo, pero se sacó su blusa escotada, dejando a la vista su hermoso sostén rosado. Marcelo Subió la apuesta sacándose su polera y todos pagamos, excepto Ana, que se retiró. Yo gané el juego. Todos debían apostar nuevamente. Paula siguió apostando de lo que había ganado, Ana tuvo que pararse y con un poco de esfuerzo, se sacó los jeans. Marcelo nos miró pero nos dijo: “no, yo me retiro”. Nos reímos un rato, pero lo convencimos. Se paró para sacarse los pantalones y al bajarlos, dejó a la vista una hermosa tanga negra, que en su trasero solo tenía un hilo. Nos quedamos un poco sorprendidos, pero Ana le dio un palmazo en una nalga y le dijo que se le veía bien. Con esos nos reímos y seguimos jugando.

Paula se retiró, Marcelo se retiró y Ana tuvo que doblar su apuesta, por lo que se sacó el sostén y cubriéndose con un brazo, lo dejó en la mesa. En la mesa había un par de 2 y un rey. Yo pagué y volví a subir la apuesta en una prenda más y ella tuvo que sacarse su calzón de encajes rosados. Al mostrar sus cartas, ella tenía un 2, haciendo un trío de 2. Pero yo le mostré mi par de reyes que tenía en la mano y con eso se convirtió en la primera perdedora.

Marcelo se quedó solamente con su tanga, pero Paula y yo estábamos completamente vestidos, excepto por los zapatos.

Nos quedamos en la mesa de póker, Marcelo dijo que no jugaba más, así que Paula y yo jugamos solo a carta mayor para ver quien era el ganador. Ella sacó un 5 y yo un 9. Nos reímos y brindamos por la salud del ganador. Le dije a Paula que como yo era el ganador, ella al menos se tenía que sacar la polera y un poco ebria de tantos tragos, lo hizo de un solo tirón.

Nos reímos un poco más y luego a Paula se le ocurrió que la perdedora debía pagar alguna penitencia y como yo era el ganador, la penitencia la debía dar yo.

Pasamos al living y nos sentamos Marcelo, Paula en el centro y yo al otro lado y en un sofá personal, Ana.

Ana, como eres la perdedora esta noche serás nuestra esclava y partirás lamiendo nuestros pies.

Ana se bajó del sillón y se acercó a nosotros gateando. Nosotros juntamos nuestros pies y ella los empezó a lamer, repartiendo su tiempo entre nuestros pies. Yo me saqué el cinturón e hice un lazo con un extremo. Se lo pasé a través de la cabeza y dejé ese lazo en el cuello, como una correa para pasear animales.

Desde este momento no te puedes volver a poner de pie, eres nuestra perra y nos trataras de amos.

La tomé del pelo para que me mirara y le pregunté: ¿Entendiste? Si, me respondió. ¿Si qué? Si amo. Con eso, le di una buena nalgada, sonora: Que no se te olvide que eres nuestra perra.

Tomé la correa y comencé a pasearla por el living, ella gateaba a mi lado.

Paula miraba con ojos abiertos sin quitarle la mirada a Ana. Marcelo, inconscientemente, tenía su mano sobre su paquete y se tocaba el pene erecto que se escondía bajo su tanga. De pronto, se paró y fue por su propio pantalón y le sacó su cinturón. Hizo el mismo lazo y se lo puso en su cuello, luego se agachó y gateó donde estaba yo, levantó el lazo y me dijo:

Amo, yo también perdí en el póker, creo que también merezco su penitencia.

Yo le di una cachetada y le tomé de la barbilla.

¿Quién te dijo que me podías hablar? No serás mi esclavo. Serás el esclavo de Paula.

Paula se paró y tomó el cinturón. Les hicimos dar un par de vueltas más gateando y me acerqué a Paula con Ana pegada a mis pies. Miré a Paula y la besé. Sin aviso ni palabras. Solo la besé y ella cruzó uno de sus brazos sobre mi cuello y se dejó besar, nuestras lenguas buscando la boca del otro.

¿Qué quieres hacer con tu esclavo? Le susurré a un oído. Ella me respondió también en susurros

Nunca he estado con una mujer

Eso lo solucionamos hoy.

Con eso la llevé al sillón grande y la dejé sentada en el medio, su esclavo, gateando a su lado.

Puse a Ana, todavía gateando frente a ella.

Perra, ayúdale a Paula a quitarse los pantalones.

Ana se acercó a las piernas de Paula y sus manos a su cintura. Comenzó a bajar los pantalones de lycra pero también fueron bajando la tanga que ella llevaba puesta. Yo le di una nalgada a Ana: ¡Te dije que los pantalones, no estás obedeciendo! Y con eso le di otra nalgada. Ahora solo lo vas a hacer usando tu boca. Y con ello, Ana comenzó a morder los bordes del pantalón y a darle tirones. Demoró bastante pero lo logró, mientras lo hacía su cara se iba deslizando por la cintura, los muslos y piernas de Paula. Paula se sacó su sostén, se sentía prisionera y quería empezar a tocarse sus propios pechos.

Yo comencé a acariciar el trasero de Ana, aprovechándome de darle buenas caricias a su vagina que ya estaba mojada y a su ano, que me recibió dando un pequeño sobresalto.

Muy bien mi pequeña esclava, te has ganado un premio, con eso, moví a Marcelo hasta poner su cara en el culo de Ana y le pedí que lo comenzara a lamer.

Yo mismo me acerqué a Paula y le bajé su tanga. Ella estaba completamente depilada y con una mano le toqué la piel alrededor de su vulva. Usando ambas manos, le separé sus labios y le susurré: Pídele que te lama. Paula con los ojos semicerrados, le dijo: Ana, acércate, pásame tu lengua por mi sexo.

Ana solo se movió unos centímetros y comenzó a meter su lengua. Pronto quedó toda su cara mojada con los jugos de Paula y yo tuve asiento de primera fila mientras veía como Ana le daba sexo oral.

¿Ana, es tu primera vez comiéndote a una mujer? Si amo, me respondió. Pués hazle todo lo que te gustaría que te hicieran a ti.

La escena era maravillosa, Paula gemía de placer, mientras con una de sus manos se pellizcaba sus pezones y con la otra dirigía a Ana en lo que deseaba. Ana dedicada, usaba dos dedos para meterlos en la vagina de Paula y mientras chupaba, mordía, lamía y gemía porque Marcelo seguía chupándole el culo a Ana. Tomé la correa de Marcelo y lo dirigí al sillón, le di un par de nalgadas y le dije que se preocupara de su ama. Lo tomé del pelo y lo moví hasta los pezones de Paula, ahí comenzó a lamer, chupar y morder esos pezones, primero uno y luego el otro.

Paula no pudo más y soltó el primer orgasmo de la noche. Ana se retiró un poco, pero su cara quedó llena de los jugos de Paula y Marcelo recibió un empujón cuando Paula ya no pudo más.

Mi propia erección ya requería atención, así que puse a Ana en posición, con sus codos en el suelo y su colita parada.

¿Paula, quieres comer tu primera mujer?

Sí, me gustaría

Ven, ponte debajo de ella.

Paula se deslizó por el suelo, poniendo su boca en el sexo de Ana y abrazándola, atrayéndola. Ana comenzó a gemir.

Perro, cállale la boca a esta perra.

Marcelo se acercó y sacó su verga por el lado de la tanga y se la introdujo en la boca a Ana. Yo mismo me puse en posición, sabiendo que los ojos de Paula estarían viendo el espectáculo. Escupí y mojé el Ano de Ana, introduje uno, dos dedos y luego se lo metí, fue delicioso. Entré lento, pero firme, sentí el gemido de dolor y de placer de Ana mientras le comía el sexo a Marcelo. Escuchaba los lengüetazos de Paula comiendo su primera mujer, iba cambiando entre mordidas y chupadas y mis testículos chocaban con su frente. No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero Ana tuvo un orgasmo salvaje, soltando mucho más que jugos. Paula recibió todo en su boca y su cara y cuando yo sentí que iba a terminar se lo saqué provocando otro orgasmo más a Ana que recibía en ese momento una tremenda descarga de Marcelo en su boca. Lo volví a meter y sacar hasta que con un gritito terminé dentro de ella provocando más gemidos de placer y con sorpresa, cuando comencé a sacarlo, sentí la lengua de Paula, a medida que iba saliendo. Luego dejó que mi semen que salía del gran orificio de Ana, cayera en su cara mientras seguía pegada al sexo metió en su boca.

Estuvimos descansando unos minutos, yo sentado en un sillón, ellos tres en el suelo.

Luego de respirar un poco, le dije a Ana y Paula que deberían ir a lavarse un poco. Ana comenzó a gatear, pero le dije que ya podía caminar. A Marcelo le dije que fuera al dormitorio, sacara el cobertor y dejara solo la sábana de abajo y que luego dejara a Marcelo allá y trajera a María. Me levanté y fui a la cocina, busqué algunas cosas y encontré un matamoscas que al parecer estaba nuevo, de todas formas lo lavé y lo corté un poco, para que quedara como una fusta y no un matamoscas.

Lo siguiente que ocurrió se los contaré en la cuarta parte y final.

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