La música alegre llenaba el salón del hotel donde se llevaba a cabo la reunión de exalumnos. El ambiente era animado, con viejos amigos reencontrándose, compartiendo historias y fotografías de los años escolares. Habían pasado más de 20 años desde la última vez que todos habían estado juntos, y el espíritu de camaradería era palpable.
Elvira estaba junto a la mesa de bebidas, charlando con un grupo de excompañeros, cuando lo vio al otro lado del salón. Juan, con esa sonrisa carismática que nunca olvidó, estaba hablando con alguien más, pero sus ojos se cruzaron con los suyos por un instante. Fue un momento fugaz, pero sintió un pequeño escalofrío recorrerle la espalda.
Mientras la noche avanzaba, Elvira notó que se acercaba a ella, como atraído por una fuerza invisible. Ella ya había escuchado que se había casado y tenía dos hijos, igual que ella, pero esa conexión que compartieron cuando eran niños seguía ahí, latente pero poderosa.
—Elvira, no puedo creer cuánto tiempo ha pasado —dijo él con una sonrisa cálida mientras se acercaba—. ¿Cómo estás?
Ella sonrió de vuelta, sintiendo una mezcla de nervios y emoción.
—¡Juan! Sí, ha pasado tanto tiempo. Estoy bien, gracias. ¿Y tú? ¿Cómo está tu familia?
—Bien, todo bien. Los niños crecen rápido y el trabajo sigue ocupando mucho tiempo. Pero es genial estar aquí y verte. Nunca imaginé que sería tan nostálgico volver a ver a todos.
Elvira asintió, pero había algo más en su mirada, algo que no tenía nada que ver con la nostalgia. Era el reconocimiento de un deseo dormido, de una conexión que nunca llegó a apagarse del todo. Continuaron hablando sobre los viejos tiempos, las travesuras que hacían juntos en la escuela y las aventuras que compartieron.
La música comenzó a cambiar, haciéndose más suave, y el ambiente se tornó más íntimo. Elvira notó cómo las personas a su alrededor comenzaban a dispersarse, formando pequeños grupos de conversación, dejando más espacio entre ellas. Juan y ella se quedaron conversando, sus cuerpos cada vez más cerca, como si las historias del pasado los acercaran físicamente.
—Siempre fuiste el más travieso de la clase —dijo Elvira con una risa suave, recordando algunos de sus recuerdos juntos.
—¿Y tú siempre la más lista? —respondió él con una mirada que le hizo sentir ese cosquilleo de nuevo—. Nunca entendí cómo podías ser tan buena en todo y aún así tener tiempo para nosotros.
Se rieron juntos, pero había algo en esa risa que era más que simplemente amistoso. Era una risa que recordaba momentos de complicidad y cercanía. Había una chispa, un deseo que empezaba a resurgir. Elvira sintió cómo la distancia entre ellos se iba desvaneciendo con cada minuto que pasaban juntos.
—Me alegra verte, Juan —dijo ella, con una sinceridad que sorprendió incluso a ella misma.
—Y a mí verte a ti, Elvira —respondió él, su voz más baja, como si sus palabras fueran solo para ella.
El ambiente festivo y las luces suaves creaban un entorno casi mágico, donde el pasado y el presente se fusionaban. Elvira sabía que ambos estaban casados, que sus vidas habían tomado caminos diferentes, pero esa noche, mientras conversaban y reían, todo eso parecía menos importante. El instante en el que sus miradas se encontraron y el toque casual de sus manos se sintió como un nuevo comienzo, aunque solo fuera por esa noche.
Juan y Elvira se quedaron en su rincón, cada vez más cerca. La música fluía con una suavidad envolvente, haciendo que el mundo exterior pareciera distante y fuera de foco. El vino fluía con generosidad, y las risas y voces de los demás exalumnos se fundían en un zumbido cálido de fondo.
—¿Recuerdas cuando hicimos aquel proyecto para la feria de ciencias? —preguntó Juan, inclinándose hacia ella—. Estabas tan concentrada que ni siquiera notaste cuando arruiné todo al dejar caer el recipiente de pintura.
Elvira soltó una risa contenida, llevándose una mano a la boca para amortiguar el sonido. Recordaba ese día, y también recordaba la mezcla de rabia y diversión que sintió al ver la mancha de pintura esparciéndose por todo el suelo.
—¡Casi te mato por eso! —dijo, pero sus ojos brillaban con una luz traviesa—. Lo peor fue tener que limpiar todo antes de que los profesores lo vieran. Creo que nunca corrimos tanto como aquella vez.
—Fue un buen ejercicio —bromeó Juan, y Elvira sintió cómo se le acercaba un poco más—. Pero no creo que valiera la pena el susto que nos llevamos.
Hablar del pasado era como desenterrar un tesoro. Con cada recuerdo compartido, Elvira sentía que la distancia entre ellos desaparecía. Sus voces se convirtieron en susurros, y cada palabra era un hilo invisible que los conectaba más y más.
—Siempre fuiste la más valiente —dijo Juan, con un tono que sugería algo más—. Nunca tuve dudas de que llegarías lejos.
Elvira sonrió, pero algo en su mirada cambió. Era una mezcla de nostalgia y deseo, un sentimiento que la hacía preguntarse qué habría sido de ellos si las cosas hubieran sido diferentes. Sabía que ambos tenían familias, responsabilidades, pero en ese momento, el mundo parecía simplificarse, reduciéndose a ellos dos y a la chispa que nunca dejó de arder.
—Y tú siempre fuiste el más atrevido —respondió ella, juguetona—. Nunca sabíamos qué esperar de ti.
Juan sonrió, y su mirada se suavizó. Había una calidez en sus ojos que hacía que el ambiente a su alrededor se difuminara aún más. Estaban juntos en ese rincón, compartiendo recuerdos y risas, pero también compartiendo algo más profundo, algo que no necesitaba palabras para ser entendido.
Elvira sintió un cosquilleo en la piel cuando Juan extendió la mano y rozó suavemente su brazo. Fue un gesto pequeño, casi inocente, pero el efecto fue inmediato. El calor que había entre ellos creció, y el murmullo del salón pareció desvanecerse.
—Siempre pensé que eras especial, Elvira —dijo él, con una seriedad que la tomó por sorpresa—. Pero creo que nunca te lo dije.
Sus palabras resonaron en el aire, creando un eco en el corazón de Elvira. Sabía que debía mantener cierta distancia, que la nostalgia podía ser peligrosa, pero había algo en el tono de su voz, en la intensidad de su mirada, que la hacía querer acercarse más.
—¿Quieres salir un rato? —Juan le susurró al oído, inclinándose lo suficiente para que solo ella pudiera oír.
Elvira dudó. Había un tintineo de alarma en el fondo de su mente, un recordatorio de todo lo que estaba en juego. Su esposo y sus hijos esperándola en casa, su vida construida sobre la estabilidad. No podía ignorar eso.
—No creo que sea buena idea —respondió ella, buscando mantener un tono casual—. Hay mucha gente aquí. Además, mis amigas están cerca.
Juan no pareció desanimarse por su respuesta. De hecho, sonrió con esa seguridad que siempre lo caracterizó. Una parte de ella quería mantener la distancia, pero otra parte, la que había sido arrastrada por la nostalgia y la chispa de la noche, deseaba seguirle. Tal vez fue la música suave que flotaba en el aire, o el brillo cálido de las luces que creaba sombras tentadoras.
—Solo un minuto —dijo él, con un toque de insistencia que la hacía sentir más viva—. Hace calor aquí, y el jardín es bonito por la noche. Nadie lo notará.
Elvira dudó, pero el tono de su voz y la forma en que la miraba la empujaban a decir que sí. Había algo en esa noche que rompía las reglas, como si el tiempo se hubiera detenido solo para ellos dos. Miró a su alrededor y vio que las personas estaban distraídas, ocupadas en sus propias conversaciones y risas. Tal vez, solo tal vez, podían salir por un momento.
—Está bien, solo un minuto —respondió finalmente, intentando sonar casual—. Pero no nos alejemos demasiado.
Juan sonrió, esa sonrisa que le llegaba a los ojos, y luego la tomó suavemente del codo. Fue un toque ligero, pero suficiente para hacerle sentir el calor de su piel a través de la tela de su vestido. Caminó con ella hacia el borde del salón, buscando la puerta que llevaba al jardín. Todo se movía en cámara lenta; nadie parecía darse cuenta de que se alejaban.
Elvira echó una mirada por encima del hombro, asegurándose de que sus amigas no estuvieran observando. Estaban inmersas en su propio mundo, hablando y riendo con otros compañeros. Parecía que el pequeño truco de Juan para salir desapercibidos funcionaba.
La puerta se abrió con un suave chirrido, y el aire fresco del jardín los envolvió como un abrazo acogedor. Estaba oscuro, con solo algunas luces que iluminaban los senderos y las plantas cuidadosamente cuidadas. El murmullo de la reunión quedó atrás, reemplazado por el sonido del viento entre las hojas y el lejano murmullo de la ciudad.
Juan cerró la puerta detrás de ellos, creando una barrera invisible que los separaba del resto. Ahora estaban solos, y la intensidad del momento creció exponencialmente. Elvira se sintió más consciente de cada detalle: el sonido de sus pasos en la grava, el perfume de las flores nocturnas, y el ritmo acelerado de su propio corazón.
—¿Mejor, no? —preguntó Juan, manteniendo la voz baja.
—Sí, es agradable aquí —respondió ella, aunque sabía que no era solo el aire fresco lo que la hacía sentir así.
Juan y Elvira caminaron lentamente por el sendero del jardín. El fresco aire nocturno y la suave luz de las farolas creaban un ambiente íntimo, alejado del bullicio del salón de fiestas. A cada paso, la distancia entre ellos se acortaba, y las palabras parecían menos necesarias, como si todo el significado estuviera en sus miradas y gestos.
Fue entonces que Juan se detuvo y, como quien busca algo en la noche, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta. Elvira lo miró con curiosidad, preguntándose qué estaría haciendo. Lo vio sacar algo pequeño, envuelto en un trozo de papel que mostraba signos de haber sido doblegado muchas veces. Al abrirlo, Elvira reconoció al instante lo que era.
Era una pequeña figurita de cerámica, pintada a mano. Una mariposa azul con detalles dorados. El mismo regalo que ella le había dado a Juan cuando eran niños, antes de que sus caminos se separaran. La había pintado durante una clase de arte y se la entregó diciéndole: "Para que nunca me olvides". Fue un gesto inocente en aquel momento, pero ahora, viendo cómo Juan la sostenía con cuidado en sus manos, sintió un escalofrío de emoción.
—No puedo creer que aún la tengas —dijo Elvira, con un nudo en la garganta. Su voz era un susurro, cargado de sorpresa y sentimientos encontrados.
—Siempre la he tenido conmigo —respondió Juan, mirándola a los ojos—. Me ayudaba a recordar esos tiempos, cuando todo era más sencillo. Cuando tú y yo éramos amigos, pero… siempre había algo más, ¿verdad?
Elvira apenas pudo responder, atrapada en el recuerdo de aquella época. El significado de ese regalo, que ella había olvidado con el tiempo, se convirtió en un símbolo de lo que podrían haber sido. Juan sostuvo la figurita frente a ella, y Elvira sintió como si el pasado y el presente se entrelazaran en ese instante.
—Sí, siempre hubo algo más —dijo ella, sintiendo cómo el latido de su corazón se aceleraba—. Pero nunca nos atrevimos a cruzar esa línea.
Juan asintió, sus ojos reflejando la misma emoción que ella sentía. El aire entre ellos estaba cargado de posibilidades, y el recuerdo de la mariposa azul era un ancla que los mantenía unidos en la marea del tiempo. Elvira sintió como si el mundo exterior se desvaneciera, dejando solo a ellos dos y el regalo que compartían.
—A veces me preguntaba qué habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes —dijo Juan, acercándose un poco más—. Si hubiéramos tenido el valor de ser honestos con nuestros sentimientos.
Elvira tragó saliva, sintiendo el calor de su cuerpo irradiando hacia él. Había algo profundamente emocional en el hecho de que Juan hubiera guardado ese recuerdo durante tanto tiempo. Ella sabía que ambos tenían vidas separadas, familias que proteger, pero esa noche en el jardín, parecía que todo lo demás se desvanecía, dejando solo la conexión que siempre habían tenido.
—No lo sé, Juan —dijo, mirando la mariposa azul—. Pero quizás… quizás esta noche podamos recordar un poco de lo que éramos.
Juan sonrió suavemente, y su mano rozó la suya, el contacto breve pero intenso. La magia del jardín y el murmullo lejano del salón creaban un espacio donde el pasado y el presente se unían, donde las emociones fluían como una corriente incontrolable. Elvira sintió que estaba en un punto de no retorno, donde las decisiones que tomara esa noche tendrían consecuencias que no podía prever. Pero por ahora, en esa noche de reencuentro, el tiempo parecía detenerse para ellos dos.
Elvira sintió que su corazón se aceleraba con el acercamiento de Juan. Habían pasado tantos años desde la última vez que estuvieron juntos de esa manera, y el pasado parecía resurgir con una intensidad que la dejó sin palabras. Juan estaba frente a ella, sosteniendo esa pequeña mariposa azul, el mismo regalo que ella le había dado tanto tiempo atrás, y ahora el significado de ese gesto se hacía claro: él no la había olvidado.
Mientras sostenía su mirada, Juan se inclinó ligeramente, sus labios acercándose a los de ella. Fue un beso suave, casi como un roce, como el toque de un niño al probar algo por primera vez. No era intenso ni brusco, sino un gesto delicado que la hizo sentir el calor que había entre ellos. Elvira cerró los ojos, permitiendo que ese breve contacto despertara sensaciones que creía olvidadas.
El beso fue corto, pero bastó para avivar algo dentro de ella. No era solo la nostalgia lo que la cautivaba, sino también la dulzura de ese momento, la forma en que Juan se movió con cuidado, sin presionar ni insistir. Fue un beso respetuoso, pero cargado de emociones. Elvira sintió un cosquilleo que recorrió su cuerpo, y cuando abrió los ojos, vio la calidez en la mirada de Juan.
—Perdón, no quería incomodarte —dijo él, con una sonrisa suave—. Solo quería… recordar.
Elvira sonrió también, sintiendo el rubor en sus mejillas. No esperaba ese gesto, pero tampoco le desagradó. Era como si el tiempo se hubiera detenido por un momento, permitiéndoles explorar algo que siempre había estado ahí, pero que nunca se atrevieron a reconocer.
—No, está bien —respondió ella, su voz un poco temblorosa—. Fue… bonito.
La atmósfera del jardín era mágica, con el viento susurrando entre las hojas y las luces suaves que creaban sombras danzantes a su alrededor. El mundo fuera de ese rincón parecía distante, como si estuvieran en un lugar propio, solo para ellos dos.
Elvira se dio cuenta de que estaba dejando que sus emociones guiaran el momento, y aunque sabía que debía ser cauta, no pudo evitar sentir que este era un instante especial. Juan estaba tan cerca que podía sentir su respiración, y el calor que irradiaba de él le proporcionaba una sensación de seguridad. Estaban juntos en un pequeño rincón del mundo, y todo lo demás parecía no importar.
—Juan, no sé qué decir —dijo ella, buscando las palabras adecuadas—. Ha pasado tanto tiempo, y ahora esto…
Juan la interrumpió suavemente, tocando su brazo con delicadeza. Fue un toque ligero, pero la hizo sentir como si una corriente eléctrica la recorriera.
—No tenemos que decir nada, Elvira —dijo él, su voz baja y tranquilizadora—. Solo quería que supieras que siempre te he recordado. Y ver que aún tienes esa misma sonrisa… eso me hace feliz.
Elvira asintió, sin saber qué responder. Estaba en un lugar donde la lógica y la razón parecían haber desaparecido, dejándola solo con sus sentimientos y la conexión que siempre había tenido con Juan. Sabía que había límites que no debían cruzarse, pero en ese jardín, con el beso suave aún resonando en su piel, se permitió disfrutar del momento, aunque solo fuera por esa noche.
Elvira y Juan se quedaron en silencio por un momento después del beso. El susurro del viento entre las hojas del jardín parecía llenar el espacio entre ellos. Era un ambiente íntimo y tentador, donde el tiempo parecía detenerse. Sin embargo, ambos sabían que regresar al salón era lo correcto. Pero la tensión emocional, las emociones no resueltas, hacían difícil tomar esa decisión.
—¿Te gustaría caminar un poco más? —preguntó Juan, su voz suave pero firme—. Podemos explorar un poco este lugar, antes de volver con los demás.
Elvira miró hacia el salón, donde las luces y la música seguían brillando en la distancia. Pero algo en el jardín la atraía, algo que no era solo el fresco aire nocturno. Era la compañía de Juan, la conexión que compartían después de tantos años. Así que, con una leve sonrisa, asintió y comenzó a caminar con él por el sendero iluminado por farolas tenues.
El jardín del hotel se extendía en diferentes direcciones, con senderos que llevaban a pequeños rincones ocultos. A medida que avanzaban, las voces y la música se volvían más tenues, como si estuvieran dejando atrás el bullicio de la fiesta. El silencio del entorno y la compañía de Juan hacían que cada paso se sintiera cargado de significado.
—¿Cómo te ha ido en la vida, Elvira? —preguntó Juan, con una curiosidad sincera—. No hemos tenido muchas oportunidades de hablar desde que dejamos la escuela.
—Ha sido una buena vida —respondió ella, aunque sintió un matiz de duda en sus propias palabras—. Estoy casada, tengo hijos maravillosos y un trabajo que me gusta. No puedo quejarme.
Juan asintió mientras caminaban. El sendero estaba bordeado por arbustos y plantas floridas, que emitían un suave aroma a la luz de la luna. A medida que se adentraban más en el jardín, la atmósfera se volvía más tranquila, como si estuvieran en su propio mundo.
—Y tú, ¿cómo has estado? —preguntó ella, buscando mantener la conversación ligera.
—He estado bien también. El trabajo, la familia, todo eso. Pero a veces me pregunto… —Juan hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas—. Me pregunto si he tomado las decisiones correctas. Si he seguido el camino que realmente quería seguir.
Elvira entendió ese sentimiento. Aunque su vida parecía perfecta desde afuera, a veces también se preguntaba qué habría pasado si hubiera tomado decisiones diferentes. Caminando por el sendero con Juan, sintió que esas dudas resurgían, como si el tiempo en el jardín le diera permiso para explorar esas emociones.
El sendero los llevó a un pequeño puente sobre un arroyo. El agua fluía suavemente, reflejando la luz de la luna. Elvira se detuvo en el centro del puente y miró hacia abajo, observando el agua y sintiendo la brisa fresca en su rostro. Juan se detuvo a su lado, manteniendo una distancia respetuosa pero cercana.
—A veces creo que todos tenemos dudas —dijo ella, tratando de consolarlo—. Pero al final, hacemos lo mejor que podemos con las decisiones que tomamos.
Juan asintió, pero sus ojos estaban fijos en el arroyo, como si estuviera contemplando algo más profundo. El silencio entre ellos era cómodo, pero también tenía un trasfondo de nostalgia y deseo. Elvira sintió el impulso de tomar su mano, pero se contuvo, consciente de las implicaciones.
—Supongo que esta noche es para recordar lo bueno del pasado —dijo Juan, volviéndose hacia ella—. Pero es difícil no pensar en lo que podría haber sido.
Elvira lo miró, notando la sinceridad en sus ojos. El jardín se había vuelto un lugar de reflexión, donde el pasado y el presente se entrelazaban. Sabía que debía tener cuidado, pero la tentación de seguir caminando con él, de explorar esos sentimientos, era fuerte. El sendero continuaba, y con cada paso, el salón de la fiesta quedaba más atrás, como un eco lejano en la noche.
El silencio entre Elvira y Juan en el pequeño puente sobre el arroyo estaba lleno de cosas no dichas. Las luces del jardín se reflejaban en el agua, creando un efecto hipnótico mientras el murmullo lejano de la fiesta se desvanecía en el fondo. Había una magia en el aire, un aura de nostalgia y deseo que los envolvía, haciéndoles olvidar por un momento la realidad que les esperaba fuera de esos confines.
Juan miró a Elvira, sus ojos brillando a la luz de la luna. Sabía que este momento era especial, pero también sabía que tenía que ser cuidadoso. Había algo muy frágil en esa conexión, y no quería estropearlo.
—Elvira, el minuto que pedí ya se cumplió —dijo con una sonrisa suave—. Podríamos regresar con los demás, si prefieres.
Elvira lo miró, sintiendo un ligero conflicto. Por un lado, sabía que era prudente volver al salón, donde todos sus amigos y compañeros de clase aún estaban. Pero por otro, había algo en el ambiente del jardín, en el recuerdo de ese beso suave y el regalo que Juan aún guardaba, que la hacía querer quedarse un poco más.
—Sí, creo que es lo mejor —respondió, aunque su tono no era del todo convincente.
Juan asintió, pero antes de dar un paso hacia el sendero de regreso, se detuvo y la miró con intensidad.
—O… podríamos ir a algún lugar más íntimo —sugirió—. Antes de que se termine el hechizo de esta noche. Hay una terraza en el hotel con una vista increíble. Podríamos disfrutar de un momento más para nosotros.
Elvira sintió un escalofrío de emoción. La propuesta de Juan era tentadora, pero sabía que estaba cruzando un límite peligroso. La terraza sonaba romántica y privada, un lugar donde podrían continuar su conversación sin interrupciones. Pero también sabía que este momento podría cambiar muchas cosas, no solo para ella, sino para sus familias.
Miró hacia el sendero de regreso, donde las luces del salón brillaban en la distancia. Esa era la elección segura, la elección lógica. Pero la atracción que sentía por Juan, esa conexión que había despertado de nuevo, la impulsaba a explorar más, a vivir esa noche como si el tiempo se hubiera detenido solo para ellos.
—¿La terraza? —preguntó, con un toque de incertidumbre en su voz—. ¿No será demasiado… arriesgado?
Juan la miró con una expresión tranquila pero con un brillo en sus ojos que sugería que entendía sus dudas.
—Solo por un rato —dijo—. Nadie nos verá. Podemos disfrutar del momento y luego regresar, como si nada hubiera pasado.
Elvira respiró hondo, tratando de calmar su corazón acelerado. La idea de estar sola con Juan, en un lugar más íntimo, era emocionante pero también preocupante. Sabía que esa noche no debía cruzar ciertas líneas, pero la atracción y la nostalgia la empujaban hacia lo desconocido.
—Está bien —dijo finalmente—. Vamos a la terraza. Pero solo por un rato.
Juan sonrió y le ofreció su brazo. Elvira lo tomó, sintiendo el calor de su piel a través de la chaqueta. Juntos, comenzaron a caminar por el sendero, alejándose del pequeño puente y del arroyo. El jardín era un laberinto de caminos y arbustos, pero Juan parecía conocer el camino. A medida que avanzaban, la sensación de intimidad crecía, como si estuvieran dejando atrás el mundo exterior y adentrándose en su propio universo.
La noche tenía un hechizo especial, y Elvira sintió que estaba en un punto sin retorno. La terraza era un lugar donde el tiempo podría detenerse, donde los recuerdos del pasado y las emociones del presente se encontrarían. Sabía que debía tener cuidado, pero en ese momento, decidió dejarse llevar por el hechizo de la noche, aunque solo fuera por un rato más.
La terraza en el sexto piso del hotel ofrecía una vista espectacular de la ciudad. Desde allí, podían ver las luces parpadeantes en la distancia, las calles serpenteantes que se abrían paso entre los edificios y el vasto horizonte donde las estrellas titilaban en la noche. El cielo era un lienzo negro salpicado de destellos de luz, y en algún lugar entre esos puntos luminosos, estaban las familias de Juan y Elvira, probablemente esperando su regreso.
Juan y Elvira llegaron a la terraza, sintiéndose como si estuvieran en un mundo aparte, lejos del bullicio del salón y de las responsabilidades que los esperaban abajo. El aire fresco soplaba suavemente, llevando consigo el olor del mar y el lejano rumor del puerto, donde las embarcaciones pesqueras iban y venían en su incesante labor nocturna.
Juan se quedó en silencio por un momento, observando el paisaje y luego volviendo su mirada a Elvira. Sus ojos reflejaban la luz de la ciudad, y había algo en su expresión que revelaba una mezcla de nostalgia y deseo. Elvira lo observó con atención, notando cómo su respiración se aceleraba y el ligero temblor en sus manos.
—Elvira… —dijo él, tomando sus manos con suavidad—, nunca te dije esto cuando éramos niños, pero siempre fuiste especial para mí. Siempre sentí algo más que amistad, pero nunca tuve el valor de decírtelo.
Elvira lo miró, y su corazón comenzó a latir más rápido. Sabía que había algo entre ellos, incluso desde que eran niños, pero nunca esperó que Juan lo dijera en voz alta. El hecho de que estuvieran allí, en la terraza, solos y bajo las estrellas, hacía que todo se sintiera más real, más intenso.
—Yo también sentí lo mismo, Juan —respondió ella, susurrando las palabras—. Pero siempre pensé que era solo una ilusión, algo que pasaría con el tiempo.
Juan negó con la cabeza, manteniendo sus manos entre las suyas. La conexión entre ellos era palpable, como si el mundo exterior se hubiera desvanecido, dejando solo a ellos dos y la confesión que acababa de hacer.
—No fue una ilusión para mí —dijo él, acercándose un poco más—. Siempre pensé en ti, incluso cuando nuestras vidas tomaron caminos diferentes. Y ahora, verte aquí, como si el tiempo no hubiera pasado, es… es algo que no puedo ignorar.
Elvira sintió una oleada de emociones. Estar en esa terraza, lejos de las miradas curiosas, le permitía explorar sentimientos que había reprimido durante mucho tiempo. Sabía que ambos tenían familias, compromisos, pero en ese momento, el cielo estrellado y la confesión de Juan crearon un espacio donde todo parecía posible.
En un acto sincronizado y suave, Juan se inclinó hacia ella y la besó. Fue un beso lento, tierno, lleno de emociones que habían estado esperando ser liberadas. Elvira cerró los ojos y se dejó llevar, permitiendo que ese beso la transportara a un lugar donde el tiempo y las responsabilidades no tenían cabida. Era un momento que nunca pensó que viviría, pero allí estaba, compartiendo un beso con alguien que siempre había sido especial para ella.
La vista panorámica de la ciudad y el suave murmullo del viento crearon un telón de fondo perfecto para el beso. Elvira sabía que estaba cruzando una línea peligrosa, pero no pudo evitarlo. El beso la hizo sentir viva, como si todo lo demás se hubiera desvanecido, dejando solo a ella y a Juan en esa noche mágica. Sabía que pronto tendría que regresar a la realidad, pero por ahora, el hechizo de la noche y el beso la llevaban a un lugar donde las emociones fluían sin restricciones.
Después de su beso en la terraza, Elvira y Juan se quedaron quietos por un momento, sus respiraciones aún agitadas por la intensidad del encuentro. Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos, creando una atmósfera encantadora pero también algo irreal. Ambos sabían que el tiempo parecía haberse detenido para ellos, pero la realidad pronto volvería con todo su peso.
Elvira fue la primera en moverse, separándose ligeramente de Juan y mirándolo a los ojos. Había algo profundo y sincero en su mirada, una conexión que había estado latente durante años y que ahora, por fin, se había manifestado. Pero también había preocupación, la conciencia de que lo que había sucedido esa noche podría tener consecuencias.
—Juan… —empezó a decir, sin saber realmente qué preguntar—, ¿qué hacemos ahora?
Juan asintió, entendiendo lo que ella quería decir. Sabía que era un momento complicado, que había sentimientos intensos pero también responsabilidades que no podían ignorar.
—No lo sé —respondió él, con un tono de voz suave pero serio—. No quiero estropear lo que tenemos, pero tampoco quiero fingir que esto no significa nada.
Elvira asintió, aunque sentía el pulso acelerado y las emociones aún a flor de piel. La noche era mágica, pero la magia podía desvanecerse rápidamente cuando la realidad se imponía. Decidió sentarse en un banco cercano, uno que ofrecía una vista espectacular de la ciudad. Juan la siguió, sentándose a su lado pero sin invadir su espacio personal.
El silencio entre ellos era cómodo, pero también cargado de tensión. Elvira pensaba en su familia, en su esposo y en sus hijos. También en lo que esa noche podría significar para su relación con Juan, si era el inicio de algo o solo un momento efímero.
—Siempre me pregunté qué habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes —dijo Juan, rompiendo el silencio—. Si hubiéramos seguido en contacto después de la escuela, o si nuestras vidas no hubieran tomado caminos tan diferentes.
Elvira miró hacia el horizonte, las luces parpadeantes de la ciudad reflejadas en sus ojos. Ella también se lo había preguntado muchas veces, especialmente cuando las cosas en su matrimonio se volvieron rutinarias o difíciles. Pero ahora que estaban allí, en la terraza, sabía que esas preguntas podían ser peligrosas.
—Yo también me lo he preguntado —respondió ella con sinceridad—. Pero la vida es así, ¿verdad? Tomamos decisiones y luego seguimos adelante, intentando hacer lo mejor que podemos.
Juan asintió, pero sus ojos reflejaban una melancolía que no había estado allí antes. Parecía luchar contra sus propios pensamientos, como si quisiera expresar algo más pero no supiera cómo hacerlo sin cruzar una línea.
—Elvira, no quiero que esto sea un problema para ti —dijo—. Quiero que esta noche sea especial, pero no quiero que te sientas culpable o incómoda.
Elvira sonrió suavemente, agradecida por su sinceridad. Sabía que estaban en un terreno frágil, pero también sabía que el momento era real, que la conexión que compartían era genuina.
—Gracias, Juan —dijo ella, apoyando una mano en la suya—. Por entender y por ser honesto. No sé qué significa todo esto, pero también quiero que sea especial, sin complicaciones.
Ambos se quedaron sentados en el banco, mirando las luces de la ciudad y permitiéndose sentir la emoción del momento sin presiones ni expectativas. Sabían que pronto tendrían que regresar al salón y que el hechizo de la noche podría romperse, pero por ahora, disfrutaron del silencio y la compañía del otro, sabiendo que a veces, el presente es lo único que se puede realmente disfrutar.
Elvira y Juan bajaron varios pisos en el ascensor, todavía sumidos en la atmósfera de la terraza, donde habían compartido confesiones y besos que removieron sentimientos antiguos. La sensación era extraña, como si hubieran dejado parte de ellos mismos en esa terraza con vista a la ciudad. Pero sabían que debían volver al salón, donde la reunión de exalumnos seguía en pleno apogeo.
Durante el descenso, no hablaron mucho. Juan la tomó de la mano, y Elvira se dejó guiar por el edificio, notando el calor de su piel y el suave roce de sus dedos entrelazados. El contacto era tranquilizador y tentador al mismo tiempo. Las luces del hotel creaban sombras y reflejos en las paredes, mientras descendían en silencio.
Fue cuando pasaron frente a la habitación 203 que Elvira se detuvo abruptamente. Algo en ese número le resultaba familiar, como si la llamara de vuelta a un momento importante. Juan, sorprendido por el movimiento repentino, también se detuvo y la miró, intentando entender qué había llamado su atención.
—¿Qué pasa? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y preocupación.
Elvira miró la puerta de la habitación 203, tratando de recordar por qué le resultaba tan significativa. Y entonces, de repente, recordó. En su último año de primaria, ella y Juan se habían escondido en esa misma habitación durante una excursión escolar. Fue una travesura inocente, pero también un momento que marcó la intensidad de su amistad y complicidad. Recordar eso ahora, después de todo lo que había pasado en la terraza, le pareció más que una coincidencia.
—Esta era la habitación donde nos escondimos en la excursión —dijo, con una sonrisa que era mitad sorpresa, mitad nostalgia—. ¿Te acuerdas? Nos escapamos del grupo y nos quedamos aquí, contando historias hasta que nos encontraron.
Juan parpadeó, como si también estuviera recordando esos momentos. Su expresión cambió, mostrando una mezcla de sorpresa y alegría.
—¡Es cierto! —dijo, riendo suavemente—. Nunca olvidaré la cara de la maestra cuando nos encontró. Parecía que había visto un fantasma.
Elvira asintió, y por un momento, el recuerdo de esa travesura trajo de vuelta la alegría y la ligereza de sus días escolares. Pero también despertó algo más, algo que estaba latente en la conexión entre ellos, algo que se había manifestado en la terraza y que ahora, frente a esa habitación, parecía resurgir con fuerza.
La idea de entrar a la habitación 203 cruzó por su mente, pero supo que era una línea que no debía cruzar. No importaba cuán fuerte fuera la nostalgia o la conexión entre ellos, había cosas que no podían permitirse. Así que respiró hondo y soltó la mano de Juan, señalando hacia el ascensor.
—Vamos, tenemos que volver al salón —dijo, tratando de sonar casual—. No queremos que nadie sospeche.
Juan asintió, pero sus ojos reflejaban un deseo que era difícil de ocultar. Sabía que Elvira tenía razón, pero la tentación de volver a esa habitación, de revivir un momento que había sido especial para ellos, era fuerte. Sin embargo, también sabía que estaban en un terreno delicado, y cualquier paso en falso podría tener consecuencias irreparables.
Con una sonrisa ligera, Elvira volvió a tomar la mano de Juan y comenzaron a caminar de nuevo hacia el ascensor. En eso.
—Quédate un momento, ya vuelvo —dijo Juan, con un tono que no admitía discusión—. Iré a la recepción.
Elvira asintió, aunque la sorpresa se reflejaba en su rostro. ¿A recepción? ¿Por qué? Antes de que pudiera hacer más preguntas, Juan desapareció por el pasillo, dejándola sola frente a la puerta de la habitación 203. El sonido de sus pasos se desvaneció rápidamente, y Elvira se encontró rodeada por el silencio del hotel, un silencio lleno de incógnitas.
Esperó pacientemente, mirando alrededor. El corredor estaba desierto, y las luces suaves proyectaban sombras alargadas en las paredes. El tiempo parecía alargarse, cada segundo pasando lentamente. Las emociones del encuentro con Juan aún palpitaban en su mente. Habían estado tan cerca, en la terraza, y ahora esto. ¿Por qué tenía que ir a la recepción?
Su mente empezó a divagar. Tal vez había olvidado algo importante, o quizá necesitaba hablar con alguien del personal del hotel. Pero también había una parte de ella que se preguntaba si este era el final de la noche, si todo lo que habían compartido se desvanecería cuando Juan regresara.
El aire era fresco, pero el calor de la emoción todavía ardía en su pecho. Recordó la intensidad de sus besos, la sensación de sus manos entrelazadas y la conexión que parecía ir más allá del tiempo y la distancia. El hecho de que él tuviera la llave de una habitación también despertó sus dudas, pero intentó no pensar demasiado en ello. Tal vez solo era un gesto simbólico, una forma de mostrar que confiaba en ella.
Un par de minutos después, escuchó el sonido de pasos acercándose. Juan reapareció por el pasillo, con una expresión tranquila y una sonrisa suave. Algo había cambiado en su mirada, pero Elvira no estaba segura de qué era.
—Listo, ya estoy aquí —dijo, como si no hubiera pasado nada extraño—. ¿Entramos?
Elvira dudó por un momento, pero la chispa de la noche seguía viva. Las luces del corredor parpadeaban ligeramente, y la puerta de la habitación 203 estaba entreabierta. ¿Qué significaba esto? ¿Era solo otro paso en la noche mágica que habían compartido o algo más?
La invitación estaba allí, pero Elvira sabía que la elección era suya. Todo lo que había sentido durante esa noche, la conexión y la emoción, parecía converger en ese momento. Podía entrar y ver a dónde la llevaría esa puerta abierta, o podía retroceder y mantener la línea que hasta ahora habían respetado.
Juan la miró con paciencia, sin presionar. Sabía que la decisión debía ser de ella. Todo dependía de cuánto estaba dispuesta a arriesgar por un momento que, aunque intenso y significativo, también podía tener consecuencias inesperadas.
Elvira se quedó mirando la puerta entreabierta de la habitación 203, con la llave en la mano que Juan le había dado. La tentación era fuerte, y las emociones desbordantes de la noche le susurraban que cruzara el umbral, que se dejara llevar por el momento. Habían compartido tanto en la terraza, se habían confesado sentimientos y recuerdos que habían estado enterrados por años. Era como si todo apuntara a ese instante, a esa decisión.
De repente, como si algo en su interior hiciera clic, Elvira sintió el impulso de entrar en la habitación. Tal vez era el deseo de experimentar algo prohibido, el anhelo de sentir esa conexión una vez más. O tal vez era la curiosidad, la necesidad de saber qué pasaría si dejaba atrás las restricciones y simplemente se entregaba al momento. Juan estaba a su lado, esperándola, pero sin presionar. Había dejado claro que la elección era suya.
Elvira respiró hondo, sintiendo el aire fresco del hotel, y empujó la puerta con suavidad. La habitación 203 era sencilla pero acogedora, con una cama grande y sábanas blancas. Había una lámpara encendida en la mesita de noche, y las cortinas estaban entreabiertas, dejando que la luz de la ciudad entrara en suaves reflejos. Era un espacio privado, alejado del bullicio del salón y de la multitud de la fiesta. Un refugio donde podían ser ellos mismos, sin juicios ni restricciones.
Juan la siguió, cerrando la puerta detrás de ellos con cuidado. El sonido del clic de la cerradura resonó en la habitación, y Elvira sintió un escalofrío de anticipación. Todo estaba en calma, y la habitación se convirtió en un pequeño mundo donde solo existían ellos dos.
Elvira miró a Juan, tratando de encontrar algo en sus ojos que le diera tranquilidad. Él la miraba con una mezcla de ternura y deseo, pero también con respeto. No quería presionarla ni llevarla a un lugar donde no se sintiera cómoda. Pero la chispa que habían compartido en la terraza seguía ardiendo, y ahora estaban aquí, solos en la habitación 203, con todo el tiempo del mundo.
Elvira dio un paso hacia él, y Juan extendió la mano para tomar la suya. Fue un toque suave, pero el calor de su piel la hizo sentir más viva que nunca. Había algo eléctrico en ese contacto, una energía que parecía llenar el espacio entre ellos.
Se miraron por un momento, sin palabras. No había necesidad de explicar lo que estaban sintiendo. La atmósfera estaba cargada de emociones, de recuerdos y de un deseo que había estado reprimido durante mucho tiempo. Elvira sabía que estaban cruzando una línea, pero en ese momento, el hechizo de la noche era demasiado fuerte para resistir.
Juan se acercó un poco más, y Elvira sintió que su corazón latía con fuerza. No era solo el deseo físico lo que los unía, sino también la conexión emocional, la nostalgia y la comprensión mutua. Era como si el tiempo se hubiera detenido y todo lo que importaba era ese instante.
Entonces, Juan la besó de nuevo, con una pasión contenida pero creciente. Fue un beso lento, lleno de emociones que habían estado esperando ser liberadas. Elvira se dejó llevar, permitiendo que el momento la envolviera. El sonido del viento afuera y las luces suaves de la ciudad crearon un telón de fondo perfecto para ese beso.
Sabía que estaban en terreno peligroso, pero en ese momento, decidió dejarse llevar por el impulso, por el deseo de sentir algo genuino y real. El tiempo se detuvo para ellos en la habitación 203, y mientras compartían ese beso, todo lo demás parecía desvanecerse. Habían cruzado una línea, el deseo y la nostalgia habían triunfado dentro de la habitación.
Una vez consumado la llamarada de pasión. Elvira y Juan salieron de la habitación 203 después de una hora que pareció extenderse en la eternidad y, al mismo tiempo, pasar en un suspiro. El entorno del hotel era el mismo, pero para ellos, todo había cambiado. La conexión que habían compartido, los besos y los momentos de intimidad, habían transformado su percepción del mundo, dejándolos a ambos con sentimientos encontrados.
Elvira caminaba por el pasillo solitario con pasos inciertos, como si sus pies no supieran bien hacia dónde dirigirse. Su cuerpo temblaba, pero no solo por el frío del aire acondicionado; era el remolino de emociones que giraba en su interior, el remordimiento y la euforia mezclados en una tormenta imposible de contener. Su corazón latía con una intensidad que le dificultaba concentrarse, y la preocupación de lo que vendría después nublaba su mente.
Juan, a su lado, parecía más sereno, pero había una chispa en sus ojos que revelaba el torrente de emociones bajo la superficie. Estaba excitado, claramente, y aunque intentaba disimularlo, la satisfacción personal era palpable en su semblante. Había algo en su actitud, un toque de confianza y desenfreno que contrastaba con la incertidumbre de Elvira.
Mientras caminaban, el eco de sus pasos resonaba en las paredes del pasillo, creando un sonido casi hipnótico. Ninguno de los dos hablaba. Elvira estaba perdida en sus pensamientos, tratando de procesar lo que había sucedido y lo que significaba para su vida y su familia. Era una mezcla de placer y culpa, de amor y miedo, y cada paso que daba hacia el ascensor se sentía como una decisión que la llevaba más cerca de la realidad y más lejos del momento mágico que acababan de compartir.
Al llegar al ascensor, Juan la miró, sus ojos reflejando un conflicto similar al de ella. No había necesidad de palabras; ambos sabían que lo que había sucedido en la habitación 203 sería algo que tendrían que cargar consigo. Pero, por ahora, había un entendimiento tácito de que lo que pasó, pasó, y que el camino hacia adelante sería incierto y lleno de desafíos.
Elvira suspiró, tratando de calmar su respiración. Sabía que una vez que regresaran al salón, todo tendría que volver a la normalidad. Pero no sabía cómo podría hacerlo, no después de lo que había experimentado con Juan. Había algo dentro de ella que anhelaba más, pero también sabía que seguir por ese camino solo traería complicaciones.
Juan le sonrió suavemente, como queriendo ofrecerle algo de consuelo en medio de la confusión. Pero Elvira sabía que esa sonrisa también era un aviso de lo que compartieron, y eso solo hacía que su corazón latiera con más fuerza. Mientras Elvira y Juan bajaban en el ascensor, un silencio incómodo se instaló entre ellos. Era como si todo lo que había pasado en la habitación 203 se hubiera quedado atrapado en el aire, creando una tensión palpable. Elvira miraba las luces parpadeantes en el panel del ascensor, su mente todavía tratando de procesar las emociones que habían surgido esa noche.
De repente, su teléfono vibró en su bolso. Lo sacó con rapidez y vio el nombre de su esposo en la pantalla. Su corazón dio un vuelco. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar la realidad, pero no esperaba que llegara tan pronto. Miró a Juan, quien la observaba con curiosidad, y luego respondió la llamada, intentando sonar natural.
—Hola —dijo Elvira, con una voz que buscaba ocultar el nerviosismo—. ¿Qué tal todo?
—Bien, cariño —respondió su esposo—. Solo quería saber a qué hora vas a volver. Estoy cerca del hotel y pensé en recogerte dentro de una hora, así no tienes que preocuparte por el transporte.
Elvira sintió un nudo en el estómago. Una hora. Eso era todo el tiempo que tenía antes de que su esposo llegara, y todavía tenía que regresar al salón y fingir que todo estaba normal. Miró a Juan, quien escuchaba atentamente la conversación, consciente de que la situación había cambiado drásticamente.
—Sí, claro, está bien —respondió, tratando de mantener la calma—. Nos vemos en una hora, entonces. Gracias por venir a buscarme.
Su esposo respondió con una calidez habitual, sin sospechar nada, y luego colgó. Elvira guardó el teléfono en su bolso y se apoyó en la pared del ascensor, sintiendo la presión de la situación. Habían compartido algo significativo esa noche, pero el tiempo para procesar todo eso se estaba agotando rápidamente.
Juan la miró con una mezcla de preocupación y comprensión. Sabía lo que significaba esa llamada y lo que estaba en juego para Elvira. Estaba claro que la noche mágica que habían compartido tenía un límite, y la realidad estaba a punto de imponerse.
—¿Todo bien? —preguntó Juan, aunque ambos sabían que la respuesta era complicada.
—Sí —respondió Elvira, pero su voz temblaba ligeramente—. Mi esposo vendrá a recogerme en una hora. Creo que necesitamos volver al salón y… bueno, actuar con normalidad.
Juan asintió, comprendiendo la situación. El tiempo para hablar y explorar lo que había sucedido entre ellos era limitado, y sabía que forzar algo más podría complicar aún más las cosas. Pero también era consciente de la intensidad de sus sentimientos, y el dilema de tener que fingir que nada había pasado.
El ascensor llegó a la planta baja, y las puertas se abrieron con un suave sonido. Elvira salió primero, con pasos algo inseguros, mientras Juan la seguía, observando su reacción y tratando de encontrar las palabras adecuadas. Sabía que el camino de regreso al salón sería difícil, y que cada paso los alejaba más del momento íntimo que habían compartido.
El ruido y el bullicio de la fiesta volvieron a envolverlos cuando entraron al salón. Las risas y las conversaciones llenaban el aire, y todo parecía haber regresado a la normalidad. Pero para Elvira y Juan, nada volvería a ser igual. El reloj corría, y sabían que tenían una hora antes de que el esposo de Elvira llegara para recogerla.
Mientras caminaban por el salón, intentaron mezclarse con los demás, hablando con amigos y sonriendo como si todo estuviera bien. Pero la chispa entre ellos era difícil de ocultar, y cada mirada, cada gesto, hablaba de algo más profundo que había surgido esa noche.
La pregunta ahora era ¿Qué hacer con esos sentimientos?, y si el tiempo que tenían juntos ¿Sería suficiente para encontrar una respuesta?
Continuará.
(Gracias por leer)