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Tiempo de lectura: 8 minutos

Saludos, lectores. A veces no basta con mirar, pero una invitación puede marcar la diferencia.

Perry se hallaba sentado en la escalinata frente a su casa. Llevaba un par de horas allí y quienes le veían no se explicaban como un joven con padres trabajadores y responsables tenían a un vago inútil por hijo. No obstante, la verdadera razón de Perry para estar allí tenía nombre, Sheela.

Ella era su vecina. Un delicioso postre de chocolate de 27 años, melena negra rizada abundante y generosas curvas de infarto. El joven se acomodó un mechón de cabello rubio con gracia casi femenina y resopló con un poco de impaciencia, su voluptuosa e impactante presencia era una dosis de adrenalina indispensable para sentirse bien en cualquier día y se estaba retrasando un poco más de lo habitual.

Sin embargo, la larga espera valdría la pena pues a unas tres casas de distancia, un taxi se detuvo y de el bajó Sheela. Aunque estando lejos, Perry no pudo evitar suspirar y un leve cosquilleo invadió su bajo vientre. La exótica cabellera negra de su deslumbrante vecina se movía por la suave brisa y caminando lenta y distinguidamente, recorrió el corto trecho hasta la puerta.

Fue entonces cuando el chico entró en acción. Caminó por la acera como lo haría cualquier persona en pleno atardecer y deseosa de disfrutar del aire fresco, pero al aproximarse a la casa de Sheela, dio un pequeño rodeo y furtivamente se coló entre la verja y unos matorrales para a continuación, agacharse por debajo del borde inferior de las ventanas y a gatear hasta la ventana de su habitación.

Con la adrenalina a flor de piel y el corazón martillando con fuerza en su pecho, Perry echó un fugaz vistazo y allí estaba ella, desvistiéndose tranquilamente en la intimidad de su habitación y parte de la cortina que no cubría su ventana, el chico observó con avidez el lento y sensual movimiento de Sheela al quitarse el top por encima de su cabeza, dejando sus enormes tetas al descubierto. Eran grandes y con aureolas oscuras coronadas por un par de pezones perforados. La respiración del muchacho se aceleró y continuó espiando, oculto de las miradas de los demás vecinos gracias a los arbustos.

Luego se deshizo de su pantalón. Perry se mordió los labios con lascivia al admirar las largas y torneadas piernas de esa diosa negra, cada una de ellas parecía dos de las suyas juntas. Perfectas, impecables y tersas. Sheela se sentó por un instante y pasó sus manos de arriba hacia abajo, lentamente, tal como siempre lo hacía. Solo faltaba deshacerse de sus bragas negras, diminutas y que se perdían entre sus carnosas y poderosas nalgas.

Tomándose un tiempo más, sus manos acariciaron su abdomen plano hasta llegar a su generoso busto, amasando sus senos y a pesar de no poder oírla, intuyó que había dejado escapar un gemido de placer al hacerlo. El propio Perry notaba que sus pantalones le molestaban y echando una rápida y nerviosa mirada a su alrededor, bajó el cierre de la cremallera y liberó a su amigo de su encierro.

Sheela se puso de pie y el chico supo que era el momento. Con parsimonia y delicadeza, la hermosa mujer bajó sus bragas despacio, y mientras contemplaba ese glorioso movimiento, emergió de entre sus piernas una flácida polla negra. En ese estado, Perry calculó que estaba alrededor de los 15 cm, más que la suya propia en su máxima extensión. Las bragas cayeron a sus pies y con un rápido movimiento, las lanzó al otro lado de la habitación.

Aquel trozo de carne negra le había impresionado desde el primer momento. No pudo contenerse más y una de sus manos fue hasta su rabo palpitante y pudo sentir que estaba bien lubricado el glande por todo el líquido preseminal. Sheela, ignorando que él estaba espiándola con mirada traviesa, se sentó en su cama y empezó a masturbar lentamente, como siempre hacía después de un largo día.

Su polla comenzó a adquirir mayor tamaño, tanto en extensión como en grosor. Fácilmente superaba los 22 cm y era tan gruesa como una lata de bebida energética. En tanto una de sus manos trabajaba el manubrio, la otra masajeaba y pellizcaba una de sus tetas, al mismo tiempo Perry se regodeaba con ese magnífico panorama, lamentando estar incómodo en su posición y apenas mirar con detalle.

Ella siguió en lo suyo al igual que Perry, pero un par de cosas sucedieron. El chico se irguió un poco, envalentonado por su exitosa observación y asomó la cabeza un poco mas, sacando la lengua de lado mientras se pajeaba sin ningún recato o precaución, dominado como estaba por la lujuria y la adrenalina de la situación. Lo otro, Sheela comenzó a mirar hacía la ventana y pudo ver el rostro semioculto de su joven vecino, en una mueca de gozó mientras le observaba con ojos llenos de éxtasis.

Por un instante no hizo nada. Perry tampoco fue consciente de que había sido pillado in fraganti y no cesó su frenético trabajo manual. Pero se sorprendió cuando ella se puso de pie, con su mástil negro bien duro y orgulloso y se acercó a la ventana y la abrió de par en par; hallándole con una mano en su rabo, agachado y paralizado por el terror y la vergüenza.

Sheela le miraba con gesto de estupefacción e incredulidad. Perry solo veía el enorme nabo ante él, duro como roca y palpitante. Luego su mirada fue subiendo hasta encontrarse con sus ojos negros brillantes, que de inmediato se fijaron en su erección, la evidente señal de su placer indebido.

Ambos seguían sin decir nada, incapaces de reaccionar. Un tercer sentimiento se apoderó de Perry casi de improviso, miedo. Su polla empezó a ponerse flácida y el pánico se echó sobre él como una furiosa ola, mirando nuevamente a Sheela a la cara, descubrió desconcertado que ella sonreía. Sonreía?

“Vaya, vaya. Supongo que tú eres quien me ha estado espiando estos meses. Creo que la espera ha terminado para ti,” dijo ella y asiéndole de los brazos, le hizo levantarse y como si fuese una muñeca le introdujo a su habitación y cerró la ventana.

Perry estaba sin habla. No sabía qué pasaría pero Sheela no perdió un segundo y comenzó a quitarle la ropa.

“Ya me empezaba a preguntar hasta cuando te daría espectáculo.”

“Es-espera…” titubeó Perry pero sin hacer mucha resistencia cuando ella le bajó sus calzoncillos sin miramientos.

“Tendremos más tiempo para charlar…” aseguró ella y le tumbó sobre la mullida cama.

Desde su punto de vida admiró la belleza de Sheela y la poderosa herramienta entre sus piernas, que no había perdido un ápice de su dureza. Aún tenía algo más que decir.

“S-soy virgen…” confesó Perry y no evitó sonrojarse un poco.

A Sheela se le iluminó el rostro con una gran sonrisa.

“Pues eso si que es bueno saberlo,” apuntó ella y sin dudar fue a por un bote de lubricante que estaba en su mesita de noche.

Untando una buena cantidad en su mano, empezó a aplicarlo en su culo. Perry suspiró y se puso un poco ansioso, finalmente entregaría su virginidad a su vecina, lo que había fantaseado durante tanto tiempo iba a suceder. Tal vez no era como hubiese querido acercarse a ella, pero de todos modos ya no importaba. Sheela insertó un dedo primero, ayudando a dilatar el cerrado orificio de amor y no paraba de morderse los labios al escuchar los gemidos de Perry, luego un segundo y un tercer dedo, los movía en círculos y entraban y salían con mayor facilidad, aunque teniendo en cuenta a su enorme tranca, probablemente no sería suficiente pero deseaba hacerle jadear como nunca lo había hecho hasta entonces.

Frotando una razonable cantidad de lubricante en su rabo, se veía enorme, brillante e intimidante. Atrayendo su trasero al borde de la cama y separando sus piernas, Sheela se acercó despacio y su glande rozó la ansiada retaguardia de Perry, que contuvo la respiración y se mantuvo a la espera.

“Ve… despacio… por favor…” pidió él.

“Prometo no haceros daño, pero quizás no pueda contenerme. Te quiero follar como gata salvaje…” respondió Sheela.

Acariciando su pecho y abdomen, Sheela comenzó a hacer presión y Perry ahogó un grito en tanto su glande empezaba a abrirse camino dentro de su culo. El chico abrió la boca sin articular sonido y luego de un par de intentos, podía sentir la punta de su polla adentro.

“Buff… Dios… es muy grande!” gimió Perry con voz ahogada.

“Solo relájate cariño. Pronto la vas a gozar…” le prometió Sheela sin moverse, ayudándole a aclimatarse.

Ella movía apenas su polla, sacando un poco de su glande para volver a metérsela y repetir. Así lo hizo por un par de minutos y haciendo más presión, introdujo un poco más de su mástil negro, Perry cerró los ojos y apretó los dientes, sentía como si su vida se resumiera en ese instante; cada vez notaba su culo lleno de carne y Sheela puso los ojos en blanco, consciente de la estrechez y calidez de su hasta entonces virgen agujero.

“Ya va la mitad… que apretado estas. Vamos a gozar cada segundo…” aseguró ella.

Solo la mitad? Ya creía que estaba casi toda y no tenía certeza de poder soportar un poco más. Pero Sheela, a consciencia y pacientemente fue hundiendo cada vez más su rabo, deteniéndose o sacando un poco a la mínima señal de quejas de Perry. Llegando a la base de su miembro, el grosor amenazaba con evitar la completa posesión de su pervertido vecino, sin embargo metiendo y sacando parte de su polla, Sheela preparó al chico para lo que venía.

“Necesito que estés bien relajado, o te va a doler…” volvió a recordarle.

Sin darle tiempo a contestar, Sheela terminó de clavar su enorme tranca en su culo. Perry abrió los ojos de par en par al sentirse completamente invadido de polla negra, su esfínter estirándose al máximo y la pelvis de su vecina chocando contra su trasero. Ella permaneció inmóvil, ayudando a dilatar todo lo posible y provocando nuevas sensaciones en el muchacho que nada tenían que ver con el dolor inicial de su desfloramiento.

“Joder… como nos vamos a divertir. Te dejare el culo como un túnel…” aseguró Sheela.

Perry gimió y se movió un poco, intentado zafarse inútilmente pero su vecina, sujetando bien sus piernas en el aire, empezó a mover lentamente su pollon. Se la sacó casi toda para enterrársela con la misma parsimonia, hasta los cojones. Su propia pinga se sacudió apenas y adquirió tamaño y grosor, para satisfacción de Sheela, que siguió empujando y sacando su miembro con movimientos rítmicos y circulares a medida que aumentaba la velocidad de su estocada.

“Oh joder, buff… ah…” jadeó Perry aferrándose a la sábana.

“Si, eso es bebé. Esto es lo que querías, ser follado por una polla de verdad…” le dijo Sheela clavando su rabo hasta el fondo, sacándola a la mitad y con la misma fuerza se la dejaba ir bien adentro, estirando y conquistando todo su ser.

El corazón del chico latía desbocado de deseo. Miraba a esa diosa negra ante él, desnuda y en todo su esplendor, mientras le abría el ojete con su enorme herramienta. Arqueado su cuello hacía atrás, Perry dejó escapar un largo y agudo gemido de puro éxtasis en tanto sentía sus entrañas arder, su esfínter vencido pero estrechándose alrededor de la polla de Sheela, como no queriéndola lejos y la voluptuosa mujer ya bombeaba su retaguardia con fuerza y embates cortos; sus grandes y cargados huevos chocaban ruidosamente contra sus nalgas en un ciclo sinfín en el que sus gemidos, los jadeos de ella y sus poderosas embestidas era lo único que existía en la habitación, perfumada con su lujuria.

“Más duro… más duro… follame duro…!” Perry rogó a su hermosa vecina, que sonrió y metiéndosela completa, apoyó una de sus potentes piernas sobre la cama, le hizo encorvarse hacía arriba para levantar su culo, colocando una de sus piernas sobre su hombro y reanudó el coito.

Ella subía y bajaba con intensidad. Sus testículos se estrellaban duramente contra su trasero, de su polla medio morcillona caían gotas de precum que terminaban en su abdomen. Perry se sobreexcitó al tenerla cerca de él, adoraba los gestos de placer que hacía mientras le daba con todo, su cabello se agitaba constantemente con su vaivén incesante y el chico gemía y pedía más de su polla.

“Si… oh si joder… eres mío perra!” chilló con voz jadeante Sheela, que hacía movimientos de rotación para enviar mayores oleadas de placer a Perry, que no cabía en sí por la intrusión anal y el enorme éxtasis que le estaba brindando.

Hundiéndosela hasta el estómago, Sheela le dio un largo y húmedo beso a Perry que le quitó el poco aliento que tenía. Ambos jadearon al unísono sin dejar de mirarse, ella le guiñó el ojo y sin sacársela, lo levantó de la cama y ella se dejó caer de espaldas con un ligero crujido que le hizo dejar escapar una risita.

Encima de ella y aun enculado, Perry se puso a comerle las tetas como un poseso. Las chupaba, lamía y mordía sin ningún reparo, arrancándole gemidos de placer a Sheela, que acariciaba su cabello y le instaba a gozar de su cuerpo. El muchacho tiró de los aros en sus pezones, succionaba una teta como un bebé que anhelaba su leche y masajeaba la otra con su mano. Finalmente ella posó sus manos sobre sus nalgas y las estrujó con fuerza, asestando varias nalgadas que resonaron en el silencio y le dejaron sus glúteos al rojo y ardiendo.

Sheela comenzó a moverse nuevamente a un ritmo frenético. Su polla entraba y salía sin parar, sus huevos subían y bajaban con impunidad, golpeando su retaguardia y los gemidos de Perry se transformaron en gritos de placer que con seguridad eran escuchados por los vecinos… y quien podía decir si sus padres no los habían escuchado. Pero ya nada importaba, lo que había fantaseado durante tanto tiempo era ya una realidad y se entregó por completo a los sensuales y carnosos labios de su vecina, en un beso salvaje y frenético en tanto ella seguía penetrándolo sin pausa.

Aquello se prolongó por muchos minutos, sus cuerpos abrazados estaban cubiertos de sudor. Sheela comenzó a gruñir y a convulsionarse, su orgasmo se acercaba y Perry ansiaba cada gota de su leche, la cual había ordeñado con su culo y ahora era el momento de obtener el premio mayor.

“Por favor… córrete en mi culo… dame toda tu leche!!” pidió Perry a su viril y hermosa amante.

“Te voy a llenar con mi leche, te haré mi perra!” gimió Sheela.

Abrazando su cintura, la mujer clavó su polla hasta el fondo, mientras sus testículos se tensaban e hinchaban, para descargar chorros y más chorros de lefa caliente y espesa. Al mismo tiempo, Perry no pudo seguir conteniéndose con grandes gemidos, descargó su propia corrida entre sus cuerpos en tanto su culo era llenado hasta el tope de semen. Cuando su orgasmo disminuyó, Perry cerró los ojos y suspiró apoyando la cara en una de los senos de Sheela, que puso su mano sobre su cabeza esbozando una sonrisa pícara.

“Nada mal para un mirón pervertido…” comentó ella en voz baja y le propinó otra nalgada.

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