Qué maravilla mi vida. Voy a la universidad, no trabajo, y tengo tanta, pero tanta suerte, que puedo tener sexo con quien yo quiera (ummm, bueno, casi con quien yo quiera). ¿Ustedes aman a los abuelos?, porque hoy les voy a contar cómo metí en mi boca los enormes testículos del abuelo que atiende el super mercado de mi pueblo. ¡Viejito sinvergüenza!.
Como de costumbre fui al súper a buscar mis papas fritas, sí, las mismas papas fritas que me robé en una de mis aventuras y que me costaron terminar encerrado en una celda con un policía morboso y bien guapo, pero esa es otra historia que ya he contado en un capítulo anterior.
Tomé las papitas del estante, y fui directo a pagar, quiero que sepan que a este viejito ya lo conocía, tiene años atendiendo el súper, y es muy amable, hasta parece cariñoso, pero nunca había tenido acercamiento con él, ni siquiera una pequeña conversación, hasta que la oportunidad se dio así de repente (ya saben cómo es la vida).
Puse las papas en el mostrador, él las tomó para pasarlas por la máquina registradora, las pasó, pero no me las entregó, las sostuvo en sus manos mientras me miraba, y me dijo: “siempre vienes al súper tú solo, y compras exactamente lo mismo, ¿te gustan mucho las papas verdad?, a lo que yo le respondí que sí, que las amo.
“Ven un momento conmigo al almacén para que me ayudes a sacar unas cajas, el chico que me ayuda no vino hoy y estoy saturado de trabajo allá atrás, demasiadas cajas que revisar y ordenar, te daré una caja de papas gratis si me ayudas”.
Yo encantado acepté, una caja de mis papas favoritas tan solo por ayudar un poco, es algo que no se puede rechazar.
Ambos fuimos a la parte de atrás, al almacén, el señor abrió la puerta y entramos, enseguida me señaló la caja que quería para que sacara a la parte de ventas, pero cuando fui a agacharme para tomarla, él tomó mi mano con un poco de rudeza, y la metió en el interior de sus calzones, el viejito ya tenía el cierre del pantalón totalmente abierto, sabía lo que quería.
Me asusté un poco, pero no retiré mi mano de sus partes íntimas, se sentía rico, notaba que tenía unos huevotes y además no estaba afeitado, tenía una selva dentro del calzón. A los pocos segundos de haber metido mi mano en su calzón, me dice: “yo sé quién eres, aquí todos los homosexuales de los alrededores te conocemos, nunca dices que No al sexo, y eso me gusta”.
Le respondí, que sí, que disfruto mi sexualidad, y que no perdono a nadie, que dejara de hablar tanto y que se dejara chupar los huevos, que ya estaba excitado por lo rico que se sentía tener mi mano metida en su enorme calzón.
Permaneció callado y me hizo señas con su cabeza como queriendo decir, adelante, has lo que quieras; y eso hice, bajé poco a poco su calzón, y lo que salió de ahí, fue un hermoso pene gordo, rosadito y peludo, y como ya saben, el olor de un hombre rellenito es delicioso, puro olor a pene concentrado, pero en él, el olor era aún más fuerte en sus huevos peludos, así que no esperé ni medio segundo y metí mi cara entre sus huevos, los olí, los besé y luego comencé a lamerlos hasta que terminé metiéndolos en mi boca como pude.
Él no paraba de gemir y de decirme que tenía tiempo sin tener sexo, y que no parara de chuparle los huevos hasta que se le saliera la leche, y así lo hice, chupé sus huevos lo más rico y lento que pude hasta que el viejito se vino; quedé un poco desilusionado porque su semen era escaso y excesivamente espeso (la edad no perdona), sin embargo, tener esos huevotes llenos de canas metidos en mi boca y escuchar sus gemidos fue más que suficiente para mí.
Cuando terminamos, el me ayudó a levantarme, me abrazó, y me dijo esto: “voy a despedir al chico que me estaba ayudando y tú serás mi nuevo ayudante los fines de semana, quiero que seas mi bebé, te daré lo que me pidas si me das cariño, me ayudas y me chupas los huevos de vez en cuando”.
Le dije que lo pensaría, y que le daría respuesta al siguiente día, el aceptó, volvió a darme un abrazo y luego un beso con lengua bien cochino. Salimos del almacén, y como lo prometió, me dejó tomar el equivalente a una caja de papitas fritas, no me las dio directo en el almacén para evitar malos comentarios de los clientes. Tomé mis papitas, me despedí del señor y le dije que al día siguiente estaría temprano en el súper para darle mi respuesta. Yo, la verdad, salí de ahí con ganas de más huevos.
Les cuento que regresé, todo se puso más caliente de lo que esperaba. No se pierdan el siguiente capítulo, porque ese viejito será mío.
Hermano, la segunda parte será publicada hoy, solo resta esperar a que los administradores la publiquen.
Pronto subiré la segunda parte. muchas gracias por leerme, hermano.