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Ni en sueños la imaginé mía
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Decidido a no seguir estudios universitarios después de haber probado un año y medio, y las pocas posibilidades de trabajo que ofrecía el pueblo, aproveche la invitación de un hermano de mamá, José, para probar suerte en la ciudad, alojándome en su casa.  Él tiene un puesto importante en la empresa del padre de su señora, Lucía. Mi tío, con 40 años y su esposa, una hermosa mujer, de 24. Llevan 3 de casados, previo noviazgo de 1.

Todo lo que me brindaban y la buena disposición con que lo hacían eran la motivación para ayudar al máximo en la casa. Y dado que José, por sus ocupaciones, estaba prácticamente todo el día fuera, me fui transformando en el acompañante habitual de Lucía en las compras, en el hogar, en el médico y hasta en algunas salidas al cine. Por eso es que alguna vez medio en serio, medio en broma, me dijo que yo parecía más marido que su marido. Si bien yo, Pablo soy dos años menor ella, aparento ser mayor. A que pudiera acompañarla contribuía el hecho de que los trabajos conseguidos eran reemplazos ocasionales y de corta duración.

En esos meses conocí a la familia de mi tía política con la cual me relacioné bien en un ambiente de cordialidad. Su papá Rubén con alrededor de 65 años, empresario en muy buena posición económica, su mamá Carla llegando a los 50, y su hermana Irene con 18. Mi tío y su suegro compartían dos pasiones, la pesca y los autos.

Un sábado, en que los padres de Lucía organizaban una fiesta en su domicilio, nosotros fuimos a media mañana para quedarnos todo el fin de semana, pues en esa casa sobran comodidades. La noche de la reunión estaba de espaldas a un grupo de hombres maduros que no conocía, cuando escucho a uno de ellos.

-“Mirá con qué cara de mal cogida viene esa putita. Parece buscando verga.”

Por supuesto busqué a quien se refería ese comentario. La que caminaba en nuestra dirección era mi tía política, que los saludó como conociéndolos, y fue a sentarse con otras señoras enfrente nuestro. Francamente la esposa de José estaba deslumbrante, con un vestido suelto, en tonos naranja, sostenido por dos tiras en los hombros, y con el ruedo apenas arriba de las rodillas. Ella puede darse el gusto de no esforzarse en su arreglo, simplemente debe cuidarse de no atenuar su natural belleza. Me doy vuelta para salir a fumar cuando escucho algo más.

– “Qué hermosa bombachita amarilla, y parece que no se depila pues nos labios no se marcan.”

En ese momento Lucía cerraba las piernas que habían estado levemente abiertas y al ver que salía vino conmigo a la terraza. Si bien no fuma, de vez en cuando le gusta dar una pitada. Encendí uno y nos sentamos en la escalera que baja al jardín.

– “Quienes son esos que saludaste?”

– “Trabajan en la empresa y son amigos de tu tío.”

– “Habría que felicitarlo por los amigos que tiene.”

– “Por qué?”

– “Cuando venías caminando hacia donde estaban, uno de ellos dijo ‘Mirá con qué cara de mal cogida viene esa putita, parece buscando verga’ y luego, estando sentada con las otras mujeres, ‘Qué hermosa bombachita amarilla, y parece que no se depila pues nos labios no se marcan’. ¿Parecen buenos amigos de tu esposo?”

– “Qué basuras. ¿Qué quieren decir con mal cogida?”

– “Puede ser que no tenés sexo con la frecuencia deseada. O que teniendo sexo cuando lo deseas, no llegas a gozar. Y lo peor, cuando se juntan las dos.”

– “Y cómo lo saben”

– “Para decir si estás bien o mal cogida nada necesitan saber, es simple apreciación. Ahora, para decir que tenés bombacha amarilla y no se marcan los labios vaginales, vos tenés que mostrarles.”

– “Pero no les mostré nada.”

– “Entonces no hay problema, la bombacha es de otro color y tus labios se marcan que es un encanto.”

– “La bombacha es amarilla y no me depilo, pero no lo hice intencional.”

– “Tengo que felicitar a esos espectadores. Han tenido más suerte que yo.”

– “¡Basta Luis, soy tu tía!”

Fue un baño de agua helada. La seriedad de su cara denotando incomodidad, y el tono de voz seco y cortante fueron seña evidente de haber entrado en terreno ajeno. Me moví dejando más espacio entre ambos.

– “Perdón, perdón, se me fue la lengua.”

El silencio que siguió fue elocuente. Ella lo rompió.

– “Estás enojado?”

– “Sí y mucho, pero no con vos sino conmigo mismo.”

– “Pero por qué.”

– “Por haber hecho el ridículo. No me explico qué mecanismo me llevó a creerme con derechos sobre vos. El haberte reclamado que mostraras a un extraño algo íntimo, es una reacción de celos. Algo totalmente injustificado, pues nada hiciste para hacerme pensar que fueras un poquito mía. Quizá hayan influido las veces que me agradeciste por acompañarte, por ayudarte en la casa, por escuchar tus confidencias y compartir momentos de distracción. Voy a caminar un rato a ver si se me pasa la bronca.”

Esa noche dormí mal. Estaba claro que mis celos tenían origen en algo sencillo, paulatinamente me había enamorado, y permanecer cerca de ella no solo era un suplicio, sino también ocasión para otro episodio similar. La solución era alejarme, y para vivir en otro lado necesitaba recursos.

Los días siguientes hice un gran esfuerzo tratando de regresar a la normalidad, algo imposible pues la espontánea cercanía se había deteriorado, y parte del tiempo lo ocupaba buscando trabajo. Cuando conseguí algo para salir del paso hablé con Lucía.

– “Lamento volver al episodio que alteró la cercana relación que teníamos pero no hay más remedio. Nuevamente te pido perdón por lo sucedido que te obligó a frenarme en esa pretensión fuera de lugar, más aun teniendo en cuenta lo buenos que fueron conmigo tanto José como vos. Una verdadera lástima que no pueda retroceder en el tiempo. Después de pensarlo con detenimiento no encontré otra solución efectiva, para evitar cualquier contratiempo, que irme. Estuve buscando un trabajo que solvente mis gastos y hoy me aceptaron en uno. Empiezo en quince días, y cuando cobre mi primer sueldo me iré. Ya idearé alguna excusa creíble para tu esposo.”

Ella, sin decir una palabra, se levantó con la mirada baja y se fue a su dormitorio. Cuando pasé yendo hacia el mío la escuché llorar. Días atrás hubiera entrado para interesarme por lo que le pasara, pero no me animé. Se cumplía el dicho popular que reza: “El que se quema con zapallo hasta la sandía sopla.”

Un rato después me llamó Carla, su madre, diciéndome que necesitaba hablar conmigo. Naturalmente accedí y quedamos en reunirnos en veinte minutos en la entrada de casa. Al verla llegar subí a su auto y fuimos a una confitería.

– “Sentémonos fuera así podés fumar. Te parecerá raro que quiera hablar con vos lejos de otros oídos. Lucía me contó lo que pasó la noche de fiesta en casa y que tenés pensado irte a vivir en otro lado. Para una mejor comprensión conviene retroceder un poco. Cuando tu tío y Lucía se pusieron de novios yo me opuse porque estaba visto que pocas cosas compartían, y en una pareja, no basta con que ambos sean buenas personas, también deben ser buenos compañeros. Yo lo sé por experiencia propia. Y pasó lo esperable, ambos viven su vida acompañándose en casi nada, aunque a ninguno se le pueda reprochar algo malo. Mi hija se transformó en una sombra de lo que era de soltera hasta que llegaste vos. Y de pronto una frase solemnemente estúpida arruina todo. Podés perdonarla?”

– “Ojalá fuera posible, pero no es tan sencillo. No me insultó, no me maltrató, no fue despectiva, no me hizo a menos, no fue altanera. No hay ofensa que deba ser perdonada. Simplemente, con toda educación, pero de manera firme y cortante, me puso en mi lugar, haciéndome saber que había pisado un terreno vedado, que ningún derecho me asistía para sentirme celoso. Más aún, en cierto modo estuvo suave. En lugar de decirme ‘Soy tu tía’ podría haberme dicho ‘Soy tu tía política’, dando a entender que ni siquiera tenemos un mínimo de sangre en común. Y sabe qué es lo más importante, lo que más vergüenza me dio?, que tenía razón.”

– “No puedo creer tamaña tontería en boca de ella. Quizá el tiempo cicatrice la herida y la cubra de nueva piel. Conviene que sepas que yo deseo el bien de los dos. Quiero pedirte algunas cosas. En primer lugar que no te vayas de la casa, eso va a destruir a Lucía. El segundo pedido es que nos acompañes los dos meses que vamos a estar en la casa de veraneo; nos vamos en unos días. En tercer lugar no busques trabajo; al regreso de vacaciones yo te voy a conseguir una buena ocupación bien remunerada. Por último te ruego, no que te acerques, sino que aceptes la acción curativa del tiempo. Por favor, no te alejes más.”

Su abrazo y beso de despedida fue una genuina muestra de cariño.

Según lo previsto nos fuimos los tres a la casa fin de semana. José y Rubén estarían solo quince días pues debían volver al trabajo, regresando los fines de semana.

Agotados los quince días de vacaciones los hombres grandes reanudaron su trabajo. El jueves siguiente después de almuerzo, Lucía se ubicó a mi lado cuando, sentado en el cordón de la galería, estaba fumando. Me llamó la atención pues, desde aquella noche para el olvido, ambos evitábamos la cercanía.

– “Hace mucho que no salgo, me acompañarías al cine esta noche?”

Cuando la miré con cara de extrañeza siguió.

– “Por favor.”

Cuando empezaba a oscurecer salimos hacia el centro. Ella se había puesto el mismo vestido usado en la maldita fiesta. No quise tomar un automóvil de alquiler así que subimos a un micro con parada en la esquina de casa. No iba lleno pero todos los asientos estaban ocupados. La hice tomarse de un barrote y me ubiqué detrás. Al pegarme a sus nalgas se dio vuelta interrogándome con la mirada. Viendo mi cara inexpresiva mientras sostenía su vista, se corrió el poco espacio disponible pero no logró separarme y así seguimos hasta llegar a destino.

– “Por qué me hiciste eso?”

– “Porque tenía ganas”.

– “Creo que tenemos que hablar. Vamos a aquel café.”

– “Por favor, contame por qué hiciste eso.”

– “Después de pensar y buscar razones de mi actual estado creo haber encontrado algo que lo explicaría. Espero poder describirlo claramente. Nuestro desencuentro fue precedido, de mi lado, por un proceso de enamoramiento lento y paulatino, y por eso no del todo presente a la conciencia. Ese afecto hacía que, mientras aumentaba mi entrega, disminuyeran mis defensas ante un revés. Y en un estado de gran indefensión vos frenaste mi avance de manera terminante. En ese momento pensé que moriría de dolor y vergüenza. Entiendo que no fue tu intención, pero ocurrió. La solución del problema, no sé si la mejor, pero sí rápida y efectiva, se puede enunciar así: ‘Si el amor causó tamaño dolor, en adelante, y por ahora, no amar’. Después veremos.”

– “O sea que he creado un monstruo.”

– “Puede ser. El consuelo es saber que no lo hiciste adrede. Ahora me manejo según las ganas. Si me aceptan bien, si no soy aceptado simplemente me retiro.”

– “O sea que si en el micro me negaba a tus avances me dejabas sola.”

– “Exactamente. En la siguiente parada, sin decirte adiós, me bajaba.”

Ya en el cine, con poca gente en la sala, apenas comenzó la proyección, sin una palabra de por medio, tomé el bretel del vestido y se lo bajé junto con el corpiño dejando una preciosa tetita a la vista. Acerqué mi boca al pezón y me dediqué a saborear mientras ella permanecía inmóvil con la vista en la pantalla. Debo reconocer que mi actitud era digna de reproche, la traté como si fuera una cosa, como si nada importara fuera de mi placer. Casi en seguida escuché un hipido que me hizo mirarla y ver que sus lágrimas corrían por las mejillas. Ahí tomé conciencia de mi proceder y me sentí una mierda. Volví los breteles a su lugar y la tomé de la mano.

– “Regresemos a casa, otro día vendremos a ver la película.”

Salimos del cine, subimos a un taxi, y ya en casa, la llevé a la galería frente de la pileta si haber soltado su mano en ningún momento, ella se había dejado llevar sin poner resistencia ni pronunciar una palabra.

– “Por favor, escuchá con atención. Creo que estamos en el momento justo para intentar regresar a la relación cercana que teníamos. Querés hacerlo?”

– “Sí. Por favor dame unos minutos, dejá que me desahogue. No encuentro explicación, no me entra en la cabeza que te haya dicho esas palabras que nos distanciaron. Y no creas que invento. Ese mismo día después de comer en casa de mis padres, mi mamá llevándome aparte me dijo ´Desde hace un tiempo has vuelto a ser la hija que se fue, tu cara muestra optimismo, sonreís con facilidad, mostrás ganas de vivir, y eso es producido por un hombre; cuídense’. Y ese hombre sos vos. No puedo creer que horas más tarde hiciera algo que te apartó de mi lado. Con la última palabra estúpida comenzó mi calvario, progresando a la par de tu alejamiento. Calvario que se convirtió súbitamente en infierno cuando me dijiste que te ibas. Es incompleta tu creencia de que en parte soy tuya, te pertenezco íntegramente, soy más tuya que de mi esposo. Qué querés que hagamos.”

– “Simplemente repetir la última parte de la conversación, y cuando llegue el momento crucial, en lugar de decir lo que nos separó, cambiás por algo que nos una más. Empecemos sentándonos en los escalones, vos en el de más arriba y yo en el siguiente. Lista?”

– “Lista.”

– “Para decir si estás bien o mal cogida nada necesitan saber, es simple apreciación. Ahora, para decir que tenés bombacha amarilla y no se marcan los labios vaginales, vos tenés que mostrarles.”

– “Pero no les mostré nada.”

– “Entonces no hay problema, la bombacha es de otro color y tus labios se marcan que es un encanto.”

– “La bombacha es amarilla y no me depilo, pero no lo hice intencional.”

– “Tengo que felicitar a esos espectadores. Han tenido más suerte que yo.”

– “Ellos han tenido una visión parcial, fugaz y fuera de mi intención. Vos vas a ver todo, sin límite de tiempo y porque yo lo deseo, sólo para vos mi amor.”

Dicho eso giró en mi dirección, retiró el vestido hacia la cintura y abrió las piernas. Sin duda fui un espectador privilegiado. La bombachita amarilla se ofrecía en plenitud a mi vista ya que los muslos separados al máximo favorecían la muestra sin restricciones.

– “Todo es tuyo, querido.”

Después de tamaño deleite la tomé de las manos subiendo a la galería, me senté en el piso, apoyé mi espalda en la pared y la hice cabalgar mis piernas dándome frente. Ambos en silencio, serios, diciéndonos con la mirada una multitud de cosas. Cuando llevé mis brazos a su espalda ella entrelazó los suyos en mi cuello y simultáneamente sepultamos nuestras caras en el hombro del otro. Durante unos minutos solo movimos las manos en amorosa caricia mientras las lágrimas hablaban con elocuencia. El movimiento facial para el encuentro de los labios fue impulsado por dos corazones, que latiendo en sintonía, deseaban manifestar su sentir, con labios saboreando lenguas, lenguas recorriendo labios y bocas comiéndose. Y en esa progresión el vaivén pasó a las pelvis, frotando los sexos separados por la ropa hasta que, tomándola de la cintura la retiré lo suficiente para sacar la pija y, trayéndola hacia mí, le corrí apenas la bombacha para tener libre el camino de la penetración. Que mi glande había llegado al fondo de su vagina fue confirmado cuando exclamó.

– “Al fin te tengo bien dentro mío”

Después de orgasmos casi simultáneos decidimos continuar la noche en mi dormitorio, donde era menos probable que nos interrumpieran. Parece que Carla lo hubiera adivinado porque sobre mi cama encontramos una hoja escrita en letras grandes “Estoy feliz, sabiéndolos felices. Mañana hay desayuno en la cama. No traben la puerta”

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