Obsesión tortuosa.
Los siguientes días fueron una combinación de miradas estresantes e incomodas entre mi compañera que me había escuchado en el baño y aquel alumno, quien nervioso se sonrojaba cada vez que me miraba en clase.
No me sentía arrepentida de nada, todos mis planes y esfuerzos finalmente recompensaron, había sido una experiencia increíblemente excitante, aunque no habría terminado como quería. No podía dejar de pensar en la gran polla de mi alumno, y de lo frustrada que me hacía sentir el no poder haberla probado.
Siendo sincera, no existía otra cosa que deseara más que comerme ese pene y montarlo como loca, pero había algo que me retenía. No, no era el remordimiento ni mucho menos ética profesional. El problema era el tonto precoz. Estaba tan desacostumbrado a su sexualidad, aunado a que le excitaba de sobremanera que mi estudiante, terminaba muy rápido.
Día a día aquello se convertiría en una obsesión tortuosa, no había día que no pensara en él y su perfecta herramienta. Estaba completamente decidida a repetir la experiencia más excitante de mi vida e intentarlo de nuevo. Sería el siguiente viernes, ya lo había planeado todo, no importaba que tuviese que satisfacerme yo misma, ese pene sería mío.
Entonces recordé algo que lo cambiaría todo. Sería de nueva cuenta aquella página web donde habría comprado los trajes de lencería que aun guardaba con recelo en mi armario. Sucede que en esa página me parecía haber visto una sección de juguetes para adultos que en esa primera vez no había visitado a profundidad.
Sería perfecto, si encontraba algo de mi agrado podría estimularme yo misma sin importar que mi alumno terminara pronto.
Sin pensarlo mucho, abrí mi portátil y entré de nuevo en esa página. Ahí rápidamente busque aquella sección de juguetes eróticos que no tardé en encontrar. Sin perder la prisa y con toda la ansiedad del momento comencé a navegar entre los productos. En poco tiempo me encontraba debatiendo entre la gran variedad de consoladores. Al final me decidí por un dildo en forma de pene realista con vibración incluida, lo compré, pagué con tarjeta y a esperar el envío.
Ese día fue miércoles, estaba segura que me llegaría justo para el viernes y con ello cerrar mi plan perfecto. Sin embargo llegaría el fin de semana y me encontraría con la triste noticia que mi pedido se encontraba con demora y no llegaría sino la siguiente semana. Triste y resignada tuve que posponer mis planes de exhibicionismo y sexo otra semana más.
En tanto la espera comenzó a hacerse de nuevo insoportable. Aquel pene artificial con el que planeaba sustituir al de mi alumno llegaba el lunes, sería desde ese día en que comenzaría la tortura. No veía la hora de probarlo era perfecto, del mismo tamaño y color que el de mi alumno, me tenté todas las noches a metérmelo y masturbarme con él, pero quería esperar, me quería poner tan caliente como sabía que estaría aquel chico.
Naturalmente todo esa prórroga me estaba poniendo incontrolable e insoportable, sabía que el tiempo premiaría pero ya comenzaba a ser más de lo que podía soportar. Cada vez que entraba a la vieja bodega frente a aquel escritorio corroído y lo miraba, no podía evitar recordar y fantasear con los eróticos y excitantes momentos en la privacidad del salón de clases en soledad. Recuerdo que inclusive me llegué a tocar discretamente un par de veces por debajo del escritorio mientras esperaba las tareas resueltas de la clase.
Estaba realmente ansiosa, la espera era larga, realmente quería y necesitaba masturbarme, pero el saber que aquel alumno estaría igual de caliente que yo, me mantenía firme en mi plan. Sabía que me deseaba tanto como yo a él, seguramente sería la primera mujer en su vida, que mejor, se habría saltado a todas esas niñas inseguras e inexpertas para tomar a una verdadera mujer, por demás experta en los secretos de la seducción y el placer.
Tensión erótica
Entre subidas y bajadas emocionales y casi al borde del colapso nervioso, por fin llegaba el día “D”. El tan ansiado día, finalmente viernes. Desde muy temprano me alistaba para que todo saliese perfecto. Intentaba no pensar mucho en lo que pasaría ese día, pues me ponía con los sentimientos insoportables.
Pero me era imposible no fantasear, había esperado mucho por ese momento y finalmente sucedería.
Ese día me envolví con lo más sexy de mi repertorio. Me vestí con el segundo conjunto de lencería erótica que había comprado, aquel de dos piezas tipo corsé, complementado con unas bragas de encajes transparente.
Feliz me dirigía al trabajo luchando a cada segundo por contenerme aparentando calma y serenidad. Llevaba un vestido azul ligero de corte juvenil que me acentuaba la cintura moldeada con grandes esfuerzos a base de Pilates, yoga y crossfit. Calzando un par de zapatos altos de aguja siete centímetros en color salmón.
En tanto, dentro de mi bolso escondido entre maquillaje documentos y artículos de oficina, se ocultaba mi nuevo juguete envuelto en una frazada que yo misma había improvisado. Aquella disparatada que cometía me ponía como loca, era una endemoniada estupidez de la que no podía creer ser partícipe.
En ese juego, ese, como yo fundadora, moderadora y controladora parecía ser también, quien se hacía con la peor parte. Sucede que para ese punto la tensión que yo misma me había provocado me tenía fuera de mis cabales, en mi mente no había nada más que erotismo, sexo, excitación y seducción. Me había sometido a un régimen estricto y tortuoso excitándome con los recuerdos, fantasías y deseos para con mi alumno llevándome a niveles incontenibles. Cada viernes había sido peor que el anterior, y éste, me colocaría en el lumbral de mi resistencia física y mental.
Llegando a clase no tenía más en mente que exhibirme a mi alumno, la materia y mi rol como institutriz que algún día deseara con pasión, ahora pasaría a segundo término, aquella clase sería un momento intimo entre él y yo, y llegaría tan lejos como nunca antes.
Todas esas ideas me atormentaban mientras caminaba entre los pasillos del instituto rumbo al deplorable y aislado cascajo de aula. Una vez ahí me postré en mi silla con ruedillas tras mi fiel escritorio, ahí aguardé mi tiempo de actuar, pero algo extraño sucedía. Frente a mí, en la primera fila, aquel lugar predilecto de mi alumno, estaba vacío.
No quise alarmarme, simplemente me negaba a creerlo, pese a que bien sabía las aptitudes de mi alumno respecto a la puntualidad, aún tenía esperanzas de que llegara con rezago. Esperé mientras transcurría el tiempo y comenzaban a entrar el resto de estudiantes, sin prisa y desganados, pero mi querido alumno no apareció.
Estaba incrédula, enfada, realmente colérica. No solo por haber desmoronado mis planes, tampoco por lo excitada que estaba y el no poder desahogarme por fin. Estaba enojada por el hecho de que mi alumno había encontrado, de alguna manera, la forma de tomar el control y eso me sacaba de mi juicio y me ponía en un estado endemoniado.
Pocas veces son en las que pierdo el control por mi carácter, pero cuando sucede, no existe cosa en la faz del planeta que pueda calmarme. Tenía ganas de abortar todo, quería salir del salón azotando puertas sin importar consecuencias, era como niña sin su dulce. Incontenible.
Por supuesto que no lo hice, en cambio me puse de pie y recite mi clase preparada especialmente para ese día que debía ser especial, y que sin embargo pintaba para el peor viernes de mi vida. Pero en ese momento cambió mi actitud.
Es muy excepcional que me enfade a esos niveles, pero tampoco puedo decir que me mantengo mucho tiempo así, por lo que a medida que exponía mi clase me relajaba nuevamente.
Entonces el enfoque se tornó diferente hacía aquel adolecente. Regresando a mi silla, ya resignada y sin nada más que hacer, miraba el pupitre vacío de mi alumno mientras una sopa de sentimientos discordantes se aglomeraban sobre mí. Por una parte aún estaba enojada y frustrada, pero también, poco a poco se apoderaba de mí un sentimiento de melancolía y soledad.
Aquel muchacho habría sabido, con alevosía o no, sacar de mí los sentimientos más profundos y negativos secuestrados por años. Primero el rechazo, pasando por frustración, enfado y ahora esta sensación de soledad y melancolía. Me hacía recordar la razón por la que en un inicio había creado este juego de seducción, el término de la relación con mi novio. No me sentía tan sola desde ese día y ahora regresaba ese sentimiento de rechazo, de aislamiento y de temor. Como polluelo caído del nido a la intemperie, ahora sin nada más que hacer, me sentía sin propósito, sin camino y con la tremada calentura que aún me cargaba no podía dar en cuenta lo que aún tenía en mi vida, fuera de esas cuatro paredes y ese viejo escritorio.
Para mí y por mí
Finalmente me resigné y me tranquilicé, por lo menos lo suficiente para retomar la cotidianidad y mundana vida que tenía antes de que apareciera aquel estudiante en mi vida. Ya con esa nueva perspectiva y otra actitud, continúe con mi trabajo.
Sin embargo todos esos sentimientos que me seguían hostigando me impedían ignorar aquel pupitre vacío frente a mí, la lencería erótica que vestía bajo mi vestido y el vibrador de pene que ocultaba en mi bolso.
Por todo eso, no podía tranquilizarme, de hecho, estaba tan excitada como nunca y no me podía controlar. Tras el escritorio, imaginaba que todo era mentira y que mi alumno estaría ahí, mirándome a través el escondite de mis piernas. Entonces comencé a tocarme.
Ya sin miedo ni recelo y sabiendo que nadie me vería, me metí una de mis manos bajo mi falda. Mi cuerpo se estremeció. Realmente deseaba masturbarme hasta correrme, tenía que hacerlo, con mi alumno presente o sin él, ya no era un capricho. Lo necesitaba.
Miraba detenidamente a cada uno de mis caudillos aprendices, esperando a cruzarme con la mirada da alguno. Pero estaba sola, y me sentía sola, omnipresente en aquel cuarto de estudio, era invisible, casi inexistente. Cada uno de mis estudiantes era completamente ajeno a mi presencia; algunos platicaban, otros repasaban apuntes seguramente de otras materias, algunos atendían a la práctica del día mientras escuchaban música, o en su defecto, dormitaban un poco.
En tanto, mis dedos se infiltraban temblorosos sobre en mi braga intentando llegar a lo más recóndito de mi cuerpo, mientras observaba a mis alumnos, impropios a mí y a lo que sucedía bajo el escritorio. Sin ánimo pero con mucha excitación comenzaba a tocarme, relajando mi cuerpo, preparándolo para lo impensable, sin importarme nada, ni el lugar ni la compañía o bien, la carencia de ésta última.
Me sentía terrible, como una fracasada, había perdido en mi propio juego, no servía ni como amante, ni como novia, ni como maestra, ni siquiera como mujer. Mi clase era un completo fiasco, hacía mucho tiempo que había perdido contacto con mis amigos más queridos, la mejor de mis relaciones amorosas había fracasado rotundamente, y el juego que tenía completamente controlado, ahora se me escapaba de las manos sin remedio.
Sin embargo lo necesitaba, aquellas caricias que me estaba dando eran como un consuelo, como un abrazo de mí para mí misma, y con la tremenda calentura que me había recopilado a lo largo de dos semanas, funcionaba de maravillas.
En el lecho de mi desánimo, al borde del llanto, desvanecí mi cabeza en mi mano libre que apoyaba sobre el escritorio con mi codo, completamente abatida por mi exagerada desdicha al tiempo que me masturbaba con la otra mano debajo. Alrededor no había reacción alguna, nadie lo sabía, mis alumnos continuaban en su mundo.
A sabiendas que era yo lo único que tenía, metí mi mano bajo mis bragas y continúe tocándome mojando mis dedos con mis fluidos cuando me acariciaban dulcemente, lento, con delicadeza y cariño.
Me perdí un momento pero nunca me distraje, siempre miraba con atención a mis alumnos, sabía que si me dejaba llevar por completo expondría un espectáculo a todo aquel presente.
Era triste sentirme sola, pero al mismo tiempo aquel aislamiento me propiciaba ciertas comodidades, si, como el hecho de poderme masturbar frente a mi clase sin levantar sospechas. Sucede que sería solo yo la que podría animarme y que mejor manera que regalándome un buen orgasmo. El tiempo y el lugar serían punto y aparte.
Decidida, repasaba uno a uno a mis adolecentes frente a mí con mi cabeza aún apoyada en mi mano. En tanto, por debajo, me masajeaba mi vagina por alrededor metiendo apenas un poco uno de mis dedos mara masajear mi clítoris desde adentro hacia afuera.
Era perfecto, justo lo que necesitaba, estaba segura que me haría correr ahí mismo, no me importaba, había tiempo. Ahí me sentía, por fin, reconfortada y aquel regalo se aglomeraba poco a poco dentro de mí preparándose para estallar con todo furor.
Lentamente comenzaba a meter aquel dedo juguetón cada vez más en la privacidad de mi húmeda oquedad. Pronto a aquel dedo del medio se le unió el índice, mientras el resto masajeaban con pasión mis labios mayores y un poco mis piernas que no dejaban de temblar cuando intentaban soportar el tremendo orgasmo que se avecinaba.
En tanto, por encima del escritorio, ya comenzaba a evidenciar mi estado de clímax, mi mirada se me caía, mis ojos se entre cerraban y mi respiración se hacía más agitada. Pero no era lo físico, sino lo auditivo lo que me tenía preocupada, pues debajo mis dedos comenzaban a hacer ruidos pegajosos al empaparse de mi lubricación cuando mi respiración poco a poco comenzaba a convertirse en jadeos que ocasionalmente generaban uno que otro tenue gemido.
Sin duda me llevaría al orgasmo ahí mismo y no me podría controlar ni disimular. Entonces paré, inhale profundamente y me saqué la mano de mi coño intentado normalizar mi respiración. Estaba tan caliente que lo primero que hice fue lamerme mis dedos empapados en mis flujos vaginales para limpiarlos.
Era insoportable, no podía aguantar un segundo más y aun debía esperar casi media hora de clase. Estaba temblando de ansiedad, mi corazón bombeaba fuertemente y mi vagina se llenaba de esos poderos torrentes de sangre que la inflamaban haciendo salir a mi clítoris de su escondite, pidiendo al fin ser atendido como se debe, como tanto tiempo lo había hecho esperar.
Como pude esperé, intentado distraerme y perder el tiempo en mi teléfono móvil o en mis apuntes. Esporádicamente y casi inconscientemente me tocaba por debajo de la falda mis mojadas bragas intentando prolongar mi tortura un minuto más.
Finalmente mis alumnos comenzaban a terminar el trabajo del día, aliviada de que la espera terminaría, les revisaba uno a uno sus trabajos y les daba bandera verde para poder retirarse. No revisaba nada, no me importaba si estaban bien o no, lo que quería era que terminara aquel tormento sexual.
Mejor regalo
Tras mi último estudiante alisté mis cosas dentro de mi bolso, me acomodé la ropa interior y tras una veloz revisión me encaminé a la puerta apresurada a salir de ahí. Pero no pude, la nostalgia me engulló por completo.
Mirando el asiento de mi mejor estudiante no pude evitar fantasear con lo que debía suceder ese día, me sentía realmente caliente como nunca, necesitaba masturbarme ya mismo, no podría hacer otra cosa hasta hacerme correr a borbotones justo ahí.
Entonces regresé sobre mis pasos caminando lentamente, mientras en mi mente se desenfrenaba una bestial guerra intentando dominar mis impulsos sexuales, tratando de no pensar impúdicamente a medida que me acercaba paso a paso de nuevo a mi escritorio. Ahí perdí.
Me senté en mi silla, y me quedé así por un momento. Todo estaba en calma, solo se escuchaban los sonidos clásicos de cualquier escuela a lo lejos; risas, arrastre de sillas, maestros alzando la voz y nadie parecía acercarse, nadie lo hacía, lo sabía. El encargado de limpieza no llegaría sino hasta el otro día por la mañana, no había excusa. Estaba sola.
Con la mente en blanco y una conciencia derrotada, separé mis piernas, no me ocultaba, ya no tenía que hacerlo. Sin más me subí el vestido hasta la falda y deslicé mis bragas para descubrir mi coño. Sin más me chupé mis dedos y comencé a tocarme.
Decidida y sin prejuicios para con mi impúdica sexualidad, me estimulaba como mejor sabía hacerlo, de inmediato mi coño me le agradeció relajando cada musculo de mi ser lánguidamente, dilatándose, lista para lo que venía.
Estaba tan estimulada que no tardé mucho en meterme un par de dedos de una sola vez en aquella húmeda cavidad, tan mojada que aquel par entraba sin problema alguno.
En ese momento recordé aquel juguete escondido en mi bolso que aún guardaba para hacer su acto. Sin pensarlo mucho me apresure a sacarlo de su envoltorio aterciopelado, lo tomé delicadamente, y sin perder la inercia me lo metí delicadamente en mi boca para comenzar a chuparlo como si mi vida dependiera de hacer el mejor trabajo oral posible. Lo chupaba como si fuese real, como si fuese el pene de mi alumno que tantas ganas tenía de comérmelo. Realmente tenía la calentura a tope, no podía estar más sofocada, así que me metí el dildo en mi vagina lenta, pero firmemente.
Aquella acción me provocó un pequeño escalofrió acompañado de un sutil estremecimiento que me hizo eyacular un poco de fluido en mi intimo interior, arrancándome un entrañable gemido, desgarrador e incontenible.
Entonces escuché un ruido, me sobresalté, cerré mis piernas con mi dildo aún dentro de mí y me bajé el vestido para ocultarlo. Creí que sería el de limpieza, pero sería solo mi paranoia, nadie pasaba por ahí y lo sabía.
No muy convencida de mi privacidad, me puse de pie para asomarme por la puerta, solo para comprobar de que aquel pasillo estaba desierto. Regresé a mi lugar aprovechando para deslizar los tirantes de mi vestido para hacerlo caer hasta mis pies, dejándome solo con mi lencería fina en medio del salón vacío.
De regreso a mi tarea, separé mis piernas y sin medirlo mucho me volví a meter mi dildo lentamente, sacándolo de nuevo y de regreso sin importarme los ruidos que esto llegará a provocar.
El silencio se hacía presente, tan solo acompañado por el pegajoso sonido de mi coño estrujando aquel plástico de pene, mi respirar era exaltado, y mi corazón bombeaba fuertemente, podía sentir mi vagina deseosa de seguir hasta hacerla estallar, pero me detuve.
Quería hacerlo bien, no dejaría nada en mi mente, me desinhibiría por completo, estaba decidida. Entonces me levante de nuevo, tomé mi juguete completamente lubricado con mis jugos vaginales y lo coloqué sobre el escritorio aferrándolo con la succión de su base.
Estaba vuelta loca, enseguida lo coloqué me giré para sentarme en él, separando un poco mis piernas para deslizarlo hasta dentro de mí. Con mis pies de puntillas, bajaba y subía cabalgando el gran pene empotrado en el vértice del escritorio haciendo las más deliciosas y satisfactorias sentadillas de mi vida, moviendo mi pelvis de adelante hacia atrás en cada arremetida provocando que mi espalda se arquera, haciéndome gozar como nunca.
En ese momento supe que terminaría allí mismo, así que apreté fuerte mi abdomen y mi culo para meterme duro y profundo el dildo que cabalgaba haciendo rápidas repeticiones arriba y abajo, aferrándome fuertemente con ambas manos para ensartándomelo una y otra y otra vez, hasta que poco a poco comenzaba a sentir contracciones en mi vientre hasta mi vagina, mientras mi respiración se cortaba, sofocada, obligándome a gemir y jadear como cachorrita. Entonces me llevé las manos a mis pechos y los estrujé firmemente sobre mi traje de lencería erótica que tanto me fascinaba sin parar de subir y bajar cada vez más rápido, hasta que de pronto mi coño por fin explotaba entre mis piernas, arrancándome un profundo y desgarrador gemido incontenible, mientras mi coño chorreaba a borbotones entre contracciones musculares que llegaban hasta mis piernas tambaleantes al intentar concebir y sostener tremendo orgasmo sobre ellas, haciéndome caer completamente derrumbada al escritorio sobre mi espalda.
Por fin mío
Al abrir los ojos, por fin regresé a la realidad. Después de ese orgasmo prolongado desde semanas atrás, finalmente retomaba mi vida. Ahora podía respirar aliviada de nuevo.
Sin más, me vestí, guardé mi juguete de regreso en mi bolso y salí de allí. Aliviada, ligera y alegre, me encaminé de regreso a casa dejando aquella intensa experiencia atrás.
Después de mi más reciente experiencia sexual bajé un poco el ritmo, ahora me tomaba las cosas con más calma evitando pensar en aquellas situaciones que se habrían convertido en mi adicción. Ya con la mente fría y alejada del ambiente que me llevaría a sufrir a flor de piel todas esas sensaciones, comenzaba a reanudar mi vida con normalidad.
El siguiente lunes regresaba al instituto completamente diferente. Atrás había dejado los vestidos cortos, la ropa interior erótica, a la mujer endemoniada y seductora. Decidida estaba en concentrarme en mi trabajo, en mi pasión y en mí misma. O eso planeaba.
De nuevo en posición frente al puñado de desventurados adolecentes poniéndose a prueba de resistencia en mi bochornosa clase, alistaba el material de estudio para cerrar temas rumbo a la recta final del ciclo escolar.
Postrada en mi asiento de siempre no podía dejar de notar aquel lugar predilecto de mi alumno favorito. Pese a la hora, él aún no llegaba. No tenía planes para con él, pero la nostalgia estaba presente.
Poco pasó, y cuando me disponía a iniciar clase sin él, por fin llegaba. Con sus clásicos pantalones entubados, zapatos deportivos y su camiseta de algún personaje de videojuegos o superhéroe de comics. Caminaba, siempre mirada abajo evitando contacto con cualquiera, directo y apresurado a su pupitre.
Sonreí. No sé si de alegría, entusiasmo, pena o por mera ironía. Sin más me planté frente al salón e inicié con lo mío intentando no prestarle mayor interés. Concentrada en mi labor docente, evitaba contacto visual. Ahora me parecía estar actuando como él, tímida, apenada, retraída y con la mirada al suelo. Reí de nuevo.
El día continuo con normalidad; tareas, trabajos, revisiones y eso. Al final, llegado el turno de aquel estudiante, me extendía su cuaderno para la respectiva rubrica de revisado. Lo tomé, y sin mirarlo en ningún momento le pregunté sobre su ausencia al pasado viernes. –Estaba enfermo. –Respondía apenado. –Te extrañe. –Le respondí casi susurrando para evitar que alguien más escuchase.
Tras media vuelta, se marchó sin decir nada, pero visiblemente abochornado.
No sé por qué lo dije, no iba con mi personalidad, no estaba en mis planes, se me salió, inconscientemente, quizá sinceramente, desde la parte más amorosa y dulce que aún conservaba en mi interior.
Los días pasaron y las clases se hacían más abrumadoras, se acercaban los exámenes finales y todo mundo estaba intentado hacerse con apuntes o cualquier información que les fuera de utilidad.
Por eso mismo la relación con mi inocente aprendiz había cambiado, ya no eran esas toxicas insinuaciones sexuales, ahora era más profesional aunque con la misma intimidad. Una mezcla entre la maestra noble y amable a quien tenerle confianza, y la misma maestra sexy dueña de las más profundas y eróticas fantasías. Me gustaba. Tenía lo mejor de ambas partes de mí. Mi pasión y mi lujuria.
Un día, terminando la clase noté como mi alumno repasaba como loco unos apuntes. Sabía que serían de otra materia, aplicado como siempre ya habría terminado con todo respecto a mi temario se refiere, recién había recibido y calificado con excelencia su material del día.
La mayoría ya había terminado con la tarea que les había dejado para el final de esa hora, salvo algunos pocos que aún se les complicaba. Me acerqué a su lugar, me incliné un poco y le cuestioné sobre su apuro con una sutil sonrisa y mi natural coquetería femenina.
Apegado a su actitud antes descrita, me respondía su preocupación para aprobar otra materia, entre titubeos y visible sofoco. No tardé en darme cuenta que aquel problema derivaba de la física, ciencia que se me da muy bien, por lo que sin dudarlo me ofrecí a ayudarlo.
Así, juntos resolvimos uno de sus temas de estudio, suficiente para que pudiese resolver el resto por sí solo. Tiempo pasó, y sin darnos cuenta estábamos solos de nuevo en el aula. Lo notaba temeroso y asustado de que pasarán aquellas actitudes dominantes y sexuales. Tan solo le sonreí y me alejé para alistar mis cosas dentro de mi bolso.
Sin más, el ingenuo estudiante remedó mi actitud y ambos salimos del aula. Al final del estrecho pasillo, nos despedimos. Con naturalidad y cierta ternura me acerqué a él y nos despedimos con un beso en la mejilla, asegurándome que la mayoría de los presentes nos vieran hacerlo.
Sí, definitivamente habría cambiado mucho en esos últimos días. Ahora sentía que por fin lo tenía, que por fin era mío, pero de otra forma. Que puedo decir, soy así.
Despedida de año
Esos últimos días transcurrieron así, sin novedades. El chico había cambiado mucho, lo notaba más relajado, incluso se había tomado la confianza suficiente de acercarse a mí para pedirme algunos concejos más de aquella clase que tantos dolores de cabeza le provocaba.
En uno de aquellos días me animé a ofrecerle parte de mi tiempo para apoyarlo con sus problemas académicos. Al término de las dos horas reglamentarías que me pertenecían, me arrimé una butaca a la suya y le cuestione sobre sus inquietudes.
Mi mente estaba fresca y pura, lo juro, no había maldad alguna, pero claro que no me pasé por alto sus miradas indiscretas, desviándose al escote de mi blusa que revelaría un poco más de lo correcto debido a un botón rebelde que se había desprendido.
En un principio me parecía divertido, pero ponto recordaba aquellas sensaciones que tanto me gustaban y entonces comencé a coquetear con él, solo un poco.
Pronto se nos escapó el tiempo, viendo la hora me puse de pie y me senté por un instante sobre su libreta para proponerle repetir aquella improvisada clase de tutoría, el siguiente día. Apenado, aceptó.
Sin planearlo mucho, el día siguiente sería ni más ni menos que un viernes, y no cualquier viernes, sería el fin de la última semana de todo el ciclo escolar.
Aquello me tenía nadando en un mar de emociones. No podía evitar sentirme triste y nostálgica al saber que ya no lo vería más, quizá por ello es que me comportaba de esa manera con él.
Sabiendo que aquellos juegos, las miradas, las sonrisas, decepciones y sentimientos estarían por terminar, en mí interior me sentía de nuevo como una fracasada, no sé por qué, pero regresaban los mismos sentimientos de cuando había terminado la relación con mi novio. Me sentía exactamente igual.
Entonces me convencí, estaba decidida a culminar y cerrar toda aquella experiencia como se merecía. Sin dudarlo, desde muy temprano alistaría todas mis cosas para aquel día especial. Regresarían los vestidos, la lencería y los tacones altos. Sin olvidar lo más importante, aquel pene artificial que tantas alegrías y satisfacciones me había dado.
Ese día, me puse un vestido muy corto y ajustado color morado, debajo por supuesto vestiría aquel último conjunto erótico, el de encajes y listones, con las pantimedias unidas que dejaría mi coño al descubierto. Me puse una bragas transparentes y finalmente me envolví en un abrigo ligero color negro y me calcé un par de zapatos abiertos de tacón alto.
Llegando a mi área de trabajo, me sentía increíble; alegre, viva, capaz de todo, segura, y muy poderosa. Desfilaba como modelo en pasarela rumbo a mi entrañable escritorio, cuando mi alumno me miraba desde su puesto. Al cruzar nuestras miradas le esbocé la más sincera y seductora sonrisa desde lo más profundo de mi ser y comencé con mi trabajo.
Aquella clase sería solo de repaso, pues la siguiente semana sería el examen final para no ver a nadie nunca más, incluyendo a mi alumno favorito. Por ello no desaprovecharía un solo momento. Tan solo habiendo regresado a mi asiento me puse en posición tras el agujero de mi escritorio abriendo un poco mis piernas. Sin contratiempos, el ingenuo adolecente daba inicio a los juegos que tanto nos gustaban.
Todo era perfecto; las miradas, las emociones, los juegos y todo eso. De cuanto en tanto, me tocaba para ponerme el cien, justo cuando mi aprendiz me espiaba. Marchaba de las mil maravillas. Entonces la clase terminó y aquel joven se apresuraba a estudiar aquellas otras ciencias que no se le daban tan bien. Por mi parte terminaba con mis apuntes para dar cierre de curso.
En esas estábamos cuando de pronto mi vista se desviaba de mis apuntes. Por debajo continuaba jugando con mis piernas, pero algo me hiso querer saber la reacción de mi alumno. Sucede que yo daba por hecho que me estaría espiando, pero no era así, en cambio se encontraba completamente concentrado en sus propios apuntes.
Tiempo atrás eso me habría sacado e mi buen juicio, pero ahora me gustó. Me quedé viéndole perdidamente. Esa capacidad que tenía de concentración y perder todo contacto con el resto del mundo, en cierta manera le envidiaba.
Entonces sucedió. Sin quitarle la vista un solo segundo, bajé mi mano hasta mi entrepierna y comencé a tocarme. Esta vez ya no era necesario imaginarme a mi alumno en una banca vacía, pues ahí estaba, y aunque no me estaba viendo de alguna manera sabía que me pertenecía. Aún sin la necesidad de tener absoluto control sobre él, su tiempo era mío y al terminar esa última hora de clase seguiría siéndolo.
Fue en ese momento, cuando aquellas caricias de placer que mis dedos ejercían en mi sexo cobraban sentido. Por fin esas sensaciones tenían un cometido, una razón más allá de hacerme correr como loca. Ahora me tocaba con verdadero placer, por fin de estar ganado en mi propio juego.
Eran justamente esas caricias, las que inundaban de éxtasis todo mi cuerpo al tiempo que observaba al distraído de mi súbdito y confidente. Masajeando mi clítoris bajo el escritorio, poco a poco sentía que me haría venir en cualquier momento. Podía sentir como mis dedos se humedecían más con esas sensaciones cálidas, mojando mis bragas cada vez más.
En ese Instante terminaba la clase. Justo a tiempo, ya comenzaba a perder la cordura. Enseguida mis alumnos salían, excepto por aquel chico retraído completamente sumergido en sus letras y palabras.
Sobre él
Sin mediar palabra me levanté de mi silla con ruedillas para reposarme de nueva cuenta está vez sobre el escritorio, justo frente a él. Ahí le cuestioné sobre él, acerca de su día, y de cómo la pasaba en sus estudios. Él respondía, tímido como siempre, como si tuviese un límite de palabras por vez.
Me le quedé viendo seriamente un momento, y mientras me respondía, lentamente comencé a separar mis piernas frente a él. Lógicamente se puso nervioso, pero no me detuve. Sin desprender mis ojos un solo segundo de su mirada, pronto mis piernas quedaban completamente abiertas frente a él, dejándole las puertas del escenario abiertas de par en par que púdica apreciar todo el espectáculo de mis bragas transparentes que de poco servirían para ocultar mi coño húmedo.
Resistiéndose un poco, desesperadamente intentaba bajar la mirada a sus apuntes. No se lo permití. Le ordené directamente y con toda claridad que se levantara a cerrar la puerta del aula, de inmediato el indefenso y domesticado a base de erotismo y seducción obedecía sin objeciones.
Se puso de pie sin decir palabra, y con la mirada al suelo se encaminó a paso lento directo a la puerta para cerrarla. Por mi parte, descendí del escritorio tras de él, y a sus espaldas me bajé el vestido de un movimiento dejándolo caer al suelo para quedarme solo con aquella erótica lencería en medio del salón de clase. Está vez por fin con mi alumno favorito.
Enseguida de cerrar la puerta el joven daba media vuelta, solo para encontrarse con la maestra de sus sueños en la lencería más sensual que jamás pudiese haber imaginado, postrada sobre un par de tacones altos y nada más.
Nos miramos, el pobre se congeló, podía ver como su respiración se agitaba, sudaba y comenzaba a temblar un poco. Sin darle tiempo le ordené que se sentara en mi silla, detrás de mi escritorio. A paso lento y sin voluntad suficiente para mirarme a los ojos, me obedecía.
Esperé, y en cuanto se puso en la posición indicada me di media vuelta para acercarme a él. Mirándolo intimidantemente me bajé las bragas de una sola vez y se las avente delicadamente en su regazo. Enseguida me senté de nueva cuenta sobre el escritorio, pero esta vez en su otro extremo para quedar frente a él, y sin apresurarme me le abrí de piernas tanto como pude, arrimándome un poco para que mi coño quedase fuera del borde.
Entonces le pedí que acercara su cabeza, se la sujeté con delicadeza y se la estrujé en mi húmeda vagina para que comiese de ella.
Fue un poco gracioso, porque no sabía cómo hacerlo, pero estaba tan caliente de por fin estar disfrutando de las delicias de aquel joven, que su inexperiencia no fue impedimento alguno para hacerme disfrutar.
Sintiendo como su principiante lengua descubría las nuevas texturas de mi mojada vagina, me lleve las manos a la cabeza y me desenrede el cabello para dejarlo suelto, arqueé mi espalda y me desvanecí en sus estimulantes lameteos.
Ya puesta al punto con semejante preámbulo, me reincorpore apartando su rostro de mi vagina. Entonces le ordené que se pusiera de pie y se bajara los pantalones. Con la misma frialdad con la que lo escribo ahora mismo.
Sin refunfuñar ni un poco se apresuró a hacerlo luchando con sus prendas, hasta que finalmente lograba bajarse los pantalones con todo y calzoncillos.
De inmediato pude ver su larga tranca bien parada y enfilada para darle una buena chupada. Y no me resistiría un solo segundo más. Bajé del escritorio, me puse de rodillas frente a él y sin más me llevé aquel glorioso pene a mi boca para engullirlo de una sola vez.
Como una loca se lo chupaba a lo largo de su prolongada extensión, gozando desesperadamente como si alguien me lo fuese a arrebatar de la boca en cualquier momento. En ese instante volteé arriba para mirar el rostro de fascinación y éxtasis de mi alumno mientras le hacía ese excelente trabajo oral, cuando comencé a ver en su expresión que aquello no duraría mucho.
Pero no me importó, continué haciendo el mejor sexo oral de mi vida, cuando comenzaba a sentir aquellas contracciones en el pene de mi mejor aprendiz que hubiese deseado tener. Entonces aquel tierno adolecente terminó eyaculando en mi boca, sin que yo parase de chupársela orillándome a tragarme toda su leche como loca.
Por mera piedad, finalmente me sacaba su pene de mi boca bajo sus agónicos alaridos orgásmicos que me imploraban que terminara los tortuosos estímulos de mi lengua.
Quizá él ya estaría más que servido, pero para mí sería solo el inicio. Apenas haciéndolo terminar, tomé mi bolso y sin perder prisa saqué de él, mi juguete favorito. Entonces tomé posición nuevamente en el escritorio frente al chico y sin más comencé a masturbarme frente a él.
Tras una veloz chupada a mi propio pene de plástico, empecé a introducírmelo lentamente en mi ya completamente mojada vagina, y no paré sino hasta habérmelo metido por completo. Enseguida continúe estimulándome como mejor sé, con toda intención de hacerme correr a chorros frente a mi querido súbdito.
Sin embargo algo me hizo detener. No, una vez más no fue mi conciencia, ni mi moral, ni la mirada atónica de mi compañero quien respiraba agitadamente temblando de ansiedad frente a mí. Se trataba de su enorme polla. Sí, no pude dejar de notar que pese a haberle estrujado hasta sacarle todo su relleno, aún permanecía firme y erecto listo para lo que fuese, como esperando recibir mi chorreante coño que se conformaba con uno artificial teniendo el real justo al frente.
Entonces no me resistí más. Me saqué el dildo, lo aventé por ahí, me baje del escritorio y sin medir distancias me senté en la polla de mi alumno. Separé mis piernas y las introduje en los orificios que dibujaban los apoyabrazos de la silla y sin más me empalé en la larga verga de mi alumno.
Aquello sería lo mejor que hubiese imaginado, al fin logrando mi cometido después de tanto tiempo, me dotaba de las más deliciosas sensaciones físicas y sentimentales en lo más recóndito de mi ser, hablando en ambos sentidos.
Así, comencé a moverme como podía en tan precaria posición. No me importaba. Me ensartaba su pene fuertemente mientras le restregaba su inocente cara en mis tetas obligándolo a besármelas y chuparme los pezones.
Aquello me estaría llevando al clímax del momento, pero quería más. Me levanté de nuevo y me di media vuelta, de inmediato me dejé caer otra vez en su pene, esta vez de espaldas y tras ensárteme comencé a hacer las más deliciosas y placenteras sentadillas moviendo mi cintura y arqueando mi espalda para hacerme venir.
En ese momento sentí, por fin, aquel glorioso y entrañable orgasmo a punto de salir y hacer estallar mi coño a borbotones. Entonces aceleré el ritmo, me movía tan aprisa como podía aferrándome con uñas y dientes al escritorio frente a mí, empujando férreamente mi culo al gran pene de mi confidente alumno, mientras sentía mi vagina dilatarse más y más, hasta que al fin explotaba entre gimoteos y alaridos de placer fascinantes que me hacían temblar mis piernas y brazos salpicándole en todas las piernas de mis jugos.
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