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Morbo y voyeur con mi madre
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Era consciente que mi madre era una puta, que calmaba su sed insaciable de deseos compartiendo aventuras con sus amigas Eve, Mena y Teresa, todas ellas cómplices jugando en un mismo morbo y también compartiendo sus amantes, «flacos» mucho más jóvenes que todas ellas. Mi madre no solo jugaba con ese apetito, sino que, apagaba su lujuria mientras viajaba siendo personal de embajada y mejor aún, siendo directora de ceremonial y protocolo, lo que le permitía coger en diferentes idiomas y con tipos del más alto vuelo político, más de una vez con algún ministro y con un presidente europeo; pero ese juego no le prohibía satisfacer ese apetito de ninfómana con algún «pendejo» de barrio.

Lo cierto es que, una noche de verano, mientras mi padre estaba aún trabajando en su escritorio, yo en mi cuarto y mi madre hablando por teléfono justamente con Mena, escuché decirle que le avisara a su hermano Mingo que en un rato iba a estar en la plaza paseando a nuestro perro Enzo, —un buen motivo para escaparse cerca de media noche— y así sucedió, lo llamativo fue cuando mi madre cambió su short y remera por una minifalda ajustada y un top que sin corpiño levantaba sus «lolas» dejando ver las hermosas pecas que se derraman entre estas y como si fuera poco, ese morbo que estaba planeando se reflejaba en el relieve de sus pezones marcados en ese top blanco.

—¡Saco al perro, voy hasta la plaza, me encuentro con Mena! —Gritó mientras ya cerraba la puerta de calle detrás de ella. La plaza es un paseo oscuro en una calle del barrio de Versailles en Buenos Aires. El Paseo Versailles es un lugar ideal para la «trampa» entre las sombras que dan los frondosos árboles tapando aún más la luz de las calles; allí sabía yo lo que iba a suceder.

Mena se apareció, mi madre le dio la correa del perro y se fue a caminar, mientras le decía —Mingo te está esperando—, por supuesto —como el mejor «voyeur»— me quedé entre esas sombras viendo a mi madre perderse en esa misma penumbra; cuando apareció Mingo (hermano de Mena); me acerqué lo suficiente viendo como mi madre se mordía los labios en gesto provocativo cuando se colgó del cuello de su amante, mientras se comían la boca violentamente. Mingo comenzó a acariciar la desnuda espalda de mi madre hasta que, sus manos levantaron la falda y sus manos fueron a jugar con la tanga blanca de esa ninfómana entregada.

Mi madre sin desprender sus labios de los labios de Mingo metía sus manos por sobre el cinturón de la bermuda, deseando —seguramente— sentir la erección de aquel falo, el que prominente se marcaba desde que había visto a mi madre caminar por ese sendero, desfilando toda ella como una buena putita hacia su macho.

Mingo la giró y ella quedó de espaldas a él, mientras él sobándole el cuello le refregaba esa erección desnuda por la cola, cuando ya había perdido la tanga y esa minifalda era apenas ese algo que disimulaba el «franeleo» de morbos manoseos. Ella estiró su cabeza hacia atrás buscando otra vez los besos de los labios de su amante, mientras sus manos sostenían las manos de él apretadas sobre sus «lolas» que ya habían pasado por debajo de ese top. Eso era fuego ardiendo entre esa perra que era mi madre y su macho empalándola con morbosos juegos de cinturas.

Cuando se apartaron mirándose y diciéndose aquello que no escuché, Mingo se sentó en un banco y mi madre quitándose la tanga, la que arrojó hacia un árbol, se calzó sobre él con las piernas colgando por debajo de ese respaldo, o sea, se montó sobre su macho; cuando el gesto —otra vez— de echar su cabeza hacia atrás, pero ahora con la boca en gemido, me confirmaba que estaba cogiéndose a su «pendejo» preferido; ella comenzó a cabalgar sobre las piernas y los besos fueron más viciosos.

No necesité tocarme cuando acabé viendo a mi madre en tremenda escena de sexo al aire libre; como era demasiado tarde, más allá de la media noche no había nadie en ese parque; aunque algún transeúnte disimulaba su paso.

Estuvieron un buen rato cogiendo y comiéndose los labios, mi madre se subió el top y dejó a merced de los ojos de Mingo esos pezones que un rato antes eran el relieve de un pecado que se estaba consumando, ahora eran en la boca de él, mientras él le dejaba rastros de saliva que abrillantaban hasta las pecas de esas tetas.

Mi madre en sus gestos gimió varias veces, quizás fueron varios los orgasmos desparramados esa noche sobre su amante. Se volvieron a comer la boca, cuando ella poniendo sus manos sobre los hombros de él sintió la estocada final cuando él gritó —te acabo perra puta—, mi madre se pegó más a su amante como no dejando que quedaran sino dentro suyo cada gota de ese esperma, como de su boca chorreaba la saliva de un chupón final.

Mi madre no recogió su tanga, cuando a pocos pasos se cruzó otra vez con Mena, esta le devolvió el perro mientras le llegó a decir —¡te gusta mi hermano!, a lo que mi madre respondió —me vuelve loca con esa pija y sus mordiscos—, no se estaba dando cuenta que un chupón quedó marcado en su cuello. Me apresuré hasta que logré llegar primero que ella hasta el porch de nuestra casa.

—Hola Richard. —me dijo inquieta y todavía despeinada con esos rastros de morbo.

—¿Qué haces putita?, le contesté.

—¿Por qué me decís eso?

—Porque tenés tremendo chupón en el cuello que te dejó Mingo y —mostrándole la tanga en mi mano— te olvidaste esto en el parque.

—¡Ay hijo!, por favor no le cuentes a tu padre, me mataría.

—¡Ay Laurita, tan puta y tan descuidada. —Le dije tomando su mentón y dándole un suave cachetazo que le hizo desprender algunas lágrimas de culpa.

—Por favor prométeme que con tu silencio guardamos este secreto. —Me dio un pico en los labios, pero yo pasé mi mano atrevida por debajo de esa minifalda y acariciándole esa concha le sonreí sintiéndola todavía húmeda, ella me devolvió una enérgica mirada, pero cerró esos ojos y se mordió los labios.

—¡Basta! Entremos como si volviéramos juntos; —cuando llegó a ver mi pantalón manchado—, —¡Hijo de puta te pajeaste viéndome coger!

Por supuesto ella se fue directamente a la ducha y yo a cambiarme el pantalón que dibujaba tremendo lamparón de semejante acabada. Pero la noche no terminó ahí, se cubrió el cuello con maquillaje aunque era demasiado morado la marca de los placeres de esa noche. Me miró tratando de esconder en su mirada la culpa; me acerqué y dándole un beso le murmuré al oído —todo tiene su precio, puta— y como si nada nos fuimos a dormir, aunque el ambiente estaba provocándonos ahora a mi madre y a mí; ella no apagaba su luz tenue, seguía leyendo —como todas las noches— al igual que yo en mi cuarto sintiendo los ronquidos de mi padre.

No podía quitar de mi pensamiento la erótica y más aún la pornográfica escena de mi madre montada sobre un macho, pero en vez de enojarme, más me excitaba y otra vez mi bulto se marcaba en mi boxer; fue cuando tomé la decisión de levantarme meterme en el dormitorio de mis padres y de lado de mi madre solo cubierto con ese boxer marcando mi pija erecta, me la quedé mirando; ella alzó su mirada a mis ojos y volvió a fijarla en mi bulto, —¡Ay hijo, por Dios!— murmuró, yo me bajé el elástico y mi pija rebotó delante de sus ojos, ella volvió a morderse los labios —eso era un buen síntoma.

Se volteó para asegurarse que mi padre estuviera profundamente dormido; me tomó la pija, me masturbó sintiendo tanto ella como yo que más dura se me ponía, cerré los ojos cuando sentí que sus labios acariciaban mi glande; sentí como iban y venían rebotando sus labios contra mi pubis; la tomé de los cabellos, acaricié también su espalda llena de pecas, tantas como sus pecados, cuando comenzó a quitarse el camisolín, dejando que ahora yo era quien disfrutaba de esos pezones, apagó luz de su velador.

Y hasta que no derramé todo mi semen en su garganta la seguía sosteniendo de los cabellos sobre mi vientre, ahogándola en sus arcadas, pero sin dejar de chuparme y tragarse mi pija; mientras que, con sus dedos estimulando mi esfínter me volvió a clavar la mirada y sonó la frase esperada —Vamos a tu cuarto, bebe…

En tanga de negro con ese camisolín cayendo por su espalda, descalza y con su pelo batido por mis manos, con esos pezones erectos sobre sus pecosas lolas, ella eran la imagen de una lujuria perfecta. El morbo de cogerme a mi madre y el incesto que ella empezó a provocar aquella noche, tuvo que esperarse hasta que en ese mismo verano fuéramos de vacaciones a Río de Janeiro, ¡pero sucedió!

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MORADO SUBIDO
MORADO SUBIDO
Se deshace el tiempo en edades mitológicas, consumado el deseado incesto se repite una y otra vez entre las penumbras que incitan el pecado, Edipo y Yocasta se reencarnan. En la habitación del hotel nos miramos, sonreímos mientras saboreamos el morbo sabor de un beso, y ante quien nos sirve en silencio jugamos incontrolables el placer lascivo de lo mitológico.

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