Cuando hablo de ese hombre siento como palpita fuerte y con ganas de explotar mi corazón. Mis manos tiemblan, nerviosas, ansiosas, tengo un tatuaje pequeño en los dedos, un anillo con piedra violeta y casi siempre mis uñas están pintadas… me muerdo los labios, gruesos y rojos, paso mi lengua sobre ellos, saboreando y suspirando, recordando la última vez que me hizo suya, toda suya, cada rincón, cada pliegue, conquistado por su hombría, por sus dedos, su calor, sus tatuajes en mi piel, sus manos sosteniendo mis piernas, apretando mis nalgas, tocando mis senos… mis ojos recorriendo su silueta, cerrados, abiertos, me sé de memoria su cuerpo, donde se esconden sus cicatrices, sus lunares…
Repito en mi nostalgia una y otra vez los gemidos, lo sensual de su mirada, sus dedos dentro de mí, sus palabras sucias a mi oído, sus manos tomando mi cuerpo como su propiedad, queriendo devorarlo, poseerlo, llenarlo de él y amarme, amarme como solo él lo sabe hacer.
Cada parte, cada noche, cada atardecer, cuarto, suelo, baño, ropa, humo, música, risas, baile, todo lo he recorrido con él, junto a él, sobre él, en cuatro, de pie, sentada, pero con él… deseo su piel, su cuerpo, quiero que vuelva a follarme, a besarme, a tocarme, a respirar junto a mí, como si yo fuera, lo que él es para mí, el mejor lugar del mundo.
Entre silenciosos, él y yo acostados en una cama ajena. Había terminado la fiesta en la terraza, era de madrugada, y entre licor, música, comida, risas, surgió la rica tentación de besarnos, aun manteníamos lo más discreto que pudiéramos nuestro romance, pero a veces el deseo nos ganaba, se colaba entre las piernas y llegaba a la boca, y no podíamos parar. Él, un poco alicorado, eso lo pone cachondo, le sube los ánimos, lo desinhibe, se atreve a contarme sus perversidades, quiere follar.
Yo acostada a su lado, abrazados, en medio de la oscuridad, la puerta abierta y otras tres personas más en el cuarto, fue una fiesta grande y no había espacio para todos, así que en la habitación éramos cinco, un reto para nuestra aventura, y un trago de adrenalina para nuestras ganas de comernos.
Nos empezamos a tocar, sus manos por debajo de mi blusa, quitándome desesperadamente el frio de la noche. Los ruidos, las voces de las personas, sentir miedo que nos vieran… todo me hacía desearlo más. Me apretaba los pezones, me besaba con ternura, mis dedos querían tocar su piel, pero, había mucha gente, no podía moverme sin despertar a alguien… sin palabras sus manos quitaron con sutileza mi brasier y entre mi blusa gris y la chaqueta negra de cuero que traía esa noche, sentía sus manos jugar con mis senos y callé mis ganas de gemir, de gritar, de decirle que quería más, mis palpitaciones agitadas delataban lo que podía sentir entre mis piernas, esa agua que humedecía mis bragas me recordó lo viva que me hacía sentir ese hombre, esa noche solo acaricio mi pecho y yo sentí morir de placer.