Pasión sin límites, primero con su madre, ahora desvirgar a la ahijada, la perseverancia tendrá su premio, tenerlas dispuestas en la misma cama.
Mona, es la primogénita de mis amigos, su madre es una bella mujer capaz de despertar las tentaciones más atrevidas, me dejé ir y disfruto las pasiones prohibidas, tampoco soy un héroe estoico, me dejé arrastrar por la seducción de un par de tetas para el infarto de cualquier calentón, y revolcar en el deseo más abyecto que derribó los prejuicios de ser la esposa de un amigo. No sé bien quién llevó a quién a la cama, pero tuvimos un tórrido romance de verano, la ausencia temporaria del marido nos dio la oportunidad de tener casi tres meses para satisfacernos a gusto, revolcarnos, amarnos y coger a como diera lugar, sin importar dónde y cuándo nos encontrara el deseo.
Con el regreso de su marido, perdimos la disposición de tiempo y oportunidad, los encuentros furtivos se fueron espaciando en el tiempo y amainando el fuego de lo prohibido.
El tiempo siguió andando y su primogénita, Mona (Mo), creciendo con la herencia genética y la impronta del sentido erótico materna. Los modos y maneras seductores de su madre y sobre todo la insignia familiar, la opulencia de su pechos, habían puesto de relieve sus cualidades que cautivan a cuanto macho se le pone enfrente, precisamente sus cualidades físicas privaron sobre las prevenciones morales, nada importó que fuera su padrino para impedir que máquina del deseo trabajara a destajo, sobre todo cuando me recibía, abrazando de tal forma que me costaba disimular el reflejos físico condicionado por la turgencia de sus tetotas. Tanto era el magnetismo de sus pechos que me costaba quitar la vista de la voluptuosidad de sus “cositas”, en más de una ocasión me atrapó en la intención de comérmelas con los ojos, su complicidad al pescarme infraganti nos hacía partícipes de la misma transgresión prohibida.
Trataba de conservar las distancias, ella de acortarlas, hasta que ella quien derribó las barreras de la prudencia, acorralado dentro del habitáculo del auto, se abalanzó sobre mí y me besó, ese fue el minuto fatal cuando se queman las naves, el inicio de un tórrido y pasional sentimiento enfervorizado y compartido. Nada más importaba, ni el vínculo familiar, menos aún la diferencia de edad, cualquier obstáculo era consumido por esta pasión arrolladora, con el argumento de la pasión quemando su sexo y haber alcanzado la mayoría de edad dos días antes se lanzó al vació, acurrucándose en mi regazo, frotando la formidable erección del pene que no podía dar crédito a aluvión pasional que nos encendía por dentro.
Los encuentros, fugaces, eran aprovechados para amarnos a escondidas, el deseo apremia y el tiempo escaso no permitía más que esporádicos encuentros, pero el destino había movido sus hilos para enredarnos en nuestra propia telaraña, el verano próximo y la preparatoria para el ingreso a la universidad nos permitía algún momento para burlar la férrea vigilancia materna, aun así no habíamos podido pasar de los besos encendidos y los toqueteos dentro del automóvil.
Por un acontecimiento familiar, los padres debieron ausentarse de la ciudad por dos o tres días, Mo debió quedarse por tener que asistir al preparatorio de la universidad, dejándola en nuestra casa, ahora solo restaba buscar cómo disponer del tiempo sin el obstáculo de mi familia. Un viejo compinche de correrías facilito el apartamento donde refugiarnos, ella aducirá quedarse en la casa de una compañera para estudiar, yo un viaje por razones laborales, el plan perfecto para secuestrarnos por dos noches y dos días, un viaje al mundo de lo desconocido y consumar la asignatura pendiente: Hacerla mujer.
Mi ahijada tenía la inocencia de la adolescente y la madurez sexual de la hembra consumada, belleza sutil con la discreción que sugiere la riqueza erótica sin explorar, toda ella es una insinuación de promesas.
Hacerme dueño de su deseo fue la forma de sumergirnos en una pasión devastadora, sus gestos eran un misterio que invitan a derribar los obstáculos, abrirle los horizontes eróticos hasta el infinito. Podría decirse que es una bestia sexual, joven y lujuriosa, que transita el colmo de su hermosura, la opulencia de los pechos y la calentura insaciable de su madre
Dos noches y sus días nos mantuvieron sin abandonar el apartamento, siempre desnudos y calientes, el sexo en maratón erótica sin solución de continuidad. Nada superaba el encanto del despertar sexual, me sentía el Adán aún con el sabor de la manzana en la boca.
El sexo no entendía de amaneceres o anocheceres, todo estaba teñido por la pasión y el deseo, el recurso de la pastillita azul fue el auxilio presto para que siempre fuera una noche ardiente.
A través de la humeante taza de café me deleita bebiendo leche del pico de la botella, empina el envase para dejar, como al descuido, que el líquido se escurra por las comisuras de sus labios, resbalarse, discurrir por el mentón, el cuello y más abajo, abre más la camisa para mostrar como unta los pezones, el resto del lácteo escurre por los senderos, atravesando sin pudores el vientre desnudo. Sus manos esparcen la textura de la leche sobre los pechos y pezones, sin dejar de mirarme, ofreciéndose a la rapiña de mi boca, nos sumergimos en la intensa textura del beso apasionado.
Con los labios embebidos en la leche me deslizo siguiendo el derrotero blanco hasta llegar hasta la espesura nevada de su pubis angelical, mi boca encuentra la suya vertical, una rajita discreta, mis caricias interrumpen el letargo, el animalito se despereza, descorre el telón de seda de su guarida convirtiéndose en flor carnívora, boca de bebé glotón que mamaba mi dedo mientras le aguijoneaba el clítoris con la punta de mi lengua, dejándolo húmedo y brillante como patito chapoteando en la carne rosada.
A su tiempo fue ella quien se hincó, entre mis piernas para ofrecer la boa constrictor que se engullera el miembro de su amado, agarrado en su mano me hace sentar, necesita estar arrodillada ante su amo, rendirle los honores al que fue capaz de despertar y encender la llamas ocultas de la pasión que devora sus entrañas, necesita ahogarse con la carne enhiesta y turgente de su macho, rendirle pleitesía poniéndose a mis pies. Tenerla tendida a mis pies asumiendo ante su hombre la actitud reverencial de las sumisión incondicional, resumiendo la entrega y revelación de su temperamento de fuego significó el momento de iniciarla en el juego de la dominación, la corbata atada a su cuello y llevarla a recorrer el cuarto como perra llevada con la correa.
Le enseñé el placer de la obediencia y disfrute de ser sometida, amarrada y gozada en todas las formas posibles. Enseñarle el disfrute de la sumisión facilita el descanso del guerrero y darle un respiro a la producción de leche.
Iniciarla en los placeres inéditos de ser la obediente sumisa de su padrino, desde ahí ella aprendió a complacer y servir a su padrino, aceptar y obedecer las condiciones que le impone su amo, a tan así que reconoció haber visto desde su escondite cuando años atrás había tenido sexo con su madre y que ahí, masturbándose en el silencio había tenido su primer orgasmo. La situación de dependencia erótica y afectiva con su padrino produjo la segunda sorpresa, al confesarme que tenía la complicidad de su madre por compartir el secreto de su infidelidad conmigo.
-Y ahora, cómo seguimos…?
-Te gustaría… -gestos de complicidad
-Es lo que estoy pensando?
-Qué morboso eres… sí, eso mismo
-Quieres tenernos a las dos a tu servicio?
-Pero… cómo?
-Yo me ocupo. Madre sabía que me tendrías dispuesta para servirte, ella también lo está. Le puedo avisar?
La sorpresa silenció la obvia respuesta.
-Hola! Mami… sí, estoy con él… sí, sí, claro, nos acepta a las dos…
Hay un viejo dicho que dice: “Debes tener cuidado con lo que deseas, pues esto puede convertirse en realidad”. En este caso se cumplió ese deseo nunca formulado, por mí al menos, ahora solo será necesario conseguir alguna pastillita azul para poder satisfacer a dos lobas…
Todos sabemos que la realidad supera la ficción, te ha sucedido a ti. [email protected].
Nazareno Cruz