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Mis sobrinos me adoran
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Tiempo de lectura: 21 minutos

Mi nombre es Silvia, tengo 45 años y vivo en Buenos Aires. A continuación les voy a relatar una situación bastante extraña, pero que resultó ser más placentera de lo que podía llegar a imaginar. Soy soltera, sin hijos y la única familia que me queda, al menos viviendo cerca, es mi hermana Norma y sus dos hijos, Gisela y Ezequiel, de 24 y 20 años respectivamente. Bruno es el marido de mi hermana y padre de mis sobrinos, pero no puedo decir que lo considere parte de mi familia, ya que llevamos un vínculo familiar muy débil y bastante distante. El motivo de la distancia son sus rígidas creencias religiosas que le hacen ver en mí a una oveja descarriada. Jamás me interesó cambiar su opinión sobre mí, siempre y cuando, no me prohibiera ver a mis amados sobrinos; eso lo respeta, aunque a veces creo que sin consentirlo demasiado.

Creo que el hecho de que una mujer de mi edad nunca se haya casado o no haya tenido hijos representa una amenaza para la educación de sus hijos. Puede que tenga razón, pero me resulta mucho más amenazaste que crezcan entre tanto rezo y oración y poco mundo real.

Mi forma de vestir también lo irrita y, aunque no me diga nada al respecto, puedo ver el desagrado en sus ojos. A pesar de que no soy una súper modelo y de que con los años hayan llegado algunas imperfecciones, estoy orgullosa de mi cuerpo y me gusta usar prendas ajustadas o con alguna transparencia, sobre todo en los días de mucho calor. Mi 1,68 de altura, mis 80 kg de peso, mis tetas naturales pero pulposas y mi culo un poco más amplio de lo normal era dignos de mostrarse. Mi piel poco bronceada siempre está bien maquillada con un hermoso cabello castaño claro cayendo hasta la mitad de mi espalda. Un lunar por encima de mi labio me da un adorno natural muy seductor.

Todo comenzó un viernes por la mañana, la noche anterior había salido a tomar unos tragos, por lo que me había acostado relativamente tarde. Pensaba dormir hasta el mediodía, pero la melodía del celular me despertó cerca de las 10 am.

-Hola, quién es? – respondí más dormida que despierta sin ni siquiera mirar el identificador de llamadas.

-Hola Sil, soy Norma! Tu hermana. Todavía dormís? Son las 10 de la mañana.-dijo ella con vos enérgica y a modo casi de reto.

-Hola Nor, si, anoche salí y tome un poquito de más, que pasa?

-Perdóname hermana pero te tengo que pedir un favor. Lo acaban de llamar a Bruno que tiene que viajar a Santa Rosa mañana por trabajo y nos tenemos que quedar todo el finde allá. Te jode venir a cuidar a los chicos? – preguntó Norma preocupada.

-No hay problema. A la tarde estoy por allá – contesté mientras desechaba las ilusiones de salir a bailar ese fin de semana y, por sobre todo, de tener sexo. Pero la idea de pasar un fin de semana con mis sobrinos no terminaba siendo un mal plan. Ellos son dos chicos muy educados y compañeros entre sí y conmigo tienen una relación de camaradería especial; la tía solterona a veces los regresa un poco a la realidad.

Dormí una hora más después del llamado de mi hermana, tomé una larga ducha, desayuné algo liviano y me dispuse a armar la valija para el fin de semana de niñera en lo de mi hermana. Puse tres o cuatro mudas de ropa limpia, mis maquillajes y, por si había algún tiempito de privacidad, mi vibrador. Fue uno de los regalos para mi cumpleaños número 40 y siempre estaré agradecida con mi mejor amiga por eso. Mi hermoso falo color carne de 25 cm y varias velocidades de vibración fue lo último que empaqué, por lo que sería lo primero en verse al abrir la valija: no presté atención a ese detalle que me iba a costar carísimo.

Luego de unas horas de redes sociales y escuchar música, emprendí el viaje a la casa de mi hermana. Después de 20 minutos de taxi estaba parada en el la amplia entrada de su casa. Norma salió a recibirme con Gisela y Ezequiel por detrás. Como era costumbre, Rubén no tuvo la misma cordialidad y me saludó con un seco choque de mejillas ya dentro de la casa mientras observaba con asco mis calzas encueradas negra y mi blusa blanca algo escotada.

Norma me sirvió un café y antes de irse me dio algunas indicaciones mientras su marido cargaba sus valijas en el auto sin prestarme la menos atención.

-Silvia, la heladera está llena de comida para los tres y te compré un par de cervezas. Estoy segura que tenías planes para el finde y pensé que por lo menos unas cervezas frías te iban a venir bien. Lo que si te pido es que no le des ni una gota de alcohol a los chicos porque después lo tengo que escuchar gritar a Bruno.

-Gracias Nor. Despreocúpate que no les pienso convidar ni un poquito de mis cervezas – bromee para calmarla – y decile a tu marido que se relaje que no se van a ir al infierno por tomar una cerveza algún día.

-Ni me hables mirá! Está insoportable, los chicos están con las hormonas por el cielo y Bruno los castra en cualquier momento– dijo Nor casi sonriendo por la situación. Yo no pude evitar la carcajada.

-Jajaja, vos quédate tranquila que conmigo están bien cuidados y no vas a tener problemas con Bruno – dije sin saber lo que iba a pasar durante el fin de semana.

Norma y su estructurado marido emprendieron su viaje y ahí comenzaba mi fin de semana con mis adorados sobrinos. Después de charlar un rato con ellos y que me cuenten como iban sus estudios y su vida en general, me dispuse a hacer la cena. Tuve que hacer dos comidas porque Gisela estaba entrando al mundo del veganismo, mientras que Ezequiel era un carnívoro empedernido. Yo comí milanesas con Ezequiel y a Gisela le prepare una ensalada de varias verduras que comió con gusto. Después de terminar de cenar, ambos hermanos juntaron la mesa y colaboraron entre ellos para limpiar los platos hasta dejar todo impecable. Era increíble poder ver a dos hermanos de 24 y 20 años llevarse tan bien.

Mientras los veía trabajar juntos, no podía entender en que momento habían crecido tanto. Ezequiel estaba dando uno de sus estirones y había crecido mucho en muy poco tiempo. Ya alcanzaba el 1,80 de altura y su cuerpo ya tenía forma de hombre, con sus hombros cada vez más anchos y el la barba cada vez más notoria. Usaba uno de esos peinados modernos con corte degradé que su padre desaprobaba completamente pero que para mí le quedaba excelente. Sus ojos color marrón oscuro mostraban una mirada muy profunda e iban acompañados de una nariz respingada casi perfecta y una boca algo grande pero muy seductora. Gisela ya había dejado atrás su pubertad unos años atrás y ya era toda una mujer. Mucho más baja que su hermano y con una complexión intermedia heredada de su madre, su 1,65 cm mostraba a una joven adulta algo más baja que la media pero con un cuerpo muy llamativo. Unas tetas más tirando a chicas, un rasgo que siempre acomplejó a Gise por tener menos que las chicas de su edad. A pesar de no ser grandes, tenían una forma redonda perfecta. Su culo si era su orgullo por ser un poco más amplio y llamativo debido a las largas horas de spinning en su gimnasio. Ojos similares a los de Ezequiel pero con una forma más almendrada se escondían tras unos impecables lentes cuadrados estilo ejecutiva. Gisela había heredado mi lunar por encima de su pequeña y delicada boca pero del lado contrario al mío.

Terminaron de lavar los platos y me preguntaron si podían quedarse en el sofá del living mirando una serie. Es imposible negarles algunas horas de televisión a dos jóvenes tan buenos así que les di permiso mientras yo me iba a la cama aún con resaca de la noche anterior. El sueño me atrapó cinco minutos después de tocar la cama y me dormí profundamente. Cerca de las 3 de la mañana el dolor de cabeza me atacó más fuerte que nunca y me quitó el sueño, por lo que decidí levantarme a tomar un analgésico para ver si podía volver a conciliar el sueño. Salí de la habitación con mis tetas al aire y con una finísima tanga de encaje color celeste, confiando en que Gisela y Ezequiel ya estuviesen dormidos en sus respectivas camas. Antes de llegar a la puerta del living escuché sus voces que venían del sofá y me frené de golpe para no exponer mi desnudez ante ellos. Antes de volver a vestirme, la curiosidad me detuvo para escuchar su conversación.

-Ayer mi amiga Vicky me mandó un video que si lo ve papá se muere – dijo Gisela contándole a su hermano.

-Otro video de gente desnuda? – pregunto interesado Ezequiel.

-No solamente desnuda, era una chica que se estaba metiendo un envase de desodorante ahí abajo – explicó Gise mientras bajaba la voz para que nadie más que su hermano la escuche.

-Guau! Viste que mamá algo nos había dicho de gente que subía esas cosas a internet. A mamá mucho no le molesta pero papá se vuelve loco con esas cosas – dijo Eze.

-Si, te imaginas si nos ve a nosotros haciendo algo de eso? A mí me da algo de curiosidad pero me da miedo que se entere papá. – dijo Gisela en tono de confesión.

No podía creer lo que mis oídos estaban escuchando. Me perturbaba muchísimo el hecho de que estuvieran hablando de cosas sexuales entre hermanos, pero más me molestaba que dos chicos de 24 y 20 años todavía no sepan nada de la masturbación y que no hayan experimentado nada cuando estaban en la mejor edad para hacerlo.

-Y yo cuando me baño también a veces me toco ahí abajo y me gusta. Pero el baño es un lugar privado y ahí no se puede enterar nadie.

-O sea que vos te tocas como hace la gente de los videos? – interrogó Gisela con curiosidad

-Y si Gise, papá es muy exagerado y hasta mamá lo dice siempre. Aparte no voy a ser tan tonto de filmarme.

-Tenés razón. Igual una vez hace mucho me quise tocar y cuando metí un dedo me dolió– expreso Gisela acongojada.

-Mamá una vez explicó que la primera vez puede doler, pero después empieza a gustar, que se yo – trató de explicar Ezequiel.

-Y a vos te duele cuando te tocas? – preguntó Gisela más curiosa que nunca.

-No, a mí nunca me dolió, al contario, me hace cosquillas. Tócate de nuevo y fíjate Gisela.

-Pero me da miedo, pero a la vez vi el video de la chica del desodorante y me dan ganas de probar.

-Aprovecha que nuestros papás no van a estar en todo el finde, no te va a ver nadie.

-Vos me ayudarías? – preguntó Gisela.

-Como?

-A tocarme, porque me dijo Vicky que si te toca alguien más es mucho más placentero y dudo que papá me deje ir a buscar un chico para que me toque– explico Gisela.

-No sé Gi, somos hermanos. Papá se infarta si se entera – dudó Ezequiel.

-Vos te tocas y no se entera, aparte ahora no están hasta el lunes, vos mismo lo acabas de decir.

-Bueno, está bien, pero es un secreto a muerte Gisela.

-Si, te lo prometo Eze. Voy a buscar un envase de desodorante como la chica del video – dijo Gisela entusiasmada.

-Ok, te espero acá.

La conversación me subió las pulsaciones a mil y me dejo un montón de sensaciones encontradas. Mi sobrina Gisela le había pedido ayuda a su hermano para empezar a investigar su sexualidad y sabía que eso estaba terriblemente mal, pero por otro lado, Gisela tenía 24 años y todavía no sabía la sensación de tocar su propio cuerpo y esa desesperación y deseo reprimido la había llevado a recurrir al único hombre en el que podía confiar. Me sentí en el lugar de alguien que no puede juzgar porque estaba escuchando una conversación que no me correspondía y además, interrumpirlos tal vez significaría arruinar la vida sexual de mi sobrina por un largo tiempo, o quizá para siempre. Decidí dejarlos actuar sin haberme percatado que mi pequeña tanga celeste estaba empapada por mi flujo vaginal y que la había empezado a acariciar con mis dedos de forma inconsciente. No lo podía creer, la adrenalina se había convertido en morbo y excitación.

Gisela tardó un rato largo mientras buscaba su envase de desodorante para usar de consolador improvisado. Ella apareció en el living con las manos vacías.

-No hay ningún desodorante en esta casa Eze, tanta mala suerte puedo tener, estoy destinada a ser monja – dijo Gisela furiosa.

-Y algo con una forma similar? – sugirió el hermano menor.

-Pero qué?

-Ya se – dijo él y se levantó rumbo a la cocina. A los segundos volvió al living con un pequeño pepino en la mano.

-Esto va a ser mejor, tiene forma más redonda y es más suave – dijo Eze, orgulloso de su ocurrencia. Gise miró la verdura con algo de duda pero sus ganas la hicieron acceder.

-Está bien, pero despacio Eze, si yo te digo que pares pará – dijo la joven mientras bajaba su calza y su ropa interior blanca hasta sus rodillas.

-Si Gi-gise – dijo Ezequiel tartamudeando al caer en la cuenta que era la primera concha que había visto en su vida y era la de su propia hermana.

Gisela se acostó en el cómodo sofá con las piernas abiertas apoyadas en la mesa ratona mientras su hermano estaba obnubilado con el sexo de su hermana a punto de masturbarla con una sugerente verdura. El ángulo en el que se acostó mi sobrina me dejó espiar desde el pasillo y ver sus rosados y lampiños labios vaginales. Ella se masajeo un poco con los dedos y, entre respiraciones agitadas, la humedad se fue haciendo presente poco a poco; yo por mi parte no pude evitar imitarla mientras veía la escena.

-Dale Eze, de a poquito – susurró ella.

El hermano menor se sentó a su lado y comenzó a refregar el pepino suavemente por el clítoris y los labios de su hermana. Los gemidos de Gisela se intensificaron y comenzó con unos movimientos pélvicos instintivos.

-Empezá a meterlo de a poquito – dijo ella casi jadeando

Ezequiel introdujo poco a poco la punta del pepino mientras su hermana gemía con los ojos cerrados. Pude notar como Ezequiel se acomodaba el bulto en su pantalón; la situación lo excitaba mucho y su pene se lo estaba avisando. Pero continuaba siguiendo las instrucciones de su hermana quien le iba susurrando que lo vaya metiendo un poco más. Después de unos minutos, la vulva de Gisela ya había hecho desaparecer todo el pepino al tiempo que tomaba la mano de su hermano para marcarle el ritmo. Gisela no paraba de estremecerse de placer cuando de repente todo su cuerpo se tensó, abrió los ojos bien grandes y no pudo contener un gritito casi inaudible de placer; Ezequiel quitó su mano con el improvisado juguete empapado en los flujos de su hermana. Mi sobrina había tenido su primer orgasmo gracias a su hermano mientras yo los espiaba detrás de la puerta. Yo hice lo mismo y tuve un pequeño clímax mientras me masajeaba el clítoris de parada. Con una sonrisa de oreja a oreja, Gisela se levantó del sofá y se volvió a vestir. Los dos hermanos se miraron y compartieron una pequeña carcajada sin necesidad de decir nada. Creo que a Ezequiel le hubiese gustado que le devuelva el favor de alguna manera pero no se animó a pedírselo a Gisela. Por su parte, su hermana le dio las buenas noches y se dirigió a su habitación a dormir plácidamente después de haber descargado por primera vez toda su lujuria. Me dio pena ver a mi sobrino quedarse con las ganas de algo más y, debo confesar, que yo quede con la misma sensación. Pero el fin de semana recién comenzaba y casi seguro que esto iba a traer cola.

Al otro día me desperté cerca de las 10 am y los hermanos ya estaban sentados en el comedor con el desayuno listo. Si no hubiera visto lo de la noche anterior, hubiese jurado que no había pasado absolutamente nada entre ellos. Lo único que noté fue que Ezequiel no paraba de acomodarse la entrepierna de su pantalón, por lo que supuse que no había podido descargar toda la excitación acumulada del acto con su hermana.

-Buen día chicos, durmieron bien? – pregunté

-Buen día tía – contestaron casi al unísono – muy bien – agregó Gisela con una sonrisa radiante.

-Se quedaron hasta tarde mirando la tele? – pregunté para demostrar no saber nada de lo que había pasado.

-Si tía, nos enganchamos con una película – contestó Ezequiel sin titubear y mirando a su hermana con una casi imperceptible sonrisa de complicidad.

-Me alegro que se hayan divertido mis amores. Yo me dormí como un tronco toda la noche – dije para no levantar sospechas de mi actuación de espía nocturna.

El desayuno transcurrió entre charlas de series y películas con total normalidad mientras por la ventana veíamos como se formaban unos nubarrones negros y comenzaba a llover copiosamente. El clima nos iba a obligar a pasar el día encerrados y algo aburridos, lo que podía llevar a otro intento de mis sobrinos para seguir explorando su sexualidad. Mientras tomaba mi café me imaginaba un día largo y lleno de emociones.

Terminamos de desayunar y Gisela se levantó de la mesa anunciando que se iba a meter a la ducha, lo que me dejaba un tiempo a solas con mi sobrino para generar confianza e indagar un poco sobre su escasa vida sexual.

-Ya estás hecho todo un hombre Eze, me imagino que ya debes tener alguna chica revoloteando por ahí? – pregunté en mi mejor tono de tía comprensiva.

-Jaja, no tía, por ahora no hay nada, entre la facultad y papá que es bastante estricto con que salgamos, no conozco muchas chicas.

-Ay Eze! Voy a tener que hablar con tus papás. No puede ser que un chico tan lindo como vos no pueda conocer a una chica porque su papá no quiere que salga – dije mientras acariciaba su hombro y comenzaba a notar más incomodidad en los pantalones de mi sobrino.

-No te gastes tía – dijo el con voz de resignación – mamá habló con papá pero el sigue firme en su postura.

-Yo voy a hacer el intento Eze y, no te prometo nada, pero algo vamos a hacer para que puedas tener un poco más de roce con alguna chica – mientras hablaba, acomodé mi escote para bajarlo un poco y ver la reacción de Ezequiel. Su mirada se clavó por un segundo en el surco entre mis tetas y luego desvió su mirada por la vergüenza.

-Gracias tía, pero no tengo muchas esperanzas en que papá cambie de opinión.

Las hormonas del chico le estaban haciendo una revolución interna mientras su padre no permitía que su hijo tenga una vida social normal y así poder conocer a alguien para comenzar a tener una sexualidad algo más activa. La cara y la voz de Ezequiel me generaron una mezcla enorme de lástima y excitación que hasta el día de hoy no puedo explicar. Mientras pensaba cómo hacer para ayudar a mi sobrino a salir un poco de su inocencia, la voz de Gisela me llamó desde el baño.

-Tía, prestas tu secador de pelo? El mío se lo llevo mamá – gritó ella

-Si mi vida, está en mi valija, agarralo tranquila – contesté.

La charla con Ezequiel me había acaparado toda la atención, tanto que olvidé que, al abrir mi valija, lo primero Gisela encontraría era mi juguete para mis momentos de soledad. Cuando caí en la cuenta de mi descuido, me levanté apresuradamente de la silla y me dirigí a mi habitación. Al entrar de forma algo abrupta, Gisela se asustó y dejo caer en el suelo mi juguete. Al chocar con las maderas del piso, el largo pene de látex color carne se encendió y comenzó a vibrar tan fuerte que se movía como una víbora en el suelo de mi habitación. Nos miramos con Gisela con ojos de sorpresa y no pudimos evitar una carcajada al unísono.

-Perdón Gi – dije con lágrimas en los ojos por la risa – me olvidé que estaba esto en mi valija, tu papá me va a matar – dije mientras tomaba mi juguete del suelo y lo guardaba bajo la ropa de mi valija.

-Jajaja, no pasa nada tía, no le voy a decir nada, quédate tranquila – dijo ella, lo que me generó muchísima tranquilidad – nunca había visto uno de esos juguetes, o sea, si en videos pero no había tenido uno en la mano – me confesó con algo de miedo.

-Son muy útiles para cuando una está aburrida y sola – dije con tono de broma para generar algo de confianza – aunque una de verdad siempre es mejor – dije para ver la reacción de Gisela.

-Mis amigas dicen lo mismo tía, pero yo todavía no conozco ni uno de verdad ni uno de mentira – dijo ella con tono ofuscado y frunciendo el ceño.

-Si Gise, no me digas nada, el problema es tu papá.

-Si tía, si sabe que voy a algún lugar y va a haber chicos no me da permiso para salir – explicó con voz triste.

-Lo mismo que le dije a tu hermano se lo voy a decir a vos; voy a tratar de hablar con ellos para ver si puede aflojar un poco. No puede ser que, siendo tan jóvenes, no puedan disfrutar de tener amigos y algo de diversión – dije casi enojada.

-Gracias tía, pero no va a ser fácil convencer a papá, y volviendo al tema de tu juguete, algún día me gustaría tener uno – bromeó ella con total confianza.

-La tía te lo va a regalar pero cuando te mudes de tu casa, jaja

Gisela tomó mi secador de pelo y salió de mi habitación. Mi cabeza y mis hormonas trabajaban casi a la par tratando de ayudar a esos chicos a salir de su encierro. La escena nocturna de colaboración íntima entre hermanos seguía presente en mí cuando se me ocurrió una idea que no podía fallar. Decidí elegir mi vestuario con el fin de atraer la mirada de Ezequiel: me puse una ajustada calza de deporte bastante colorinche que amoldaba mi culo y mi concha de forma muy ajustada, y por arriba opté por una blusa blanca bastante escotada acompañada de un fino corpiño que juntaba perfectamente mis tetas dejando ver un profundo surco oscuro entre ellas. Salí de la habitación y me dirigí al cuarto de Gisela a buscar uno de los viejos regalos que le hice cuando era chica. Tomé la caja y me dirigí al living donde ellos estaban sentados en el sofá jugando con sus celulares.

-Quién quiere jugar Twister? – grité alegremente mientras desenvolvía la colorida alfombra del juego en el amplio piso del living. Ambos se miraron y sonrieron a forma de aprobación.

-Me había olvidado que tenía ese juego, que divertido – dijo Gisela mientras se paraba y acomodaba su calza gris de gimnasia preparándose para el juego.

-Viste que la tía sabe divertirse? Ideal para un día de lluvia – contesté mientras acomodaba la pequeña rueda de plástico que indican la extremidad y el color que se debe tocar -como soy la más vieja arranco yo.

Pie derecho, amarillo fue la primera instrucción y ese fue el primer paso para comenzar una tarde de locura con mis sobrinos. Mientras el juego transcurría, mi cabeza seguía reproduciendo el espectáculo de la noche anterior y me calentaba mucho la idea de estar enredada con esos mismos cuerpos. Durante las primeras tres rondas del juego todo venía bastante fácil y por lo tanto, todavía no había posibilidades de juntar los cuerpos de alguna manera sugerente. Pero la suerte empezó a cambiar y en uno de los movimientos a Ezequiel le tocó “pie izquierdo en azul” lo que requería pasarla por encima de su hermana y dejar sus genitales casi rosando las nalgas de Gisela; la situación comenzaba a ponerse interesante mientras la aguja del tablero marcaba que la suerte seguía en el mismo camino. Mi brazo izquierdo debía tocar el color rojo; al hacer el movimiento, mi enorme escote quedó tan cerca de la cara de Ezequiel que podía sentir el calor de su aliento en mis tetas. El chico quedo con dos enormes ubres frente a él y el culo de su hermana a centímetros de su verga, la cual ya se veía aprisionada dentro de su pantalón negro de gimnasia. Se podía sentir como la temperatura aumentaba de golpe sobre la pequeña alfombra de hule, incluso venían ráfagas de aromas íntimos con las que los pulmones se llenaban de deseo. La posición me obligaba a estar con las tetas hacía abajo y comencé a sentir como mi blusa y mi corpiño se deslizaban dejando cada vez más piel a descubierto.

-Chicos, me tengo que acomodar la remera – dije entre risa haciendo fuerza con cada una de mis extremidades.

-Si sacas la mano del color perdes Tía – advirtió Gisela, mientras parecía que cada vez levantaba más la cola buscando contacto del paquete creciente de su hermano.

Mi blusa se siguió deslizando hasta que pude sentir el aliento de Ezequiel acariciando mi endurecido pezón izquierdo. Pude ver como la barra de carne bajo su pantalón lucía atrapada. Luego de un mal movimiento, uno de mis brazos se aflojó provocando un efecto domino que también hizo derrumbarse a los hermanos. La caída produjo que los labios de Ezequiel rocen mi pezón dejando incluso algo de saliva en él. Por su parte, Gisela cayó boca abajo con el bulto de su hermano apoyado en sus nalgas. Todos transpirados quedamos en la misma posición entre carcajadas de diversión y bastante lujuria. Gisela fue la primera en emitir palabra.

-Eze, tenés un juguete como el de la tía ahí abajo, jaja – dijo ella manteniendo su cola hacia arriba con el pene de su hermano descansando entre sus nalgas. Aún no sé porque, pero no me generó ninguna vergüenza que mi sobrino se entere de mi intimidad, sino todo lo contrario.

-Que juguete? No entiendo – preguntó el desconcertado mientras no tenía intenciones de cambiar su posición manteniendo el íntimo contacto con su hermana..

-Se lo puedo mostrar tía? – preguntó ella muy entusiasmada.

-Si, dale, pero de esto ni una palabra a tus papás Ezequiel – advertí con la mayor seriedad que pude en ese momento.

-Si tía, secreto total.

Antes de que se dijera la última palabra, Gisela ya corría a mi habitación a buscar a mi compañero de plástico. Al volver, se lo enseñó orgullosa a su hermano. Él, entre nervioso y tentado, se río de forma nerviosa al ver el largo pene de látex colgando de la mano de su hermana.

-Guau tía! Como haces para que te entre todo esto? – preguntó Gisela inspeccionando el aparato mientras lo sostenía con cada vez más firmeza.

-Jajaja, es mucha experiencia Gise – contesté algo nerviosa – dame que te enseño.

Al decir esa frase, ambos se quedaron mirándome y compartieron otra sonrisa de camaradería y Gisela estiró su brazo cediéndome el juguete. Ambos se acomodaron cómodamente la alfombra del Twister como si fueran a ver el show de sus vidas. Bajé mi calza y mi tanga blanca hasta mis rodillas y me acomodé en el sofá en la misma posición y lugar que lo había hecho Gisela durante la noche. Ellos lo notaron y soltaron una risita, seguramente acordándose de lo sucedido. Encendí el vibrador y, con la punta del juguete, empecé a masajear mi clítoris y mis labios ya empapados. Los hermanos estaban obnubilados viendo a su tía en todo su esplendor. Entre gemidos cada vez más agudos, comencé a introducir el largo falo de plástico hasta dejar a la vista solo la base adornada con dos huevos muy realistas sostenidos por mi mano derecha. El nivel de humedad de mi vagina hacía que el juguete entrara y saliera cada vez más rápido y muy fluido, produciendo un pequeño chapoteo que resonaba en todo el living. Después de unos minutos con mi alargado amigo dentro de mí, el cuerpo se me estremeció y tuve un orgasmo extremadamente largo e intenso, tanto que un pequeño squirting fue a dar en la alfombra del juego a centímetros de la mano de Ezequiel.

Cuando levanté la vista para verlos, ellos estaban allí petrificados y con sus bocas abiertas. La humedad de Gisela ya se podía ver manchando su calza gris claro y la barra de carne de Ezequiel parecía que iba a explotar bajo sus pantalones negros de gimnasia. Al ver la situación, decidí invitarlos a participar.

-Gise, Viste que te dije que siempre era mejor uno real? Bueno, parece que Eze nos puede dar una mano – dije buscando la complicidad de la excitada chica mientras señalaba con mis ojos el bulto de Ezequiel.

-Pero no es tan grande como tu juguete tía – dijo el algo nervioso por la falta de experiencia.

-Mostranos Ezequiel – solicitó su hermana.

-Bueno, está bien – accedió él.

Al bajar su pantalón y su ropa interior, su pene saltó como un resorte provocando el choque de su glande a la altura de su ombligo. Ezequiel tenía razón; no era tan grande como el juguete, pero sus 17 cm tenían una forma perfecta y con un diámetro bastante interesante. Las venas recorrían el hermoso tronco de modo que le daban un aspecto muy fornido. Gisela no podía evitar demostrar el deseo al ver el juguete de su hermano y una sonrisa picarona se le dibujo en los labios.

-Hermoso Eze – dije para darle confianza – conozco a hombres más grandes que vos que la tienen mucho más chica.

-En serio? – preguntó el con voz de orgullo mientras la tomaba con su mano ágil para empezar a sobarla de forma instintiva.

-De verdad – contesté tratando de convencerlo.

-Y si vos decís que uno de verdad es mejor, está mal que uses el de Ezequiel tía? – preguntó Gisela algo ansiosa. La pregunta me dejó algo desconcertada pero tenía que responder la forma más honesta posible.

-Para mucha gente si lo está Gise, pero si esto se mantiene en un secreto como prometimos, nadie nos puede decir nada – contesté algo dubitativa, mientras en mi cabeza seguía como prioridad hacer que esos chicos empiecen a disfrutar del sexo.

Los tres intercambiamos una sonrisa acompañada de un asentimiento. Confiaba plenamente que ninguno de los dos iba a divulgar nuestro prohibido secreto y me dejé llevar por el placer. Me acerqué gateando despacio hasta donde estaba Ezequiel y comencé a meter su erecto pene en mi boca lentamente. El muchacho me miró sin poder creer lo que estaba pasando mientras su cuerpo se estremecía por el contacto tibio de mi saliva en su glande. Comencé a sentir en mi boca como su verga, dura como una piedra, comenzaba a depositar en mi lengua algunas gotas de espeso líquido, por lo que imaginé que el orgasmo de Ezequiel estaba pronto a venir. Su hermoso falo subía y bajaba por mi garganta mientras yo aplicaba cada vez más succión y acariciaba sus huevos con mi mano derecha. Luego de algunos segundos la explosión no se hizo esperar y mientras seguía masturbándolo con mis labios, sentí un fuerte y abundante chorro de leche espesa inundando mi boca. Mientras las piernas de Ezequiel temblaban y despedía gemidos ahogados de placer, seguí succionando y tragando cada gota de su producción saboreando el agrío pero excitante sabor de sus jugos. Mientras yo seguía masajeando el trozo de carne de mi sobrino sabiendo que iba a volver a pararse en breve, Gisela miraba mi labor con toda su atención.

-Querés probar vos ahora Gise? – la invité mientras acariciaba la venosa pija de Ezequiel. Gisela no dijo nada y comenzó a acercarse hasta quedar arrodillada a mi lado.

Sostuve la verga de su hermano frente a su cara y le hice señas con los ojos para que imite lo que había hecho yo. Ella abrió sus labios en forma algo exagerada e inexperta y metió en su boca los 17 cm de carne, aun empapados en una mezcla de semen y saliva. Intentó imitarme lo mejor que pudo pero sus movimientos de cuello eran algo torpes, por lo que decidí ayudarla: tome su cabeza por detrás y empecé a marcarle el ritmo con mi mano. Después de unos segundos ella siguió sola mejorando a cada segundo su vaivén bucal. Mi instinto animal me invitó a acompañarla en su labor y comenzamos a compartir la pija de Ezequiel; lo chupábamos una de cada lado, a veces yo bajaba hasta sus huevos mientras su hermana se llenaba la boca con su verga, y viceversa.

Después de unos minutos de mezclar nuestras salivas en la pija de mi sobrino, decidí que era hora de que Gisela tenga su ración. La dejé entretenida devorando a su hermano mientras yo me centré en quitarle sus calzas y la pequeña bombacha negra empapada en su flujo. Ella no se resistió ni un instante. Al dejar sus pequeños y brillosos labios al aire, le indiqué que se acostase boca arriba en el sofá y abra sus piernas.

-Vení Eze, ahora te toca a vos – le dije al muchacho mientras lo tomaba de la mano para que se arrodille a mi lado con la vulva de su hermana enfrente. Gisela resopló algo nerviosa e intentó relajarse.

-Tranqui Gise, relaja el cuerpo y preocúpate por disfrutarlo nada más – dije intentando relajarla – Eze, vos pasale la lengua muy suavecito por acá y anda subiendo el ritmo despacio – le indiqué a él mientras le señalaba el hinchado clítoris de su hermana. El asintió y comenzó a realizar de forma muy correcta la indicación.

Gisela comenzó a emitir gemidos cada vez más rápidos y agudos tapados por una copiosa lluvia que golpeaba las ventanas de la casa. Mientras Ezequiel jugueteaba con su lengua en el clítoris de Gisela, yo tomé mi juguete y lo prendí dejándolo en el nivel más bajo de vibración. Comencé a masajear sus empapados labios mientras ella comenzaba con el instintivo movimiento de sus caderas. Casi no tuve que ejercer presión porque el mismo movimiento de la chica llevó a que la punta del juguete se introdujera solo en su húmeda cavidad. Lo iba metiendo aún más a pedido de sus movimientos mientras la lengua de Ezequiel le masajeaba el clítoris de una manera increíble. Al introducir casi tres cuartos del pene de látex, bajé mi cabeza y junté mi lengua con la de Ezequiel. Gise estaba extasiada al recibir tantos estímulos juntos y, después de algunas metidas y sacadas enérgicas del juguete, Gise explotó en un rico orgasmo en el que no pudo evitar soltar un grito ahogado.

Ella se incorporó un poco apoyando los codos en el sofá y nos miró a su hermano y a mí con una enorme sonrisa dibujada en su rostro y los ojos desorbitados típicos después de un rico clímax femenino.

-Y ahora viene la próxima lección y la mejor parte – anuncié con la mayor de mis calenturas.

Le indiqué a Ezequiel que se acueste boca arriba en el sillón. El obedeció rápidamente y su venosa y apetecible verga quedó recostada sobre su vientre. Me monté arriba suyo y con mi mano apoyé su glande en la puerta de mi vagina todavía empapada. Comencé a bajar lentamente mis caderas sintiendo como mi cueva se llenaba de carne dura. Mis gemidos hicieron que mi sobrino pierda la poca vergüenza que le quedaba y me quitó la blusa para empezar a masajear mis tetas y a pellizcar mis pezones. Yo sentía como su dureza me llenaba por dentro y el ritmo de mi cabalgue comenzó a aumentar. Gisela no tenía nada de experiencia pero su instinto animal llevó su boca a succionar fuertemente mis pezones mientras refregaba su concha con la mano. Jamás pensé que el contacto con mi sobrina podía ser posible pero que se haya animado a eso me excitó aún más. Luego de varios minutos de cabalgue duro encima de Ezequiel, mis gemidos anunciaron la llegada de mi segundo orgasmo y otro “squirting” dejó la pija y los huevos de mi sobrino empapados de mi flujo. Pude ver como una sonrisa se dibujaba en sus labios al darse cuenta que había sido responsable de mi placer.

La excitación no bajaba y decidí ir por todas, dada la situación. Aproveché toda la lubricación generada y, en la misma posición, apoyé la cabeza de la pija de Ezequiel en la puerta de mi cerrado culo. Una vez que estuvo en posición, le hice señas a Gise que se parará delante de mí con la vagina a la altura de mi boca y comencé a pasar la lengua por toda su vulva rosada mientras, poco a poco, la dura verga de Ezequiel se iba abriendo camino en mi estrecho ano. Por unos instantes, el grosor de su pene me generó una pequeña sensación de dolor pero nada en comparación con el nivel de placer. De forma muy lenta y cuidadosa bajé mis caderas hasta que toda la carne de mi sobrino estuvo en mis entrañas, anunciándolo con una fuerte exhalación de dolor y deseo. Nuevamente comencé la cabalgata mientras metía y sacaba mi lengua enérgicamente de la húmeda cueva de Gisela. De reojo pude ver que la estrechez y el abrazo que mi orto le daba al pene de Ezequiel lo excitaban a más no poder y comenzaba a moverse al ritmo de mi cabalgata. Los movimientos se fueron haciendo cada vez más fluidos cuando, de repente, las piernas de mi sobrina comenzaron a temblar y un abundante chorro de flujo me llenó la boca y fue a parar directo a mis exuberantes tetas. La excitación al ver y sentir el primer squirting de Gisela fue tal que el recorrido anal que estaba haciendo la pija de mi sobrino me generó otro largo e intenso orgasmo.

Me levanté quitando poco a poco la verga dura de Ezequiel de mi culo e invité a Gisela a imitarme. Ella accedió sin dudas y se ubicó en la posición que su tía le había enseñado en la lección práctica. La verga de su hermano seguía erecta y algo roja por la fricción anal. Junté saliva en mi boca y escupí su glande seguido de algunas subidas y bajadas de mi mano para ayudar a lubricarla. Una vez que su verga brillaba por la humedad le dije a Gisela que bajara su cintura y apoyé la cabeza en sus rojizos labios vaginales. No me dio tiempo para más instrucciones y su concha devoró el pene de su hermano de un sentón, comenzó a moverse instintivamente y a gemir sin miramientos. Los dejé en su íntimo encuentro y me paré por unos momentos a su lado admirando el acto prohibido entre hermanos. Hasta el día de hoy es una imagen que no quiero ni puedo borrar de mi memoria.

Gisela cabalgó un largo rato en la verga de su hermano mientras él repetía lo que había hecho conmigo y amasaba las pequeñas tetas de Gisela y pellizcaba suavemente sus rosados y endurecidos pezones. Después de mirarlos un instante y guardar las imágenes en mi cabeza, decidí unirme una vez más; me arrodille a espaldas de Gisela mientras los muslos de Ezequiel y las nalgas de su hermana hacían sonar aplausos cada vez más rítmicos. Acerqué mi cara y olí en una rápida inhalación el aroma de sus fluidos mezclándose. Entre gemidos cada vez más acelerados de los hermanos, comencé a pasar mi lengua en un amplio recorrido desde los endurecidos y tensos huevos de Ezequiel, pasando por los labios abiertos de Gisela para terminar suavemente en su estrecho culo. A tientas busqué mi juguete y, con la boca ocupada en los genitales de ambos chicos, comencé a masturbarme con el pene de látex. Perdí la cuenta de los orgasmos que tuvo Gisela pero estuvo cabalgando sobre su hermano varios minutos hasta que sus piernas comenzaron a ablandarse y decidió parar.

La cara de Gisela me decía que ya estaba más que satisfecha por lo que decidí darle una alegría más a mi guapo sobrino. Una vez que Gisela se levantó de los muslos de su hermano con la vagina hinchada y empapada en sus jugos volví a arrodillarme frente a la pija de Ezequiel y le hice señas a Gisela para que me acompañara. Ella se ubicó a mi lado y sin pensarlo, volvió a meter la verga de su hermano entera en su boca, esta vez con un movimiento mucho más fluido y habilidoso que la primera vez. Gisela aprendió rápido su lección oral y Ezequiel lo sintió en toda la dureza de su miembro. Mientras yo metía sus dos huevos en mi boca y comenzaba a succionar, pude notar que el volcán de leche era inminente. No sabía si a Gisela le iba a gustar su primera degustación de jugos masculinos, pero decidí que ella decidiera por su cuenta. Ambas bocas humedeciendo y succionando la verga del chico, hicieron que explotara en otra ola de espesa leche mucho menos abundante que la primera. Ezequiel anunció su placer con un largo gemido mientras miraba el techo. Me detuve a mirar la expresión de Gisela y pude notar como su boca se llenaba con los fluidos de su hermano pero ella no se detuvo; había prestado atención a lo que yo había hecho y lo imitó a rajatabla. Cuando el líquido dejó de fluir, Gisela despegó la boca del pene de su hermano con los cachetes hinchados. Abrió la boca y me mostró con señas de desagrado la agría producción que su hermano había depositado en su lengua. Puse mi boca bien abierta debajo de la suya y con señas le dije que la escupa en mi boca; ella obedeció y dejo caer sobre mi lengua la espesa mezcla de semen y saliva, cerré mi boca y me la tragué sintiendo como el líquido tibio recorría mi garganta.

Mientras los tres yacíamos desnudos, sudados y exhaustos nos miramos con esa sonrisa de complicidad que acostumbrábamos a tener con mis adorados sobrinos. Esa sonrisa era la garantía de que lo sucedido era un secreto que nadie iba a revelar. El resto del fin de semana transcurrió entre charlas, juegos y cada vez más sexo. Los chicos estaban extasiados después de haberse introducido en el mundo del placer corporal de forma tan especial y yo estaba muy contenta de tener una actividad más para compartir con ellos que me generaba mucho placer. El lunes por la mañana, mi hermana Norma y Bruno volvieron a su casa y los chicos no dieron ningún indicio de lo que había pasado. Todo volvía a la normalidad mientras yo esperaba ansiosa otro viaje de Norma y Bruno para ir a pasar otro buen rato con mis sobrinos.

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