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Mis posturas favoritas: la postura del pájaro Uyuyuy
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Siempre que nos reuníamos las amigas y hablábamos de nuestras posturas favoritas, quería desvanecerme en el aire y desaparecer. Me avergonzaba reconocer que, viviendo varios años con mi novio, únicamente había probado el misionero a media luz. Esto cambió el fin de semana pasado, cuando descubrí la que llamo postura “del pájaro Uyuyuy” la noche de San Juan.

El viernes llegué a casa después de una tarde agotadora de trabajo, y encontré a Xabi haciendo las maletas en el dormitorio. Me lo quedé mirando aterrada, pensando que me abandonaba, sin saber qué había hecho mal o qué había dejado de hacer, pero no hallé en la memoria motivo que lo justificara.

Cuando me vio congelada en la puerta y con cara de pepinillo en vinagre, me dijo que preparara las maletas porque el sábado nos íbamos a casa de sus padres. Respiré aliviada porque la mente me había jugado una mala pasada. No creí estar tan agotada, no hasta el punto de desvariar, y escudriñé en mi cerebro buscando una conversación olvidada. Últimamente no sabía si iba, si venía o dónde tenía la cabeza, tampoco recordaba que habláramos del tema los días anteriores.

«23 de junio, el cumpleaños de la suegrita -pensé cuando vi la fecha en el móvil y me eché las manos a la cara-. Cómo he podido olvidarlo».

La madre de Xabi me cae genial y podría decirse que nos llevamos bien, pero algunas veces se pone muy espesa con el tema recurrente: ¿Cuándo pensáis casaros y darme un nieto? Siempre la respondo que todavía hay tiempo, que apenas llevamos tres años viviendo juntos y no me veo de blanco en el altar, tampoco cambiando pañales.

Echando mano a mi manual de excusas recurrentes, le dije a mi novio que se fuera solo, que no me encontraba muy católica. Xabi, recurriendo a su manual de cómo ser un capullo integral, insistió en que me pusiera manos a la obra con mis maletas, como si mi palabra no tuviera valor. Discutimos un buen rato sin alcanzar un acuerdo. Entonces me acordé de mi buena amiga Laura, ella sería la solución. Al menos esto pensaba yo.

-Ya sabes que Laura se divorció hace unos meses y estos días está depre. No puedo dejarla sola, me da miedo que cometa una locura.

Volvimos a discutir porque Xabi es una persona carente de empatía con todos aquellos que no sean de la familia.

-Una cosa es que seas su amiga, otra muy distinta que pretendas ser su niñera -dijo y se quedó tan pancho.

Volvimos a discutir otro rato hasta que me salí con la mía, esta vez sin recurrir al llanto que tan buenos resultados suele darme.

Lo que me desmotiva en este tipo de reuniones familiares no son los padres de Xabi, a los que adoro, sino sus hermanos y cuñadas, especialmente ellas, unas petardas de cuidado.

Se marchó despotricando el sábado temprano. Yo llamé a su madre después de comer. Me excusé argumentando que me había bajado la regla y no lo llevaba bien. Pensé que siendo mujer me entendería. Nunca invento el fallecimiento de un familiar, amigo o conocido, no sea que se me muera más de una vez y descubran la mentira.

Después de cenar sola estaba aburrida. Decidí aprovechar mi repentina libertad y llamé a Laura, proponiendo que saliéramos de juerga. Laura y yo nos conocemos desde la secundaria, pero apenas tenemos vida social juntas, es lo que tiene atarte a un novio posesivo.

Acudimos a una conocida calle de bares en el centro de Bilbao, ciudad donde residimos. Empezando por el primero, recorrimos varios bares tomando chupitos en cada uno de ellos. Estábamos de aquella manera cuando llegamos al último. Mientras tomábamos los definitivos en una mesa alta, sentadas en taburetes, dos chavales nos miraban con descaro dos mesas más allá. Uno era rubio y el otro moreno, ambos de buen ver.

-Para mí que nos están mirando las tetas -dijo Laura devolviéndoles las miradas.

-No deben tener edad para entrar en los bares -respondí, restando importancia.

Laura sonrió de oreja a oreja. Su mirada no presagiaba nada bueno.

-Pues no me importaría que me dieran un buen repaso.

Hice caso omiso al comentario de mi amiga. Con tan poco tiempo viviendo sola, no era posible que estuviera tan desesperada, no tanto para plantearse semejante locura, pero ella a lo suyo, insistiendo con el coqueteo, hasta que finalmente consiguió su objetivo y los muchachos vinieron a nosotras. El rubito se llama Luis y tiene 19 primaveras, el moreno Míkel con 20.

-Para que luego digas que invento. -Reí tapándome la boca-. Te advertí que eran unos mocosos.

-Si lo piensas bien, Estíbaliz, tampoco es para tanto. -Laura no daba su brazo a torcer.

Ahora mis carcajadas resonaron en todo el local. Mi amiga estaba definitivamente desesperada.

-Y lo dices tan fresca, Laura. Echemos cuentas: nosotras tenemos 26, ellos 20, redondeando, nada menos que 6 de diferencia.

Como tampoco habían dejado claras sus intenciones, y por no sacar conclusiones precipitadas, decidimos darles un poco de cancha y ver cómo respiraban.

El rubito no sé, pero el moreno respiraba como la chimenea de una refinería. Al principio me hablaba a cierta distancia, pero el ruido era infernal en el local, y el tipo se me acercaba cada vez más hasta que tuve su boca pegada a mi oreja. Llegó un momento en que no sabía si me la calentaba más su respiración o las cosas que me decía, cada vez más picantes, hasta que se coronó asegurando que tenía ganas de follarme hasta el infinito. Me hizo tanta gracia, que reí con ganas al tiempo que golpeaba la mesa, era imposible que mi oído escuchara semejante barbaridad. Le respondí más calmada.

-Puesto que no es preciso ser matemática para cuantificar ese número, deberías ser más realista y menos exagerado.

Meditó mi respuesta un par de segundos. El tipo parecía inteligente, no resultó uno de esos obstinados en defender sus machadas a capa y espada, y rebajó las expectativas a lo que quedaba de noche. Miré mi reloj de pulsera y daban las tres. Insistí en que exageraba y él negó con la cabeza, al tiempo que presumía de estar bien armado.

No es bueno recurrir siempre al alcohol para justificar nuestros actos, pero esta noche yo tenía motivos fundados para hacerlo. Debió ser la bebida sin duda, porque metí la mano en su pantalón. Fue un inconsciente método científico para valorar el asunto. Quedé asombrada con lo que tenía y cómo lo tenía el potrillo desbocado. Mientras le hurgaba la entrepierna, me acordé de mi novio, de la cara que pondría si me viera en esta situación, y de los polvos fugaces y alternos con que me tenía insatisfecha. Hice un gran esfuerzo para fechar los últimos, pero solo recordaba los recientes, el del martes de esa semana y el del viernes anterior, era incapaz de retroceder más en el tiempo.

Convoqué una reunión de emergencia con Laura, apartadas un par de metros de ellos.

-Míkel dice que me follaría hasta el… -Contuve la lengua, el asunto de follarme hasta al infinito había quedado descartado-. Quiero decir que Míkel quiere follar conmigo, pero no sé qué hacer. Imagina mi situación.

Laura soltó varias carcajadas. Luego un discurso de padre y muy señor nuestro.

-Luis no ha sido tan explícito, pero también quiere darme matarile, estoy segura porque no me ha quitado los ojos del escote. Ahora bien, entiendo tus dudas porque tienes pareja, pero últimamente te vienes quejando de falta de emociones en la cama, y no dejas de repetir cuánto te gustaría vivir nuevas experiencias. Yo que tú me lanzaba; es una ocasión de oro; también una noche mágica, la de San Juan, en la que se queman hogueras; Míkel puede ser la chispa que encienda la tuya.

Debo reconocer que Laura no tiene rival cuando se pone poética, tampoco como alcahueta, tendré que apodarla Trotaconventos, pero el caso es que razón no le faltaba. Cuando empecé la relación con Xabi, soso, soso, no era, pero sí muy peculiar, tenía una irracional obsesión con la postura del misionero. Al principio no me importó porque me satisfacía, pero el tema fue decayendo con el paso del tiempo y se abandonó a la monotonía hará como un año. Esto y que no recordara más allá del último polvo el viernes, ocho días atrás, me ayudó a decidirme.

-Seguiré tu consejo y me desmelenaré; ahora bien, no los conocemos de nada y quién sabe por dónde nos salgan.

-También he pensado en esto -admitió Laura- y llevo un rato pensando en ello.

Inesperadamente, un pensamiento audaz acudió a mi mente.

-Podemos ir a mi apartamento aprovechando que estoy sola. Por otro lado, si le pongo los cuernos a Xabi, que sea por todo lo alto y con recochineo en la misma cama donde dormimos. Respecto al tema de la seguridad, por si no son tan inocentes como parecen, podemos decirles que mis padres viven en el piso de encima, y que mi padre mide dos metros, pesa ciento veinte kilos y, a modo de guinda en el pastel, que es comisario de policía y tiene mucha mala leche cuando alteran su sueño.

-Eres realmente maquiavélica, Estíbaliz -dijo Laura-. No te creía capaz de tramar una venganza con Xabi y acojonar a los potrillos al mismo tiempo.

Yo misma estaba sorprendida, pero el tiempo apremiaba y tampoco era cuestión de entrar en debates filosófico morales. A los potrillos no les hizo mucha gracia lo de mis nuevos vecinos, y propusieron un parque, un portal oscuro y el paseo del río. No propusieron más lugares alejados de comisarios de policía gigantes y con mala leche, porque solo tenían una opción, la nuestra.

Durante el trayecto en taxi fueron formales, algo traviesos en el ascensor, y un par de machos en celo apenas entramos en el apartamento. Especialmente Míkel, que había recobrado su ímpetu inicial, tanto que, procurando no hacer ruido por temor al comisario, me puso cara a la pared en el mismo recibidor, y aferró mis pechos con ambas manos desde atrás, primero sobre la tela de la blusa, luego por debajo de esta y del sujetador.

La escena, atípica en mi triste vida sexual, provocó que se me calentaran hasta las mejillas. El rubor y calor en estas son como un termómetro que cuantifica mi estado de excitación, aunque últimamente parecía tener las baterías agotadas.

-Vamos a ver si es cierta la promesa que me hiciste antes -susurré a Míkel-. Empieza por desnudarme. Quiero ver cómo lo haces.

En los pocos segundos que Míkel tardó en reaccionar, aproveché para colocarme delante del espejo de cuerpo entero que hay en el recibidor. Allí, observé en el reflejo cómo me quitaba la blusa, luego el sujetador. Aquí se detuvo para abarcar nuevamente mis senos, apretando el paquete contra mi culo. Viendo que me gustaba lo que hacía y verlo en el espejo, su rudeza inicial decreció varios puntos, y me deleitó con leves e indoloros pellizcos en los pezones. Mis pechos no son grandes como los de Laura, son más bien menudos, pero firmes y redondos, coronados por areolas prominentes y rosáceas, y pezones puntiagudos cuando entro en ebullición.

-Quítame ahora el pantalón y las braguitas -le pedí gimiendo de gusto.

Siempre uso bragas cuando visto vaqueros, como ese día, y tanga con pantalón más holgado y liviano, también con falda o mini.

Desnuda del todo, bajo la atenta mirada de Míkel por encima de mi hombro, me vi en el espejo más hermosa que nunca. Los muslos, el vientre, las caderas, que hasta entonces pensaba que me sobraban tres o cuatro kilos en conjunto, ahora me parecían perfectos. Míkel opinaba lo mismo y me sentí especial después de tanto tiempo, desde el principio de mi relación con Xabi, cuando me agasajaba con halagos que fueron perdiéndose con el paso del tiempo. Este recuerdo amargo fue el impulso definitivo para entregarme con mayor decisión a mi amante inesperado.

Me giré hacia él, le besé los labios, luego tomé su mano y le invité a seguirme hasta el salón. Finalmente había cambiado de postura respecto a follar con él en la cama que compartía con mi pareja, no por respeto a Xabi, sino porque recapacité, no me apetecía que Míkel entrara y, por cualquier motivo, hurgara en mis cosas, en lo que conforma mi intimidad.

-Ve desnudándote mientras voy a por condones -le dije a Míkel y fui al dormitorio tan aprisa como pude.

Suelo tener preservativos en casa para usarlos esos días del mes, por si a Xabi le da por ponerse mimoso en plena marea roja. En estas ocasiones no tiene reparo en hacerlo, pero dice que le da “asquito”. Ahora me venía bien tenerlos por seguridad, aunque ellos los tuvieran, pero tengo entendido que muchos gallitos los llevan en el bolsillo trasero, en la cartera quienes la usan, durante meses y sepa dios en qué condiciones.

Cuando regresé con una sonrisa de oreja a oreja, le di dos a Laura y volví con Míkel. Ya estaba como vino al mundo, de perfil, delgado, casi esquelético, o más bien atlético, con el miembro en la mano dedicándose ligeras caricias, impaciente, optimista, confiado en que triunfaría aquella noche.

-Deja de pelártela, pajillero -le dije conteniendo la risa-, y siéntate en el sofá. Supongo que antes quieres una mamada.

-Eres una fierecilla -respondió con carita de pícaro. Luego añadió con arrogancia-. Las fierecillas me la chupan de lujo.

Al llamarme de este modo, me hizo gracia porque no tenía la menor idea de mí, pero me convenía que no conociera mi triste vida sexual. Esto me dejaría en mal lugar, seguramente me tenía por una mujer experimentada debido a la diferencia de edad.

Me arrodillé delante de él, le separé las rodillas huesudas y me dispuse a meter la cabeza entre ellas cuando tuve hueco suficiente. Antes de hacerlo pensé que sería divertido comportarme como una zorra experta.

-He visto muchas pollas en mi vida -le dije abarcando el miembro con ambas manos, procurando no reír-, y la tuya es del montón. No sé yo si…

Antes de que respondiera con algún improperio, era lógico que lo hiciera porque de tamaño andaba bien servido, agaché la cabeza y la tragué con intención de no rebasar la mitad. Pero Míkel parecía ambicioso y empujaba hacia abajo con ambas manos en mi nuca. Mi boca es de tamaño estándar con labios tirando a delgados, pero la cavidad bucal no admite tanto.

-No seas tan ansioso -le dije alzando la cabeza-, que mi boca no es una cueva donde quepa una tribu de cavernícolas. No insistas porque tendré arcadas y seguro que te vomito encima.

-Hazlo como más rabia te dé -dijo atropelladamente-, que yo me quedo quieto.

Fue muy gracioso: en su mente, arcadas y vomito encima, le acojonaban tanto como comisario, dos metros de altura y ciento veinte kilos.

Volví a lo mío y le dediqué una felación digna de mis mejores momentos con Xabi, lamiendo el glande como si fuera un helado de cucurucho, con lengüetazos largos y decididos. Míkel lo tiene con forma de punta de arpón, con el perímetro muy pronunciado respecto al tronco, un bocadito que besé varias veces antes de succionarlo otras tantas, mi parte preferida cuando se la chupo a mi novio.

-Es suficiente por ahora -dije relamiéndome, retomando mi papel de putón verbenero-. Luego lo hago otra vez, cuando vayas a correrte, si tú quieres.

No hay que ser una mujer muy cándida para saber que los hombres prefieren la boca antes que descargar en el condón. Incluso por delante de hacerlo en otra parte del cuerpo, como el vientre o los pechos, aunque hay de todo y para todos los gustos. Lo importante es motivarlos para que no se empeñen en llenarte el coño de leche. Con mi novio lo hacía así al principio del noviazgo, cuando no sabía cuan larga sería la relación.

-¿Y te la tragarás? -preguntó Míkel.

Solté unas risitas. Me sorprendió que ya pensara en esto.

-No me has invitado a un chupito en el bar y ahora pretendes invitarme a desayunar. -Mi comentario era más pregunta que afirmación, por esto le puse dos dedos en los labios, para que no respondiera-. Ahora dime cómo quieres que lo hagamos, te dejo elegir, a ver si coincides con mi preferencia.

Míkel vaciló un instante.

-Decide tú, tengo curiosidad por saber cuál es tu postura favorita.

Su respuesta, sin saberlo, había sido condicionada por mi preferencia con una finalidad determinada. El misionero me recordaría a mi novio y no quería esto. A cuatro tampoco porque me vería el ano, y esto es algo que me incomodaba siendo un desconocido. Pero había pensado en una forma diferente.

-Podemos hacerlo en el brazo del sofá, sentada a horcajadas sobre él -propuse.

Míkel se encogió de hombros, como si le hablara en chino mandarín. Me coloqué en posición y me abrí de piernas, procurando que el coño quedase expuesto, pero no tanto como para que se viera el agujerito. Míkel se enfundó el preservativo y se dispuso a penetrarme, pero no encontraba la postura idónea sostenido con una rodilla en el asiento y el otro pie en el suelo. De este modo la penetración era prácticamente horizontal.

-Mira que te gusta ponerlo difícil -protestó Míkel.

Finalmente halló acomodo y me la fue clavando al tiempo que yo alzaba las piernas y reclinaba el torso hacia atrás.

-Te recuerdo que has prometido hasta el amanecer -dije y Míkel frunció el entrecejo, confundido-. Ya no te acuerdas, pero en el bar has prometido follarme hasta que salga el sol.

El potrillo rio como si le hubieran contado el mejor chiste del mundo. El caso es que se había motivado más de lo que ya estaba, y comenzó a follarme con ganas. En este preciso momento, mientras me echaba un polvo de infarto, me acordé de Laura y el otro, hasta entonces habían desaparecido de mi mente.

Estaban en el sillón, Luis sentado en el asiento y ella sentada a horcajadas sobre él. No era una aparición mariana ni nada que se le parezca, se trataba de Laura cabalgando al otro potrillo, del hermoso culo de mi amiga en todo su esplendor, subiendo y bajando como si tuviera vida propia. Los pechos, delante de la cara del otro, se movían en todas direcciones. El pobre los miraba fascinado, tratando de atrapar con los dientes cualquiera de los pezones.

Cuando volví la vista a Míkel, me faltaba muy poco para el orgasmo, ya empezaba a notar el cosquilleo ahí abajo. Quise acelerarlo, ansiaba conocer si sentiría algo diferente a los que Xabi me provocaba cuando me los provocaba. Estiré los brazos y aferré las nalgas de Míkel con las manos. Con ellas le empujaba hacia mí cada vez que entraba sin compasión.

Sin palabras: este fue el orgasmo más intenso hasta la fecha; también el más sufrido, porque me faltaba el aliento, porque la garganta se había resentido tras infinidad de gemidos y pequeños gritos.

Lo gracioso vino cuando me relajé, mientras veía cómo la verga entraba y salía de mí, especialmente el modo en que Míkel me seguía follando. Al hacerlo, observé que sus pelotas arrastraban por el tapizado de cuero sintético, adelante y atrás, una y otra vez.

Entonces me acordé de un chiste que venía muy a cuento. Se trata de aquel que habla de un pájaro que tenía los cojones tan grandes que, cuando aterrizaba como si de un avión se tratara, los arrastraba por el suelo y daba saltitos al tiempo que gritaba “Uyuyuy, uyuyuy”. Por este motivo lo llamo la postura “del pájaro Uyuyuy”.

Lo mejor, además de esto, es que me resultó muy conveniente: por un lado, era sumamente morbosa para mí; por otro, pude agarrar el culo de Míkel y controlar sus penetraciones en el momento álgido; finalmente, porque el escozor que debía sufrir en las bolas, sin protestar o quejarse el pobre, me demostraba la entrega con que lo hacía, sin importarme si era por beneficio propio, por el mío o el de ambos.

-Me falta poco para correrme -dijo Míkel con el rostro desencajado-, pero quiero que hagas algo mientras tanto.

-Pide por esa boquita lo que quieras, potrillo desbocado -respondí alegremente, agradecida por el momento épico que me había regalado, pero sin pensar en las posibles consecuencias.

-Quiero que Luis te joda mientras me corro en tu boca, has prometido que me dejarías. Me encanta que una chica me la chupe mientras otro se la folla.

Esto de aceptar sin conocer las condiciones, venía siendo una fea costumbre en mí que debería erradicar. Esta vez me pilló de lleno el estallido de la bomba.

-He prometido que dejaría que te corras en la boca, nada de lo otro. -Puse los puntos sobre las íes.

-Deberías permitirlo, amiga. -La voz de Laura llegó desde la izquierda.

La miré y estaba en el sillón, descansando sentada en el regazo de Luis, visiblemente feliz, irremisiblemente satisfecha.

-Si tan bien te parece, te cedo el privilegio -respondí, incrédula porque mi amiga me arengaba conociendo mi situación.

De ella se valió al replicar, como si de un lenguaje secreto se tratase.

-Yo que tú lo haría. Alguien entraría como socio de honor en el Salón de las Cornamentas.

Me hizo gracia la comparación velada con el Salón de la Fama, pero cornamentas, en plural, entendí que lo decía por el número de cuernos que le pondría a Xabi, no por la cantidad que hubiera en el tal salón. El caso es que me lo pensé dos veces: no solo sumaría el doble de cuernos, y la consecuente satisfacción, también sería el objeto de deseo de dos hombres, sin importar su edad, y el centro de atención de todos. Terminé aceptando y ellos vitorearon y dieron palmas.

El modo elegido por Míkel fue en el mismo sofá, ahora arrodillada en el asiento para que eyaculara en la boca al otro lado del respaldo. Esto implicaba darle la espalda a Luis, pero, pasado lo pasado, ya me daba igual que me vieran el agujerito estrecho.

Antes de que Luis me penetrara, la pija de Míkel ya estaba en mi boca. La mamaba con prisa, acompañando con las manos, procurando que se corriera lo antes posible. En esto estaba cuando sentí la estocada desde atrás. Solté la verga de Míkel porque el otro me follaba como si no hubiera mañana, la boca me faltaba para respirar lo mejor posible y permanecer con la lengua fuera fue instintivo.

Míkel se corrió poco después de que yo lograra un segundo orgasmo. El primer chorro se estrelló contra el labio superior y parte de mi estimada nariz, el segundo fue más preciso, una parte en la lengua y el resto dentro, el último en la garganta debido a que Míkel introdujo la verga hasta la mitad.

-No dejes ni una gota -dijo Míkel con tono exigente mientras me follaba la boca-. Me gusta que me la dejen limpia y brillante.

Estaba yo como para pelear con Pedro Picapiedra. Apreté los labios como solución inmediata a medida que el glande salía. No obstante, a fin de no darle un privilegio más al Picapiedra caprichoso, me deshice de Luis y salí corriendo a escupirlo en la taza del váter.

La conclusión es que Laura y yo habíamos quedado tan dichosas, que hicimos planes para repetir la tarde siguiente, compartiendo a Luis y Míkel como buenas hermanas antes de que Xabi regresara.

Pero esto es otra historia que nada tiene que ver con mis posturas favoritas.

Ahora ya saben cuál es la postura del pájaro Uyuyuy. La próxima es la que llamo “el Coloso de Rodas”.

Un poco de paciencia. Dos o tres días.

Dejen sus comentarios, a ver si adivinan en qué consiste esta otra postura.

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3 COMENTARIOS

  1. Excelente relato, bien contado y morboso. Escribes muy bien, Estíbaliz.
    La postura del Coloso de Rodas, imagino que… bueno, solo puede haber una opción, conociendo que el Coloso estaba en pie con las piernas abiertas en la entrada al puerto de Rodas, imagino que lo haces con un hombre mucho más grande que tú y necesitas subirte a unos ladrillos, piedras, tacos de madera o similar.
    Por cierto, ¿Cuál es el premio para quien acierte?

  2. Bueno me encantó la historia y tu forma de contarla. Muy morbosa y excitante. Aunque hace mucho tiempo que no escribo nada, tengo algunos relatos publicados….por si quieres leer alguno y me comentas que te parece.

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