Para colmo, me pareció escuchar al fondo un gemido que debía ser de Gabriela. La imagen de Julieta con los pezones apuntándome bajo su camiseta, de la postura que debía tener Gabriela mientras Mauricio se la comía y de las tetas de Adriana contra las baldosas de la piscina mientras hablaba con Sebastián fue suficiente para mí. No pude más.
Busqué con mi mirada y me di cuenta que detrás de la pared en donde estaba había un pequeño rincón oculto lleno de maleza y de hojas secas. No importaba eso, lo importante era que desde allí nadie podría verme. Me metí allá, me bajé la pantaloneta y me la comencé a halar. La verdad no tuve que hacer mucho esfuerzo, ya estaba que estallaba, tenía una buena mancha de líquido en la pantaloneta y la punta de la verga bien mojada. No supe si fue mi impresión o qué, pero escuché otro gemido de Gabriela al fondo, el puto de Mauricio le debía estar dando con todo y ella feliz lo gozaba y nos hacía envidiar su placer.
Debía estar con las tetas balanceándose, con las piernas bien abiertas y ese chochito bien mojado y sudoroso. Justo en ese momento sentí mi descarga, apreté el culo y el primer chorro de semen voló por los aires y cayó encima de una piedra verde, el segundo dio aún más lejos mientras apreté los dientes porque la corrida era intensa, hacía tiempo no me corría de esa forma tan violenta, pero la verdad era que estaba super excitado, como hacía tiempo no lo había estado.
Todo ese ambiente era demasiado para mí, todos ellos me habían llevado al límite y me habían dejado un recuerdo perpetuo con el que disfrutar. El tercer chorro ya cayó mucho más cerca, sin embargo, me sorprendió la cantidad de esperma que alcancé a lanzar. Yo no solía ser de corridas abundantes, apenas unos chorritos débiles, pero —en ese momento— yo mismo me sorprendí por la cantidad de leche que boté y lo dura que mi verga permanecía a pesar de la corrida. El cuarto chorro volvió a caer en el mismo sitio que el tercero y el quinto ya vino cayendo más cerca de mis pies. Sin embargo, hubo un sexto, un séptimo y unas cuantas gotas que se quedaron escurriendo por mi mano.
No podía creerlo, había tenido la mejor corrida de mi vida.
No podía verme, pero me sentía rojo, acalorado por la fiebre de mi cuerpo. Notaba que todo mi cuerpo sudaba y las gotas de agua se escurrían por todas partes. Poco a poco fui recobrando el aliento y la calma volvió a acercarse a mi mientras tomaba bocanadas de aire para poder recuperar la conciencia de nuevo. Aunque no lo quisiera debía admitirlo, toda esa escena, todo ese baile de tetas, miradas e intrigas me habían superado. Debía admitirlo: todo eso había sido demasiado rico, demasiado estimulante, demasiado placentero ¿Irme? ¡A la mierda! ¿Quién sería tan tonto como para irse después de una corrida como esa?
Sin embargo, y ya con un poco más de calma, me propuse hablar con Adriana y aclarar nuestro panorama. Eso sí debía hacerlo, no debíamos dilatarlo más tiempo. Unos tres o cuatro minutos después ya me sentía más calmado, ya sentía que mi corazón latía con menos fuerza y que mi verga volvía a ocupar el pequeño espacio que le correspondía.
Me quedé contemplando mi verga un instante, era impresionante que de un palito tan delgado como ese saliera tanta leche como antes. Sonreí. Me terminé de limpiar las pelotas con las manos, no tenía nada más en ese momento. Me subí la pantaloneta y salí cerciorándome de que nadie me estuviera viendo. Todos parecían estar en su cuento y nadie se preocupó por mí o, por lo menos, así lo sentí.
Me lavé las manos en el lavaplatos que estaba en el asador (eso sí, había que darle las gracias al constructor de ese espacio que tenía todo lo necesario para alimentar las sensaciones). Mientras me lavaba las manos me pareció volver a escuchar a Gabriela, no fue muy claro, pero parecía estar gozando como bestia de su polvo. Me sonreí ¡Felicidad para los amantes! Que tiraran todo lo que quisieran, yo ya estaba satisfecho.
Me limpié las manos en la pantaloneta para, de paso, ayudar a bajar la fragancia de mi corrida. Luego agarré mi cerveza y, a pesar de ya estar más que tibia, me la bebí como si fuera un helado. Miré la parrilla, de mi parte ya estaba todo listo. Miré hacia la piscina. Sebastián ya estaba afuera y hablaba cerca de Julieta, que se tomaba algunas fotos con su teléfono, luego le pasó el teléfono a Sebastián y posó mejor para él. La verdad, hacían eso todo el tiempo y no me pareció nada extraordinario. Lo grande llegó cuando busqué a Adriana con mi mirada y la encontré en el mismo punto en el que la había dejado antes, un poco más afuera y ahora se veía más de la mitad de su espalda desnuda afuera del agua.
Sin embargo, lo impactante era que estaba atenta a los gemidos de Gabriela. Ella era la única de todos que estaba pendiente a cada embestida que recibía su amiga, y no solo eso, se notaba caliente. Los besos de Julieta y Sebastián la habían calentado, pero ahora se sentía mucho más. Podía notar como su cuerpo estaba hirviendo. Todo a su alrededor se había servido para excitarla, si a mí me había pasado factura el espectáculo, ella debía estar sintiendo un infierno entre sus piernas.
Sebastián me silbó y desde su punto me hizo una seña para saber si el asado estaba hecho. Estiré mi pulgar complacido: ya estaba hecho y había quedado bien adobado. Me sonrió y junto con Julieta comenzaron a acercarse.
Para mi sorpresa, ambos me ayudaron a acomodar todo para servir y yo ya no tuve que hacer más. Sebastián se paró al borde la zona y grito:
—Ya está el asado. Terminen con sus cosas —y soltó una risa que nos contagió a Julieta y a mí.
Adriana también sonrió, pero antes de salir le dio otro par de cruzadas a la piscina. Sebastián tenía ganas de decirme mil cosas sobre mi mujer, pero la presencia de su novia lo detuvo, apenas me sonreía y me hacía gestos mientras yo le seguía la corriente.
Un rato después vimos como Mauricio y Gabriela por fin salían de la casa. Él llevaba una bermuda limpia y traía las cervezas para todos en la mano, detrás suyo venia Gabriela que se había puesto un short bastante pequeño y una camiseta negra, sin embargo, se notaban las tiras del bikini amarrado a su cuello, aunque se notaba que era un bikini distinto, de otro color y, seguramente, más chiquito que el de la mañana.
—Qué calor ¿no? —dijo sonriendo Mauricio al llegar hasta nosotros.
—Menos mal ya te refrescaste —le contestó Sebastián y todos reímos.
—Esto se ve increíble —dijo Mauricio repartiendo las cervezas y mirando la parrilla— ¿Comenzamos?
Yo iba a agarrar el cuchillo para comenzar a repartir, pero Gabriela se me anticipó.
—No, Carlitos, nada de eso —dijo muy amable— tu siéntate que ya hiciste mucho hoy, ahora nos toca a nosotros hacer el resto.
Yo sonreí y me imaginé siendo atendido por semejante mujer. Mientras tanto ella comenzó a organizar a los otros y a ponerles tareas para servir pronto. En el fondo de su olor a shampoo alcanzaba a oler su cuca empapada, hay cosas que el agua no pude cubrir y la buena corrida de una hembra es de esas cosas. Olía delicioso y se lo hice saber, quería picarla un poco.
—¿Hueles delicioso? —le dije mirándola.
—Gracias —me respondió sonriente— es que traje un shampoo de almendras y vainilla, lo estoy probando, pero si a ti te gusta es porque funciona.
—Claro que funciona —le dije mientras me sentaba y destapaba mi cerveza.
—¿Y para donde va Adriana? —dijo Mauricio.
Todos volteamos a mirarla y ella entraba a la casa cubierta apenas por su tanga, aunque cubriéndose es un decir porque la tenía tan metida en el culo que apenas se veía un hilo grueso.
—Me vas a perdonar Carlitos, pero tu esposa se ve espectacular —soltó Mauricio que no se media mucho en ningún contexto.
—Sí, se ve divina así —dijo Julieta que también estaba entrando en el ritmo de la conversación.
—Yo la tendría así todo el año —dijo riendo Sebastián que por fin podía decir algo sin sentirse acorralado.
—No deja de sorprenderme —les dije sintiendo una mezcla de orgullo y vergüenza, aunque, sobre todo, indecisión y duda.
Había un pasillo en la terraza de la casa que estaba descubierto y que se debía cruzar si uno quería llegar al cuarto en donde nos quedábamos. Cuando Adriana paso por ahí pudimos verla como si estuviera completamente desnuda, fue un instante, pero fue suficiente para que todos nos pusiéramos a soñar de nuevo. Además, noté que llevaba algo en la mano, tal vez el brasier de su bikini.
Mientras comenzaban las reparticiones me quedé pensando un momento, ella había salido antes de la casa sin brasier, tal vez lo había dejado en la casa o en la cocina, pero —tal vez— lo había dejado en el cuarto y lo que llevaba en la mano era la tanga, lo que podía significar que cuando había cruzado, lo había hecho completamente desnuda. Me sonreí, no porque fuera imposible sino porque después de mi corrida todavía tenía cabeza para imaginar esas cosas. Mi mente calenturienta no se aplacaba con nada.
Aunque la verdad era que tenía motivos para pensar en eso, Adriana estaba demasiado caliente, lo sabía, la conocía y lo notaba en todos sus gestos; no me parecía extraño que se hubiera quitado la tela que la cubría, que hubiera caminado ese pedazo de terreno desnuda para terminar de calentarse y que, en ese momento se estuviera masturbando con ganas, como acababa de hacerlo yo.
De hecho, me pareció que eso era lo que estaba haciendo porque se estaba demorando más de lo necesario para ducharse o cambiarse. Quise ir por ella, pero decidí esperarla, darle su espacio, que se masturbara pensando en lo que quisiera y que luego bajara más calmada, más serena y más centrada; la necesitaba tranquila y relajada si quería preguntarle por qué se había comportado conmigo de esa manera tan brusca toda la mañana y lo que llevábamos de paseo.
—Esto esta delicioso —dijo Gabriela probando la carne.
—Es cierto, eres un mago —me dijo Sebastián dándome las gracias— esta perfecta.
—Gracias, Carlitos —me señaló Julieta guiñándome un ojo, yo le sonreí, la verdad me gustaba más así que enseñando las tetas.
—Mi hermano, te luciste. ¡Un brindis! —dijo Mauricio— Por nuestro chef.
—Espera que llegué Adriana —dijo Gabriela.
—De aquí a que se termine de pajear se va a gastar un buen rato —contestó Mauricio haciéndonos explotar de risa a todos.
Al parecer, yo no había sido el único que se había dado cuenta de su estado.
Brindamos y comimos un poco. Al rato —y como lo había predicho— Adriana apareció por la piscina. Venía con una braga del bikini, esta de color negro y una camiseta crema con unas jirafas pintadas, pero ella, al igual que Julieta, no se había puesto brasier y sus tetas bamboleantes se notaban debajo de la tela.
—Casi no acabas ¿no? —dijo Mauricio en doble sentido tratando de avergonzarla.
—Estabas muy ocupada ¿no? —le replicó Sebastián mientras el resto reímos entre bocados.
Y para sorpresa de todos, incluida la mía, Adriana soltó:
—Es que una tiene necesidades, como si tú no lo hicieras, soy ser humano, tengo que satisfacer mis instintos —dijo sonriendo y acercando su culo a la parrilla para tomar su porción.
Me sorprendió su descaro al admitir que si se estaba masturbando y que no le daba pena decirlo. Era cierto, su olor la delataba; al contrario de Gabriela, ella no olía a shampoo de almendras, ella olía a cuca friccionada, conocía su aroma y estaba seguro que se había corrido minutos antes, todavía ese perfume danzaba en el ambiente. Y, para completar la entrada, al cruzar nos dejó ver su nuevo modelo, literalmente era una tanga brasilera, un hilo que se le metía entre los cachetes del culo y que lo dejaba expuesto, era como si no tuviera nada puesto.
Hubo un minúsculo silencio mientras todos le contemplamos el culazo a mi mujer. Estaba divino y así, casi desnudo, mucho más que apetecible. Luego, cuando se giró, todos volvimos a lo nuestro.
—Te perdiste del brindis —dijo Mauricio.
—Podemos hacerlo otra vez —dijo ella sentándose a mi lado— ¿Por qué brindamos?
—Por las pajas —dijo Mauricio adelantándose a todos que reímos sin detenernos.
—Bueno, está bien —aceptó Adriana un poco sonrojada— ¡Por las pajas!
Estiró su lata y todos la imitamos.
—No, la verdad fue que brindamos por nuestro chef que hizo este asado, le quedó espectacular —dijo Gabriela que cada vez ganaba más puntos conmigo.
—Pues muy bien —dijo Adriana— ¡Por las pajas de nuestro chef!
Todos rieron, aunque a mí no me causó gran alegría, mi propia esposa burlándose de mí, y lo peor era que ella acababa de meterse el dedo y era capaz de desviar la atención de todos para que se olvidaran de ella y me la montaran a mí. Luego, al sentir un poco mi incomodidad, se quedó mirándome, me estiró su lata y dijo:
—Por nosotros los pajeros.
Yo no tuve más remedio que chocar mi lata y después seguir comiendo mientras hablábamos de otras cosas.
La verdad era que aun sentía el calor en la entrepierna de mi esposa, a pesar de haberse masturbado seguía caliente y eso se notaba cuando veía sus pechos de reojo con sus imponentes pezones erectos que se marcaban en la tela. No estaba haciendo frio para echarle la culpa a eso, estábamos como a treinta grados y si estaban tan parados era porque estaba arrecha, porque todavía no se saciaba y porque, en cualquier momento, haría algo más duro que lo que ya había hecho.
No supe si lo hizo de a posta o algo así, lo cierto fue que se sentó a mi lado, muy cerca, de tal forma que era incomodo mirarnos, pero si quedó bien de frente a los demás. Todos ellos le prestaban atención cuando hablaba y de cuando en cuando a todos, incluyendo a Julieta, se les bajaba la mirada hasta sus tetas para imaginárselas sueltas bajo las jirafas. Era todo un espectáculo.
—¿Y qué vamos a hacer esta noche? —preguntó Mauricio.
—¿Vamos a darle una vuelta al pueblo? —propuso Gabriela.
Ellas, como si se hubieran puesto de acuerdo previamente, afirmaron. A nosotros el plan que más nos gustaba era el de quedarnos en la quinta viendo ese montón de tetas que no encontraríamos gratis en ningún otro lugar, pero ellas insistieron tanto que, como siempre, terminamos cediendo.
El asado paso entre charlas, cervezas, miradas, pezones, calzones y sonrisas que nadie sabía que significaban en realidad. Por fortuna para mí, las tres chicas decidieron limpiar todo y darme la tarde libre, también por fortuna para mí, las picaduras de los mosquitos se habían desvanecido bastante bien y para esa hora si tenía las marcas, pero la incomodidad era bastante menor. Me propuse comprarme una crema de esas para el futuro, soldado advertido no muere en guerra.
Decidí acostarme en una de las hamacas a reposar la tarde, yo era el único que no se había metido en la piscina en todo el día y pensaba hacerlo, pero un poco más tarde, por ahora, pensaba echarme una siesta. Con tanta cerveza, con tanto trabajo en la parrilla y con esa corridota que me había pegado antes de terminar de cocinar, no me fue difícil caer dormido, caí en poco tiempo.
La verdad no supe cuánto tiempo pasó, lo que si supe fue que me despertaron las risas de Mauricio y Sebastián que se divertían en el agua. Abrí los ojos y me quedé mirando el panorama.
Ellos jugaban a la pelota, al parecer habían apostado algo y estaban decidiendo quien ganaba para cobrar la recompensa. Pero afuera de la piscina estaba la mejor parte: las tres mujeres estaban tomando el sol, Gabriela estaba sentada en una silla playera frente a mí y lucia sus pechos orgullosa, cerca de mi estaba Julieta, acostada de espaldas y apenas vestida con la tanga de su bikini y al lado de ella, también de espaldas a mí, estaba Adriana, estaba sentada, dándome la espalda, pero luciendo sus senos desnudos hacia los jugadores.
Desde mi punto podía ver ahora su tanga brasilera, era un minúsculo triangulo que apenas decoraba la parte superior de su culo, de ahí para abajo, nada, se podían ver claramente sus nalgas y la raya que las separaba. De hecho, en un momento se inclinó para recoger algo que se le había caído y desde mi puesto pude verle el ojete del culo, el hilo ni siquiera lo podía cubrir por completo. La verdad la imagen era majestuosa y me paró la verga al instante.
¿Cómo podía exhibirse así? Era claro que ese era su objetivo. Le había costado reconocerlo, pero ya que lo había hecho, buscaba sacarle el mayor de los partidos. Sin duda, era la más buena de todo el lugar, su cuerpo exhalaba deseo, ganas de follársela ahí mismo. El gran problema para mí era la realidad que justo estaba viendo, para mí la espalda, la negación, la parte menos importante, para los otros, para esos que estaban frente a ella, era todo. Toda la exhibición iba dedicada a ellos, a sus miradas, a sus gotas de deseo, a sus halagos ¿Por qué lo estaba haciendo? ¿Sería nuestro fin? ¿Sería el inicio de otra etapa en nuestras vidas? O acaso ¿De su vida sin mí?
Hubo un momento, en el que tal vez sintió mi mirada sobre su espalda y se giró. Al darse la vuelta nos encontramos por fin frente a frente; pude ver sus senos cubiertos por una crema protectora, su piel cada vez más pareja y esos pezones hermosos que contrastaban con el resto de su cuerpo. Era una diosa. Estaba divina. Me sonrió, pero no supe en ese momento si su sonrisa era de picardía por su descaro o de malicia por su desafío a mi presencia, tampoco supe si su sonrisa era una invitación a que la siguiera o una advertencia a que me quedara por fuera de su lubrica aventura.
Lo cierto fue que se levantó, dejándonos a todos los presentes con el espectáculo de su cuerpo casi desnudo y sin darle más vueltas al asunto, se lanzó al centro de la piscina levantando una ola de agua que alcanzó a mojar la espalda de Gabriela y los pies de Julieta. Fue como si estuviera marcando territorio, una señal de advertencia para que les quedara claro quién era la que mandaba y la reina de esa selva.
No quise meditar más sobre sus gestos. No quería que tomara más distancia sobre mí, ya habíamos estado muy alejados esa mañana y tenía que comenzar a cerrar la brecha antes de que fuera inalcanzable. Me levanté y caminé yo también a la piscina y, como ya lo habían hecho todos, me lancé al centro y provoqué un gran splash que acabo de bañarlos a todos.
—¿Quién fue el bruto que me mojó? —gritó Julieta casi enfadada.
Sebastián me señaló como buen soplón que era.
—Perdona Julieta, fue sin querer, lo siento —me tocó decirle, ella no dijo nada, aunque se notó su madrazo telepático. De nuevo, sin querer, la volvía a cagar.
Por fortuna para mí, Sebastián dejó pasar el detalle y lo que sí hizo fue pasarme la pelota para que comenzara a jugar con ellos.
—¿No estaban jugando los dos? —dije.
—Sí, pero lo nuestro puede esperar —me dijo Mauricio mientras miraba a Sebastián en clave y sonreían.
Miré a Adriana que me sonrió de nuevo con esa misteriosa sonrisa, parecía que ella si había entendió la indirecta de Mauricio mejor que yo. De cualquier forma, decidí restarle importancia y dedicarme a jugar un buen rato. En el camino se unió Adriana y “por casualidad”, todas las pelotas terminaban cayendo en ella, obligándola a levantarse y a sacar sus pechos por encima del agua. Se notaba que los otros estaban felices viéndola luchar y moverse, aunque la verdad, yo tampoco me sentía muy triste cuando la veía saltar alto para atrapar el tiro.
Al rato. Y casi sin darme cuenta, Gabriela se unió al grupo y al juego (a ella, que también levantó agua, nadie le dijo nada), su presencia la aprovechó Adriana para descansar un poco de la paliza que le estaban pegando los otros dos, se fue un momento a la orilla y volvió a recostar los pechos sobre las baldosas del agua, levantó las piernas y nos dejó ver su hermoso trasero, prácticamente desnudo, solo era cuestión de correr el hilo para poder ver su raja en todo su esplendor.
Todos, incluso Gabriela, en algún momento nos quedamos viendo semejante culo, redondo y carnoso, marcado apenas por las marcas del uso constante de calzones durante mucho tiempo, una marca que —por lo visto— iba a desaparecer para siempre ese fin de semana. Volví a sentirme excitado, no solo por ella sino por las miradas perversas de todos mis compadres. Mi verga saltaba y se paraba más cada vez que los pillaba viéndole el culo a mi esposa; al parecer, mi salchicha acomplejada, tenía bastantes ganas de volver a empezar.
Gracias por leer mi relato.