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Mis dudas sobre Adriana (capítulo 3)
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Tiempo de lectura: 10 minutos

A la mañana siguiente me levanté con dos problemas muy duros: el primero que, cuando miré el reloj, eran casi las once y ya escuchaba a todos los demás jugando en la piscina, lo que quería decir que tenía que justificar mi pereza y mi dormida larga; y el segundo, un problema mayor: mi inteligencia citadina no cayó en cuenta de los mosquitos tropicales y, cuando abrí los ojos me encontré cubierto de puntos rojos, producto de mil picaduras que los desgraciados habían hecho en mi cuerpo.

Me levanté sintiendo ese desespero propio de la rasquiña que provocan esas picaduras y me vi en un espejo que encontré al lado de la puerta, parecía un mapa; los putos mosquitos me habían vuelto mierda y ya no parecía yo sino un insecto transformado en hombre, parecía una persona que no solo me habían picado sino también me habían violado, se habían casado, me habían embarazado y se habían divorciado dejándome las liendras. Me veía fatal y, lo peor era como se sentía. Ni quería imaginarme a la pobre Adriana que había dormido empelota.

En ese instante, me acordé de mi problema anterior. Debía saber el porqué de su desnudez. Cuando me fui al baño a ducharme, me di cuenta de mi primer error: el bolso de Adriana y su ropa estaban en el baño, resulta que el baño tenía una especie de armario pequeño y ella había dejado toda su ropa y todas sus cosas allí, supongo que porque era más fácil a la hora de cambiarse y eso; me lamenté por haber comenzado el viaje de esa forma tan ridícula y tan infantil… yo y mis pensamientos llenos de dudas y temores que yo mismo creaba. Suspiré aliviado.

Después de ducharme me puse una pantaloneta y una camiseta para disimular mis picaduras y que no se burlaran tanto de mí y bajé hacia donde estaban todos. Quedé, literalmente de piedra cuando tuve la visión completa del grupo.

Mauricio y Sebastián estaban metidos en la piscina y jugando con una pelota, al lado de ellos, nadando en la orilla estaba Gabriela, a la que solo le veía la espalda, pero parecía que no tenía puesto el brasier de su traje de baño porque no se veía el cordón de amarrar en ninguna parte y al otro lado de la piscina estaba Adriana, tomándose unas fotos con su teléfono, ella si tenía el bikini completo, pero ese bikini era mucho más pequeño de los que le había visto jamás. El bikini era de un color azul celeste, con unos triángulos pequeños que le cubrían las tetas y abajo una tanga del mismo color que dejaba a la vista casi todo su jugoso culo. Jamás la había visto así, se veía impresionante, como esas actrices porno, además tenía puestas unas gafas de sol que la hacían ver más fatal que de costumbre; de inmediato tuve una erección que se me notó en la pantaloneta, me tuve que cubrir rápido y buscar refugio en la cocina y ver la escena desde la ventana que daba al exterior. Pero lo que más me puso a mil fue que al fondo, acostada en una silla playera y tomando el sol estaba Julieta, pero ella si estaba con las tetas al aire.

Estaba alucinando con la vista que tenía de la piscina, sobre todo con las tetas de Julieta, cierto que eran pequeñas, pero también era cierto que jamás había visto a una mujer haciendo topless en vivo. El morbo de verla allí, casi desnuda, me pareció alucinante. Me dieron tremendas ganas de hacerme una paja en ese mismo momento, pero no debía; aparte que todavía estaba la incógnita de Gabriela y de saber si tenía brasier o no; no la alcanzaba a ver bien, el agua le tapaba media espalda y no me dejaba aclarar mi duda. Lo que si ya no tenía dudas era que mi mujer estaba como una diosa y que tanto Sebastián como Mauricio no perdían momento para mirarle el culo, aunque, a decir verdad, ella tampoco estaba haciendo mucho esfuerzo por evitar sus miradas.

La verdad era que no sabía hacía que punto mirar, si hacia mi mujer o hacia Gabriela o hacia las tetas de Julieta. Creo que me concentré en la joven modelo y estaba imaginándome la textura de sus pezones, cuando escuché el grito de Mauricio dirigido a mí:

—¡Miren! Se despertó el príncipe azul.

Todos rieron y miraron hacia la ventana en donde aparecí yo como una rata asustada. De inmediato, vi como Adriana me sonrió y comenzó a caminar hacia la casa y, mientras ella llegaba, vi como Gabriela se hundió más para que yo no pudiera verla, sin duda también tenía las tetas al aire, pero no quiso enseñármelas, por lo menos, no en ese momento.

—Hola dormilón —me dijo Adriana acercándose para darme un beso.

Yo la saludé tratando de taparme el paquete bien notorio de mi pantaloneta. La verdad era que de cerca se veía más hermosa que de lejos, además estaba más alegre, como más radiante que estando en la ciudad.

—Hola, ¿hace mucho se despertaron? —dije tratando de cambiar el tema, no solo para disimular sino también para tratar de calmarme.

—Pues si —afirmó ella mientras caminaba hasta la nevera para sacar un par de cervezas frías— hace un buen rato que desayunamos. Yo me desperté como a las seis, no me aguantaba el calor ni esos mosquitos de mierda que me picaron toda.

—¡Dímelo a mí! —le dije levantándome un poco la camiseta y mostrándole el bombardeo que había recibido.

Adriana pegó un grito desesperado, desde la ventana pude ver como todos volvieron a mirar y yo levanté el pulgar para que no se angustiaran.

—¡Estas como una mazorca! Te volvieron mierda. Pobrecito ¿te duele?

—No, pero las ganas de rascarme pueden conmigo.

—No te vayas a rascar que es peor. Gabriela tiene un ungüento super para eso, a mí también me picaron, pero no tanto como a ti. Voy a decirle que me lo presté y te echó.

Sin decir más salió de la cocina y, para mi sorpresa, se llevó las cervezas con ella. No eran para mí, ni siquiera me había preguntado si quería una. La miré saliendo y moviendo su culo. Tal vez era impresión mía, pero, cada vez que se movía, el bikini se le metía más en el culo y ya prácticamente parecía una tanga de uso diario y no un vestido de baño. La verdad, se veía espectacular, daban ganas de agarrarle ese culito y pegarle una buena palmada que moviera las carnes y se sintiera en la palma de la mano. Sabía que mis compadres también debían pensar lo mismo que yo al ver a mi mujer, ese rabo era demasiada tentación, eso sin hablar del par de tetas que parecían querer salirse en cualquier momento de los pedazos de telas que las cubrían. Lo peor, ella lo sabía, sabía que se veía buena y se movía de aquí para allá como un pavo luciendo plumas.

La vi acercándose a los hombres y dándoles una cerveza a cada uno mientras inclinaba casi todo su pecho hacia ellos, si yo le veía las tetas colgando no quería saber cómo las estaban disfrutando ellos dos, la visita debía ser increíble.

De inmediato me volvió a sacudir la polla, ese par de amigos debía estar pasando saliva viéndole las tetas a Adriana y ella, como si nada se prestaba a sus miradas. Para mi sorpresa, también destapó otra cerveza y comenzó a tomársela, a las otras mujeres no les dio, de hecho, apenas tenía otra que dejó encima de una silla y siguió hablando como si nada. Desde la cocina no alcanzaba a escuchar lo que decía, pero por sus pocas señas, se estaba refiriendo a mí y a mis picaduras. Gabriela le hizo algún gesto tratando de indicarle en donde estaba su cremita mágica y un momento después, Adriana se devolvió; esta vez no la vi caminando hacia mí, lo que hice fue fijarme en ese par de imbéciles mirando con descaro el culo de mi esposa. Me dio cierta rabia que, teniendo a sus mujeres a su lado, se dedicaran a mirar la mía, pero en el fondo —no sé qué tan profundo— sentí una especie de orgullo, una especie de excitación al saber que yo poseía algo que ellos codiciaban. Un sentimiento que no había experimentado o, que por lo menos, no había terminado de aceptar en los años que llevaba con ella.

Adriana entró a la casa, pero siguió derecho a la habitación de Gabriela, mientras tanto yo volví a mirar a la piscina y vi a Sebastián y a Mauricio hablando entre ellos, cuchicheando, seguramente hablando de Adriana, seguramente planeando algo para sacarme de combate. Debía tener cuidado. Esos rumores nunca conducían a nada bueno y solo me llenaban de preguntas sin respuestas claras.

Adriana volvió con un tarrito en la mano.

—Quítate la camiseta —me dijo— esta crema es buenísima. Yo me la apliqué esta mañana y mira, ya no se me nota casi nada.

Estiró sus manos y me mostró su cuerpo apenas cubierto por esos trocitos de tela celeste.

—¿Y ese bikini? —me atreví a preguntar.

—¿Te gusta? Era una sorpresa que te pensaba dar, pero como te levantaste tan tarde…

—¿No crees que está muy pequeño?

—Pequeño lo que está usando Julieta ¿ya la viste?

—No —dije intentando disimular lo obvio— ¿dónde está?

—¿Me crees imbécil, no cierto? Si me di cuenta que la estabas viendo cuando yo estaba parada al frente tuyo.

Yo no sabía qué hacer, lo único que se me ocurrió fue quitarme la camiseta y cubrir mi vergüenza con las picaduras de otros. Ella se acercó y comenzó a untarme la crema, el solo contacto de sus manos fue suficiente para calmar un poco el ardor y también para mantener mi erección pasajera.

—No te preocupes por eso —me dijo— antes de quedarse con las tetas al aire me preguntó que si tendríamos algún problema con eso y yo le dije que no, que tú eras un caballero y que aparte de mirar no ibas a intentar hacerle nada ¿Tenía razón?

—Claro, claro —le dije aceptando su sentencia que, claramente, tenía algo de amenaza.

—Además, ella siendo modelo está acostumbrada a mostrarle las tetas a todos y supongo que tú ya la habrás visto empelota en alguna foto.

—No ¿Cómo se te ocurre? Yo no he visto ninguna foto con ella.

—¿No has visto ninguna foto de Julieta empelota?

—No —le contesté tratando de disimular que no solo lo había hecho, sino que también ya me había hecho muchas pajas con esas imágenes y su protagonista angelical, no podía aceptar eso, y menos en frente de mi esposa; así que lo dije mientras me giraba para que me echara crema en el pecho.

—¿Seguro que no la has visto desnuda en ninguna foto? —me dijo mirándome a los ojos, ya frente a frente.

—No, te lo juro.

—Pues que mal porque yo si he visto un par y esta divina, hasta me han dado ganas de hacerme una paja mirándola —me dijo sonriendo y provocando un sonrojo de tomate en mí.

Yo traté de llevarle la corriente, aunque me fastidiaba que jugara conmigo de esa manera, casi siempre lo hacía, le gustaba ponerme contra las cuerdas y después reírse de mí, era como su fetiche, como si le gustara humillarme hasta sentirse satisfecha.

—Como eres de mala —le dije.

—¿Tengo la culpa de que seas tan inocente? —me dijo sonriendo y dándome un beso.

—¿Y me pareció que Gabriela también se había quitado el bikini? —le dije un poco despreocupado.

—Si ¿también le viste las tetas a ella?

—No, cuando la miré ella estaba de espaldas en la piscina

—Pues que bien porque ella si me dijo que le daba mucha pena contigo y que no quería que tú le vieras las tetas —se quedó mirándome un momento— ¿Te gusta verles las tetas a mis amigas?

—No

—Pues que mal porque no creo que tus amigos piensen lo mismo de mí.

—¿Y eso que quiere decir? —le dije sin entender bien su chiste.

—Pues que de pronto a mí también me da por hacer lo mismo —dijo sonriendo picara y dando la vuelta para irse, pero yo la agarré de una mano y la detuve.

—¿Serias capaz? —le pregunté

—¿Quieres probar?

—No, claro que no. No quiero que ellos te vean las tetas.

Ella me sonrió y se acercó para darme un pico y luego, antes de volver a irse me dijo:

—Soy tu esposa, no tu esclava.

Y salió.

—¿Qué significaba eso?

Un instante después volvió a asomar su cabeza por la puerta y me dijo:

—Antes de que se me olvide, no puede darte el sol por una hora, deja que la crema haga su efecto. Puedes desayunar y seguir mirando tetas a lo lejos mientras tanto.

Y se fue y debo decir que sentí algo de cabreo en su tono, como si le hubiera molestado que yo dijera que no quería que los otros le vieran las tetas. ¿Y entonces? ¿Debía aceptar? Claro que no. Era mi mujer y no quería compartirla con nadie, aunque ¿era lo que ella deseaba? ¿Era lo que ella buscaba y lo que le gustaba? Al parecer si ¿Y quién era yo para gobernar sobre ella? ¿Para decirle lo que debía hacer o como debía vestirse? ¿Acaso ya no habíamos evolucionado y debía respetar sus espacios y sus gustos? ¿Qué podía hacer yo? ¿Dejar que luciera las tetas y el resto de su cuerpo al que quisiera verla o impedir su empoderamiento? No era mi esclava, como ella misma lo había dicho. Me quedé pensando un momento ¡Que le dieran! Si las quería mostrar que las mostrara. Ese sería su problema. Que las mostrara y dejara de joderme.

Me puse a hacer mi desayuno cubierto casi por completo con esa crema que olía a mentol, parecía un bebe agripado. Mientras miraba por la ventana de nuevo vi a Sebastián y a Mauricio mirando con deseo a Adriana mientras ella hablaba con Gabriela, seguramente de mí. Lo curioso era que el espectáculo principal de la escena, las tetas de Julieta, era lo que menos me llamaba la atención en ese momento. Yo estaba más pendiente de las miradas de ese par de pillos y del contoneo provocador de mi mujer que ahora con descaro caminaba descalza por en medio de sus cabezas casi hundidas. Me quedé un momento así, con la mirada perdida. Cuando reaccioné casi me da un infarto, vi a Adriana llevándose la mano a la espalda, justo al punto en donde estaba el nudo del brasier. Y luego, me miró. Yo me quedé aterrado viéndola ¡No creía que fuera capaz de hacerlo! Pero su mirada era tan desafiante que no tuve duda que aflojaría ese trapito y se quedaría medio desnuda frente a todos.

Se quedó un momento así, como esperando mi reacción, pero luego vi como separaba su mano de la espalda y lo siguiente que vi fue como estiró su mano y me hizo pistola con su dedo mientras los demás soltaban la risa a carcajadas y luego ella también rio. Yo apenas si tuve fuerzas para sentarme.

¿Por qué se había puesto tan brava de repente? ¿Acaso por mi negativa a que enseñara las tetas? O ¿acaso por los celos que le provocaba la modelo y su descaro?

No la entendía, pero la verdad era que nunca la había entendido por completo, es más, ni siquiera entendía por qué me había escogido como su marido si siempre le habían llovido pretendientes mejores que yo. No sé, tal vez un desliz, una equivocación o, tal vez, solo había sido suerte de mi parte.

La veía allí, feliz, tomándose su cerveza con la postura más fingida que le había visto en años, como representando ser la diosa en medio de las nubes y los que estaban abajo en la piscina, fueran los idolatras de ese tesoro. Sin duda, se estaba sintiendo en el cielo y, lo peor —que yo lo sabía muy bien— era que lo sabía y quería aprovecharse de eso. Me pasaron por la mente los mil gestos que hacía cuando quería algo: sus caras de consentida, sus mimos, sus miradas furiosas, sus movimientos de pies que me volvían loco, sus mamadas fuertes, cuando sacaba la cola para que yo sé la tocara, cuando se vestía para salir y quería que todos la vieran, incluso cuando tenía ganas de follar y estábamos peleando. Tenía todo un catálogo de gestos, muecas, movimientos que ponía en práctica cuando quería lograr algo y ahora, para mi tormento, se notaba que quería algo y que no parecía ser algo conmigo.

Todo eso me generaban muchas dudas, demasiadas, para el momento lo único claro que sabía era que me había evitado todo ese tiempo. De hecho, en el camino no me había llamado, apenas un par de mensajes para saber en dónde íbamos y si nos demorábamos mucho. Nada más. Luego ni siquiera se había levantado para saludarme, se había quedado jugando, descansado y roncando mientras yo llegaba molido por el viaje, ni un vaso de agua, ni un huevito tibio, ni un beso, nada. Y esa mañana ni siquiera me había preguntado cómo me había ido o como había dormido, nada. Era casi obvio que me quería fuera de su ajedrez. Yo no entendía por qué, pero como dije, así era ella, de tanto en tanto parecía olvidarse de mí y abandonarme por completo.

De repente, vi cómo se animaba el ambiente de nuevo en la piscina y Adriana soltó su lata ya vacía y se lanzó sin pensarlo en el centro, levantando una fuerte ola que terminó por bañar a todos, pero no solo eso, también despertó a Julieta que parecía haber estado medio dormida. Al principio, su reacción fue de incomodidad, pero luego sonrió y, resignada, se levantó y nos dejó a ver a todos —incluso a mí que estaba más lejos— su armonioso cuerpo de modelo apenas cubierto por la braga del bikini. Tenía unos pezones rosados, no muy sobresalientes, pero el morbo de ver sus tetas desnudas hizo que me pusiera a mil, sudé con solo verlas, no quería saber lo que se sentiría al tocarlas.

Así, casi desnuda, fue caminando hacia la piscina con su paso de pasarela que jamás perdía y, al igual que Adriana, se lanzó al centro sin pedir permiso. Ahora todos estaban en la piscina menos yo.

Me quedé mirándolos un momento, deseando entrar allí, pero el tema de la crema y el del cabreo de Adriana me hacían arrepentirme y dedicarme a ser el violinista del tejado. La verdad era que se veían muy bien todos juntos, no solo parecían un grupo de amigos sino una familia con un vínculo sagrado. Ellas hermosas jugando a calentar pollas y ellos obedientes a aceptar cualquier propuesta por ridícula o estrafalaria que fuera. La verdad era que todos eran lindos, el más feo de ellos era Mauricio y tenía un cuerpo bastante cuidado, el ejercicio y las horas de gimnasio le habían dejado bastante decente, además, tenía un aire de galán de comerciales de shampoo que lo hacían un poco atractivo, Gabriela no se quedaba atrás, de las tres era la menos guapa y podía estar por encima del noventa por ciento de las mujeres que me cruzaba en el camino; había algo en ella que no terminaba de atraerme, pero sin duda con media cerveza resolvería cualquier defecto. En definitiva, se veían perfectos… perfectos, pero sin mí.

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