back to top
InicioGrandes SeriesMis dudas sobre Adriana (cap. 1 - fragm. 1)

Mis dudas sobre Adriana (cap. 1 – fragm. 1)
M

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.
Tiempo de lectura: 7 minutos

La verdad es que cuando llegamos a la quinta ya iba más que cansado, el día había estado lleno de trabajo, alistar el viaje había sido más difícil de lo que había pensado y solo en el carro de Mauricio había estado sentado casi nueve horas seguidas, eso me dolió más que otra cosa esa noche. La verdad, lo único que quería era llegar pronto y descansar.

Por un momento pensé que había podido ser lo mismo para Adriana, a ella se le había presentado la oportunidad de viajar más temprano junto a Julieta y Sebastián en su carro mientras a nosotros si nos había tocado dar más vueltas. Aun así, el viaje era pesado y me alcancé a apiadar de mi esposa, aunque para ser sincero, ella siempre parecía tener cuerda para rato, a pesar de sus múltiples ocupaciones, siempre parecía tener ganas de más sobre todo cuando se trataba de fiestas o eventos, parecía tener una batería ilimitada. Admiraba eso de ella, porque a pesar de tener la misma edad mía, 36, siempre había sido mucho más activa, mucho más dinámica, era como si ella estuviera engendrada por un fuego ardiente mientras que yo apenas parecía un pedazo de metal fundido con otros pedazos ordinarios que servía para hacer algunas cosas simples y nada más.

La verdad, siempre me pregunté cómo habíamos terminado casándonos si éramos tan diferentes, por ejemplo, ella era hermosa, divina, de cuerpo bien cuidado y yo no era gordo, pero tampoco delgado ni cuidado; no era grande: uno setenta y cinco de estatura y algo así como sesenta y nueve kilos de peso, más bien flaco, con algo de panza —aunque más de la costumbre de la silla que de otra cosa—, aun así, a pesar de todo esto, me veía pesado, cansado, tieso como una piedra que no se ha movido en años y que solo recibe el rayo del sol directo o las gotas de una tormenta sin detenerse a pensar si puede cubrirse o no.

Adriana era distinta, era alegre, era divertida, parecía que disfrutaba la vida en todo momento y que todo lo que le pasaba fuera bueno o malo lo convertía en una aventura pasajera. Así lo reflejaba, era divina, con un buen cuerpo producto de sus noches en el gimnasio, unos senos firmes aun (claro, no quiso tener hijos, cosa que a mi si me ilusionó alguna vez, sin embargo, las cosas no se dieron y yo preferí no insistir y respetar su decisión) y una cola envidiable. Un metro sesenta en el que cualquier prenda le quedaba magnífica. Cuando la conocí su cabello era castaño, pero lo fue aclarando con el tiempo hasta llegar a ser casi una rubia natural, sus ojos claros combinan a la perfección, pero lo que más me gustaba de ella era su sonrisa, iluminaba cualquier sitio. Parecía que la alegría y ella eran amantes permanentes.

Y todo eso era curioso porque en el papel mi vida era mejor que la suya. Yo soy contador público y conseguí un empleo de termino fijo en la petrolera más grande del país. Si bien es cierto que el trabajo era más que mecánico, me desempeñaba muy bien en lo que hacía y en lo que había estudiado, aparte que recibía un buen sueldo, no el mejor claro, pero si era muy bueno comparado con el del resto de zombies con los que me encuentro cada día en la calle. Aun así, la vida para Adriana parecía distinta, comenzó a estudiar administración de empresas, pero no término, luego estudio negocios internacionales, pero tampoco terminó y al final, lo que hizo fue conseguir trabajo y comenzó a vagabundear entre puestos temporales y contratos a pocos meses. Siempre me generó dudas su vida laboral, era la única mujer que conocía que parecía no preocuparse por eso y que no le importaba estar allí o allá o cambiar de trabajo con cierta frecuencia, se podía decir que era una aventurera dispuesta a recopilar experiencias (hoy en día ya sé qué clase de experiencias le gustaba recopilar). Aun así, siempre conseguía un buen trabajo y siempre le sacaba la mejor tajada al momento, nunca se arrepentía de sus decisiones porque siempre —y ahora lo entiendo— gozaba al máximo con esas oportunidades.

Justo esa fue una de las causas del dichoso paseo que me terminó por aclarar todas las dudas que tenía en mi vida; hacia pocos meses se le había acabado el contrato en una empresa que vendía libros eróticos (de ahí la afición que le cogí al tema) y había pasado un buen tiempo buscando algo sin encontrar una buena oferta que le gustara y la conquistara. Después de varias semanas inciertas logró encontrar trabajo en una inmobiliaria, vendiendo apartamentos en una nueva urbanización y, como siempre, parecía que le estaba yendo lo bastante bien como para volver a reír, a gozar y a bailar como era su costumbre. No ganaba lo mismo que yo, ni tenía las garantías de mi puesto y mi contrato, pero se veía más alegre que de costumbre y para celebrar el hecho se inventó, junto a sus amigas, esas vacaciones que resultaron ser tan escalofriantes para mí.

Bueno, la verdad es que no se las inventó sola, sino que todo nació en una reunión dos fines de semana atrás con nuestros amigos de ese momento. Todos tenemos amigos que van y vienen, dependiendo nuestras vidas, en la universidad, en nuestro trabajo, en nuestro barrio; algunos duran mucho y otros poco, son pasajeros, como yo creo que fueron estos amigos que pasaron en mi vida y que fueron testigos de mi caída más baja.

Uno de mis grandes amigos era Mauricio, compañero mío del trabajo, con el que llevaba ya un par de años hablándome y pasándome cuentas; no trabajábamos en la misma oficina, pero si en el mismo departamento, nos habíamos hecho compadres de botella y, poco a poco, habíamos incluido a nuestras esposas en la amistad. Gabriela, la esposa de Mauricio era una mujer que me agradaba mucho, deportista aficionada, le gustaba correr, mantenerse en forma, dueña de un cuerpo muy bien balanceado, senos medianos, cola mediana, nada exagerado, pero todo armónico que la hacía ver espectacular, cabello negro hasta un poco más abajo de los hombros, ojos oscuros y, sobre todo, muy interesante, muy inteligente y con ese aire de recatada que yo admiraba tanto.

Al principio, nos gustaba hacer planes los cuatro: tomar, bailar (aunque eso a mí tampoco se me daba muy bien), almorzar (aunque yo siempre cocinaba y nadie me ayudaba) y algún plan un poco loco como alguna salida de campo, alguna maratón de cinco kilómetros o subir a pie el edificio más alto de la ciudad para ver al resto como hormigas laboriosas. La verdad, todo eso ya me parecía normal, de hecho, me gustaba compartir nuestro tiempo con ellos, hablar un poco con Gabriela y que Adriana pudiera reír y distraerse con las imprudencias de Mauricio.

Me encantaba verla reír, ver a mi esposa feliz.

En nuestros seis años juntos (tres de novios y tres de casados) ya me había acostumbrado a muchas cosas de ella, a llevarle la cuerda en muchos caprichos, a aceptar su forma de ser, de bailar, de vestir, a sus llegadas tarde, a sus lanzadas salvajes y hasta que los tipos de toda clase la miraran y pasaran saliva gruesa, a veces me sentía hasta halagado y envidiado por tener semejante vieja a mi lado. No me molestaban esos piropos, esas miradas o esas bocas babeantes, todo eso para mí ya era normal y, la verdad, de no ser porque era mi mujer yo también la hubiera mirado igual de embobado. Y supongo yo que esa rutina nos hizo perder ese misterio y lo que para algunos era un tesoro inalcanzable, para mi terminó convirtiéndose en algo simple, rutinario, normal o intrascendente. Por eso me gustaba compartir tiempo con nuestros amigos, porque nos servían de excusa para distraernos, para respirar de tantas cosas vistas y para tapar con apariencias que nuestra vida estaba condenada al fracaso, al igual que mi vida sexual con mi bella Adriana.

A veces pienso que ella tenía toda la razón y por eso hizo lo que hizo. Yo no era hombre para ella.

Poco tiempo atrás de aquel paseo, tal vez unos seis o siete meses antes, se habían unido a la amistad Sebastián comenzó siendo un compañero de gimnasio de Mauricio y terminó siendo uno de sus amigos más cercanos. La verdad era que yo sabía que trabajaba en un concesionario vendiendo carros, pero poco más que eso. Sin embargo, era un tipo bien, chévere, divertido y siempre lleno de anécdotas de sus conquistas, de esas anécdotas que uno se las imagina y de las que quiere ser el protagonista. Eso era lo que más me gustaba de su amistad; esa forma de contar sus cosas como si se trataran de una serie de televisión o de las páginas de un magazín pornográfico. A veces me inspiraba en sus relatos para pegarle un buen polvo (a mi manera) a Adriana, y notaba como a ella le gustaba sentir esas cosas más especiales que las simples y básicas de costumbre.

Sebastián era experimentado a pesar de ser un poco más joven que nosotros, tendría alrededor de unos 30 años, con un cuerpo de gimnasio, incluso algo pasado de musculo para mi gusto, es decir, a mí no me gusta, pero me refiero a que Sebastián no tenía solo el cuerpo de hombre atlético, sino que ya comenzaba a rozar el hiper musculo de los fisiculturistas. Eso sí, mientras nosotros con Mauricio nos bajamos diez cervezas casi sin respirar, Sebastián prefería levantar diez kilos más de pesas o hacer diez minutos más de cardio. Y, obviamente, con ese cuerpo y ese cuidado en su peinado y en su barba corta, no le era difícil conseguir citas con mujeres tan espectaculares como él. Así como le pasaba a Adriana con los hombres, le pasaba a Sebastián con las mujeres, siempre que salíamos ellas lo miraban de reojo e incluso alguna se atrevía a decirle algo pícaro frente a todos.

Obviamente, la autoestima de los bonitos no se compara con la resignación de nosotros los seres terrenales y esqueléticos.

Para ser sincero, admiraba algunas cosas de Sebastián, como su porte, su seguridad y la atracción que generaba en esas mujeres hermosas que se le entregaban casi sin resistencia, pero yo estaba seguro que él también envidiaba mi sueldo, mi seguridad laboral y, en especial, a mi mujer.

Como dije, poco a poco se comenzó a integrar a nuestro pequeño grupo y su inclusión definitiva fue cuando, unos cinco meses atrás, nos presentó a su novia: Julieta. Ella encajó a las mil maravillas con el grupo, desde el principio se mostró alegre, con iniciativa y con muchas cualidades, estaba terminando una carrera en diseño que había visto alargada por su profesión: modelo de lencería en revistas de catálogo y en empresas nacionales. Gracias a su trabajo, no solo se robaba la atención de todos, sino que también le había regalado calzones y brasieres a Adriana y a Gabriela como nadie más lo ha hecho en la vida. Y, por el hecho de ser modelo, pues se la pasaba viajando mucho, conociendo mucho y manteniendo muchos contactos importantes. Varias veces había salido en televisión, en esos programas de las mañanas, desfilando en tanga o en ligueros, yo siempre me los perdía porque siempre me pillaban trabajando, aunque me desquitaba después cuando veía algunas grabaciones que me mandaba Mauricio por correo, incluso algunas imágenes un poco más “exclusivas” que el propio Sebastián me compartía y que eran todo un deleite para mis sentidos. Esos 27 años se le notaban en todas partes: la juventud, la lozanía y esa radicación propia de una princesa como ella. Era todo un personaje.

Como sea, a medida que, ahora los seis, nos acercábamos y nos hacíamos más cómplices, nuestros planes se hacían más cercanos. Primero fueron salidas a cenar o a bailar los fines de semana, luego pasamos a hacer un grupo en el chat en donde todos participábamos y comentábamos que película ver o por quién votar y habíamos hecho alguna fiesta para algún cumpleaños o eventos por el estilo, que nos sacaban de la rutina y nos acercaban aún más. Todos parecíamos felices y satisfechos con nuestro paraíso exclusivo.

Incluso ya desde hacía tiempo a las mujeres del grupo les venía rondando la idea de hacer un paseo, unas vacaciones, algo en donde pudiéramos disfrutar de la playa, del mar y de las ventajas de tener a tres mujeres hermosas cerca de nosotros, pero nunca se había dado, por una u otra razón —a veces por el trabajo de Julieta, a veces por falta de tiempo o a veces por el clima— la cosa nunca se había logrado…

Compartir relato
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.