Me llamo Nuria, tengo treinta y nueve años y estoy casada. La oficina donde trabajo consiste en un espacio diáfano donde los puestos con las butacas de tela y los escritorios se encuentran en islotes, agrupando a los empleados de cuatro en cuatro. Hay cuatro excepciones, el despacho del jefe donde don Antonio, cuatro años mayor que yo, trabaja; la sala de reuniones, los cuartos de baño y una habitación estrecha con microondas, nevera y fregadero.
El martes llegó la nueva, una joven recién salida de la universidad. Llevaba pantalones de licra negros que moldeaban su figura, camisa blanca con escote y el pelo largo y ondulado. Era atractiva y no puede evitar fijarme en como sus nalgas subían y bajaban por turno mientras caminaba sobre los zapatos de aguja camino del despacho.
Diez minutos después salió sonriendo en compañía de don Antonio.
—Esta es Paula, una chica preparada y con ganas de comerse el mundo. Trabajará en el departamento de Nuria, bajo su supervisión. —anunció mi jefe.
"¿Qué podía decir de la nueva empleada una semana después?" Bueno, pues que Paula era lista y tenía mucha ambición. Sus palabras y falsa adulación podían engañar a cualquiera, pero no a mi. Casi desde el principio noté que la nueva persona que tenía a mi cargo era todo menos sincera, dentro de esa cabecita, detrás de esa sonrisa y esos ojazos, existía un ser frío y calculador que no se detendría ante nada. Cada consejo que le daba, cada truco, cada tarea podía ser usado en mi contra si la situación se torcía.
La situación ocurrió muy pronto, el error fue de ella, pero el asunto me salpicó de lleno. Cuando salió del despacho de Antonio supe que me la había jugado, su sonrisa la delataba.
—Nuria, ven a mi despacho.
Me levanté y traté de mantener la calma, durante un instante el nudo que se aferró a mi estómago fruto de los nervios, me dejó sin aire. Por fortuna, me repuse y caminé hacia el despacho.
Lo primero que me reprochó mi jefe fue que no hubiese supervisado a la nueva. Ésta, al parecer, le había vendido la moto poniendo cara de gatito abandonado. Me rebelé, si aquel tipo pensaba que iba a agachar la cabeza estaba equivocado. Podía no ser tan arpía como la nueva, pero no estaba dispuesta a crear un precedente y poner el culo cada vez que esa zorra quisiera.
—Eres tonto. —dije sin pensar.
—¿Qué dices? —replicó Antonio con cara de sorpresa.
—Digo que todos los tíos os volvéis gilipollas en presencia de una joven atractiva. Seguro que la zorra te ha hecho ojitos y te ha ablandado el cerebro con su monserga. Pero para tu información los hechos son los que son.
Después de este arranque salido de la rabia que acumulaba, expuse con respeto y precisión los pormenores del caso. No tuve piedad con Paula. No la merecía.
Después de recibir a un cliente y hacer unas llamadas. Antonio salió del despacho y parándose enfrente de Paula dijo.
—¿Vamos a tomar un café?
—Yo prefiero manzanilla. —respondió la joven cameladora.
—Lo que sea. Vamos a la cocina. —dijo Antonio molesto.
No pude evitar sonreír celebrando mi victoria. O eso creía yo.
Al día siguiente, Paula estaba seria y me alegré pensando que le había caído un buen rapapolvo. Aunque luego la pillé sonriéndome de manera enigmática y me entraron las dudas.
Ya por la tarde, antes de ir a casa, fui al baño y me entretuve un buen rato. Cuando salí no quedaba nadie, sin embargo, el despacho de mi jefe tenía la puerta entreabierta y había luz.
Me acerqué procurando no hacer ruido.
—Ya sabes lo que toca. —oí que decía don Antonio.
Luego oí el sonido de una cremallera bajándose. Luego un gemido.
Me asomé con precaución para no ser vista.
Paula estaba sin camiseta y sin sujetador, de cuclillas. Su espalda desnuda. De pie, con los pantalones de vestir y los calzoncillos a la altura de los tobillos mi jefe. Sus ojos estaban cerrados.
Paula chupaba y chupaba.
Me retiré pegándome contra la pared mientras mi corazón latía con fuerza.
Las palabras que acababa de oír y las imágenes de la felación en mi mente. "Ya sabes…", no era la primera vez pensé. Una idea tomó forma en mi cerebro, los dos, ayer, en la estrecha cocina. Seguro que esa zorra había hecho todo lo posible por quedar bien y se había ofrecido a su jefe… podía haber sido al revés, pero no cuadraba con su actitud de hoy. Imaginé a Antonio manoseando los pechos y el culo de la empleada mientras ella le susurraba al oído lo mucho que le ponía que le metiesen mano.
Sentí un cosquilleo en su bajo vientre. "¿celos?, ¿envidía?"… tenía marido y follaba con cierta frecuencia y me lo pasaba bien, pero… "No era nada prohibido, siempre el mismo ritual… solo cambiábamos la posición. A veces yo estaba arriba y el abajo, a veces al revés… y luego abrazados un buen rato. ¿Eso me gustaba no?, ¿acaso mi marido no demostraba lo mucho que me quería?… y sin embargo, ahora, aquí… ¿de dónde venía ese deseo? ¿Pura lujuria? O algo más…"
Me sentía culpable de sentir, de querer unirme a mi compañera y a mi jefe, de querer unirme en una orgía. Odiaba a esa zorra, de buena gana le daría unos buenos azotes a esa niña malcriada… sí, le daría unos azotes y le lamería el culo y las tetas y le besaría y…
"Basta" pensé.
Miré de nuevo.
Ahora Paula estaba inclinada sobre el escritorio con el culo al aire. Antonio se estaba colocando un condón.
Aguardé hechizada con aquel trasero.
Mi jefe la cogió por detrás y empujó. Su trasero peludo tomó protagonismo contrastando con la imagen de las nalgas y deliciosa raja de la nueva que permanecían cubiertas por el varón.
El sonido de los huevos chocando contra los glúteos se mezclaba con los jadeos de ambos amantes.
Me aparté de nuevo apoyándome contra la pared. Tenía la mano metida en las bragas y me estaba frotando el coño. Quería más. Manipulé un dedo que se aventuró a entrar en mi vagina mojada por el deseo. Lancé un gritito y sentí miedo. Miedo a ser descubierta.
Entré en el baño de mujeres y tras cerrar el pestillo me bajé las bragas, subí la falda y me senté en la taza.
El orgasmo no tardó en llegar.
Luego oriné, me sequé el chocho y la raja del culo con papel higiénico y volví a casa.