Alicia observó a su vecino desde la cama, mientras yacía acostada de lado con sus pequeñas tetas al aire. Estaba desnudo, de pie, dándole la espalda. Tenía la espalda ancha, los músculos de los brazos marcados y un culete redondo y firme en el que crecían algunos pelos. Ella tenía 30 y él no llegaba a los 24. Su metro cincuenta y ocho y su cuerpo delgado contrastaban con los de aquel joven atlético de metro ochenta que unos minutos antes, con la palma de sus manos, era capaz de cubrir la totalidad de su trasero.
Sin embargo, de alguna manera, sus cuerpos habían cabalgado en armonía. El tamaño del pene de aquel tipo la había impresionado y atemorizado a un tiempo. No había manera de que ese prodigio de la naturaleza la penetrase sin hacerla daño.
Sin embargo, bajo esa presencia poderosa y llena de fuerza, que en otros tiempos bien pudiera haber representado a un temible gladiador, se escondía un maestro de la caricia. Poco a poco, esas manos ásperas y esos labios gruesos habían recorrido con infinita delicadeza cada trozo de su piel. La lengua húmeda había hecho cosquillas en sus oídos. Su boca, había chupado con maestría los pezones haciéndola gritar, sus besos habían besuqueado las pequeñas nalgas y su lengua, en esta ocasión, había explorado la rajita del culo lamiendo el ano para luego ir bajando hasta detenerse a jugar con el punto g.
Luego llegó el turno de los dedos, deslizándose con facilidad sobre el sexo empapado, llevándola cerca del orgasmo. Orgasmo que llegó poco después, cuando el miembro viril la penetró activando cada terminación nerviosa en su vagina. Cuando creía que no había lugar para más placer, el joven la abrazó, se fundió en un beso con lengua y empujó metiéndola hasta el fondo. Entonces llegó el clímax, la espalda arqueada, las piernas temblando convulsas y el cuerpo fuera de control.
El joven sacó el pene y se acostó de lado, ella hizo lo propio. El la abrazó por detrás mientras el semen caía sobre las nalgas de Alicia.
Luego llegó la calma.
El vecino se agachó y recogió los calzoncillos del suelo y con ellos cubrió su desnudez. Luego dio media vuelta, miró a la mujer y sonrió.
Ella le devolvió la sonrisa.