Me asomé a la ventana que daba a un parque lleno de árboles. Había bancos de madera y metal y una zona con césped. El sol brillaba con fuerza proyectando sombras. Una joven y un chico de su misma edad ocupaban uno de los bancos. El sentado en la madera, ella, luciendo una bonita falda color azul, sentada a su lado, su brazo izquierdo rodeando el cuello de su pareja, su cabeza, descansando sobre su hombro. A escasos metros, sobre la hierba, al amparo de la sombra de un abeto, una mujer yacía boca abajo en vaqueros sobre la hierba, a su lado, un tipo con gafas le sobaba el trasero mientras susurraba en su oído palabras de amor.
Levanté la mirada hacia el cielo al tiempo que una nube solitaria tapaba, durante unos instantes los rayos del sol aplicando un filtro a la escena. Retome mi papel de espía volviendo a la primera pareja que para entonces había abandonado su actitud pasiva. Se estaban besando con pasión. La mano de la muchacha escondida bajo los pantalones del muchacho, tocándole el culo. La mano de él apoyada en los senos de su compañera.
La escena me excitó. De un tirón me bajé los pantalones y con la mano derecha agarré el pene y comencé a masturbarme. Entonces, el timbre de la puerta sonó. Apresuradamente escondí mi miembro bajo los calzoncillos y me vestí. El bulto era demasiado obvio, respiré hondo y traté de relajarme al tiempo que caminaba hacia la puerta de entrada.
– ¡Enseguida voy! Dame un minuto.- dije alzando la voz.
Un par de minutos después abrí la puerta.
– Hola Sonia. – dije saludando sin ocultar cierta sorpresa al ver a mi vecina.
– Hola Sergio. ¿Qué estabas haciendo?
– Nada. – mentí
– Nada confesable. – añadió la recién llegada mirando hacia el bulto.
– Miraba por la ventana, una pareja se estaba morreando. – contesté mientras servía unas bebidas.
Sonia se sentó en el sillón.
– Me aburro. – dijo.
– Ya veo. – observé mientras bebía un trago.
– Oye, ¿te apetece follar?
La pregunta directa casi hizo que me atragantase con el líquido. Por un instante pensé que no había oído bien.
– Perdón. – dije cuando me recuperé de la sorpresa.
La mujer sonrió y sin mediar palabra se quitó la camiseta y desabrochó el sostén dejándolo caer. Sus tetas, firmes, eran bonitas. Los pezones apuntaban hacia arriba.
Mi pene reaccionó antes que yo levantándose al instante.
– ¿Qué te parecen mis pechos? ¿te gustaría tocarlos?
Tragué saliva y me moví con cierta dificultad. Por algún motivo me vino a la mente el dicho popular, quizás algo rancio. "Tiran más dos tetas que dos carretas". Quizás se puede decir de otra manera, pero en aquel momento, la atracción y el deseo de tocar aquellos senos era irresistible.
Agarré el pecho derecho, su textura suave, tierna.
– Puedo chuparlo.
No era una pregunta y no esperé respuesta. Con cierta ansia abrí la boca y cerré los labios con suavidad atrapando el pezón.
Succioné.
Luego, con la lengua, llena de saliva, comencé a lamer el otro seno.
Sonia cerró los ojos y gimió. Podía oler su perfume, oír su corazón latiendo con rapidez.
En un momento dado, cogió mi cabeza entre sus manos y me besó en los labios. Respondí al instante, con delicadeza. Luego, con la punta de la lengua busqué la entrada a su boca, llamé y me dejó entrar a un mundo de sabores adictivo. Me recreé explorando la húmeda cavidad, disfrutando de cada matiz mientras nuestras lenguas bailaban un baile sensual.
– ¿Vamos a la cama? – me propuso cuando despegamos nuestros labios para tomar aliento.
Me acerqué a su oído, susurré un sí y metí la lengua haciéndola temblar.
– Sergio… no seas malo.
Sonreí y tomándola de la mano nos dirigimos a la habitación.
Una vez dentro, me incliné para estirar las sábanas y ella aprovechó el momento para darme una palmada en las nalgas.
– Culito rico.
Me incorporé con algo de rubor en mis mejillas.
Ella me miró y sin pedir permiso me bajó los pantalones y dedicó su atención a mi pene.
Primero le dio besitos, luego, levantándolo, lamió los huevos y por último, introduciéndolo en su boca comenzó a chuparlo. Una corriente de placer bajó desde la punta de mi cola hasta los pies, apreté el esfínter y gemí mientras el color rojo subía por mis mejillas.
Después de un rato, Sonia se incorporó.
– Ya esta dura. – dijo con un brillo especial en los ojos.
Nos besamos de nuevo.
Esta vez fue ella la que susurró en mi oído.
– Te quiero dentro de mí.
Durante un instante entré en pánico, no estaba seguro de que hubiese condones en la casa.
– No te preocupes. – dijo leyéndome la mente.
– Tengo preservativos en el bolso. Saben a melocotón.
Con habilidad Sonia vistió mi crecido miembro con la goma y luego quitándose la ropa se abrió de piernas y expuso su coño rasurado.
– Métela, métela ya… – rogó visiblemente excitada.
Era obvio que estaba mojada.
Sin dificultad, mi pene se coló en la vagina casi de un tirón, haciendo que mi vecina gritase de placer.
Su rostro estaba rojo, su cara tan caliente como la mía. Sus labios entreabiertos invitaban a un nuevo beso.
Saqué el miembro y al tiempo que volvía a envestir llegando hasta el fondo ahogué su gemido con un beso. Sus manos se agarraron a mi trasero con fuerza como deseando que nunca saliese, que siempre permaneciese allí dentro haciéndola gozar.
El orgasmo no tardó en llegar. Sonia perdió el control de su cuerpo arqueando la espalda, contorneándose sin saber muy bien como gestionar esa corriente que durante unos segundos la estaba volviendo loca. Mi turno llegó después ya fuera de su cuerpo, descargando el semen dentro del condón, mi vista borrosa durante unos instantes.
Luego ella se tumbó boca abajo y yo la cubrí parcialmente con mi cuerpo abrazándola.
Los minutos pasaron.
Fuera, los amantes del banco hacía tiempo que habían dejado el parque y ahora solo quedaba el piar de los pájaros y el susurro de la brisa.