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Mi tía Soledad
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Contaré una anécdota de las varias curiosas y sensuales que tengo. Hace unos 6 años, más o menos, en la reunión de año nuevo como solemos la familia nos reunimos para celebrar el año viejo y recibir el año nuevo.

Entre los destacables estaban hermanos y hermanas de mi madre y uno que otro también de parte de mi padre; en cuanto a él respecta, no mucha de su familia se codea con nosotros, pero es bueno aquellos pocos que sí. Éramos unas 35 personas, apenas y cabíamos dentro de casa, así que nos entendimos hacia la cochera con mesas y sillas.

El ambiente era bueno, la mayor parte de mis tíos maternos eran hombres, de esas familias de 10 hijos que mi abuela tuvo. Entre esos hermanos solo destacaba mi madre y su hermana, mi tía Sol. Mi madre era la mayor de todos ellos, teniendo ya 50 años, en comparación con mi tía Soledad que tenía 38, resultaba ser de las menores entre los hermanos de mi mamá.

Peculiar su nombre, Soledad. Desde que tengo memoria de ella, siempre ha sido muy amable y vivaracha con todos. Es la tía que todos queremos, y uno pensará; tendrá marido, una familia, habrá hecho su vida. Pues, no en realidad. Siempre que nos reunimos —o que también me entero de algunos chismecitos cuando se reúne con mamá— suelta la gota gorda a lágrima y se llega a quejar de que todas las personas la tratan igual. Hombres o mujeres, indiscriminadamente.

Ha tratado de conseguir pareja desde que salió de la universidad, pero simplemente no se le da; o quieren aprovecharse de ella, o resulta ser una persona indeseable para su vida. Ella es muy selectiva, pero aún así, debió encontrar una buena pareja después de tantos años.

Pues no, desde que tengo 18 y me doy cuenta de ello, se va a llorar con mi madre o a quejarse de como le trata la vida, y pues a ella no le queda de otra más que tratar de comprenderla y animarla, después de todo, es su única hermana en la familia.

Después de esa reunión de año nuevo, un par de meses después, se aproximaba mi cumpleaños. Esta era una ocasión distinta, no haría nada muy grande y solo me la pasaría en casa, o si mis amigos me hablaban, saldría con ellos, cosas que nunca pasó. Me fui resignando a qué pasaría esas fechas solo, aun cuando faltaban semanas para que llegara.

Mi tía Sol vino a visitar a mi mamá en esos días, a veces se venía un par de días, se quedaba a dormir, pero esta vez parecía apurada con regresar a casa. No puse especial atención, pero dejó unas llaves en la mesita de la entrada y se fue despidiéndose a lo rápido de mí y de mi madre.

Al poco rato me explicó mi mamá que mi tía Sol necesitaba ayuda en su casa, remodelaciones que tenía que hacer, y se fue rápidamente a recibir el material que había pedido sobre encargo. Entendí que quería pedirme ese favor a mí, y no tenía problema, después de todo tenía tiempo libre por las tardes al salir de trabajar.

Tomé las llaves justamente ese día sábado y fui camino a casa de mi tía en el coche. No era tanto tiempo de camino en realidad, pero por la ventaja, seguramente llegaría unos diez minutos después que ella.

Al arribar a su domicilio vi como iban descargando azulejos y piezas de madera ensamblada, no mucho en realidad, pero lo suficiente para un trabajo de un par de semanas, seguramente. También dejaron botes de pintura ya preparada e impermeabilizante.

Después de acarrear todo el material hacia dentro de la casa, los trabajadores se retiraron, y genuinamente me surgió una duda. ¿Por qué no contratar albañiles? Según ella, eran caros. Y la señora muy testaruda, igualita a mi abuela, que en paz descanse.

En esos días de trabajo también ella ayudaba en lo que más podía; pintando paredes, tratando de ensamblar marcos de madera para la remodelación de su habitación, cosas así.

En los descansos que teníamos, ya fuese que comiéramos juntos algo, tomarnos un refresco o a veces también una cerveza, nos fuimos haciendo más unidos, platicando cosas de nuestra vida, como buenos amigos.

Si algo le caracterizaba es que no sabía medir las cosas que contaba una vez estaba en confianza, lo notaba muy seguido con mamá.

¡Así fue como me enteré de su virginidad! Así es. Podría decirse que me aproveché de esa "falla" pero ella no pareció arrepentida una vez me contó, hasta fue lo más normal y fluido posible. No dio muchos detalles, pero yo suponía que al menos intimidad consigo misma ya había tenido. Entre platicas me lo contó también; se tocaba y frotaba, pero nunca se había animado a meter nada más allá de la yema de sus dedos.

Teniendo estas pláticas, un par de veces me llegó a pedir total discreción, sobre todo con la familia, mi mamá, sus hermanos. Era temerosa, pero por como era tan confiada, se notaba que tenía una mente pervertida.

Cada vez se acercaba más mi cumpleaños y casi terminábamos el detallado de sus remodelaciones. Entre platicas tocamos el tema de la celebración, a lo que le comenté como me sentía al respecto. Trató de animarme, pero no hubo muchos cambio en realidad.

Fue cuando empecé a notar cierto nivel de coqueteo en nuestras charlas, haciendo retrospectiva.

Yo no soy especialmente alguien de buen físico, en el sentido atractivo en general. Tengo mis kilos demás, cuerpo ancho y algo lampiño, soy muy el promedio de alguien "sin chiste" según mi percepción. Sin embargo, ella parecía analizarme de vez en cuando con su mirada, como si buscara admirar cada parte de mi cuerpo, y más de una vez lo había notado.

Más allá de eso, en contraposición, ella me parecía excelente, del tipo de mujer que me gusta.

Regordeta, piel suave, cabello corto. Se notaba que sus muslos y trasero se vieron afectados por el consumo de azúcares, pero eran apetitosos a la vista.

Usualmente usaba vestidos frescos o grandes, y cuando estuvimos trabajando, siempre llevaba jeans que se le marcaban en el vientre y trasero.

Bromeando me hizo una propuesta:

«Tienes las llaves de mi casa, niño. Si de verdad no harás nada, no celebrarás, ven aquí mi casa, que es tu casa, ese día tarde por la noche, ¿va?»

No dio detalles, solo dejó esa invitación, y lo dejó a mi decisión.

Después de todo, llegó el día. Estaba nervioso por sus palabras, en realidad. No sabía si lo dijo bromeando o iba en serio. Quizás no era nada del otro mundo y yo lo estaba mal interpretando todo.

Mentí a mi mamá, le dije que esa noche saldría con mis amigos y que avisaría cuando estuviera de regreso a casa. Siempre fui un hijo centrado, que no tuvieron nada de problema con ello.

Me dirigí a casa de mi tía Sol. Entré avisando que había llegado y me recibió. Llevaba uno de esos jeans que usaba mientras hacíamos las remodelaciones, con una blusa de manga media escotada y maquillaje ligero en sus labios y ojos. Se veía espectacular.

Cenamos, me había preparado una cena con mi comida favorita y un pastel individual de mis favoritos, cheesecake de arándanos.

Pasamos la noche muy bien, tranquilamente y conviviendo sanamente.

Se fue por unos momentos y trajo de su habitación una caja envuelta como regalo, a lo que me apené un poco y agradecí. Ella parecía impaciente porque lo abriera. Para mí sorpresa al abrirlo, se trataba de una prenda que desprendía un aroma peculiar e intenso. La desdoblé y mi corazón se detuvo por momentos para después latir a mil por hora. La vista se me nubló y mi cuerpo helado, no pude levantar la mirada con ella al tener la prenda en mi mano; era una trusa color blanco, con manchas tenues en la parte inferior y un olor sin igual, a sus fluidos, sudor, quizás también se trataba de líquido vaginal, que hicieron en mi tener una reacción progresiva; mi pene se estaba erectando pero no era capaz de mirarla aun cuando me hablaba entre risillas.

—¿Te gustó el regalo? —me dijo soltando una risa que se mezclaba también con un tono de voz nervioso.

No tuve palabras para responder en realidad, estaba en shock, pero no fue necesario pues mi entrepierna indicaba lo mucho que me había gustado. Quizás era de los mismos nervios, pero mi tía lo notó también.

No tengo un pene de modelo porno, ni mucho menos. En realidad es algo muy dentro de la media, 12 centímetros y con un ancho considerable. Suficiente para notarse el bulto conmigo sentado.

Mi tía se acercó más a mí para hablarme al oído.

—Es una pena que seamos familia, desde que te he visto crecer me has parecido un muchachito excelente, ahora todo un hombre, como aquellos que tanto desearía tener en mi vida como una pareja, como mi esposo.

Por fin pude voltearla a ver después de sus palabras, y ella continuó.

—Pero si tú quieres, puedes tener todo esto, saltándote los pasos de ser una pareja. Que sea nuestro secreto, mi niño. No le vayas a decir a tu mamá.

Se rio pícara y esperó a mi respuesta.

—¿Puedo olerlos? —le pregunté, a lo cual asintió prontamente con la cabeza y procedí a pegarle una inhalada profunda, que me hizo marear un poco y ahogarme en el éxtasis que eran sus fluidos íntimos ahora ya secos e impregnados en esa trusa blanca semi transparente.

Me puse de pie con ella y me comenzó a besar, tal cual dos pubertos en plena calentura. Yo tenía experiencias previas de como coger, más sin embargo era mi primera vez con una mujer madura. Sabía cómo complacer conchitas de varios tamaños, así como culitos de chicos que también me parecían deliciosos.

Se fue quitando la ropa mientras retrocedimos a su habitación para dejarse caer en la cama y retirar su pantalón con rapidez; ya iba preparada para la situación, no llevaba calzones puestos, lo cual hizo que su humedad saliera como hilillo que prontamente se desintegró, no era ni viscoso pero ni muy líquido.

Quería saborear me sus tetas, su cuello, su barriga regordeta, su puchita mojada y sudorosa. Ella me desnudaba desesperada y, cuando me tuvo encima de ella, me agarró la verga que lloraba pre semen de lo excitada que estaba.

—¡Métemela, mi niño…! —sonó desesperada y casi gimiendo, se estaba restregando por poco contra mi pecho y la cama.

Teníamos toda la noche, y, como su sobrino obediente, coloqué mi glande justo en la entrada de su vulva la cual estaba caliente y muy mojada. Estaba preocupado por lastimarla, que me detuve por unos segundos, pero ella estaba ansiosa por sentirme dentro de su cuello uterino, empaparme y apretarme con su jugosa carne.

Seguía repitiendo "Métemela" mientras me veía a los ojos y cambiaba la vista hacia abajo, tratando de ver nuestras intimidades por encima de su blanca barriga.

No pensé más y me dejé llevar. Al inicio parecía atorada y sacó un gemido ahogado como de dolor.

—Métela, dale, dale mi niño. —siguió suplicando tratando de ignorar el dolor.

Seguí y entró toda, quedando nuestros vientres pegados, juntando nuestros vellos púbicos y con su voz agitada y ahogada. Sentí como se movió y seguí su movimiento, chocando la cabeza de mi verga con la entrada de su útero, dando besitos ambas carnes, que se sentían con cada embestida. Miré en repetidas ocasiones hacia abajo, no salía nada de sangre, sin embargo tanto ella como yo sabíamos que la estaba desvirgando, que la verga de su sobrino seguía y seguía embistiendo y cogiéndola como chiquilla de preparatoria ida por la fuerza de la lujuria y las hormonas.

Fueron en realidad pocos minutos, hasta sentir que sus paredes me apretaban tanto que me corrí dentro de ella. Asustado, traté de separarme, pero ella me detuvo.

Me sonrió con ternura y lujuria.

—Déjala mi niño, ya veré qué hacer. ¡Disfrútame, cógeme y déjame disfrutar también!

De nuevo me dejé llevar, mi juicio estaba nublado por el placer y la lujuria, que simplemente seguí cogiéndomela sin remordimientos. Mi verga se había puesto realmente sensible y más dura, sentía como palpitaba dentro de la vulva de mi tía.

Ella había dejado de apretar tanto, que sonaban nuestras intimidades bombear, ese sonido delicioso y excitante de nuestros fluidos mezclándose y batiéndose. Seguí y seguí hasta sentir una pequeña cantidad de fluidos más líquidos que viscosos salir por el mínimo orificio que quedaba, dejando entrar aire y sonando ese característico sonido de peditos. Ella no se avergonzó para nada, incluso parecía excitarle más escucharlo y a mi también. Se había corrido un poco, gemía y gritaba en pausas ahogadas. Y movía su cabeza desesperada, hasta que con sus manos, me detuvo empujando levemente mi pecho, dejó escapar exhalaciones pesadas y con un firme "síguele" continúe cogiendo la pucha de mi tía, hasta derramar mi sudor sobre ella.

Comenzaba a perder fuerzas en las piernas y brazos, cuando aceleré mis movimientos y sentía como se me salía la leche sin poder controlarla. No estaba siendo una carga estática como la primera, sentía como me estaba ordeñando poco a poco, como si se me saliera a chorritos, vaciándome, tragándosela con su útero y batiéndola como mantequilla dentro de sus cavidades vaginales, hinchadas, calientes, fértiles.

Sentí mi verga vaciarse y caí sobre ella, aun poniendo resistencia en mis brazos para no caer con todo mi peso.

Mi pene se salió por la posición en que nos encontrábamos dejando salir con un sonido húmedo y de presión los jugos batidos de ambos, que le recorrían hasta la separación de sus nalgas y culo.

Me estaba quedando dormido junto a ella después de cuarenta minutos sin parar de coger. Cómo adolescentes hormonales, como animales en celo.

—Gracias mi niño. —me dijo al oído y me dio un beso en la mejilla.

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