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Mi suegra es mi mujer (capítulo 2)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Al regresar a la casa en la noche, ella me esperaba. La casa estaba limpia y la mesa estaba puesta. Lucía unas sandalias de tacones, una lycra blanca muy estrecha que transparentaba su tanga verde, una blusa escotada sin brassier, y estaba perfectamente maquillada. –Mi amor, ¿quiere que le sirva la cena? –me preguntó amorosa.

Yo asentí, un poco confundido. Ella me sirvió un delicioso pollo con verduras y una copa de vino.

Mientras comíamos, las miradas iban y venían. Las de ella estaban llenas de amor y lujuria, pero las mías revelaban confusión y vergüenza. Ella lo notó y me dijo –Papi, lo de anoche es lo que tenía que pasar. Yo crie a mi hija para que fuera una buena esposa, pero después de lo que pasó con ella, yo me siento avergonzada y quiero reponer el daño que le hizo.

Usted es un buen hombre y merece que una mujer lo trate bien. Si mi hija no pudo hacerlo sentir bien, yo quiero compensarlo y hacerlo sentir bien.

Yo no sabía que decir. Solo le di las gracias por la rica cena, mientras ella sonreía y recogía los platos. La miré mientras lavaba los platos, se veía tan sexy en esa lycra apretada que había encontrado entre las cosas de Estrella. Era obvio que la había escogido a propósito.

Al terminar, me fui a la sala, con la intención de ver televisión, pero ella me siguió de cerca y me quitó el control remoto de las manos. Se sentó en el sofá, a mi lado, sentada sobre una pierna como una adolescente. Me miró a los ojos y trató de disipar la confusión. –Mi amor, yo soy una mujer mayor y casada, pero yo sé lo que quiero. Estoy aquí por que quiero. Yo entiendo que tu eres un hombre joven y que después de lo que te hizo la zorra de Estrella, estás en tu derecho de buscarte cualquier hembra que quieras. Yo no me voy a meter en eso, si tú quieres buscarte una mujer, yo lo voy a respetar, pero mientras estés solo, tú tienes que saber que me tienes a mi –me dijo con toda claridad, y después agregó con picardía – …para lo que tú quieras.

Su lycra blanca dejaba ver el calzón verde que tenía debajo, cubriendo la deliciosa vulva que había traspasado la noche anterior y eso no me dejaba tranquilo. Ella me preguntó si quería vino y yo asentí, así que ella tomó un sorbo de su copa y acercó su boca hasta mis labios. Abrí la boca y la besé una vez más mientras escupía lentamente el licor dentro de mi boca.

Poco después ya estaba acariciando sus hermosas y grandes tetas mientras miraba extasiado sus pezones oscuros y erectos. Buscaba mi verga con sus manos suaves y traviesas, me la frotaba por encima del pantalón y disfrutaba de sentirla tomando su tamaño completo. Le quité la lycra con desesperación y ella aprovechó para mostrarme su culo grande y firme. Se inclinó para que yo apreciara el calzón y la forma en que desaparecía entre sus nalgas. Yo traté de levantarme del sofá para besárselas, pero ella me empujó mientras se arrodillaba entre mis piernas. Me desabrochó el pantalón y se apoderó como poseída de mi picha dura. La mamó con pasión mientras yo acariciaba su cabello y me relajaba.

Después de unos minutos, se levantó, se quitó la tanga a la carrera y se subió encima de mi regazo mientras hundía su lengua dentro de mi boca. Lo próximo que sentí fue el placer intenso de mi glande deslizándose dentro de su húmeda vagina. Sentí un escalofrío delicioso y cuando abrí los ojos pude ver los suyos ávidos de placer. Se detuvo un minuto mientras retenía mi miembro erecto dentro de su rico y experimentado bizcocho. –Papi… Mi vida, esta noche es nuestra, vuélvete loco y gózame. Acuérdate que no solo soy tu suegra, ahora también soy tu mujer.

El resto de la noche fue una orgía de sexo descontrolado.

Culeamos como quinceañeros en celo en todas las posiciones y de todas las formas en que se nos pudo ocurrir. La violé salvajemente en cuatro patas, como a una perra. Le hice el amor tiernamente en posición de misionero mientras ella gemía delicadamente. Hicimos un delicioso 69 que duró lo que pareció una hora. Nos mamamos mutuamente los genitales sin prisas pero llenos de deseo. Nos levantábamos desnudos por la casa buscando una copa de vino para hidratarnos para luego continuar con las caricias, los besos, las mamadas, las penetraciones.

Pasada la medianoche, nos sentamos agotados a recuperar la respiración en el sofá. Doña Marcela me miró con complicidad, despeinada, con el maquillaje corrido y cubierta por una fina capa de sudor. Por alguna razón se veía increíblemente hermosa y deseable. Me preguntó con un sonrisa –Dime papi, ¿te gustaba cogerte a Estrella por el culo?

Yo me ruboricé un poco, tanto por la pregunta cómo por la respuesta sincera que tuve que darle –La verdad suegrita, es que su hija nunca dejó que me la cogiera por el culo. –¿Cómo es eso? –me preguntó riendo un poquito. –Así como lo oye. Yo lo intenté varias veces, pero ella decía que no le gustaba, que le iba a doler, que eso era una cochinada de maricones. –¡Esa niña boba no sabe lo que es rico! –rio mi desnuda y hermosa suegra.

Lo próximo que hizo fue llevarme a su habitación. Se sentó en la cama y mientras yo permanecía de pie, me chupo la verga una vez más hasta que la puso tiesa como un mástil. Sacó un frasco de vaselina de la mesa de noche y me untó la picha generosamente. Luego se arrodilló sobre la cama y me dijo –Date gusto mi vida, tu suegrita te va a enseñar de lo que te has estado perdiendo.

Se inclinó hasta apoyar las tetas sobre la cama y me ofreció sus nalgas hermosas. Pude ver su ano ensancharse un poquito, invitándome a penetrarlo. Apoyé el glande contra él y respiré profundo antes de empujar la verga lentamente hasta hundirla hasta los testículos. Ella pegó un grito salvaje que me dejó congelado. Pensé que le había hecho daño y no quise moverme, pero ella se volteó sonriendo con malicia – ¡Cabrón, que cosa más rica! ¡Amo tu verga yernito!

Ahora dame duro. Imagínate que soy la cabrona de Estrella y desquítate.

Le hice caso y empecé a bombear su esfínter apretado y delicioso. Metía y sacaba mi verga lubricada de ese hueco delicioso mientras sentía un placer increíble. Doña Marcela gemía y gritaba totalmente entregada mientras el marido de su hija le daba verga por el culo.

Finalmente, el placer se condensó en una eyaculación poderosa y liberadora. Grité de satisfacción mientras la última gota de mi leche se le hundía profundo en el recto.

Caímos rendidos y nos abrazamos desnudos mientras nos dábamos besos y caricias de agradecimiento mutuo. –Papi, cielo, quiero que me agarres por el culo cada vez que quieras. Yo no soy la pendeja de Estrella. Soy tu perra y tu puta y disfruto que me lo hagas saber.

Después de esa noche, nuestras vidas cambiaron. Mis dudas desaparecieron y me sentía feliz, tranquilo y profundamente satisfecho. La vida se volvió más doméstica y rutinaria, pero de una manera deliciosa.

Yo regresaba del trabajo lo más temprano posible y nos entregábamos al placer. Ella se preocupada de que la encontrara fresca y maquillada y siempre vistiendo las ropas más vulgares y deliciosas que podía conseguir, cosas que nunca antes le vi usar mientras la conocí simplemente como la respetable madre de mi esposa.

Doña Marcela mantuvo sus cosas en la habitación de visitas, pero la verdad es que casi todas las noches dormíamos juntos, desnudos y abrazados en donde nos alcanzara el clímax y el agotamiento, a veces amanecíamos en mi cama matrimonial, la misma que compartí con Estrella, a veces en su cama y a veces tirados en la alfombra de la sala. Muchas madrugadas después de un sueño ligero, nos levantamos el uno al otro para disfrutar de una última culiada antes de que saliera el sol.

Uno de esos días, después del trabajo, me sorprendió con una adquisición diferente: había mandado instalar los canales para adultos en el cable. Mientras estuve casado con Estrella, nunca puede ver pornografía a gusto. A veces entraba por Internet a alguna página en el taller, pero la cosa no pasaba de una calentura.

Ese día, en cambio, mi suegra me sirvió un whisky, me quitó el pantalón, y se sentó a mi lado con el control remoto en una mano mientras buscaba los nuevos canales. Pasó varios hasta que encontró uno en el que una pareja de lesbianas se besaba apasionadamente antes de consumirse en un delicioso 69. –¿Te gustan éstas, papi? –me preguntó con morbo.

No contesté, pero ella pudo sentir un ligero respingo en mi verga. La tomó con su mano y procedió a frotarla lenta y maravillosamente. Yo tenía los ojos clavados en la pantalla, pero ella alternaba entre mirar la TV y mirar la verga erecta que masturbaba. –Están buenas esas hembras ¿verdad? Mira que rico se chupan. –comentó mi suegra.

Yo solo sonreía y disfrutaba. Minutos después apareció en pantalla el novio de una de las chicas, sorprendiéndolas en pleno acto. Se desnudó y su gran verga de actor porno pronto estuvo bombeando salvajemente a una de las actrices mientras la otra lo besaba con pasión. –Que rico eso papi. –exclamó doña Marcela. –Me gustaría mucho verte darle verga a una hembrita así, en vivo y a todo color.

Mi verga se endureció aún más, si eso era posible, y poco después soltó un poderoso chorro de semen para deleite de mi suegra, que miraba y sonreía, satisfecha de haberme hecho eyacular entre sus manos.

Los días pasaron y mi relación con mi suegra se solidificó hasta el punto en que no me imaginaba la vida antes de que llegara a mi casa. Todo era perfecto y placentero. No sé qué le dijo al gringo, pero sus cosas aparecieron en mi casa y no se volvió a separar de mi.

Todo era como debía ser hasta que un buen día, cerca de cinco semanas después de ese maravilloso día en que Estrella me abandonado, me encontré con una sorpresa al llegar del trabajo.

Mi suegra me recibió en la puerta, con un beso como siempre, vestida en falda y una blusa de seda transparente que dejaba ver claramente su brassier, un poco pequeño para contener sus grandes y hermosas tetas.

Ahí, en medio de la sala, estaba Estrella.

Sentí un horrible golpe en la conciencia que me sacaba de mi paraíso. Mi esposa estaba parada allí, con un mal corte de cabello en una melena rubia mal teñida. Estaba ojerosa y pálida y vestía un jeans viejo que le quedaba grande y una sweater fea de lana. Me miró como un cachorro desamparado y por un instante sentí lástima.

Pero tan pronto mi asombro pasó, me invadió una horrible sensación de rabia y asco. Ahí estaba la mujer que me había abandonado. La que me había dejado por un hombre al que había juzgado mejor que yo.

Un millón de cosas me pasaron por la cabeza, pero la única que no me pasó fue preguntarle que le había pasado. Por su facha era obvio que su nuevo “amor” la había tirado a la calle con la misma facilidad con que la recibió. –Esta ya no es su casa –le dije con firmeza.

Ella me miró a punto de llorar y me dijo –No tengo a donde ir –mientras daba un paso hacia adelante. Yo di un paso atrás y le hice una señal para que se detuviera. No la quería cerca. –No hay lugar para usted en esta casa. Usted la dejó por su voluntad y ya no hay sitio para usted.

Mi suegra, que miraba desde atrás se acercó. La tomé por la cintura y le planté un beso en la boca mientras mi esposa miraba con la boca abierta. Trató de decir algo, pero mi suegra la detuvo furiosa –¡Cállese, puta! El día en que se fue, las cosas cambiaron en esta casa.

Después de eso, le largó un sermón tremendo que me dejó frío. Le reclamó su pecado y le dijo con todas las palabras que había abandonado a su esposo por otro hombre y que no tenía ningún derecho a reclamar nada.

Yo me aparté un paso y vi como Estrella se ahogaba tratando de justificarse pero no pudo más que lloriquear en su sitio.

Mi suegra dio media vuelta, respiró, se compuso, y se me acercó. Me dijo en voz baja –Me alegro de que mi hija no esté muerta, pero no me alegro de que haya regresado.

Pero esta es tu casa mi amor, y puedes hacer lo que quieras –y se fue para la cocina.

Después de eso, quedé solo con Estrella en la sala, viéndola lloriquear y mirándome como buscando que la perdonara. Pero no pude. –La única forma en que se puede quedar es que se calle la jeta y entienda que usted y yo ya no vamos a ser lo que fuimos. –le dije con la firmeza que me faltó cuando le permití salirse con las suyas tantas veces.

Mi suegra regresó y le dijo en mal tono a Estrella –La cena está servida.

Ella titubeó. No sabía que hacer, pero estaba hambrienta y asustada de volver a la calle. Siguió a la mamá hasta el comedor y se sentó gimoteando pero sin decir palabra.

Doña Marcela nos sirvió y comió en silencio. Yo mordisqué la comida, pero había perdido el apetito. Y me retiré a mi habitación.

Poco después entro mi suegra –La acomodé en el cuarto de visitas y le advertí que si reclamaba o si jodía por algo la ibas a echar.

Esa noche violé a mi suegra con rabia y con amor. No quería que la intrusa de mi esposa se interpusiera entre nosotros, que arruinara el paraíso que doña Marcela había armado para mí. Después de la vigorosa culiada nos acostamos desnudos y abrazados como muchas noches antes, y le hice saber a mi suegra que no quería que Estrella se quedara si eso significaba sacrificar nuestra relación. Ella no me dijo nada, pero me durmió entre besitos y caricias.

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