¡Hola a todos! Primero quería agradecer la gran acogida que tuvo mi primer relato. Estaba un poco nerviosa, ya que era la primera vez que publicaba y no sabía si lo iba a hacer bien o si gustaría. Y he de decir que he recibido una gran cantidad de feedback positivo, cosa que me anima muchísimo a seguir explicando mi despertar sexual.
Para los que me leéis por primera vez voy a hacer un poco de descripción mía. Mi nombre es Mercedes y soy una mujer madurita, de 45 años y por lo que me dicen bastante atractiva, aunque no llamo mucho la atención a simple vista, ya que siempre visto ropa bastante discreta (algunos pueden pensar qué recatada) y soy bastante modosita. Mido 1,65 y peso 55 kg. Tengo pelo negro, con media melena y siempre uso perlitas como pendientes, cosa que le da un toque clásico que me encanta y que he descubierto con el tiempo que a muchos hombres les pone. Al vestir siempre modosita y recatada no destaco mucho, pero sí que puedo decir que soy algo ancha de caderas y bastante piernuda y un poco culona. Me gusta ponerme pantaloncitos tipo tejanos algo ajustaditos, pero siempre de colores rositas o blancos o pastel para no llamar la atención. También puedo usar faldita o vestidito largo. Normalmente, uso blusas sin demasiado escote, pero sí que el otro día llevaba un top que dejaba marcados mis sujetadores. Mis pechos no son enormes, pero tienen un buen tamaño para poder jugar con ellos. Y mis pezoncitos ya se ponen tiesos a lo más mínimo.
Al ser una mujer de corte tradicional, todo el tema del sexo me quedaba un poco lejos, hasta que tuve mi primera experiencia de verdad con mi sobrino Sergio y mi compañera de trabajo, la Dra. María. Todo ello está relatado en mi primer relato titulado “En la consulta con mi sobrino”.
He de decir que fue una experiencia chocante, pero muy gratificante. Me quedé un poco aturdida con lo que había pasado. Todo era muy nuevo para mí y a ratos tenía la sensación que todo había sido un sueño y que no había pasado de verdad. Pero sí que había pasado, ¡ya lo creo! Y en el fondo, a pesar de mis inseguridades y contradicciones, estaba encantada de que así hubiera sido. ¿Estaba cambiando mi manera de entender las relaciones y la vida? ¿Me estaba liberando sexualmente? ¿Podía algo que siempre me habían dicho que estaba mal y que no debía hacerse, hacerme disfrutar como nunca nada lo había hecho? ¡Parece que sí! Y todo eso se lo debía agradecer a María y a Sergio.
Al día siguiente de lo sucedido, coincidí con María en la cafetería del hospital. Debéis imaginaros un lugar siempre repleto de gente, donde la intimidad para abordar una conversación como la que me venía encima era prácticamente inexistente. Por suerte, era una hora poco habitual para el desayuno de los médicos e enfermeras, por lo que me encontraba con un montón de gente alrededor, pero con suficiente espacio como para que al hablar flojito, nadie se diera cuenta del contenido de la conversación. Vi a María venir de lejos, con un vestido precioso de color azul, bastante corto, unos zapatos negros monísimos y su melena rubia suelta. Estaba exultante. Si le hubiera puesto música hubiera parecido un anuncio. Yo estaba nerviosísima por encarar esa conversación. ¿Que debía pensar de mí? Estaba muerta de vergüenza. Al llegar a mi sitio, se sentó a mi lado.
– Buenos días, tía Mercedes -dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
– Hola -dije sin levantar los ojos del café con leche de avena y casi sin que se pudiera oír.
– ¡Alegra esa cara, mujer! Ayer fue uno de mis mejores polvos! Menudo sobrino tienes! No sabes cuanto me alegro de que me llamaras para que te ayudara.
– Ya… -yo estaba que me no sabía qué decir. Mi sobrino había venido a mi consulta, se había follado a María y se había corrido en mi cara y en mi boca. Y por si eso no hubiera sido suficiente, María y yo nos besamos compartiendo todo el esperma de Sergio hasta tragarlo todo. Me moría de vergüenza.
– En serio. Me lo pasé increíble. ¿Y sabes lo que más me gustó? Que fue tu despertar sexual: la primera vez que tenías sexo de verdad. ¡Y eso es increíble, tienes que aprovecharlo! Tienes un sobrino guapísimo y fuerte que tiene una de las mejores pollas que he visto y que puede hacerte sentir como nunca.
Levanté la mirada y la miré a los ojos. Yo estaba totalmente desubicada y perdida, pero a María le brillaban los ojos de emoción. Era todo seguridad.
– ¿Tú crees? – dije
– ¡Claro! No puedes desaprovechar esta oportunidad que te ha dado la vida! ¡Se te ha abierto un mundo nuevo y debes aprovecharlo! Llama un día de estos a tu sobrino, y con cualquier excusa lo haces ir a tu piso. Habláis de lo sucedido y aprovecha para hacer lo que no pudiste hacer ayer.
El día anterior, al cual se refiere María, había sido todo tan rápido que solo me quedé mirando como Sergio y María mantenían relaciones sexuales (a veces no me sale hablar de otra manera), pero no me había atrevido a ir más allá.
– No sé… bueno, la verdad es que mi marido está unos días fuera, de congreso.
– ¡¿Como?! -María soltó un grito que se pudo escuchar desde la otra punta de la cafetería. ¡Me cogió el teléfono de encima de la mesa y me lo puso en la mano- ¡¡llámalo ahora mismo!!
Cogí el teléfono que me había puesto María en la mano. Estaba temblando. Me quedé mirando la pantalla.
– ¿Ahora? -estaba temblando literalmente.
– ¡¡Que lo llames!! -en mi vida he conocido a nadie tan decidida como María.
Desbloqueé el teléfono, no sin equivocarme dos veces en el patrón. Busqué el número de Sergio en los contactos y le di a llamar… yo en ese momento estaba con tanto miedo y temor de encarar la situación, que solo pensaba: "que no conteste… que no conteste".
– Hola, tía Mercedes -contestó mi sobrino al otro lado del teléfono, con un tono de lo más contento.
Mierda, pensé… ¿y ahora qué? Sería capaz de manejar la situación?
– Hola, Sergio. ¿Qué tal? -me salió el tópico más tópico del mundo
– Pues en una nube desde ayer. Lo pasé genial. Y tú, ¿qué tal está mi tía favorita?
Wow. Parece que mi sobrino sí que estaba dispuesto a hablar del tema. Se le veía que tenía ganas. En parte me llamó la atención que fuera tan decidido, pero en el fondo me alegré porque pensé que esto me haría las cosas más fáciles.
– Bien… bien… -contesté
María seguía a mi lado mientras hablaba con mi sobrino… me puso su mano en el muslo, justo rozando mi zona de la vulva… me acariciaba la pierna, pero con intención de crear roce en mi vagina… eso no hizo que ponerme más nerviosa, pero en el fondo me estaba calentando. María tiene muchas tablas.
– No te noto muy convencida… seguro que estás bien? ¿No te gustó lo de ayer?
– Sí, lo que pasa es que estoy en la cafetería del trabajo, y no quiero hablar de eso ahora.
– Claro, lo entiendo perfectamente. Pero solo quería aclarar que fue uno de los mejores días de mi vida.
Yo me puse colorada. María seguía con su mano en mi muslo y me animaba con gestos a que le propusiera venir a mi casa.
– Mira, Sergio. Por qué no vienes esta tarde a mi casa. Termino a las 5. Podemos quedar ahí, no sé… ¿A las 7? Y así hablamos con más tranquilidad.
– Yo encantado. A las siete ahí, tía.
– Vale, pues nos vemos luego. Adiós Sergio -y colgué. Me despedí de manera brusca, pero es que me estaba matando la vergüenza.
María se me quedó unos segundos mirando como si hubiera ganado un premio o algo por el estilo.
– Joder, Mercedes!!! Que morbazo y qué suerte tener un sobrino así!!!
– Ya, no sé…
– Que no sabes? ¿Puedo ir yo también?
Me la quedé mirando con incredulidad.
– Es broma! Pero mañana quiero que me cuentes todos los detalles!!!
Me pasé el resto de la jornada laboral pensando en mi sobrino y en qué le diría cuando llegara a mi casa. Por una parte, tenía ganas y cuando pensaba en lo que podía llegar a pasar me animaba mucho, pero, por otra parte, se me generaban un montón de dudas e inseguridades… estaba hecha un flan.
Eran casi las 5, y ya estaba acabando de redactar los últimos informes para poderme ir a la hora, cuando recibí un mensaje. Era de mi sobrino:
No olvides coger tu bata de doctora.
Me quedé extrañada. ¿Mi bata de doctora? ¿Por qué quería Sergio que me llevara mi bata a casa? No le encontré explicación y simplemente la puse en mi bolsa.
Cuando salí del hospital me crucé con María, que iba con mi jefe del servicio. Es un hombre muy simpático y apuesto. Y muy guapo. Debe tener unos 55 años, más o menos. María se paró enfrente mío y cogiéndome de las manos me dijo:
– Ánimo, Mercedes. Seguro que va todo estupendamente. Y soltó una sonrisa de lo más pícara a la vez que me guiñaba el ojo.
Yo me quedé muy cortada. Mi jefe se nos quedó mirando y dijo:
– ¿Se puede saber de qué habláis? – se le notaba que tenía mucha curiosidad.
– Nada, cosas nuestras – respondió María. Y se alejaron.
Yo por mi parte salí del hospital dirección a mi parada de bus. Mi casa queda relativamente cerca, pero no lo suficiente como para ir andando. De camino a casa, ya sentada en el bus, iba pensando qué le diría a mi sobrino… estaba muy nerviosa. Repasé mentalmente el día anterior y como más lo pensaba más me gustaba. Y por lo poco que había hablado con Sergio, a él también. Quizá era todo más sencillo. Quizá solo debía dejarme ir…
Cuando llegué a mi casa estaba muy nerviosa, pero todavía faltaba mucho para las 7, así que cuando entré ordené la bolsa del hospital, dejé la bata en una silla del comedor para que no se arrugara si la dejaba dentro de la bolsa y me fui a la habitación a cambiar. No me gusta andar por casa con la ropa del hospital, y menos en estos tiempos. Me lo saqué todo y lo dejé en el cubo de lavar que tenemos en el baño. Noté que mis braguitas estaban un poco mojadas. Eso era normal? Yo ya… me las cambié también, claro. Me vestí con algo sencillo y cómodo: pantaloncitos cortos tipo chándal y un top.
Me fui a la cocina y me preparé un poleo menta. Me ayuda a relajarme. Estuve mirando la tele, por hacer tiempo y al cabo de un rato sonó el timbre. El corazón me dio un vuelco que casi me caigo de la silla. Guardé la taza del poleo menta en el lavavajillas y me acerqué a la puerta. Cuando abrí vi allí a mi sobrino Sergio: alto, de unos 190 cm más o menos y bastante fuerte, ya que últimamente está practicando mucho deporte. Con el pelo cortado a la moda (que no consigo entender) y bien afeitadlo. Iba vestido muy ligero: camiseta y una especie de pantalones de deporte o bañador, no sabría decir, y chanclas.
– Hola tía Mercedes – saludó Sergio y se acercó para darme dos besos mientras me cogía por la cintura con actitud firme.
– Hola, Sergio – dije como pude mientras notaba como se me enrojecía el rostro – pasa pasa.
– ¿No está el tío? – preguntó mirando por la casa.
– No, está de en un congreso. Así que tranquilo, que podemos hablar sin miedo.
Entramos en el salón y le invité a sentarse en el sofá. Le pregunté si quería beber algo y preguntó si tenía una cerveza, que con ese calor le apetecía mucho. Fui a la cocina, abrí la nevera y estuve delante del refrigerador abierto unos segundos. Cogí la cerveza, un abridor y un vaso y volví al comedor.
– Muchas gracias – dijo Sergio muy educado.
Me senté a su lado. Estaba tan nerviosa que no sabía ni por donde empezar.
– Mira, Sergio… lo de ayer… no sé como decirte… yo no soy así, ¿sabes?
Me miró a los ojos y con gran tranquilidad, me cogió de las manos. Supongo que me vio superada y quería transmitirme algo de su confianza. Su contacto me sobrepasó.
– Tranquila, Mercedes. No pasa nada. Yo entiendo que estés algo confundida, pero lo de ayer fue increíble. Llevaba mucho tiempo queriendo estar contigo y en cuanto vi la oportunidad no pude aguantarme. Lo siento si fui demasiado directo, pero ya son muchos años con esto dentro y tenía que sacarlo.
Yo estaba un poco confundida… Muchos años… Estar contigo…
– No te entiendo. ¿A qué te refieres?
– Pues que hace muchos años que siento un gran deseo sexual por ti. Siempre que te veo, con esa actitud de no haber roto nunca un plato, con tus pantaloncitos rositas y tus perlitas… si supieras la cantidad de pajas que me he hecho pensando en ti… hasta me he corrido en tus bragas alguna vez que había venido a esta casa. Menudo morbo lo de tus bragas…
Yo estaba que no me lo creía. Así no había sido solo el calentón de ayer. Resulta que mi sobrinito estaba loco por mi. ¿Como podía ser eso posible?
– Ay, no me digas eso, Sergio…
– Pero si es la verdad! Me he imaginado cantidad de veces como sería meterle mano a ese culito que tienes. O poder ver esas tetas que seguro que deben ser preciosas y que escondes bajo esas blusas.
– De verdad piensas todas esas cosas, Sergio? Pero soy tu tía. Además soy como 20 años mayor que tú!
– Pues eso no hace que excitarme todavía más. Mira, lo de ayer estuvo bien. Muy bien, pero lo que realmente me gustaría es verte de verdad, y que pudiéramos hacer todo lo que viste que hicimos con María.
– No lo dirás en serio!! – dije haciéndole creer que estaba indignada.
Me costaba de creer, pero en el fondo lo deseaba con todas mis fuerzas. Con tan solo esas palabras hizo que se me volvieran a mojar las braguitas.
– Mira, vamos a hacer algo. Yo tengo que ir al baño. Por qué no te sirves algo y luego continuamos hablando?
Sergio se levantó y se encerró en el baño. Yo me quedé aturdida: por una parte, estaba dudando mucho: ¿Quería hacer eso? ¿Quería estar con otro hombre por el mero hecho de tener sexo con él? Además, ¿estaría preparada para ello? El poco sexo que había tenido había sido con mi marido, y no era precisamente algo como para presumir mucho. Tampoco nunca lo había echado de menos. Mi educación y mi vida habían sido muy tradicionales. Por otra parte, lo que había visto ayer con mi sobrino y María me había gustado. Y mucho. Un poco sí que me había quedado con las ganas de participar y que mi sobrino me hiciera cosas… nos sé… estaba hecha un lío cuando mi sobrino volvió del baño. Mis dudas desaparecieron de golpe.
– Pero bueno, Merceditas – dijo con una sonrisa burlesca – y estooo???
Sergio apareció con unas bragas en su mano. Las sujetaba en alto, solo con el dedo índice. Pero no eran unas bragas, eran MIS bragas que había dejado en el cesto justo con la ropa sucia que me había quitado al llegar del hospital.
– Como te atreves a coger eso! – dije enfadada. Sentía que había profanado mi intimidad.
– Lo siento, no te enfades. He ido a mear y no he podido evitar mirar dentro del cesto… – se llevó mis braguitas a la cara – mmm… están mojadas. ¿Has sido mala, Merceditas?
Yo no me lo podía creer… estaba haciendo eso con mis bragas… pero me gustaba.
– Bueno, es que en el hospital, recordando lo de ayer y pensando en esta tarde…
– No hace falta que te disculpes. A mí me encana, mira – dijo mi sobrino. Y se bajó el pantalón. Salió disparado su enorme pene, dibujando una sutil curva. Era grande y grueso, pero lo que me llamó más la atención es que su punta brillaba y que estaba muy duro.
– Uau!! – me salió decir. Fue un acto reflejo, sin pensar.
– Ven aquí, anda. No muerde. Por qué no la tocas un poco.
Me acerqué. Tenía miedo, pero me pudo la curiosidad. Cuando estaba casi a tocar, mi sobrino me cogió mi mano derecha.
– Eso es, mira. Tócala. Toca mi polla.
Me puso mi mano sobre su enorme aparato y me la soltó. Fue como si fuese un imán. Mi mano se quedó pegada a su polla. Estaba increíblemente dura y muy caliente. Incluso pude notar como palpitaba.
– Eso es. Mira como la tengo. Has visto, está así por ti. Porque me excitas mucho.
– Ay, no me digas eso – yo me estaba derritiendo.
– Sí, ya lo creo. Está dura por ti. ¿Por qué no me la meneas? – volvió a coger mi mano y empezó a subirla y a bajarla suavemente.
– ¿Así? Lo hago bien?
– Síii… mmmm… lo haces muy bien, eso es… que gusto… mmmm… ahha
Pude notar como con apenas tocársela, mi sobrino se puso a mil. Creo que es la primera vez que fui consciente del poder que podía llegar a tener sobre un hombre. Y me animé a continuar.
– ¿Te gusta que te la menee? ¿Te pone que tu tía Mercedes te esté haciendo una paja? ¿Eh? ¿Te gusta?
No sé qué me pasó, pero me excité de sobremanera y me transformé.
– Ohhh sí, joder! Me encanta… que gusto… y que bien me lo haces… mmmm… así, muévela con suavidad pero sin parar.
Yo estaba delante de él, pero al ser más bajita quedaba a la altura de su pecho. Le estaba cogiendo la polla con una mano y con la otra lo abracé por la espalda. Me estaba gustando hacerle eso, porque podía sentir como su respiración se agitaba y como se iba excitando todavía más.
– Te quiero pedir una cosa, Mercedes. ¿Has traído tu bata del hospital?
Yo me separé un poco para mirarlo.
– Sí, mira, la he dejado ahí para que no se arrugue.
– Pues me haría muy feliz que te la pusieras.
– ¿Ahora? – yo me quedé parada… ahora que me ya me había animado…
– Sí, pero sin nada más debajo. Me da mucho morbo verte vestida con tu batita y me he imaginado cantidad de veces que debajo no llevabas nada. ¿Harías esto por mí?
Yo no sabía qué hacer, pero tocarle la polla, la verdad, es que me puso bastante a tono. Y si eso le excitaba, al final me iba a beneficiar.
– Vale, si es una fantasía que tienes…
– Joder, gracias Mercedes. Mira, me voy a dar la vuelta, así la situación tendrá más morbo.
Mi sobrino se dio la vuelta. Me quité la camiseta y los sujetadores y me puse la bata. Cuando la tenía a medio abrochar, me quité los pantalones, pero no las braguitas y terminé de abrocharla.
– Vale, ya estoy.
Mi sobrino se giró. Se le había bajado levemente la erección, pero al mirarme se le volvió a levantar incluso más que antes.
– Joder, Merceditas… me encanta.
-¿Sí? ¿Te gusta? – dije yo con tono provocativo – ¿y esto?
Me bajé las bragas, pero sin subirme la bata, ni abrirla, solamente pasé mis manos por dentro y las bajé, sin dejar ver nada. Y las tiré al suelo, a mi lado.
Mi sobrino puso los ojos como platos y plasmó en su cara una sonrisa de campeonato. Pude ver como se estaba cumpliendo su fantasía. Y a mí me estaba encantando descubrir esta faceta mía.
– Esto todavía me gusta más!!
– Ah, sí? – dije yo – te gusta que la Dra. Merceditas esté aquí contigo.
– Me estoy poniendo malo!! Ven… acércate Mercedes. ¿Por qué no le das un besito? -dijo Sergio cogiéndose con una mano su polla y zarandeándola con fuerza.
Me puse delante de él, me arrodillé y besé suavemente su glande.
– ¿Así? Está mojado – me sorprendí.
– Sí… ahmmm… Me sale un poco de líquido preseminal. Es normal, con todo lo que he visto.
– Vale. ¿Que tengo que hacer ahora? – dije con mi voz más inocente que tengo.
– Ahora debes besarla. Como si fuera un caramelo.
– Vale.
La cogí con una mano y la acerqué a mi boca. Saqué la lengua y empecé a lamerla como si fuera un polo.
– Ohhh… joder sí… que bien… que bien lo haces Mercedes… mmmm…
– ¿Si? – decía yo como podía – ¿te gusta? ¿Lo estoy haciendo como toca?
– Lo estás haciendo perfecto… mmmm… menuda mamada… me está dando mucho morbo que seas mi tía y me estés comiendo la polla… joder… la de veces que me he imaginado esto.
– Aghmm… mmmm… sí… ¿te has imaginado que te chupaba la polla?
– Ohhh… sí… muchas veces, y que te sobaba las tetas mientras me lo hacías… mmmm… así… mmmm.
Mi sobrino abrió un par de los botones de mi bata y asomaron mis tetas maduras. No son lecheras, pero tienen un buen tamaño. Siempre estaban ocultas bajo capas de ropa, pero esta vez estaban a la disposición de mi sobrino y no parecía que fuera a desaprovecharlo. Metió una mano, justo para coger mi teta izquierda. La cogió suavemente por debajo.
– Oh, joder que bien poder tocarte las tetas, mmmm… me voy a derretir… ahhhh.
Yo continuaba tragando, pero noté que se me habían puesto los pezones duros. Le puse las manos en sus musculosos muslos y quedaba solo con su polla en mi boca como punto de apoyo. Ahora podría hacer conmigo lo que quisiera.
– Así… asíii sin manos… que gusto… ¡te voy a follar la boca! Ahora verás! Abre todo lo que puedas la boca.
– ¿Así? -dije yo.
– Síii así!! Y ahora saca la lengua.
Mi sobrino me cogió mi carita con las dos manos y empezó a meter y a sacar su pollón en mi boca. Era realmente como si me follara, pero por la boca. A mí me daban arcadas y me empezaron a llorar los ojos, pero me estaba gustando mucho.
– ahgghhghh
– Eso es, eso es, Mercedes. Trágate mi polla!! Quiero que te la comas toda!!! Joder que gusto me estás dando, Merceditas!!! ahhahh
Estuvo un buen rato haciendo esto. Yo me iba quitando para coger aire y él aprovechaba que me sacaba su polla para darme golpes con ella en la cara y pasarla por mis labios.
– Que bien lo haces, Mercedes. Con lo recatadita que pareces y eres toda una tragona.
– Tú haces que sea así… y me está gustando mucho.
– Y más que te va a gustar. Ahora te voy a meter esta polla por ese coñito tan bonito que tienes, ¿vale?
– Claro… ¡lo estoy deseando! ¿Qué quieres que haga?
Me levantó del suelo y me besó en la boca, sacando la lengua y limpiando los restos de baba que me habían quedado. Me cogió por los hombros.
– Date la vuelta. Así. Te la voy a meter como si fueses una perrita. Ya verás que bien lo vamos a pasar.
Yo no entendía mucho. Todo lo que había hecho con mi marido era en la cama y en posición de misionero. Ahora estaba en medio del comedor, a cuatro patas y con mi sobrino detrás!
– Así… Así, Mercedes. Mira, ahora voy a empezar a poco a poco para que te vayas acostumbrando, ¿vale?
– De acuerdo -dije yo sin saber muy bien qué hacer.
Mi sobrino me cogió los dos cachetes, los separó levemente y empezó a introducir ese trozo de carne que lleva entre las piernas. Lo hacía de manera suave y delicada. Me estaba encantando.
– Joder, Mercedes… qué culo tan precioso que tienes.
– Calla, bobo -dije – eso lo dices por decir – se me ve demasiado grande.
– Que no, que no, que me encanta… es bastante grande, sí. Pero es como deben ser. Y a mí me gusta. Me gusta mucho… con la de pajas que me he hecho pensando en esto…
– Ah… ahhh… joder, ¿que me estás haciendooo?… ahhhm… -no podía parar de gemir. Yo no quería, pero era superior a mí… me estaba dando mucho gusto.
Aumentó el ritmo… me había metido todo hasta el fondo y notaba su pelvis en mi trasero… me cogió una teta con una mano y con la otra me hizo girar la cara hacia él. Menudo artista, me lo estaba haciendo todo a la vez: me estaba follando como a una perra, me estaba estimulando los pezones y sobándome las tetas y me estaba besando guarramente… y yo me estaba derritiendo literalmente.
– Joder, Merceditas… que coñito más apretadito y suave tienes… me encanta… me estás dando un gusto increíble. Menudo morbazo poderme follar a mi tía por detrás.
– Ahhh… a mí también me está gustando mucho… me estás matando… ahhhh.
Al cabo de un rato, que no sabría decir cuanto porque perdí la noción del tiempo pasó algo. Mi sobrino se quedó completamente quieto, pegado a mí, fueron solo unos segundos para acto seguido empezar a cabalgarme como si fuera una yegua desbocada… el ritmo era frenético.
– Ahhhh… te lo voy a dar todo… me voy a correr en tu cara…
Se separó de mí y me dio la vuelta. Casi sin tiempo para girarme, vi que mi sobrino tenía la mano en su polla: estaba enorme y brillante… iba a explotar ya y yo estaba deseosa!!
– ¿Quieres mi leche? ¿eh? Quieres mi leche en tu cara? Dímelo!
– Sí, quiero que te corras!! Quiero que me eches todo tu semen en mi cara. Vamos, córrete!
– Me corro!!! Me corro en tu cara!! Ahhhh.
Y empezó a sacar leche que parecía que no iba a terminar nunca. Fueron por lo menos 10 chorros de esperma blanco y viscoso que me llenaron la cara y la boca de rica lechita.
– Oh… ahhhh joder Mercedes qué corrida!!! Mira como te has quedado… mmmm… qué guapa estás llena de esperma… joder estás guapísima!!! Me encantas!!
Yo no podía casi ni abrir los ojos. Como pude me los limpié. Me ardía la cara. Era tal cantidad, que de mi cara bajaba toda por mi cuello hasta llegar a mis tetas. Era realmente excitante.
– Espera, que lo vamos a limpiar bien – dije yo – y me volví a meter su polla en mi boca, relamiéndolo todo y dejándole la polla limpia y reluciente.
Mi sobrino me levantó y me dio un beso en la boca. Después empezó a lamerme la cara, tragándose su propia corrida y compartiéndola conmigo.
– Así, bien limpita tu también… mmmm… me encantas.
Nos tiramos los dos en el sofá. Estábamos exhaustos.
– Gracias, tía, por dejarme cumplir mi sueño. Ha sido magnífico.
– No, Sergio. Gracias a ti. Me has descubierto quien soy realmente. Me has abierto un mundo nuevo que no tenía ni idea ni de que existía y me has hecho ver que el sexo es una cosa maravillosa de la que se puede disfrutar sin complejos. Y me has llenado de leche!!!
– Jajaja, me encanta correrme en tu cara… estás preciosa.
Nos dimos un último beso y me fui a la ducha. Había sido mi primera vez fuera del matrimonio. Mi primera vez de verdad. Y no iba a ser la última.
Espero que hayáis disfrutado mucho con mi segundo relato. A mí me encana contarlo, porque me hace sentir como si volviera a vivirlo.
Espero ansiosa, y ahora misma bastante mojada, vuestro feedback y comentarios a mi correo [email protected].
Un beso enorme.
Esperamos ansiosos pronto más ricos relatos.