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Mi primera vez con un desconocido
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Cientos de personas en aquel lugar, muchas voces y muchas miradas a mí alrededor, pero solo una llamo mi atención. Cuando encontré el dueño de aquella voz tan cargada de peligro supe que había sido un error buscarlo. Nuestras miradas se encontraron y mis labios se secaron en segundos, teniendo que lamerlos, algo que a mi parecer hizo que mi observador tensara un poco.

Su mirada era penetrante, tanto que debía apretar mis piernas para controlar el temblor que me causaba. Me erizaba la piel con cada gesto que hacía y cada movimiento de su cuerpo. Tan varonil, tan perfecto, tan sexual. Eso, me causaba tanto placer solo con su mirada que tenía terror de saber que podía hacer si me tocaba. Placer, una palabra tan sensual que el pronunciarla me hacía cosquilla en la lengua.

Se levanta y camina hacia donde deben estar los baños. Me levanto, pido permiso en mi mesa con educación y voy a su encuentro. Mi respiración es lo que escucho, mi deseo es lo que siento. Es tanto que mi intimidad pide a gritos saber si aquel hombre puede causarme aún más de lo que me ha causado. Lo veo, todo mi cuerpo se tensa.

Se acerca a mí y pienso que es mala idea, me doy media vuelta para marcharme, pero solo siento sus manos en mi cadera y mi rostro contra la pared más cercana. Siento algo más, su erección contra mi trasero y su respiración contra mi cuello. Tuve que arquear mi espalda por la corriente que me recorrió, sintiendo que mi interior se apretaba con fuerza. Gemí, lo sé, debía callar pero no pude hacerlo.

Él me deseaba, su cuerpo me lo gritaba. Subió mi vestido por completo, dejando mi trasero a la vista para su deleite, sus dedos jugaban con el borde de mi ropa interior, mientras sus labios recorrían mi cuello entre besos y mordidas. Olvide todo y me entregue, me di vuelta entre sus brazos para encontrarme con esa mirada que tanto prometía. Mis manos fueron a su pantalón, sin vacilar lo abrí, metí mi mano y toque su erección con ansias, jadeando por el calor que comenzaba a incrementarse entre mis piernas.

Tome su pene entre mi delicada mano y lo acaricie, sin dejar de ver a ese hombre a los ojos. Se estremeció y me regalo una sonrisa. Rasgo con fuerza mi ropa interior, llevando su mano a mi intimidad, dos dedos en mi interior y de mí garganta salió un fuerte gemido. Solo eso se escucha, no hay palabras, no había conversación, solo placer. Moví mi cadera comenzando a cabalgar sus dedos, sintiendo como entraban y salían de mí con tanta facilidad. Quería más y él deseaba darme más.

Cambio sus dedos por su erección, retirando mi mano de ella, llevando mis brazos a la parte superior de mi cabeza inmovilizando cualquier movimiento de mi parte. Apretó la punta contra mi entrada, me tomo de las nalgas con su mano libre y me subió a su cadera. Lo siguiente solo me hizo derretir por completo. Sentí su pene en lo más profundo de mi intimidad, de una sola estocada y sin preámbulo. Fuerte y profundo, llenándome.

Sus movimientos eran agresivos, posesivos y ansiosos. Mi cuerpo se amoldaba a su ritmo entre gemidos y suplicas que no podía pronunciar. Mi clítoris rozaba contra su pelvis, aumentando el placer hasta el límite más alto. Joder, iba a estallar.

Un gruñido ahogado en mi cuello me anuncio lo que venía, seguido de las penetradas más fuertes y violentas que había sentido alguna vez. Aquello me dejo sin aliento y temblando de pies a cabeza, sintiendo una explosión de placer, un calor que se concentró en mi clítoris extendiéndose luego por todo mi cuerpo. Mi interior lo succiono con fuerza evitando que saliera y causando que terminara en una fuerte y profunda estocada.

Mis piernas temblaban cuando estuve de pie frente a él, y entre ellas se deslizaba mi humedad, estaba contra la pared sin saber que hacer luego de aquello. El me ahorro cualquier formalidad, acomodando mi vestido y recogiendo mi ropa interior rota del suelo. La guardo en el bolsillo de sus pantalones, se acomodó su ropa y con un asentimiento de cabeza camino hacia el exterior. Lo seguí a los minutos sentándome en la mesa que me correspondía la cual estaba justo de frente a la de aquel hombre, cruzando mis piernas e intentando explicarle a mi esposo porque había tardado tanto en el baño.

Una sonrisa traviesa bailaba en mis labios, mi intimidad estaba húmeda, mi deseo complacido, mi ropa interior rota y todo gracias a un desconocido.

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