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Mi primera infidelidad
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Llevo casada cinco años. Conocí a mi marido en la Universidad, David, mi marido, estudiaba Ingeniería en Sistemas mientras yo estudiaba Gastronomía.  Nos graduamos y al año siguiente nos casamos. Somos muy felices, no me hace falta nada, ni siquiera en la cama, pero no pude ni quise desaprovechar aquella oportunidad de estar con aquel hombre dominicano, que sin duda tendría el pene más grande que el de mi marido.

En aquel entonces tenía cinco años en el mismo restaurante como Segundo Chef, y Martín, que era el Chef, estaba pronto por irse a trabajar a Paris. Creí que me darían el puesto, sin embargo a los días llegó el nuevo Chef, Enrique, que ocuparía el lugar. 1.82 m, negro, barba de candado y cabeza rapada. Guapísimo, me encantó desde el primer momento.

Durante un mes trabajamos muy bien y platicamos sin dar señales de ningún deseo. Pero yo lo imaginaba cogiéndome con fuerza, y eso hacía que, todos los días llegara a casa a masturbarme y alguno que otro tuviera sexo desenfrenado con David. Hasta que por fin me invitó a cenar, y sin dudarlo acepté.

Le dije a David que el fin de semana saldría con mis amigas a beber algo, y que no sabía la hora en la que regresaría, se ofreció a pasar por mí, pero le dije que iríamos a casa de una de ellas después y que yo me pondría en contacto con él para cualquier cosa.

Llegado el fin de semana, cerramos el restaurante y Enrique y yo salimos para ir a cenar. Fuimos a una pizzería, compramos una pizza para llevar y nos fuimos directo a su departamento.

Apenas entramos, comenzó a besarme y a tocarme por encima de la ropa. Me cargó y me llevó directo a su habitación. Mientras levantaba mi blusa, con sus grandes manos tocaba mi espalda y mis senos sobre mis brassier. Quitó mi blusa y después, con una facilidad desabrochó mi brassier, acariciando cada parte de mi espalda y acercando su boca a mis senos para lamerlos y meterlo en su boca de uno en uno. Juntaba mis senos y con su lengua jugueteaba con ambos pezones al mismo tiempo. Mi vagina estaba tan húmeda que podía sentir como se mojaba mi tanga. Me recostó sobre la cama y me besó todo el abdomen hasta llegar a mi pantalón, lo desabrochó y mientras lo quitaba me siguió besando y lamió la raja de mi vagina por encima de mi tanga. Hizo a un lado mi tanga y metió un par de dedos mientras lamía mi clítoris. Tuve un orgasmo espectacular que hizo que mis piernas temblaran.

Lo levanté y comencé a quitarle la camisa mientras él desabrochaba su cinturón y su pantalón. Al quitarse su pantalón junto con sus trusas noté su descomunal verga erecta llena de venas, la saqué e inmediatamente la llevé a mi boca. Comencé a lamerla poco a poco, a besarla y a meterla lentamente en mi boca. Él tomó mi cabeza y comenzó a meter y sacar su verga en mi boca con fuerza y ritmo.

Se levantó y sacó un preservativo de un cajón, se lo colocó, me acomodé en cuatro y me insertó toda la verga de un solo golpe. ¡Puf! Dolor y placer por igual. Yo gemía como nunca antes lo había hecho y le pedía que no parara. Me levantó y sentí su pecho mojado de sudor tocando mi espalda mientras me besaba. Sentía su verga tocando a fondo y tuve otro orgasmo. Me volvía loca.

Me recostó boca arriba, con mi cabeza fuera de la cama y comenzó a meterme su verga nuevamente en mi boca. Ésta sabía deliciosa combinada con mi jugos vaginales y los de él. Mientras me lamía el clítoris, me metía sus dedos en mi vulva. Me corrí en su cara. Por primera vez tuve un squirt, algo que David siempre había deseado y que no habíamos logrado. ¡Yo ya no podía más! Mis piernas temblaban y mi vagina palpitaba con tanta fuerza y tan rápido que pareciera que iba a estallar.

Se levantó, levantó mis piernas sobre sus hombros y me volvió a meter su verga nuevamente hasta antes de venirse. Sacó su verga de mí, se quitó el preservativo y terminó masturbándose encima de mí hasta echarme todo su semen sobre mi cuerpo. Algunas gotas cayeron sobre mi cara, otras sobre mis senos. Las limpié con mis dedos y las llevé a mi boca, quería saborearlo. Me levanté y le chupe la verga para limpiarla de los restos de semen que quedaron. Quedamos exhaustos.

-Debo confesar que estoy casada. -Le dije al quedarnos recostados en la cama.

-Lo sé. -Me contestó.- Llevas tu alianza. Eso me excita mucho.

Me levanté y me vestí. Me despedí y pedí un carro para irme a mi casa.

Noches como esta se han repetido constantemente. En ocasiones, en la oficina del restaurante. Quizá lo cuente en otro momento.

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