Sentada en la mesa del comedor en un día de verano. Aprovechando que trabajo completamente desde la casa, me siento cómoda en un top de tirantes y unos shorts que apenas alcanzaban a cubrir mis nalgas. Estoy descalza, con mis uñas pintadas de un suave color rosado. Mis largas piernas, perfectamente depiladas, están cruzadas bajo la mesa. Mis manos cuidadosamente manicuradas, se deslizan por el teclado de mi laptop. Mi cabello rubio es corto, estilo pixie, lo cual me da un alivio ante el intenso calor.
Suena el intercomunicador. El conserje me informa que un paquete ha llegado para mí e insiste en subir a mi departamento a dejarlo.
Lo recibo con una sonrisa. Abro la puerta lo suficiente para que él pueda mirarme de cuerpo entero, pero nadie más en el pasillo. Es un hombre de unos 50 o 60 años, amable, caballeroso, respetuoso y que no pierde una excusa para tocar a mi puerta. Me tiene ganas desde el momento que me vio. Es inofensivo, así que lo dejo mirar a sus anchas.
No soy una mujer de nacimiento, pero con la dieta y ejercicio que moldeado un cuerpo tonificado y femenino del que me siento orgullosa. No he querido buscar ninguna cirugía, pero la curiosidad y el morbo de sentirme con unos pechos femeninos me carcome. El paquete contiene mi primer par de senos de silicona.
Me desvisto inmediatamente y corro a probármelas. Son copa G, deliciosamente enormes y pesadas. Para una copita B o D, me hubiera puesto unos rellenos de silicón. Las quería grandes, que se sientan y se luzcan. Que provoquen lujuria pura.
Son exactamente de mi color de piel y se usan como un strapless, de manera que se ajustan perfectamente a mi pecho. Puedo moverme con total libertad, y mis tetas se mueven exquisitamente conmigo.
Tengo preparado el atuendo perfecto para estrenarlas. O más bien, para que mi hombre las estrene. El momento es ideal, pues tengo unos 30 minutos antes que él llegue.
Me pongo un bikini de lunares, con una tanga que no cubre nada mi culito, apenas un triangulito que tapa el frente. La parte de arriba apenas sostiene mis nuevas joyas. Sandalias de tacón de 12 cm completan el look.
Estoy en la cocina cuando llega mi amor, me saluda desde la puerta y cuando entra, me encuentra de espaldas a él, y así le converso causalmente mientras preparo la comida. Por supuesto al entrar ve ese culo mío con el que tanto ha gozado, completamente a vista y disposición suya; y como todo hombre de sangre caliente, se acerca decidido a agarrarme las nalgas con sus manos grandes y callosas. Con ambas manos ahí, aun no descubre la sorpresa.
Finjo un sobresalto (pues es justamente lo que esperaba) y aún de espaldas, volteo la cara para besarlo tiernamente, mientras meneo mi cola contra su pene. Ya está despierto, solo tiene que salir a jugar.
Sus manos en mis caderas, mis labios en los suyos, con una mano libero su pija y me la pongo en mi hoyito.
Una de sus manos sube por mi torso y se encuentra con mis nuevos senos. El efecto es inmediato. Esa es su sorpresa, ahora viene la mía.
Sus manos se aferran salvajemente a mis pechos. Con lo que solo puedo describir como un bramido digno de un gorila en celo, su pija que hasta hace unos segundos entraba suavemente en mi agujerito, me ensarta hasta el fondo, levantándome completamente. Mis manos buscan apoyo, pero no lo necesito. Me tiene a su merced. Si me la saca, me caigo, pues solo su pija me sostiene, pero en este momento siento que esta tranca nunca más saldrá de mi.
Me coge como una bestia, poseído, follando mi culo a placer mientras me estruja mis bellos senos como si su vida dependiera de ello.
Me hace girar en su tremenda pija, quedando por fin cara a cara. Sin detener su bombeo, me besa apasionadamente. Esos besos en que las lenguas se mezclan y confunden, muerdes los labios, donde más que besar, quieres simplemente saborear completamente a tu amante.
Con mis piernas abrazo su cuerpo, sus manos en mis nalgas, mis manos abrazando su cuello, mis nuevas tetas rebotan al ritmo de las embestidas.
Mi primer orgasmo no tarda en llegar. Ese temblor en todo mi cuerpo, el grito que no logra salir, los ojos en blanco, la “O” en mi boca que nunca miente… Y mi macho me aferra aún más fuerte y me ensarta con firmeza.
Me recupero, apenas, y lo miro directamente a los ojos. Sonrío mordiéndome el labio, y con mis piernas lo aprieto más hacia mí. Siento como si mi ano se envolviera alrededor de su pija, apretándola, aprisionándola. Me hace suya, y él es mío.
Me coloca de espaldas en la mesa, mis piernas sobre sus hombros, sus manos en mis pechos. Acostada dejo caer mi cabeza hacia atrás, mis brazos estirados, mirando el techo mientras me siento en el cielo. Completamente entregada, lo dejo hacer mientras me da el mejor sexo de mi vida.
Por un segundo me la saca, por un segundo me siento vacía, y justo cuando lo miro desafiante, me la vuelve a clavar con nuevos bríos.
Un orgasmo increíble me invade, infinitamente mayor que el primero. El terremoto sacude mi cuerpo, contrae mi ano y me deja sentir todas las venas de la pija de mi hombre, que en ese momento libera una violenta explosión. Su semen me llena completamente, mis manos se aferran a sus nalgas, garantizándome que ni una gota irá fuera de mí.
Nuestros gritos de placer se fusionan, el macho conquistador, la hembra satisfecha.